La Sociedad de los Sueños - Carlos Piñeiro - E-Book

La Sociedad de los Sueños E-Book

Carlos Piñeiro

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Beschreibung

Un hombre busca los momentos de su mayor felicidad a través de un sueño lúcido. ¿Busca un sueño o es perseguido por su recuerdo? Un hombre sale del baño de un bar y encuentra toda su realidad cambiada. ¿Sueño o distorsión del tiempo? En tierras legendarias, todo un ejército sueña, antes de su batalla decisiva, el mismo sueño con la diosa Ishtar. Los fangs, tribus de África central, creen que cada persona tiene cuatro almas. ¿A dónde van por las noches? La historia de la humanidad está llena de extraños sueños y visiones. ¿Historias fantásticas? En un mundo donde todo es calculable, medible y explicable. Donde la razón tecnócientífica se vanagloria de poder observar y explicar desde la trayectoria de los planetas más lejanos hasta el comportamiento de las partículas subatómicas y la sinapsis de las neuronas como base material de nuestros pensamientos. En ese mundo organizado hasta el detalle por el pensamiento racionalista moderno iniciado por Descartes, el lector quedará atrapado desde el inicio con estas dieciséis historias apasionantes acerca del tiempo, los sueños, el amor, la religión. Algunos de estos cuentos están basados en sueños y sucesos reales. ¿Género fantástico? ¿O atisbos de otra realidad humana no mensurable, calculable ni explicable por la razón científica? ¿Es posible que haya pasado desapercibido el hecho de que todo el edificio de la Filosofía moderna racionalista occidental, fue creado principalmente sobre la base de las ideas de Descartes, a partir de tres sueños que tuvo?

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Seitenzahl: 183

Veröffentlichungsjahr: 2022

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La Sociedad de los Sueños

Piñeiro, CarlosLa sociedad de los sueños / Carlos Piñeiro ; Enrique Peixoto. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2368-6

1. Cuentos. I. Peixoto, Enrique II. Título CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Índice

Prefacio

I. El sueño de Foucault

II. Significado

III. Perfume en Lisboa

IV. Asurbanipal, Jezabel y Edmundo

V. Aquelarre

VI. El demonio y la espada

VII. ¿Dónde estoy?

VIII. El tío querido

IX. El sueño de los locos

X. Cuatro almas

XI. Subte desde Oriente

XII. Viaje cuántico

XIII. Caos, tormenta y ADN

XIV. El reloj y el fantasma

XV. Laberinto

XVI. La Sociedad de los Sueños

Agradecimientos

Landmarks

Tabla de Contenidos

DEDICATORIA

A mi familia

A mis amigos

A la noche

A la eternidad que vive en lo fugaz

Carlos Piñeiro

A mi familia

A mis amigos

A los sueños

Lato

Prefacio

Mayo de 2020. Pandemia. Confinamiento. Todo se altera radicalmente. La ciudad es un fantasma sin cuerpos. Es de noche. Estábamos disfrutando de lo que se convertiría en un nuevo rito para afrontar esta anormalidad. Compartíamos una copa de vino entre dos amigos de toda la vida a través de las pantallas del celular. ¿Qué estabas haciendo? Estaba leyendo un libro acerca de los sueños. ¡No te puedo creer! Yo también estaba leyendo un libro sobre los sueños. Pura sincronicidad, como diría Jung.

El vino hacia su efecto. Nos alejaba de la cotidianidad tan extraña en esos días y nos acercaba a otro mundo. El argumento de una novela distópica surge sin saber bien de donde. Los personajes empiezan a tener rostro ante nosotros. Una copa más… Tenemos que escribirlo. Mejor que sea un libro de cuentos, atravesados por un hilo común. Nos acordamos del Decamerón, donde unos jóvenes se van al campo a narrar historias en medio de la epidemia de la peste negra.

A la noche siguiente, uno de nosotros lee un cuento recién escrito. Está basado en un sueño real. Nos encanta. Pasa una noche más y el otro responde con otro cuento. El rito del vino ahora incluye lectura de cuentos y de algunos ensayos sobre los sueños. Surge una duda. ¿Se puede escribir esto a duo? ¿Por qué no? Si tenemos una amistad que comenzó cuando teníamos seis años. Tenemos que hacerlo.

Habíamos pasado muchos años hablando de esta extraña y fascinante dimensión del plano onírico. Esa noche de mayo algunos sueños surgieron desde lo más profundo de nosotros como una revelación que sentimos como mandato de escribir este libro. Algunos de estos cuentos están basados en sueños, hechos y sucesos reales. Sucesos difíciles de creer en este mundo. Un mundo donde todo es calculable, medible y explicable. Donde la razón tecnocientífica se vanagloria de poder observar y explicar desde la trayectoria de los planetas más lejanos hasta el comportamiento de las partículas subatómicas y la sinapsis de las neuronas como base material de nuestros pensamientos. En ese mundo organizado hasta el detalle por el pensamiento racionalista moderno iniciado por Descartes, nacieron estas dieciséis historias apasionantes acerca del tiempo, los sueños, el amor, la religión. ¿Género fantástico? ¿O atisbos de otra realidad humana no mensurable, calculable ni explicable por la razón científica? ¿Es posible que haya pasado desapercibido el hecho de que todo el edificio de la Filosofía moderna racionalista occidental, fue creado principalmente sobre la base de las ideas de Descartes, a partir de tres sueños que tuvo?

Preguntas que abrirán más interrogantes en estos cuentos. El lector podrá decidir si son solo relatos fantásticos, o señales brumosas de otro plano de la realidad.

I. El sueño de Foucault

El alma, prisión del cuerpo.La visibilidad es una trampa.

–Michael Foucault

Hay un muro. No debería haber un muro aquí. Pero lo hay. Trata de sortearlo. Comienza a caminar a tientas hacia su derecha. Trata de ver el fin del muro, pero todo alrededor es una niebla espesa y grisácea. No puede ver más allá de unos centímetros. Siente que le falta el aire, comienza a caminar más rápido; más rápido; se agita, siente cómo la desesperación se va apoderando de su cuerpo y de sus sentidos; cada vez se le hace más difícil respirar. Entonces para abruptamente. Recupera el aliento. Se dice que es absurdo, que no puede dejarse ganar así por un miedo irracional. No hay nada que temer. Respira hondo. Comienza a recobrar el aplomo. Hay niebla y hay un muro. Un muro que debe terminar en alguna parte, así que es solo cuestión de tener paciencia y encontrar la salida. Ya más tranquilo, recomienza la caminata. Camina y camina. Se está habituando a avanzar a tientas y hasta comienza a gustarle; es como andar a ciegas; cada paso puede ser un pasaje a algo inesperado y sorprendente. Sabiendo que en cualquier momento puede recobrar la visión, sus sentidos comienzan a agudizarse. Siente un olor dulzón, como a tierra mojada. Casi es feliz. Ahora frunce el ceño. El olor está mutando; se torna ácido, casi putrefacto. Se inquieta. ¿Cuánto ha caminado? Horas. Algo anda mal, ha perdido la noción del tiempo. Le duelen las piernas. Toca el muro, un muro rugoso. Quizá no sea muy alto. Comienza a escalar; apoya un pie sobre una protuberancia saliente y después una mano; ahora, otro pie. ¡¡Ahhh!! Un grito desgarrador brota del muro. El corazón casi se le sale del pecho, pierde equilibrio y cae al suelo. No se ha hecho daño, pero está asustado. Instintivamente corre hacia el otro lado del muro. Da unos pasos y choca violentamente contra otro muro. Está sin habla, a punto de llorar. No puede ser, no puede ser, no es posible. Toca el muro temeroso, con los ojos entrecerrados debido a que no ve nada a causa de la niebla. Este muro es distinto. Es rugoso, tiene algo que lo cubre. ¿Son ramas? ¿Plantas? Está mojado, pegajoso; algo se le pega en la mano y no puede despegarlo. Intenta, pero es en vano. También se le ha fijado un pie. Siente que el hedor se hace más penetrante; ya es casi insoportable. Se le ha atorado la mano izquierda tratando de zafar la derecha y tiene una comezón punzante en la nuca que se hace cada vez más intensa; le pica con desesperación y retuerce todo su cuerpo tratando de rascarse, de restregarse contra el muro, pero le es imposible. Casi vomita del olor y la piel le pica tanto que se la arrancaría. Por fin, logra rascarse y siente un alivio inmenso. Se rasca cada vez más fuerte; más fuerte; casi se hace daño. Algo anda mal; se rasguña con tanto frenesí que comienza a sangrar; ya no le pica, le arde, pero no puede parar de rascarse y rasguñarse cada vez con más fuerza. Quiere parar. ¡No puede! Está sangrando. ¡Basta! ¡Basta! Pero la mano no obedece la orden. Insiste autónoma y furiosa mientras una masa gelatinosa se le pega al cuerpo. ¡No! Grita horrorizado. Toma conciencia de que no ha podido liberar sus manos, totalmente presas de la masa pegajosa. ¡No es su mano la que lo sigue lastimando sin piedad! ¿De quién es? Empieza a llorar y a gritar. En su desesperación oye un eco, un eco que viene de todos lados. No es un eco, es una especie de risa, si puede llamarse así a ese sonido que nace como arrancado del suelo y de las paredes. Algo le sujeta el tobillo. Intenta liberarse. Es como una raíz, pero no. Le sujeta todo el pie con destreza y firmeza como si fuera... ¡¿Qué es?! Es una mano. Una garra inhumana con una fuerza increíble que aprieta cada vez con más tenacidad; ya casi le revienta la pierna mientras la nuca ya no tiene piel y la mano se ensaña con sus huesos y con sus arterias. No soporta el dolor; intenta chocar su cabeza contra el muro. Pero ya no hay muro; solo piel, manos y esa masa pegajosa. Y hay una ráfaga de viento negro, una especie de aliento nauseabundo que sale de ese muro que no es un muro que ahora se mueve al ritmo de ese aliento que ensordece y retuerce el estómago. Otra mano ha tomado su otro pie; y otra, su muñeca. Y escucha o siente un chasquido sordo y un dolor agudo que le atraviesa todos los huesos. Se ha quebrado su pie y siente la sangre que corre hasta la tierra, de la cual siente surgir miles de manos o lombrices o raíces; y siente algo como unos dientes que le arrancan parte de su pie. Y su cuello está a punto de quebrarse; y grita; grita y llora hasta que no tiene voz, pero su masa de cuerpo casi aniquilada no cesa de intentar el grito mudo y sordo: «Quiero, quiero, quiero...».

Abro los ojos, trago saliva y logro respirar. Es de noche; sin embargo, la luz de la luna se filtra por la ventana. Puedo divisar el techo del cuarto, que logra tranquilizarme. Ya no hay muros con manos; ahora solo hay un techo, el techo reconocible de mi cuarto. Los límites reconocibles y tranquilizadores de una realidad que no se sale de sus códigos y de sus leyes. La realidad. ¿La realidad? Ese feroz interrogante cotidiano. Ese lejano sinsentido incomprensible. Me quedo mirando el techo, buscando formas en la penumbra, hasta que me duermo.

A la mañana siguiente, se levanta con ganas. Se mira en el espejo, anuda su corbata, se calza el traje. Sin embargo, no deja de hacer gestos para amoldar su persona a la máscara social. Como si el cuerpo lo rechazara y no se dejase envolver en esa tela áspera. Mueve el cuello, le aprieta demasiado el botón de la camisa. Mira el reloj. Ya es tarde y se decide a ir a la oficina de una vez. Sale, por fin, a la calle. Es el mismo trayecto de siempre. Llega al edificio de siempre, a sus oficinas en el distrito neurocientífico edificado en la ex Reserva Ecológica de la ciudad. Los guardias lo saludan amigablemente mientras, con un gesto casi de autómata, mira hacia el lector facial de seguridad y se dirige hacia uno de los molinetes de la entrada. Se enciende la luz verde. Con su pierna derecha presiona sobre la barra de acceso y entra. Está adentro.

Es el año 2061. El profesor Sebastián Gueta está preocupado. Cincuenta años antes esto no significaba nada. Una mala pesadilla, una mala noche. Pero ha pasado mucho tiempo. Y, ahora, estos sueños son perseguidos. Son un delito. Una prueba irrefutable de desadaptación. Desde que el gran Panóptico de Sueños fue instaurado a escala global, soñar así puede ser muy peligroso. El Panóptico registraba los sueños de todos los ciudadanos, que eran analizados por un ejército de psiquiatras del Ministerio de Seguridad Neurocientífica. Allí se descubrían todo tipo de personas desviadas, agresores sexuales, enemigos de la sociedad. De acuerdo con el nivel de alarma, las personas podían recibir desde una pena de terapia forzada en un centro de reeducación neurosocial hasta ser recluidas en una prisión. Como psiquiatra investigador del Ministerio, podría borrar el registro de esta pesadilla. No quedaría ningún rastro de esa mala noche. Pero Gueta nunca había tenido que recurrir a esto. Su vida era apacible, tranquila. Tenía acceso a muchos privilegios y a todos los vicios que esta sociedad le permitía. No podía entender por qué, pero ahora tenía que hacer algo. Si bien la pesadilla no tenía escenas de violencia hacia terceros, sí tenía signos de destrucción y era ominosa. Si fuese analizada, sería observada minuciosamente por los censores. Así que, a pesar de los riesgos, se impuso con fuerza en su mente lo que tenía que hacer. Simplemente borraría el registro electromagnético del sueño. Con esta convicción, cerró la puerta de su despacho y, con una velocidad maquinal, como guiado por una fuerza exterior, buscó el registro de su pesadilla. Tuvo un primer impulso de ver el film. Tenía una curiosidad morbosa. Nunca había visto en la pantalla su propio sueño traducido por el Panóptico. ¿Cómo se vería? ¿Cuán fiel a su producción onírica sería? Era una práctica prohibida. La visión reiterada de los propios sueños generaba distorsiones psíquicas: muchos psiquiatras que no habían podido resistir la tentación de intentarlo habían terminado sufriendo psicosis delirantes. Así que reprimió ver su propia ensoñación y, con decisión, eliminó el archivo y, luego, la copia de respaldo. Ya estaba hecho. Como si nada hubiese sucedido. Sintió un gran alivio al borrar algo tan desagradable y se sirvió una taza de café. Entonces vio a través del vidrio que Mariela le hacía señas para ver si podía pasar. La doctora Mariela Trento era muy hermosa; tenía cabellos negros y unos ojos azules muy penetrantes. Le hizo el ademán de que ingresara. Se la veía preocupada.

—¿Qué pasa? —inquirió Gueta.

—Quiero que veas esto porque nunca vi nada igual.

—Decime.

—Tengo dos sueños que monitoreé. Sueños oscuros. Expresados en un lenguaje encriptado, pero yo creo ver signos de desadaptación, de conducta violenta. En fin, sin asesinatos, pero con mucha destrucción y sangre. Y son idénticos.

—No le veo nada raro. Sueño recurrente, quizás un sueño traumático. Pasalos al sector de Definición de Perfil Psicosocial para que evalúen si necesitan una terapia forzada.

—No me entendiste. ¡Los sueños son absolutamente idénticos! En cada detalle, en los colores, en todo. ¡Pero son de dos personas distintas!

—Sabés que eso es imposible.

—Miralos vos mismo. ¿Puedo usar tu computadora?

Gueta asintió con la cabeza y, entonces, la doctora Trento entró en la red y proyectó los dos sueños de los sujetos en la pantalla que ocupaba toda la pared. Los verían los dos al mismo tiempo para que se convenciese con sus propios ojos de que eran absolutamente iguales.

Gueta se acomodó en la silla y comenzó a mirar. Al principio estaba oscuro, parecía de noche, no se veía mucho. De pronto, apareció un muro.

Me sobresalto. Algo no está bien. Me digo que no puede ser, pero hay algo en la atmósfera que ya me dice que es así. Reconozco la niebla espesa y grisácea, la misma agitación, la desesperación, la dificultad para respirar, los mismos diálogos conmigo mismo tratando de calmarme. No puede ser. Y empieza la caminata y a escalar el muro, hasta que llega al hedor horrendo; y, luego, comienza la mano a despedazarlo; y la risa; y el olor nauseabundo. Y la pesadilla termina con las mismas palabras: «Quiero, quiero, quiero...».

Estaba shockeado. Sin palabras. No podía decirle a Mariela que él también había tenido ese sueño tan peligroso. Nadie podía saberlo. Pero ¿qué significaba que tres personas tuvieran la misma visión onírica hasta en los más mínimos detalles? Su mente pensaba vertiginosamente. Por fin, un nombre se le apareció en su mente. Solo una persona podía ayudarlo con esto.

El viejo profesor Junger Hans. Hans era una leyenda de la vieja guardia, de la época de la prehistoria de la psiquiatría. Además de psiquiatra era neurocientífico. Había sido echado de la comunidad científica y se le habían retirado todos los títulos académicos luego de que, ya instalado el Panóptico de Sueños, había comenzado a soñar cosas muy extrañas. Nunca se supo la razón de la excomunión. Era un secreto hermético y se tejían toda clase de leyendas. Era un nombre maldito en la ciencia actual, pero él tenía que verlo. Solo Hans podía mostrarle alguna llave para este misterio.

—¡Sebastián! —era Mariela, que aún estaba ahí.

—Dejame pensarlo. Ahora tengo que salir.

Salió del despacho y llegó hasta las cocheras del ministerio. Arrancó su auto y condujo a toda velocidad. Su mente corría más veloz aún. Era consciente hasta de los procesos físico-químicos que estaban teniendo lugar en ese torrente vertiginoso de pensamientos. Sintió la necesidad de sus neuronas de descargarse ante el incremento de la tensión cerebral. Sintió que, a pesar de las descargas, no cesaban de incrementar su presión. ¿Cuánto tiempo aguantaría en este estado? ¿Colapsaría? ¿Le estallaría el cerebro? Sacudió la cabeza al darse cuenta de su deplorable condición. Por fin, llegó al departamento del profesor. Vivía en el último piso del histórico Palacio Barolo, en la avenida de Mayo. Se anunció. Extrañamente, Hans ni le preguntó el porqué y lo invitó a subir, como si supiese que él vendría. Estaba tan impaciente. Se asombró cuando la misma leyenda en persona le abrió la puerta. Había leído sus libros y escuchado mil historias acerca de él. Lo había admirado y después se había decepcionado al punto de odiarlo. Y ahí estaba el enigmático profesor frente a él, con esa mirada de lince que parecía ver más allá y atravesar las cosas. Con esa sonrisa cálida y cautivante que había sido el sello de su existencia. Nada en el mundo parecía poder perturbar a este hombre. Lo invitó a sentarse en el sofá y le ofreció un whisky.

—Parece necesitarlo —le dijo.

Este hombre parecía saber las cosas antes de que se manifestaran. Ya más calmado por esa presencia de autoridad inexplicable, pudo, por fin, relatarle el extraño e imposible suceso.

Hans lo había escuchado todo en silencio sin dejar entrever ninguna emoción. La ansiedad de Gueta iba en aumento. No era solo un sueño más que analizar. Era su carrera y su vida lo que estaba en juego. No le había dicho nada de que uno de los soñantes era él mismo. Por fin, Hans comenzó a hablar.

—Muy bien, joven Gueta, le contaré una historia. Pero le aclaro que la negaré ante cualquier extraño. Deje su teléfono aquí arriba —y señaló la mesa.

Gueta cumplió el pedido como si fuese una orden.

—Desde siempre los hombres vieron designios ocultos en los sueños: el destino, oráculos, mensajes del más allá. Los antiguos solían leer en ellos señales ocultas, profecías, misivas cifradas de los dioses o del universo y sus fuerzas misteriosas. Con el tiempo, si bien estas ideas perduraron en el pensamiento de las personas comunes en forma de supersticiones, llegó el momento del imperio de la Ciencia. La mayoría de los investigadores académicos veían a estas manifestaciones como fenómenos erráticos, sin explicación y sin ningún interés. Pero otros las sometieron a la investigación científica. Hasta que llegó ese gran hito, cuando la neurociencia descubre varios hechos impresionantes. Primero, la posibilidad de traducir en imágenes las señales eléctricas del cerebro cuando sueña. El desvelo de la Ciencia entonces parecía posible. Ya no solo se podía medir todo, no solo se podía cuantificar la intensidad del impulso agresivo y la probabilidad de que ese impulso se consumara. ¡No! ¡¡Ahora se podía ver todo!! Cada detalle del sueño. El segundo hecho bisagra fue cuando la Ciencia, sin saberlo y en su afán de ir siempre más allá, también abrió un campo inimaginable al control totalitario del mundo. Con la excusa de la seguridad y el bienestar social, se inventó el Panóptico de Sueños, ese gran complejo de máquinas informáticas y cibernéticas con las cuales se podía monitorear los sueños de todas las personas del mundo. Al principio fue un escándalo. Todas las voces de la bioética y de la democracia intentaron impedirlo. Después de una gran resistencia social que lideramos los más importantes científicos en aquella época, fuimos calumniados, acusados, perseguidos, algunos encarcelados y otros empujados al suicidio. Finalmente, lograron implantar el Panóptico y las terapias forzadas, todo mezclado con viejas técnicas de control social como la industria cultural y las redes sociales. Fue un salto cualitativo en la tecnología del control social. Siempre los hombres fueron guiados por representaciones, por imágenes. Pero ahora se trataba de meterse en sus sueños, de no dejar de colonizar ningún espacio, de avanzar hacia un control totalitario del mundo. ¡Los muy perversos llamaron al dispositivo El sueño de Foucault!

—«La visibilidad es una trampa» —murmuró Gueta.

Hans sonrió al reconocer las palabras del filósofo:

—Este gobierno de tecnocientíficos ha creído develar el misterio de lo humano. Piense que, ahora, hasta los sueños y los deseos más oscuros pueden ser medidos, monitoreados y controlados. Creen que han descubierto la gramática del sueño, que trabajaría como una especie de álgebra muy compleja. No puedo decirle qué significan estos tres sueños. Solo espero que no sea una señal de lo que más temo. Que no se hayan animado a hacer lo que siempre anhelaron. Ejecutar, por fin, ese proyecto que habían abandonado por temor a sus consecuencias impredecibles y catastróficas: El Proyecto Psicosis. Intervenir directamente en las bases moleculares que definen nuestros sueños, en las conexiones neuronales que nos permiten soñar. Ya no solo leerlos, evaluarlos y dictaminar la peligrosidad y el tratamiento de los ciudadanos, sino intervenir directamente en el mecanismo complejo de formación de sueños, recuerdos, ideas, deseos. Siempre les fascinó esa capacidad que tenía la mente de borrar los recuerdos, de sustituirlos, de embellecerlos y de someterlos a algún tipo de elaboración.

Hans hizo una pausa y lo miró fijamente.

—Piénselo bien, Gueta. ¿Qué puedo lograr a partir de esas premisas?

—No entiendo —Gueta estaba aturdido—. Si se puede eliminar un recuerdo, por ejemplo... —titubeó—. Borrar un recuerdo tiene el efecto de hacer desaparecer una realidad. Deshacer lo sucedido, borrarlo como si nunca hubiese existido. La realidad sería modificable por un simple signo negativo. Por la mera negación de lo real.

—¡Exacto! Podrían hacer desaparecer una realidad. De ahí a implantar otras imágenes, otras sensaciones, otra narrativa, habría solo un paso. Crearían otra realidad. Y la llamo realidad, ya que desde la caverna de Platón sabemos que solo tenemos acceso a una imagen de la realidad. No a la realidad misma. Siempre el poder ha querido que sus narrativas dominen. Pero ¿qué pasaría si esas imágenes se implantaran en la mente como una producción psíquica que los humanos sentirían como el recuerdo de sus vivencias o como la expresión de su más íntima subjetividad? Sería un tipo de realidad psíquica que ellos verían como constitutiva de su identidad. Una especie de lente a través del cual podrían leer la realidad. Hasta ahora nunca lo han logrado, pero ¿qué pasaría si están experimentando con esto?

—Eso sería tan peligroso. Violaría todas las normas éticas de la biotecnología. Podría ser...

—Piense, Gueta, vaya más allá de lo sabido.

Los puntos ciegos intentaban conectarse vertiginosamente en el cerebro de Gueta. Por fin algo se iluminó en su cabeza: