La mujer no tiene nombre - Duygu Asena - E-Book

La mujer no tiene nombre E-Book

Duygu Asena

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Beschreibung

Una historia de liberación individual y colectiva que retrata los desafíos de las mujeres turcas para defender sus derechos y libertades. Considerada como el primer manifiesto feminista de Turquía, La mujer no tiene nombre evidenció la lucha de las mujeres turcas por escribir su propia historia. A través de sus páginas acompañamos a su protagonista, una mujer de clase media y de origen urbano, desde su infancia hasta la madurez. Una mujer innombrada que cuestiona los límites de una sociedad dominada por los hombres y que experimentará en primera persona temas tabúes como la sexualidad, el aborto o la infidelidad, mientras trata de abrirse paso en un mundo donde la desigualdad y la violencia funcionan como elementos coercitivos. Narrada en primera persona y construido con un lenguaje rico y directo, la novela fue prohibida por impúdica y, tras un largo proceso judicial, se convirtió en un gran éxito de ventas y en un clásico instantáneo de las letras turcas. Un clásico contemporáneo de las letras turcas. Una obra germinal, considerada el primer manifiesto feminista de Turquía. Una historia de liberación individual y colectiva.

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Título original turco: Kadinin Adi Yok.

© del texto: Duygu Asena, 1987, representada por Kalem Agency.

© de la traducción: Julia Martínez, 2024.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2024.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: marzo de 2024.

REF.: OBDO290

ISBN: 978-84-1132-696-4

EL TALLER DEL LLIBRE • REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida

a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)

si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.

1

Tenemos un jardín precioso, rodea la casa por tres de sus costados. En su interior hay árboles frutales, gatos y perros. Dentro de la casa hay unas escaleras que llegan hasta arriba, y también está mi hermana. Aunque ella no puede bajar sola por las escaleras todavía.

Nuestros amigos vienen siempre a nuestro jardín. Me caen bien tanto las niñas como los niños. Para mí, no hay ninguna diferencia entre ellos.

Pero para mi padre, sí.

La cara de mi padre es como la de un gato enfadado, no, no, la de un perro, no, de hecho, como la de un burro. Me irrita mucho. Los ojos de mi padre nos observan fijos a través de la ventana. Está tan furioso que es como si sus miradas lanzaran fuego. Su cara es como una máscara aterradora. Los niños le tienen miedo a mi padre. Las niñas no, porque mi padre no las mira con enfado.

No voy a la escuela, pero ya he crecido mucho. Sé que a mi padre no le caen bien los chicos y sí las chicas, aunque no entiendo la razón, porque mi padre es también un chico.

Los chicos han empezado a darse cuenta. Cuando ven a mi padre, se comportan de forma extraña. A pesar de no haber cometido ningún crimen, es como si hubieran hecho algo malo. Ya no entran al jardín por la puerta, sino saltando por uno de los muros laterales. Así no son vistos. Pero, por alguna razón, ellos también comienzan a serme antipáticos. Cuando mi padre no nos ve, quieren hacer cosas a escondidas. Por ejemplo, aunque mi padre esté en la ventana, nos tiran del pelo, nos levantan la falda, nos agarran del escote para mirar dentro. Se alegran cuando mi padre no los ve, y gritan como si se hubieran alzado con alguna victoria. Cuando no son descubiertos por mi padre, son más fuertes que nosotras.

Desde que mi padre ha comenzado a mirar por la ventana con su horrible cara, se está gestando cierta hostilidad entre los chicos y nosotras. Ha empezado algo que no es nada agradable y que va a cambiarlo todo, pero ¿el qué?

En mi interior, le digo a mi padre: «Papá, papá, ¿por qué nos miras a través de la ventana? Antes de que lo hicieras, ellos no nos subían la falda, nunca nos decían groserías. Papá, no nos mires por la ventana, no asomes la cabeza, no te conviertas en su enemigo. Al no quererlos, se convierten también en tus enemigos; sin tenerte ningún miedo, han hecho un juego de poder hacer cosas a escondidas de ti. Las consecuencias las pagamos nosotras. ¿Por qué te entrometes entre nosotros?».

Un día, mi madre le dijo a mi padre:

—Eres demasiado duro con las niñas, atemorizas a los niños en el jardín, no son más que unos niños pequeños.

Mi padre le dijo a mi madre:

—Ni niños pequeños ni nada, ¿acaso no tienen pene?

Me sorprendió mucho. Entendía más o menos lo que había dicho, pero no hubiera esperado nunca que se enfadara con ellos por eso. Además, mi padre también tiene uno, no entiendo para nada por qué se enfada con ellos.

Me quedé desconcertada, pero tengo que resolverlo. Necesito saber qué es lo que está pasando.

2

Hace mucho calor, no hay nadie en el jardín. Mi hermana pequeña está enferma arriba, en la cama. Estoy harta, todo el mundo está pendiente de ella. No sé por qué, pero siempre la quieren más a ella, a mí me dicen que ya soy una niña mayor. Yo no quiero ser una niña mayor.

El hijo del vecino de al lado se ha subido al muro. ¡Psst, psst!, me llama. «Ven», le digo, y salta a nuestro lado. «¿Cuántos años tienes?», le pregunto. Pone su dedo pulgar encima del meñique y dice «Unooo». Luego pone los otros dedos que le siguen encima y dice «Cuatrooo». No me lo creo para nada, de hecho me da igual, como si tiene tres años, pero es un niño, este niño es diferente a nosotras, y lo que lo hace diferente está en un lugar que no se ve. A mi padre tampoco le gusta esta diferencia.

No hay nadie alrededor, voy a averiguar en qué consiste esta diferencia.

—Bájate los pantalones —le digo.

—Aaaah. Primero bájate tú las braguitas, después yo —dice. Muy avispado, pero está claro que él tampoco sabe nada de esto. ¿Y qué pasa si me bajo las braguitas? Bueno, ¿y por qué nos hacen llevar braguitas?

Se ha dado cuenta de que voy a hacer trampas.

—Si te bajas las braguitas, te doy estas revistas —dice. Genial, revistas con fotos a color...

—Bueno, pero primero lo haces tú y luego yo —digo. Para bajarse los pantalones de rigor, me da las revistas para que las sujete, se da la vuelta y se baja los pantalones hasta abajo. Dos círculos minúsculos rosas, con una raya en medio, como un melocotón. El nuestro es igual. No encuentro nada interesante, tampoco es diferente.

Cuando dice «Venga, te toca a ti», me voy corriendo a casa con las revistas. Las niñas buenas nunca se bajan las braguitas, aunque creo que las niñas buenas tampoco sienten curiosidad por los pompis de los niños.

Al fin lo tengo. Nuestros vecinos vienen a casa con su bebé recién nacido, sé que es un niño, me quedo pegada a él, hago como que me gusta el bebé. En algún momento le tendrán que cambiar el pañal.

Mi madre le dice a la vecina: «Está encantada con tu bebé, ni con su hermana mostraba tanto interés». De hecho, no me gustan los bebés, pero si lo creen así, mejor.

Le cambian el pañal al bebé, me quedo mirando fijamente. Sí, hay algo, algo pequeñito. ¿Será esto?

Mi padre está cada vez más raro. Como si no fuera suficiente enfadarse con los chicos, ahora también la ha tomado con los animales. En realidad, los animales que hay en el jardín de nuestra casa son muy monos. Sobre todo un perro blanco como la nieve al que le damos leche todos los días. Le hemos puesto de nombre Cacik.[1]

Un día, mi padre llegó del trabajo con unos hombres con pinta de malhechores. En sus manos llevaban unas bolsas enormes en las que habían metido a los gatos y perros que habían recogido por ahí. Los metieron en el coche y se los llevaron. Nosotras lloramos mucho, nos pusimos tristísimas, le preguntamos a mi madre la razón. «Estaban haciendo travesuras, vuestro padre no quería que lo vieseis», nos contestó.

Al día siguiente, nos dimos cuenta de que todos nuestros gatos y perros habían vuelto, jugaban alegremente unos encima de otros. En cuanto los vio mi padre, se enfadó tanto que, nada más salir al jardín, empezó a separarlos a todos a base de patadas y manotazos.

Después del mediodía, llegaron de nuevo los mismos hombres, pusieron de nuevo a nuestros gatos y perros en sacos enormes. Mi padre les ayudó. «Os voy a tirar en un sitio que ya veremos si podréis volver», dijo. Uno de aquellos hombres malos empezó a meter en el saco a nuestro perro blanco Cacik. Cacik se resistió, incluso mordió la mano del hombre. Entonces, el hombre golpeó la cabeza de Cacik. Cuando ya estaba metiendo a la fuerza la cabeza de Cacik en el saco, nos quedamos mirándonos a los ojos. Era como si estuviera llorando, como si me dijera «¿Por qué te quedas parada? Haz algo». Cacik no podía entender que yo, como él, solo era una niña.

Ese día no paramos de llorar. No podíamos entender qué tipo de travesura habían hecho nuestros animalitos.

Perros hembra, perros macho... No sé.

Mi padre no llenará un saco con chicos y los tirará por ahí, ¿verdad?

3

Ya no nos lo pasamos bien ni en el jardín. Ya no podemos jugar tranquilamente con nuestros amigos. Mi padre se entromete en los asuntos de todos. De vez en cuando incluso se enfada con mi madre. «No llegues tarde», le dice. Le pregunta continuamente «¿Adónde vas? ¿A qué hora volverás? ¿Cuánto dinero has gastado? ¿A cuánto lo compraste?». Mi madre a veces llora, creo que le tiene miedo. Ella nunca le ha preguntado a mi padre «A qué hora volverás, adónde vas, cuánto dinero has gastado». Mi padre tiene mucho dinero, mi madre no, nosotras tampoco, papá es el que nos da dinero a todas. Creo que, como es él quien nos da dinero, se mete en todo. El dinero es muy importante.

Papá ya no deja que nos pongamos pantalones, mi madre tampoco se los pone. Como le tenemos miedo, suplicamos a mamá diciéndole: «Mami, porfi, porfi, dile a papá que nos deje llevar pantalones». Mi madre entonces le pregunta a mi padre y le dice: «No te entrometas tanto, déjalas, son niñas pequeñas. ¿Qué va a pasar porque se los pongan?». Y mi padre le contesta a mi madre:

«Qué niñas pequeñas, señora, el otro día cuando volvían de la tienda, dos hombres por detrás gritaron “Uy, mira a las chiquillas...”. Lo vi con mis propios ojos. Si esos hombres no llegan a estar dentro de un coche, los hubiera despedazado. Nada de pantalones, no insistas tú tampoco».

No sé por qué no podemos ponernos pantalones, solo porque un hombre nos haya llamado chiquillas. Mi madre también nos dice chiquillas; pero mi padre nunca nos llama así, ni siquiera nos toma en brazos.

Mi padre ya no quiere que los niños entren en el jardín, pero, cuando está cenando, lo hacen a escondidas. Les parece muy emocionante.

Una noche, uno de los chicos me dijo: «Tu padre no nos deja entrar por si os hacemos cosas». A los otros les entró la risa tonta. No me gustó nada esa risa. ¿Qué era lo que podían hacernos?

«Si nos hacéis algo, nosotras os lo haremos también a vosotros, somos más», le dije.

Jugamos al escondite a contrarreloj hasta que mi padre termina de cenar. Siempre quiero esconderme con Mehmet. Hay un pino muy pequeño, nos ocultamos detrás. Allí nos acurrucamos. Me encanta.

Pero entonces, de repente, mi padre se asoma a la ventana y me llama. Nos llama para que vayamos dentro, y a ellos los echa. Se van como si fueran delincuentes, me da mucha vergüenza.

Mi padre sigue gritando «Es la última vez —dice—, no quiero volver a ver a esos inútiles en el jardín».

Pero ¿por qué, papá? ¿Por qué? ¿Por qué?

En fin, al menos no ha prohibido la entrada a las niñas.

4

—Mamá, ¿yo voy a tener tetas?

—Claro, hija, ya eres mayor, muy pronto también tendrás tetas.

—¿Por qué yo también voy a tener tetas? ¿Para qué sirven las tetas?

—Cuando tengas un hijo, beberá leche de tu teta, así crecerá.

—¿Por qué no se puede mamar leche de las tetas de los papás?

—Porque eso es cosa de las mamás.

—¿Por qué no es cosa de los papás? ¿Cuál es su responsabilidad entonces?

—Su responsabilidad son los hijos... Educarlos lo mejor posible. Ganar dinero para ellos, traerlo a casa, vestir a los hijos lo mejor posible, darles una educación, criarlos.

—¿Hacen estas cosas porque no tienen tetas?

—No, cariño. Su responsabilidad es trabajar, ganar dinero.

—Y vosotras, ¿por qué no trabajáis y ganáis dinero? ¿Porque tenéis tetas? ¿Porque dais leche?

—Pero ¿cómo dices eso, hija? Si nosotras quisiéramos, trabajaríamos, pero no tenemos nada de tiempo; si no, ¿quién os criaría?

—No quiero que me salgan tetas. Quiero ganar dinero. Si tengo dinero, puedo hacer todo lo que quiera. Aunque Berrin sí que quiere tener tetas grandes. Quiere tener bebés, tener una casa, criarlos. Yo no quiero. Las tetas hacen llorar a las mujeres, se ponen gordas. Sus maridos también se vuelven feos y ariscos.

—Pero qué niña tan pesimista te has vuelto. No pienses en estas cosas, todavía eres muy pequeña. Mira a Berrin, qué bien está jugando dentro con las muñecas. Ve con ella, juega tú también.

—Vale, y mamá, ¿cómo se hacen los bebés? ¿Por qué nunca me lo explicas?

—Ya te lo expliqué, hija mía. Cuando dos personas se casan, se hace un bebé.

—No es así. Ali dijo: «Los hombres hacen pis dentro de las mujeres, luego nace el bebé». ¿Es verdad, mamá? ¿Por qué hacen pis dentro de nosotras?

—Ay, Dios mío, me voy a enfadar. No hay nada de eso. Nada en absoluto. Anda, ve a jugar. ¿Por qué no eres una niña buena como Berrin? Ten un poco más de paciencia, espera hasta que te crezcan los pechos, sé una niña buena, juega con las muñecas.

—Mamá, mamá, me duelen los pezones. Y se me han puesto los pechos duros.

—¿Qué andas gritando? ¿Por qué lloras? Déjame ver. ¡Ay! Mi niña preciosa se ha hecho mayor, le han crecido los pechos. Oh, Dios mío, oh, Dios mío, estás hecha toda una mujercita.

—Mamá, me duelen mucho. Me da vergüenza, no quiero convertirme en una mujercita; los chicos me miran, dicen cosas raras. Las vecinas me dicen «A ver, ¿ya han crecido?», y me tocan ahí todo el tiempo. Me duele mucho, no quiero convertirme en una mujercita.

—Qué rara eres, hija mía. Mira a Berrin, ¿acaso llora? Incluso para que le crezcan más se tira de los pezones. No te encorves, ¡a ver!

—Mamá, la madre de Berrin le ha dicho: «Dependiendo de dónde las pongas, así te crecerán las tetas». Ella las ha puesto en el cubo para bañarse para que se le hagan grandes. ¿Lo hago yo también?

—Hazlo, dependiendo de cómo las quieras de grandes, ponlas en algo de ese tamaño.

—¿Las pongo en el cuenco del yogur, mamá?

—Sí, hija, ponlas, ponlas. No llores y ponlas donde quieras... ¡No vayas encorvada...!

—Hija mía, te dije que compraras diez huevos y en la bolsa hay dos huevos, ¿dónde están los otros?

—Mamá, mami, yo compré diez.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué te ocurre que vienes colorada y con el rostro sudado?

—Mamá, cuando volvía de la tienda, al pasar por enfrente de la cafetería, los hombres empezaron a mirarme un montón. Nunca me había pasado hasta ahora. Me miraban fijamente. Dijeron algunas cosas. Empezaron a gritar «Ay..., ay...». Me asusté mucho. Al echar a correr, se rompieron los huevos.

—¡Maldita sea su estampa! ¡Que Dios los maldiga! Decir esas cosas a una niña pequeña. No volveré a enviaros a ningún sitio. Que tu padre no se entere.

5

El día que empiezo la escuela primaria me toca en la misma clase que a Mustafá, un niño de mi barrio. Me alegro mucho porque no conozco a nadie. Además, tengo miedo, aunque lo disimulo. Me entran ganas de llorar, pero no debo llorar. Llorar es algo malo. Los papás de mis amigos siempre les dicen a sus hijos: «Los niños no lloran». Según dicen, no está bien llorar. Bueno, aunque si llorar no es algo bueno, ¿por qué no se lo prohíben a las niñas? ¿Acaso está bien que las niñas hagan cosas malas y no los niños? ¿O es que hay cosas malas diferentes para niños y para niñas? Pero eso no puede ser, lo malo es malo, ¿puede que lo que es bueno para unos sea malo para otros?

Mustafá y yo nos sentamos juntos en clase, uno al lado del otro. Mustafá hace pis encima de los gatos, les ata una lata a la cola, pero, bueno, me cae bien.

El segundo día voy al cole tranquila. Estoy contenta de tener a Mustafá en la clase. Me dirijo a mi pupitre, busco a Mustafá, pero se ha ido y está sentado en la fila de atrás. «Ven, anda, ven», le digo. La maestra se acerca a mí y me dice: «Ya no vas a sentarte con Mustafá, te sentarás con Sibel». No puedo reprimirme. Sin ningún miedo me enfrento a la maestra y le grito: «¿Por qué? Pero ¿por qué? Es mi amigo». No quiero llorar, pero empiezo a sollozar sin parar. Me pongo a chillar, de todos modos a las niñas no les está prohibido llorar. Las niñas son libres.

La maestra me lleva fuera de la clase y me dice:

—Chiquitina, ¿por qué te pones tan triste? Mustafá sigue siendo tu amigo, pero Sibel se sentará a tu lado porque así lo quiere tu papá.

Me quedo helada, las lágrimas que me salían a borbotones de los ojos parece que se han detenido de repente. Primero tiemblo por dentro, luego por fuera... Tiem... tiem... tiemblo.

—Bien, ya no me sentaré más con Mustafá.

6

Ya lo veo con total claridad. Mi padre quiere protegernos de los chicos. Porque los chicos son criaturas malvadas. Yo misma ya he empezado a creerlo. Porque el otro día, Ali metió la mano dentro de la blusa de Berrin. Berrin comenzó a dar chillidos. En cualquier caso, nuestros pechos son más o menos iguales. Pero, más adelante, los míos van a crecer. Ellos nos levantan la falda, quieren ver nuestras tetas, nos pellizcan. Nosotras no les hacemos a ellos nada de eso. A veces jugamos a echar pulsos o hacemos luchas en la arena. Nos ganan enseguida. Supongo que es verdad que son más fuertes que nosotras. Pero nosotras también tenemos que lograr que no nos hagan las cosas que no queremos que nos hagan. Para ello, nosotras también tenemos que ser fuertes. El otro día, Mehmet dobló con solo una mano la tapa de una botella de gaseosa. «Yo también lo puedo hacer», dije. No pude. Pero lo presiento... Yo también tengo que ser fuerte. En estos últimos días no pienso en otra cosa.

Por fin lo he descubierto. Cavando en la tierra, en el jardín, jugando, comprendí cómo voy a hacerme fuerte. Las personas y los chicos tienen miedo de tantas cosas...

Por la mañana me levanto temprano. Salgo al jardín. Empiezo a cavar al pie de los árboles. Al profundizar un poco, comienzan a aparecer esas cosas aterradoras. Cosas repugnantes, me quedo sin aliento. Gusanos rechonchos y apelotonados. Tengo que tocarlos. Sé que, cuando los toque, lograré una gran fortaleza. Si puedo lograrlo, los chicos ya no se burlarán de nosotras.

Acerco mi dedo índice a uno de ellos, lo toqué. Superblando, asqueroso. Retiro mi mano enseguida. Pero tengo que lograrlo. Esta vez aproximo dos dedos, lo toco. Los mantengo un poco más de tiempo. Parece como si el corazón se me fuera a salir del pecho. Ni siquiera yo puedo creer que esté haciendo una cosa tan horrible. Pero es mi deber.

Son asquerosos, pero no creo que sean peligrosos. No muerden, ni intentan morder. Ni siquiera tienen boca. Acerco mi mano a los otros. Ahora, los dedos índices de las dos manos tocan un gusano cada uno. Cuánto tiempo está pasando, cuánto estoy sufriendo, no lo sé. Aquí lo tienes: un gusano, entre mis dedos índice y pulgar, retorciéndose y enroscándose en el aire. Cojo otro. Dos gusanos en mis dos manos, así me quedo durante un largo tiempo. Mi cara está roja como un tomate, estoy sudando. Siento que voy a desmayarme.

Después, pongo uno en la cuenca de la mano. Luego uno más, luego uno más. Con mi otra mano empiezo a acariciarlos. Ay... Qué monos, supongo que, cuando se desea querer, se puede querer.

Dejé los gusanos al pie del árbol, fui a mi habitación, me quedé dormida. En mi sueño, me quedaba atrapada entre gusanos gigantes, pasé mucho miedo.

Al mediodía llegaron mis amigos. Aún quedaba mucho hasta que mi padre volviera del trabajo. Los chicos empezaron a empujar y alborotar. Por lo que decía Ali, Coskun estaba enamorado de Berrin. ¿A qué viene eso ahora? Cuchichean y se ríen entre ellos. Ya no podemos jugar bien con ellos.

Yo me digo: estos niños han cambiado mucho. Han aprendido palabras soeces y groseras, y las sueltan. A nosotras nos piden «Di tren»; y, al decir «Tren», nos contestan «Que te bese Zeki Muren» y se ríen. Al decir «Canguro», nos replican gritando «Ve a hacer pis al muro». Hay una especialmente fea: al decir «Chulo», chillan a todo pulmón «Ven y muérdeme el culo».

Ahora vais a ver. ¿En todo el planeta solo sois vosotros los fuertes o qué?

Ha llegado mi oportunidad. Uno de ellos ha dicho «Di chulo». «Vale», contesto. ¿Dónde estáis, mis preciosos gusanitos? Me agacho lentamente, cojo mis gusanos. Todos se quedan con los ojos como platos. Los sostengo en mi mano durante un tiempo, con risa sardónica. Y con brío se los tiro a la cara. Un gusano se queda en el hombro de uno de los niños. Ay, y qué chillido pega, cómo se ha asustado, sale corriendo gritando. Los otros se quedan tan tan sorprendidos...

No tengo la menor duda de que ahora me tendrán más respeto, serán más considerados conmigo. De aquí en adelante va a ser así: ojo por ojo, diente por diente.

Me alegro de haberlo descubierto. Las chicas también tienen que ser fuertes. Y yo ahora ya soy fuerte. Nadie, aparte de mí, es lo suficientemente fuerte como para coger los gusanos. Y nadie lo será.

7

Por las noches, salimos de nuevo furtivamente a jugar al escondite. Mi padre tarda tanto en cenar que, desde que empieza hasta que se levanta, podemos andar a nuestras anchas.

Cuando jugamos al escondite, nunca quiero ser la que lo lleva. Siempre quiero esconderme. Aunque no es divertido esconderse sola...

Yo quiero esconderme con Mehmet. Nos escondemos juntos detrás de un pequeño pino. Nos acurrucamos el uno junto al otro. Por dentro, el corazón me da un vuelco.

Una vez, entramos en la cámara donde se guarda el carbón, cerramos la puerta. «Aquí está muy oscuro —dije—, tengo miedo». En realidad, no había nada que temer. ¿Acaso el carbón puede dar miedo? Mehmet es más pequeño, pero es muy fuerte. Puso su mano en mi hombro, lo apretó fuerte. En ese momento fue como si el corazón se me hubiese caído al suelo. Quería poner mi cabeza en su hombro y quedarme así. No llegaba tampoco ningún ruido de los niños de afuera. Pero no pude poner mi cabeza en su hombro. Hice como si mirara afuera por la ventana de la carbonera, me comporté como si mi mente estuviera centrada en el escondite. Entonces, Mehmet dijo: «Creo que no nos van a encontrar, salgamos afuera». En realidad, yo me hubiera quedado allí durante años. «Vale, salgamos», dije. Salimos. Mehmet corrió con júbilo, se salvó. Yo salí sin ni siquiera dignarme a salvarme. Estaba rota por dentro. Ni miré a Mehmet a la cara. «Voy adentro», dije. Entré en casa. Todos se quedaron extrañados.

Al día siguiente me aburrí mucho en casa. No hacía más que mirar la casa blanca de la esquina. Por la noche, la primera en llegar fue Berrin. Luego vinieron Ali y Yusuf. Yo seguía aburrida. No podía preguntar a nadie dónde estaba Mehmet. ¿Dónde se había metido Mehmet?

Dos horas después llegó Mehmet. Ay, era como si mi corazón se hubiera salido de su sitio, mi cara se puso muy roja. Enseguida bajé la cabeza. Me quedé así hasta que se fue el rubor de mi cara.

Estoy muy rara.

Mehmet y su familia se van a Erdek, allí se quedarán un mes.

Por la noche, mi padre nos volvió a llamar a gritos para que entráramos en casa. Esta vez me dio mucha vergüenza, muchísima. No tiene derecho a gritarnos así. Entré dando un portazo. Me fui directamente arriba a acostarme. Me asomé por la ventana del piso de arriba casi colgando por la cintura. Mehmet se subió a la verja del muro del jardín. Me incliné todo lo que pude, pero no podía alcanzarlo con la mano. En ese momento, quise darle algo para que se acordase de mí. Tomé la perla que se había caído del pendiente de mi madre. De nuevo me asomé y se la lancé. «¿No te vas a despedir de mí?», me dijo. Yo deseaba poder despedirme. Anhelaba poder tocar su mano. Pero no llegaba. Tenía que bajar y decirle adiós. Pero mi padre estaba sentado en el salón, y la puerta estaba abierta. Me puse en cuclillas frente a la puerta, esperé y esperé. En un momento dado, cuando mi padre no miraba, agachada, atravesé el umbral. En ese instante, sentí que podría hacer cualquier tipo de sacrificio por Mehmet. «Menos mal que mi padre no oye bien», me dije a mí misma. Mehmet se colgó del muro, me puse de puntillas, planté mis labios en su mejilla. «Adiós», le dije. Abrí la puerta de un golpe, subí las escaleras a toda prisa.

«¿Qué está pasando?», gritó mi padre. Ni me inmuté. Esa noche no pude dormir nada de nada.

8

Mehmet se ha ido de vacaciones con su familia. Después de nuestra despedida, me desperté temprano; pensando que podría ver cómo se iba Mehmet, miré por la ventana durante horas, no pude verlo. Eso es que salieron muy temprano. Me he privado de sueño en vano pero bueno. Mehmet es tan tan... ¡Es un chico tan dulce!

Mi madre me vio mirando por la ventana a primera hora de la mañana. «¿Qué estás haciendo aquí?», me preguntó. «Nada, me he desvelado», le dije. Ojalá pudiera contárselo, Mehmet es tan tan... En ese momento, llegó desde arriba la voz de mi padre, «¡Mi lecheee!». «Ah, parece que se ha despertado», dijo mi madre. Se dirigió a toda prisa a la cocina a calentar la leche que mi padre bebe cada mañana en su cama. Mi padre va tarde a trabajar, todas las mañanas mi madre se levanta temprano y lo primero que hace es calentar su leche y llevársela a la cama. A continuación, prepara unos huevos que requieren dos minutos de cocción, lo llama a tiempo para que baje, después nos prepara a nosotras unas tostadas de pan untadas con mantequilla y mermelada de guindas. Y por todo esto, mi padre ni siquiera le da el dinero que ella le pide.

Deseaba mucho poder contarle lo de Mehmet. Pero parece enfadada, no está como para hablar.

Por la tarde nos reunimos como siempre en nuestro jardín, yo estoy muy triste. Seguramente no estará Mehmet. De hecho, ya han pasado cinco días desde que se fue... Me da vergüenza decirlo... Yo... a él... le... Tanto...

A casa de Ali ha llegado de visita un niño, se llama Altan. Ali lo ha traído a nuestro jardín antes de que vuelva mi padre. Parece un poco aburrido, no es tan alegre como Mehmet. Además, se sonroja también con las bromas que hacen nuestros chicos. No me gustan nada este tipo de niños. ¡Qué cursi! De todas maneras, no está Mehmet. Cuando él no está, los juegos son un rollo. Ya que Altan no habla, yo tampoco voy a hablar, él sabrá. Juega a las canicas con Ali y sus amigos, a nosotras ni nos mira. ¿Qué pasa? ¿Que nosotras no sabemos jugar a las canicas? Lo he mirado mientras juega a las canicas, su nariz es muy bonita, chiquitina, además ha ganado todas las partidas. Ha llenado sus bolsillos con las canicas que ha ganado y se ha ido. Si se va, que se vaya, ¡engreído!

Esta tarde vinieron de nuevo Ali, Yusuf y Altan. Altan me dijo «Hola». Se sentó a mi lado. En la piedra de la escalera dibujó un cuadrado con una tiza. «¿Sabes jugar a las damas?», dijo. «No, no sé», le contesté. «Yo te enseño», me dijo. Puso las piedras en una esquina. Bonito juego. Sabe jugar muy bien. Qué niño tan listo. Estaba tan bien aprendiendo a jugar a las damas... y claro, ¿cómo no iba a entrar mi padre en el jardín? Nunca se sabe cuándo entra y sale. Frunce el ceño, Altan se levanta y le dice a mi padre: «Hola, señor». Maldita sea, ¿cómo podía saber el temperamento de mi padre? A mi padre se le van a salir los ojos. Siento que el corazón se me escapa del pecho. Bueno, por lo pronto mi padre solamente le mira con mala cara y entra en la casa. El significado de esta mirada es «Largaos todos de aquí, y vosotras, adentro». Los niños se van. Nosotras entramos. Me entristece y me da vergüenza que Altan tenga que irse y que vea esa cara tan fea de mi padre. Justo cuando estaba aprendiendo a jugar a las damas...

Altan y yo nos hemos hecho muy buenos amigos, no era ni un engreído ni un tonto. Es un niño muy listo, sabe más cosas que ninguno, no es bromista como ellos, por eso al principio parece arrogante. Por las tardes, jugamos otra vez al escondite. Siempre me escondo con él, además no se va dejándome en la sala de carbón. «¿Tienes miedo?», me dice. «¿Tienes frío?», me pregunta. «Cuidado que tu padre no se enfade», me dice... Qué dulce, qué cosa más dulce...

Mehmet y su familia han vuelto... En cuanto se bajó del coche, Mehmet vino corriendo a nuestra casa... «Mira», me dijo... La perla de mi madre en la cuenca de su mano, la había guardado, no la había perdido. Pues mira qué bien. «Dame eso ahora», le dije. «Mi madre la ha estado buscando por todas partes». «¿Esto? ¿Esto es de tu madre?». Pues claro, de quién iba a ser, qué tonto. Me lancé y se lo arrebaté de las manos. «Es de mi madre, claro. ¿De quién iba a ser? —dije—. Venga, vete ya, mi padre se va a enfadar, ya lo sabes...». De hecho, mi padre no está en casa, pero Altan va a venir en un rato, vamos a jugar a las damas. Si puedo estar una hora con Altan antes de que venga mi padre... Madre mía, Mehmet ha vuelto como un gitano de lo quemado que viene por el sol...

Al día siguiente ya me volvía a gustar Mehmet... Resulta que lo había echado de menos, no había tenido tiempo para pensarlo... Inyecta alegría a nuestros juegos.

Hoy es sábado, ni Dios va a venir a nuestra casa. Mi padre está todo el día aquí. En cualquier caso, Mehmet acaba de volver. Altan también se irá después de un tiempo. Quiero ver a estos dos amigos míos... ¿Amigos? Sí, amigos, pero ¿por qué no siento lo mismo con ellos que cuando estoy con Ali y Yusuf?

Bueno, mi padre ha salido en su coche, ha puesto los ojos en blanco y ha dicho: «Volveré enseguida, ¿eh?». Siempre dice lo mismo, y lo mismo vuelve enseguida que no regresa hasta la noche; si vuelve, estamos perdidos. Si nos pilla en el jardín con los chicos, los echa a la calle con un gran alboroto e insultos, y a nosotras nos encierra dentro. Es un juego de azar y los juegos de azar son muy emocionantes. Normalmente mi hermana no quiere salir, pero yo siempre salgo. A lo mejor no vuelve temprano, ¿por qué debería privarme de estos momentos agradables?

¿Los chicos también vigilan nuestra casa o qué? Diez minutos después de que mi padre se hubiera marchado, llegó Altan. Un poco después lo hizo Mehmet... Mehmet le puso a su gato unas cintas en las orejas, incluso se las pegó... Qué chico, qué chico tan dulce. Altan sintió compasión por el gato. «Pobrecito, le debe de doler, vamos a quitarle estos lazos», dijo. Él también... qué chico más bueno es... Me preguntaron a mí, me sorprendí a mí misma porque no sabía de qué lado ponerme; Altan tiene razón, pero el gato está tan mono con esos lazos... No sabía qué decir. Los quiero mucho a los dos. No quiero ofender a ninguno de los dos. Quiero que los dos estén siempre conmigo, quiero que yo sea a la que más quieren.

Todo esto se lo conté a Berrin, que se ruborizó: «Te has enamorado de los dos, qué vergüenza, eso no puede ser», dijo.

—Pero ha ocurrido —dije—. A mí también me sorprende.

9

Mi padre estuvo buscando durante meses una escuela para niñas digna de confianza, y encontró la famosa escuela de Rabianim. Fue a esa escuela, habló con el encargado y me inscribió. Nada más empezar, me informó de que le había dicho a mi directora todo lo que necesitaba contarle, si hacía cosas malas me expulsarían de la escuela... Pero no me explicó qué eran estas cosas malas. Da por hecho que ya lo sé.

En la escuela está prohibido dejarse el pelo largo, tenemos que recogernos el pelo un poco por debajo de las orejas. Somos como ratoncitas. Llevamos uniforme y gorro. Todos los lunes por la mañana viene la directora en persona y nos revisa las uñas, el pelo, los ojos y la cara. Una vez, se puso a frotar con vehemencia mis uñas con la mano. «¿Te las has pintado?», preguntó. «No, señora, es su propio color rosado», dije... Me miró a la cara como si no me creyera. «Hum, nos vemos la semana que viene», dijo.

A esta mujer no le gusto nada.

Por la mañana, cuando me dirigía a la escuela, me encontré de casualidad con Yusuf y caminamos hasta el colegio inmersos en nuestra charla, el suyo está un poco después del nuestro... En el camino vimos a mi maestra de biología. «Buenos días, señora», dije, no me respondió...

Cuando llegué a la escuela, me llamó la directora, «¿No te da vergüenza lo que has hecho?», me preguntó. «¿Qué he hecho?», dije. «Deberías decir señora, ¡señora!», gritó... No voy a decirlo, me quedo callada. «Te han visto en el camino con un chico... He hecho llamar a tu padre, si vuelve a ocurrir algo así, ¡te echaré de la escuela!», me dijo.

«Difícilmente me echarás, esta es una escuela cara, sabes que después vendrá mi hermana aquí», dije para mis adentros.

Era verdad que había llamado a mi padre, al llegar a casa se enfadó tanto, se enfadó tanto que se le oía en todo el barrio, una vez más me humilla delante de mis amigos... Una vez más... Una vez más...

Y mi padre alquiló un minibús para ir y venir de la escuela. Y pintó de blanco las ventanas del colegio, decía que para que no viéramos a los chicos del Liceo Francés cuando pasaban por ahí... Sin embargo, nuestras horas de salida son las mismas y ellos siempre se aglomeran en la puerta de la escuela. Todas las tardes veo a uno de ellos, me encanta. Dios mío, qué guapo es...

Y también lo veo los sábados por la noche en el cine. Mi padre nos lleva al cine todos los sábados. Antes, reserva una sala. Nunca vamos a un cine sin reservar. Dice que no quiere que se siente nadie entre mi madre y nosotras. Todos los sábados vamos mi madre, mi hermana, yo y nuestra vecina doña Gülriz... y él también viene... Nos miramos fijamente durante tanto tiempo...

Mi tía ya estaba muy mayor, y enferma. Un sábado, telefonearon a mi padre, lo llamaron porque mi tía estaba muy mal. Nosotros ya habíamos comprado las entradas del cine. Mi padre se fue, no sabía si iba a venir, después llamó a mi madre, se hizo de noche, ninguno de los dos aparecía. Nos moríamos de la preocupación. Por qué no vienen, la película va a empezar en dos horas, ni siquiera hemos comido.

Llamamos por teléfono a mi tía. Mi hermana dice: «Papá se va a enfadar». Sin embargo, yo llamo. Responde mi madre. «Has hecho bien», dice. «Pero no te pongas triste, era muy mayor, se murió, no nos esperéis, comed algo y portaos bien, la vida es así, qué se le va a hacer».

Maldita sea. Esta noche no podremos ir al cine.

10

Volvimos de la escuela. Mi madre, muy seria, me llamó para que fuera a su lado. «Ven, te voy a decir una cosa», me dijo. Me asusté un poco porque tenía el semblante muy serio. Me acerqué a ella con mi hermana. A ella le dijo que saliera al jardín. Buf... me asusté mucho más. Mi cabeza empezó a darle vueltas a todo como una máquina. Lo que había hecho en los últimos días, las travesuras cometidas... Todo me venía a la mente. Le habíamos pegado a la maestra un papel en la espalda. A Ali le había dicho: «Ven y muérdeme el culo». En un día me había comido dos helados.

Mi madre, ya más suavemente, me dijo: «Ven y siéntate a mi lado». Comenzó a hablar. «Hija mía, ¿sabías que las mujeres tienen una condición particular? Les pasa todos los meses. En ciertos días sangran por la parte de abajo. Dura unos tres o cuatro días». ¿Sangre? ¿Sangre? ¿Qué sangre? ¿Qué sangre, mamá? ¿Qué sangre? ¿Por dónde sangran? ¿Qué sangre? ¿Por qué sangran...?

—Hija, a esto se le llama ser mujer. Ya sabes, las mujeres tienen hijos, para tener hijos es necesario sangrar así.

—Mamá, ¿voy a tener un hijo mío ahora? ¿Cuándo voy a sangrar? Cuando sangre, ¿voy a tener a mi hijo?

—No, hija mía, no te pongas nerviosa, cálmate y escucha. A tu edad se empieza a sangrar, pero no hay un niño en esa sangre. El cuerpo de la mujer produce óvulos. Estos óvulos salen afuera cuando no hay un niño en ellos. Al salir, se sangra.

—Mamá, mami, ¿qué sangre? No quiero tener un hijo. ¿De mis partes saldrán óvulos? ¿Qué va a pasar, mamá? ¿Qué va a pasar?

—Hija mía, ¿por qué gritas, por qué lloras? Cálmate, escucha. No van a salir óvulos, no va a haber ningún niño. Esta es la manera de tener un hijo más adelante. Ay, Dios mío, a lo mejor no tendría que habértelo explicado todavía. Pero te han crecido los pechos, ya eres mayor. ¿Hubiera sido mejor si, de repente, hubieras visto sangre? Mírame, a mí también me pasa. Todos los meses viene un poco de sangre. ¿Y acaso tengo algún niño?

—¿Sangras cada mes? ¿Cuándo? Pero yo nunca lo he visto.

—Nadie lo puede ver. Dentro de tus braguitas pones una compresa de algodón, cuando se ensucia de sangre, la cambias, nadie lo ve.

—Los chicos también se convierten en papás, ¿ellos también sangran por abajo?

—No, no sangran porque sus barrigas no hacen óvulos. Pero hija mía, a ellos se les circuncida cuando dejan de ser niños. El año pasado fuimos a la celebración de la circuncisión del hermano de Mustafá, ¿te acuerdas?

—Entonces está bien. Mamá, cuando yo sangre, ¿a mí también me darán regalos?

—No, hija mía. Porque esto no se lo diremos a nadie. Será un secreto, se terminará sin que nadie se dé cuenta.

—¿Por qué a ellos cuando se hacen mayores les hacen una fiesta, reciben regalos, y nosotras al crecer nadie lo sabe, no nos traen regalos?

—Ay, ya está bien, por el amor de Dios. ¡Qué vergüenza, cariño! Por tener ya la menstruación te van a dar regalos. ¿A quién le interesan tus partes íntimas?

—¿Y qué pasa en las circuncisiones entonces? ¿Acaso la pilila de ellos no está en sus partes íntimas? ¿Qué nos importa a nosotras si les cortan la pilila? Mamá, yo no voy a tener la menstruación ni nada de eso. Y, si la tengo, anunciaré a todo el mundo que ya soy mayor. Llamaré a todos mis amigos y comeré tarta. Recibiré rega