La novela infinita de Italo Calvino - Dulce María Zuñiga - E-Book

La novela infinita de Italo Calvino E-Book

Dulce María Zuñiga

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Beschreibung

Italo Calvino (1923-1985) fue un maestro en desafiar lasa convenciones literarias y en reinventar el acto de narrar. En sus creaciones, la realidad y la ficción danzan en un equilibrio perfecto, creando un cosmos literario inigualable. Una de sus principales obras, Si una noche de invierno viajero (1979) marcó un hito al explorar la esencia misma de la narración. En esta hipernovela, Calvino nos lleva a través de un viaje donde los límites entre el lector y el protagonista se desdibujan. Aquí, los personajes son múltiples, las historias son infinitas y la imaginación es la fuerza dominante. La obra de Calvino invita a los apasionados de la literatura a sumergirse en un laberinto de posibilidades narrativas, donde el placer de la lectura se entrelaza con la reflexión sobre la identidad, la realidad y la ficción, Nos desafía a cuestionar la naturaleza misma de una novela y nos muestra cómo cada texto nace en relación con otras obras. Este libro, La novela infinita de Italo Calvino, es un homenaje a la mente genial de uno de los escritores más originales del siglo XX, a cien años de su nacimiento. Invita al lector a descubrir la magia detrás de sus palabras, donde cada página es un viaje en sí mismo y cada lectura una nueva aventura.

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Índice

Introducción

I. Si una noche de invierno un viajero a la luz de Lecciones americanas. ¿Dos caras de una misma teoría?

II. Una novela infinita e infinitamente completable

III. Ermes Marana, o el irresistible absurdo del seductor de la literatura

IV. Los niveles de realidad: las realidades de la literatura

V. Una red de lecturas cruzadas

Referencias

Introducción

Italo Calvino (1923-1985) fue un escritor único, esta singularidad lo llevó a ser, en cada ocasión que publicaba, diferente y múltiple a la vez. Construyó una imagen no solo de sí mismo, sino de la literatura en constante movimiento. Cuando el lector creía tener la medida o las expectativas que podrían contenerlo, él se encargaba, con un nuevo libro, de derribar cualquier idea fija que se pudiera tener de él. Cada texto de Calvino abre múltiples posibilidades de lecturas e inventa espacios regeneradores en la tradición literaria.

Estas páginas, intituladas La novela infinita de Italo Calvino, se erigen como una aproximación teórica a la obra de este autor único. En este libro, el objetivo es explorar la riqueza y la complejidad de la obra de Calvino, particularmente en relación con su novela Si una noche de invierno un viajero (1979). La novela, a pesar de su título, representa más que una simple narrativa; es una obra plural que acepta lecturas plurales y transdisciplinarias.

Si una noche de invierno un viajero se sitúa en la novelística contemporánea en lo alto de estas afirmaciones: teoría y ejecución se asocian para mostrar un juego en el que el lector tendrá que extremar sus habilidades de lectura, pero no por la dificultad de la escritura, sino por la maestría de un verdadero novelista.

El novelista no está satisfecho con relatar historias: construye ciudades, situaciones y, sobre todo, series combinatorias de palabras. El novelista pretende renovar el mundo (animarlo a aparecer de otra manera) en un espacio que está ahí (donde ocurre lo cotidiano) y allá (donde se verifica lo literario; el texto, su historia, su escritura y su reescritura). Un novelista que echa mano de las virtudes transformadoras del lenguaje para facturar imágenes precisas de su singular fantasía. La obra entera de Calvino es una hiperimagen, una iconología fantástica.

Si una noche de invierno un viajero, la última novela publicada en vida por el narrador italiano, apareció en la editorial Einaudi de Turín en 1979. Provocó una marea de críticas —en su mayoría favorables—, que renovaron una vez más el interés por la producción literaria de su autor. Muchos estudiosos de la obra calviniana han inscrito este libro en la genealogía directa de El castillo de los destinoscruzados (1973) y Las ciudades invisibles (1972) pero también se ha percibido un retorno al primer Calvino, recuperando esa vivacidad de la mirada que creíamos perdida desde los tiempos de El barón rampante, El vizconde demediado y El caballero inexistente, la trilogía Nuestros antepasados (1952, 1957 y 1959, respectivamente, y reunidas en un volumen en 1960). Pietro Citati, escritor y crítico italiano, escribió:

¿Qué hace pues este escritor quien, por azar, indolencia o pereza lleva el nombre de Italo Calvino, ese escritor que no está seguro de sí mismo y que quisiera desaparecer? [...] Comienza a hacer un relato e inmediatamente se da cuenta de que de nuevo posee esa alegría, esa vivacidad de las miradas, inspiraciones y humores novelescos que creía haber perdido desde los tiempos del Barón rampante. Como antaño, se exhibe: exalta todo lo que hay de mitómano, de “histriónico” y canalla en el personaje del narrador. Le gusta el relato intrincado, múltiple, polimorfo: el relato como selva infinita que hay que talar, y al mismo tiempo como selva que hacemos renacer cada vez más espesa (1979).

No debemos omitir un hecho importante: si esta última novela constituye una suerte de abandono de la dimensión puramente fantástica, un regreso a la dimensión contemporánea, esto no significa un abandono de lo imaginario; al contrario, este libro revalora la función irremplazable de la literatura de imaginación fantástica porque precisamente la pone continuamente en crisis.

El autor sugiere una definición para su viajero: “es una novela acerca de la mistificación, situada en un mundo en donde nunca estamos seguros de lo que es verdadero y lo que es falso, dentro y fuera de nosotros, donde estamos también inseguros con respecto a nuestra propia identidad”.

Uno de los tópicos principales de Si una noche de invierno un viajero es “la fascinación novelesca”, como Calvino mismo lo define. El libro presenta un marco (cornice) en donde evoluciona un personaje desencantado: el Lector, llamado por Calvino “una especie de Cándido de nuestro tiempo”. El marco introduce diez inicios de novela, que se interrumpen en el momento de mayor intensidad dramática. Además, está compuesto por 12 capítulos y, entre cada uno de ellos, se intercalan los diez incipit donde se ensayan diferentes estilos novelescos. Esta estructura sugiere afinidades con Las ciudades invisibles, pero los desarrollos narrativos divergen profundamente. Los diez comienzos de novela recuerdan el sistema orgánico de El castillo de los destinos cruzados, pero la semejanza se detiene ahí porque las novelas de Si una noche… tienen una densidad de realidad que no tenían los relatos emblemáticos, construidos por los viajeros, mediante las cartas del tarot en El castillo.

Es un conjunto de posibilidades novelescas lo que Calvino ofrece en esta hipernovela, mucho más que un muestrario de historias. Genera ruptura en la inspiración y en la lógica temporal, así como en las cualidades de una vena narrativa que se desarrolla alrededor de una figura específica: el Lector, y de un universo particular: el libro, objeto de consumo y producto de la ingeniería editorial.

Ciertamente hay un rompimiento con la tradición canónica de la novela y con su propia línea narrativa, pero, al mismo tiempo, se presenta una coherencia que desemboca en una continuidad con esos mismos elementos. ¿Acaso no hay cierta secreta relación entre el Lector de Si una noche… y Qfwfq, el personaje de Cosmicomiche y de Ti con zero? Y, aun cuando el Lector sea muy diferente de la figura histórica de Marco Polo en Las ciudades invisibles, ¿no asume él también la responsabilidad de desarrollar y encadenar los diversos relatos que se intercalan en la novela? El Lector, “Cándido de nuestro tiempo”, es la figura a partir de la cual se articula la novela, complementada por la Lectora, Ludmilla, la lectora ideal que va tras el deseo de cumplimiento de la lectura. ¿Tiene ella un funcionamiento comparable al de las imágenes iniciales de la trilogía Nuestros antepasados (El caballero inexistente,El vizconde Demediado y El Barón Rampante), o de las unidades imaginarias de El castillo de los destinos cruzados y Las ciudades invisibles? ¿Es Ludmila el motor de un imaginario esquizomorfo que contiene en sí mismo las premisas, el desarrollo y el final del relato? ¿O bien, asume las virtudes del imaginario sintético que vemos afirmarse en el periodo de los textos fantásticos? A primera vista, Si una noche… parece desprovista de imágenes espaciales fuertes como el castillo, la selva, la ciudad o el cosmos, que modulan la economía y la significación de los relatos de libros anteriores; subsiste, sin embargo, la unidad del viaje y su naturaleza dinámica.

La metáfora del viaje y la figura mítica del viajero están en el centro de articulación de Si una noche..., pero nada en la literatura de Calvino es sencillo; en esta novela, el viajero no se desplaza forzosamente en el espacio, más bien, su viaje es a través del universo narrativo, del mundo narrado, contenido en los libros. W. Pedullà afirma:

En la mitología actual, Ulises no navega, sino que se sienta y lee [...] Es más o menos eso lo que sucede en la última novela de I. Calvino (Pedullà, 1979).

Por su parte, Pietro Citati, constata que Si una noche de invierno un viajero está construida alrededor de la figura del Lector:

Como lo decía Hofmannsthal, “el hombre con libro” es la figura simbólica de nuestro tiempo, y ya no el guerrero, el sacerdote o el escritor. Parece que todos los demás gestos han desaparecido de la tierra [...] Si queremos conocer el sentido de la existencia, debemos abrir un libro (Citati, 1979).

Por un lado, Calvino cuenta historias en las que involucra a los protagonistas más extraordinarios, describe lugares reales o ficticios y los dota ingeniosamente de interés. Por otro, hace deslizarse en sus textos, insensiblemente, un arte poético sutil pero complejo a la vez, una ejecución orientada hacia la sensibilidad de los lectores.

La novela de Calvino acontece en un territorio común a la historia, la poesía, la geografía, la mitología y la psicología; del mismo modo, atraviesa y transgrede un sinfín de límites y fronteras en la convención estética. En su esencia misma, la novela es uno de los géneros más ambiguos y plurales de la literatura. Su impureza nace a causa de su constante oscilación entre la prosa y la poesía, entre el concepto y el mito. “La novela debe su ambigüedad y su impureza al hecho de que es el género épico de una sociedad fundada en el análisis y la razón, es decir, en la prosa”, escribe, inmejorablemente, Octavio Paz (1956b, p. 225).

Si una noche de invierno un viajero rompe con la tradición de la novelística y hace que la novela, como género, se plantee a sí misma varias interrogantes: ¿qué soy?, ¿cómo puedo existir?, ¿cuál es mi genealogía?, ¿cuáles son mis orígenes? La novela de Calvino formula y ensaya a responder estas y otras cuestiones en el momento de su ejecución, en un nivel metanovelesco y metaliterario: un andamiaje admirable.

La novelaes el lugar de encuentro y diálogo de un sinnúmero de voces-textos pertenecientes a la tradición literaria: es un mosaico de citas, un fenómeno de absorción y transformación de otros textos; una rapsodia también. Es un libro que vive dentro del intertexto, las series combinatorias de palabras que tienden su infinito hacia la escritura literaria. Calvino, en su ensayo Il libro, i libri, describe de manera insuperable el espíritu que animó la escritura de su novela de novelas:

La empresa de tratar de escribir novelas “apócrifas”, que me imagino escritas por un autor que no soy yo y que no existe, la llevé a sus últimas consecuencias en mi libro Si una noche de invierno un viajero. Es una novela sobre el placer de leer novelas; el protagonista es el Lector, que empieza diez veces a leer un libro que por vicisitudes ajenas a su voluntad no consigue acabar. Tuve que escribir, pues, el inicio de diez novelas de diez autores imaginarios, todos en cierto modo distintos de mí y distintos entre sí; una novela toda sospechas y sensaciones confusas; una toda sensaciones corpóreas y sanguíneas; una introspectiva y simbólica; una revolucionaria existencial; una cínico-brutal; una de manías obsesivas; una lógica y geométrica; una erótico-perversa; una telúrico-primordial; una apocalíptica alegórica. Más que identificarme con el autor de cada una de las diez novelas, traté de identificarme con el Lector: representar el placer de la lectura de un género dado, más que el texto propiamente dicho. En algún momento me sentí incluso como atravesado por la energía creativa de estos diez autores inexistentes. Pero sobre todo traté de hacer resaltar el hecho de que cada libro nace en presencia de otros libros, en relación y cotejo con otros libros (Calvino, 1984).

A manera de cierre resulta necesario mencionar que el título de esta obra, La novela infinita de Italo Calvino, es idéntico al de un texto de la misma autora, publicado en 1991 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Fondo Editorial Tierra Adentro, 14); sin embargo, el contenido de la nueva edición que recorre estas páginas ha sido actualizado y enriquecido a la luz del tiempo transcurrido, sobre todo respecto de los libros póstumos de Italo Calvino. Que estas líneas sean también, pues, un viaje que depare una aventura renovada para el lector.

I. Si una noche de invierno un viajero a la luz de Lecciones americanas. ¿Dos caras de una misma teoría?

Seis propuestas para el próximo milenio

Italo Calvino debía dictar, en la Charles Eliot Norton Poetry Lectures de Harvard, una serie de conferencias durante el ciclo universitario 1985-1986. Por desgracia, la muerte se lo impidió; por fortuna, antes de morir pudo escribir algunos de los textos que hubiera debido leer a su público americano. A partir del momento en que Harvard le hizo la invitación, en 1984, Calvino invirtió todo su tiempo en la preparación de lo que familiarmente empezó a llamar las Lecciones americanas. Era la primera vez que la prestigiosa cátedra hacía el honor a un autor italiano, ya antes la Norton Poetry Lectures de Harvard había recibido, por ejemplo, a Igor Stravinsky, Jorge Luis Borges, Octavio Paz y T. S. Eliot. Calvino se planteó llevar a cabo un proyecto memorable y ambicioso: proponer a los amantes de la literatura de los siglos por venir los valores literarios permanentes, aquellos atributos que desde Ovidio hasta Georges Perec merecerían ser conservados no solo los siguientes cien años, sino durante todo el milenio, hasta el año 2999. Las intenciones de esta especie de summa se hacen explícitas en el subtítulo: Sei proposte per il prossimo millennio.

Cada uno de estos seis valores que, según escribe Esther Calvino en el prefacio del volumen, hubieran podido ser ocho, abordan una temática, un hilo, una obsesión de la literatura que ha sido escrita en un poco más de dos mil años. Seis propuestas están anunciadas en la portada del libro, pero, infortunadamente, no se pudieron editar más que cinco porque, de la sexta, “Consistencia”, Calvino dejó solo algunas notas, pues había calculado escribirla a su llegada a los Estados Unidos en 1985.

Partamos de la siguiente interrogación: ¿en sus “lecciones”, Calvino habla como lector de la obra de otros escritores, o bien, se basa sobre todo en su propia experiencia literaria, su itinerario de autor-lector? ¿Son los valores que él mismo utilizó, convirtiéndolos en elementos funcionales y constitutivos de su lectura y su escritura? Trataremos de responder a estas interrogantes comparando las teorías de Lecciones americanascon Si una noche de invierno un viajero,1 el texto de ficción más complejo y trabajado, en lo que concierne a la estructura y el estilo de este autor inagotable.

La problemática del comienzo

Esther Calvino, en Lecciones americanas, escribe que “la sexta conferencia de Harvard hablaría de ‘Consistencia’”; a propósito de la séptima no dice nada, pero señala que el título de la octava ya había sido definido: “Sul cominciare e sul finire (dei romanzi)”, “Sobre el comienzo y el final (de las novelas)”. Esto, más que un “valor literario” es un punto fundamental, formal, de toda literatura, el problema del cómo, hacia dónde y hasta dónde de cualquier relato.

Primero contrastemos con “el miedo de terminar” de Tristram Shandy, el personaje de Laurence Sterne, que lo conduce de una digresión a otra —y a digresiones dentro de digresiones— o con “el aplazamiento del final” de Marcel Proust, “el final que no es un final” del Ulises de Joyce o el aún más problemático Finnegans Wake, del mismo Joyce, que orquesta de manera deliberada una puesta en escena de este problema formal del inicio que no es un inicio y el final que no es concluyente. Finnegans Wake se termina en el primer hilo de la apertura, el final de la novela nos reenvía inevitablemente al inicio: novela infinita, historia interminable, por incompleta en el caso de las Lecciones, inacabada en el del Viaggiatore.

La problematización del comienzo se ha vuelto toda una tradición en la literatura contemporánea. La fórmula clásica de los cuentos de hadas: “Había una vez...” para empezar, o la de “Se casaron y fueron muy felices”, para terminar, dejó de funcionar. Se trataba de la necesidad de variantes que experimentaban los escritores ante las condiciones que fueron imponiendo los tiempos modernos.

Como se sabe, Rayuela, de Julio Cortázar, explota ese carácter y ofrece una novela conflictiva, circular, aleatoria. Inicia formulando una pregunta: “¿Encontraría a la Maga?” y propone dos posibles finales, de acuerdo con la elección del lector entre efectuar la lectura lineal del texto o seguir las indicaciones de la tabla de dirección que encontramos en el inicio del libro y que nos guía en una lectura a saltos, como un caballo de ajedrez. Lo interesante es que la lectura codificada por el autor nos remite en un momento dado al capítulo 131, que es “formalmente el final”, pero dicho capítulo nos indica ir al 58 que a su vez nos había conducido al 131. De esta manera el texto continúa y nunca llega a un punto conclusivo. Otra historia interminable, infinitamente repetible.

Otro ejemplo en la literatura latinoamericana es Entre Marx y una mujer desnuda, del escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum. La primera frase es:

o sea que las cosas no han sido todavía sino que van a ser, no pasaron así, sino que van a suceder ahora, en estas páginas, nadie sabe cómo, no tienen un principio ni un orden otro que el que tú les des, e incluso la sucesión de renglones, de párrafos, de páginas puede ser alterada... (Adoum, 1978, p. 7).

Aquí la problematización del comienzo es clara y explícita: es el lector quien debe imponer un orden en los enunciados o alterarlos según su voluntad, eso dota al lector de responsabilidades activas al efectuar la lectura de la novela que debe construir. Otro procedimiento que hay que señalar es que el texto empieza con minúscula: como si esa frase formara parte de un texto preexistente y, sin embargo, ausente del cuerpo que estamos leyendo; el “o sea que” pretende explicar algo que no ha sido dicho en el texto. Eso significaría que el verdadero principio de la novela se encuentra en otro lado, inscrito en algún lugar. El final del texto no es menos insólito que el principio, concluye con estas palabras: “A menos que con dos Alka-Seltzer y cuatro aspirinas”, así, sin punto final ni frase de conclusión. Inicio sin mayúsculas y final sin punto, dos reglas de la gramática tradicional transgredidas y, sin embargo, eso no impide, sino que contribuye, a que esta sea una de las grandes novelas de la literatura latinoamericana del siglo XX.

El caso de Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino describe el viaje contemporáneo de las novelas y los lectores. El título aparece como una frase inconclusa porque la conjunción condicional “si” exige una continuación de la proposición después del sujeto “viajero” al final de la frase. Al leerla, nos sentimos tentados a poner puntos suspensivos para llamar la segunda parte de la frase que se debe encontrar forzosamente en algún lugar. La fórmula estaría completa si se añadieran complementos como “si una noche de invierno un viajero hiciera tal cosa, pasaría tal otra cosa”, pero Calvino, maestro de la sugerencia y de la incompletitud, prefirió dejar al lector la experiencia de encontrar el complemento ideal para el título de su novela.

El texto de Calvino empieza con un doble “comienzo”, como en un espejo. Nosotros, lectores de carne y hueso, que nos disponemos a iniciar la lectura de un libro que se titula Si una noche de invierno un viajero, lo abrimos y encontramos: portada, portadilla, dedicatoria y luego, en la página que debería de llevar el número 3, puesto que la página siguiente lleva la cifra 4, vemos un I romano y empezamos a leer el primer capítulo que dice: “Estás por empezar a leer la nueva novela Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino”, y enseguida el narrador nos da, en segunda persona, toda una serie de recomendaciones para optimizar nuestra lectura, una puesta en escena de la actividad de la lectura. Así, en lugar de encontrar el principio de una novela, se nos presenta un espejo donde vemos reflejada nuestra condición de lectores a punto de empezar un libro que dice “estás a punto de empezar a leer...”. Entonces, ¿qué es lo que realmente ha empezado?, ¿la novela de Calvino o un libro que nos describe leyendo una novela de Calvino? ¿Dónde empieza la novela?, ¿en el momento en que leemos la primera frase? Siguiendo la lógica que nos rige, la respuesta sería sí, porque ese es el principio físico de la novela. Pero, avanzando un poco, en la página 11, después de una blanca, en lugar del esperado II romano encontramos un título: “Si una noche de invierno un viajero”, la novela que el lector-personaje va a empezar a leer. Inicia así: “La novela comienza en una estación de ferrocarril, sopla una locomotora, un silbido de pistones cubre la apertura del capítulo, una nube de humo oculta parte del primer párrafo”.

La obra inicia con la frase “La novela comienza”, puesta en abismo de la lectura e indicio de un registro metanovelesco y metaliterario, ya que en lugar de leer “Había una vez una estación de ferrocarril...”, leemos que la novela dice que empieza en una estación. La atmósfera de ambigüedad está reforzada por la utilización de expresiones como “nube de humo” y otros signos que remiten a la vaguedad.

El final del libro está problematizado igualmente: termina en una escena en la cual el personaje, tú-lector, no quiere apagar la luz porque está a punto de terminar la lectura de Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino. De nuevo el espejo, la puesta en abismo de la lectura. ¿Cuál es la novela que está a punto de terminar? La nuestra, de papel y tinta negra, porque sabemos que en la ficción es imposible que el personaje con el que nos vamos familiarizando a lo largo de las páginas y que comienza a leer al mismo tiempo que nosotros, el Lector, termine su novela porque no existe, toda la edición de Si una noche de invierno un viajero de la ficción estaba defectuosa, incompleta, no iba más allá de la página 32 y a partir de ahí repetía las mismas 32 hasta el final del volumen. En ese mismo capítulo final (XII) el personaje femenino, Ludmilla, la Lectora, “cierra su libro”, no está dicho que concluya su lectura, solamente que lo cierra. Después constataremos que esta imposibilidad de completar la lectura es uno de los leitmotiv principales de la novela de Calvino. Nosotros, lectores reales, podemos terminar de leer el libro físico de Calvino, pero nos quedará inevitablemente un vacío por llenar.

Hay entonces un inicio y un final problematizados en el libro: “Estás por empezar” algo que no empieza y “Estoy por terminar” algo que no termina.

Los lectores de la obra de Calvino sabemos que en cada uno de sus libros trabajó los principios y los finales de sus textos minuciosa y sabiamente como un exquisito artesano. Sin duda, la proyectada octava conferencia en Harvard habría constituido un verdadero acontecimiento en el dominio de la teoría y la reflexión sobre el hecho literario.

Stai per leggere

La primera frase de Lecciones americanas es “Estamos en 1985: quince años nos separan del inicio de un nuevo milenio”. Mientras que en la novela tenemos aquel: “Estás por empezar a leer la nueva novela Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino”. En ambos casos algo está a punto de suceder, algo muy importante:

El final del milenio; el final de una enorme franja de la historia.El inicio de la lectura de una novela.

En el primer caso, la frase italiana emplea el verbo essere o “ser”, conjugado como siamo, que significa “somos”; en el segundo stare o “estar”, conjugado como stai, que significa “estás”. Los verbos essere y stare indican el ser y la existencia aquí y ahora. Estamos frente a dos cosas a punto de efectuarse en el momento mismo en que leemos esas frases. Lecciones americanas continúa: “Por ahora no me parece que la proximidad de esta fecha provoque ninguna emoción particular”. Las frases que siguen a la primera en Si una noche… son imperativos: “Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otro pensamiento. Deja que el mundo que te circunda se pierda en la indiferencia”.

Es curioso que el final del milenio no deba despertar “ninguna emoción particular”. La historia y los hechos del tiempo no tienen aparentemente gran importancia; mientras que el comienzo de una novela, de la novela que tenemos frente a los ojos, está cargado de imperativos que nos presentan el acto de “estar por comenzar a leer” como un suceso de la más alta relevancia. Nos da la impresión de asistir a la puesta en página de una afirmación trascendental: la literatura está más allá y por encima de cualquier otro hecho humano; ella sola puede dar cuenta de la parte vital esencial, essere, de la vida humana y del mundo. “Mi fe en el futuro de la literatura consiste en saber que hay cosas quo solo la literatura puede dar con sus medios específicos”, concluye Calvino en esa misma página. La literatura es capaz de decir cosas que la historia no se atreve.

Primera lección: leggerezza

“¿Muchos hilos se han enredado en mi discurso? ¿De cuál debo tirar para encontrarme la conclusión entre las manos?” Calvino formula esta interrogante al final de la primera lección de Lecciones americanas. Es una pregunta que podría hacerse el lector de Si una noche de invierno un viajero al término de la novela. Hay sin duda una multitud de hilos que podrían ser tirados porque no hay en el texto una historia única ni una “conclusión” general, hay “multiplicidad” de ellas. La novela de Calvino es “el lugar de la multiplicidad de las cosas posibles”.

Calvino, apoyándose en la idea de la ligereza y la levedad, logra saltar de un incipit a otro dentro de Si una noche…, escapando así al peso del mundo y de las palabras, que son duros como la piedra, de la misma manera que el poeta dolcestilnovista Guido Cavalcanti vuela sobre las tumbas del cementerio de San Juan, en la descripción que hace de él Boccaccio (Decameron, VI, 9).

En su Lección, Calvino utiliza la imagen de Perseo, con sus sandalias aladas, opuesto a la pesadez, enemigo de la imagen de Medusa, aquella que tiene el poder de convertir en piedra todo lo que mira. Perseo, gracias a su ligereza, vence a Medusa. Calvino propone “volar como Perseo en otro espacio” para “huir de la mirada inexorable de Medusa”; volar no significa solamente huir, escapar, sino, sobre todo, recuperar la ligereza como valor artístico. El peso equivale a la densidad del discurso que nos liga al lenguaje práctico, cosificado, y constituye un velo para la imaginación y la claridad del pensamiento. Existe igualmente la gravedad literaria: resúmenes de la realidad, retóricos y aparentemente eruditos, disfrazados de novelas, especies de ficciones cortadas bajo modelos ya aprobados, del tipo best seller o novelas de éxito a las que no les interesa ir más allá de la pura diégesis. La pesadez de la realidad está representada en las conferencias de Calvino por la figura de Medusa: ella impide liberar el imaginario en el lector y lo reduce a lo inmóvil. Es entonces cuando se produce una fractura infranqueable entre las palabras y las cosas:

La profunda correspondencia del lenguaje y del mundo se encuentra deshecha. La primacía de la escritura está suspendida. Entonces desaparece esa capa uniforme en la que se entrecruzaban indefinidamente lo visto y lo leído, lo visible y lo enunciable. Las cosas y las palabras van a separarse. El ojo estará destinado a ver y a ver solamente; la oreja a solo escuchar. El discurso tendrá como deber decir lo que es, pero no será nada más lo que dice (Foucault, 1966, p. 38).

El lector, reducido por Medusa, petrificado, no sabría encontrar el camino de la representación, se quedaría en la superficie, no podría eliminar de la piedra el exceso de materia, como Miguel Ángel, para encontrar la viva figura que está encerrada en el bloque de mármol.

Es necesario quitar del lenguaje todo lo que estorbe a la ligereza, de la misma manera que el escultor desecha lo excesivo para descubrir la figura contenida en el bloque de materia. Es inevitable recordar aquí el bellísimo madrigal de Miguel Ángel donde expone su poética (Buonarroti, 1975, pp. 212-213):

Si come per levar, donna, si pone

in pietra alpestre e dura

una viva figura

che la plu cresce u’più la pietra scema;

tal alcun’opre buone,

per l’alma che pur trema,

cela il superchio della propia carne

co’l’inculta sua cruda e dura scorza.

Tu pur dalle mie streme

parti puo’sol levarne,

ch’in me non è di me voler né forza.2

Así, para aprehender lo que es, el escritor debe conducirse como Perseo para no caer en los seductores sortilegios de Medusa. Si una noche de invierno un viajero aprovechó al máximo esta experiencia de la ligereza: evita el pesado camino de las expectativas lógicas del pensamiento práctico, de funciones no ficcionales y se concentra en un cambio de imaginario y en la utilización de una mirada diferente, que implica otro patrón lógico, otros medios epistemológicos que conducen al lector a la ruta segura del “goce” del texto. Calvino lo expresa así en Lecciones americanas (LA): “Debo cambiar mi aproximación, debo mirar el mundo desde otra óptica, otra lógica, otros medios de conocimiento y verificación (LA, p.9)”.

Es un programa perfectamente aplicable a Si una noche de invierno un viajero: la novela se despoja del peso de las apariencias y de la imagen prefabricada de la realidad trasmitida por los discursos de esta estofa: Calvino lleva a cabo su proyecto de manera elegante, eludiendo con gracia la mediocridad de cánones literarios ya en desuso, quitando peso a la estructura del relato y al lenguaje. Desde que, según Claude Burgelin, Flaubert y Borges llevaron el imaginario al límite y el resultado es que vemos a: “Bouvard y Pecuchet convertidos de nuevo en copistas y a Pierre Menard reescribiendo Don Quijote” (Burgelin, 1988, p. 11). Es por medio de la ligereza que la novela de Calvino (deberíamos decir “las novelas”) puede emprender una y otra vez el relato, pasando de un incipit a otro, de una historia a otra sin que el salto constituya una dificultad para el lector, porque el texto le proporciona alas para volar en su territorio. Volar con “la ligereza del pájaro y no la de la pluma”, como lo deseaba Paul Valéry. Calvino describe así su trabajo de escritor:

Mi operación ha sido, la mayoría de las veces, una sustracción de peso; he intentado eliminar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes, a las ciudades; sobre todo, he intentado quitar peso a la estructura del relato y al lenguaje (LA, p.5).

Al menos desde 1965 (fecha de la publicación de Cosmicómicas), la obra de Calvino ha estado en pos de esta ligereza, pero no hay que confundirla con “liviandad” o “frivolidad”: los textos de Calvino están inscritos dentro de la complejidad laberíntica y de la dificultad. Calvino trabajó siempre desafiando la dificultad, su literatura responde al ideal propuesto en “La sfida al labirinto” (El desafío al laberinto) (Calvino, 1962); es una literatura de la rendición al laberinto:

Quien crea poder imponerse a los laberintos huyendo de su dificultad, se queda al margen ya que no es pertinente pedir a la literatura que, una vez que encontramos un laberinto, encontremos también la llave para salir de él. Lo que puede hacer la literatura es definir la mejor actitud para hallar la salida, incluso aunque ésta no sea más que un pasadizo que conduce a otro laberinto. Lo que queremos preservar es el desafío al laberinto, lo que queremos detectar y distinguir de la literatura y de la entrega al laberinto, es una literatura del desafío al laberinto.

“Unir la extrema gravedad de la pregunta a la extrema ligereza de la forma ha sido desde siempre mi ambición”. Calvino habría aprobado seguramente con entusiasmo esta afirmación de Milan Kundera (1986, p. 92). Más aún, Calvino la formuló también, de otra manera: ¿hay algo más grave en literatura y en la industria editorial que un falsario, un terrorista de la lectura, saboteador de novelas? Ermes Marana, el personaje de la novela de Calvino, asume este carácter, entre varios otros. Ermes, el alado, comete agravios profundamente graves, actuando con extrema ligereza.

La interrogante existencial del hecho literario que Calvino enuncia en Si una noche de invierno un viajero es de una importancia clave: ¿qué es la ficción?, ¿qué la lectura?, ¿cómo funcionan?, ¿qué es una lectora, un lector?, ¿qué es la novela?, ¿qué es, en suma, aquello que solo la literatura puede revelar? A pesar de proponer interrogaciones de este tipo, la novela de Calvino puede ser leída en la simplicidad del placer, en la acepción que Roland Barthes otorga a este término: “decir que la novela tiene una cara que tranquilidad que da euforia, que proviene de la tradición y que no rompe con ella, que está ligada a una práctica confortable de la lectura...”. Abordándolo desde esa perspectiva, la obra de Calvino es un texto de placer. Sin embargo, esta Noche de invierno posee una fase de goce, escondida, complicada, intrincada. Barthes vuelve a ser pertinente:

Texto de goce: el que pone en estado de pérdida, el que incomoda (tal vez hasta un cierto enfado), remueve los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector, la consistencia de sus gustos, de sus valores y de sus recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje (Barthes, 1978).

El lector de Si una noche… tiene la posibilidad del hedonismo global de la cultura, así como de la destrucción de esta última con la intención de reconstruirla en algún otro lugar; renovada, desplazada, con límites más vastos.

La ligereza en el texto de Calvino tiene al menos tres manifestaciones: