La promesa - Natalia Gnecco - E-Book

La promesa E-Book

Natalia Gnecco

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Beschreibung

Filippa Stagnaro, regidora de la villa de Adra y heredera del ingenio azucarero más importante de la región, deberá enfrentar los fantasmas de su pasado y luchar por el legado de su padre, Nicola Stagnaro, un noble emprendedor genovés, en medio de traiciones y la constante amenaza de una competencia perversa. Pasado y presente se fusionan para revivir dos historias de amor enmarcadas por la expulsión de los jesuitas, las influencias de un movimiento cultural e intelectual del siglo xviii, un fatigoso juicio de hidalguía y el rescate del único hijo de Filippa, de las garras del pacificador español Pablo Morillo en Cartagena.

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La promesa

Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia

 

©  Natalia María Gnecco Arregocés     www.nataliagnecco.com©  Taller de Edición Rocca® SAS

Sello Ex-Libris

Primera edición, Taller de Edición Rocca, sello Ex-Libris, diciembre de 2023

Bogotá D. C., Colombia

ISBN: 978-628-95895-3-5

 

Edición y producción editorial: TALLER DE EDICIÓN ROCCA ® SAS / SELLO EX-LIBRIS

Carrera 4A No. 26A-91, oficina 203

Teléfonos: (+57) 601 243 2862 – 601 284 8328

[email protected]

www.tallerdeedicion.com

Bogotá D. C., Colombia

Director:

Luis Daniel Rocca Lynn

Coordinación editorial:

Juanita Rocca Toro

Edición al cuidado de:

María Camila Castillo Benítez

Diseño y diagramación:

Juan Pablo Rocca Barrenechea

Diseño de cubierta:

Pablo Camacho

Fotografía de cubierta:

Gianfrenk

 

Barca in lunga esposizione, tomada el 25-10-2022 en el estanque de Giliacquas (Elmas) / Cerdeña.

Fotografía de solapa:

Valentina Gnecco Vergara

 

 

Impresión y acabados:

TC Impresores SAS

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida en su todo o en sus partes, ni registrada o transmitida por un sistema de recuperación, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico o fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la autora y del editor, Taller de Edición Rocca®.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

A mi familia y todos mis ancestros.

 

 

 

 

 

C’è un incanto nei boschi senza sentieroC’è una magia nella spiaggia solitaria

C’è un riparo dove nessuno penetrain riva al mare profondo,e nel musicale frangersi delle sue onde.

Non amo meno gli uomini ma più la naturae in questi miei colloqui con leimi libero da tutto ciò che sono o che sono statoper fondermi con l’universoe sento ciò che non so esprimerema che non so neppure del tutto nascondere.

 

 

LORD GEORGE GORDON BYRON

 

 

 

 

 

Hay un encantamiento en los bosques sin senderosHay una magia en la playa solitaria

Hay un refugio donde nadie entrapor el mar profundo,y en el romper musical de sus olas.

No amo menos a los hombres sino más a la naturaleza.y en mis conversaciones con ella.

Me libero de todo lo que soy o he sido

Para fusionarme con el universoy siento lo que no puedo expresarpero que ni siquiera sé cómo ocultar por completo.

 

 

LORD GEORGE GORDON BYRON

ADRA, 1815

HAY UN REFUGIO DONDE NADIE se resguarda en la profundidad del mar, pero los recuerdos insistían en interrumpir la música de las olas, mientras la tenue luz iba tiñendo gradualmente las nubes en vibrantes colores de rosado, púrpura y naranja, hasta convertir las aguas del puerto de Adra en un enigmático color morado. Era otro atardecer que recordaría Filippa Stagnaro, un año después, cuando estuvo a punto de sucumbir ante Francesco Colonna, el hijo de su peor enemigo.

Con la mirada fija en el horizonte respiró profundamente; la brisa enredaba su cabello en el rostro mojado por las lágrimas. Sus ojos turquesa le ardían tanto que apenas los podía abrir. Los sentía pesados y se oscurecían al tratar de huir de sus pensamientos, pero las imágenes llegaban como un rayo de luz a su mente, su respiración se aceleraba y no podía evitar sentir mucho dolor. ¡Hacía tanto tiempo no lloraba! Entre sollozos, murmuró: «Emanuele: Loin des yeux, près du coeur»1.

Siempre había enfrentado los momentos más difíciles de su vida con valentía: la despedida de Lazzaro, la ausencia de sus padres; la desilusión de Lorenzo, las intrigas de Mariola. No había mucho tiempo para lamentarse o llorar, sólo para actuar. Pero hoy era diferente. Por primera vez habría una tregua para hacer su duelo, de espaldas al qué dirán, a las murmuraciones, a las envidias, por fin afloraba la suma de todas sus tristezas, esas que sólo ella conocía. Por eso insistió en ir sola al puerto, Giacomo se encargaría de los asuntos del ingenio y del molino; mientras que Juan Isidro haría todos los mandados para oficializar las actas de la última sesión del Concejo. Así nadie notaría su ausencia. Era su tiempo, con sus secretos y su soledad.

Casi se sentía jugando a las escondidas, como lo hacía con su padre cuando era niña y la llevaba a visitar el ingenio. Eran días soleados, muy calurosos y ella se sentía feliz viendo el inmenso cañaveral, todas esas hectáreas sembradas de caña de azúcar, con tallos tan altos en donde podía esconderse para asustar a Nicola Stagnaro, quien luego de encontrarla la sermoneaba por un buen rato, relatando los regaños que recibió de su padre en Génova, luego remataba diciendo: «Filippa, il sangue non è aqua»2.

La voz de su padre se apoderó por un momento de sus oídos, Filippa movió sus labios como si les sonriera a sus recuerdos. Era maravilloso escuchar hablar a Nicola, su voz era profunda, agradable y su risa contagiosa, el humor de su papá iluminaba todos los rincones de la casa, le devolvía la esperanza a su madre Emanuella, cuando se angustiaba por Lazzaro, su hermano mayor, quien había nacido con una extraña enfermedad en la sangre que le producía fatiga, debilidad, palidez y un crecimiento lento.

Sus padres eran inseparables. Pero Filippa sabía que ella era la luz de los ojos de Nicola, su heredera, su orgullo, su alumna, su tesoro. Desde niña quería pasar mucho tiempo con él y se ponía celosa cuando prefería estar a solas con su mamá. Varias veces la sorprendieron husmeando detrás de la puerta, porque quería estar enterada de cada movimiento de su progenitor. Por eso, con el tiempo se apasionó por conocer el negocio del ingenio, desde que la caña era triturada por molinos movidos por caballerías o trapiches, hasta ver cómo de su jugo concentrado y cocido se extraía el azúcar. Su familia vivió la transformación paulatina de todos los trapiches en Adra hasta convertirse en molinos más tecnificados, movidos por agua, denominándose ingenios.

Filippa pasaba largas jornadas estudiando los libros de contabilidad porque todo el proceso de la caña, desde la producción hasta el comercio, estaba controlado por la familia Stagnaro. Su padre fue el cerebro del negocio, poco a poco todos sus tíos, primos y parientes comenzaron a trabajar en el ingenio. Su mamá prefería dedicarse a los asuntos de la casa, era dulce, amorosa, y muy hacendosa, pero a medida que la vida de Lazzaro se iba apagando, prefería estar más cerca de él. Siempre fue una gran anfitriona, el alma de las fiestas de la familia, una mujer elegante, refinada, piadosa y muy apegada a su marido.

Los últimos rayos del sol desaparecieron en el horizonte y, de repente, Filippa recordó una de las tantas conversaciones que sostuvo con su padre. Nicola estaba en el ingenio y la miró a los ojos:

—Tesoro, ser prudente en la vida significa prevenir, saber que tu vida tiene un propósito, que hay un camino y un proceso. Debes saber que el tiempo hay que respetarlo porque no lo podemos controlar. No te desanimes a luchar y comprender quién eres en la vida, no dejes que la imprudencia te haga acelerada y perdida. Filippa, eres tan apasionada como yo, pero me tranquiliza saber que no eres necia.

—¿Por qué me dices todo esto? —preguntó extrañada.

—Por nada. Sólo quiero que sepas que estás llamada a dar mucho y no podrás estar comparándote con esta persona o la otra, porque tienes algo distinto y una misión que cumplir. Todo lo que te apasiona, te ilusiona y te mueve no lo puedes guardar en un lodazal de miedo, incertidumbre o angustia.

Hizo un gesto de preocupación y arregló su cabello:

—Papá, no te preocupes, voy a devolver con creces todas tus enseñanzas. Cuidaré del ingenio. ¡Ya lo verás!

—Tesoro, no sé si estaré con vida para presenciarlo, pero sé que tu don será tu propia marca y se manifestará en el bien que les hagas a los demás. Muchos te rodearán, muchos te necesitarán, pero tendrás que discernir tu misión y por dónde quieres caminar.

—¿Qué quieres decir, papá?

—Hija, en la vida debes escoger de qué lado vas a caminar.

—Entonces caminaré por la mitad, padre, con la frente en alto, como lo han hecho todos los miembros de esta familia Stagnaro, como me has enseñado: con rectitud.

Nicola soltó una carcajada:

—Así es, tesoro. Pero bueno, no sé si puedas andar muy lejos sin tomar un lado de la acera, no puedes estar bien con todo el mundo siempre o buscando la aprobación de los demás. Las decisiones en la vida son propias: acertadas o erradas. Y deberás asumir tu responsabilidad reconociendo siempre la lealtad, porque eso no tiene precio.

—Sí, signore!

—En tu caminar siempre habrá sacrificios, renuncias, porque no vas a poder tenerlo todo en la vida; tendrás que jugártela por lo que creas que vale la pena, que te haga feliz, así tengas que perder algo. Mira, yo tuve que dejar Nervi para venir hasta Adra, a empezar de ceros, no fue fácil surgir al lado de coterráneos egoístas que se aprovecharon de la crisis económica que dejó la guerra de Alpujarras, pero lo hice por tu madre. Emanuella se robó mi corazón desde que éramos niños y la vida me la devolvió después de haberla casi perdido.

—¿Cómo así, papá? ¿Mi abuelo Tomasio se interpuso entre ustedes?

—No propiamente. Tesoro, es una historia que algún día te contaré. Tuve que luchar mucho por conquistar el amor de tu madre, vencer muchos obstáculos, incluyendo un rival, pero l’amore muove il sole e l’altre stelle3.

—Espera, ¿qué es todo esto? Pensé que mamá sólo tenía ojos para ti desde que se conocieron. Ella lo repite hasta el cansancio.

—Filippa, tu madre no te ha mentido. Simplemente es un tema del que no le gusta hablar, y yo he respetado su discreción. Es una historia triste. Verás, existía un compromiso familiar previo a nuestro casamiento.

—Pero si ella estaba enamorada de ti, ¿por qué diablos aceptó tener otro enamorado?

—Tu abuelo Tomasio había empeñado su palabra. Existía un compromiso familiar.

—¡Ah, entonces mi abuelo sí tuvo la culpa!

—En realidad él no conocía mis sentimientos por tu madre. Yo sólo la veía en el verano cuando nos iba a visitar a Nervi, y un día me dijo que se había comprometido. La palabra en esta familia se respeta, yo honré a tu abuelo siempre. Tu madre y yo teníamos un pacto, conocíamos nuestros sentimientos y nuestras responsabilidades.

Una expresión de duda se apoderó de su rostro:

—¿De esto se trata esta conversación? ¿Has hecho algún compromiso conmigo de por medio? Si es así, dímelo de una vez por todas, quiero saberlo, Conte Stagnaro.

—¡Filippa, cálmate, baja la voz! Estás al tanto de todos mis asuntos. Por supuesto que no te he comprometido a tus espaldas. Yo sería incapaz. Amore, vieni più vicino a me4.

Nicola la tomó entre sus brazos y al oído le dijo:

—Tesoro, quiero que seas libre de escoger al hombre que amas con pasión. Yo he asegurado tu futuro. Eres una mujer hermosa, inteligente, con linaje. Nuestro pleito de hidalguía para recuperar nuestras armas y distinción nobiliaria no ha sido en vano. Sólo quiero que seas feliz y que nunca desconfíes de tu padre. Si algún día llegas a enamorarte de alguien y eres correspondida, sigue los latidos de tu corazón. Nunca te juzgaré.

—Papá, yo…

Nicola interrumpió a su hija.

—Algún día tendrás esa experiencia y yo estaré allí para apoyarte. Bueno, vamos a casa, ya es tarde. Sabes cómo se molesta tu madre si no llegamos a tiempo para la cena.

Filippa sintió alivio cuando cambiaron de tema. Su padre la conocía bien y sabía que su corazón latía más fuerte de lo normal. Si tan sólo hubiera tenido la oportunidad de confesárselo. Si hubiera sabido entonces lo que el destino le depararía con Lorenzo Schiaffino. De sólo pensar en él se le erizó la piel y su mente regresó bruscamente al presente.

Apenas se veían las luces de algunas embarcaciones reflejadas en el agua. La vida continuaba con su carrusel de acontecimientos; más allá de ser regidora, de velar por su comunidad, por el cumplimiento de la Ley, debía perpetuar su legado.

ADRA, 1767

—Tengo miedo, Antonio. ¿Estás bien?

Emanuella se levantó de la cama con mucho cuidado al ver que un hilo rojo oscuro descendía por los botones de la impecable camisa blanca de su esposo.

Mirándola con ternura, Antonio respondió con la voz entrecortada:

—No te preocupes, todo va a estar bien, es una hemorragia, es normal que me dé un poco de dolor en la panza y eso me produce el sangrado, pero ya pasará.

Al limpiar su barbilla, la recién casada susurró:

—Estás más pálido que de costumbre. ¿Quieres descansar un rato? ¿Quieres agua?

Antonio se incorporó lentamente:

—Sí, alcánzame un poco de agua, por favor.

Después de tomar unos sorbos y de aclarar la garganta, Antonio le confesó:

—Con los preparativos del matrimonio todo se salió de control en mi casa, por eso pude fingir que seguía el tratamiento del doctor Francesco. A veces no lo soporto, parece que sintiera placer viéndome sufrir, mis brazos no aguantan más pinchazos. Siento que eso ya no me sirve de nada.

Emanuella aún estaba sorprendida de todo el esfuerzo físico que había hecho su marido. Lucía muy guapo en su impecable vestido azul oscuro, zapatos negros perfectamente lustrados, su espeso cabello rubio estaba más organizado que de costumbre y su alegre mirada lo hacía ver más joven. Parecía un niño pequeño que tenía curiosidad por disfrutar su fiesta de cumpleaños. Miraba hacia todos lados para ver la cara del obispo Sáenz y de todos los invitados. Hacía una semana habían hecho las promesas matrimoniales y ahora era el momento de la misa nupcial. Luego pasarían a una pequeña celebración.

El vestido de la novia despertó más de un suspiro. Era color marfil, dejaba al descubierto sus delicados hombros, las mangas abombadas bordadas con un fino encaje que llegaban a la mitad de sus brazos, el vestido muy ceñido en el torso y, a la altura de las caderas, la falda se extendía ampliamente con bellos hilos plateados que descendían como gotas de agua hasta cubrir sus zapatillas blancas. El cabello castaño caía como una graciosa cascada en su espalda; en la frente, una hermosa diadema de brillantes que pertenecía a su madre Corina, dejaba ver a la perfección su rostro delgado que contrastaba con sus enormes ojos almendrados; sus delgados labios que parecían dibujados con un fino pincel y barbilla partida, fiel copia de su padre Tomasio.

Emanuella caminó con mucha gracia al altar, ante la mirada atónita de sus primas y parientes que no podían disimular el pesar que despertaba ver a una novia tan joven y llena de vida unirse a un hombre enfermo como Antonio. Hasta sus hermanos, Luigi, Guiseppe, Marco, Matteo y Barrolomeo trataban de sonreírle a la joven pareja, admirados por la alegría que proyectaba el rostro del novio, quien caminaba con orgullo rumbo al altar.

Después de una breve recepción en la hacienda de los padres de la novia, Antonio llevó a su esposa a recostarse en la cama nupcial con él y mantuvo la mirada fija en sus ojos, mientras la invitaba a desvestirse.

—Tienes mi palabra de que no sucederá nada. Sólo quiero verte desnuda. Quiero guardar en mi memoria este bello recuerdo.

Emanuella asintió con la cabeza y lentamente se empezó a desvestir. Era tan delicada la tela de su vestido que le daba temor estropearla, pero con dedos temblorosos logró desapuntarse uno a uno los botones y luego de un prologado silencio de interminables minutos soltó su corsé, se quitó las medias y los zapatos. Antonio no le quitaba los ojos de encima, a pesar de que el dolor en su estómago se hacía cada vez más intenso.

—Ven, acércate —acariciándole los hombros, los brazos, el cuello y los senos, le preguntó—: ¿Siempre has tenido la piel así?

—¿Así cómo?

—Tan suave, tan delicada, sin un rasguño sin una marca.

Emanuella se quedó pensativa.

—¿Acaso todas las mujeres no tenemos la piel igual?

Disimulando un poco su dolor, Antonio respondió:

—No lo sé, mi hermosa, no he tocado muchas mujeres en mi vida. Mira, hasta tus pezones están sonrojados y yo nunca los he saboreado, ni siquiera hoy, porque el dolor me resta fuerzas. Debo conformarme con mirarte, olerte y sentirme cada instante más seguro de mi decisión.

Emanuella trató de ocultar sus lágrimas y suavemente le reclamó:

—Antonio, lo que estamos haciendo está mal, yo debería mandar a llamar al dottore Donzelli.

Con la respiración entre cortada, Antonio dijo:

—Amore, ¿de qué sirve vivir así, si no puedo amarte como te mereces, cuidarte, darte un hijo sano y fuerte? —de repente empezó a toser fuertemente y a reírse. Moviendo la cabeza de manera negativa la obligó a quedarse a su lado sin protestar—. ¡Es mi noche de bodas, maldita sea, y no la voy a estropear con todas las medicinas que debo tomar! Sólo me soporto el ungüento que me dio mi amiga Juana. Siento tu respiración, puedo tocar la calidez de tu piel, tu cuello, tus senos, tus piernas, hasta tus partes más íntimas…, pero mi sangre no reacciona. ¿Sabes? Siempre he vivido recibiendo el pesar de los demás. Pero hoy fue diferente porque cuando puse un pie frente al altar vi por primera vez el asombro en los rostros de mis hermanos y primos, nadie creía que lo lograría, ¿cierto? Casarme con mi sobrina, con la mujer más bonita de Adra. A ti te miraban con pesar, pero a mí con asombro —soltando una débil carcajada, agregó—: ¡De repente estaban esperando a que me desmayara!

Preocupada por la tristeza que reflejaba su voz, Emanuella exclamó:

—¡Ay, Antonio, no exageres!

—Amore…, me he desplomado en los bautizos, en las procesiones, en las navidades. ¿Recuerdas el cumpleaños de Corina el año pasado? —Emanuella empezó a reírse.

—Bueno, eso sí fue muy gracioso, contigo nunca se sabe cuándo es en serio o en broma, y como te estabas burlando del modo de hablar mi papá y todos nos estábamos riendo, tan pronto él se volteó quisiste hacerle una venia, pero te tropezaste y caíste. Me asusté mucho.

Apretando sus manos en el estómago, Antonio murmuró:

—Eso no fue planeado, te lo juro.

De improviso, la mirada de Antonio se endureció y su boca hizo una mueca de disgusto por la molestia. Sentía que algo le quemaba el estómago.

—Mi hermano ha sido muy cauteloso con este tratamiento. Todo ha sido a escondidas del obispo, de los curanderos del pueblo, de nuestra propia familia. Sé que existen muchos riesgos, lo supe por casualidad un día que me escondí en la biblioteca de la hacienda y Francesco se los explicó: infecciones, problemas en los pulmones, llagas en el estómago. El exceso de hierro me está matando, créeme. Pero ellos decidieron seguir adelante, sin consultarme y así mantuvieron nuestro compromiso matrimonial a sabiendas de que puedo hacerte infeliz el resto de tus días.

Sin dejar de acariciar el cuerpo de su esposa, Antonio seguía su reflexión:

—¿Qué dirían todos los miembros de la parroquia en Adra si descubrieran que los Stagnaro han estado haciendo prácticas médicas prohibidas por las autoridades civiles y religiosas? ¿Crees que habrían bendecido nuestra unión hoy?

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Emanuella.

—Pero tus hermanos lo han hecho por amor. No seas tan duro con ellos. Sólo quieren lo mejor para ti.

Abriendo sus ojos azules se acomodó de lado en la cama:

—¿Por amor? ¿Llamas a eso amor? ¡A esto yo le llamo soberbia! Amor es el nuestro, que siempre nos hemos respetado sin quebrantar la voluntad del otro. Estás aquí conmigo, acompañándome en este anhelo de libertad para ambos. Tú porque sabes a quién realmente amas, y yo porque sigo atrapado, sin poder liberarme de esta enfermedad.

Con esfuerzo, continuó hablando:

—Creo que morir por amor es algo sublime. Mi madre prefirió darme la vida, así yo nunca se lo haya agradecido. A veces pienso que no era necesario ese sacrificio de Vittoria, mi hermosa mamá ya tenía once hijos: ¿para qué otro más? Eso pensaba la gente, pero a ella no le importó arriesgarse y así vine al mundo, con su muerte a cuestas. Crecí en un mundo de adultos indiferentes, egoístas, porque de alguna manera me culpan por la muerte de mi mamá… Siempre lo he sentido así —con lágrimas en los ojos, Antonio la miró fijamente— prométeme que si muero no te quedarás a vestir santos, que no vas a renunciar al amor de tu vida. ¡Prométemelo!

Emanuella le tomó las manos y las apretó fuertemente:

—Te lo prometo. En serio, Antonio, me estás asustando, como si te fueras a ir. ¡Por favor! Yo creo que estás muy cansado. No me gusta pensar en la muerte, no quisiera perderte.

Su esposo la miró con mucha ternura:

—No me vas a perder, amore, siempre voy a estar contigo. Dios creó a los espíritus para que vivieran en cuerpos mortales eternos. La muerte es sólo ese paso en donde el alma deja el cuerpo y este queda inanimado. El espíritu siempre transciende lo físico. No olvides que mi capacidad de amarte va a ir más allá de este plano terrenal.

Sus párpados se empezaron a abrir y a cerrar como si luchara por mantenerse despierto. Se esforzaba por sonreír. Emanuella se apartó con cuidado de sus brazos para buscar su bata de dormir. Cuando regresó, Antonio estaba profundo, acurrucado en posición fetal, debía estar agotado. Arropándolo con cuidado, se acomodó al otro lado de la cama y poco a poco se fue quedando dormida. Al despertar, hablaría seriamente con su esposo. No podía seguir esquivando su tratamiento médico.

NERVI, 1767

Nunca me acuerdo de mis sueños, pero esta noche fue diferente. Sentí que alguien estaba en mi cama, escuché una respiración suave a mi lado. Abrí los ojos y Emanuella estaba mirándome, me sonreía, la abracé fuerte, le acaricié el cabello y pude sentir su olor. Su cuerpo estaba frío, húmedo. Pensé que era por el sudor, y cuando mis manos empezaban a acariciarla me di cuenta de que estaba empapada de un líquido rojo, espeso, y me desperté.

Es de madrugada. Ya no quiero dar más vueltas en la cama, debo estar lúcido mañana. Ese asunto de los jesuitas españoles me quita el sueño. Las pocas noticias que recibe mi padre de su hermano Geronimo y su hijo Luigi, ambos en Córcega cumpliendo su tarea de Comisarios Reales, no deja de ser un problema familiar enorme. Es una misión política muy riesgosa, yo diría demasiado desgastante, y ahora que los médicos le prohibieron a mi tío exponerse a viajes de mar no va a ser nada fácil cumplir con el mandato del rey Carlos III en tierra firme.

¿Y Emanuella? ¿Cómo estará? Seguramente bien. Sé que no le faltará nada al lado de Antonio. Eso es un alivio. Era una decisión tomada hace rato, dolorosa para mí, pero el bien general debe imperar sobre mis pretensiones personales. Para eso estamos hechos los hombres, para ser valientes, para vencer tempestades, así las olas que nos golpeen ataquen el lado oculto del corazón. El sufrimiento se lleva por dentro, se oculta, se adormece hasta que se puede convivir con él. El amor es como un juego de azar, a veces se pierde o se gana. Bueno, yo jugué mis cartas y me quedé con el tormento, ese que quema y acaba con las ilusiones, pero que vuelve fuerte al corazón, capaz de resistir la ausencia.

Quien verdaderamente ama permite que su amada se planifique y crezca. No asfixia a quien ama, es su bastón en la vida, entiende su rol, lo asume y controla sus sentimientos. Todo es cuestión de tiempo. Simplemente reemplazo una pasión por otra y me refugio en los brazos de otras mujeres. ¡Qué más da! Además me ocupo ayudando a mi primo Luigi no sólo con la exportación de comestibles, sino en su misión de espiar a los jesuitas en la posible redacción de escritos subversivos. Interrogar a los religiosos sobre aspectos económicos de los bienes dejados en España me llena de intriga y eso me alimenta las ganas de vivir. Con todo eso en la cabeza, más las obligaciones propias de Villa Stagnaro, no tengo tiempo de escuchar mis propios suspiros, esos que me desvelan por las noches cuando estoy solo, menos mal.

Y ahora, justo cuando duermo profundamente, ¿qué es todo ese ruido, por Dios? ¿Será otro sueño? Se siente muy cercano… ¡No quiero abrir los ojos! Parece que me llaman. ¡Sí…, escucho mi nombre! Merde!5.

—Signore Nicola! Signore Nicola!

Es Guido. Pero, ¿por qué no lo oía?, ¿tan profundo estaba yo?

—Buongiorno! Che sucede, Guido?6.

Guido bajó la cabeza con vergüenza.

—El conde Gerolamo necesita hablar urgentemente con usted. Lo espera en la biblioteca con el signore Pietro.

—¿Mi tío Pietro está aquí? ¿Cuándo llegó?

—No lo sé, signore, creo que apenas anoche.

—Está bien, denme unos minutos.

¿Y ahora qué diablos habrá pasado? No me digan que se alebrestaron los jesuitas españoles que quieren una oportunidad para regresar a España, porque se quejan de las condiciones de sus alojamientos en Córcega. ¡Con razón mi tío Geronimo dice que son «maliciosos e indómitos»! ¡Que desgracia!

Geronimo y Luigi Stagnaro, ¡qué orgullo tan grande siento por ellos! Fue sorprenderte saber que después de tantos años al servicio de la monarquía española mi tío Geronimo, Comisario de Guerra de Marina, fue encargado de la compra de víveres en Génova y en su ribera, mientras que Luigi, antiguo capitán en el Regimiento de Infantería de Parma, fue ascendido al mismo cargo que mi tío con idéntico salario de dieciocho mil reales anuales, con la misión de recibir los víveres en Bastia y organizar una red de subcomisarios en las poblaciones donde se pensaba instalar a los jesuitas, que eran Bastia, San Florencio, Calvi y Ajaccio. Además, debían almacenar los recursos para distribuirlos entre ellos mediante una pequeña flotilla de embarcaciones que, bajo el Pabellón de España, estaría encargada asimismo de hacer las veces de correo, al tiempo que evitaría acciones de los rebeldes independentistas. El hermano de mi padre anotaba lo gastado en la adquisición de víveres, cuenta que trasladaba a mi primo Luigi en Córcega para que, una vez añadidos los costes de flete, desembarco y almacenaje, comunicara a los superiores el monto final y estos abonaran el gasto, para lo cual llevan todos adelantado el importe de medio año de su pensión.

El tío Geronimo recibía órdenes directas del ministro Juan Cornejo, en Génova, y podía disponer de los fondos del tesorero del real Giro, allí destinado. Luis Martínez Beltrán era el encargado de las operaciones que requerían dinero en efectivo, y que debían enviarse visadas y aprobadas por un Consejo Extraordinario. Era un proceso complejo, pero Luigi no descansa en su empeño de provisionar de pan, trigo, queso y arroz a muchas personas. Incluso supimos que hace poco, desde la bahía de Calvi, los provinciales de Castilla y Andalucía le agradecieron sus esfuerzos por esta misión.

Para mi padre todo se fue complicando desde que los nombraron comisarios de víveres y recibieron instrucciones para que se trasladaran a Córcega a la mayor brevedad. Sus funciones tenían un carácter político, pues debían vigilar la conducta de los jesuitas, y ahí es donde los he podido apoyar, en especial porque los jueces subdelegados encargados de la ocupación de las temporalidades solicitan a mi familia información sobre sus haciendas y créditos. No sé cómo pueden vigilarlos si están dispersos por todas las localidades de la isla, algunos de esos parajes están situados en una costa sujeta a regulares desgarres de los vientos, como ya lo han experimentado sus embarcaciones, que enfrentan el riesgo de encontrar moros y corsarios.

Córcega para mí es una isla de muchas dificultades, penurias y ambición, con ese conflicto armado que enfrentaba a los independentistas de Pascal Paoli con genoveses y franceses; es un lugar en donde predomina la incertidumbre. Ahora que varios jesuitas le dijeron a mi primo que preferían abandonar la Compañía y regresar a España, Luigi logró enviar dos pequeñas embarcaciones: una de pabellón toscano y otra napolitana, previos permisos que ayudó a tramitar mi padre, pero muchos de esos religiosos están llegando a Génova. Nuestro deber es ayudar a los comisarios a cumplir con esta misión, y me imagino que por eso está aquí mi tío Pietro.

El sol penetraba por todos los pasillos de la Villa Stagnaro, una espléndida construcción del siglo XVI ubicada en la parte este de Nervi, a la izquierda en el cerro del San Hilario con una de las panorámicas más sugestivas hacia el mar, que se evidenciaba desde todas las ventanas del robusto y cuadrado palacio, construido alrededor de 1625 por Tomasio Stagnaro. La edificación simple y elegante compuesta por amplias salas, llenas de preciosas pinturas y recuerdos, se enaltece con un gran atrio y un puente tirado sobre el camino a San Hilario que une la construcción a un jardín florido, rico en árboles de limones.

Esta fortaleza cuadrada fuerte, con cuatro torres en las esquinas, con un aire lombardo-veneciano más que genovés, tiene un mágico gusto barroco, que ostenta un clima favorable, gracias a la visita permanente de los rayos del sol. En el interior se resalta un gran salón con frescos, una escalera en piedra negra y columnas de mármol que conducen al piso principal. Sus cuatro balcones con columnas del mismo material, y bóvedas de crucería unen el piso principal al jardín. El parque que la rodea se extiende hasta el mar y allí se plantó un magnífico campo de naranjos por encargo del conde Gerolamo.

Nicola descendió lentamente de su habitación atravesando los largos pasillos para ir a la búsqueda de su padre. Se sentía orgulloso al observar las obras de arte heredadas por los condes Alessandro Stagnaro y Vittoria Ratti, los abuelos de Nicola, ambos representados en una magnífica obra que señala el camino hacia la majestuosa biblioteca donde reposan cientos de libros y todos los títulos que ostentaban el linaje de la familia: conde del Sacro Imperio, marqués de S. Commaso, marqués de S. Saverio y conde de Monteleone.

El conde Gerolamo hablaba en francés con su hermano Pietro, en tono muy bajo, cuando escucharon los pasos de Nicola, quien al aproximarse tocó suavemente la puerta para poder entrar.

—Entre! Bonjour mon fils!7 —exclamó Gerolamo.

Nicola no esperaba ver a su padre y a su tío tan compungidos y tristes. Haciendo una inclinación de la cabeza saludó a su progenitor y a su hermano Pietro. Sin disimular su asombro siguió la conversación en francés, a sabiendas de que seguramente había información confidencial que no podían escuchar los criados de la Villa.

—¿Qué pasa? ¿Por qué esas caras? ¿Sucedió algo en Córcega?

Mostrando uno de los sillones de la biblioteca, Pietro le ordenó:

—Siéntate, Nicola. Geronimo y Luigi están a salvo, no tenemos noticias recientes de Córcega, asumimos que esa situación está controlada por el momento —con la voz quebrada, dijo— es nuestro hermano Antonio. Falleció en Adra.

El corazón de Nicola empezó a latir fuertemente y de inmediato recordó su extraño sueño. La respiración se aceleró y en su mente se repetía un nombre: Emanuella. Controlando sus emociones, expresó:

—Papá, tío Pietro: ¡lo siento mucho! ¡Dios mío! ¿Cómo sucedió? Todo tan de repente, si estaba mejorando, ¿no?

Gerolamo caminaba de un lado al otro de la biblioteca con los brazos hacia atrás y un poco exasperado afirmó:

—Es culpa del dottore Francesco. Se confió del tratamiento que estaba haciéndole a Antonio y creyó, como un estúpido, que el testarudo de mi hermano seguía al pie de la letra sus indicaciones.

Pietro lo interrumpió:

—Hermano, el dottore Donzelli ha sido muy prudente con el tratamiento, yo diría que pecó de buena fe. Tomasio me tenía informado de todas sus visitas, de los riesgos que asumimos para que Antonio se dedicara a lo que más le gustaba: estudiar literatura, escribir sus poemas, dibujar —exasperado continuó— era un artista, odiaba la ciencia, la medicina. Y nos engañó a todos, incluyendo al dottore. ¿Sabes que lo trataba muy mal? Lo insultaba, lo retaba con sus discursos filosóficos sobre la vida y la muerte. No creas que hacerle las transfusiones era muy fácil, en realidad Donzelli fue muy paciente con Antonio. Si no fuera por la gratitud que le tiene a nuestra familia, lo habría dejado tirado desde el primer día del tratamiento.

Suspirando profundamente, Nicola preguntó:

—¿Cuándo son las exequias?

Pietro contestó apresurado:

—No pudimos esperar mucho. Antonio había sangrado demasiado, tuvimos que darle pronto la santa sepultura en Adra. Al día siguiente, esto fue una tragedia. Todo fue muy repentino. Fuimos a buscar rápidamente al dottore Donzelli, quien alcanzó a examinarlo antes.

—Pero, no entiendo, ¿cómo falleció mi tío Antonio?

—Fue un episodio muy trágico. Murió la misma noche de bodas.

A medida que escuchaba el relato, Nicola se iba preocupando más:

—¿Cómo lo descubrieron?

—Los gritos de Emanuella despertaron a la servidumbre en la madrugada. Estaba petrificada a su lado, bañada en sangre, parece ser que una llaga del estómago se le reventó. Disimuló ese dolor y no dejó que ella nos avisara. Tampoco quiso tomar sus medicamentos.

Nicola apretó los puños de las manos e interrumpió a Pietro:

—Por Dios, ¿nadie previó que él podría colapsar? ¿Por qué los dejaron solos?

Con calma, su tío refutó:

—Era su noche de bodas. Simplemente estaban en una habitación en la hacienda. Antonio estuvo perfecto todo el tiempo hasta caer la noche…, nadie sospechó nada.

—Padre, déjame ir a Adra. Lo que ha pasado es muy grave, se puede sospechar algo sobre el tratamiento médico.

—Cálmate, Nicola. No le hemos dicho a tu madre ni a mis hermanas. Estoy seguro que Tomasio afrontará muy bien la situación, aunque no es fácil. Un hermano muerto, una hija viuda… En un pueblo como Adra… Pietro, ¿en dónde están los restos de nuestro hermano?

—En la Parroquia de Santa María de la Encarnación de Adra, el mismo lugar donde fue su matrimonio. Sabes que apreciamos mucho al obispo Rafael Sáenz y Torres; le apoyamos con la ampliación de la capilla mayor y la sacristía, por eso nos socorrió de inmediato.

Mirando fijamente a su padre, Nicola propuso:

—Puedo ir y encargarme de traer las cosas de mi tío Antonio a Villa Stagnaro. Podemos hacer un entierro simbólico en Nervi, junto a la tumba de mis abuelos. Habría tiempo suficiente para avisarles a los tíos Giulia y Angelo para que vengan de Sicilia y despedirlo en la cappella di famiglia8 como se lo merece.

Pietro estuvo de acuerdo con su sobrino y de inmediato se ofreció quedarse en Nervi para apoyar a su hermano mayor por si se ofrecía algún asunto adicional con Geronimo y Luigi.

El conde tomó la palabra y miró a los dos caballeros:

—Necesito apoyo con mi amiga la contessa di Acerra.

Pietro se levantó de su asiento:

—¿Todavía insiste en encontrarse con su hermano Giuseppe Pignatelli en Roma?

—Así es. Pero es un sacerdote jesuita. No va a ser muy fácil.

Con curiosidad, prosiguió:

—¿Crees que puedas ayudarle a conseguir el permiso para verlo?

El conde habló pausadamente:

—En eso estoy trabajando, Pietro —y mirando a su hijo, le anunció—, Nicola, por favor, habla con tu madre. Explícale tu propuesta de ir a Adra y los motivos que tienes ante la muerte de mi hermano Antonio, para que ella se reúna con mis hermanas y les dé la noticia.

Con pesar, Pietro agregó:

—Es un golpe duro para mis hermanas. Nunca estuvieron de acuerdo con la decisión de Antonio de quedarse en tierras extranjeras, pero como él era tan caprichoso, terminó por convencerlas de que lo mejor para su salud era vivir en Adra.

Nicola se disponía a abandonar la reunión, pero su padre le recomendó:

—Hijo, debes dejar todo organizado con Pietro.

La condesa Caterina Stagnaro estaba sentada en una de las sillas del pequeño comedor que ocupaba su terraza preferida, de frente al extenso parque sembrado de naranjos y olivos, desde donde podía contemplar las profundas aguas del Mediterráneo. Con una humeante taza de café disfrutaba de la paz que le proporcionaba la calma del mar y del placer de la brisa jugueteando con su espesa cabellera rubia, que brillaba ante los rayos del sol que se filtraban por las ramas de los árboles, iluminando su delicado rostro, sus enormes ojos grises y sus delgados labios.

Mirando al infinito pensaba en lo afortunada que era de vivir en Nervi, junto al hombre que más admiraba en el mundo, rodeada del amor de su hijo Nicola y con un sentimiento de cercanía hacia sus dos cuñadas Chiara y Vittoria, las hermanas menores del conde Gerolamo, quienes contrajeron nupcias con dos de sus parientes cercanos. Los diez hermanos de la familia Stagnaro eran muy unidos, a pesar de que dos de ellos, Angelo y Giulia, vivían en Sicilia y otros cuatro: Pietro, Tomasio, Giovanni y Antonio, habían decidido partir a España.

Al principio fue difícil para Caterina acostumbrarse a compartir con tantas personas al tiempo, porque ella fue única hija, su hogar era muy tranquilo, sin sobresaltos, ni compromisos sociales, pero al contraer matrimonio con Gerolamo su vida dio un vuelco, su estatus de condesa la llenó de actividades y deberes que iban más allá de ser la esposa de un noble. Poco a poco descubrió que en Villa Stagnaro no sólo se discutían asuntos políticos, sino la toma de decisiones que incidían sobre el futuro de los miembros del vasto núcleo familiar genovés.

Hubiera querido llenar su casa con muchos niños, pero Dios la bendijo con un solo hijo, Nicola, que nació con un increíble don de la palabra y una enorme fuerza para impactar a las demás personas. Desde muy pequeño se hizo sentir en todos los rincones de la enorme edificación del siglo XVI, porque era muy curioso, quería saberlo y entenderlo todo, hasta parecía ser más grande de lo que correspondía a su edad. Era como si un espíritu muy evolucionado habitara en su pequeño cuerpo y toda esa hermosa alma fue creciendo hasta convertirlo hoy en un hombre de carácter, pero humilde de corazón.

Aunque nunca se lo había confesado, Caterina sabía que Nicola cortejaba a muchas mujeres, tenía fama de ser muy atento con el sexo opuesto, pero al parecer ninguna había logrado conquistar sus afectos, y eso era un gran reto para ella ahora, tratar de hacerlo comprender la importancia de encontrar una buena esposa que pudiera asegurar una descendencia para el conde Gerolamo, sin que esto significara que debía abandonar su ambición de acrecentar la fortuna de la familia, o seguir apoyando a su primo Luigi, labor que lo mantenía muy disperso en cuestiones del corazón.

Chiara y Vittoria se habían unido a la preocupación de Caterina por buscarle una prometida a Nicola con las parientes de sus respectivos maridos, ambos provenientes de los Doria, una de las familias más antiguas e ilustres de Génova. Pronto sería la ocasión perfecta, en el bautizo de un nuevo miembro de la familia que se llevaría a cabo dentro de dos meses. La invitación ya había sido aceptada por los condes y todas esperaban con entusiasmo el día en que Nicola y su sobrina Agnese Doria se reencontraran. Una encantadora joven dotada de una belleza sin igual, con exquisito gusto por el arte y las lenguas.

Los pensamientos de la condesa se interrumpieron ante las palabras de Guido y la llegada de una de sus criadas que dejó sobre la mesa una bandeja con frutas, y que se apresuró a salir para darle espacio al mayordomo.

—Buongiorno, Contessa9, su hijo Nicola desea hablar con usted.

—Guido, por favor, hazlo seguir. Gracias.

Con pasos agigantados Nicola se acercó a su madre, le hizo una venia, y besando su mano exclamó:

—¡Los rayos del sol resaltan tanto tu belleza, que se ve insignificante el inmenso mar del Mediterráneo!

Sonriendo, la condesa lo miró a los ojos y le dijo:

—Nicola, eres un poeta, siempre con un halago a flor de labios. Ven, siéntate, desayuna conmigo. Dime: ¿qué te hace estar en mi presencia a estas horas de la mañana?

—No son tan buenas noticias. Estaba reunido con mi padre. El tío Antonio falleció en Adra.

—¿Cómo? ¿Qué dices? ¡No puede ser!

—A nosotros también nos tomó por sorpresa, pero ha sido el mismo tío Pietro quien ha confirmado su deceso. En estos momentos sigue reunido con mi padre en la biblioteca.

—No. ¡Qué pesar tan grande! ¡Debo ver a Gerolamo! Debe estar muy triste. Su hermano menor, una de sus grandes preocupaciones, fallecer tan lejos de casa, sin nuestra compañía.

Tomándola de las manos, Nicola la detuvo y le dijo suavemente: