Sendas de meditación. Bases y formas de meditar - Alexis Racionero Ragué - E-Book

Sendas de meditación. Bases y formas de meditar E-Book

Alexis Racionero Ragué

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"Uno de los primeros errores en los que caemos es pensar que meditar es tan solo vaciar la mente y relajarse. La meditación puede ser también algo dinámico, de carga energética, con cantos y sonidos, un ejercicio de éxtasis o catarsis, hasta una forma de placer tántrico… Son muchas las sendas de meditación. Descubrirlas es la aspiración de este libro que quiere aproximar la meditación a todos los públicos. Cada persona es libre de escoger la forma de meditación que mejor le vaya, según su carácter o estadio vital". El cielo es ahora, pero en lugar de experimentar esa dicha nos dejamos llevar por una mente parlanchina que nos distrae y nos aleja de nuestro centro. Este libro es un compendio de las tradiciones orientales que han explorado los métodos para vivir la vida de una forma plena con la herramienta de la meditación, que pone a raya la mente y hace florecer virtudes benéficas como la serenidad, la compasión o la intuición. Se juntan las experiencias del autor, que ha recorrido el mundo buscando la esencia de cada tradición y la explicación de los matices de cada una de ellas: hinduismo, budismo, tantra, zen, taoísmo... También se dedica un capítulo a meditaciones encaradas a un objetivo concreto, como relajarse, recargar energía, tomar decisiones o propiciar la prosperidad entre otras. Un gran libro para saber y para sanar.

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Seitenzahl: 222

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Sendas de meditación

Bases y formas de meditar

Alexis Racionero Ragué

Sendas de meditación

Bases y formas de meditar

A Javier Godó y Joan Josep Abó por ser mis mayores alumnos y mejores mentores.

A todos los que compartís la senda.

No cesaremos de explorar,

Y al final de nuestra exploración

Llegaremos a donde empezamos.

Y conoceremos el lugar por primera vez.

T.S. Eliot, Cuatro cuartetos

Mientras nos aferremos a las ideas, permaneceremos

en un estado en el que no puede haber vivencia alguna.

Solo cuando el pensamiento está totalmente silencioso, hay estado de vivencia. Entonces uno sabrá lo que es.

J. Krishnamurti, La libertad primera y última

Índice

Introducción El arte de meditar

Capítulo 1Bases de la meditación

¿Por qué meditar?

La mente

La respiración

Espacio y silencio

Sentarse y nada más

Actitudes básicas para la meditación

Obstáculos para meditar

Capítulo 2 Sendas de meditación

Hinduismo y yoga: meditación con respiración y mantras (India)

Tantra: meditaciones en movimiento (Himalaya)

Zen: la meditación silenciosa (Japón)

Vipasana: silencio en el espacio y el tiempo (Birmania)

Budismo: meditación bodichita (Laos)

‘Mindfulness’, ‘body scan’ y meditación informal (Corea / Camboya)

Taoísmo: meditar en la naturaleza (China)

Capítulo 3Práctica de meditación

1. Meditaciones para relajarse

2. Meditaciones energéticas para recargarse

3. Meditaciones para la toma de decisiones

4. Meditaciones para el enfado

5. Meditaciones para el corazón

6. Meditaciones para la abundancia

EpílogoSer meditante

Bibliografía

Agradecimientos

Sobre el autor

Sobre el libro

Créditos

Introducción El arte de meditar

Meditar es sentarse y no hacer nada. Aquello que desde el zen se contempla como el aprendizaje silencioso. Un viaje hacia adentro para conocer mejor la realidad, tanto interna como externa. Puede ser un ejercicio místico, aunque por encima de todo es una forma de autoconocimiento. Aquello que ayuda a desenredar nuestra neurosis cotidiana para empezar a aceptarnos como somos. Así mismo, la meditación es una herramienta para quitar trascendencia a ese ego que todos tenemos y que no hace más que etiquetar poniendo barreras a nuestro alrededor. Se trata de disolver esos límites que establecemos mentalmente para conectar con la unidad. De alguna forma, es como si meditando pudiéramos reconocer nuestras máscaras y ver desde una distancia liberadora a ese personaje principal que es el ego. Así podemos ver la globalidad de nuestro ser. Al mismo tiempo, en el proceso de meditación aprendemos a conectar con nuestro cuerpo y sus sensaciones. Algo que tenemos bastante olvidado. Igualmente, meditando podemos vincularnos con la realidad que nos rodea de un modo global y no parcial. Lo que espiritualmente llamaríamos conectar con el Uno trascendente.

En efecto, la meditación puede entenderse como algo místico, pese a que nuestro enfoque entronca más con la idea de una práctica laica apta para cualquier persona que quiera darse espacios para sí mismo. La vida pasa muy deprisa y vivimos en piloto automático con una mente mayormente dispersa. La meditación nos enfoca, trayéndonos al presente, y aporta información de dónde estamos y quién somos.

La meditación es silencio. No es agitar nuestros pensamientos o deseos. Tampoco consiste en concentrarse, porque eso es un acto de la voluntad, con el ego focalizándose sobre un objeto. Meditando tenemos la mente despierta pero no enfocada. Pensar en algo no es meditar. Aislarse del mundo no sería tampoco un propósito de la meditación, más bien lo es centrarse en comprender de forma profunda el entorno que nos rodea. Se trata de reconectarse con el universo.

La tradición contemplativa de Oriente y Occidente ha podido darse en monasterios y templos, mediante un vínculo religioso, pero el siglo XX vino a recuperar la esencia meditativa laica. Hoy son muchas las personas que meditan más allá de la tendencia religiosa que tengan. La neurociencia y el mindfulness han venido a validar los efectos sobre nuestras neuronas y la corteza cerebral.

Meditando creamos un espacio donde se aquietan la mente, los sentidos y el intelecto. Aferrados al ego, queremos seguridad y confort, pero cuando uno es capaz de ralentizar la cadena de pensamientos, alcanza otra comprensión de la realidad circundante. Joan Mascaró, en su comentario de los Upanishads, decía que meditar es mover los pensamientos en un círculo, para atenuarlos y reconocerlos. A partir de aquí, el propósito es alcanzar un estado contemplativo donde estos se silencian.

Los pensamientos son el oleaje que no deja ver el fondo del lago de nuestra conciencia. Si se detienen, veremos la realidad de una forma más clara y profunda. Ralentizar la mente para poder ver es una de las bases de la meditación. El silencio de la meditación nos pone en contacto con la realidad y la naturaleza trascendente que nos rodea. De pronto, nos damos cuenta de que no acabamos en nuestra piel. Así comprendemos que formamos parte de un todo. En esos espacios de vacío fértil propios de la meditación, uno puede incluso desaparecer de sí mismo. No somos tan importantes. Quitar trascendencia a todo lo que hacemos, nos libera. Albert Einstein decía que “Un ser humano es una parte del conjunto que llamamos universo, una parte limitada en el espacio y en el tiempo”.

Construimos nuestra realidad desde el pensamiento, pero somos mucho más que nuestra mente. Desde el antropocentrismo del Renacimiento, la Ilustración y el racionalismo hemos creído en el poder de la razón como motor de la evolución. Sin embargo, más de la mitad de nuestros actos se deben a los mecanismos inconscientes, a aquello que en sánscrito llamamos samskaras o impresiones latentes que quedan grabadas en nuestro disco duro mental de forma no consciente. De pronto, actuamos de forma reactiva, atendiendo a heridas anteriores almacenadas en nuestras partes ciegas que no queremos ver, allí donde anida la sombra. Por eso meditando uno vive un proceso que no siempre tiene por qué ser placentero. El descenso a los infiernos existe en el contexto de la meditación. La buena noticia es que toda muerte lleva a una resurrección. Cuando tocamos fondo y tenemos la oportunidad de transitar una crisis, aprendemos a vivir con la incertidumbre y sacamos fuerza de las inseguridades. La luz proviene de la oscuridad.

Como plantea el antropólogo y yogui Julián Peragón “La meditación es girarse sobre sí mismo para reconocer lo que nos habita desde las profundidades de lo que somos. Sin pretenderlo, la meditación nos aboca a un campo de batalla entre lo que aceptamos y lo que rechazamos, y luchan en ese interregno lo que creo ser, lo que debería ser y lo que realmente soy”.1

Hay que vaciarse para conocer y, como planteaba Ramana Mahar­shi, gran sabio y místico hindú, la base reside en plantearse “quién soy yo”. Lo esencial es realizarse mediante nuestra verdadera naturaleza, desde el interior de nuestro corazón. Nacimos en plenitud, pero luego nos desconectamos. Es eso que el pensamiento hinduista define como sat-chit-ananda (existencia-consciencia-gozo), porque nuestra verdadera conciencia es el gozo.

La realidad es autoconstruida, y la creamos a partir de filtros. Si lo hacemos desde lo que en coaching se define como un estado crash, es decir de forma neurótica, todo estará mal o acorde a ese estado de bloqueo. En cambio, si lo hacemos desde una serenidad centrada y consciente, la realidad es otra.

Meditar no tiene por qué ser un acto serio. Simplemente irradiamos la cualidad de una presencia luminosa con una postura que puede ser hierática, nada más.

En el primer estadio, despejamos la mente y la vaciamos de ruido. Luego, la observamos, prestando atención a los pensamientos, sin implicarnos con ellos. Tomamos distancia y les restamos peso. Desde la respiración profunda, alargamos la exhalación para ir soltando cada vez más. Podemos incluso proyectar los pensamientos en la pantalla de nuestra mente para disolverlos cada vez que nos vaciamos de aire. Nuestro observador distante empieza a contemplar la película que nos montamos de forma casi ajena. A partir de aquí, podemos empezar a domesticar a nuestra mente. Cuando entran pensamientos negativos o autodestructivos la detenemos. También ponemos coto a esos miedos e inseguridades que nos paralizan. La vida es un estado de ánimo y hay que saber estar en el adecuado. La cuestión es que hay que tener disciplina para comprender, como nos enseña el budismo y la mayoría de las religiones, que hay que ser amable con uno mismo y con los demás. Debemos erradicar el victimismo, la queja y lo destructivo. Persistir en la bondad genera el bien, pero para eso hay que tener una mente brillante y entrenada. La meditación es una de las herramientas para conseguirlo. La bodichita es la actitud de servir en beneficio de todos los seres, sin olvidar el cuidado de uno mismo.

Meditar nos permite dejar de depender tanto de las circunstancias externas y tomar el mando de cómo queremos reaccionar en cada situación.

En este punto es bueno recordar que cada pensamiento conduce a una acción y que la repetición de las mismas acciones genera un hábito. Desde él forjamos un tipo de carácter y eso acaba generando un destino. El impaciente siempre estará en sufrimiento y nerviosismo, como el pesimista verá el vaso medio vacío. Por el contrario, el que fluye aceptando lo que viene, tendrá mayor capacidad de adaptación al cambio. El estado sereno nos atempera, de manera que podemos comprender y experienciar mejor la realidad. Lo importante es aprender a contemplar lo que acontece. Alejandro Dumas decía que quien lee sabe mucho, pero quien observa sabe más todavía.

Meditar es una forma de estar en el mundo, mediante un estado de conciencia presente. Pese a que nos sentamos a meditar en silencio, la práctica puede tener distintas formas. Por ejemplo, desde la perspectiva del yoga clásico, la meditación tendría cuatro aproximaciones. El dhyana yoga o vía del intelecto. El bhakti yoga o de la devoción. El hatha yoga del cuerpo o el karma yoga de la acción. Según cada uno de los senderos podemos encontrar formas de meditar más corporales, mentales, devocionales o espirituales.

Uno de los primeros errores en los que caemos es pensar que meditar es tan solo vaciar la mente y relajarse. La meditación puede ser también algo dinámico, de carga energética, con cantos y sonidos, un ejercicio de éxtasis o catarsis, hasta una forma de placer tántrico… Son muchas las sendas de meditación. Descubrirlas es la aspiración de este libro que quiere aproximar la meditación a todos los públicos. Cada persona es libre de escoger la forma de meditación que mejor le vaya, según su carácter o estadio vital. No hay que forzarse, sino fluir.

Recuerdo perfectamente cuando empecé a meditar todas las dificultades que tuve. Soy una persona inquieta, polifacética y de esas que no puede parar quieto en un sofá. Obligarme a sentarme treinta minutos contra la pared me mataba. Hacerlo con los ojos cerrados escuchando mantras también. Ante un paisaje natural radiante me funcionaba más, pero me distraía. Al final, descubrí que necesitaba machacarme haciendo ejercicio físico antes de sentarme a meditar. Exhausto sí me era posible serenarme. Así entré en el yoga kundalini, un tipo de práctica intensa que sigo impartiendo y practicando a diario antes de meditar. Con el tiempo y gracias a mis maestros, llegué a comprender que la práctica física de posturas o asanas y la meditación no deben separarse. Como en la vida, deberíamos estar todo el rato en estado meditativo, independientemente de si estamos parados o en movimiento. Llegar a esto me ha llevado muchos años y he de confesar que sigo fallando cada día como ser imperfecto que soy.

La neurosis está al acecho, y este mundo global nuestro nos aliena continuamente, por eso es tan importante meditar y regresar a la raíz de nuestro ser. Este libro es para todos los que tienen la valentía de querer tomar las riendas de su destino y atreverse a sembrar la paz en mitad del caos.

Las siguientes páginas están dirigidas tanto a personas que ya meditan como a las que quieren introducirse en esta práctica. La variedad de estilos o sendas de meditación obedece a la idea de abrir las posibilidades para que cualquier persona pueda encontrar su forma de meditar. Esta compilación y amalgama de estilos parte del respeto por cada una de las tradiciones y por todas aquellas personas que siguen una escuela determinada. Mi caso es algo ecléctico o polifacético en la forma de meditar, pero no hago una macedonia o túrmix de estilos. Escojo en función de mi momento o las necesidades que veo en mis clientes o alumnos. Después de años meditando desde el yoga kundalinicon pranayamas (ejercicios de respiración) y recitando o cantando mantras, conecté bastante con las largas meditaciones tántricas, aunque no son para cada día. Hoy, el zen está calando hondo en mi persona. No sé si es la madurez o la necesidad de silencio. Mi vida, como la de tantas personas, se ha llenado de ruido y de cambios. Más que meditaciones en movimiento voy necesitando algo de tierra, simplicidad y vaciado en esencia. Con esto no quiero condicionar la forma de meditar de nadie. Algunos dirán que la gran meditación es la silenciosa. Yo no lo creo así. Todas son buenas si se adaptan a la persona y a sus necesidades. Lo importante es que cada día seamos más personas las que meditamos, las que nos damos tiempo para estar con nosotros sin sentirnos culpables.

El primer capítulo de este libro trata de asentar las bases del arte de meditar. Quienes ya mediten simplemente podrán repasar lo que probablemente ya saben. El resto de lectores puede tomarlo como una guía, unas pautas o muletas que les acompañen en el principio de la práctica, pero no soy partidario de los absolutos. Insisto en defender que cada persona puede adaptar aspectos como la postura, los tiempos de respiración o la tipología de su espacio y atmósfera de la manera que le parezca más adecuada. A partir de aquí, hay aspectos que deben mantenerse. En especial la motivación por meditar, la actitud, la disciplina, los tiempos y la frecuencia de meditación. El reto es no abandonar, aunque al cuarto día aparezcan sombras y partes incómodas que no esperábamos. Todo es cambio y la meditación es un largo viaje de conocimiento.

Una vez asentadas las bases, el bloque central del libro se concentra en mostrar las distintas tradiciones y estilos de meditación. No he querido abarcar todas las que existen en el mundo, tan solo las que más conozco y me parecen modélicas. Por ejemplo, el hinduismo y el yoga nos llevan a ese concepto esencial de que somos Uno, que todo forma parte de una misma cosa y de que Dios está dentro de nosotros y nosotros somos una pequeña parte de Él. Esto, a nivel práctico, se expresa desde la respiración y el propio acto de meditar, que no es más que un vaciado para fundirnos con nuestro ser esencial y la fuente primordial que nos rodea. Puede sonar a mística porque algo de ello hay; la meditación también abre la puerta al alma, pero cuando uno entra en la práctica lo siente como algo muy cercano y evidente. Hay cosas que las palabras no pueden explicar. La meditación, básicamente, es una experiencia. En cambio, un estilo de meditación informal procedente del mindfulness o una meditación andando, característica del zen, son algo mucho más próximo a nuestra cotidianeidad, pese a que el aprendizaje de la atención plena requiere práctica. Como he dicho, tengo mis preferencias. Mi invitación es que cada lector vaya probando cada una de las sendas de meditación y al acabar el libro se haga una lista de las que mejor le van. A partir de ahí, solo quedará practicar y practicar con disciplina.

El tercer y último capítulo del libro plantea distintas opciones enfocadas a objetivos determinados como recargarse, relajarse, tomar decisiones o atraer la abundancia. Igualmente, aquí la lista de ejemplos o propósitos podría ser inacabable. He tratado de mostrar una serie de prácticas introductorias para todos los niveles.

Por último, querría añadir que como complemento a la explicación me he atrevido a incluir reflexiones personales que, en ocasiones, son incluso confesiones entorno a la práctica, los viajes realizados a países vinculados a tradiciones meditativas, además de alguna parte de mi diario de meditación y también muestras de mis fracasos o anécdotas de mis formaciones. Esta parte quiere aligerar un poco la materia teórica y mostrar al lector que todos pasamos por situaciones similares.

El arte de meditar no tiene fin. Su aprendizaje y maestría son infinitos. Este libro es tan solo una breve muestra de ello, una mera incitación a la meditación. Lo importante es la experiencia y emprender ese bonito viaje que nos lleva al redescubrimiento de nuestro ser esencial. El tesoro siempre estuvo aquí dentro con nosotros, pero hay que emprender la aventura de meditar para descubrirlo.

1. Julián Peragón, Estar en el mundo, Kairós, Barcelona, 2021, pág. 27.

Capítulo 1Bases de la meditación

La meditación es apta para todo el mundo y, si bien es cierto que hace falta disciplina, no debe verse como una tortura o una lucha, sino como una oportunidad para estar con uno mismo. A partir de ahí, hay que dejarse llevar por la práctica, sin expectativas, exigencias o ideas preconcebidas.

Al inicio es bueno tener claras las bases que a continuación presentamos, sin llegar a obsesionarse. Algo que me parece importante es la motivación de la persona. Todos llegamos a la necesidad de meditar por algún motivo u otro. Normalmente porque hay algo que no nos funciona en la vida. Estamos muy estresados, hemos recibido un revés sentimental, la fortuna no nos acompaña, vivimos un momento de cambio, la cotidianeidad nos aburre, queremos relajarnos… Son muchos los motivos y está bien que los tengamos, pero una vez entramos en la práctica hay que entregarse de tal forma que no se conviertan en un objetivo a cumplir. Si creamos expectativas es fácil que fracasemos en el proceso de meditar con regularidad. El problema es que estaremos midiendo continuamente los resultados, y no se trata de eso. Muchas veces, los beneficios de la meditación llegan días o momentos después.

Tener una buena base, acudir a clases de meditación, compartir un grupo online para este propósito y tener un maestro son formas de compromiso. Un buen guía de meditación alienta y –como practico en la mayoría de las sesiones individuales– puede adaptar la meditación al momento en el que estamos. Como decíamos de inicio y tal como veremos en el capítulo central de este libro, hay diversas formas de meditación. Ninguna es mejor que otra. Tan solo es cuestión de saber adaptarlas a la circunstancia personal o de grupo. Esto es algo que uno mismo puede hacer, pero no es sencillo. De ahí la figura de los maestros y los guías de meditación. Algunos solo conducen las sesiones y ayudan a su desarrollo, y otros somos más intervencionistas en la decisión de qué meditación escoger. En este aspecto habría que acotar la circunstancia de que muchos centros o practicantes de meditación son afines a una sola forma, por lo que se descarta la praxis de escoger meditación a la carta. Esto es algo que yo propongo en mis sesiones porque me gusta abrir la práctica a todo el mundo. Por el contrario, cuando alguien va a un dojo zen sabe que siempre va a practicar una misma forma de meditación, igual que lo hace el alumno de estilos de yoga con series únicas y pautadas como el ashtanga.

Así, tanto en el proceso de aprendizaje como en el desarrollo de un meditador experto, es la persona quien escoge si quiere variantes de meditación o sigue en su práctica establecida. No obstante, en este libro he querido abrir las formas y estilos de meditación a un público amplio que pueda querer iniciarse en este arte de estar con uno mismo.

Sea cual sea el estilo de meditación que practiquemos, las bases son las mismas porque, como tantas veces sucede, todo procede de una misma fuente común. Este es el camino que han seguido los santos, eremitas, iluminados y creadores de religiones. A su lado, estamos la gente corriente que, desde nuestras modestas e insignificantes vidas, nos damos cuenta de que precisamos de esta medicina para la mente.

Tal y como apuntábamos en la introducción, la motivación para meditar es esencial en las primeras etapas. No es cuestión de marcarse una meta del tipo “voy a lograr mantener la mente en blanco”, pero sí tener claro lo que nos lleva a meditar. Al principio hay que ponerle ganas. Estos son algunos motivos por los que entregarse al arte de la meditación.

¿Por qué meditar?

Los motivos pueden ser incontables. La cuestión es no ir en busca de un propósito determinado sino dejar que la práctica cale en nosotros de esa forma tan bellamente descrita por Pablo d’ Ors en su Bibliografía del silencio (Galaxia Gutenberg, 2020).

La meditación agrieta la coraza de nuestra personalidad, y de tanto meditar, la brecha se ensancha hasta que la vieja personalidad se rompe. De ahí solo podemos renacer como hacen las flores.

Estos pueden ser algunos de los beneficios que aporta la meditación:

Ver la realidad – Esto es lo que es

Maya o Matrix son conceptos para designar la antigua caverna de Platón. Aquella en la que moramos viendo tan solo sombras de una realidad que no comprendemos. Vivimos confundidos bajo un velo invisible, como avatares que no alcanzan a dar con su ser primario. Somos replicantes en un mundo virtual, máscaras confundidas en la irrealidad, narcisistas esclavizados por el culto de la imagen. Selfies y superficialidad en un teatro del mundo de marionetas que nos alejan de lo real. El mundo teje telarañas que nos confunden. Por ello es preciso meditar para salir por unos instantes de esta gran Matrix que nos envuelve. Meditando tomamos distancia y aunque solo sea de forma espontánea alcanzamos a ver atisbos de realidad.

Es preciso despojarse para poder ver más allá. Se trata de llegar a contemplar, de una forma llana y simple, lo que es. Sin más, solo lo que acontece. Ver lo que es de una forma limpia, nos aleja de la frustración de las falsas expectativas. Igualmente, desde la meditación, estando en lo que es, alejamos la maquiavélica y tendenciosa manipulación.

Resulta urgente meditar en estos tiempos tanto individual como colectivamente. El pensamiento único y la crisis nos fuerzan a buscar soluciones. Cada uno es el principio del cambio, de ese mundo que queremos ver, tal y como decía Mahatma Gandhi. Meditar revaloriza lo simple, ordinario y elemental.

Foco y síntesis

La meditación nos ayuda a ir a lo esencial, centrando la mirada sobre lo que es. Con la práctica aprendemos a eliminar lo superfluo y circunstancial. La mente tranquila es también una mente equilibrada. Cuando está afinada y bien engrasada, es fácil enfocarse en lo que uno quiere o, simplemente, en experienciar la realidad.

La atención es un arma muy valiosa. La capacidad de observar implica un principio de transformación. Por su parte, la concentración nos lleva al hogar, a la esencia de lo que somos. No es un proceso esforzado de pensamiento esforzado, sino una atención sostenida que va abriendo diferentes puntos de vista. Más que apretar, hay que desprenderse.

El foco conduce a poder sintetizar. Decimos lo mismo con menos. Concentramos la información y generamos menos ruido. El hablar menos reduce la cadena de pensamientos y permite ser más eficientes.

Reducción del ruido

El entorno produce ruido y la mente lo amplifica con un sonido envolvente que va calando sin que nos demos cuenta. Hay mucho ruido y por eso no podemos ver lo que es. Las formas del ruido tienen que ver con los pensamientos incesantes y también con las estrategias de un entorno que nos bombardea a estímulos para que vivamos en la mente dispersa.

Meditar reduce el ruido, nos enfoca, y así podemos volver a recuperar el mando de las situaciones que nos rodean y que vivimos.

La magia de la intuición

El proceso de vaciado que genera la meditación da espacio para que aparezca la intuición. Reducir el ruido y la cadena de pensamientos trae cosas nuevas que hasta entonces no percibíamos. Una de ellas es la intuición, entendida como esas revelaciones espontáneas que nos dan pistas de lo que acontece o traen respuestas a situaciones determinadas. Una vez la intuición se da, es básico creer en ella, sin volver a poner de inmediato la mente racional.

Confianza

La meditación es también un ejercicio de confianza. Implica entregarse al universo, al campo que nos rodea, a lo sagrado o, simplemente, a lo que está más allá de nosotros. La inacción nos demuestra que las cosas no dependen de nosotros. Pensamos que es así, pero meditando aprendemos lo contrario. Así que mejor soltar y confiar. Las cosas son como son, independientemente de nuestra intervención.

Meditando logramos fortalecer la confianza en nuestros objetivos conscientes. Si tenemos fe y confianza podremos superar cualquier tipo de obstáculo. Para esto también sirve la meditación. Foco y confianza para seguir avanzando.

Dones y atributos

Meditando, todas nuestras potencialidades se afinan. La intuición, la memoria o la concentración rebrotan.

Bajo el autoconocimiento atribuido a la meditación, descubrimos dones que teníamos ocultos. Incluso defectos que acabarán siendo atributos. Del vacío fértil meditativo surgen cosas nuevas que no recordábamos y que pueden tener mucho que ver con nosotros.

Bajar al cuerpo

Meditar es bajar al cuerpo. Tener información sobre las sensaciones corporales que tanto castra nuestra cultura. La razón y sus monstruos nos han alejado del primitivismo corporal, pero también somos cuerpo y materia. El redescubrimiento de la carne, los placeres, las sensaciones y la grandeza de la inteligencia somática pueden darnos muchas pistas importantes.

Cuando uno medita, puede conectar con una emoción como la alegría y la tristeza. Si le preguntamos internamente al cuerpo donde la siente, inmediatamente nos contestará. Hagan la prueba y verán cuánta tristeza hay contenida en el cuello o el centro del pecho. La sabiduría somática reside en el punto de ombligo. Nuestra capacidad de cambio, digestión y energía vital dependen de él.

El nudo que nos aprieta

Meditar nos hace conscientes del nudo que nos aprieta. Nuestro punto débil. Aquello que no nos deja vivir y que debemos trascender para liberarnos del sufrimiento. Tantas veces evitamos lo vivido para que duela menos, pero hay que sentarse, meditar, echarle dosis de valentía y sentir ese nudo que nos aprieta hasta disolverlo. Se puede llorar, gritar y destripar. Al final, siempre se alcanza la serenidad y una extraña paz interior. No tengan miedo. Como terapeuta lo he vivido muchas veces con mis clientes y en mis propias carnes. Sigo llorando mis duelos –y tratando de confortar mi soledad–, pero el nudo vuelve a apretar. Ante esto toca regenerar, sanar y eliminar aquello que nos oprime. Aunque no sepamos de qué se trata hay que remangarse y bajar al lodo para renacer como una flor de loto.

Reconciliar cuerpo, mente y espíritu