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Desterrada de su lado… atada a él por un secreto. Creyendo que lo había traicionado, Rocco había roto el compromiso con su prometida, Mia, y la había despedido. Tres años después, el descubrir que había tenido un hijo suyo puso su mundo patas arriba. De inmediato pensó que se lo había ocultado como venganza por que la hubiera despedido, pero poco después supo que todo apuntaba a que alguien había orquestado una oscura conjura contra ambos. Rocco, que no quería poder ver a su hijo solo unos pocos días al mes, le propuso un trato: que se casaran y a cambio él le devolvería su puesto en la compañía. Mia accedió solo porque no quería que su hijo se criase sin su padre, pero no quería volver a caer bajo el hechizo del hombre que tanto la había hecho sufrir. Sin embargo, no le resultaría nada fácil porque saltaban chispas entre ellos...
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Seitenzahl: 184
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Maya Blake
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La novia despedida, n.º 2844 - abril 2021
Título original: The Sicilian’s Banished Bride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-345-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
ES HIJO tuyo. ¡Encuéntralo! ¡Encuéntralo!»… Esas palabras de su abuela se repetían una y otra vez en la mente de Rocco Vitelli mientras volaba en su avión privado. Miró una vez más la fotografía que tenía en la mano. Imposible… Era imposible que aquel niño fuera hijo suyo. Y en Inglaterra, además… Hacía casi tres años que no pisaba Inglaterra, desde que…
Interrumpió sus pensamientos. Faltaba poco para que aterrizaran. Alzó la vista hacia su secretario, que estaba sentado frente a él repasando sus notas en su tableta, y le preguntó:
–¿Se encargó de pedirle a mi chófer que me recoja en el aeropuerto, como le dije?
–Sí, señor.
–¿Y ha sido informado ya de a dónde debe llevarme?
–Sí, señor. Le di la dirección.
Rocco asintió satisfecho. Salvo que se encontraran con algún atasco, debería volver a estar en su avión dentro de unas horas: un rápido desvío a su villa en Palermo para decirle a su abuela que no había ningún nieto misterioso por el que tuviera que preocuparse, y podría volver a Abu Dabi para supervisar la fase final de la construcción del hospital infantil que estaba llevando a cabo.
Cuando llegaron al aeropuerto se subió al coche que estaba esperándolo, y agradeció que el chófer hubiera puesto la calefacción. Aunque solo estaban a principios de otoño, hacía mucho frío. Sacó la fotografía del bolsillo de la chaqueta para mirarla una vez más y sintió una punzada en el pecho. Los ojos azules del niño le recordaban tanto a… No, no iba a pensar en ella. Eso pertenecía al pasado; hacía tiempo que lo había enterrado.
«¡No quiero tener un hijo tuyo!»… Apretó los dientes cuando esas espeluznantes palabras resonaron en su mente. ¿Por qué estaban resurgiendo, precisamente aquel día, esos recuerdos que se había esforzado por reprimir en los últimos años?
Volvió a guardar la foto y pensó en su abuela. No entendía la histeria que se había apoderado de ella cuando había visto esa fotografía en una valla publicitaria camino de la iglesia y se había desmayado en la acera, para espanto de su cuidadora. Aquello la había alterado de tal manera, que no se había tranquilizado hasta que él le había prometido que averiguaría la identidad del niño.
–Parece que hay un embotellamiento considerable más adelante, señor –le dijo el chófer–. Tendré que tomar una ruta distinta si quiere mantener el horario previsto.
Aquello puso a Rocco aún de peor humor, pero se lo había prometido a su abuela y cumpliría esa promesa. Inspiró profundamente y apretó la mandíbula.
–Hágalo; quiero acabar con esto cuanto antes.
Mia Gallagher acarició la mejilla de su hijito, que dormía plácidamente, antes de apartarse con una media sonrisa. La hora de la siesta estaba empezando a convertirse en una lucha titánica. Gianni tenía ya dos años y medio y se resistía como gato panza arriba cuando intentaba acostarlo en la cuna.
Cerró la puerta del dormitorio con un suspiro de alivio. Tenía una hora por delante para sí antes de que se despertara; tiempo más que suficiente para ocuparse de la colada y empezar a hacer la cena. Pero cuando bajó las escaleras y sonó el timbre de la puerta, resopló con fastidio, pensando que seguramente sería la señora Hart, su vecina.
No estaba de humor. Cada vez le costaba más llegar a fin de mes, y esa mañana habían cancelado otra sesión fotográfica de Gianni… la tercera en dos semanas. Lo último que necesitaba era una visita de aquella chismosa disfrazada de buena vecina, y por un momento consideró la posibilidad de no abrir.
Sin embargo, volvió a sonar el timbre y luego llamaron de manera insistente con los nudillos. Suponía que la señora Hart debía haberlos visto regresar del parque. No le quedaba más remedio que abrirle si no quería que despertara a Gianni.
Abrió, con una excusa preparada, pero retrocedió horrorizada y se le atragantaron las palabras al ver al hombre que había frente a su puerta.
Rocco dio un respingo cuando la puerta se abrió y apareció ante él la mujer a la que había desterrado de su vida tres años atrás.
–¿Cosa è questo? –exclamó indignado.
Parecía que alguien de su equipo de seguridad había cometido una metedura de pata descomunal cuando les había pedido que averiguaran dónde encontrar al niño de la foto. Porque aquello no podía ser más que un error… La mujer que le había abierto la puerta era Mia, la última persona con la que querría encontrarse, la persona en la que se había jurado a sí mismo que no volvería a pensar jamás…
Estaba… distinta. Ya no era aquella mujer sensual, elegantemente maquillada, peinada y vestida, con la que había compartido cama y trabajo durante varios meses hacía tres años. La mujer que tenía frente a sí estaba pálida y sus ojos verdes, antaño vivaces, se veían apagados. Incluso su bonito cabello rubio, que ahora llevaba recogido en una coleta, había perdido su antiguo brillo. Ni siquiera iba maquillada.
Bajó la vista y frunció el ceño. Estaba más delgada, pero sus pechos parecían más grandes de lo que los recordaba bajo el jersey que los cubría. Por no hablar de los vaqueros anchos que llevaba… En definitiva, un exterior poco atractivo y completamente alejado de la mujer explosiva que casi le había hecho perder la cabeza.
Fue entonces cuando se fijó en la expresión de su rostro, una expresión de… ¿pánico? Por supuesto… ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Estaba claro que era ella la que había orquestado aquel encuentro y que ahora, al ver la ira que había desatado en él, le estaba entrando el pánico. Su descaro lo anonadaba.
–¿No me invitas a pasar? –le dijo burlón, plantando una mano en la puerta.
Mia lo miró aterrada y trató de cerrar la puerta, pero él se lo impidió sin tener que esforzarse apenas.
–Mira, no sé a qué estás jugando, pero te agradecería que no me crearas más problemas y te fueras por donde has venido –masculló ella.
–¿Problemas? –repitió él–. Esperaba que me saludaras de un modo cordial y me preguntaras al menos cómo estoy. Después de todo has sido tú quien ha orquestado este encuentro –añadió, empujando la puerta y entrando en la casa.
A Mia le martilleó el corazón en el pecho al verlo invadir su pequeño salón, su santuario.
–No sé de qué hablas. Lo único que sé es que quiero que te vayas. Si es necesario, la señora Hart, mi vecina, atestiguará ante el juez que te presentaste aquí sin avisar.
Rocco enarcó las cejas.
–¿Es que vuelves a tener problemas con la justicia, cara? ¿En qué lío te has metido esta vez?
Mientras hablaba, avanzó con sus ojos azules fijos en ella. Se detuvo a solo un par de metros, pero ella se quedó donde estaba, negándose a retroceder.
–¿Te estás burlando de mí?
Rocco avanzó un poco más.
–Debes estar muy desesperada si dependes de una vecina para sacarte del lío en el que te hayas metido –murmuró. Se quedó callado un momento y entornó los ojos–. ¿O es por eso por lo que me has hecho venir?
El olor de su colonia envolvió a Mia, desencadenando recuerdos que todos esos años se había esforzado por reprimir.
–¿Qué quieres decir? Esta es mi casa y te has presentado sin avisar –le espetó–. Quiero que te vayas. Ya.
Cerró los ojos un instante. «Cálmate; respira. Esto no es más que una pesadilla. Dentro de unos minutos habrá terminado», se dijo.
–Detesto esta clase de jueguecitos –le dijo Rocco en un tono amenazador. A sus treinta y tres años ya estaba cansado de esas artimañas–. Ya que me has engañado para que viniera hasta aquí, lo menos que puedes hacer es decirme por qué.
Mia frunció el ceño.
–¿Que yo te he engañado para que vinieras aquí?
–Es evidente. ¿A cuál de mis empleados has sobornado para conseguirlo?
Mia lo miró boquiabierta de indignación.
–¿Perdona?
–¿No es ese tu modus operandi? –dijo él–. ¿Quién te facilitó el itinerario de mi abuela? O el mío, ya que estamos. Porque desde luego no han sido ni mi chófer ni el piloto de mi jet privado. Los dos llevan años trabajando para mí, y son de mi más absoluta confianza.
Mia sintió una punzada en el pecho. Tres años atrás sus sueños se habían hecho realidad para, poco después, serle arrebatados de la manera más cruel. Hasta ese momento había creído que no podía haber nada peor, pero se equivocaba. Al descubrir que había tenido la osadía de intentar contactar con él para que la escuchara y tratar de hacerle cambiar de opinión, Rocco había tomado represalias contra ella, y había sido entonces cuando había comprobado el alcance de su poder.
–No sé de qué hablas; no tengo la menor idea.
Una sonrisa cínica se dibujó en los labios de Rocco.
–¿Vas a seguir malgastando saliva con mentiras? No sé ni por qué me sorprendo. Genio y figura hasta la sepultura… Pues deja que te dé un consejo: la próxima vez que pretendas seducir a un hombre, vístete para la ocasión, porque con ese jersey y esos vaqueros anchos no excitarías a nadie…
La ira se apoderó de Mia.
–¿Cómo te atreves…?
–Guárdate tu falsa indignación y dime por qué estoy aquí.
Lágrimas de rabia se agolpaban en los ojos de Mia, pero parpadeó para contenerlas.
–No me pienso callar. Te lo dije entonces y te lo repetiré ahora: ¡yo jamás te robé!
Los labios de Rocco se torcieron en una mueca cruel.
–Entonces explícame cómo acabaron en tu poder aquellos planos que estaban en una memoria USB encriptada guardada en mi caja fuerte –le espetó–. O cómo consiguió copias de esos planos la constructora que nos disputaba el proyecto, justo después de que te reunieras con ellos.
Mia levantó la barbilla.
–Ya te lo dije en su momento: no lo sé.
–Pues como yo te dije entonces, eres una mentirosa –le espetó él con desdén.
Mia estaba cansada. Ya había sufrido bastante. La había humillado, había arrastrado su nombre y su reputación por el fango en los tribunales y, lo peor de todo, había renegado de su hijo. ¿Por qué se presentaba ahora en su casa?, ¿para restregarle de nuevo por la cara su retorcida idea de la justicia? Cada vez estaba más furiosa.
–Me da igual lo que pienses de mí. Lo que quiero es que te vayas de mi casa –le espetó. Gracias a Dios su voz sonó calmada, firme–. Ya.
Antes de que Gianni se despertara, añadió para sus adentros, alzando la vista hacia la escalera y rogando por que no los estuviera oyendo discutir. Al notar la mirada incisiva de Rocco sobre ella, se apresuró a apartar la vista de la escalera.
–¿Pretendes que crea que no has sido tú quien ha orquestado este encuentro? –inquirió él.
–¿Yo? Mira, no sé de qué va este juego que te traes entre manos, pero empieza a cansarme.
Y si recibía otra carta intimidante de sus abogados, no se quedaría de brazos cruzados. Le pondría una denuncia por acoso.
–¿Juego? –repitió Rocco entornando los ojos–. ¿Crees que querría tener trato alguno contigo por voluntad propia?
El desdén en su voz no podría ser más hiriente. Como Mia no quería que viera el efecto devastador que sus palabras le habían causado, rehuyó su mirada. Cuando volvió a mirarlo de nuevo, el primer pensamiento que pasó por su mente fue que esos tres años no habían hecho sino aumentar esa aura de poder que lo envolvía. Las pocas canas que asomaban en su corto cabello negro la acentuaban, igual que el elegante traje a medida que llevaba.
Mia sabía que debajo de ese traje no había ni un gramo de grasa, que su cuerpo era una obra de arte, un conjunto de músculos definidos y bien trabajados. Y esos tres años tampoco habían restado ni un ápice de atractivo a su rostro: la nariz aristocrática, los pómulos esculpidos, la viril mandíbula, los ojos de ese azul tan profundo, sus labios… Un cosquilleo electrizante afloró en su vientre al recordar cuánto placer eran capaces de proporcionar esos labios. Tragó saliva; tenía que hacer que se fuera.
–Está claro que alguno de tus empleados ha cometido un error –le contestó–. Puedes creer lo que quieras, pero yo no te he hecho venir aquí.
Rocco avanzó lentamente hasta ella. Alargó el brazo y deslizó un dedo por su mejilla acalorada.
–Siempre se te dio bien mentir –murmuró, acariciándole el labio inferior con el pulgar.
Su profunda voz resultaba hipnótica. Mia inspiró temblorosa al sentir que un cosquilleo delicioso le recorría la espalda. El embriagador aroma de la colonia de Rocco la envolvió, y tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la cordura. No podía dejarse llevar por su hechizo, por la atracción que sentía por él. Tenía que conseguir que se fuera antes de que Gianni se despertara.
–No mentí entonces, porque no hice nada de lo que se me acusaba, y no miento ahora –le espetó–. Tu chófer ha debido equivocarse al girar en alguna calle; dime a dónde querías ir y te indicaré encantada cómo llegar.
Rocco le acarició la línea de la mandíbula con los nudillos, desatando una ola de deseo en su vientre que la aterrorizó.
–¿Sabes?, me sorprende que insistas en que tú no hiciste nada, que eras inocente. En la agenda electrónica de tu ordenador y de tu móvil estaba registrada una cita, una reunión en la que hablaste de proyectos confidenciales en los que estabas trabajando en Vitelli Construction. Lo corroboró más de una persona.
Parecía que estaba decidido a hacerle revivir la última conversación que habían tenido, una conversación humillante en la que había vertido contra ella toda una serie de falsas y dolorosas acusaciones.
–Yo jamás negué que asistiera a esa reunión, pero creía que me habían pedido que fuera en calidad de ingeniera estructural en Vitelli Construction.
Rocco la tomó de la barbilla para que lo mirara.
–Pero curiosamente olvidaste mencionar que habías divulgado en esa reunión información clasificada sobre nuestro proyecto de Abu Dabi. Y que habías aceptado una oferta de trabajo en una compañía que era competidora directa de Vitelli Construction.
Mia apretó los dientes y resopló.
–Yo no divulgué ninguna información, y sí, me ofrecieron un puesto de trabajo, y por educación les dije que lo pensaría. Además, jamás habrían podido llegar a competir con tu constructora.
Los labios de Rocco se curvaron en una sonrisa arrogante.
–En eso estamos de acuerdo, porque es algo que no me quitó el sueño ni por un momento.
Un gemido ahogado escapó de la garganta de Mia.
–¿Entonces por qué…?
La sonrisa se borró de inmediato del rostro de Rocco y su mirada se tornó glacial.
–¿Te atreves a preguntarme por qué? –dijo, dejando caer su mano.
–Pensaba que la razón por la que rompiste nuestro compromiso y me despediste fue porque creías que había robado esos planos y se los había entregado a otra constructora para asegurarme un puesto de trabajo con ellos.
–No lo creía; es lo que hiciste.
–Pero… si te preocupaba tan poco como dices porque esa compañía no podía competir con Vitelli Construction… ¿por qué rompiste conmigo?
Él se quedó mirándola con una expresión fría e intimidante.
–¿Me estás preguntando eso en serio? –masculló finalmente–. ¿Tienes idea del daño que le hiciste a mi abuela con tu traición? ¿Y del dolor que le causaste al decir que no querías tener hijos conmigo?
Mia parpadeó, aturdida.
–Pero…
–¡Estuvo desolada durante semanas!
La ferocidad de su tono cortó la réplica de Mia. Sabía lo mucho que su abuela significaba para él, y desde un principio ella también se había encariñado con la anciana. No era difícil comprender por qué Rocco la idolatraba. De hecho, el afecto con que la había tratado desde el primer día había sido como un bálsamo para ella, un bálsamo que había aliviado el profundo dolor que le habían provocado el distanciamiento y la indiferencia de su madre.
–Jamás fue mi intención hacerle daño.
Rocco inspiró profundamente.
–Te daré una última oportunidad, Mia. Dime por qué me has hecho venir.
–Mira, a lo mejor es que estás mal del oído. Te lo repetiré: yo no te he hecho venir. Por qué no me dices tú a qué has venido –le espetó Mia una vez más.
Rocco no contestó y apartó la vista de ella para mirar a su alrededor. Mia se preguntó qué estaría pensando. Los muebles estaban un poco deteriorados, pero eran buenos muebles. Su abuela siempre se había mostrado orgullosa de su casita, que era acogedora y un verdadero hogar, no como el minúsculo apartamento en el que ella se había criado con su madre. Aquel apartamento había destilado apatía, desesperanza y amargura, desde las oscuras cortinas hasta los fríos suelos.
Le daba vergüenza admitir que, cuando se había independizado tras conseguir su primer empleo, aparte de un cierto sentimiento de culpa por alejarse de su madre, la madre que nunca la había querido y que solo la había visto como una carga, también había sentido alivio.
En los años siguientes, con cada deprimente visita y llamada a su madre, antes de que los problemas de salud la llevaran a la tumba, la había atormentado más y más el temor a acabar siendo un día como ella, a mostrar la misma indiferencia y apatía si un día tenía hijos.
Por eso la había aterrado la idea de ser madre. Por eso le había dicho a Rocco que no quería tener hijos. ¿Cómo podría ser una buena madre cuando ella no había conocido lo que era el amor de una madre? Sin embargo, todos sus temores se habían disipado en el momento en que la matrona le había puesto a Gianni en sus brazos.
Gianni… El pensar en su hijo la devolvió al presente. Rocco seguía escrutando la vivienda. Por suerte hacía unas semanas que había descolgado las fotografías de Gianni que tenía enmarcadas y las había metido en una caja. Quería remozar las paredes porque la pintura se estaba descascarillando, pero como no andaba muy boyante de dinero había tenido que dejarlo para más adelante.
Rocco, que sin duda había tomado nota de todos los desperfectos, se volvió hacia ella y le dijo:
–Necesitas dinero, ¿no? A juzgar por el estado de esta casa, está claro que estás sin blanca –Se quedó callado un momento–. ¿Estás enferma?
–No, claro que no.
Él la miró con los ojos entornados.
–Pero necesitas dinero, ¿no?
Por supuesto que necesitaba dinero. Por culpa del boicot al que la había sometido, se había visto obligada a renunciar a la carrera que tanto le había costado labrarse. Los ahorros se le estaban acabando, y tenía que encontrar un trabajo, pero preferiría caminar sobre un lecho de brasas ardientes antes que admitir ante Rocco lo precaria que era su situación.
–No necesito nada de ti –le espetó–. Solo quiero que te vayas de mi casa.
–Está bien; estoy empezando a pensar que esto ha sido un… error desafortunado –concedió él.
Mia suspiró aliviada.
–Ya. Pues confío en que no volverás a venir por aquí.
Las facciones de Rocco se tensaron.
–Te eché de mi vida hace tres años –le respondió con desdén–. Te aseguro que no tengo el menor deseo de volver a verte.
–El sentimiento es mutuo –le dijo Mia, dolida por sus crueles palabras.
Apretó los labios y parpadeó con fuerza para contener las lágrimas mientras lo veía alejarse hacia la puerta. No se movió hasta que esta se hubo cerrado tras él. Para asegurarse de que por fin estaba a salvo, de que de verdad se marchaba, fue hasta la ventana. Rocco estaba ya aproximándose a su limusina cuando apartó un poco la cortina para mirar fuera.
A pesar de todo, el corazón le palpitó con pesadumbre al pensar en que tal vez aquella sería la última vez que lo vería. Lo devoró ávidamente con la mirada: el pelo negro, los anchos hombros… Cuando el chófer se bajó para abrirle la puerta, Mia se obligó a apartarse de la ventana.
Con las piernas temblorosas se dejó caer en el sillón y hundió el rostro entre las manos, triste pero aliviada. Después de unos minutos inspirando profundamente y soltando el aire despacio, se levantó. Una taza de té caliente la ayudaría a reponerse de aquel mal rato.
Se dio la vuelta para dirigirse a la cocina, pero se detuvo. Había algo extraño, se dijo, y dio un respingo al darse cuenta de que no había oído al coche alejarse. La casa, que había heredado de su abuela cuando había muerto el año pasado, se alzaba en las afueras de un pequeño pueblo en el condado de Hampshire.
De hecho, estaba en una calle sin salida y a esa hora del día, antes de que los niños volvieran del colegio, había tanta paz que era imposible que el motor de un coche pasara desapercibido. Un escalofrío le recorrió la espalda. Se acercó con pies de plomo a la ventana y apartó ligeramente la cortina.