La rueda del destino - Maya Blake - E-Book

La rueda del destino E-Book

Maya Blake

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Beschreibung

Bianca 2997 Estaba de nuevo con el rey… Para pasar una noche en el desierto. Doce años después de que el jeque Tahir Al-Jukrat estuviese a punto de perder su trono, la mujer que lo había traicionado apareció a las puertas del palacio para rogar por su hermano. Y esa era la oportunidad de intentar al menos entender su traición. Con una condición: que pasaran veinticuatro horas en el desierto, a solas. Pasar una noche a merced de Tahir era una propuesta peligrosa porque la confianza entre ellos había muerto. Pero con cada hora que pasaba, la renovada intimidad animaba a Lauren a desnudar la escandalosa verdad de su pasado y el ardiente deseo que seguía sintiendo por Tahir.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Maya Blake

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La rueda del destino, n.º 2997 - abril 2023

Título original: Their Desert Night of Scandal

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411417877

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

DESPUÉS de tantos años lidiando con él, el jeque Tahir bin Halim Al-Jukrat conocía tan bien a su ayudante más antiguo, y más circunspecto, como para ser capaz de leer sus pensamientos. Sin embargo, Ali insistía en dar interminables rodeos.

Tahir lo observaba en silencio mientras sacaba unos papeles de su carpeta de cuero, alisaba esquinas que no necesitaban ser alisadas y colocaba la pluma Montblanc, que él mismo le había regalado dos años antes, precisamente en el centro de una página antes de moverla medio centímetro.

Sospechaba que habría hecho una inspección microscópica de cada uña y apartado una pelusa invisible de su traje de chaqueta antes de decir lo que tenía en mente.

–¿Hemos terminado, Ali? Recuerda que debo ir a Zinabir –lo apremió, intentando no mostrar su impaciencia.

Ali torció el gesto, algo que no todo el mundo habría notado.

Tahir lo notó. Se fijaba en todo porque no podía dejar que se le pasase nada. Ya no.

Los días felices y despreocupados en los que confiaba en todos y otorgaba a todos el beneficio de la duda habían quedado atrás después de un terrible desengaño que no solo lo afectó a él sino a su padre y a su país.

Tahir esperaba haber hecho suficiente como para borrar la profunda decepción en los ojos de su padre cuando se encontrasen en la otra vida.

Hasta entonces…

Apretó los labios, intentando controlar la inevitable oleada de emociones que provocaba el recuerdo de su padre.

–No del todo, Majestad –respondió Ali por fin, moviendo de nuevo la pluma.

–¿Qué ocurre? ¿Mi hermano ha vuelto a aparecer en las revistas de cotilleos?

Su hermano, Javid, una constante fuente de disgustos, se dedicaba a darse la gran vida. Por suerte para él, no había hecho nada imperdonablemente escandaloso… aún.

Su hermano menor había aprendido a hacer lo que le daba la gana sin pasarse de la raya y, por el momento, Tahir lo dejaba estar porque Javid era un astuto diplomático cuando quería, capaz de solucionar un incidente internacional con una eficacia asombrosa. Y algún día, cuando decidiese dejar esa vida de playboy y cumplir con sus obligaciones, podría ayudarlo en sus tareas de gobierno.

Desgraciadamente, Javid utilizaba su encanto para seducir a las mujeres más bellas e influyentes del mundo y aparecía a menudo en las revistas de cotilleos. Él, en cambio, prefería relaciones mucho más discretas y no solo porque fuese el rey de Jukrat sino por una lección duramente aprendida doce años antes.

Intentando olvidar eso, Tahir clavó la mirada en su ayudante.

–No tengo todo el día.

Ali se aclaró la garganta.

–Le pido disculpas, Majestad. No, no se trata de su hermano. Su Alteza está portándose bien últimamente.

–¿Entonces de qué se trata? Dímelo de una vez.

–Los guardias del palacio me han informado de que alguien insiste en hablar con usted.

Tahir frunció el ceño, sorprendido por el tono preocupado de su ayudante.

–¿No hay un protocolo para las visitas? Un protocolo que tú mismo organizaste hace diez años.

–Así es, Majestad.

Tahir suspiró pesadamente.

–Entonces, no veo cuál es el problema.

–El problema es que lleva tres días acampada en las puertas del palacio y los intentos de convencerla para que se marche no han servido de nada.

–¿Convencerla? ¿Es una mujer?

–Sí, Majestad. Es una mujer.

–Muy bien. Imagino que debe haber alguna razón para que me cuentes eso a mí.

–Se trata de su identidad, Majestad. Esta mañana por fin hemos descubierto su nombre.

Tahir contuvo el deseo de poner los ojos en blanco.

–¿Crees que disfruto con los misterios y las intrigas, Ali?

–No, Majestad –respondió su ayudante.

–Entonces, te aconsejo que hables de una vez.

Ali se aclaró la garganta, movió la pluma medio centímetro más y luego dijo:

–Se trata de Lauren Winchester, Majestad.

Tahir se levantó con tal fuerza que el sillón se deslizó por el brillante suelo de mármol. De repente, el enorme despacho parecía una jaula de cristal donde todas sus emociones estaban a la vista: sorpresa, vergüenza, furia, desesperación. Todo lo que había sufrido durante esos días terribles en Inglaterra.

Cuando estaba a merced de Lauren.

–¿Qué has dicho? –exclamó.

Ahora entendía la vacilación de su ayudante. Estaba furioso con Ali por mencionar ese nombre prohibido, por devolverla a su vida, donde todas las decisiones debían ser tomadas con la cabeza fría.

–Lo siento, Majestad. Hemos intentado solucionar el problema, pero…

–¿Pero qué?

Ali se encogió de hombros.

–Ella conoce bien el protocolo y sabe que puede esperar a las puertas del palacio. No podemos echarla, sencillamente.

Por supuesto que sí. Lauren Winchester era una mujer muy inteligente.

Eso fue lo primero que vio en ella cuando se conocieron en la universidad doce años antes. Estaban en medio de un debate y él se había quedado un poco atrás, viendo cómo aquella joven le daba mil vueltas a respetados profesores y gurús en el campo de la política.

Al principio se había sentido fascinado por su forma de argumentar, con tono medido, sereno. Luego se había fijado en los preciosos rizos rubios que le llegaban por la cintura, y en los que le gustaría enterrar los dedos, y en las delgadas manos con las que gesticulaba de modo elegante.

Cuando terminó el debate, ella se dio la vuelta y Tahir vio su rostro.

Y se quedó hechizado.

Tres meses después, ella había puesto su mundo patas arriba.

Su padre le había dicho que era una desgracia, su madre le dio la espalda porque ya no era de utilidad, amigos y parientes lo habían tratado como a un paria. El confinamiento en el desierto había sido un alivio temporal, un sitio en el que podía quitarse la máscara y darle vueltas a su sorpresa y su amargura sin que nadie lo juzgase o lo compadeciese.

Ese año de confinamiento lo había curado de muchas cosas. Se había forjado un nuevo camino y desde entonces no había vuelto a mirar atrás. Y si seguía viendo un brillo de decepción en los ojos de su padre, bueno, eso era algo con lo que tenía que vivir.

Y todo por Lauren Winchester.

Tahir miró hacia las ventanas, aunque no daban a las puertas del palacio. El protocolo de seguridad dictaba que su despacho estuviese en el centro del enorme palacio árabe. De ese modo, estaba protegido de gente como Lauren Winchester y de los fervientes súbditos que acampaban a las puertas del palacio esperando ver al jeque.

Su madre había sido lo bastante ingenua como para acercarse a las puertas del palacio para saludar a sus súbditos hasta que un intento de asesinato puso fin a tales prácticas. Desde entonces, las apariciones públicas del jeque de Jukrat eran estrictamente programadas y controladas.

Por supuesto, una mujer como Lauren Winchester se creería por encima de tales restricciones.

¿No había sido así doce años antes?

Tahir se dio la vuelta para evitar la mirada de su ayudante, vibrando con el deseo de ordenar que la echasen de allí. Pero cuando habló, de su boca salieron unas palabras totalmente diferentes:

–¿Ha pedido una cita por los cauces habituales?

–Aún no he podido comprobarlo, pero creo que no –respondió Ali.

¿Porque sabía que era inútil o porque pensaba que eso estaba por debajo de ella?

Tahir apretó los labios.

–Podrías haber lidiado con este asunto sin informarme sobre ello –le espetó.

Ali lo miró con gesto de sorpresa.

–Considerando el puesto de su padre en el gobierno británico, me pareció prudente contárselo. Debemos evitar cualquier incidente diplomático.

«Incidente diplomático».

¿Importaba eso cuando se trataba de Lauren Winchester?

Lo único que le había interesado durante esos meses en la universidad era tenerla en la cama y devorar sus pecadores labios mientras sus preciosos ojos de color verde lo animaban a perderse completamente en ella.

Y lo había hecho.

Algo que lamentó amargamente cuando Lauren reveló su verdadera naturaleza.

«Incidente diplomático».

Tahir miró de nuevo a su ayudante. Ali formaba parte de su estrecho círculo de consejeros porque era inteligente y astuto como nadie.

–¿Es por eso o esperas que esta reunión con la señorita Winchester lleve a otra cosa?

Ali esbozó una sonrisa mientras se encogía de hombros.

–Algunas situaciones exigen un jaque mate –respondió–. Solo estoy intentando facilitar una forma de cerrar el círculo, si fuera necesario.

«Cerrar el círculo».

Un término inventado por los psicólogos para aquellos que eran demasiado débiles como para dejar atrás sus problemas.

¿Pero los había dejado él atrás de verdad? Tal vez aquello era lo que necesitaba para olvidar el pasado de una vez por todas y dedicarse a la tarea en la que sus consejeros estaban fervientemente interesados: buscarle una esposa.

Tahir miró el retrato de su padre, el rostro serio del antiguo gobernante de Jukrat, un hombre implacable que había gobernado el país con mano de hierro. Un hombre que nunca había dado tregua ni cuartel y que no soportaba debilidades, aunque fueran las debilidades de su primogénito.

¿Aprobaría su padre la decisión que empezaba a tomar forma en su mente o la vería como el mismo error de juicio por el que lo había condenado tan severamente doce años antes?

Ali se aclaró la garganta.

–¿Majestad? ¿Quiere darme instrucciones sobre lo que debo hacer?

«Cerrar el círculo».

Esa frase daba vueltas en su mente. Él no había pedido ni deseado que aquella mujer apareciese de nuevo en su vida ¿pero no sería peor dejarla ir sin hablar con ella? ¿No sería peor dejar que su traición quedase sin castigo?

Su padre lo había menospreciado por lo que pasó, pero desde entonces nadie se había atrevido a mencionarlo de nuevo porque había vivido una vida ejemplar, dedicado por entero a sus deberes reales.

Pero en el fondo, la traición de Lauren Winchester era como una mala hierba que había sido incapaz de arrancar de raíz a pesar de sus esfuerzos.

De modo que…

No, se dijo a sí mismo. No podía dejar aquello sin castigo.

–Cancela el resto de mis citas para hoy y tráeme a Lauren Winchester.

Tahir no sabía qué esperar de una mujer a la que no había visto en doce años, precisamente porque se había entrenado a sí mismo para no pensar en ella.

A lo que se enfrentó diez minutos después, cuando la alta y esbelta figura entró en el despacho, fue tan turbador como su primer encuentro.

Lo primero que notó fue su aspecto desmejorado después de haber acampado a las puertas del palacio durante días. El vestido de color melocotón estaba manchado y la melena rubia estaba ahora escondida bajo el pañuelo blanco que llevaba en la cabeza.

Lo segundo que notó fue que Lauren Winchester no había perdido ni una gota de su atractivo. Al contrario, era aún más espectacular que antes.

Ya no era una cría sino una mujer madura, pero cuando miró sus pálidos labios tuvo que hacer un esfuerzo para no abrazarla como había hecho tantas veces.

Parecía contenida cuando una vez había sido efervescente, estallando de juvenil indignación e insaciable pasión.

Era como si el voltaje de sus ojos hubiera disminuido.

Tahir frunció el ceño. ¿Qué le importaba a él?

En silencio, observó a la mujer que lo había traicionado doce años antes. Ella estaba a cierta distancia, como mandaba el protocolo. Poca gente podía ver, y mucho menos tocar, a Su Majestad, el jeque de Jukrat.

Sus antepasados habían hecho de Jukrat un país respetable y él lo había convertido en un reino formidable, reconocido y respetado en el mundo entero.

Tahir esperó hasta que esos ojos que una vez lo habían hipnotizado se levantaron para encontrarse con los suyos.

Esperó hasta que esos pecadores labios se abrieron para decir:

–Hola, Ta… Majestad.

Todos los músculos de su cuerpo se tensaron de inmediato y una turbadora ola de fuego recorrió sus venas.

Al menos una cosa no había cambiado.

Su voz seguía siendo melódica y suave como la miel. Como el tono hipnótico de una campana que él no quería escuchar, pero que anticipaba, en el fondo esperando sin aliento el siguiente tañido. Y el siguiente.

Esa reacción lo irritó aún más. Él no podía permitirse debilidades, de modo que no se molestó en devolver el saludo.

–Gracias por recibirme.

–No me dé las gracias, señorita Winchester. Puede que la haya recibido solo por el placer de mandarla al infierno –replicó él con tono helado.

Lauren lo miró con los ojos como platos antes de volver a mirar el suelo. Si fuera otra persona, Tahir habría pensado que era un gesto de respeto, pero se trataba de Lauren Winchester, de modo que era un gesto calculado. ¿Un subterfugio nacido de la desesperación?

Nerviosa, ella se pasó la punta de la lengua por los labios y Tahir recordó cómo era besarlos, devorarlos…

–Espero que no –dijo Lauren por fin.

–¿Por qué? –preguntó él.

–Porque debía venir, no tenía alternativa.

Tahir hizo una mueca. Como jeque de Jukrat, él vivía a diario teniendo que tomar decisiones.

–Buenas o malas, sensatas o absurdas, siempre hay alternativas. Presentarse en el palacio era un riesgo, presentarse ante mí ahora es ridículo.

El brillo de sus ojos verdes aceleró tontamente su corazón, como reaccionado al reconocer a un viejo amigo.

Salvo que aquella mujer no era su amiga. Era Dalila.

Una mujer inteligente y progresista, con un cuerpo que podía parar el tráfico, Lauren lo había hechizado antes de echarlo a los leones sin pensarlo dos veces.

–Le envié varios correos y también intenté hablar con usted por teléfono, pero fue imposible.

Tahir hizo una mueca.

–O es mentira o fue tan imprecisa que el personal de palacio no la tomó en serio.

–No podía decir lo que quería.

Lauren tomó aire y Tahir tuvo que hacer un esfuerzo para no mirar los pechos que una vez había acariciado fervorosamente, lamiendo y mordiendo unos pezones rosados que lo habían convertido en esclavo del deseo. De ella.

–Se trata de un asunto privado –dijo Lauren entonces.

Esa respuesta despertó su curiosidad, pero la curiosidad era lo que lo había llevado por un camino de destrucción doce años antes.

–Dígame, señorita Winchester, ¿el rey de Inglaterra invita a su despacho a cualquier extraño que aparezca a las puertas del palacio de Buckingham?

Ella hizo una mueca.

–Por supuesto que no. Pero, como he dicho, yo no tenía alternativa.

–Podría haberse marchado, haber vuelto al agujero del que haya salido.

Ella apretó la correa de su bolso hasta que sus nudillos se volvieron blancos.

–No podía hacerlo –repitió–. Esto es demasiado importante.

–Mi bisabuelo fue asesinado por uno de sus súbditos. ¿Lo sabía?

–¿Qué? No, no lo sabía.

–Pues así fue. Y mi madre también estuvo a punto de ser asesinada porque pensaba que todos sus súbditos eran criaturas benignas, así que no es aconsejable recibir a cualquier extraño que aparezca en las puertas de palacio.

–Yo nunca… no tengo intención de hacer nada de eso. Imagino que lo sabe.

–Lo único que sé es que la última vez que estuvimos juntos me traicionó. ¿Es cierto o no?

Ella abrió la boca para respirar. Estaba pálida y sus ojos eran dos oscuras piscinas de angustia. Falsa angustia, estaba seguro.

–Yo… puedo explicárselo.

–¿Cierto o no? –repitió él, intentando contener sus intensas emociones.

De nuevo, Lauren sacudió la cabeza.

–Lo siento –dijo en voz baja.

Tahir se levantó para acercarse a ella, despacio. Necesitaba cada segundo para controlar sus emociones.

–Míreme –le ordenó, con el derecho que le otorgaba su papel como gobernante de Jukrat.

Cuando ella levantó la cabeza, esas piscinas verdes lo atraían de nuevo a sus profundidades, pero Tahir se resistió porque ya no era el ingenuo que había sido una vez.

–No acepto la disculpa.

Al ver su expresión angustiada, Tahir echó de menos a la mujer vibrante que había sido, las intensas y estimulantes conversaciones que duraban hasta el amanecer, cuando lo único que los dejaba agotados era el maratón de sexo con que las culminaban.

Despreciando el deseo que empezaba a renacer en su interior, Tahir se cruzó de brazos y clavó en ella la mirada.

–Entiendo que esté enfadado…

–¿Lo entiende o solo lo dice con la esperanza de que la ayude? ¿De qué se trata, de algún favor burocrático? Imagino que seguiste con tu pasión por la política y trabajas en el sector público.

Tahir se enorgullecía de no haber buscado nunca información sobre ella. Lauren Winchester había ocupado demasiado espacio en su mente durante ese largo año de confinamiento en el desierto como para perder más tiempo una vez que terminó el castigo, especialmente con la decepción de su padre clavada en el alma. De modo que se olvidó de ella y se dedicó a seguir los pasos de sus antepasados para convertirse en el gobernante que su querido reino y su destino dictaban.

–No he perdido mi pasión por la política, pero no estoy aquí para hablar de mí –dijo Lauren entonces.

Tahir se preguntó si habría sido un error recibirla. Porque Lauren no había ido allí buscando su perdón.

Estaba allí por otra razón.

No llevaba alianza, pero eso no logró calmar su agitación. Que no llevase alianza no significaba que no hubiera seducido a algún otro ingenuo.

Tahir recordó sus circunstancias familiares. Unos padres arrogantes, especialmente su padre, que utilizaba su puesto en un gabinete ministerial para su propio interés y un hermano menor que se creía el centro del universo por pertenecer a la clase alta.

En realidad, le había sorprendido que la familia de Lauren fuese tan distinta a ella.

Claro que pronto descubrió que, sencillamente, Lauren era más hábil escondiendo su verdadera naturaleza.

Y ahora estaba allí, ¿para qué? ¿Buscando un favor para algún amante? ¿Un marido? Alguien tan importante para ella como para pasar tres días acampada a las puertas del palacio.

Luchando contra los amargos recuerdos, Tahir tomó la decisión que debería haber tomado cuando Ali le informó de su identidad: dejar a esa mujer en el pasado, donde debía estar.

–No tenemos nada más que hablar, señorita Winchester. Mis guardias la acompañarán a la puerta y le recomiendo que no vuelva por aquí.

Lauren se acercó un poco más, mirándolo con gesto implorante.

–Le suplico que me escuche…

Él esbozó una amarga sonrisa mientras pulsaba un botón para llamar a su ayudante.

–Sugiero que no se acerque más. Mis hombres de seguridad se ponen furiosos cuando alguien se acerca demasiado.

Lauren se detuvo y Tahir experimentó una satisfacción que fue inmediatamente extinguida por una oleada de remordimiento.

Pero el remordimiento se marchitó también cuando ella levantó la barbilla y lo miró con gesto desdeñoso.

–¿Así que solo me ha recibido para hacerme perder el tiempo? –le espetó

Tahir se encogió de hombros.

–No tengo por qué darle explicaciones, señorita Winchester. Tenía cinco minutos para despedirme de alguien a quien conocí una vez y esos cinco minutos han terminado. En cuanto a perder su tiempo, nadie le ha pedido que viniera a las puertas de este palacio, ¿no?

Ella abrió la boca para responder, pero la aparición de Ali y la presencia de los guardias la hicieron guardar silencio.

Pero esos ojos… esos expresivos e inolvidables ojos verdes estaban vivos ahora que había decidido olvidar la timidez, despertando un ardor que solo ella era capaz de despertar. Tahir había buscado esa chispa con otras mujeres durante todos esos años y cada fracaso hacía que su resentimiento aumentase.

En silencio, esperaba su reacción, una inteligente y cortante réplica, por ejemplo. En lugar de eso, ella dejó escapar un pesado suspiro.

–Por favor, Ta… Majestad.

«Por favor».

Más que su falso «lo siento» esa súplica hizo que Tahir se detuviese.

¿No se había prometido a sí mismo durante ese interminable año en el desierto que algún día Lauren Winchester le suplicaría?

Pero no era suficiente. Lo que aquella mujer le había hecho sufrir, todo lo que había perdido por su culpa, respeto, integridad, la confianza de su padre, incluso el afecto egoísta de su madre, algo que jamás pensó que echaría de menos hasta que ella se lo negó. Todo porque Lauren Winchester se había negado a pedirle perdón.

–Majestad, es la hora –dijo Ali en medio del cargado silencio.

Tahir se apartó del escritorio y, sin decir una palabra, salió del despacho.

Unos segundos después, oyó unos pasos vacilantes tras él, que aumentaron de velocidad cuando aceleró el paso.

Sabía que podría hacer que la sacaran del palacio con un simple gesto, pero necesitaba saber por qué había ido allí, necesitaba oírla suplicar de nuevo para cerrar la vieja herida que su presencia había abierto.

Ali, sujetando la infernal carpeta de cuero, caminaba a su lado.

–El helicóptero está preparado para llevarlo al norte, Majestad –le dijo, mirando discretamente por encima de su hombro.

–Estupendo.

–¿Se quedará allí durante dos semanas como habíamos acordado?