La pasión según Karina Krunz - Rosario Curiel - E-Book

La pasión según Karina Krunz E-Book

Rosario Curiel

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Beschreibung

La pasión según Karina Kunz es una novela monumental que aborda las relaciones paterno-filiales desde el prisma de la música. Apoyada en las estructuras clásicas de la música de Bach, la autora nos enseña al tiempo que nos emociona con la vida y pasión de su protagonista, Karina Krunz, en su lucha por librarse de las dependencias emocionales que lastran su existencia. Con esta novela, Rosario Curiel nos cultivan tanto el alma con el corazón.

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Seitenzahl: 231

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Rosario Curiel

La pasión según Karina Krunz

 

Saga

La pasión según Karina Krunz

 

Copyright © 2019, 2021 Rosario Curiel and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726683578

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PRÓLOGO

A quien no le guste la música, que se abstenga de leer La Pasión según Karina Krunz.

A quien no se le ponga la piel de gallina escuchando el aria nº 39 «Erbarme dich» de La Pasión según San Mateo, que cierre este libro y lo deje donde estaba.

En cambio, a quien sea capaz de sentarse, cerrar los ojos y dejarse mecer durante unos momentos por las oscilaciones de la música barroca, por los acordes de la viola, del fagot, del violonchelo, del arpa, laúd, le pido que por favor continúe leyendo y no se detenga hasta que haya llegado al punto final. Que no es por cierto el punto final de la vida de Karina Krunz, la cual, como comprobaremos en el último capítulo, logrará conquistar su propia y autonomía y continuará su historia más allá de los límites de esta novela.

La vida nunca es fácil, y eso lo sabe cualquiera que haya estado vivo alguna vez… la vida no consiste simplemente en respirar, latir y parpadear… la vida no es únicamente caminar y caminar, no es solamente dejarse llevar por la corriente… la vida es, esencialmente, la búsqueda de uno mismo, del camino por el que debemos transitar, y elegir… elegir todo el tiempo, realizar elecciones, descartar opciones, arriesgarse… o quizás preferir quedarse inmóvil y dejar que sean los demás quienes decidan por nosotros…

En su célebre poema Palabras para Julia José Agustín Goytisolo aconsejaba a su hija:

Tú no puedes volver atrás / porque la vida ya te empuja / como un aullido interminable. […]

Yo sé muy bien que te dirán / que la vida no tiene objeto / que es un asunto desgraciado. […]

Nunca te entregues ni te apartes / junto al camino, nunca digas / no puedo más y aquí me quedo. […]

Por lo demás no hay elección / y este mundo tal como es / será todo tu patrimonio. […]

El padre de Karina Krunz no fue tan generoso como el de Julia Goytisolo como para regalarle estos consejos de vida, pero en cambio ambos padres comparten un sentido trágico de la misma que les hace tomar conciencia de su propia muerte y decidir en cierta medida el momento en que tendrá lugar: José Agustín Goytisolo porque, según algunos, eligió el suicidio (aunque su familia siempre lo ha negado) y Hans Krunz, el padre de Karina, porque se hace dueño de sus días finales y toma sus propias decisiones sin dejar que sea la muerte quien los gobierne, sabedor como es del poco tiempo que le queda de vida. Karina, como Julia, es una mujer a la búsqueda de su propia identidad, de su propio trayecto, con la imperiosa necesidad de dirigir su viaje vital.

Para narrar sus crónicas, marcadas por su angustia existencial, unos recuerdos de vivencias traumáticas y unos antecedentes familiares completamente desquiciados y desquiciantes, Rosario Curiel se ha ayudado de la música, al igual que hiciera casi tres siglos antes Johann Sebastian Bach en La Pasión según San Mateo. Como su precedente musical, La Pasión según Karina Krunz es de factura manifiestamente barroca, lo cual no significa que resulte artificiosa ni enrevesada en su planteamiento, sino que recurre a técnicas utilizadas por los grandes maestros de la música barroca, como los corsi e ricorsi en las variaciones, que son composiciones caracterizadas por contener un tema musicalizador que se imita en otros subtemas o variaciones, los cuales guardan el mismo patrón armónico del tema original, y cada parte se asocia una con la otra. Así es como ha modelado la autora esta obra maestra, barroca en su estilo pero intemporal en los temas que aborda: el ser humano ante la muerte, el vacío existencial, las complejas relaciones dentro de la familia, los vicios ocultos…

Esta escultora de las palabras que es Rosario Curiel utiliza con maestría los corsi e ricorsi, expresión italiana tomada de la teoría del acontecer histórico del filósofo de la historia Giambattista Vico, para el que la historia no avanza de forma lineal empujada por el progreso, sino en forma de ciclos que se repiten, es decir, que implican siempre avances y retrocesos. Según Vico, la historia es recurrente, aunque no se trata de un eterno retorno de todas las cosas, como decía Nietzsche. Es un volver a un estadio que se creía superado, pero ahora visto desde una nueva perspectiva. Esta filosofía es la que impregna toda la armazón de la novela, así como sus frases y diálogos, en los que apreciaremos el extraordinario dominio léxico de la autora, no solo del castellano sino del resto de lenguas romances, su vasta cultura general, y clásica en particular, y sus amplios conocimientos musicales.

Es por ello que todos los lectores que posean un alma sensible disfrutarán de la lectura de La Pasión según Karina Krunz, sin importar su previa formación humanística o musical. Si disponen de ella podrán sentirse identificados en o con alguno de los personajes de la obra, y si por las circunstancias de la vida no han tenido la posibilidad de acceder a estos conocimientos, esta novela les brindará la oportunidad de adquirirlos y, lo que es más importante, de mantenerlos para siempre, ya que cada vez que tomen este libro en sus manos, pasen sus páginas o decidan sumergirse en una nueva lectura se sentirán traspasados por la inmensa cultura y la sensibilidad que desprende, y la pasión vivida por Karina Krunz no habrá sido en vano, puesto que ayudará a otros seres perdidos como ella en esta jungla que es la vida a encontrar su camino.

María Morales

Octubre 2018

Para Judit y José, autores de mis alientos.

Para Alfons, hábil intérprete del teclado de los días.

Para mis padres, perdidos en el limbo de la vida.

Nadie hablará de nosotras hasta que hayamos vuelto.

Bavarian Wild Flower

 

Debes estar preparado para arder en tu propio fuego.

Friedrich Nietzsche

 

Cuando la verdad es demasiado insoportable,

intentamos cambiarla.

Joël Dicker

I- CLAVIER−ÜBUNG (EJERCICIOS DE TECLADO)

INAUGURACIÓN

Sí, es cierto, somos música, ritmo, somos caos, somos monstruos que respiran, yo la más monstruosa ahora entre esta gente, me ahogo en la grieta estrecha de la vida, en el ángulo justo en el que observas la falda de campana de la de enfrente, la chaqueta fuera de tiempo del individuo algo mod de al lado, todos disonantes pero tan contentos en esta fiesta de inauguración mientras yo sufro un nuevo ataque de asma en silencio, sí, me ahogo, el mundo se me nubla a veces y necesito encontrar un sentido a todo esto que soy yo, interpretarlo, dar con el código, localizar lo que se repite para encontrar el patrón, para hacerlo mejor, para ser una mejor versión de mí misma en esta tarde en la que se repiten los holas y los adioses, la histeria y la perfidia, la porfiria, no, por Bach, que eso era lo que tenía Drácula, silbando con una pauta rítmica, viviendo con una pauta rítmica el maldito ejercicio continuo que es el ir viviendo, hola, tía Clara, toma un canapé, hola, Germán, cuánto tiempo, y tiempo le falta para preguntarme si llevo bragas y le digo que sí y él qué pena, porque ahí, al lado de los lavabos de la parte baja de esta casa ha visto un lugar semejante al Paraíso, apto para meterse mano y hacerlo de pie aprovechando el tumulto, yo le doy dos besitos tontos lanzados al aire, así, muac, muac, como una cacatúa con asma, y dejo pasar la oportunidad mientras maldigo a mi prima por haberlo invitado a mis espaldas, pero se me olvida de repente el posible cabreo que me pillo porque cazo una conversación entre el tumulto que me interesa y es un tal Philip, que habla sobre el instinto musical con mi tío Olger, y dice que siempre llora con Everything must change, de Nina Simone, y que los preludios de Bach para el clave bien temperado desafían a la mente humana, pero mi tío le dice que le gusta ese desafío y luego dice que para él las Variaciones Goldberg y luego se sabe lo que es el mundo, la vida entera, un puro ejercicio de teclado, estoy mariposeando con un cóctel sin alcohol alrededor de los sabios que son ellos dos y curiosamente Cándida, hablando de ritmos de por allá por Latinoamérica, hablando de Ginastera y otros, y de Villa- Lobos, y del sentido de la música y de la vida, ninguno, dicen, solo ser feliz y disfrutar del concierto, porque la música cataliza las emociones o las produce, no siempre deseadas, a Philip, que recuerdo ahora que es amigo de mi tío desde siempre y por lo tanto debió de serlo de mi padre, a Philip, que me retuerzo en volutas barrocas, le molesta llorar siempre con «Sommmmm… wheeeeere over the rainbow» y eso es porque empieza muy abajo, dilata la nota suspendida y crash, la nota se alza una octava arriba de repente y a ti te rompe el plexo solar y todo y lloras y por aquí deambulo con mi bandeja de canapés ahora, haciendo honores, esta es mi cruz, hacer honores, hacer honores, hacer honores, todos los grandes silban a veces gilipolleces, dice Philip, pero lo que de verdad le revienta es que le descubran lo fácilmente que llora con La Traviata, y más con la de Zefirelli, esa Callas, oye, menuda heroína trágica, oye, en la vida y en el escenario, y en cierto modo fue la Marilyn de la música clásica, pero ya por ahí mi tío no pasa, dice, y salda la conversación con un «vámonos a ver a las bailarinas a ver cómo estiran la pierna, oye, se abren que da gusto», y despierto de repente al resto de conversaciones como si de un sueño de siglos saliera.

Y amanecida a estas horas de la tarde sé que la historia no es más que una suma de cursos y recursos, sí, ese es el centro. Necesito meterme en la vida de otras personas, luchar contra los recuerdos, los recuerdos definen a las personas, la identidad es una sustancia fluida hecha de recuerdos, los recuerdos cambian la identidad. Eliminar, eliminar recuerdos, necesario para vivir, pero anula la identidad: nos convierte en seres sin salida.

Así me encuentro yo ahora, entre canapés de inauguración y risas y pinturas nuevas. Sin salida entre el mantel del bufet y la sonrisa de los invitados, sin salida entre la escultura de un caballo que fuerza el límite de la materia en esta casa que llamamos Genius Haus, una residencia de artistas que abrimos al público hoy, quince de agosto de 2013.

Llega mi hermano, Karl, con su voz de contratenor algo resfriada por culpa de los aires acondicionados y preocupado por la creciente homofobia que se está desatando en Rusia («es que tengo que ir a cantar el Orfeo y quería llevarme a Paul»), y me explica que han colgado vídeos de torturas sobre homosexuales y se estremece levemente el querubín encantador de la familia y me explica que está muy contento con el resultado del doble CD con DVD incorporado que grabó con los grandes (Philippe Jaroussky, Natalie Dessay, Joyce DiDonato, y el mismísimo René Jacobs entre otros) sobre las arias dedicadas a los castrati («la voz de los ángeles», suspira teatralmente), y me comenta que, oh, queridísima Karina, cuánto te quiero, tú lo sabes, algunas arias las han tenido que cantar mujeres porque ya tú sabes, me dice remedando a su novio cubano−francés, a veces la tesitura es imposible y parece que se te vayan a romper las cuerdas, y yo estoy a punto de romperme cuando, oh, sí, oh, sí, me explica y me explica y me vuelve a explicar que a él le gustaría ser sopranista, pero que con su voz de barítono natural, como la del tío Olger, solo puede aspirar a dejar pasar el aire entre las cuerdas mediante complejísima técnica aprendida en Stuttgart y es un ambiguo mezzosoprano. Le digo que no está mal, que así dicen que era Farinelli, y entonces, él, después de esta obertura−salutación que es la de siempre, hincha el pecho como un pavo, me dice que no me queje de mi vida, que la suya es muy dura, que quién pudiera, y me estampa en las mejillas un par de besos que se pierden en el aire antes de llegar a mi piel.

Aquí estamos los Krunz, inaugurando el sueño del tío Genius, el pequeño de los hermanos, el que murió primero, el que se sorprendía porque yo, joven aspirante a nada, el patito feo y torpe de la familia, se había leído de una sentada el Ulises de Joyce y encima lo había entendido. Nada que entender, más allá del bosque de palabras. Un hombre que vuelve a casa. Pero su Penélope, Molly, en realidad no lo espera y se está dando un buen ratito ella solita. Cosas del arte moderno, ya se sabe. El tío Genius me hablaba a menudo del alma humana, ese ente inmortal que se debe expiar en sucesivas reencarnaciones, su alma titán, y eso era en la creencia órfica, sí, tío, le decía sin escuchar a veces, demasiado impactada por los avisos del WhatsApp, pero ahora me doy cuenta de que el tío Genius, aficionado a las historias de las religiones, no andaba escaso de razón. Solo podemos salvarnos si nos purificamos, caramba con los órficos. De alguna manera venimos al mundo a purgar lo que a la vez vamos jodiendo, así que… No, no quiero canapés, Cándida. Algo de infierno tiene todo este mundo que me llega ahora a las manos, los ojos de la tía Angustias tienen el destello divino de la locura, el tío Borio (quién inventaría ese nombre), recién venido del pueblo de cierta Catalunya interior en el que te reciben con persianas que de repente se levantan leves pero sin la aleve gracia de un abanico, parece fundido con el ansia carnal de los titanes, tal es su furia atacante de canapés con el maldito guacamole que Cándida se ha empecinado en preparar. De alguna manera me cuida como una madre, aunque aún tardaré tiempo en aceptarlo. El rayo de Zeus llega con el grito del tío Olger, ofendidísimo porque Cándida está barriendo la última instalación del famosísimo Rumpelstarap, pseudónimo entre cuentista y rapero que ha amontonado un montón de pelusas y restos de suelos barridos y ha tenido la osadía de titular la gracia Polvo eres. Viene Germán, jajaja, y me dice que el polvo lo somos nosotros, qué ordinario, Germán, coño, guarda un poco de compostura, pero él me dice que a él no lo engaño, que yo tengo la cosilla inquieta, que en cuanto me haga así con el dedo (se refiere al gesto de llamada) yo acudiré sin rechistar cual perrilla faldera. Odio decir que tiene razón, que Germán es lo más parecido para mí a un infierno apetecible, que quisiera quitármelo de encima de una vez, pero mucho me temo que su pose protectora coincide con el padre que anhela mi inconsciente, y, mientras desciendo a los infiernos e intento estrechar entre mis brazos la sombra evanescente de mi madre, alguien se ha puesto a recitar poemas y otro alguien se ha puesto a tocar una partita de Bach para violín solo, justo antes de que suenen los compases disonantes de Canon Retrógado, la nueva canción de las Bavarian Wild Flower, un conjunto de chicas descubierto en los pasillos del metro de Barcelona, línea verde. Más allá, en este totum revolutum de arte y canapés de guacamole, alguien canta la frase que Dante escribió como pórtico al Infierno: Laschiate ogni speranza voi ch’intrate, y es una muchacha de pelo oscuro llamada también Eugenia, como mi tío desaparecido, que representa el papel de la Esperanza, la que acompaña a Orfeo en la Fábula in música que Monteverdi compuso en honor del que descendió a los infiernos y fue devorado por las bacantes. Todo un plan, el de ese Orfeo. La Esperanza debe abandonar a Orfeo a las orillas del infierno. Los que aquí estamos hemos abandonado toda esperanza, pero nos reímos como locos con el espectáculo clown en el que dos personajes intentan leer un libro que no se deja leer mientras llegan canapés y canapés preparados por las manos incansables de Cándida. Ella sola parece un ejército de cocineros.

Aunque el sitio es grande, parece pequeño. Aquí están todos de todos de todísimos mientras los parientes de tierras lejanas e interiores se asombran con el espectáculo de body art y no se ahorran comentarios («tiene el pacho inquieto, la zagala») y alucinan con el vídeo de Marina Abramovic que Gombra se ha empecinado en proyectar («la tía gilí, pues no se corta ni nada, un poco más y se corta el chichi»). Son, claro, los parientes «de p’allá», que decía mamá antes de volverse gagá ella solita.

Vuelven los canapés a asaltar el nido de artistas en el que nos refugiamos como anguilas, como serpientes al acecho. Yo sé que aquí hay muchas cosas que no se dicen, y el tío Manuel va en estas y me acusa de haber causado la muerte de mi madre. Me conozco el cuento, pero me hace daño. Mientras tanto, Germán viene y me mete la mano bajo la falda y yo le agradezco por una vez que sea tan gañán. Suena de fondo, y no sé quién ha querido que así fuera, la Fantasía en Re menor de Mozart. Alguien toca. Alguien nos está tocando como si fuéramos cuerdas atadas a los grilletes de las teclas. Alguien hace con nosotros ejercicios de teclado. La realidad nos martillea de repente y sonamos o disonamos andante y allegro maestoso. A tempo prestissimo los invitados se agolpan con copas de cóctel: todos quieren ver la performance en la que una chica de cuerpo pintado se queda desnuda de pintura: body art y striptease, todo en uno. Pero nada importa. La gente hace fotos, se hace fotos, las sube a Facebook y a Instagram, tuitea, y un coro de japonesitas fotógrafas pía alrededor de un pintor regordete, rubio, polaco, que acaba de venir de París. Es uno de nuestros fichajes: se hace llamar Haidou. Igual toma apuntes del natural como dibuja la vida microscópica: bacterias, virus, protozoos escurridizos como su mirada azul. Sus padres eran científicos huidos de los antiguos problemas de Europa del Este. Haidou, le digo, del infierno, ¿verdad? Sí, me responde. Recién venido del infierno. Algo se estremece en los leves átomos del aire. Aunque a primer golpe de vista parece inofensivo, resulta inquietante. Y tiene el fuego en los ojos de aquellos que han sido tocados por los dedos de las Musas.

«Hay dedos buenos y dedos malos», dice mi tío Olger. Como en el piano, si te toca el dedo malo estás perdido.

Hay más artistas que son toda una sorpresa: el japonés que crea videojuegos sobre nanomáquinas, la francesa que canta de manera gutural pero que tiene unas letras sobre los conflictos bélicos actuales que nos ponen a todos la piel de gallina, el español venido de Almería dispuesto a revolucionar el mundo del western, otro, jovencísimo, escritor en Madrid de novelas de ideas y ciencia ficción, algunos catalanes… no son muchos en total: la casa no admite a más de veinte artistas. Y nuestro dinero tampoco. Vivimos, los Krunz, un momento dulce ahora que hemos puesto nuestro patrimonio en orden. Antes éramos el infierno. No estoy segura de que no lo continuemos siendo, pero somos pocos y nos estamos extinguiendo, porque los mayores se mueren y los jóvenes no damos un relevo, así que hay que quemar la herencia en esta especie de canto del cisne.

Aunque soy maestra de ceremonias, ya he delegado todo en mi prima Gombra y en mis tías solteras, ávidas de tener un minuto de gloria. Yo me acerco a la barra improvisada en el recibidor y le digo al barman contratado que me haga un Vichy−mojito: menta, lima, agua de Vichy. Cool que es una. Con este toque y con la mirada reprobatoria de mi tío, que no entiende que no tome algo alcohólico («las inauguraciones sin alcohol son como un bautizo sin niño, sobrina», me dice), queda inaugurada Genius Haus: levanto mi copa, hago un guiño cómplice a la concurrencia, digo algunas palabras altisonantes. Queda inaugurado el proyecto en el que todos somos aprendices, artistas de nuestras vidas, digo. Testigos de nuestro tiempo. Alguna lágrima un poco hipócrita por parte de las cacatúas, alguna mirada hipnótica por parte de los artistas residentes. Algún vacío.

Respiro. Queda clausurada la parte de mi vida de la que más me avergüenzo, apta ya para ser recordada. Lo que viene ahora es un viaje hacia el horror de la verdad que nos ha llevado hasta, por fin, este cosmos aparente de buenas caras que no recuerdan haber sido crueles como un torturante acorde de séptima.

HOLA, MUNDO CRUEL

Su hijo la esperaba a la orilla del Sena. Era un estudiante de Antropología interesado en la Historia del Suicidio en Occidente y se llamaba Calímaco Telémaco André. Ella, pobre Karina, se había pasado toda la noche y toda la vida marcha adelante y marcha atrás, y, por mucho que se obstinaba, por mucho que se obstinó, no supo vivir en el presente. «El melón que he tomado esta mañana en el desayuno es diurético, disculpa, tengo que volver al lavabo», decía, y allá que se iba esa mujer de setenta años, delgada en su casi vejez después de haberse pasado la vida luchando contra sus curvas, no queriéndose, no aceptándose, y ahora resultaba, pensaba Calímaco Telémaco André, que era una bella anciana muy metida en sus tejanos y abrazada por sus bailarinas, aunque a veces se iba al otro extremo y se ponía taconazos. Él sonreía pensando que iba a ser difícil encontrar un lavabo tout−de−suite al lado de Nôtre Dame, a orillas del Sena. Ella venía de un largo viaje en Euromed porque odiaba coger aviones y luego el RER y prefería llegar a la Gare de Lyon con su equipaje minúsculo, y a punto estuvo de alojarse en uno de los Citadines, porque, como siempre, no quería quedarse con el tío Karl, de nuevo ocupado en Monteverdi, fíjate, qué barbaridad, otra vez Monteverdi y su Orfeo, qué obsesión, y cantando a sus años como Plácido Domingo, quien tiene el don lo tiene, y tampoco quería quedarse con su hijo, demasiado ocupado en el suicidio, quizás en ese momento pensando cuántos se habían suicidado tirándose de ese puente, mamá, déjate de historias y vete a buscar tu lavabo, o quieres que te acompañe, no, no quiero, voy sola, soy una anciana independiente, una mujer que, ay, mamá, qué simbólica te pones, ve, y se va, se va Karina a buscar una boca blanca que reciba todas sus imperfecciones, todos sus desechos, todo su yo líquido que debe evacuarse, perderse, quizás irse al Sena a emponzoñar sus orillas mientras los típicos enamorados de postal envenenan sus heridas, mientras un saxofonista es dibujado por un transeúnte y congelado para la posteridad de aquel año, verano de 2033 y entonces Calímaco Telémaco André ya un poco Polifemo se queda mirando un remolino en el agua, en el Sena, les jours s’en vont, je demeure, un ojo, un desagüe por donde se le va el Mundo y piensa que sí, que piensa en el suicidio y en suicidas, Calímaco Telémaco André, padre de todas las Bibliotecas y por lo tanto del mundo entero, antiaristotélico, hijo que espera y busca a su madre, ese Odiseo mujer, esa Ulises, varón muy varón que echa miradas a una mujer a la que abandonaría, a una mujer en cuyos brazos embrujados caería, repasa de manera lineal y a veces caótica lo que acaba de oír en clase: porque el hombre enciende para sí una luz y es agosto y París, cuando se han apagado las luces de sus ojos y viviendo ese sueño toca el mundo como si fuera un instrumento, toca al muerto, y los hombres son hijos de un dios salvaje, despierto toca al que duerme, porque, según Maurice Blanchot, «la muerte voluntaria es negarse a ver la otra muerte, la que no se capta, la que nunca se alcanza», y mira el remolino del agua, el ojo, y adivina a Hamlet con el cráneo de Yorick y siente el vacío, la atracción del abismo, y la vuelta de su madre apenas le arranca una frase sin sentido: —Mamá, quiero fumar y beber.

Y a veces es el vacío y llaman para decirme que hay que hacer trámites, que faltan papeles, que Gombra debería hacerse cargo también, que si la luz de la residencia, que si la limpieza de la juerga de ayer, a veces soy Orfeo saliendo de los infiernos, o quizás Orfea, or-fea después de la charla con Karl sobre su novio y tú, me dice, yo qué, yo nada, y silencio mi encuentro con Germán y recuerdo aquel artículo sobre cuidados paliativos, sobre la vida paliativa, porque vivimos la vida aplicando la cura paliativa sobre la enfermedad de ir viviendo, esas manos blancas que ponían dedos en partituras, esos pies de uñas negras de aquel corredor de altura que tocará a Bach, y no me gusta nada cuando me llama el médico ex médico de mi padre y me dice que me acompaña en el sentimiento, pues de eso hace tiempo, hombre, podrías habértelo pensado antes de torturarlo con la última broncoscopia, que ni despedirme de él pude, y entonces me dice que era necesaria pero que claro, los recortes, y tengo la sensación de ser una estatua de sangre irrigada de sangre y viene el médico y me saca hasta la última gota, la última veta, yo estatua nacida de las manos, del cincel, del escalpelo de un Miguel Ángel cruel, pues así se llama el médico, Miguel Ángel Crudelitz, no, Clausewitz, o algo así, al parecer descendiente del teórico de la guerra, al parecer muy ducho en esto del perecer, al, no sé, me estoy despertando, he bajado a la cocina, he encendido la cafetera que prometía un buen despertar, pero la cafetera, la muy desagradecida que sueña con ser en otra vida una hermosa Nespresso, me ha devuelto un barro vomitivo, un barro original, originario, sí, he soñado cosas estúpidas, mi vejez, un hijo, pero era yo y era otra, yo soy otra, siempre otra, la que te lleva las cartas, la que te saca los ojos, la que contempla la vida desde su total ineficiencia, la que se pellizca los dedos, la hija que siente la ausencia, la que araña el papel en su tiempo libre y lóbrego, la que vive en la curva, en la espiral, la que intenta afinarse, la que siente el vacío de la muerte del padre.