La noche de cenicienta - Karen Booth - E-Book
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La noche de cenicienta E-Book

Karen Booth

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Beschreibung

¡Había sido una aventura de una noche! El empresario Adam Langford siempre conseguía lo que quería. Y quería a la rubia con la que había compartido su cama un año antes y que después desapareció. Ahora un escándalo de la prensa del corazón devolvía a Melanie Costello a su vida… como su nueva relaciones públicas, aunque el auténtico titular sería que saliera a la luz su ardiente secreto. Mejorar la imagen rebelde de Adam era todo un reto y, mientras lo lograba, ¿cómo iba Melanie a ocultar la química que había entre ellos? ¿Sería capaz de arriesgarlo todo por el único hombre al que era incapaz de resistirse?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Karen Booth

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La noche de Cenicienta, n.º 2076 - diciembre 2015

Título original: That Night with the CEO

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7275-2

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Uno

Las mujeres habían hecho algunas locuras para llegar hasta Adam Langford, pero Melanie Costello iba a por el récord del mundo. Adam observó por la cámara de seguridad cómo cruzaba con el coche por la puerta bajo la lluvia más pertinaz que había visto en los cuatro años que llevaba en su finca de la montaña.

–Que me aspen –murmuró sacudiendo la cabeza.

Resonó un trueno.

Su perro, Jack, le puso el hocico en la mano y gimió.

–Ya lo sé, amigo. Hay que estar loco para conducir hasta aquí con este tiempo.

Se le erizó el vello del brazo. La excitación de volver a ver a Melanie por segunda vez en su vida le tenía un poco descentrado. Un año atrás le había dado la mejor noche de pasión que recordaba, y luego se había marchado por la puerta antes de que él se despertara. Ninguna despedida susurrada al oído, ningún beso. Lo único que le dejó fue un recuerdo del que no podía liberarse y muchas preguntas. La principal era si volvería a hacerle sentir tan vivo de nuevo.

Adam ni siquiera supo su apellido hasta hacía una semana, aunque había intentado averiguarlo por todos los medios cuando ella desapareció. Había hecho falta una pesadilla de proporciones monstruosas para que Melanie Costello volviera a su vida. Un escándalo que la prensa se negaba a dejar morir. Ahora ella estaba allí para salvarle el trasero de los cotilleos, aunque Adam dudaba que alguien pudiera conseguirlo. Si le hubieran dado aquel trabajo a cualquier otro relaciones públicas, Adam habría encontrado la manera de zafarse. Pero aquella era su oportunidad para intentar conseguir lo imposible. No tenía intención de dejarla pasar. Aunque tampoco quería hacerle saber a Melanie que se acordaba de ella.

Sonó el timbre y Adam se acercó a la chimenea para azuzar los troncos. Se quedó frente a las llamas, mirándolas fijamente mientras apuraba lo que le quedaba de bourbon. Sintió una punzada de culpabilidad al saber que Melanie estaba fuera, pero podía esperar para empezar con la renovación de su imagen pública. Ella había tenido mucha prisa por dejarle solo en su cama; así que podía aguardar unos minutos antes de que la hiciera pasar.

Era típico de Melanie Costello terminar lamentando el mejor sexo de su vida. Hasta hacía tan solo una semana, su única noche con Adam Langford era su delicioso secreto, un recuerdo gozoso que le provocaba aleteos en el pecho cada vez que pensaba en ello, y lo hacía con mucha frecuencia. La llamada de teléfono de Roger, el padre de Adam, que le exigió un acuerdo de confidencialidad antes de pronunciar una sola palabra, puso fin a aquello.

Melanie aparcó el coche alquilado en la entrada circular del enorme refugio de montaña de Adam Langford. Escondida en una gigantesca parcela situada en la cima de una montaña a las afueras de Asheville, Carolina del Norte, la mansión rústica de altos techos y arcos rojos estaba iluminada de un modo espectacular contra el cielo de la noche. Melanie se sentía intimidada.

El frío le golpeó en la cara mientras lidiaba con el paraguas y los zapatos le resbalaban por el suelo de adoquín. Llevaba unos tacones de diez centímetros en medio de un monzón. Se arrebujó en el impermeable negro y subió unos escalones de piedra. Las heladas gotas de lluvia le bombardeaban los pies y le ardían las mejillas por el viento. Un relámpago cruzó el cielo. La tormenta era ahora mucho peor que cuando salió del aeropuerto, pero el reto más importante de su carrera como relacione públicas, reconstruir la imagen pública de Adam Langford, no podía esperar.

Subió las escaleras agarrándose al pasamanos, haciendo malabares con el bolso y la bolsa de viaje cargada de libros sobre imagen corporativa. Miró hacia la puerta expectante. Sin duda alguien acudiría rápidamente a abrir para sacarla del frío y la lluvia. Alguien había abierto la puerta. Alguien tenía que estar esperando.

No parecía haber un comité de bienvenida tras la puerta de madera, así que tocó el timbre. Cada segundo que pasaba parecía una eternidad. Los pies se le convirtieron en cubos de hielo y el frío le atravesó el abrigo. «No tiembles».

Imaginarse al propio Adam Langford esperando por ella hacía que estuviera más convencida de que si empezaba a temblar, no pararía. Le surgieron recuerdos, el de una copa de champán, y luego otra mientras observaba a Adam al otro lado de la abarrotada suite del Park Hotel de Madison Avenue. Llevaba una perfecta barba incipiente y un traje gris ajustado que marcaba su esbelta complexión y hacía que Melanie quisiera olvidar todas las lecciones de etiqueta que había aprendido. La fiesta había sido la más importante de Nueva York, y se llevó a cabo para celebrar el lanzamiento de la última aventura de Adam, AdLab, un desarrollador de software. El genial, prodigioso y visionario Adam había recibido muchas etiquetas desde que consiguió su fortuna con la página social ChatterBack antes incluso de graduarse summa cum laude en la Facultad de Empresariales de Harvard. Melanie había conseguido una invitación con la esperanza de contactar con potenciales clientes. Pero lo último que imaginó fue que acabaría yéndose con el hombre del momento, que tenía que añadir una etiqueta más importante a su currículum: la de reconocido mujeriego.

Adam fue muy delicado en el acercamiento, primero provocó fuego con el contacto visual antes de cruzar la abarrotada estancia. Cuando llegó a ella, la idea de presentarse resultaba absurda. Todo el mundo sabía quién. Melanie era una completa desconocida, así que Adam le preguntó su nombre y ella respondió que se llamaba Mel. Nadie la llamaba Mel.

Adam le estrechó la mano y la retuvo unos instantes mientras comentaba que ella era la más destacable de la fiesta. Melanie se sonrojó y fue inmediatamente abducida por el torbellino de Adam Langford, un lugar donde reinaban las miradas sensuales y las bromas inteligentes. Lo siguiente que supo fue que estaban en la parte de atrás de su limusina camino del ático de Adam mientras él le deslizaba sabiamente la mano bajo el vestido y le recorría el cuello con los labios.

Ahora que iba a estar otra vez en presencia del hombre que la había electrificado de la cabeza a los pies, un hombre que provenía de una familia rica de Manhattan y a quien no le faltaban ni dinero, ni belleza ni inteligencia, Melanie no podía evitar sentirse inquieta. Si Adam la reconocía, la «absoluta discreción» que su padre exigía saldría volando por la ventana. No había nada de discreto en acostarse con el hombre al que tenía que cambiar la imagen pública de chico malo. La reputación de Adam de tener aventuras de una noche había contribuido sin duda al escándalo de la prensa. Melanie se estremeció al pensarlo. Adam había sido la única aventura de una noche de toda su vida.

Le parecía de mala educación volver a llamar al timbre por segunda vez, pero se estaba congelando. Cuanto antes terminaran Adam y ella la primera parte del trabajo aquella noche, antes estaría en pijama, calentita y cómoda bajo el edredón de su hotel. Volvió a pulsar el timbre justo cuando se descorría el cerrojo.

Adam Langford abrió la puerta vestido con una camisa de cuadros blancos y azules y las mangas subidas, mostrando los musculosos antebrazos. Unos vaqueros completaban el conjunto.

–¿La señorita Costello, supongo? Me sorprende que haya logrado llegar. ¿Tomó usted una canoa en el aeropuerto? –mantuvo la puerta abierta con una mano mientras se pasaba la otra por el pelo castaño.

Ella se rio nerviosa.

–Opté por un hidrodeslizador.

A Melanie le latía el corazón con fuerza contra el pecho. Los ojos azules y fríos de Adam, bordeados por unas pestañas negrísimas, la hacían sentirse expuesta y desnuda.

Él sonrió y la invitó a entrar con una inclinación de cabeza.

–Siento haberla hecho esperar. Tuve que meter a mi perro en la habitación. Si no la conoce se lanzará sobre usted.

Melanie apartó la mirada. No podía seguir sosteniendo la suya. Extendió la mano.

–Me alegro de verle, señor Langford.

Se contuvo para no decir «me alegro de conocerle», porque eso habría sido una mentira. Cuando aceptó aquel trabajo, pensó que Adam conocía a muchísimas mujeres. ¿Cómo iba a recordarlas a todas? Además, se había cortado un poco el pelo y había pasado del rubio apagado al dorado desde su encuentro.

–Llámame Adam, por favor –Adam cerró la puerta, dejando por suerte el frío atrás–. ¿Tuviste problemas para encontrar este sitio bajo la lluvia?

Adam la estaba tratando con la educación reservada a los desconocidos, y por primera vez desde que le abrió la puerta, Melanie sintió que podía respirar. «No me recuerda». Tal vez podía volver a mirarle a los ojos.

–Oh, no, ningún problema.

La complejidad de sus ojos la dejó paralizada, atrapada en el recuerdo de lo que había sentido la primera vez que la miró, cuando parecía decirle que lo único que quería era estar con ella.

–Por favor, dame el abrigo.

–Ah, sí. Gracias –Melanie se desabrochó con cierta ansiedad los botones y se quitó el abrigo–. ¿No tienes servicio aquí en la montaña?

Adam le colgó el abrigo en el armario y ella se tomó un segundo para pasarse las manos por los pantalones de vestir negros y retocarse la blusa de seda gris.

–Tengo ama de llaves y cocinera, pero las envíe a casa hace horas. No quería que salieran a carretera en estas condiciones.

–Sé que llego unas horas tarde, pero tenemos que ajustarnos al programa. Si esta noche acabamos con el plan de los medios, mañana podemos dedicar el día entero a la preparación de las entrevistas –Melanie agarró la bolsa y sacó los libros que había llevado.

Adam dejó escapar un suspiro y los agarró.

–Elaborar una imagen para el mundo corporativo. ¿En serio? ¿La gente lee esto?

–Es un libro fabuloso.

–Parece apasionante –Adam sacudió la cabeza–. Vayamos al salón. Me vendría bien una copa.

Adam la guio por el pasillo hasta una enorme sala con vigas de madera en el techo. Había una zona de estar con sillones de cuero tenuemente iluminada por una lámpara de araña y el fuego de la chimenea. En la pared del fondo, los ventanales parecían vivos con las gotas de lluvia que caían.

–Tienes una casa impresionante. Entiendo que hayas venido hasta aquí para escapar.

–Me encanta Nueva York, pero no hay nada como la paz y el aire de las montañas. Es uno de los pocos lugares en los que puedo darme un respiro del trabajo –Adam se frotó el cuello–. Aunque al parecer, el trabajo se las ha arreglado para dar conmigo.

Melanie forzó una sonrisa.

–No te lo tomes como un trabajo. Vamos a solucionar un problema.

–No quiero insultar tu profesión, pero ¿no es un poco cansado pasarte el día preocupándote por lo que piensan los demás? ¿Moldeando la opinión pública? No sé para qué te molestas. Los medios dicen lo que quieren. No les importa nada la verdad.

–Yo lo veo como pelear fuego contra fuego –ella sabía que Adam iba a ser un caso difícil. Odiaba a la prensa, lo que convertía el escándalo ahora llamado «de la princesa juerguista» en algo mucho más complicado.

–Sinceramente, todo este asunto me parece una monumental pérdida de dinero, porque estoy seguro de que mi padre te está pagando mucho por esto.

«Menos mal que no querías insultar mi profesión». Melanie apretó los labios.

–Tu padre me paga bien. Eso debería indicarte lo importante que es esto para él.

Por mucho que le molestara el comentario de Adam, el anticipo que le había dado su padre era superior a lo que ganaría en aquel mes con los demás clientes. Relaciones Públicas Costello estaba creciendo, pero tal y como había comentado Adam, era un negocio basado en las apariencias. Eso implicaba una oficina elegante y un guardarropa impecable, y eso no resultaba barato.

Se escuchó un ladrido al otro lado de la puerta.

Adam miró atrás.

–¿Te gustan los perros? Lo he dejado en el zaguán, pero a él le gusta estar donde está la acción.

–Claro –Melanie dejó las cosas en una mesita auxiliar–. ¿Cómo se llama tu perro?

Ya conocía la respuesta, y también que el perro de Adam era enorme y cariñoso, un cruce de mastín y gran danés.

–Se llama Jack. Tengo que advertirte de que impone un poco, pero cuando se acostumbre a ti ya no pasará nada. El primer encuentro es siempre el más difícil.

Jack volvió a ladrar. Adam abrió la puerta. El perro pasó a toda prisa por delante de él en dirección a Melanie.

–¡Jack, no! –gritó él, pero no hizo amago de detenerlo.

Jack se acercó a Melanie y empezó a lamerle la mano mientras agitaba la cola.

No había contado con que el perro de Adam revelara su pasado común.

–Es muy amigable.

Adam entornó los ojos.

–Esto es muy extraño. Nunca había hecho eso con alguien que no conociera. Nunca.

Melanie se encogió de hombros, apartó la mirada y acarició al animal detrás de las orejas.

–Tal vez haya presentido que me gustan los perros.

«O tal vez Jack y yo estuvimos juntos en tu cocina antes de que me marchara de tu apartamento en mitad de la noche».

Lo único que escuchó Melanie eran los jadeos de Jack cuando Adam se le acercó más, sin duda observándola. Se puso tan nerviosa que tuvo que decir algo.

–Deberíamos empezar. Seguramente tardaré bastante en regresar al hotel.

–Todavía no entiendo cómo conseguiste llegar hasta arriba de la montaña, pero no vas a regresar pronto –Adam señaló los ventanales con la cabeza. El agua caía en ráfagas laterales–. Dicen que hay pequeñas riadas a los pies de la colina.

–Soy una buena conductora. No me pasará nada.

–No hay coche que pueda superar una riada. Tengo espacio de sobra para que te quedes. Insisto.

Quedarse era el problema. Cada momento que Adam y ella pasaban juntos era otra oportunidad para que él la recordara, y entonces tendría que darle muchas explicaciones. Tal vez aquella no fuera una gran idea, pero no tenía opción.

–Eso supondría una cosa menos de la que preocuparme. Gracias.

–Te acompañaré a uno de los cuartos de invitados.

–Preferiría que nos pusiéramos a trabajar. Así podría acostarme pronto y empezar fresca por la mañana –sacó un par de carpetas de la bolsa–. ¿Tienes un despacho en el que podamos trabajar?

–Estaba pensando en la cocina. Abriré una botella de vino –Adam se acercó a la isla de la cocina y sacó unas copas de vino del armarito que había debajo.

Melanie dejó el material sobre la isla de mármol del centro y tomó asiento en uno de los altos taburetes de bar.

–No debo, pero gracias –abrió una de las carpetas y dejó la otra en el taburete de al lado.

–Tú te lo pierdes. Es un Chianti de una bodega muy pequeña de la Toscana. No puedes conseguir este vino en ningún sitio que no sea en el salón del dueño del viñedo –Adam se dispuso a abrir la botella.

Melanie cerró los ojos y rezó para pedir fuerzas. Beber vino con Adam le había llevado una vez a un camino que no quería volver a pisar.

–Probaré un poco –le detuvo cuando le llenó la mitad de la copa–. Gracias. Así está perfecto.

El primer sorbo que dio le provocó una oleada de calor por todo el cuerpo. Una reacción negativa teniendo en cuanta con quién estaba bebiendo.

Jack se acercó a ella y le colocó la enorme cabeza en el regazo.

Adam dejó la copa y frunció el ceño.

–Hay algo en ti que me resulta muy familiar.

Capítulo Dos

–La gente dice que tengo un rostro muy común –la voz de Melanie tenía un tono nervioso. Se dio la vuelta y prácticamente hundió la cara en la carpeta.

Adam se consideraba un experto en descifrar el mensaje oculto en las palabras de una mujer, sobre todo en el arte del despiste. «No puedo creer que vaya a intentar ocultarlo».

–¿Has trabajado alguna vez para mí?

Ella se encogió de hombros y clavó la mirada en su agenda.

–Me acordaría.

Había llegado el momento de subir la temperatura.

–¿Hemos tenido una cita?

Melanie vaciló.

–No, no hemos tenido ninguna cita –señaló con el dedo una página de la agenda–. Entonces, las entrevistas…

Adam se acercó y observó la página. Se perdió en la confusión de nombres de publicaciones.

–No me extraña que mi asistente entrara en pánico esta tarde –pasó las páginas–. Normalmente trabajo dieciocho horas al día. ¿Cuándo se supone que voy a encontrar tiempo para esto?

–Tu asistente dijo que te reorganizaría la agenda. La mayoría de las fotos y las entrevistas se harán en tu casa o en la oficina. Yo me aseguraré de que tengas todo lo que necesitas.

En aquel momento, lo que más necesitaba era buscar consuelo en un segundo bourbon en cuanto acabara con el Chianti. Continuar con aquella farsa no le apetecía nada, y la negativa de Melanie a reconocer su pasado común le resultaba muy frustrante. Necesitaba una respuesta para la pregunta que le había rondado la cabeza durante el año pasado. ¿Cómo podía una mujer compartir una noche tan extraordinaria de pasión con él y luego desaparecer?

–Por el momento, la entrevista más importante es la de la revista Metropolitan Style –continuó Melanie–. Van a hacer también fotos en tu casa. Voy a llevar a un decorador para asegurarme de que el ambiente sea perfecto para las fotos. Jack tendrá que ir a la peluquería, pero yo me ocupo de eso.

–Jack odia a los peluqueros. Tendrás que contratar al suyo, pero siempre tiene todas las horas reservadas semanas antes.

–Haré lo que pueda, pero si no está disponible tendré que contratar a alguien. Jack es importante. A la gente le encantan los perros.

–¿Cómo sabías que tenía perro?

Melanie se aclaró la garganta,

–Se lo pregunté a tu asistente.

Tenía una respuesta evasiva para todo.

–Y si no hubiera tenido perro, ¿qué habrías hecho?

–Hago todo lo que sea necesario para que mis clientes den una buena imagen.

–Pero todo es mentira. Las mentiras se acaban descubriendo.

Melanie dejó el bolígrafo y aspiró con fuerza el aire. Se subió las mangas de la blusa con gesto decidido.

–El decorador es una pérdida de tiempo –aseguró Adam–. Mi apartamento está perfecto.

–Tenemos que hacer que parezca un hogar en las fotos, no la guarida de un soltero.

Adam vio allí su oportunidad. Ella sabía cómo era su apartamento, porque la había seducido allí.

–Entonces tendré que librarme de la colección de etiquetas de cerveza de neón, ¿verdad? Están por todas partes –no tenía semejante cosa, pero no vaciló en inventárselo para pillarla.

Melanie apretó los labios.

–Ya hablaremos de eso más tarde –afirmó con tono frustrado.

–No, quiero solucionarlo ahora –Adam estaba dispuesto a pasarse horas inventando tonterías–. Hay grifos de cerveza en la cocina, y necesito saber si van a fotografiar mi dormitorio. Tengo una cama redonda.

–Eso es ridículo.

–Muchos hombres tienen camas de ese estilo.

–Pero tú no –le espetó ella.

Se quedó pálida.

–¿Tú cómo lo sabes? –le preguntó.

Melanie se puso más recta en la silla y trató de recomponerse.

–Eh…

–Estoy esperando.

–¿Qué esperas exactamente?

–Estoy esperando a oír la verdadera razón por la que sabes que tengo perro y cómo es mi apartamento. Estoy esperando a que lo digas, Mel.

Melanie dejó caer los hombros.

–Te acuerdas de mí.

–Por supuesto. Yo nunca olvido a una mujer. Te has cambiado el pelo.

A ella se le aceleró el pulso.

–Sí, me lo he cortado.

–Y el color es diferente. Lo recuerdo extendido en la almohada de mi cama –Adam se puso de pie y volvió a la isla de la cocina para llenarse la copa. Al parecer estaba enfadado, porque a ella no le ofreció más–. ¿De verdad no te pareció un problema aceptar este trabajo sabiendo que nos habíamos acostado? Supongo que eso no se lo contarías a mi padre.

Adam tenía toda la razón, pero necesitaba el dinero. Su antiguo socio se había marchado dejándola a cargo de un crédito astronómico. La peor parte era que también fue su novio, y que se había ido porque se enamoró de una de las clientas.

–Espero que podamos ser discretos con esto. Creo que es mejor reconocer que fue algo puntual y no permitir que afecte a nuestra relación laboral.

–¿Algo puntual? ¿Eso fue? No me pareces una mujer que vaya por Manhattan yéndose con hombres que no conoce. ¿Y qué hay del contrato que te hizo firmar mi padre, la cláusula de no confraternizar con el cliente?

–Eso es exactamente por lo que pensé que sería mejor ignorar nuestro pasado. Necesito este trabajo y tú necesitas limpiar tu imagen. Los dos salimos ganando.

–Así que necesitas el trabajo. Esto es una cuestión de dinero.

–Sí, lo necesito. Tu padre es un hombre muy poderoso y esto será un gran impulso para mi empresa.

–¿Y si te digo que yo no quiero hacer esto?

Melanie tragó saliva. Adam no paraba de ponerle obstáculos en el camino.