La mirada de Oriente - Alexis Racionero Ragué - E-Book

La mirada de Oriente E-Book

Alexis Racionero Ragué

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Beschreibung

¿Hay otra manera de viajar, que no busque la imagen para compartir ni aspire a visitar el mayor número de lugares emblemáticos? ¿Qué escape del turismo masivo y excesivamente planificado? ¿Qué escoja aquellos lugares que destacan no solo por su belleza o singularidad, sino por su capacidad demostrada a lo largo de los siglos de sacudir por dentro a sus visitantes? ¿Lugares que abran la puerta a la espiritualidad y que susciten aprendizajes y transformaciones que nos proyecten a una vida más plena y menos estresante? Alexis Racionero resume aquí y agrupa en posibles rutas los destinos que más le han impactado de India, Sri Lanka, Sudeste Asiático, China, Japón o el Himalaya. Desfilan ciudades, valles, monasterios, lagos, estupas, peregrinaciones similares al camino de Santiago, montañas veneradas a las que nadie nunca ha subido... Lugares llenos de magia, que atraen a locales y extranjeros, pero que no han perdido una esencia que nos invita a abrir las puertas de nuestra espiritualidad. El libro también describe admirablemente las principales tradiciones religiosas que constituyen la luz de Oriente: el budismo, el hinduismo, el taoísmo, el sintoísmo, el zen... y plantea unas prácticas sencillas que nos permiten desarrollar aspectos como la aceptación de la vulnerabilidad, la desaceleración, el perdón... que nos invitan a llevar la espiritualidad y el aprendizaje del viaje a nuestra vida cotidiana.

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La mirada de Oriente

Rutas espirituales por Asia

Alexis Racionero Ragué

La mirada de Oriente

Rutas espirituales por Asia

A Imma Coll y Jordi Espin por sostenerme cuando iba a la deriva.

A todos los que hicimos el viaje juntos.

A Josep Maria Abella y la gente de l’Angelet,

lo más parecido al refugio del viajero.

Índice

Introducción

La llamada de Oriente

El viaje a Oriente

Sobre el viajar

Algunas cuestiones prácticas

Grandes viajeros por Oriente

Nociones de filosofía oriental

Las principales tradiciones

Capítulo 1

India y Sri Lanka

Indias distintas

1. Ruta India esencial: Vitalidad y miedo a la muerte

Mercado de Chandni Chowk

Main Ghat

2. Ruta del yoga: Unión e integración

Rishikesh

Mysore

3. Ruta de Buda: Iluminación y palabra

Bodhgaya

Sarnath

4. Ruta del sur: Impermanencia y mantras

Templo de Brihadishvara

Templo de Sri Meenakshi

5. Ruta por Sri Lanka: Serenidad y sabor

Los budas de Gal Vihara

Nuwara Eliya

Capítulo 2

El Sudeste Asiático

Religiosidad viva e inclusiva

La gastronomía

1. Ruta del Budismo: Tolerancia e ir a dentro

El Buda de Ayutthaya

Bagan

Pagoda Shwedagon

Cuevas de Pak Ou

Luang Prabang

2. Ruta por Camboya: Ancestros y saber perdonar

Angkor

Tuol Sleng

3. Ruta por Vietnam: Fluir e interculturalidad

Bahía de Ha-Long

Hoi An

Capítulo 3

El Lejano Oriente

La China real

El Japón espiritual

Cuestiones prácticas

1. Ruta por China: Entre el Tao y las cuevas de los budas

Templo del Cielo

El monte Hua-Shan

Parque nacional de Jiuzhaigou

Cuevas de Yungang

Cuevas de Mogao

2. Ruta por Japón: Naturaleza y zen

Hakone Jinja

Ryokan Fukuzumiro

Templo Ryoan-Ji

Kumano Kodo

Los Ochenta y Ocho templos de Shikoku

Capítulo 4

El Himalaya

Riesgos de la cordillera

Sobre la comida

Entre el budismo y la tradición bon

1. Ruta por el Tíbet: Devoción y elevación

El Jokhang

Monasterio de Nechung

Monasterio de Tashilhunpo

Kumbum

El monte Kailash

2. Ruta Cachemira-Laddak: Naturaleza e introspección

El valle de Cachemira

Monasterio de Lamayuru

3. Ruta por Nepal: Eternidad y vulnerabilidad

Estupa de Boudhanath

Bhaktapur y Patán

Epílogo

Sobre la espiritualidad

Oriente y Occidente

Ser espiritual

Sendas para una vida

Agradecimientos

Sobre el autor

Sobre el libro

Créditos

IntroducciónLa llamada de Oriente

El viaje a Oriente

Oriente es un territorio mitológico y casi legendario que uno dibuja en su imaginación. Todos podemos ser viajeros de la eternidad, como nos recordaba el poeta Basho en sus Sendas de Oku. Fletamos nuestros barcos y aviones, rodamos, transitamos y soltamos amarras, para cargar nuestras maletas o mochilas, contemplando cómo todos los días son viaje y nuestra casa misma es viaje.

La revolución tecnológica nos ha permitido teletransportarnos a cualquier lugar, de forma virtual o en metaverso, pero este es un libro para viajeros románticos que sienten el ansia de vagar con el anhelo de descubrir nuevos territorios. Algo casi inalcanzable porque el planeta está hoy muy trillado. La globalidad destierra la diferencia, lo original y lo auténtico, pero no alcanza a aniquilar el viaje transformador que modela nuestra personalidad, haciéndonos ver facetas que teníamos ocultas o enterradas. Hay que huir de lo común. Salirse del orden establecido y adentrarse por las sendas de Oriente para percibir nuevos horizontes en los que percibir ciertos halos de espiritualidad. A veces, ocurre en el silencio de un jardín zen japonés o en el bullicio de las calles de Delhi, donde lo espiritual se entremezcla con el estruendo cotidiano. En la era del ruido es necesario aprender a calmar las olas de la mente y percibir lo más profundo de nuestro ser.

Algo posee Oriente que nos revela lo que somos. Vagamos para conocer, pero al final, después de llamar a cada una de las puertas ajenas, nos encontramos a nosotros mismos. Muchos de los que emprendieron el viaje a Oriente lo hicieron para relacionarse con el otro, y hallaron su ser más esencial.

Todavía recuerdo una conversación con Mark Dyczkowski, un gran especialista en tantra y shivaísmo. Estábamos en su casa de Benarés a orillas del Ganges, y con lágrimas en los ojos me decía que él emprendió la ruta a Oriente con apenas 20 años y ya nunca regresó. Han sido muchos los jóvenes anónimos e intelectuales reputados que se lanzaron a recorrer las fuentes de Asia y permanecieron o volvieron transformados. Desde Hermann Hesse a Somerset Maugham, pasando por Allen Ginsberg y Gary Snyder, Carl Jung o Joseph Campbell, así como grandes viajeros literarios como Colin Thubron o Norman Lewis. La mayoría de ellos descubrieron que el hombre sin espiritualidad se ahoga, tal y como precisaba el maestro Raimon Panikkar. Es preciso llevar luz a nuestra parte más profunda, más allá de dogmas o religiones. Hay algo que anida en nuestro interior, y en ocasiones, el viaje puede conducirnos hacia ese lugar. Algunas de nuestras preguntas existenciales pueden resolverse en Oriente o, al menos, se vislumbran con mayor nitidez. ¿Quiénes somos? ¿Qué da luz a nuestra alma? ¿Cómo es nuestra experiencia en el viaje de la vida?

El alma vive confundida en estos tiempos de avatares ficticios que transitan por las redes sociales, construyendo falsas identidades. Nos olvidamos de ser personas, sometidos al culto del individuo. Los caminos de Oriente pueden abrirnos la mirada, desde la pobreza de las calles de India o Camboya, la inmensa sacralidad de las montañas del Himalaya, o la serena quietud de las gentes del Sudeste Asiático. Existe una pátina que imprime el budismo en lugares como Tailandia, Laos o la bella Birmania que los hacen muy especiales.

Pero las enseñanzas del Buda son solo una fuente a la que acudir. Comprender que uno mismo es un ser espiritual y casi divino, más allá de toda religión, con la aptitud para mirar al interior, es un gran y moderno aprendizaje que caló en diversas generaciones. Al igual que lo ha hecho el yoga como herramienta o filosofía que nos enseña a flexibilizar el cuerpo y la mente, comprendiendo que todo es cambio como precisa el Tao. No podemos afrontar una realidad cambiante con una mente rígida. El viaje a Oriente no es tanto lo físico y los lugares recorridos, sino sus aprendizajes y filosofías, sin olvidar las experiencias. En mi caso puedo decir que son muchas las cosas que Oriente me ha aportado. Algo he aprendido acerca de quién soy, aunque no dejo de preguntármelo, pero ahora ya no tengo dudas de que hay una luz en nuestro interior que conviene cuidar y confortar. Siento lo sagrado cada vez que entro en un templo, tanto aquí como allá, pero también lo percibo ante la naturaleza que me rodea o cuando medito en mi intimidad.

Este libro es una invitación para que cada uno trace su viaje a Oriente, con esa advertencia inicial de que este es un destino mitad real, mitad imaginario. La escisión entre Oriente y Occidente es hoy una quimera. Algo anclado en el pasado que nos gusta evocar pero que el mundo global se ha encargado de cancelar. Nos gusta hablar de un primer mundo, supuestamente rico y avanzado desde su opulencia tecnológica e industrial, y un mundo pobre de sociedades primitivas, ancladas en el pasado. La contradicción de esta impostada y clasista división reside en que quienes poseen la riqueza espiritual son los pobladores del supuesto tercer mundo. Mientras, aquí, en el mundo avanzado, nosotros los modernos urbanitas nos sumimos en un vacío muy profundo. La neurosis cotidiana y los males de la mente son ya la primera causa de enfermedad según la Organización Mundial de la Salud. Tampoco hay que pensar que Oriente es la panacea, si atendemos simple y llanamente a la experiencia de un viaje por Asia en el sentido más físico y materialista. Sin embargo, si a esto le añadimos un calado filosófico y cultural, podremos alimentar nuestra mente con vitaminas que la conducen a un camino de mayor bienestar. Igualmente, podremos escuchar o abrir la puerta a nuestra alma y a ese sentir espiritual que nos conforta. A veces, basta con experimentar el silencio, para traer lo trascendente y sagrado a nuestras vidas.

Cada uno de los lugares que citamos en este libro es una oportunidad para abrazar la espiritualidad o para desarrollar aprendizajes diversos. De ahí que la descripción de dichos lugares venga acompañada de una práctica o lección. Son meras propuestas que el lector puede seguir inicialmente, y trascender o modificar cuando lo desee. La cuestión es aplacar esa necesidad de calmar la mente, abrir el corazón y dejarse llevar, más allá de la cadena de pensamientos que nos acosa. La inquietud despierta nuestros sentidos y la curiosidad, pero no puede guiar nuestras vidas, bajo esa forma de agitación que tanto padecemos. Mantener a raya el estrés o la ansiedad y sanar la depresión, pueden ser grandes retos para alcanzar la espiritualidad en el siglo XXI. Viajero se hace camino al andar. Adelante, no dejes de avanzar.

Como nos enseña la Bhagavad Gita, uno de los textos más bellos de la tradición oriental, compuesto en forma de diálogo entorno al siglo II a.C. y el II d.C.:

Solo tienes derecho a la acción,

Pero nunca a sus resultados.

No dejes que el fruto de la acción

Sea tu motivo y al mismo tiempo

No te abandones a la indolencia. [2.47]

Quien se muestra siempre libre de apego

Y no se regocija ante lo agradable,

Ni siente disgusto por lo desagradable;

Ese tiene la mente bien asentada. [2.57]1

El viaje a Oriente puede ser un recorrido iniciático o una bella senda de aprendizaje, si logramos despertar nuestra espiritualidad e incorporarla a nuestra cotidianeidad.

Parafraseando al mitólogo Joseph Campbell, el camino es conocido, pero donde pensamos encontrar un monstruo, encontraremos un dios; donde habíamos pensado viajar al exterior, llegaremos al centro de nuestra existencia, y donde habíamos creído estar solos, estaremos con todo el mundo.

Sobre el viajar

Uno de los mejores consejos que he recibido a lo largo de mis viajes, es viajar ligero. Sin embargo, este es uno de los preceptos que más nos cuesta porque estamos acostumbrados a acumular y a necesitar. Cuanto más se viaja, más se aprende a desprenderse. No es fácil lograrlo, pero la experiencia como viajeros nos enseña a llevar lo imprescindible. Cuando uno va ligero, puede fluir con lo que acontece, pero si cargamos en exceso, seremos rígidos, intransigentes y con poca disponibilidad al cambio.

Esto vale en un sentido global. No solo hablamos de la maleta sino también de la mente. El viajero que porta consigo todo tipo de expectativas, información e incluso prejuicios o ideas preconcebidas sobre el territorio que va a visitar, se pierde la experiencia por culpa del plan. Nos gusta el orden, saber lo que veremos y la planificación que nos montan las agencias. Incluso si no contratamos el viaje y lo hacemos de forma independiente, planeamos nuestras visitas para maximizar los resultamos. Medimos el éxito del viaje en función de la cantidad de monumentos o lugares visitados, lo cual constituye un error de base importante. Viajar no va de acumular millas o kilómetros, sino de vivir experiencias inolvidables y transformadoras. Para ello es preciso no correr. Hay que dar tiempo para conectar con la idiosincrasia de un país o territorio y empaparse de su genius loci.

Si viajamos constantemente haciendo fotos que colgar en las redes sociales, nos perdemos la experiencia. Igualmente, si solo atendemos a monumentos y paisajes emblemáticos, nos estamos quedando con la postal del territorio que otro ideó. La idea de viaje que yo defiendo es esa que parte del ansia de vagar y la curiosidad por descubrir. Uno puede recabar información, conocer la historia del lugar y los espacios a visitar, pero una vez se llega, hay que dejarse llevar. Eso es lo que me han enseñado mis numerosos viajes a Asia. Tal vez las cosas funcionen con precisión en Japón o Singapur, pero en India, Vietnam o Birmania nada sucede como uno espera. Tampoco es así en China o la mayor parte del Sudeste Asiático.

Otro error propio de los viajes en urna, que es como llamo a los tours en los que el viajero entra y sale de un autocar o furgoneta particular con aire acondicionado para visitar un país, es la falta de contacto con el exterior, con el otro, con el nativo de esa tierra desconocida a la que acudimos. Se puede viajar con amigos o con gente de nuestro entorno, pero dejar de hablar con las personas que aparecen en el viaje, es perderse la oportunidad de conocer de verdad una cultura. Pensamos que el idioma es una barrera, cuando no lo es. En Asia muchos hablan inglés y, si no, se comunican como pueden. La mayor parte de la gente es muy abierta.

Si contemplamos un viaje espiritual o, cuando menos, transformador, es mejor hacerlo solo, aislándose del ruido de la familia o el grupo. Uno puede agotarse escuchando su diálogo interno, pero de ahí, probablemente, surja la necesidad de comunicar con el otro. De mis viajes a Asia, podría comparar los dos en los que me trasladé para rodar. En el primero, a India, con motivo del documental Rubber Soul, puedo decir que fue una experiencia inolvidable, cargada de ricas y profundas entrevistas que cambiaron mi forma de percibir la vida. Muchas eran a intelectuales nuestros pero, una vez en el viaje, se aparecieron personajes locales que no estaban previstos, aportando muchísimas cosas.

En cambio, cuando fui al Tíbet con motivo de otro documental, titulado Railway to Heaven, para Casa Asia, padecí las consecuencias de no poder conversar con nadie. No estaba permitido filmar, y tuvimos que recurrir a la imaginación para plantar la cámara ante la magnitud del paisaje, pudiendo captar algunos de los ritos espirituales, como las postraciones ante el templo Jokhang de Lhasa, pero poco más. Al no realizar entrevistas, perdimos el contacto con la gente local y nuestra experiencia se empobreció enormemente. Desde entonces, siempre defiendo la idea de conversar con la gente local. De lo que sea, aprovechando cualquier excusa, quitándose esa capa de contención que llevamos los occidentales.

Recuerdo cómo, en mi último viaje a Luang Prabang (Laos), meditando en uno de sus templos en activo, pude hablar con un joven monje quien, como tantos, buscaba aprender inglés del turista occidental. Durante el diálogo me interesé por su rutina. Allí practican una bonita ceremonia al amanecer llamada tak bat que se describe en una de las partes de este libro. Para llevarla a cabo, se despiertan muy pronto, de madrugada, y duermen apenas cuatro horas. Cuando le pregunté cómo hacía para sobrevivir durmiendo tan poco, me respondió que en su cotidianeidad no consumía demasiadas energías. De pronto entendí otra forma de encarar la vida. En vez de hacer tantas cosas, se trataba de hacer menos. Minimizar los esfuerzos, no gastar fuerzas yendo de un lugar a otro, y adecuar nuestra cotidianeidad a una escala humana tanto en el espacio como en el tiempo. No es algo fácil, pero sigo recordando aquella conversación cada vez que me agoto o el estrés me alcanza.

Otro buen consejo para viajar es permanecer y no salir corriendo cuando se cree que se ha visto todo. Hay mucho más allá de los monumentos o los consejos de las guías. A mí, por ejemplo, me encanta visitar los mercados. Así conozco la gastronomía y la materia prima del territorio. En el bullicio de los bazares de Oriente, conoces a todo tipo de personajes. El lugar es su gente y también sus paisajes, además de sus costumbres y formas culturales. Ahora bien, si ponemos el epicentro en lo espiritual, es condición indispensable visitar los templos y, si es posible, participar de sus rituales. Del Tíbet lo más alucinante es la gran procesión o kora que se monta cada día, en torno a Jokhang, dentro del corazón de la vieja Lhasa. Siguiendo a la gente, acabé dentro de un diminuto y oscuro templo donde retumbaban los tambores, mientras circunvalábamos una gran rueda de oración. Son recuerdos imborrables que permanecen para siempre.

El viaje también invita a la reflexión, y aunque uno no sea escritor o periodista, es bueno llevar un diario en el que anotar algo más que la cronología de los eventos, incluyendo los pensamientos y las experiencias sucedidas a lo largo del día. Con el paso del tiempo, esos diarios de viaje son un rico testimonio de la propia vida. Ahí uno puede recordar sus años de juventud, contemplar la edad adulta y alcanzar esa madurez que aviva un miedo a la muerte que los orientales padecen en menor medida. La reflexión propia es necesaria en el viaje. No dejarse llevar excesivamente por las guías ni consejos de otros para mantenerse neutro, con la mirada abierta, sin caer en esa actitud occidental de querer arreglar las cosas al otro.

Los occidentales creemos ser los civilizadores que venimos a colonizar y enseñar. Hay que ser respetuoso y comprender que cada lugar tiene sus costumbres e ideas. Uno no viaja para imponer lo suyo, aunque los chinos escupan en la calle o los japoneses sorban en la sopa. Incluso con temas tan delicados como el de las castas indias, hay que mantener distancia, pese a no aprobar un código ético cuestionable. Creernos superiores es un acto de soberbia similar al del viajero que está continuamente comparando lo que ve con aquello que tiene en casa, para reafirmar que lo suyo es mejor. Etiquetar fatiga e impide contemplar. Así que hay que despojarse de todos estos malos hábitos que todos tenemos y viajar de un modo más humilde, reposado y sereno.

Algunas cuestiones prácticas

En cuanto al tema económico, no lo es todo. Ciertamente el dinero importa para determinar un viaje, tanto en el destino como en la forma. No obstante, aunque aquí contemplamos el viaje a Asia como ruta en la que conectar con distintas y variadas formas de espiritualidad milenarias, hay lugares más cercanos o diversos que pueden comportar condiciones similares. Ahí está el camino de Santiago como quintaesencia de la peregrinación europea, con ese mantra de Machado en el oído que nos dice: “caminante se hace camino al andar”. El lujo no necesariamente es compañero de la espiritualidad. Puede estar muy bien un retiro en Bali, pero andar con lo puesto por las rutas de Oriente es también una gran experiencia. Todo depende del tipo de viajero y el estadio de la vida en el que estemos. La juventud pide un viaje de mochilero, la madurez plantea mayores comodidades. Se puede viajar con más o menos dinero, y desgraciadamente es cierto que algunos destinos exigen una capacidad económica que no todo el mundo posee. Por ejemplo, viajar a Bután se ha convertido en algo reservado a las élites por el alto coste diario que exige el Gobierno del “país de la felicidad”. En mi caso, soy partidario de un equilibrio entre noches de mayor lujo y otras más modestas. Me gusta el carácter todo terreno cuando se viaja. Y más que acumular millas, que encarece el viaje, permanecer más tiempo en los lugares para llegar a conocer.

A partir de aquí podemos contemplar distintos tipos de viajero, el aventurero, el deportista, el cultural, quien lo hace por negocios. Lo curioso es que todos ellos pueden alcanzar la senda espiritual. Puede haber un arquetipo diseñado para el viaje espiritual, que medita y enfoca su viaje hacia este propósito, pero en ocasiones, alguien que viaja para dar una conferencia o vender un producto, llega al mismo lugar. Aquí, lo que presentamos son distintas propuestas que pueden llevar a cualquier tipo de viajero a conectar con su parte espiritual.

Por último, habría que recordar las precauciones antes de viajar relativas a la vacunación y la alimentación. Distintos territorios asiáticos exigen diversas vacunas, y es necesario prestar atención a enfermedades como la malaria o el dengue. Para ello hay que consultar las páginas pertinentes y acudir a centros de vacunación dedicados a la medicina tropical. En Barcelona, por ejemplo, existe un servicio de atención al viajero internacional vinculado al hospital Clínic que funciona muy bien. Ofrecen un excelente trato, tanto antes como después del viaje. Por desgracia, yo mismo he padecido diversas afecciones digestivas e intestinales después de un viaje a India o Cachemira.

En general, la norma es beber agua embotellada, vigilar la procedencia del hielo en las bebidas, tener precaución con la fruta y tomar probióticos desde unos días antes del viaje. Así mismo, para evitar las enfermedades citadas, la solución es un potente repelente de mosquitos. No hay que tener miedo, pero sí es preciso tomar precauciones. Hay viajeros que piensan que se trata de evitar la comida local callejera y buscar entornos más convencionales. Esto no siempre es posible y tampoco es una garantía. Todo lo hervido, como lo es el chai indio o cualquier infusión o sopa, es seguro. Igualmente, el picante viene a ser un protector estomacal que puede prevenir males mayores, aunque no es infalible.

En cuanto a la seguridad, Asia es un continente muy fiable. Hay poco peligro de ser asaltado. Tan solo existe la problemática de abusos a las mujeres en ciertas áreas de India. En lugares turísticos como Agra, la sede del Taj Mahal, o territorios de domino musulmán, la mujer debe evitar ir sola o vestir relativamente extremada.

Finalmente, el clima es otro aspecto importante. Hay que estar atentos a las estaciones de lluvias y monzones, así como al peligro de huracanes, si pensamos en zonas determinadas de India o el Sudeste Asiático. En los Himalaya, hay que extremar el cuidado con el sol, no quemarse o sufrir insolaciones, y respetar los pasos previos para evitar el mal de altura. En lugares como el Tíbet, la aclimatación es imprescindible. Si se llega en tren desde Pekín, la altura se alcanza de forma progresiva y hay oxígeno en los vagones, pero aterrizando de golpe en avión, el peligro es alto. Además de migrañas, el mal de altura puede comportar serias afecciones cardíacas.

Acabamos con una síntesis, diez pautas de viaje, que complementan los consejos que hemos expuesto:

1. Viajar solo.

2. Vagar sin plan.

3. Ir ligero de equipaje.

4. Probar la comida local.

5. Participar en ceremonias o rituales religiosos.

6. Hablar con la gente.

7. Andar, recorriendo los lugares.

8. Permanecer y conocer los destinos.

9. Utilizar distintos medios de transporte.

10. Alojarse en hoteles y posadas locales.

Grandes viajeros por Oriente

Las sendas de Oriente han sido recorridas por todo tipo de viajeros. Sus escritos y legado vital han servido para dar a conocer entre nosotros las filosofías orientales, su cultura, el territorio y la historia.

Desde grandes pioneras como Alexandra David-Néel, que un día, viendo la sonrisa del Buda en el museo Guimet de París, quiso ir en busca de su esencia, a viajeros más modernos como Colin Thubron, el gran narrador de lo que fue la ruta a la seda o de la peregrinación al monte Kailash. Entre ellos aparecen miembros de la generación beat norteamericana, como Allen Ginsberg o el menos conocido Gary Snyder que llegó a vivir tres años en Japón hasta ordenarse monje zen.

Durante la segunda mitad del siglo XX, fueron muchos los jóvenes que se lanzaron a recorrer las sendas de Oriente, para encontrarse a sí mismos. Asia representó entonces, lo exótico y lo lejano, además de un gran territorio donde ser libres. Así es como se cimentó el mito del viaje a Oriente, como modelo de transformación personal. Los Beatles hicieron mucho con su visita a Rishikesh en 1968, para conocer al Maharishi Mahesh y aprender la meditación trascendental. Llegados los años de la new age, desde los setenta en adelante, India se llenó de ashrams o centros de espiritualidad organizados entorno a un gurú que adoctrinaba y confortaba a los maltrechos occidentales.

Antes de todo esto, fueron grandes intelectuales quienes vagaron, e incluso vivieron, por Asia durante buena parte de su vida. Somerset Maugham siempre amó el Sudeste Asiático desde que en los años veinte descubrió ciudades, como Bangkok, Mandalay, Rangún o Hanói. De allí salieron obras como El velo pintado (1925) o El estrecho rincón (1932).

Carl Jung fue otro viajero oriental que recorrió toda India a finales de los años treinta. Estuvo en Bombay, Benarés, Calcuta, Delhi y Darjeeling hasta plantarse en las puertas del Himalaya. Gran parte de su obra posterior quedó imbuida del hinduismo, llegando a escribir sobre la psicología de la kundalini yoga o el poder de los chakras.

Igual que ellos, Herman Hesse fue un enamorado de Asia. En 1911 emprendió un largo viaje a Sri Lanka e Indonesia. Luego vineron India, Sumatra, Borneo y Birmania. Probablemente, su novela Siddharta (1922) es una de las obras que más ha hecho por la difusión del budismo. Concebida como una breve narración o cuento, sus líneas sintetizan la vida del Buda de forma magistral. La novela o poema hindú, como la llamaba el autor, ha servido de modelo e inspiración a miles de jóvenes en sus inquietudes existenciales. Hesse vivió algún tiempo en India a principios del siglo XX, pero fue en los años sesenta, mucho después de su publicación, cuando esta obra se convirtió en un referente popular. Durante aquellos años de la contracultura, tanto Siddharta como Narciso y Goldmundo (1930) o El viaje a Oriente (1932) se convirtieron en superventas relacionados con la búsqueda de identidad personal.