La razón perversa - Emilio Garoz Bejarano - E-Book

La razón perversa E-Book

Emilio Garoz Bejarano

0,0

Beschreibung

La tesis sobre la que se edifica La razón perversa es muy simple, pero, a la vez, en los tiempos que corren, muy difícil de comprender. Esta es una de las razones que nos llevan a considerar que este es un libro hasta cierto punto necesario; pretende ayudar, en la medida de lo posible, a desarrollar una conciencia social que permita comprender lo siguiente: que el comportamiento de la masa social es irracional en la gran mayoría de los casos. Esto, que podría parecer una verdad de perogrullo (no se puede exigir a todo el mundo que se comporte todo el tiempo racionalmente) se vuelve preocupante cuando se advierte que la irracionalidad es admitida como algo normal –e incluso algunas veces como deseable- porque en su gran mayoría viene generada por las instituciones o, más bien, por lo que en la obra se caracteriza como la racionalidad perversa de las instituciones. La racionalidad perversa se define como aquellas decisiones racionales que tienen como objetivo engendrar irracionalidad social. Es racionalidad, puesto que es fruto de una planificación racional, y es perversa porque está pervertida –su fin es lo contrario de lo racional, le da la vuelta a la racionalidad: la pervierte- y actúa, por ello, oculta, escondida. A lo largo de la obra se analizan los diversos ámbitos sociales de actuación de esa racionalidad perversa, desde la educación hasta los medios de comunicación, pasando por la política y la economía.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 286

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



La razón perversa

Emilio Garoz Bejarano

ISBN: 978-84-18337-12-3

1ª edición, junio de 2020.

Editorial Autografía

Carrer d’Aragó, 472, 5º – 08013 Barcelona

www.autografia.es

Reservados todos los derechos. Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

Sólo en cuanto viven guiados por la razón

Los hombres se ponen siempre y necesariamente de acuerdo.

SPINOZA

PRÓLOGO DEL AUTOR

1

La tesis sobre la que se edifica La Razón perversa es muy simple, pero, a la vez, en los tiempos que corren, muy difícil de comprender. Esta es una de las razones que nos llevan a considerar que este es un libro hasta cierto punto necesario; pretende ayudar, en la medida de lo posible, a desarrollar una conciencia social que permita comprender lo siguiente: que el comportamiento de la masa social es irracional en la gran mayoría de los casos. Esto, que podría parecer una verdad de perogrullo (no se puede exigir a todo el mundo que se comporte todo el tiempo racionalmente) se vuelve preocupante cuando se advierte que la irracionalidad es admitida como algo normal –e incluso algunas veces como deseable- porque en su gran mayoría viene generada por las instituciones o, más bien, por lo que en la obra se caracteriza como la racionalidad perversa de las instituciones. La racionalidad perversa se define como aquellas decisiones racionales que tienen como objetivo engendrar irracionalidad social. Es racionalidad, puesto que es fruto de una planificación racional, y es perversa porque está pervertida –su fin es lo contrario de lo racional, le da la vuelta a la racionalidad: la pervierte- y actúa, por ello, oculta, escondida.

A lo largo de la obra se analizan los diversos ámbitos sociales de actuación de esa racionalidad perversa, desde la educación hasta los medios de comunicación, pasando por la política y la economía. Ámbitos sociales, insistimos, porque la racionalidad perversa se manifiesta en el campo de la vida cotidiana de los ciudadanos y es en ese campo donde esta obra la busca y la sitúa. Se incluyen también en la conceptualización de la racionalidad perversa las supuestas críticas que desde algunos estamentos intelectuales se hacen contra la irracionalidad imperante, críticas que se sustentan en la misma irracionalidad que presuntamente atacan, quizás porque no quieren ver, o quizás porque ven muy bien, esa racionalidad perversa.

Todas las actitudes irracionales tienen su origen en una racionalidad clara: impedir que los sujetos se emancipen definitivamente. Es aquí donde radica la importancia social de la obra y, podríamos decirlo así, su necesidad: no tanto en mostrar los caminos que permiten la emancipación de los sujetos –sería pretender demasiado- pero si en sacar a la luz , al menos, aquellos mecanismos que la impiden. Es la sociedad la que pone los medios para la emancipación del individuo, de tal manera que el afán de emancipación individual, el individualismo, el egoísmo social o el olvido de las relaciones sociales que constituyen eso que llamamos “Sociedad”, a lo único que conduce es a la anulación de ésta y, por lo tanto, a la negación de la libertad. Así, todos aquellos espacios sociales destinados a que el individuo se “sienta libre” tienen como objetivo último esa falsa emancipación individual –nos referimos aquí a aquellos espacios sociales que se suelen agrupar bajo la denominación de “ocio”-. De esta forma si no se ponen los cimientos para que la sociedad proporcione la libertad al individuo, si se ataca a una supuesta represión social buscando solo la emancipación de forma individual, el sujeto no podrá ser libre. Y no podrá serlo porque un sujeto, un ciudadano, está constituido por las relaciones sociales que establece con el resto de los ciudadanos, de tal forma que, o bien se libera dentro de esas relaciones –y no “de” esas relaciones- o nunca podrá liberarse. A lo sumo vivirá una apariencia de libertad. Por eso concluimos, con Adorno, que la libertad humana tiene que ver con una dialéctica individuo-sociedad, según la cual solo una sociedad libre hará individuos libres y viceversa. La irracionalidad se da a nivel de la sociedad: solo así se consigue eliminar el elemento liberador que contiene.

2

La Razón perversa comienza con una exposición teórica de los fundamentos sobre los que se edifican sus hipótesis. Pero ello no quiere decir que en sí misma sea una obra teórica. Sin olvidar el rigor intelectual exigible a todo trabajo que pretenda ser algo más que un mero compendio de anécdotas, esos fundamentos teóricos sirven como argamasa y como hilo conductor del análisis de comportamientos sociales cotidianos, comportamientos irracionales, análisis que tiene más que ver con la observación empírica que con la deducción lógica. En este sentido, La Razón perversa puede ser considerada una obra de divulgación, en tanto en cuanto divulga, pone a disposición de todos aquellos que la leen, esos comportamientos irracionales. Comportamientos irracionales que todos compartimos, que todos hemos experimentado, o llevado a cabo, alguna vez y que quizás por ello –y por el tratamiento irónico que a veces se les da- pueden provocar la sonrisa del lector. En todo caso el objetivo último de la obra impide que no sea un trabajo accesible a todos. Ese objetivo último es plantear los comportamientos irracionales y exponerlos a la luz como responsables últimos de la no liberación del individuo. La Razón perversa es una obra que trata de la emancipación y debe ser comprensible. Por ello, aunque, insistimos, esté dotada de un aparato teórico imprescindible para mantener el rigor intelectual que permita marcar distancias con la demagogias y los populismos de toda condición, es un trabajo accesible tanto a lector entendido –en sociología o filosofía- como al profano. Es una obra para todos los públicos precisamente porque lo que pretende es la liberación de todos los públicos y, si esto suena demasiado atrevido o rimbombante, al menos crear la conciencia en todos los públicos de que sus actuaciones irracionales les impiden desarrollarse plenamente como seres humanos.

La Razón perversa es una obra que lleva a pensar, que hace pensar, que, para ser comprendida, exige, de hecho, pensar. Pero, por lo mismo, también es una obra que invita y ayuda a pensar. Un pensamiento no de alto contenido metafísico, sino de lo cotidiano. Un pensamiento de las acciones y comportamientos de todos los días, que muchas veces, la gran mayoría, realizamos sin pararnos precisamente a pensar lo que estamos haciendo. Esa falta de pensamiento es lo que los convierte en irracionales. Un pensamiento de la vida diaria que acaba coincidiendo con lo que normalmente se denomina “sentido común” porque, si pensamos lo que hacemos, nos daremos cuenta de que muchas veces está falto de esa cantidad mínima de sentido común. Es por ello que la obra se edifica, más allá de los planteamientos teóricos de que hablábamos más arriba, sobre la exposición de esos comportamientos habituales, desde montar en un transporte público hasta acudir a un evento deportivo.

3

Precisamente porque La Razón perversa hace una exposición de los comportamientos cotidianos se enmarca en el ámbito sociocultural de los lectores. Y también por ello es una obra que desmitifica, que realiza una crítica de los mitos culturales que se estructuran en, y son estructurados en muchos casos por, la irracionalidad. Mitos que tienen que ver con los medios de comunicación, con el deporte o con la religión. Mitos que han ocupado el lugar de la reflexión racional y han supuesto un retroceso grave en el desarrollo cultural de la sociedad. La Razón perversa pretende separar –y enseñar a separar- aquello que puede ser considerado como una manifestación cultural porque permite el desarrollo humano, porque tiene como objetivo la humanización creciente de los individuos, de aquello que se vende como cultura pero no es más que barbarie porque deshumaniza a la sociedad, porque la vuelve –aunque suene shakesperiano- esclava de sus propias pasiones, o de sus propios sentimientos dirigidos y manipulados.

Así, se hace necesaria una crítica a la política –que no a la Política-, a esa política que apela a los sentimientos de los individuos y no a su razón y que genera populismo en vez de liberación. Una crítica que no es política –por su propia naturaleza no puede serlo- sino cultural entendiendo cultural, insistimos, como aquello que permite el progreso del ser humano.

Esta obra, a pesar de todo, no deja de ser la obra de un filósofo –o de un profesional de la filosofía, más bien- y es por ello que no va a plantear soluciones. No se busque aquí una receta mágica para todos los problemas de la sociedad porque no se encontrará. Como ya se ha dicho más arriba este es un trabajo que invita a pensar –o, al menos, lo pretende-, que invita a reflexionar sobre nuestros comportamientos habituales, que invita también a caer en la cuenta de la irracionalidad que los subyace y que desde estos parámetros invita, por último, a convertirlos en racionales, a desarrollar el potencial emancipador de la vida humana. La Razón perversa es una invitación. Por ello se limita a plantear preguntas, a exponer interrogantes, a forzar, por decirlo de alguna manera, al pensamiento a actuar.

4

La Razón perversa se enmarca dentro de la tradición de la Ilustración, en el sentido amplio de entender la Razón como el elemento liberador de la humanidad, y a la irracionalidad y a la superstición como los responsables del retraso humano. Como responsables, en palabras de Kant, de la “culpable minoría de edad” de la población. Aún así, La Razón perversa es una obra española, escrita por un español y que, aunque tenga una cierta pretensión de universalidad y cosmopolitismo, está dirigida a un público español. Por ello, esa pretensión ilustrada se materializa en un análisis y una crítica de la sociedad española contemporánea, de sus aspectos socio-culturales, políticos y económicos. La obra, así, tiene como ámbito la realidad nacional y pretende ser cercana a esa realidad. La gran mayoría de los ejemplos o casos prácticos que se ofrecen en ella están tomados de esa realidad nacional. De esta manera, aún dentro de esta tradición ilustrada, el presente trabajo se podría enmarcar más exactamente en la línea de crítica social que abarca desde Jovellanos hasta Larra, Pérez Galdós, Marañón, Ortega y Gasset, etc. En sus planteamientos del sentido común como base de la racionalidad, y en su análisis político en general, la obra debe mucho, también, a Bertrand Russell. En una contextualización más contemporánea, La Razón perversa bebe de las fuentes de los pensadores de la racionalización política y económica, desde las propuestas dialógicas de Habermas y Appel, hasta la racionalidad de la Justica y la sociedad de Rawls y Amartya Sen y los análisis exhaustivos del comportamiento racional de Jon Elster. Por otro lado su caracterización de la sociedad actual como carente de racionalidad estaría en la línea de obras como El olvido de la Razón de Juan José Sebrelli o La Razón estrangulada de Carlos Elías. En sus análisis económicos y político-sociales de la realidad social española contemporánea se encuadraría en la línea de la obra de César Molinas ¿Qué hacer con España? o la extraordinaria, aunque no trate exclusivamente de España, ¿Por qué fracasan los países? de Acemoglu y Robinson. Frente a todas estas obras, La Razón perversa aporta la novedad de no considerar exclusivamente a la racionalidad y la irracionalidad como dos fuerzas enfrentadas y excluyentes, sino, como se manifiesta en la tesis misma que constituye el núcleo del trabajo, de considerar que la irracionalidad social viene generada, y en parte exigida, por un cálculo racional de las instituciones. No es que la sociedad sea irracional porque sus instituciones lo son sino, más bien, la sociedad es irracional porque el cálculo racional de sus instituciones decide que les resulta más beneficioso que lo sea.

La Razón perversa no es una obra que se termine en sí misma, aunque tenga un principio y un final, un planteamiento, un nudo y un desenlace (tal vez no necesariamente en ese orden). La Razón perversa forma parte de un proyecto global, o al menos más abarcante que las pocas paginas que la constituyen, proyecto que se va desarrollando y completando de forma constante. Proyecto que se desarrolla al ritmo que se desarrolla la Historia y la sociedad, desarrollo muy difícil de tratar en un escrito estático, y es por ello que este trabajo se complementa y actualiza en otros ámbitos y en otros formatos, fundamentalmente en el blog del autor: La Noche de la Lechuza, bitácora de análisis y crítica social que, partiendo de los planteamientos de La Razón perversa, va rellenando sus huecos, completando sus observaciones y renovando sus posturas.

INTRODUCCIÓN

1

El 1 de julio del año 2012 una oleada de euforia como no se había conocido se extendió por todas las ciudades y pueblos de España. Gritos, cánticos y banderas al viento nos llevaban a pensar que algo verdaderamente grande acababa de ocurrir. Sumidos en plena crisis económica, con cinco millones de parados y unas perspectivas muy negras de futuro, diríase que aquella ola de exaltación patriótica era efecto de algún anuncio importante: quizás la contratación en masa de todos los desempleados o, mejor aún, el final súbito de las convulsiones económicas. Podría haberse pensado esto, ciertamente, pero la realidad era muy distinta. La selección española de fútbol acababa de ganar en Ucrania el Campeonato de Europa de dicho deporte. Intelectuales que hasta entonces habían presumido de repudiar el balompié, amas de casa que sufrían en silencio, todos los fines de semana, las aficiones futboleras de sus parejas o políticos interesados se unieron en unos casos o dirigieron en otros los fastos. Un país económica y socialmente agonizante se lanzaba a la calle por un acontecimiento tan objetivamente nimio y olvidaba todos sus problemas como si nunca hubieran existido.

2

Economistas y sociólogos utilizan el llamado “principio de caridad” para determinar la racionalidad de acciones aparentemente irracionales. Según dicho principio toda acción humana es por definición racional, lo que obliga a realizar todos los ensayos posibles para buscar la base racional de aquellas acciones supuestamente irracionales. Sólo después de repetidos fracasos se puede determinar la irracionalidad real de dicha acción. Como por efectividad práctica el principio de caridad no puede ser extendido al infinito, hay que concluir que las conductas que se dieron después de la victoria de España eran definitivamente irracionales.

Personas seguramente excelentes en su vida familiar y laboral: padres, madres, estudiantes y funcionarios, jubilados, gentes de toda clase y condición de pronto se transformaron en una turba irracional que se lanzó enloquecida a la calle, enarbolando banderas, gritando, haciendo sonar las bocinas de sus automóviles, bañándose en las fuentes públicas, hasta altas horas de la madrugada, no durmiendo ni dejando dormir. Gentes que al día siguiente hubieron de volver a sus ocupaciones, retornaron a su alienación cotidiana sin que la victoria de la noche anterior significara absolutamente nada para la dignificación de sus vidas. Y a nadie se le ocurrió, no ya poner en duda la irracionalidad de este comportamiento, sino tan siquiera protestar porque no podía dormir. Porque aquél que hubiera protestado hubiera sido el irracional y, lo que es peor, el antipatriota, el extraño, el alienado, el enemigo. Y todo esto no porque se hubiera descubierto el secreto de la inmortalidad, sino porque once individuos habían pasado noventa minutos corriendo detrás de una pelota y habían conseguido hacerla pasar entre tres palos clavados en el suelo mientras que otros once, que estaban enfrente de ellos, después de correr también durante noventa minutos, no lo habían logrado.

Pero por algún sitio tenía que haber algún atisbo de comportamiento racional o, al menos, de intenciones racionales en todo aquel panorama. Y ese otro sitio sólo podía ser el poder1. Después de aquello ya no existían crisis, hipotecas, paro, trabajo precario o inflación. Todo era estupendo y maravilloso. La vida era bella porque se había ganado la Eurocopa. Desde los medios se incitó a la gente a lanzarse a la calle. Se les excitó el orgullo de la españolidad, del nacionalismo más rancio. Se colocaron pantallas gigantes de televisión en el centro de las ciudades colapsando éstas (la tele es nuestra amiga). Fue un comportamiento perfectamente irracional y como tal –y siguiendo el principio de caridad- no humano.

3

Sirva el caso mencionado para ejemplificar la tesis sobre la que se construye este libro. Una tesis muy simple pero, en los tiempos que corren, tremendamente complicada de entender. El comportamiento de la población es irracional en la gran mayoría de los casos. Si esa irracionalidad es admitida como algo normal –e incluso en algunas situaciones como deseable- es porque viene generada por las instituciones: por la racionalidad perversa de las instituciones. La racionalidad perversa se define como aquellas decisiones racionales que tienen como objetivo engendrar irracionalidad social. Es racionalidad, puesto que es fruto de una planificación racional, y es perversa porque está pervertida –su fin es lo contrario de lo racional- y actúa oculta, escondida. A lo largo de esta obra se van a analizar los diversos campos de intervención de esa racionalidad perversa, desde la educación a los medios de comunicación, pasando por la política y la economía, incluyendo las supuestas críticas que desde algunos ámbitos intelectuales se lanzan contra la irracionalidad imperante, críticas que se sustentan en la misma irracionalidad, quizás porque no quieren ver, o quizás porque ven muy bien, esa racionalidad perversa.

4

Como nos recuerda Peter Sloterdijk (Sloterdijk, P., 2010) ya desde los principios de la sociedad occidental no es la irracionalidad la que mueve al mundo, sino la racionalidad. No es la ira irracional de Aquiles la que hace caer las murallas de Troya y abre las puertas no sólo de la ciudad, sino de toda la Historia de Occidente, sino la astucia racional de Ulises. Quizás por eso es castigado por los dioses, los que manejan los hilos. Se puede pensar entonces que cualquier acción irracional de los actuales maestros de marionetas, de los que hoy en día han sustituido a los dioses olímpicos y ocupan escaños y despachos muy terrenales, está dirigida por una racionalidad oculta, escondida, innombrable, perversa.

5

Se debe dejar claro desde el principio que la irracionalidad resultante de la racionalidad perversa no es el producto de una decisión individual. Por eso aquí no se tratan las acciones de los sujetos que se comportan irracionalmente porque así lo han elegido. Considero que es derecho y responsabilidad de cada uno comportarse como mejor le parezca (es una de las pocas cosas que sé). Lo que se analiza en este trabajo es el comportamiento de aquellos individuos cuya irracionalidad es inducida. Aquellos individuos que creen comportarse racionalmente cuando su conducta es a todas luces irracional o bien aquéllos que no son conscientes de la irracionalidad de su comportamiento. No se trata de considerar la racionalidad como la panacea universal, de que resulte obligatorio para todos, en todo momento, comportarse racionalmente. A veces los comportamientos irracionales son deseables e incluso necesarios. Se trata de denunciar una irracionalidad no elegida, que se considera como algo normal –y racional- y de sacar a la luz los intereses racionales ocultos que la alientan.

Es por ello que la racionalidad perversa no es irracionalidad aparente producto de una elección racional, porque no se sustenta en ninguna decisión individual. Un sujeto no decide racionalmente ser irracional. La racionalidad perversa lo que hace es exportar irracionalidad al conjunto de la sociedad, lo cual no implica que los individuos, tomados aisladamente, no sean racionales. Pueden serlo o no, en todo caso no es decisión suya. En este sentido la racionalidad perversa funcionaría como un mecanismo ideológico y su objetivo último sería alienar a los individuos. La racionalidad perversa no es irracionalidad, ni siquiera aparente. Es racionalidad, pero racionalidad oculta, de tal forma que aquéllos que caen bajo ella desconocen sus objetivos. Lo que la racionalidad perversa exporta son comportamientos aparentemente racionales, de ahí que los sujetos que la sufren no son conscientes de su irracionalidad. Es precisamente el que esos sujetos adopten esos comportamientos sin plantearse si son racionales, que no sean capaces de descubrir la irracionalidad en la que se mueven sus vidas, lo que la convierte en racionalidad y en perversa. De aquí se desprende que la racionalidad perversa no es una facultad subjetiva, no es algo que se pueda atribuir a este o a aquel individuo, ni al individuo como particular ni al individuo como población. La racionalidad perversa es propiedad exclusiva del poder –tampoco de los individuos que ocupan el poder, los cuales en muchas ocasiones también caen en la fantasía de considerar racionales sus comportamientos irracionales-. Precisamente por ello esta racionalidad está oculta, no se puede atribuir a nadie en particular, sino que funciona como un fondo oscuro de las conductas aparentemente racionales. Por eso, justamente, es perversa.

6

Esta racionalidad perversa provoca que las actitudes de los individuos en el ámbito de sus relaciones sociales sean de tal manera que consideren al otro el enemigo a batir. Si la razón es una facultad humana nada más irracional que no reconocer en el otro esa misma razón, lo que equivale a no considerarle un ser humano. No es de extrañar, empero, puesto que el mayor temor de los portadores de la racionalidad perversa es que los individuos se reconozcan a sí mismos como una única especie humana, que se unan y puedan llegar a descubrir las oscuras razones que dirigen su comportamiento. Desde situaciones tan nimias como viajar en Metro y acceder a un asiento hasta las relaciones laborales y familiares el otro es considerado como un extraño que viene a usurpar el puesto que nos corresponde –el que racionalmente pensamos que nos han asignado fuerzas tan irracionales como Dios o el destino-. Cuando dos individuos se cruzan en la calle no se lanzan miradas de reconocimiento mutuo –lo que sería normal-, ni siquiera de indiferencia: se lanzan miradas de amenaza. Y el caso es que lo racional sería el apoyo y la solidaridad entre todos los ciudadanos porque sólo con la liberación de la humanidad es posible lograr la liberación individual. Ahora bien, si los seres humanos somos precisamente eso, humanos, y como humanos, racionales, es preciso indagar de dónde proceden esas actitudes irracionales. Y a poco que se escarbe en la superficie de la realidad, de esa realidad creada por intereses perversos, veremos que los promotores de estas actitudes son los mismos que están detrás de la construcción de la realidad: los medios de comunicación y los políticos profesionales que son los que fomentan esta situación. No hay más que pararse a ver un noticiario deportivo o uno de esos programas de crónica social –que ahora se llaman “rosas”-: lo que prima, lo que se premia y lo que se considera adecuado es la rivalidad –volviendo al ejemplo con el que abríamos este capítulo basta con recordar el temible y amenazador lema de “a por ellos”-.

7

El caso es que todas las actitudes irracionales tienen en su base una racionalidad clara: impedir que los individuos se emancipen definitivamente. La realidad –y no en un sentido precisamente metafórico- es un centro comercial. Un centro comercial cumple con todos los requisitos de lo que hoy se considera real: consumo y comida rápida, ocio y entretenimiento, espacios cerrados donde el contacto con el otro se reduce a la mínima expresión. Paisajes de cartón piedra y la ilusión de vivir en un mundo maravilloso y acogedor. No es de extrañar que para una gran mayoría de la población su única realidad sea un centro comercial.

Esto, que en un principio podría parecer evidente, supone la máxima alienación del ser humano, la máxima irracionalidad. Como nos recuerda Adorno (Adorno, Th. W., 2006) el individuo sólo alcanza su verdadera libertad y emancipación dentro de la sociedad, algo muy difícil de conseguir si ésta ha quedado reducida a un cetro comercial. Y es que es la sociedad la que pone los medios para la emancipación del individuo. El afán de emancipación individual a lo único que conduce es a la eliminación de la libertad. Es esa emancipación individual que se da en todos aquellos espacios destinados a que uno “se sienta libre”. Si no se ponen los cimientos para que la sociedad proporcione libertad al ser humano, si no se ataca la represión social y se busca la emancipación de forma individual –y por lo tanto burguesa- el sujeto no podrá ser libre. Es decir, concluimos con Adorno, que la libertad humana tiene que ver con una dialéctica individuo-sociedad, según la cual sólo una sociedad libre hará individuos libres y viceversa. Es por ello que la irracionalidad debe darse a nivel de la sociedad: sólo así se consigue eliminar el elemento liberador que contiene.

8

En el contexto en que se mueve esta obra puede resultar esclarecedor recordar el planteamiento de la falacia estructuralista. Según ésta si un determinado grupo social, o bien la sociedad en su conjunto, realiza una determinada acción, y esa acción lleva consigo la consecución de un efecto cualquiera, es ese efecto el que explica la acción realizada. La falacia estructuralista, así, es una falacia porque racionaliza acciones o causas a partir de sus efectos. Acciones que en un principio pueden ser irracionales, porque no estaban dirigidas a producir el efecto por el que se las explica a posteriori. Estaríamos hablando de grupos sociales que desconocen el efecto de las acciones que realizan y aún así las realizan, aunque no pretendan sus consecuencias. Esta falacia, en cambio, no se da cuando determinadas acciones aparentemente irracionales dan lugar a un efecto que podemos fundadamente presumir que era el que se buscaba al realizar la acción. En esto precisamente consiste la racionalidad perversa. Veremos, por ejemplo, como las actuaciones aparentemente irracionales de las autoridades educativas no lo son tanto cuando se analizan sus efectos –la práctica idiotización de amplias capas de la sociedad- desde los intereses del poder. Pero quizás el prototipo de lo que significa la racionalidad perversa nos lo ofrezca Naomi Klein (Klein, N., 2010). Como nos señala esta autora una crisis o una catástrofe cualquiera provoca un schock en la población que paraliza sus posibilidades de respuesta y permite que no ofrezca resistencia a reformas económicas que van en contra de sus intereses. Esto supone que decisiones aparentemente irracionales que se toman desde estamentos de poder y que no hacen más que agravar las consecuencias de dichas catástrofes, sean éstas naturales o artificiales, en realidad tienen como objetivo crear las crisis, poner las condiciones que provocan el schock en la masa social. Subyace en esta toma de decisiones aparentemente irracional una racionalidad oculta.

9

Para terminar esta introducción me gustaría dejar sentada mi opinión respecto a un tema muy de moda últimamente en determinados ambientes intelectuales: la idea de que la irracionalidad actual tiene su origen en el desprecio de la razón por parte del pensamiento filosófico de la posmodernidad en general y, en particular, de una tradición que puede remostarse hasta el escepticismo de Hume. Pienso que, por el contrario, este pensamiento irracional denominado post-moderno es más bien una consecuencia –o, por mejor decir, un cómplice- de los intereses económicos y políticos que propician esa irracionalidad desde una postura perfectamente racional. Si la racionalidad consiste en un análisis del coste-beneficio, entonces la irracionalidad social, en términos de beneficio para el poder, es perfectamente racional.

De hecho, la crítica a la irracionalidad desde la perspectiva señalada anteriormente también contiene un elemento irracional, cuya base es considerar que existe una realidad objetiva y aprehensible que tenga un valor social más allá de nuestras ideas o interpretaciones sobre ella. De esta forma esta realidad se intenta imponer a todas las demás –precisamente por eso se la considera objetiva- cuando no es más que una interpretación entre muchas. Pienso que después de pasar por la Filosofía de Kant ya no debería caber lugar a dudas de que la realidad en sí misma es inaprehensible.

El mecanismo de estas críticas que fomentan la irracionalidad haciéndola pasar por racionalidad es el siguiente. En primer lugar equiparan una supuesta objetividad científica con el sentido común para, posteriormente, aplicar esta objetividad científica disfrazada de sentido común a la realidad social2. De esta forma caen en dos falacias. En primer lugar consideran que existe algo así como una objetividad científica, un problema que es objeto de debate continuo en el ámbito de la Filosofía de la Ciencia. En segundo lugar suponen que esa objetividad científica equivale al sentido común, lo que significa reducir éste –que es común- a la mentalidad científica. Y en tercer lugar, puesto que se ha realizado esta equiparación ilegítima, consideran que la realidad social forma parte de la objetividad científica. En el fondo el objetivo de estas críticas no es otro que desacreditar a la Filosofía y con ella a su instrumento y consecuencia: la racionalidad, en nombre, paradójicamente, de esa misma racionalidad. En suma, aquello que se ha caracterizado como racionalidad perversa.

10

Me voy a permitir, por último, plantear un caso de racionalidad perversa que no afecta al desarrollo de la sociedad pero que quizás, por cotidiano, resulta especialmente llamativo. Si de algo podemos estar seguros en esta vida es de que nos vamos a morir. El único consuelo o la única esperanza que nos queda es no saber cuándo: consuelo y esperanza, elementos, pues, irracionales. Cuando un médico comunica a un paciente que su enfermedad no tiene cura y que tan sólo le queda un tiempo corto de vida –unos meses, unos días o unas horas-, además de no sanarle le está quitando su única esperanza. Pero –y aquí está el elemento de racionalidad perversa- si no se lo dijera le estaría mintiendo. Sin embargo, si a un paciente sano le dice que va a morir, aunque no pueda determinar cuándo, no le estaría mintiendo. Se da así una situación paradójica que se resuelve en la idea del consuelo ante la muerte. Una idea irracional, pero que puede ser utilizada racionalmente.

En el capítulo siguiente se expondrán una serie de fundamentos teóricos alrededor de los cuales se edifican los conceptos de racionalidad e irracionalidad. A continuación se analizarán: la reaparición, cuando no la pervivencia, de elementos míticos, y por tanto irracionales, en la sociedad contemporánea (capítulo 2); los elementos de racionalidad perversa en los medios de comunicación, como instrumento de su exportación a la masa social (Capítulo 3) y su presencia en la política y la economía (Capítulo 4) y en la educación (Capítulo 5).

1. .- En esta obra se cita por extenso el término poder. Aunque por economía intelectual este término aparezca siempre como hipostatizado e “in abstracto” hay que tener en cuenta que el poder nunca es abstracto. No es “utópico”, en el sentido de no ocupar ningún lugar, sino que constituye un espacio social muy concreto ocupado por individuos de carne y hueso.

2. En todo caso lo que nos diría el sentido común sería justamente lo contrario. Que no existe una realidad objetiva, sino que más bien cada uno capta la realidad de una manera distinta. Quizás el ejemplo más claro sea algo que a todos alguna vez se nos ha ocurrido: si todos captamos los colores de la misma manera. La respuesta que nos da el sentido común es que, en el mejor de los casos, no podemos saberlo, porque no podemos entrar en las terminaciones nerviosas que aprehenden las longitudes de onda de los demás. Lo que nos dice el sentido común es, entonces, que la realidad es subjetiva.

FUNDAMENTOS TEÓRICOS

1

Se podría elucubrar con la idea de que estamos asistiendo a una involución del género humano. Si nuestro desarrollo evolutivo se caracteriza por el progreso del cerebro y la inteligencia, entonces quizás nos encontremos cerca de nuestro ocaso como especie. Si la inteligencia se define como la capacidad de resolver los problemas que plantea el medio en vistas a una mejor adaptación es de suponer que la simplificación de ese medio necesariamente ha de acarrear una disminución de aquella. Si el medio plantea menos problemas no existe una necesidad adaptativa tan apremiante para sobrevivir en él. Y siendo la inteligencia la consecuencia de esta necesidad adaptativa inexorablemente ésta ha de decrecer. Y, por último, parece evidente que, al menos para algunos, la sociedad tecníficada supone una simplificación del medio. Al menos, para algunos. La sociedad tecnificada supone, en realidad, una complejidad creciente en los instrumentos que rodean nuestra vida cotidiana y, de la misma manera, una complejidad creciente en las relaciones sociales que estos instrumentos propician. Pero, a la vez, el hecho de que estos mismos instrumentos nos faciliten la vida lleva a una gran mayoría de la población –bien por ignorancia, bien por los intereses de los que crean o propician esos medios- a conformarse con consumirlos, sin preocuparse de cómo funcionan y, por tanto, esquivando su complejidad. Estos instrumentos se convierten, para ellos, en instrumentos cuasi-mágicos: están a su alrededor, pero desconocen los mecanismos por medio de los cuales intervienen en su vida. Es eso que tan magníficamente da a entender Isaac Asimov en su Fundación.

La tecnología, sin embargo, surge como un intento de solución a los problemas que el medio plantea al ser humano. La consecuencia es que esa disminución de la inteligencia no se produce a nivel global, sino tan sólo en un número determinado de individuos. Se crea así una brecha entre aquellos que desarrollan la técnica –o la cultura- que simplifica el medio, o aquéllos que se enfrentan a ella problematizándola, y aquéllos otros que simplemente la consumen. Esto tradicionalmente ha supuesto la aparición de castas privilegiadas tanto sacerdotales como intelectuales. Actualmente, en términos evolutivos –ya se trate de evolución genética o memética3-, puede dar lugar a la aparición de dos especies de Homo que convivan en un mismo medio, suponiendo que no se hayan formado ya. De esas dos especies conviviendo en un mismo medio una, la que controla la tecnología y por lo tanto está mejor adaptada, acabará subyugando a la otra.

Cuando el primer Homo erectus