La Roja: historias de la Copa América - Carlos González Lucay - E-Book

La Roja: historias de la Copa América E-Book

Carlos González Lucay

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Beschreibung

En 2014, el Mundial de Brasil fue la excusa perfecta para que los destacados periodistas deportivos Carlos González del diario La Tercera y Braian Quezada del Canal CDF, junto al reconocido estadístico Luis Navarrete , dieran forma a «La Roja. Historias de Selección». Ahora, en 2015, vuelven a juntarse para entregar nuevas crónicas dedicadas a la selección chilena, pero esta vez enmarcadas en sus participaciones en la Copa América. Chile fue, junto a Argentina, Brasil y Uruguay, uno de los países fundadores de este torneo, que cumple 99 años de rica tradición. Cada una de sus 36 apariciones en el certamen dejó siempre una gran historia, que tras ser escogida cuidadosamente será presentada y puesta a disposición de los lectores y fanáticos del fútbol de manera ágil y entretenida, al mismo tiempo que rigurosa y contextualizada. Usando como base los archivos de prensa para las primeras décadas de la Copa América, y testimonios de decenas de jugadores que defendieron a la Roja en los certámenes más recientes, esta nueva entrega de crónicas abarca desde el primer Sudamericano, disputado en 1916 en Buenos Aires, hasta el último, también jugado en Argentina, en 2011. ¡Este libro no puede faltar en las bibliotecas de los fanáticos de la historia del fútbol chileno, siempre ávidos de conocer un poco más sobre la pasión de multitudes!

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Seitenzahl: 368

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Índice

Portada

Portadilla

Créditos

¿Quién dijo que Chile no tiene historia?

Sudamericano de 1916

Sudamericano de 1917

Sudamericano de 1919

Sudamericano de 1920

Sudamericano de 1922

Sudamericano de 1924

Sudamericano de 1926

Sudamericano de 1935

Sudamericano de 1937

Sudamericano de 1939

Sudamericano de 1941

Sudamericano de 1942

Sudamericano de 1945

Sudamericano de 1946

Sudamericano de 1947

Sudamericano de 1949

Sudamericano de 1953

Sudamericano de 1955

Sudamericano de 1956

Sudamericano de 1957

Sudamericano de 1959

Sudamericano de 1967

Copa América de 1975

Copa América de 1979

Copa América de 1983

Copa América de 1987

Copa América de 1989

Copa América de 1991

Copa América de 1993

Copa América de 1995

Copa América de 1997

Copa América de 1999

Copa América de 2001

Copa América de 2007

Copa América de 2007

Copa América de 2011

CHILE: GOLEADORES EN LA COPA AMÉRICA

CHILE: MÁS PRESENCIAS EN LA COPA AMÉRICA

La Roja.

Historias de la Copa América

RIL editores

bibliodiversidad

Carlos González Lucay

Braian Quezada Jara

Historias de la

estadísticas: luis navarrete herrera

La Roja: Historias de la Copa América

Primera edición: mayo de 2015

© Carlos González, Luis Navarrete y Braian Quezada, 2015

Registro de Propiedad Intelectual

Nº 251.680

© RIL® editores, 2015

Los Leones 2258

cp 7511055 Providencia

Santiago de Chile

(56) 22 22 38100

[email protected] • www.rileditores.com

Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores

Composición e impresión: RIL editores

Diseño de portada: Marcelo Uribe Lamour

ePub hecho en Chile • ePub made in Chile

ISBN 978-956-01-0197-6

Derechos reservados.

¿Quién dijo que Chile no tiene historia?

Hablar de fútbol es un pasaporte universal. Un arma infalible para romper el hielo en cualquier lugar. En la fila del banco, en una sala de espera, en un bar, en la calle o donde sea que uno esté, el fútbol está ahí; a favor o en contra, pero casi nunca indiferente. Y en Chile esto no es la excepción.

Desde muy remotos años e, incluso, antes que en otros países que hoy son potencias en este deporte, los vaivenes del balompié han sido un elemento más en la conversación diaria de los chilenos. La pasión y el entusiasmo siempre nos han acompañado, a pesar de los resultados. La pena y la alegría se han vivido con la misma intensidad, sin importar la época ni las tecnologías del momento, casi al mismo tiempo y sin matices.

Algunas voces dicen que Chile no tiene historia en el fútbol. Una afirmación cuestionable desde muchos puntos de vista. Si se mira desde el prisma de los resultados, un tercer lugar en el Mundial de 1962, y cuatro subcampeonatos de la Copa América son el mayor palmarés de la selección adulta. A ello se suman dos terceros puestos en mundiales juveniles y un bronce en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000. Es cierto que es poco, si se considera que la «Roja» es una de las cuatro selecciones fundadoras y uno de los participantes más activos en torneos de la Conmebol. Pero de ahí a sostener que Chile sea un «don nadie» en el mundo del fútbol, sacando a colación la escasez de logros, es un argumento por lo menos, antojadizo.

Sin embargo, la historia no la hacen sólo los fríos resultados. También está compuesta de otros elementos, que ayudan a entender las razones por las que no se ha llegado más lejos en los números. Y esos elementos –muy abundantes y ricos– son los que le dan vida a esta obra, que rescata el devenir de las 36 selecciones chilenas que nos representaron en la Copa América, desde la primera edición, en 1916, hasta la última, en 2011. No en vano, la «Roja» es el tercer equipo con más presencias en el certamen, sólo debajo de Uruguay (41) y Argentina (39).

A lo largo de este emocionante viaje, nos encontraremos con hechos muy singulares que, en algunos casos, son relatados por sus propios protagonistas. Grandes equipos, jugadores y entrenadores; anécdotas imperdibles; desgracias futbolísticas y tragedias reales; curiosidades y detalladas estadísticas, le dan un sello a único a esta obra, que es el fruto de intensos meses de reporteo, investigación y trabajo de biblioteca, para que todos –incluso los menos futbolizados– tengan la posibilidad de conocer un trozo importante de la historia del fútbol chileno.

Sudamericano de 1916

El primer Campeonato Sudamericano de Football (como se escribía en aquella época) se disputó en Buenos Aires hace ya 99 años, en 1916. Tradicionalmente se le considera como la primera Copa América de la historia, pero este torneo en realidad fue organizado por la Asociación Argentina de Football para contribuir con un grano de arena a los festejos por el Centenario de la Declaración de Independencia del país trasandino.

Para este certamen, Argentina invitó a Brasil, Uruguay y Chile, que eran los únicos países sudamericanos que contaban con una asociación nacional y estaban afiliados a la FIFA. Sin embargo, todos ellos vivían con la amenaza permanente de cismas en sus dirigencias. En el caso chileno, la gran pelea de esos años era entre la Asociación Atlética y de Football de Chile (AAFC), fundada en 1895, con sede en Valparaíso, y la Federación Sportiva Nacional (FSN), fundada en 1909, con sede en Santiago.

Visto con la distancia que dan los años, y como se verá más adelante en estas mismas páginas, lo único que se logró con esta dura pelea entre ambas instituciones fue un daño irreparable al desarrollo del deporte chileno. Polémicas a través de la prensa, recriminaciones mutuas y vergüenzas internacionales, como la vivida en los Juegos Olímpicos de Estocolmo de 1912, donde la AAFC y la FSN mandaron cada una su propia delegación, fueron el saldo de una pugna que hizo correr ríos de tinta durante toda la década del 10 y gran parte de la del 20.

Sin embargo, para este primer Sudamericano, ambas instituciones lograron acordar una tregua temporal y enviar solo un equipo, tratando de que este representara a todo el país. La preparación se tenía que hacer solamente con los elementos disponibles en casa, por lo que durante junio de 1916 se disputó una serie de amistosos entre las selecciones de Santiago, Valparaíso, Coquimbo, Talca, Chillán, Concepción y Talcahuano, en búsqueda del mejor contingente para defender los colores nacionales.

Obviamente, la conformación del seleccionado no dejó satisfechos a todos. Si a la FSN no se le hubiera ocurrido traer al combinado de Talcahuano a la capital, Chile no habría contado con quien sería su capitán, Ramón Unzaga Asla, famoso por ser el inventor de una de las jugadas más vistosas que posee el fútbol: la «chilena». Otro de los integrantes de la Selección, Hernando Salazar, era oriundo de Coquimbo, y señaló que había mejores jugadores en Antofagasta, zona que no fue considerada. Y como guinda de la torta, la AAFC presentó a los partidos amistosos un cuadro donde solo figuraban jugadores de Valparaíso, quienes no habían podido ganar un solo match frente a sus similares de otras ciudades (intercities).

Finalmente, el 26 de junio de 1916, la Selección chilena abordó el Ferrocarril Transandino rumbo a la capital argentina. Como jefe de la delegación, figuraba el diputado radical Héctor Arancibia Lazo; como secretario y tesorero irían dos dirigentes porteños, Roberto Balbontín y Romeo Borghetti, y como «entrenador» del equipo y árbitro oficial del campeonato, viajó Carlos Fanta.

El 2 de julio se inició el I Campeonato Sudamericano, y les correspondió abrir los fuegos a las selecciones de Chile y Uruguay. Ganaron los «charrúas» por 4-0 en un partido mediocre por el nivel disparejo de los contendores, y donde nuestra selección, a juicio de los reportes periodísticos, estuvo permanentemente reducido a la defensiva por carecer de juego de conjunto. La prensa argentina indicó que el team chileno jugó con «cinco backs y cinco forwards», y que en varios pasajes del encuentro mantuvo a sus 11 jugadores en campo propio, hecho que provocó los abucheos del público. También se burló, sin asco, de la «obesidad» que lucían ambos wings chilenos, Manuel Geldes (derecho) y Hernando Salazar (izquierdo).

Sin embargo, tras el partido estaba por ocurrir un vergonzoso malentendido…

En la crónica del partido entre chilenos y uruguayos publicada por El Mercurio (3 de julio de 1916, página 13), su corresponsal especial en Buenos Aires –cuya identidad se ha perdido– escribió lo siguiente:

Inmediatamente el equipo chileno se dispersó en el centro de la cancha y apareció entonces el uruguayo que fue aplaudido, aunque no con mucho entusiasmo, talvez (sic) por la presencia de tres negros africanos que formaban en el team. Los africanos son jugadores profesionales, como así mismo otros dos más que completan la línea de forwards.

Naturalmente, la nota estaba llena de inexactitudes. De partida, Uruguay no alineó a tres jugadores de color, sino que eran solo dos: el centrohalf Juan Delgado, y el forward Isabelino Gradín. El despistado corresponsal, como lo califica con mucha piedad en sus libros el periodista Edgardo Marín, le cambió el color de piel a José Piendibene. La gran estrella uruguaya, apodado «El Maestro», no tenía por donde ser afrouruguayo, pero fue incluido gratuitamente en este lote. Aunque sí se le podría dar el beneficio de la duda respecto a que los delanteros «charrúas» hayan sido efectivamente profesionales; eran los años del llamado profesionalismo encubierto o «marrón», y a los jugadores que formaban parte de una selección, naturalmente, se les pagaba algún dinero.

Sin embargo, cuando el presidente de la AAFC, Juan Esteban Ortúzar, leyó la nota de El Mercurio aquella mañana en su domicilio de Valparaíso, puso el grito en el cielo: ¡Uruguay ganó con profesionales! ¡Y con mercenarios traídos de África! Crónicas de la época cuentan que don Juan Esteban, quien trataba a los jugadores como «mis niños», todavía no terminaba de vestirse cuando el diario llegó a sus manos, y partió a toda prisa rumbo al telégrafo más cercano. La gente no paró de mirarlo durante todo el trayecto, porque con el apuro salió a la calle sin corbata y con la camisa abierta, algo impensable para un caballero de aquellos años.

La misiva que Ortúzar envió a Buenos Aires, decía lo siguiente:

Valparaíso, julio 3 de 1916

Señor don Roberto Balbontín

Hotel París – Buenos Aires.

Mi estimado amigo:

Con mucho agrado nos hemos estado imponiendo de las noticias de la prensa respecto al excelente viaje que Uds. tuvieron y a las cariñosas manifestaciones de simpatía de que han sido objeto, así como de la forma gentil con que nuestros amigos argentinos los han recibido y hospedado.

Esta mañana, después de leer en los diarios la descripción telegráfica que hacen del match jugado ayer con los uruguayos, puse a Ud. un telegrama en el cual le manifiesto que espero ya hayan entablado formal reclamo caso de ser cierto el hecho estampado en El Mercurio de que la línea de forwards uruguayos está compuesta de profesionales, entre los cuales figuran tres negros africanos. En la edición de El Mercurio de Santiago, cuyo recorte le envío adjunto, también se habla de los foulds cometidos por el equipo contrario especialmente por el negro Pendibene y de la debilidad e incompetencia del referee para castigarlos debidamente.

Esta relación enviada por el corresponsal especial de El Mercurio en Buenos Aires tiene, como Ud. comprende, suma gravedad y no es posible dejarla pasar sin que Ud. y nuestro amigo Héctor Arancibia Lazo, practiquen allá las averiguaciones necesarias y si como parece, hay motivo, presenten al Directorio de la Asociación Argentina de Football el correspondiente reclamo. Estamos obligados a hacerlo en defensa de nuestro buen nombre y de nuestra buena fe.

Fuimos invitados a un certamen caballeroso entre equipos de aficionados, nativos de cada país y no podemos tolerar que se nos mande a un match en que figuren negros africanos y hombres pagados. Nuestros jugadores son muchachos que practican el football por higiene y por afición y que solo le consagran el tiempo que les deja libre el desempeño de sus empleos y ocupaciones y no es aceptable que se les ponga frente a frente de quienes viven de su pericia en el juego y consagren todo el tiempo a adquirirla y perfeccionarla. Los representantes del football chileno no habrían jugado contra los uruguayos sinó (sic) contra mercenarios venidos de África, que no tienen patria ni representan país alguno.

La Asociación Argentina de Football no trepidará un momento en tomar las medidas que sean del caso si es que son ciertas las informaciones del corresponsal especial de El Mercurio. La hidalguía y la caballerosidad con que siempre han procedido nos ponen a cubierto de cualquier sorpresa de esta naturaleza y no abrigo la menor duda de que un reclamo fundado será debidamente atendido.

Le ruego manifestar en nuestro nombre al señor Arancibia Lazo y a los señores Fanta, Borghetti, así como al capitán Unzaga y demás jugadores, que si el triunfo del equipo con que jugaron ayer ha sido conseguido merced al inaceptable procedimiento denunciado, deben considerar que no han sido vencidos, y que en todo caso deben mantener muy en alto su ánimo y entusiasmo para defender dignamente nuestros colores en las partidas que aún les queda por competir.

Con saludos cariñosos para Ud. y para cada uno de los miembros de la delegación, tengo el agrado de suscribirme, su atto. amigo y S. S.- (Firmado)- J. E. Ortúzar.

Cuando Roberto Balbontín recibió la carta, los telegramas y el recorte de El Mercurio que le envió el presidente de la Asociación, lo más probable es que haya quedado de una pieza, sin poder creerlo. Allá en Buenos Aires, no había duda alguna respecto a la legitimidad del triunfo para los «charrúas», y existía certeza de que Gradín y Delgado eran uruguayos con todas las de la ley. El rechazo fue unánime en todos los sectores, incluso en la delegación chilena, pero el daño ya estaba hecho. Hasta el día de hoy, en Uruguay se cuenta el mito de que los dirigentes chilenos sí presentaron el reclamo formal, apareciendo aquella versión distorsionada incluso en el libro El fútbol a sol y sombra de Eduardo Galeano. Pero la realidad es que, si bien recibieron instrucciones desde Chile para hacerlo, los delegados tuvieron que salir a explicarle a medio mundo cómo era posible un rumor tan desinformado.

Tras el escándalo, El Mercurio no publicó rectificación, pero desautorizó de tal manera al torpe corresponsal, que la información del Sudamericano desapareció por completo de las páginas deportivas. Será en la sección de informaciones cablegráficas (algo así como las páginas de noticias internacionales en los periódicos de hoy) donde se encontrará el resto de la campaña de Chile, que cayó por goleada 1-6 con Argentina en su segundo encuentro, y empató 1-1 con Brasil.

Se reclama que la goleada con los «albicelestes» se vio facilitada por una situación bastante injusta. Esta ocurrió al inicio del segundo tiempo, con el marcador 1-1: el argentino Francisco Olazar cometió una falta por atrás al centro forward chileno Enrique Gutiérrez, y este, al caer, terminó con la clavícula fracturada. Con las reglas actuales, Argentina tendría que haber quedado con diez jugadores y Chile con once, ya que Olazar debió haber sido expulsado y Gutiérrez sustituido. Sin embargo, en 1916 no se permitían las modificaciones y había mucha mayor tolerancia hacia el juego brusco, por lo que fue Chile el que terminó con un jugador menos.

Por último, el empate 1-1 con Brasil en la despedida del Sudamericano es un gran resultado en cualquier época. Además, tuvo el dulce sabor de que se logró igualar con un gol en el minuto 86 del partido. Pero no es suficiente a la hora de los cómputos, y Chile finaliza en el último puesto de un torneo donde venció la selección uruguaya.

A la hora de los balances, el diputado Arancibia Lazo indicó tres puntos que, a su juicio, dejaban claro el por qué Chile estaba rezagado en relación a los vecinos: 1) En Argentina y Uruguay había jugadores, mientras que en Chile había aficionados; 2) En los países rioplatenses el fútbol ya era una institución nacional y transversal a todas las clases sociales, mientras que en el nuestro se creía que era cosa de obreros (99 años después, el prejuicio no ha cambiado: solo se reemplazó la palabra «obrero» por «flaite»); y 3) los jugadores chilenos eran tanto o más vigorosos que sus colegas extranjeros, pero una vez en conjunto se volvían inferiores.

De esa forma, se ponía fin a la primera expedición de nuestra Selección en el Campeonato Sudamericano. Dentro de la cancha, quedó en la cola de la tabla de posiciones con solo un punto. Fuera del terreno de juego, Chile se convirtió en uno de los cuatro países fundadores de la Confederación Sudamericana de Football, la asociación continental más antigua del mundo, y cuya creación fue aprobada por aclamación en la asamblea de delegados del 11 de julio de 1916. Por más que, tradicionalmente, se considera al 9 de julio como fecha oficial de la fundación.

Sudamericano de 1917

En el Diccionario de la Lengua Española, la octava acepción de la palabra «zapatero» dice: «Jugador que se queda sin hacer bazas ni tantos». Esta definición pone de manifiesto que el origen de este término está en los juegos de cartas, y que tanto en Chile como en otras regiones, fue tomado prestado para referirse también a los resultados deportivos.

Quedar «zapatero» es mucho peor que simplemente salir último. Es haber quedado a la cola sin haber conseguido un solo punto, y en el peor de los casos, sin siquiera haber metido un gol. Eso fue lo que le ocurrió a la selección chilena en el Sudamericano de 1917, el primero que se celebró bajo el alero de la Confederación Sudamericana de Football, y donde estuvo por primera vez en juego la todavía escurridiza Copa América.

Aquel torneo se celebró en Uruguay, y se trató de darle una preparación adecuada al representativo chileno. A fines de agosto de 1917, se le encargó al profesional del box Valeriano Dinamarca que realizara la preparación física de los jugadores que irían al Sudamericano. Una vez instalados en Montevideo, el diario La Nación informaba que el plantel se sometía a un estricto régimen de entrenamiento que se iniciaba cada día a las 6:00 AM con una caminata de 5 kilómetros. Tras 10 minutos de descanso, se entrenaban remates al arco. Después venía un trote de 2 mil metros, una práctica de fútbol que duraba dos tiempos de 20 minutos, para cerrar con remates de cabeza y ejercicios para mejorar la rapidez. Luego del almuerzo y el baño, se realizaba una nueva sesión de caminata durante la tarde para fortalecimiento.

Chile solía entrenar en el vetusto Estadio Parque Central, recinto donde ocurrieron sucesos escalofriantes durante aquellos años: pocos meses después del Sudamericano, el 5 de marzo de 1918, el half Abdón Porte, quien integró el plantel de Uruguay, se suicidaría en pleno círculo central al no poder resignarse a ser suplente en su querido Nacional. Y tres años después, el 2 de abril de 1920, el expresidente José Batlle y Ordóñez también ocuparía el terreno de juego del Parque Central para matar en un duelo con pistola al diputado Washington Beltrán.

Volviendo al fútbol, nuevamente le correspondió a Chile jugar en el partido inaugural, y su rival fue nada menos que el local y campeón vigente, Uruguay (30 de septiembre de 1917). Y se repitió el resultado del año anterior: los «charrúas» ganaron por 4-0. El partido resultó violento: a los 30 minutos del segundo tiempo el chileno Francisco Gatica chocó con el uruguayo Héctor Scarone, quien le tiró una patada desde el suelo. Gatica le respondió con un puñete, y se armó una pelea donde participaron al menos cinco jugadores por lado, pero nadie terminó expulsado de la cancha por el árbitro argentino Germán Guassone.

El también árbitro Carlos Fanta (enviado especial de La Nación) sería bastante cáustico con la actitud del referee:

El señor Guassone, por consideraciones explicables, dado el carácter del encuentro, hubo de dejar pasar numerosas faltas concretándose después, a observar el match y deleitar su mirada recorriendo con sus ojos el desfile de damas por los senderos del Parque (Pereira, hoy Parque Batlle).

Mientras que otro colega del arbitraje, Juan Livingstone (enviado especial de El Diario Ilustrado) señaló: «El árbitro debió haber expulsado a tres (Gatica, Scarone y a otro uruguayo, Ángel Romano), por un acto indigno de un match de tal naturaleza». Inmediatamente después de la pelea que ya se mencionó hace dos párrafos, Uruguay repuso el juego con Pascual Somma, quien trepó por la punta izquierda y centró para Romano, quien solo frente al arco derrotó al goalkeeper Manuel Guerrero y puso el cuarto gol para la «Celeste».

En el Estadio Parque Pereira de Montevideo había un asta de 13 metros de altura que hacía las veces de tablero marcador, en el cual debía izarse una bandera del país que anotara un gol. Los locales estaban tan seguros de que terminarían con su valla invicta, que no llevaron banderas chilenas, produciendo un detalle bastante poco amigable con los visitantes, pero que tenía sustento: en todo el torneo jamás se vio a nuestro emblema patrio flameando en aquel mástil, y eso no era culpa de los uruguayos.

Pero Chile, en el partido siguiente, sí convertiría… pero en contra de su propio arco. El 6 de octubre se midió contra Argentina en un partido que, según las crónicas, fue electrizante, y cualquiera de los dos pudo ganar. Y Argentina se encontró un gol fortuito en los pies de Luis Alberto García, quien jugaba de half, pero también fue inscrito como «reserva de guardavallas». García batió a su colega Guerrero tratando de rechazar un centro, pero en palabras de un periódico uruguayo, «el goal marcado fue obra de la casualidad, ya que hasta difícil resultaba, en la posición que se encontraba García, anidar la pelota en la red como lo hizo». Finalmente, Argentina se impuso por la cuenta mínima.

Y en su último partido, ante Brasil, ocurrió la debacle. Y aunque parezca ciencia ficción, Chile llegaba por primera vez en su historia como favorito a un match internacional. Los brasileños habían perdido 2-4 con Argentina y 0-4 con Uruguay y no se habían sometido a un entrenamiento tan riguroso como los chilenos. Sin embargo, al término del primer tiempo, el mástil del hoy demolido Estadio Parque Pereira tenía izadas cuatro banderas brasileñas. El «scratch» llegó con facilidad pasmosa hacia la portería nacional, y para colmo, en la última jugada del campeonato, estuvo la oportunidad de, al menos, ver al pabellón nacional flameando en los cielos de Montevideo por única vez. Pero el arquero Casemiro le atajó un penal a Bartolomé Muñoz, en el minuto 89, y Chile terminó «zapatero» en la Copa América.

Con todo concluido en la cancha, los árbitros-periodistas Carlos Fanta y Juan Livingstone se dedicaron a pelear entre ellos a través de las páginas de La Nación y El Diario Ilustrado. El primer round lo ganó Livingstone, al acusar que Fanta, en su calidad de directivo de la Federación Sportiva Nacional, habría tratado de convencer con «malas artes» a la Confederación Sudamericana que reconociera a la FSN como verdadero ente rector del fútbol chileno. Las gestiones no resultaron, y la Conmebol reconoció como miembro a la Asociación de Football de Chile, la de Valparaíso. La venganza de Fanta llegaría cuando a Livingstone le correspondió arbitrar el partido final de la Copa América, en donde Uruguay y Argentina tenían que definir nada menos que el título del torneo. Se cree que el único gol del partido, que le dio el triunfo a los «charrúas», nació de una jugada donde el padre del futuro capitán de la selección chilena Sergio Livingstone, cobró en contra de Argentina una falta que habría sido de un uruguayo. Los argentinos, sintiéndose perjudicados, primero pidieron la repetición del partido, y luego, solicitaron a la Confederación Sudamericana «que de ahora en adelante vengan árbitros ingleses».

Sudamericano de 19191

En la turbulenta historia de nuestra Selección, la fatalidad siempre ha sido compañera recurrente, aunque en la inmensa mayoría de los casos, se ha limitado a meros infortunios deportivos. Pero en este capítulo se hablará de un hecho donde se hizo presente la verdadera fatalidad, ya que hubo un partido de la selección chilena que le terminó costando la vida a uno de sus protagonistas.

Este hecho luctuoso ocurrió en el Sudamericano de 1919. Y aunque el jugador caído no dejó la vida literalmente sobre el terreno de juego, podemos decir que el futbolista uruguayo Roberto Chery vendría a ser la primera –y hasta ahora, única– víctima fatal del «Equipo de Todos», en un brevísimo listado que ojalá nunca llegue a engrosarse.

Roberto Chery nació el 16 de febrero de 1896 en Montevideo, y nadie pudo imaginarse que su vida sería truncada de forma lenta y dolorosa cuando tenía tan solo 23 años. Para colmo, el calvario del promisorio golero «charrúa» se inició la misma tarde en que debutó por la selección de su país enfrentando a Chile, y luego de evitar con todo éxito, pero quizás temerariamente, que la «Roja» le hiciera un gol.

La carrera de Roberto no duró más de tres años, y Peñarol fue el único club al que defendió oficialmente. Había debutado a los 20 años en el primer equipo aurinegro, se ganó la titularidad un año después, y en 1918 celebró su único campeonato uruguayo con los «manyas». Alto de estatura y dueño de un físico privilegiado para su época, se le reconoce en su país por haber sido el primer golero que vistió camiseta gris, para no llamar la atención de los delanteros rivales, y fuera de la cancha destacaba por su afición a la poesía.

El club de sus amores era uno de sus principales motivos líricos. «Oh, Peñarol, yo te saludo» comenzaba uno de sus poemas, que los hinchas «carboneros» se han encargado de conservar durante casi un siglo. Y tal vez su trágico y prematuro deceso contribuyó a alimentar ciertos mitos sobre su persona, como por ejemplo, que en los clásicos que jugó por Peñarol contra Nacional le habían marcado «una sola vez, y de penal». Esa historia no tiene mayor sustento, ya que en realidad le convirtieron seis goles en nueve partidos, pero de todos modos lucir menos goles en contra que partidos jugados es un gran registro para cualquier época.

Según el libro La Roja de Todos de Edgardo Marín, el Campeonato Sudamericano de 1919, que tuvo lugar en Río de Janeiro, es uno de los más dramáticos del que se tenga recuerdo. Para comenzar, debió jugarse el año anterior, pero la epidemia de gripe española azotó con fuerza a Brasil, y lo postergó para mayo del 19.

Por la ya conocida lejanía de Chile con el Atlántico, la delegación nacional tuvo que padecer un incómodo viaje de 4 días en tren desde Los Andes hasta Montevideo, alojándose en lo que fuera, menos en hoteles. En la capital uruguaya se encontraron las tres selecciones visitantes, y todas juntas se embarcaron en el buque Florianópolis, en una navegación de 10 días que obligó a replantear todos los conceptos e impresiones acerca del viaje: fue así como, de «incómodo», pasó a calificarse como «penoso».

En lo deportivo, nadie se hacía expectativas con lo que pudiera realizar Chile en Río. Los pronósticos eran idénticos a los de los dos Sudamericanos anteriores: nuestra selección era candidata fija para terminar última, y era descabellado pensar siquiera en ganar algún partido. De hecho, el 11 de mayo debutó contra Brasil y fue paliza: 6-0 golearon los dueños de casa en el recién inaugurado Estadio das Laranjeiras, del club Fluminense. Con el factor de la localía a su favor, Brasil tenía argumentos para ir por el título, o al menos para no dejar reducida la lucha por la Copa América a los dos candidatos de siempre, Argentina y Uruguay.

El segundo compromiso de nuestra selección sería con Uruguay, un duelo que para los «charrúas» aparecía como un trámite, y que el público carioca consideró como el menos atractivo de todo el torneo. Además, en su debut contra Argentina, la «Celeste» se ganó la antipatía de los locales, debido a supuestos «modales groseros». De hecho, la prensa brasileña habló de un «espectador herido» producto de un fuerte balonazo lanzado por un uruguayo hacia la tribuna.

El sábado 17 de mayo de 1919, apenas se congregaron 7 mil personas en Laranjeiras para presenciar un cotejo que quedó marcado no por su resultado, sino por la fatalidad. El técnico de los «charrúas», Severino Castillo, decidió darle la oportunidad de debutar con la «Celeste» al joven Roberto Chery, en reemplazo del guardameta titular, Cayetano Saporiti. Se atribuyó el cambio a que el veterano Saporiti, de 32 años, había presentado problemas para adaptarse al clima tórrido de la capital carioca.

Uruguay estaba empecinado en lograr el tricampeonato sudamericano, por lo que solo hizo cambios puntuales en el once que logró un trabajado triunfo 3-2 sobre Argentina en el estreno. Y ante Chile, cerró tempranamente el marcador con goles de Carlos Scarone (31’) y José Pérez (43’), aunque las fuentes cablegráficas indican que, a eso de los 15 minutos y cuando el marcador todavía estaba cero a cero, el árbitro brasileño Adilon Penteado le anuló un gol a Alfredo France por una supuesta posición de adelanto. Así se describió esta jugada en el diario La Unión de Valparaíso: «Mediante hábil cachañeo y buenas combinaciones, France shotea admirablemente y la pelota se anida con fuerza. Pero cuál no sería la sorpresa del público al ver que el referee anunciaba que no era goal, el goal hecho por France».

El desaparecido matutino porteño, por esas licencias pintorescas que se permitía la prensa de antaño, publicó que Chile en definitiva había perdido 2-1, porque «el referee que jugó en el match de hoy declaró que el gol hecho por los chilenos fue anulado por equivocación. ¡El referee agregó que como ya había tocado el pito, no pudo reconsiderar su decisión!».

Todos los informes coincidieron en que Uruguay no jugó bien, y permitió que los forwards chilenos se crearan numerosas oportunidades de gol. Y una de estas llegadas, registrada en el minuto 63, dio paso a la tragedia. Un remate desde larga distancia de Alfredo France (o de Eufemio Fuentes, según otras versiones) obligó a Chery a realizar una intervención que para nuestros días es muy común, pero que en esos años no lo era tanto, básicamente por el pobre estado atlético de los cuidavallas: el uruguayo voló de un extremo al otro del arco para desviar la pelota con la punta de los dedos y mandarla al tiro de esquina.

El esfuerzo puesto en la atajada le pasaría la cuenta al desdichado portero «charrúa». Su estirada le costó la estrangulación de una hernia inguinal, y fue llevado de urgencia a un hospital de Río de Janeiro. Con respecto a esto último, se cuentan dos versiones para una misma historia: según los reportes de prensa chilenos, Chery se reincorpora y logra terminar el partido, siendo hospitalizado horas más tarde. Pero en las crónicas uruguayas se habla de una situación dramática desde un comienzo: «La multitud en las tribunas aplaudió la espectacular atajada del meta uruguayo, pero Chery no se podía levantar. Fue retirado del field; más las sombras rondan tras él. Una hernia inguinal estrangulada, se decía en principio era el problema».

El torneo siguió jugándose, y para Chile terminó pronto, el 22 de mayo, con una última derrota ante Argentina por 1-4 (el descuento fue marcado por France y esta vez, sí subió al marcador) que dejó cómodamente instalado en el último lugar a nuestra selección. En cambio Uruguay, mientras su arquero suplente luchaba por su vida, igualó en puntos con Brasil, y ambas selecciones debieron jugar un desempate el día 29 de mayo para ver quién se llevaba la Copa América.

Finalmente, en el duelo más largo en la historia de los Campeonatos Sudamericanos, el anfitrión ganó 1-0 tras cuatro tiempos suplementarios, es decir, 150 minutos de fútbol. El único gol del partido lo anotó Arthur Friedenreich a los 2 minutos del tercer tiempo de alargue, es decir a los 122’ correlativos. Al no estar contemplada la definición a penales, sumado a las ansias brasileñas de ganar a toda costa y el ya mencionado desprecio del público carioca hacia los «charrúas», habían decidido prolongar el partido hasta que hubiera un vencedor, en vez de jugar un match adicional al día siguiente (sí, otro más), como era la tónica en esos años.

Finalmente, el 30 de mayo, para empeorar la amargura de los uruguayos luego de perder la finalísima, y tras soportar una atroz agonía de 13 días, Roberto Chery falleció en Río de Janeiro. Aunque fue sometido a una operación de emergencia, no logró sobrevivir a las complicaciones que sufrió luego de la cirugía. En su libro Historia de Peñarol, el escritor Luciano Álvarez deja entrever que la muerte de Chery pudo deberse a una negligencia médica, ya que «los médicos del hospital titubearon, en principio no se decidían a operarlo. Pasadas las horas, se le practicó por fin una intervención desafortunada. En todo este angustioso proceso, José Benincasa, el capitán de Peñarol, estuvo al lado del Poeta y fue el primero en llorarlo». No está de más agregar que Benincasa no jugó partido alguno en este Sudamericano.

A sus honras fúnebres, celebradas en la catedral de Río de Janeiro, asistieron todos los equipos participantes en la Copa América, y la Confederación Sudamericana de Football corrió con los gastos para embalsamar el cadáver. Como homenaje, Brasil y Argentina jugaron una copa benéfica que bautizaron con el nombre del malogrado guardameta. El «scratch» jugaría con los colores de Peñarol, y los trasandinos lo harían con la tricota de la selección uruguaya. Empataron 3-3 y la copa fue donada al club del «Poeta», como le apodaban.

Por último, a los «albicelestes» les correspondería el penoso deber de entregar el féretro con los restos del malogrado arquero a su familia en Montevideo, tarea que cumplieron apenas arribaron a la capital uruguaya, el 15 de junio. Y el sepelio sería descrito como «la más gigantesca manifestación de dolor que haya conocido el fútbol uruguayo».

El recordado periodista chileno Carlos Guerrero («Don Pampa») escribiría en la década del 40 en Revista Estadio, a propósito de un homenaje a su tocayo Manuel Guerrero, que ser arquero a inicios del siglo XX era un oficio de alto riesgo:

Él jugó en tiempos en que los arqueros no tenían fuero. Se les cargaba sin piedad, se les pateaba sin asco y había goles en que los cinco delanteros entraban al portero con pelota y todo dentro del arco. Por eso, nada de embolsadas, sino a dar golpes de puños y esquivar a las fieras.

De vuelta en 1919, la delegación chilena emprendió el retorno al país, y el viaje de vuelta fue todavía más traumático que el de ida. De partida, dejaron Brasil a bordo del mismo barco con los uruguayos, los argentinos y la urna con los restos mortales de Chery. Tras esta escala, siguieron a Buenos Aires y volvieron a atravesar el territorio argentino en tren, al igual que en la ida. Estancados en Mendoza debido a las nevazones, incluso se evaluó la posibilidad de regresar a través de Bolivia, pero finalmente optaron por lo más arriesgado: el cruce de la cordillera de Los Andes a lomo de mula, y en medio del invierno.

El dirigente Romeo Borghetti declaró días después que las provisiones eran escasas: «Diez salchichones, un queso de tres a cuatro libras, dos cajas de conservas, varias tajadas de jamón y mortadela, seis panes y una botella de coñac. La botella apenas alcanzó. A algunos les agradó más que el pan».

Se consiguieron 22 mulas, que partieron desde Zanjón Amarillo (cerca de Uspallata). Hasta Puente del Inca, a unos 20 kilómetros de la frontera, el trayecto estuvo agradable, pero ya en el lado chileno, el descenso a pie por la cuesta Caracoles fue, simplemente, horroroso.

«Este trayecto fue el peor de todos, porque nos perdíamos en la nieve a cada rato y rodábamos como bolas», agrega Borghetti, quien arrendó a unos arrieros una mula por 30 pesos. Poco más allá, el dirigente tuvo que cedérsela al arquero suplente Guillermo Bernal, a quien encontró desfalleciendo. Más adelante localizaron a Ulises Poirier, quien se estaba quedando dormido a merced del «viento blanco», mientras que Guillermo Frez había caído durante la marcha, y fue hallado providencialmente cuando estaba semienterrado bajo la nieve.

Por fortuna, todos llegaron a salvo a la estación de El Juncal, donde pudieron tomar café y pernoctar en un vagón del Ferrocarril Transandino. El 9 de julio regresaron, al fin, a Valparaíso. La odisea había comenzado el 20 de abril. Pero todos volvieron sanos y salvos a casa, más allá de las penurias que vivieron; algo que lamentablemente no sucedería con la delegación uruguaya, que vio caer a uno de los suyos en una tierra lejana, y todo por evitar que la selección más débil del Campeonato Sudamericano marcara un gol.

1 Historia ya publicada en La Roja. Historias de Selección, con el título «El arquero que voló hasta el cielo para evitar un gol de Chile».

Sudamericano de 1920

Han pasado 95 años desde que Chile albergó por primera vez la Copa América. En 1920 terminó la rotación de sedes entre los países fundadores de la Confederación Sudamericana de Football, y es así como el IV Campeonato Sudamericano se realizó en suelo chileno. Con una particularidad que lo hizo único: fue una de las pocas veces que Santiago miró de lejos un gran evento deportivo internacional, ya que el torneo se disputó íntegramente en el Valparaíso Sporting Club de Viña del Mar.

El Sudamericano se desarrolló en un período de especial incertidumbre en el país, a causa de la turbulenta elección presidencial que enfrentaba a Arturo Alessandri Palma y Luis Barros Borgoño. Esta fue la primera contienda política de la historia de Chile que tuvo activa participación popular, y donde se puede hablar derechamente de un ambiente polarizado. El 25 de junio se celebraron las elecciones, y lo confuso de los resultados obligó a conformar un Tribunal de Honor para que decidiera quién había ganado la elección para ser el próximo Presidente de Chile.

La organización del Sudamericano, incluso, aprovechó la ocasión para invitar a ambos aspirantes a la banda presidencial al recinto del Sporting, con el objeto de que presenciaran los matches internacionales. A diferencia de Barros Borgoño, a Alessandri sí se le vio por Viña del Mar y asistió a un encuentro. No sería la última vez que al «León de Tarapacá» se le vería cercano a los fields deportivos.

Las autoridades, no solo políticas sino que también deportivas, tendrían tanto o más protagonismo que los propios jugadores en el Sudamericano del 20. De estas, destacaron los árbitros, para bien y para mal. Hubo situaciones que si son miradas con la óptica de hoy, sin duda serían tachadas de ordinarias e impresentables, pero no hay que perder el foco, ya que en 1920 el fútbol sudamericano era orgullosamente amateur. No pocos autores han caído en la trampa de evaluar todo con los ojos del presente, sin poner las cosas en su verdadero contexto.

La lejanía de las capitales del Atlántico con Valparaíso hizo que las tres selecciones extranjeras (Argentina, Brasil y Uruguay) se juntaran en el camino y llegaran en el mismo tren del Ferrocarril Transandino. Como la Confederación Sudamericana establecía que ninguna delegación podía superar las 20 personas, y varios cupos estaban reservados por dirigentes, solamente Uruguay trajo un árbitro oficial al Sudamericano: Martín Aphesteguy.

Por su parte, el país anfitrión designaba a Francisco Jiménez como su representante, y ese era todo el cuerpo referil disponible antes del campeonato. En un principio, ellos dos tendrían que repartirse los seis partidos del calendario, y no debía ser mayor problema. Hasta que la organización se dio cuenta de que, necesariamente, uno de los dos tendría que dirigirle a su país en el cotejo Chile-Uruguay… y el elegido fue Aphesteguy.

Hasta que de repente, a solo un día del inicio del Sudamericano (10 de septiembre de 1920), la delegación argentina sacó un as bajo la manga, y le extendió una invitación especial al que desde 1917 era conocido como «el mejor referee de Sudamérica». Su nombre: Carlos Fanta. Con la aprobación de la Confederación Sudamericana, e incluso de la Asociación de Referees de Chile, el juez chileno pasaba a ser representante de Argentina, y se convirtió de inmediato en el primer candidato a dirigir el Chile-Uruguay. Por este torneo, y tal como lo bautizó el diario La Unión de Valparaíso, sería «Ché Fanta».

¿En qué pie llegaba la Selección para su primera Copa América en casa? La Asociación de Football de Chile quería evitar a toda costa terminar colista por cuarto torneo consecutivo, por lo que tomó una decisión revolucionaria para la realidad chilena: contratar a un entrenador.

El elegido fue el uruguayo Juan Carlos Bertone, quien dirigía en Brasil y pensó durante un tiempo que no llegaría a nuestro país, porque las dificultades en las comunicaciones le impidieron recibir los telegramas que exigían su presencia lo más rápido posible. «De haberlos recibido a tiempo, me habría venido en junio a este país, y habría hecho un lindo trabajo de tres meses», afirmó el estratega a su llegada a Valparaíso el 5 de agosto de 1920. No tendría demasiado tiempo para trabajar, porque el puntapié inicial del Sudamericano fue programado para el 11 de septiembre.

Bertone tenía plenas atribuciones para hacer y deshacer en la conformación del equipo, situación a la que los dirigentes criollos no estaban acostumbrados. Es más, se creía que meterse en el once inicial era una especie de «derecho inalienable», inherente al cargo de dirigente. Y el uruguayo también tendría que lidiar con varios actos de indisciplina, los mismos que más tarde, y como se verá en el próximo capítulo, lo llevarán a dejar el cargo.

El 15 de agosto, día domingo, quedó fuera el veterano Telésforo Báez, autor del primer gol chileno en la historia de los Campeonatos Sudamericanos. Junto con otro seleccionado, de apellido Díaz, no se presentaron a un match de práctica y fueron sorprendidos en una quinta de recreo en el sector de Santa Inés, en Viña del Mar. Y el 28 del mismo mes, el back Luis Bustos, de Concepción, salió de la concentración por «haberse comportado mal».

De regreso a su ciudad de origen, Bustos realizó sus descargos a través de una carta donde explicó que dejaba la Selección por su propia voluntad, y contó con lujo de detalles cómo se peleó con el forward Alfredo France en la habitación del hotel, que curiosamente, se llamaba «Hotel France». Reconoció que los dos estaban en estado de intemperancia cuando se fueron a las manos, y que Bertone los tuvo que separar no una, sino dos veces. Por su parte, France no recibió sanción alguna y fue titular indiscutido en el Sudamericano.

Aparentemente, no fueron suficientes las mesas de billar y de ping-pong que se dispusieron para el esparcimiento de los jugadores.

La Copa América empezó para Chile el 11 de septiembre de 1920, a las 15:00, en la cancha de fútbol del Valparaíso Sporting Club de Viña del Mar. El rival fue la selección de Brasil, se estima que asistieron unas 15 mil personas al hipódromo viñamarino, y fue la primera vez que se habló sin ningún pudor de un «triunfo moral» para la selección chilena. El cuadro que vistió de «camiseta lacre obscuro [sic], pantalón blanco y medias oscuras» cayó por 1-0 porque el arquero brasileño Julio Kuntz estuvo en una tarde inspirada, y porque Chile se hizo solo el único gol del partido. Las estadísticas oficiales le dan el tanto al wing izquierdo Ismael Alvariza, a los 53 minutos, pero aparentemente, su única participación en la jugada fue tirar el centro. Porque el inventor de la «chilena», Ramón Unzaga, trató de transformar su rechazo en un pase para el golero Manuel Guerrero. Sin embargo, la devolución fue demasiado alta, y la pelota se clavó en un ángulo… ¡Autogol! Pero moralmente se le ganó al «scratch».