2,99 €
Gisely Célix, una joven con grandes potenciales académicos, se ve marcada por el destino. Atrapada entre un mundo creciente de miedos e incertidumbres provocados por las presiones familiares que le exigen una vida seudonormal, apagada y sin sueños; y el sigzageo amenazante de un error de juventud, que se interpone en cada intento de abrazar una nueva vida. En un contexto empresarial de clase alta, donde los intereses atentan constantemente contra el buen juicio y el sentido común, decide enfrentarlo todo en busca del amor. Es allí cuando, entre las ruinas emocionales de un intento de olvido, un personaje siniestro irrumpe en la historia imprimiendo una dinámica que convulsiona su vida y la de su entorno. En medio del caos interno, Gisely deberá descubrir el camino hacia el amor, el perdón y la superación. Entre un amor pasional y la perversidad humana, encontrará un nuevo motivo por el cual luchar.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 276
Veröffentlichungsjahr: 2023
GIAN DU MONDE
Gian du MondeLa penumbra de mis ojos / Gian du Monde. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3255-8
1. Narrativa Argentina. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
PARTE I
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
PARTE II
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
A mi padre, por heredarme la pasión por el mundo de las letras
A mi madre, por heredarme la disciplina para perseguir un sueño.
Sin ellos ningún vuelo de mi alma hubiese sido posible.
De niña no me gustaba lo que debía gustarme para la edad que tenía, recuerdo que apreciaba más un libro con la historia de Colmillo Blanco o Romeo y Julieta, que ir al parque por los juegos y dulces. Siempre fui extraña. Me atraían temas de adultos y mi voz fuerte no ayudaba a que muchos niños se acercaran.
Si soy sincera me atraía más las conversaciones de los adultos, aunque por eso también tenía regaños. A pesar de ello, siempre tuve curiosidad por conocer lo desconocido. Un día, de esos domingos de verano donde el calor es tan insoportable que llevan a sus hijos a pasear para que se cansen y duerman, fui a una feria, había una gitana.
Sus ropas me parecían belleza pura, siempre había mostrado predilección por esos vestidos largos y pomposos; una parte de mí, lamentaba no vivir en el siglo XVIII. La gitana leía las cartas. Era bellísima. No había nada en el parque que me llamara tanto la atención.
Paseamos toda la tarde pero no había ningún juego que me agradara, estaba encandilada con el vestido de esa mujer y con tal de verlo más de cerca, le insistí a mi madre que me llevase. Se negó al principio, luego aceptó. No se dejó leer la fortuna, yo me mostré más amable y la mujer se ofreció a mostrarme mi destino.
Tenía poco menos de ocho años y luego de hacer berrinche, mi madre aceptó, en las cartas salieron: Olas de mar, tornado y fuego. La adivina dijo que el mar significaba que debía ser cuidadosa y saber nadar o el agua me ahogaría. Ese verano tomé clases de natación.
El tornado significaba destrucción, pero también limpieza y aire puro, sus vientos me darían la elevación necesario para poder volar hacia… la tercera carta.
El fuego: pensé en destrucción…, la mujer dijo todo lo contrario, las llamas serían las que me llevarían hacia el amor. Un amor fuerte, que alumbraría toda penumbra, pero debía confiar en él… aunque fuera volátil y su calor a veces me asustara.
—Antes de encontrarlo–dijo por último–, la oscuridad dominará tu ser luego de que la puerta se cierre y el maestro se vaya– Con ocho años no entendí lo que pasaba, mi madre me sacó antes de que terminara sus designios.
Esa noche, cuando el hombre al que había llamado “maestro”, había abusado de mi confianza y usado mi cuerpo para luego dejar la habitación sumergida en penumbras, supe que la adivina tenía razón… no me cuide de las aguas mentirosas de él y sus vientos habían destruido la inocencia de niña con la que entré.
Caí en un hueco de ruinas, sin luz alguna. Mientras lo hacía, recordé lo que dijo sobre el fuego. Intenté imaginarme libre de esa oscuridad, iluminada por las llamas ardiente del amor sin embargo, no pude.
Una parte de mí esa noche murió y por más que busco el fuego no lo encuentro, así que opto por vivir en piloto automático, a la espera… de que alguien sepa que “morí” esa noche o me haga vieja. Pero una voz por las noches me dice:
—Cree en el amor…vive y ve a buscarlo…vuela hacia él– porque… ¿no es esa la razón por la que todos vivimos? La búsqueda eterna del amor y la felicidad.
En noches como esas, donde esa débil esperanza aflora, siento que soy otra persona, una a la que le espera una gran aventura y una gran recompensa por todo lo que sufrí…, pero ¿tendré el valor para volar hacia él o me encerraré en las penumbras de mi alma? La niña de aquel entonces lo tendría, pero ¿yo?
Puedo ver media ciudad desde el lado derecho de la oficina, sus ventanas son un recordatorio de agradecimiento silencioso al porqué de estar en la agradable temperatura de veinticuatro grados, y no en los diez que marcan el inicio del otoño. 21 de septiembre. Es increíble como los meses pasan… y yo me siento detenida en el tiempo.
Hace un año atrás, para esta fecha, estaba cerrando la oportunidad de ser investigadora oficializada por el instituto donde me he formado en marketing empresarial. Ahora estoy esperando al tal Alexander Gilmore, seguramente un viejo de noventa que se niega a pensar en algo, además de él y estas cuatro paredes.
No me es difícil imaginarlo. Traje caro, pelo recién teñido, panzón, interesado sólo en cuantos números marca su cuenta bancaria, y en cuantas personas lo han adulado desde que se levantó. La verdad, no quiero estar aquí, me dirijo a narrar, de nuevo, mentalmente, el hermoso lugar que posee.
Creo en silencio una historia sobre cómo esta oficina resguarda el pasadizo a un mundo mágico que es puesto en riesgo por los deseos que el hombre pide, con su espíritu ambicioso, a una caja mágica. La falta de tiempo para escribir Deseos de Pandora, me hace pensar lo mediocre que suena… ¿o será el recuerdo triste que va desde mi corazón a mi mente?
Niego, no dejaré que nada de mi pasado arruine mi entrevista, necesito el trabajo para dejar de ser el tema de conversación, no grato, de los almuerzos de domingos. Veamos… revisemos mis aptitudes: soy…, ¿qué soy? Una mentirosa. No, no, nadie te llamó, Ansiedad, así que no vengas.
¿Después de los últimos días? ¿En serio?
Inhalo y exhalo tres veces. Vamos de nuevo, ¿qué soy? Exnovia. Esto no saldrá bien. En eso estamos de acuerdo. Tengo que irme. ¡Sí! Pero si me voy, se creerá que no estoy buscando trabajo y sí, lo estoy buscando. Suspiro. Narrar, narrar de nuevo… eso siempre me tranquiliza.
El sillón en el que estoy sentada es de terciopelo azul, las paredes son color crema, de espaldas al ventanal está el escritorio del tal Gilmore, sin fotos ni papeles, sólo una laptop gris cerrada. Frente a mí hay un sillón doble y al lado otro individual. Entre medio una mesa enana de vidrio con patas de mármol.
¿Estoy a tono con la habitación? Llevo un pantalón de jeans negro, una camisa roja y una chaqueta del mismo color, además de botas oscuras. No soy signo de elegancia, pero sé vestirme para causar buena impresión, o eso creo. Mi ansiedad va desde mi cabeza hacia mi inexistente collar, claro…, aún no asume que el dije de ángel no está.
¡Já! Ángel… como me equivoqué al darle ese rotulo, idiota. Vuelvo a negar con la cabeza. No voy a pensar en ese error idealizado, necesito estar fresca y centrada para impresionar al viejo Gilmore, arcaico e impuntual; pero claro él es el jefe, puede llegar a la hora que se le dé la gana.
Mi ansiedad abandona el collar invisible y se traslada a mis piernas, comienzo a mover la izquierda, la primera en impulsarme a que esté de pie y me acerque al ventanal para intentar inhalar el aire faltante. De repente, un punto fijo del edificio de enfrente se convierte en esa habitación oscura… puedo ver su rostro, su sonrisa. Maldita sonrisa.
Lanzo un suspiro a medias, siento pasos, ¿será que el anciano se dignó a aparecer?
—Señorita Célix, lamento la demora, Recursos Humanos debió citarla para después del mediodía. –Oigo una voz masculina, el viejo Gilmore es… joven, y apuesto, ratifico al voltear.
Pelo castaño, esbelto, cuerpo en forma, solo lo justo, me lleva una cabeza… debe medir uno ochenta. Además de tener dos o tres años más. Lo único certero de mi juicio es la chaqueta cara, color azul marino. Pero en el resto es muy sencillo: jeans azul, camisa blanca y barba finamente recortada… me recuerda el estilo de mi hermano.
Pero no lo es, ¡gracias, Dios!
—Soy Alexander Gilmore, mucho gusto. –Me tiende su mano y se la estrecho mientras acepto que mi bloqueo de escritora de ocho años se acaba de ir.
—Gisely Célix –murmuro, desearía que mi voz sonara más segura, pero no me esperaba que mi jefe fuera de mi edad y tan atractivo.
—¿Nos sentamos? –sugiere, asiento y camino, aparento una falsa seguridad que mis piernas de gelatina no respaldan. Me siento en uno de los sillones individuales y él en el doble.
—¿Algo de tomar?
Oh, si claro, como si pudiera beber sabiendo que es increíblemente sexi y decide si trabajo o no, a la primera palabra que diga se lo escupiría. –No, gracias.
Sonríe, da la impresión de que está disfrutando el momento, ¿será que se está burlando de mí? Muy probable. ¿Será que me citó para decirme que no me contratará? No, eso ni siquiera se dice… sólo no se comunican.
—Su currículum es muy bueno –comenta, ¿Ah sí? ¡En tu cara, Lizzie! –. Cuadra con el perfil que estamos buscando.–¿Pero…? – ¿Puede decirme por qué quiere trabajar aquí?
—Por lo prospera que es la empresa en el mercado, siento que puede contribuir a mi formación profesional y yo contribuirles por las altas competencias de marketing que…
—¿Y la razón no ensayada? –me interrumpe, me sonrojo y sonríe –¿Qué la motiva?
Nada desde hace ocho años…
—Quiero… quiero…, ¿nunca ha deseado que los demás vean quién realmente es?
—¿Un trabajo de marketing le permitiría eso?
No.
—Sí –digo y parece creerlo –. Puedo ser muy eficiente en mi trabajo, señor Gilmore.
—Alex –me corrige y vuelvo a sonrojarme –. No lo dudo, de no ser así no hubiera sido investigadora en uno de los colegios más prestigiosos de marketing, su investigación sobre la propaganda oficial y su utilización para la aplicación de políticas de mercado es muy interesante.
—No puse de que trataba en el currículum –Luego de ser rechaza en cinco trabajos por mi antecedente, comprendí que era lo correcto.
—Mi hermana sigue el trabajo de la Dra. Taylor, tengo entendido que usted fue miembro de su equipo –asiento con una sonrisa, tal vez la razón amarga de ya no serlo, puede ser menos importante en mi prontuario de vida, si personas como él ven lo importante de ser parte de una investigación así –¿Puede hacer que la empresa tenga una perspectiva más humanitaria? Queremos incursionar en la seguridad empresarial y personal tecnológica.
—¿No va a construir armas? –Aunque estoy presentándome para trabajar aquí, más de una vez había mostrado mi odio al negocio nefasto que me parecía la seguridad. Lo veo asentir levemente como si aún lo dudase.
—¿Puede hacerlo?
—Sí, puedo –respondo sinceramente.
—Bien, va a reportarse conmigo, Malcom es el encargado de marketing, sin embargo espero que todo proyecto pase por mí antes, ¿entiende? –Creo que no le agrada mucho el tal Malcom.
—Sí, señor.
—Alex –reitera, estoy intentando separar el hecho de que mi jefe es el hombre más sexi que he visto en mucho tiempo… mucho más que…, no, no voy a nombrarlo; asiento–. ¿Puede empezar hoy?
—Sí. –En realidad estoy aterrada, no obstante, como en muchos momentos de mi vida, lo único que sé decir es “sí” y ser complaciente.
—Bien. –Se levanta y yo también, lo observo una vez más.
—Señor, disculpe –exclama una mujer de unos treinta años, cabello negro largo y vestido verde musgo, tres cuartos con botones–, la señorita Gardener está en recepción y pide verlo.
Alex suelta un suspiro que roza el fastidio. –Gracias, Deborah –responde–, por favor, ¿puedes llevar a la señorita Célix a su oficina?
¿Tengo oficina? ¡¡¡Sí!!!
—Gisely, por favor –Si me pide que le diga el nombre pila, yo también puedo. Asiente.
—Sí, señor –contesta Deborah y la sigo mientras una chica casi tan alta como él, de pelo rubio y labios con bótox desmedido entra.
La verdad no suelo entrevistar al personal después de Recursos Humanos, son ellos o Deborah, si queda mucha duda, quienes deciden si la persona se incorpora o no a la empresa. Sin embargo, cuando el día de ayer Vivian gritó de emoción, en plena reunión, al ver el nombre de Gisely me dio curiosidad.
Mi hermana no es fácil de impresionar por las personas, a menos que muestren su misma eterna devoción por el estudio. Con veintiséis años está graduada en Ciencias Políticas; con invitación de la universidad de Cambridge para hacer un posgrado en comunicación política.
Por lo tanto, ha mostrado cierta adoración por la Doctora Ingrid Taylor, desde que la vio entrevistar al actual presidente de la Nación y, por consiguiente, a todo su grupo de trabajo. Ella misma quiso entrevistar a Gisely, pero un vuelo a Francia con mis padres se lo impidió.
Sospecho que cambió el horario de la entrevista, con el anhelo de poder hacerla antes de viajar. Mi padre lo tildaría como una irregularidad, y como los últimos años ha sido el rector de mi conducta, yo debería pagar la cuenta.
Lo reconozco: Gisely me sorprendió. Por como Vivian describió su trabajo, me imaginé a la típica docente de cincuenta años desempleada; en cambio, me encontré con una chica que invitaría a divertirnos… hace tiempo no me divierto. Casi estoy olvidando como se siente tener mi edad… o estar vivo.
Desde los diecisiete, tomé las obligaciones impuestas por mi padre como una redención de vida y desde ahí no me detuve. Puedo manejar la empresa tal como lo hace él, a veces mejor, por causa de las innovaciones tecnológicas. Pero sé que no confía en mí y comienzo a pensar que nunca lo hará.
No obstante, soy la única opción de dirigencia que le queda para Gilmore Security World. Tony, mi hermano, se decidió por seguir los pasos de George Green, mano derecha de mi padre, luego de ver como este salvaba a la hija del Senador de un atentado. En aquel entonces, tenía seis años y le informó a mi papá: “Voy a ser guardaespaldas”, mientras un helado de chocolate le manchaba la cara… y lo cumplió.
Vivian dijo a los quince que quería incursionar en el mundo de la política y está en caminata firme a ser legisladora, de eso no tengo duda. Yo, en cambio, fui el perfecto ejemplo de cómo no ser, hasta que mi padre dijo: “Encamínate o lárgate”, mientras le dejaba rastros de vomito por el auto.
Algunos días creo que lo hice: ya no consumo, no bebo como antes, no apuesto y me gradué en economía. De esa forma pude tomar mi actual puesto como jefe, aunque se oficializará dentro de un mes. Sin embargo, ni siquiera sé si lo que quiero es tomar mi puesto y casarme…
—¡Alex! ¿Me estás escuchando? –…con Stacy Gardener.
—Sí, Stacy.
—Deberíamos ir a… –La familia Gardener era de renombre y estabilidad económica en el mercado empresarial inglés hasta que el padre de Stacy, Shawn, se suicidó por deudas, hoy en día sólo les queda el nombre.
Sin embargo, mi madre hizo convenio de matrimonio cuando yo tenía catorce, y los Gardener subían en la escala de fortunas a considerar, desde el puesto número veinte al dos… claro, eran momentos para especulación financiera, más que para trabajo genuino.
Hace dos años, las cosas cambiaron y ante la presión de prestamistas, Shawn se quitó la vida. Sí, mi madre pudo negarse pero nunca se retracta de nada…, ¡jamás! La mamá de Stacy le sugirió a la mía, una buena forma de regresarle la felicidad a su desdichada hija: casarse pronto y formar parte de nuestra hermosa familia…, aunque creo que lo que más le importa son los números bancarios.
—Salgamos esta noche a cenar, lindo.
Su interés por que nos vean juntos se debe a su deseo de incorporarse al mundo del modelaje. Ahora, por ejemplo, cenar en un restaurante de Beverly Hills le daría la chance de verse con “la promesa del mundo de la seguridad”, o algo así me había llamado el New York Time, luego de que ella pagase para que le hicieran una entrevista sobre nuestra relación, por la cual me molesté.
En resumen, estoy encerrado en una vida que no quiero, con un trabajo que sólo hago para no decepcionar a mis padres y siendo la versión menos “yo” posible… pero Gilmore sigue y eso es lo que importa ¿no?
***
La oficina no está nada mal. El escritorio está incorporado a la pared en forma de L, es blanco, una pequeña silla con respaldo rectangular y tela de pana negra se encuentra detrás. A su lado, un mueble blanco con tres cajones a lo largo y una ventana que muestra el pasto del comedor al aire libre de enfrente. La luz también es buena.
Me siento y dejo mi cartera del lado derecho, veo la computadora y la enciendo. Programas de edición en la barra inferior de la pantalla, el fondo refleja el logo de la compañía: cuatro personas resguardadas por dos manos y detrás un candado, todo en diferentes gamas del color azul (representante de la confianza y seguridad, según la psicología).
La modificación de logo de Gilmore Security World y el cambio de rumbo –abandonar las armas e irse hacia sistemas de seguridad y vigilancia empresarial y personal– fue de gran revuelo hace varios meses. Según algunos críticos del mundo empresarial, salientes en distintos medios, la decisión tomada por Alexander Gilmore llevaría a la bancarrota.
Sin embargo, los cambios provenientes del nada anciano Gilmore tenían prospera visión en el mercado financiero, con el respaldo asegurado de la empresa más fuerte de seguridad de Europa: Shadow Security. El temor de desempleo se deshizo en los primeros dos meses, cuando Alex incentivó la contratación de distintos profesionales y obreros, entre ellos, yo.
A diferencia de muchos, no sentí ni siento mucha emoción de estar al mando de Gilmore, pero las cosas cambiaron hace seis meses cuando la única persona que apoyaba mis sueños y comprendía mi pasado, se esfumó… después de engañarme dos veces y culparme de ello.
El primer mes sufría un maldito infierno culpándome por su ida, luego comencé un largo y tedioso camino de cambio y amor propio… o eso creí, hasta que una noche, harta de la entrometida presión de Elizabeth en mi vida laboral, acepté la propuesta que había oído de un puesto de marketing en la empresa.
Está bien. Entré, y ahora tendré sueldo y trabajo a base de eso, no obstante mi carrera de escritora e investigadora titulada se esfumó, producto de estar al borde una crisis de ansiedad y no saber respetar mis límites al momento de decidir.
Ya no hay nada que hacer. –Sólo seguir –murmuro entre dientes.
Un nuevo día laboral está por empezar. El olor de “Amore Mio”, único perfume que uso, aunque lo detesto porque era el favorito de Ciara, inunda el comedor mientras sirvo rápido un café de la máquina expendedora de la empresa.
Tendré que esperar media hora para beberlo, pero eso me gano por demorarme una hora en el baño de mi casa, tapando rasguños con rubor y base. Demoro unos cinco minutos haciendo la fila, otros diez más porque me quedo embobada mirando la puerta del edificio contiguo: E.E. Publishing.
Una de las tres editoriales más prestigiosas del país está frente a mi actual trabajo y yo no tengo ni un capítulo entero para mostrar. Sin duda, si algo la vida me ha demostrado es que la realidad y los sueños van por caminos totalmente distintos. Suspiro y corro la vista mientras una mujer de la edad de mi madre entra a la editorial.
Cuando llego a mi oficina veo a Alexander… genial, el jefe sabe que llegue tarde.
—Señor –digo, no me mira, está en la computadora que me dieron.
—Acabas de darme la edad de mi padre –responde y me mira–¿me veo viejo?
—No –contesto rápido. No lo ofendas por nada del mundo. Me sonríe.
—Eres buena debatiendo, ¿verdad?
—Sí, creo –respondo con falsa modestia, él se levanta y se acerca.
—Me gusta que la gente que está conmigo reconozca sus capacidades tanto como yo…, eso les otorga confianza.
—Ya dije que sí –Por alguna razón no puedo dejar de mirarlo, y eso no me gusta nada.
No, no te gusta. ¡Te encanta!
Creo que me gusta demasiado…
—Bien, irás conmigo a la reunión –informa y lo miro sin entender–, el fin de semana Malcom hará una reunión, en una de nuestras casas, con la Junta Directiva para reducir a la mitad el presupuesto, para el cambio de rubro. Te necesito de mi lado, mis padres están fuera y no podrán ni siquiera asistir de manera virtual, por compromisos con el gobierno francés. ¿Puedes venir? ¿O interfiero algún plan?
—No, no tenía planes, pero ¿por qué yo? Soy nueva.
—Aquí, pero no en el área de discursos y publicidad. Tienes conocimientos como para refutar los débiles argumentos monetarios de Malcom, te necesito ahí.
—Muy bien, entonces iré. –Sonrío, él también y sale luego.
El destino de nuestro viaje es Filadelfia, pensé que debería ir en el coche de la familia o pagarme un coche y esperar un posible reintegro cuando el fin de mes llegara, a lo cual mi hermana, Lizzie, opinó: –¡Estás soñando! –De todos modos, el hecho de irme el fin de semana me agradó. La temperatura había bajado y mi hermano, Frank, estaba feliz de que la piscina de mi primo Samuel se hubiera convertido en pista de hielo para hockey, a la cual irían.
Por mi parte, estaba feliz de no ir. Lo que no me agradaba demasiado era que, por pedido de Deborah, la secretaria de Alex, debería viajar con él una hora y media o tal vez un poco más. Me había hecho muy cercana a Deb las últimas semanas, pero de verdad la odié cuando oí la sugerencia que le hizo al jefe.
Y así estoy ahora, en un coche último modelo con él. Mi intento de demostrarle a Elizabeth que puedo formar una gran carrera profesional por mi cuenta se acaba de ir a la gran mierda. –¿Estás bien?
—Perfecta. –Sonrío. ¡Mátenme!
—Ok…, no falta mucho para llegar, ya estaríamos allí si no estuviera tan horrible el clima.
—Lamento que Deborah le… –frunce el ceño–, te pidiera traerme.
—Es lo mínimo que podía hacer por arrebatarte el fin de semana –responde mirándome y me percato que con camiseta y campera de cuero parece aún más de mi edad.
—¿Qué edad tienes?
—Veintiocho. –Dos años más que yo. Pero podemos aceptarlo, susurra mi ansiedad en el asiento trasero. Sonrío.
—Ya sabés mi edad –murmuro y percibo como mi acompañante indeseado, desde la parte de atrás, se golpea el “rostro”.
Él asiente. –Espero que tu novio no se enfade por robarte estos días –exclama, usa la táctica más vieja del…, el auto se desvía bruscamente y, en una increíble maniobra, logra controlarlo y frenarlo antes de que choque contra un árbol.
El frenado brusco provoca que una lluvia de nieve, acumulada en los árboles, caiga sobre el Supra 2020 rojo de Alex. La fuerza me empuja contra el asiento, mi respiración es irregular, oigo a lo lejos su voz obligándome a salir del shock emocional. –¿Estás bien? –Asiento despacio.
—¿Tú…?
—Sí, aunque el auto no tanto… hay que salir de aquí–murmura y desabrocha su cinturón para después empujar la puerta y salir torpemente, hago lo mismo aunque mi cabeza parece latir.
—¿Y ahora qué?
—Bueno, pedimos grúa o caminamos un kilómetro hasta la casa de la reunión –contesta, hago una mueca y él toma su celular, maldice entre dientes –No tengo señal. –Verifico el mío sin éxito.
—Caminar un kilómetro –decimos a unísono con cierto desgano, un viento helado me hace añorar la calefacción del juguete rojo de Alex.
Quince minutos, interminables y helados, después llegamos a una cabaña mediana rodeada por la blancura del clima. Mientras no siento los dedos de las manos, Alex saca una tarjeta dorada y la acerca a un lector que cubre la cerradura. Se prende una luz azul mientras un pitido suena y él toma el picaporte, circular, para después empujar y abrir.
Cuando entro el lugar está en penumbras y me paraliza, a medida que Alexander avanza se va iluminando, lo sigo. Pasa del recibidor al living, decorado con muebles de madera blanca, sillones de cuero color negro y una pequeña mesa de madera color crema.
Prende la luz del comedor y veo una mesa de vidrio con sillas de respaldo alto, tapizadas con Chenille gris. Al costado derecho, hay un mueble rustico negro, exhibidor de vasos de whisky, además de copas para diferentes tragos. En el costado izquierdo, un desayunador gris separa la habitación de la cocina, toda de mármol.
—Tendremos que quedarnos hasta que vuelva la señal o se den cuenta de que no volvimos. –La voz de Alex me regresa a la realidad mientras observo la belleza del patio trasero, incluidos sus muebles y actual pista de hielo que de seguro en primera/verano es un lago, donde se pueden bañar.
—¿No dijiste que los socios iban a venir?
—Si la nieve sigue a este ritmo, en media hora el camino estará cerrado, tendremos suerte si ven el coche y nos buscan.
—¿Eso quiere decir que pasaremos días…? –Intento que mi voz no denote pánico sin éxito.
—No, no creo que pase de mañana –responde–, pasaremos el día, dormiremos y mañana, seguro, vendrá ayuda.
—¿El baño…?
—Cruza el comedor, a la derecha verás un pasillo, la tercera puerta de la derecha –me indica, agradezco y camino rápido.
Es casi mediodía, intento pensar en una forma de comunicarnos con el mundo exterior, pero no hay ninguna. No tenemos radio porque esta casa no se usa mucho en esta época. Tony está en el aeropuerto rumbo a Rusia, su nueva conquista le afectó mucho. Vivian y mis padres no son opción.
Lo único que me queda es esperar a que mi psicólogo, Patrick Benson, se extrañe al no verme en la cita de las cinco y se comunique con mi padre o George. Sin embargo, mi confidente profesional está muy interesado en recuperar a su esposa, de los fines de semana con su instructor de baile, así que es muy probable que aproveche mi ausencia para irse temprano a casa.
No eran muchos los terapeutas que atendían todos los días, y Patrick había empezado a sospechar que la aprobación absoluta de su esposa, Paula, a que lo hiciese, se debía a las clases privadas de “baile”. Por lo poco que deja entrever quiere rescatar su matrimonio, a mí no me parece, después de todo si hay un engaño, ¿quién quiere volver con la persona? Si lo engañó, no lo quiere.
Pero no es asunto mío, más bien, mis problemas son asunto suyo. Patrick y la vigilancia persistente de mi padre han sido las únicas causas de que no regresase a mi antigua vida de descontrol. Pat cree que sólo necesito una motivación fuerte para despegar y centrar mi vida en el camino que quiero yo, no mis adicciones ni mi padre.
Yo creo que le seguiré dando dinero hasta que se jubile…
El ruido del viento contra las ventanas me regresa a la realidad y procuro buscar algo de comida, abro las alacenas, para mi sorpresa hay como para una semana… alguien estuvo aquí antes que nosotros. Antes de poder pensar quién, oigo pasos, mi hermosa y misteriosa empleada volvió.
—¿No hay manera de comunicarse con alguien?
—No, pero encontré comida… hasta huevos y están en buen estado.
—¿Quieres que hablemos del trabajo? Por si Malcom viene.
—No vendrá.
—¿Cómo lo sabes? Sí, es un poco molesto y extraño, pero si estaba tan interesado…
—Créeme, no vendrá… conozco a mi tío.
—¿Tío…? –Se sonroja y sonrío, podría pagar por verla así todos los días. ¿Qué carajo me pasa? Estoy así desde ese día en la oficina. Le pedí a Deborah que se acercara para saber si Gisely necesitaba algo o estaba cómoda, y la misma Deb me preguntó si me sentía bien. Dije que sí e intenté una excusa casi sin sentido para que dejara el asunto.
—Sí, pero no te preocupes, opino lo mismo… además, la familia no se elige.
—Ya lo creo… –murmura y por un momento la expresión de su rostro me deja ver que piensa en algo, pero no en qué específicamente.
—¿Estás bien?
—Tengo un poco de hambre –contesta rápido.
—Hay algunas cosas, toma lo que quieras –digo y tomo un paquete de papas fritas.
—¿Vas a comer eso?
—Hm… ¿por qué no?
—Porque en media hora tendrás hambre, tal vez menos si los aditivos te hacen comerlo en menos de veinte minutos.
Bonita e inteligente…, no había apreciado las dos cualidades juntas en una mujer, a no ser por mi hermana, madre o mi secretaria, pero ellas no cuentan. –¿Qué sugieres?
—Huevos revueltos y, si tenemos suerte algo de verdura –dice dándose la vuelta, rodea el comedor y va a la cocina, me regala una vista magistral de su trasero. Me acerco y apoyo en la barra.
—No respondiste…
—¿Qué cosa?
—¿Tienes novio? –Hace una mueca que intenta ocultar una sonrisa triste mientras baja la mirada una milésima de segundo, luego vuelve a mirarme.
—No –responde, suelta un suspiro–, no tengo.
Por un momento desearía que George no me hubiera enseñado a leer rostros, lo que sea que haya pasado le dolió y mucho. –No quería incomodarte.
—No importa, descuida es una pregunta normal… nada más, como: ¿Querés huevos?
Es como si quisiera mostrarse feliz cada puto segundo y por alguna razón eso me intriga más. –Por favor.
He descubierto, en pocas horas, que no se abrirá conmigo… a menos de que haya un estímulo previo y ese estimulo es el vino blanco dulce. Con un par de copas, es una chica mucho más alegre; y eso me encanta. Sí, tal vez no debo acercar la bebida, pero hay algo que me motiva a hacerlo…y no es mi pasado… es algo en sus ojos…
Terminamos sentados cerca de la chimenea, y la iluminación anaranjada del lugar nos invita a seguir hablando, sin importar las horas o qué pasara. –Y entonces caí de la silla y me torcí la muñeca.
—¿Todo por una risa en el póker?
—Cuando lo hago no puedo parar –responde.
—Bueno, si lo hubieras dicho antes aún tendría chocolates.
—Preguntaste si sabía jugar… mal perdedor.
—No lo soy… te dejé ganar.
—Ay, no eres de ese tipo ¿o sí?
—¿Qué tipo?
—Egocéntrico… ya tuve suficiente de esos –susurra, tira su cabeza hacia atrás–. Disculpa, eso fue…
—¿La segunda copa de vino?
—Sí, tal vez, disculpa no suelo beber.
Aún más diferente de las mujeres que conozco.
—¿Por qué te disculpas todo el tiempo?
—No lo hago.
—Sí.
—No.
—Sí.
—¡Que no! Perdón, yo… no debí… eres mi jefe no debí gritar.
—Te acabas de disculpar, de nuevo.
—Porque grité, eres mi jefe.
—Hace horas dejé de serlo… –Y de repente, lo veo de nuevo, esa llama en sus ojos se convierte en infierno, y hace a sus murallas levantarse junto con su cuerpo.
—Será mejor ir a dormir –susurra, y si pienso con lógica lo que mi padre opinaría de una relación con alguien del trabajo, sé que es lo correcto, pero no quiero hacerlo, tiro de su mano y sus piernas se doblan para volver a sentarse junto a mí.
—¿Quién fue el imbécil que te convenció de que gritabas al hablar…?
—Esto no será divertido… no lo soy.
—Déjame juzgar eso a mí.
—Pretendo hacer carrera en tu empresa, no un revolcón –sisea y me sorprende.
—No pretendo eso. –Por extraño que parezca, no lo pretendo…
—Si como no.
—Estás siendo un poco descortés, ¿no te parece?
—¿Cómo sé que esto no fue planeado? Todo esto, desde la supuesta reunión a estar solos… después de todo, hay mucha comida.
—Podría despedirte por lo que acabas de decir –respondo.
—Hazlo –espeta y se levanta, camina al living pero antes de que se pierda digo:
—No todos somos así.
—¿Qué?
—No todos somos como el imbécil que te enseñó que estar callada era mejor –contesto y voy a la habitación, iba a dejársela pero necesito un baño decente después de verla todo el día.
***
Paso la noche en el intento de dormitar sin que la luz del celular deje de iluminar el living. A eso de las tres, con el teléfono en batería baja y una quinta caída del sillón, decido que lo mejor es no dormir. Todo lo que Alex dijo viene a mi mente.
Sí, hubo una persona que me enseñó a callar, a no levantar demasiado la voz y pensar las cosas dos o tres veces antes de decirlas. Y algunos días tenía miedo de todavía amarla. Debo reconocer que por un tiempo me ayudó mucho que me enseñase a ser así… de modo contrario, tal vez ni siquiera estaría viviendo en mi casa ahora.
Rogando que Alex no lo note, camino por la casa prendiendo la luz del comedor y tomo un pequeño cuaderno con tapa rosa, hace mucho no escribo y por alguna razón el ver a Alexander me hace querer hacerlo. Creo una historia, una mujer que huye de este mundo a través de los sueños… cada vez que duerme, va a un mundo donde es fuerte, independiente, y tiene voz.
Tal vez por eso es que yo no puedo… porque nunca duermo…, o eso creo hasta que despierto con el rostro babeado sobre la mesa. El cuello y los hombros me duelen, levanto un poco la vista y veo a Alex morder una manzana mientras, puta madre, lee mi cuaderno.
—Buenos días, dormilona… ¿o debería decir gruñona? –Tiene una sonrisa de lado que encuentro encantadora… no es buena señal.
—Ese es mi cuaderno.
—Lo sé… no sabía que eres escritora.
—No lo soy.
—Esto parece una historia.
—Alex, mi cuaderno, por favor.
—Y no me trataste de “usted”, es un avance, pero más que un pedido, pareció una orden.
—¿Me das mi cuaderno, por favor? –Aligero mi tono y él sonríe.