La sociedad del ranking. Sobre la cuantificación de lo social - Steffen Mau - E-Book

La sociedad del ranking. Sobre la cuantificación de lo social E-Book

Steffen Mau

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En la educación, la salud o el consumo; en el ocio o en el trabajo; en la vida académica o en la sociabilidad cotidiana, la sociedad del ranking recopila permanentemente datos sobre quiénes somos y cómo nos comportamos. Steffen Mau examina las técnicas de esta nueva sociometría y muestra sus crudas consecuencias: los sistemas de evaluación de la sociedad cuantificada no sólo reflejan las desigualdades contemporáneas sino que también son una fuente novedosa -peligrosa e injusta- de su reproducción social, donde todos y todas tenemos que esforzarnos por brillar con buenos números.

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LA SOCIEDAD DEL RANKING

Sobre la cuantificación de lo social

Índice

Prólogo

Introducción

Capítulo 1. La medición de lo social

¿Qué significa cuantificación?

Las prácticas calculativas del mercado

El Estado como gestor de datos

Impulsores numéricos: digitalización y economización

Capítulo 2. La competencia por el estatus y el poder de los números

Dispositivos de comparación

Conmensurabilidad e inconmensurabilidad

Nuevos horizontes de comparación

El registro de la comparación y el trabajo de inversión en el propio estatus

Capítulo 3. Jerarquización: rankings y ratings

Visibilización y generación de diferencia

¡Ocupen sus lugares!

Rankings universitarios

Arriba, abajo: el poder de mercado de las agencias de rating

Capítulo 4. Clasificación: scorings y screenings

Scores crediticios

El estatus de salud cuantificado

Valor de movilidad

Boost your score Marcadores de estatus en la ciencia

Determinaciones del valor social

Capítulo 5. El culto a la evaluación: estrellas y puntos

Retroalimentación de satisfacción

Portales de evaluación como selectores

Evaluaciones entre pares

Profesiones en el foco de evaluación

Reputaciones de “me gusta” en las redes sociales

Capítulo 6. Cuantificación del Yo: barras y curvas

Salud, ejercicio, estados de ánimo

El cuerpo colectivo

Técnicas de motivación

Capítulo 7. Poder de nominación

El poder de nominación del Estado

Medición del rendimiento y puesta en escena de la competencia

Poder de nominación de los expertos

Autoridad algorítmica

Críticas al poder de nominación

Capítulo 8. Riesgos y efectos secundarios

Mediciones reactivas

Pérdida de control profesional

Pérdidas de tiempo y energía

Monocultivo versus diversidad

Capítulo 9. Transparencia y disciplina

Presión normativa y política

El poder de la retroalimentación

Monitorización tecnológica en el mundo del trabajo

Los nuevos sistemas tarifarios

La fusión del autocontrol y el control externo

El régimen de promedios, puntos de referencia y esquemas corporales

Capítulo 10. El régimen de desigualdad de la cuantificación

Producción de valor

Gestión de la reputación

Colectivos de desiguales

Del conflicto de clases a la competencia de los individuos

El carácter ineludible e inestable del estatus

Efectos autorreforzantes

Bibliografía

Aviso legal

Prólogo

Fiorella ManciniInvestigadora titular del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM

En 2015 el gobierno chino emitió un nuevo sistema de créditos cuyo acceso estaría definido por puntuaciones personales en función de una variada cantidad de conductas sociales: uso de internet, nivel y tipos de consumo, multas e infracciones. Con estas puntuaciones multifactoriales se obtendría una valoración global de cada individuo (basada en la honradez personal) que lo haría acreedor (o no) de un préstamo monetario. Con este relato inicial, Steffen Mau lanza una provocadora apuesta sociológica que desarrollará a lo largo de estas páginas: asistimos a un profundo proceso de cuantificación de la sociedad contemporánea. Universidades, consumidores, hospitales, viajeros, organizaciones sociales, ciudadanos, dependencias gubernamentales, académicos, comercios, estudiantes, hoteles, profesionales, escuelas, usuarios de internet: todos bajo el escrutinio de un valor, de un determinado puntaje marcado por estrellas, likes o citas académicas. La(s) vida(s) se han cuantificado.

La apuesta de Mau es simple pero arriesgada: vivimos una tendencia general hacia formas exclusivamente cuantitativas, estandarizadas, de clasificación social tanto de personas como de organizaciones, que supone una nueva jerarquización y, sobre todo, un nuevo régimen de desigualdades sociales. Esta hipótesis se evidencia mediante la observación de una tendencia generalizada de puntuaciones, clasificaciones, likes, corazones, estrellas y calificaciones que condicionan las distintas esferas de la vida social: la escuela, el trabajo, la familia, las amistades, los afectos, el consumo.

Este proceso de cuantificación de los mundos de vida no sería sólo una forma particular de describir a la sociedad sino que tendría impactos en, al menos, tres aspectos relevantes de las relaciones sociales contemporáneas. En primer lugar, el lenguaje (y la tiranía) de los números cambia nuestras nociones cotidianas de valor y de estatus social; ya no nos reconocemos o nos comparamos a partir de lo que hacemos sino mediante evaluaciones de nosotros mismos y de los demás. En segundo lugar, la hiper medición cuantitativa de tantos fenómenos sociales fomentaría una expansión de la competencia (más que del conflicto, tal como sucede en las sociedades diferenciadas por clases sociales), ya que la disponibilidad de información refuerza la tendencia a la comparación social y, por tanto, a la rivalidad (en la medida en que las pertenencias sociales se distinguen en términos de mejor o peor, de más o menos). En tercer lugar, surgiría una tendencia hacia una mayor jerarquización social, en tanto que representaciones como tablas, gráficos, listas o puntuaciones, acaban transformando las diferencias cualitativas en desigualdades cuantitativas. Las asignaciones cuantitativas de estatus que promueve la sociedad cuantificada cambian la estructura de la desigualdad social al hacer comparables cosas que hasta ahora no lo eran, situándolas en nuevos contextos jerárquicos.

Para desarrollar esta hipótesis, Mau analiza primero el papel instrumental que la cuantificación, el cálculo y la normalización métrica han desempeñado en la institucionalización de la política y los mercados de trabajo a través de la digitalización y la economización de la sociedad. Luego examina la relación entre los números y la comparación social, mostrando cómo la disponibilidad de datos estadísticos (el tráfico de datos) lleva a desarrollar un aparato o “dispositivo” de comparación que nos pone en competencia directa con los demás.

El autor somete a prueba empírica cada uno de estos argumentos mediante la presentación de diversos casos de estudio donde se analizan campos específicos y particulares. Primero estudia el impacto social de las clasificaciones (rankings) universitarias mundiales y de las agencias de calificación que se encargan de evaluar tanto las solvencias de los estados como de las empresas. Luego incorpora una mirada más individual y considera diversos métodos que se utilizan en las instituciones públicas y privadas para determinar el valor social de una persona: calificaciones crediticias para el acceso a la vivienda; puntuaciones de salud para la venta de seguros médicos; valoraciones sobre el rendimiento académico de estudiantes que se venden a grandes empleadores para decidir a quién contratar. En cada uno de estos casos son empresas particulares las que evalúan a organizaciones o personas a partir de información disponible en internet y en un sinfín de bases de datos. En un siguiente nivel de análisis, Mau invierte la ecuación y muestra cómo el culto a la evaluación nos persuade para que también las personas valoren permanentemente a las organizaciones, a los demás y a nosotros mismos. Esta colonización de los números nos anima constantemente a puntuar, jerarquizar y legitimar productos, servicios, personas, publicaciones, desde la atención teléfonica del banco hasta la compra de un par de zapatos.

A partir de esta mirada relacional en la que el mundo social se comunica mediante códigos de valoración numérica, Mau analiza el poder de dominación que los algoritmos y los indicadores económicos adquieren en esta nueva sociedad cuantificada sobre prácticas sociales concretas. Dicho poder suplanta las normas profesionales por normas digitales, genera la creación de nuevos incentivos en el espacio de trabajo a partir de indicadores de rendimiento, produce una enorme pérdida de tiempo que supone evaluar a los demás y estar evaluándonos permanentemente. En definitiva, se trata de un nuevo proceso de control social vigilado por los números y autovigilado por esta especie de adicción a los datos que nos consume para realizar cualquier movimiento, cualquier acción social.

Este nuevo orden de la cuantificación reconstituye los procesos de producción y reproducción de la desigualdad social. ¿Qué tipo de régimen de desigualdad estaría surgiendo junto al creciente poder de los números y el auge de la sociedad métrica? Los datos relacionados con el estatus que resultan de múltiples evaluaciones, clasificaciones y valoraciones actúan como una forma de capital simbólico que puede utilizarse en beneficio propio y convertirse en otros capitales sociales. La reputación y el renombre permiten mejorar posiciones sociales concretas y convertirse en ventajas materiales (en cualquier mercado: laboral, de vivienda, académico, de salud) en detrimento de los grupos que no tienen acceso a ello.

A partir de este argumento, Mau lanza otra hipótesis provocadora: la desigualdad social, en la sociedad métrica, transita del conflicto de clases hacia la competencia individual. Los individuos ya no se cuentan o reconocen como parte de una clase, sino como singularidades sociales estadísticas. Estas nuevas formas de individualización social, a diferencia de los argumentos clásicos de Giddens o Beck, no traerían aparejada nuevas opciones, emancipaciones o liberaciones, sino mayores ataduras y costreñimientos (sobre todo, por la dependencia al reconocimiento estadístico del estatus). Ello impediría no sólo la posibilidad del conflicto –especialmente en términos de capital y trabajo– sino también el surgimiento de una “clase para sí”, en la medida en que los individuos aislados ya no son capaces de reconocer una situación de clase común. En estos procesos de individualización que acompañan a la sociedad métrica, quienes más tienen son lo que también más acaparan nuevos recursos digitales, y ello incluye desde citas académicas (a los autores más citados se los lee más en nuevas publicaciones) hasta otros recursos simbólicos (likes, estrellas) que generan nuevos capitales, ampliando las brechas de desigualdad entre mejores y peores evaluados, ya sea para obtener un seguro médico o para visitar un restaurante.

El objetivo político que hay detrás de esta metrificación de la vida (biográfica y social) es crear –y codificar– la diferencia, con consecuencias de gran alcance para los procesos de clasificación y asignación de estatus. En definitiva, si todo lo que hacemos queda registrado “en la nube” (con y sin consentimiento) perdemos grados de libertad para actuar más allá de las expectativas de los demás y de las exigencias sociales de los otros (problemática clásica de la sociología desde el concepto de doble contingencia de Parsons).

De allí que Mau indique varias paradojas respecto de esta nueva sociedad métrica: al mismo tiempo que supone una especie de ambición hacia la homogeneización social, también concentra más y mayores desigualdades. Al mismo tiempo que el pasado biográfico forma parte inescrutable del estatus y posición presente (para solicitar un crédito hoy nos evalúan qué hicimos hace diez años atrás), estamos exigidos a tener estatus fluidos, cambiantes y que se refuercen día a día. A partir de estos argumentos, el propio concepto de estatus cambia de sentido en la sociedad métrica y se entiende como una forma de gestión de la reputación que consiste, sobre todo, en obtener las mejores puntuaciones, especialmente en las redes sociales, incluso como una nueva forma de meritocracia basada en “éxitos digitales”. Como ejemplo de ello, Mau menciona que las empresas de venta de información de datos individuales utilizan la categoría “residuos” para clasificar a las personas que quedan relegadas de cualquier sistema clasificatorio. Estas personas, estigmatizadas y excluidas, pueden tener dificultades hasta para obtener una línea teléfonica. Allí reside la injusticia de este nuevo sistema: la descripción deviene en adscripción, donde un “perfil” asignado se convierte en un lastre para el resto de la vida.

Es en función de esta nueva concepción de estatus que nos estamos comparando de múltiples maneras en la cotidianeidad: con normas sociales, con otras personas, con objetivos de rendimiento, en un regimen de la cuantificación que decide lo que es relevante de lo que no lo es, lo que tiene valor de lo que no lo tiene, pero también lo que sí se desea y lo que no. Estos nuevos emblemas de distinción social, o nuevas formas del reconocimiento y del valor del otro, a su vez, llevan tanto a organizaciones como a individuos, a tomar decisiones (y, por ende, a actuar socialmente) a partir de lo que dicen exclusivamente los rankings numéricos: compro el producto sugerido por quien más seguidores tiene; cito el artículo académico que primero aparece en google scholar; consumo en el restaurante que me indica Tripadvisor; viajo a donde me insinúa viajeros.com y, en general, antes de emprender cualquier tipo de decisión, checo en internet cómo otros tomaron esas mismas decisiones. Mau no deja de enfatizar el profundo agotamiento individual y colectivo que suponen estas nuevas exigencias sociales.

Ahora bien, no menos interesantes que los argumentos anteriores son los reparos que establece Mau (sociólogo cuantitativista) a la hora de identificar las limitaciones de la investigación que aquí nos presenta. Las estadísticas son buenas, sirven y nadie pretende quedarnos sin ellas. Los números importan y son imprescindibles no sólo para el conocimiento, la racionalización o el progreso sino, sobre todo, para poner de manifiesto injusticias sociales. Lo que intenta en este libro, en cambio, es analizar la multitud de consecuencias sociales derivadas de esta cuantificación de la vida. Los datos no son instrumentos imparciales de medición de la vida social (nunca lo fueron); la obra intenta, en ese sentido, mostrar y analizar no sólo dichas parcialidades sino las consecuencias sociales más importantes. La tiranía de los números no es sólo un fenómeno tecnológico sino que tiene una profunda raigambre política basada en la nueva gobernanza y en la creciente desconfianza institucional de las democracias contemporáneas donde imperan principios de transparencia, rendición de cuentas, comprobación de pruebas, documentos probatorios, auditabilidad. Ante la falta de confianza en las instituciones modernas (y en los comportamientos individuales), las exigencias de mayores controles para intervenir de modo más eficaz en los asuntos sociales han contribuido exitosamente a la cuantificación de la vida, en la medida en que ello exige mayores niveles de supervisión social, más información, más control externo (y más autocontrol también) con un profundo efecto conservador: somos lo que los datos indican que somos.

La sociedad del ranking nos hace reflexionar sobre cómo los datos y los métodos de evaluación y seguimiento basados en indicadores están fomentando una clasificación totalizadora –probablemente asfixiante– de la esfera social. Los datos no sólo son un reflejo de la sociedad sino un productor de sociedad. Como bien lo explica Mau, las representaciones cuantitativas no crean el mundo social pero sí pueden re-crearlo. En esta recreación, las medidas de evaluación uniformes y los procedimientos estandarizados fungen como garantías de legitimidad que sostienen la competencia por obtener logros y rendimientos cada vez mejores, con costos muy concretos y de largo aliento: la legitimación de ciertas desigualdades sociales, nuevos panópticos comparativos y una profunda limitación a las libertades y derechos individuales. En palabras del autor, “la casa de las cifras no es ningún refugio de justicia aunque haya combatido ciertas discriminaciones”.

MADRID, AGOSTO DE 2023

Introducción

En la primavera de 2015, el gobierno chino anunció un proyecto espectacular, incluso revolucionario: el desarrollo de un supuesto Sistema de Crédito Social (Social Credit System) para el año 2020. Con este propósito, los datos recogidos en todos los ámbitos de la sociedad sobre el comportamiento deben recopilarse, evaluarse y, finalmente, fusionarse en un puntaje (score) uniforme. Las actividades en internet, el consumo, las infracciones de tráfico, los contratos laborales, las evaluaciones de profesores o superiores, los conflictos con el casero o el comportamiento de los propios hijos: todo esto puede incluirse en este sistema y tener un impacto en el puntaje social (social score) individual. Este sistema debe incluir a todos, lo quieran o no. Se trata de crear una impresión general del valor de una persona, con base en la cual se le conceden ciertas oportunidades en el mercado de la vivienda, en la vida laboral o en el acceso a créditos. Las autoridades públicas deben poder utilizar esta información cuando interactúen con los ciudadanos; las empresas deben tener la oportunidad de hacerse una idea de sus socios comerciales. Con esto, el gobierno chino pretende recompensar la honestidad de sus ciudadanos y sancionar la deshonestidad. El proyecto tiene como objetivo establecer la confianza social, una “mentalidad de honradez”, por medio del control social total.

En verdad, un ejemplo extremo y sombrío. Sin embargo, retrata una tendencia general hacia las formas cuantificadoras de la producción de rango social, que representan cada vez más un sistema independiente de jerarquización y clasificación. Este libro aborda la conformación de una sociedad de scores (puntajes), rankings (clasificaciones), likes (me gusta), estrellas y calificaciones. Se ocupa de formas de evaluación y control basadas en datos e indicadores que promueven una cuantificación integral de lo social. Estamos hablando de la sociedad de la sociometría ubicua1 o, en resumen: del Nosotros métrico. Desde un punto de vista sociológico, tales autodescripciones cuantificadas no nos confrontan con un mero reflejo de una fase anterior de la realidad, sino que, más bien, las podemos considerar un modo generativo de producir diferencia. Las representaciones cuantitativas no crean el mundo social, sino que lo recrean (Espeland y Sauder, 2007). Por lo tanto, deben considerarse como una realidad sui géneris.

Elnuevo culto al a cuantificación—el “delirio por los números”, como lo llamó Jürgen Kaube (según Hornbostel et al., 2009: 65)— debe verse en estrecha relación con la digitalización, que se manifiesta en áreas muy diferentes de la vida y las reestructura de manera radical. Los múltiples datos que producimos y que se almacenan constantemente crean una sombra digital cada vez mayor, a veces con nuestro consentimiento, a menudo sin él. En el mundo del big data, la información sobre usuarios, ciudadanos o simplemente de personas es la materia prima de la que se debe sacar provecho. Por lo tanto, no es sorprendente que la economía de la información se haya convertido en un pulpo que no sólo recopila masas de datos, sino que los evalúa con la ayuda de algoritmos y los pone a disposición para una variedad de propósitos. Al efecto, se trata siempre de hacer distinciones —de codificar— con consecuencias drásticas para los procesos de clasificación y asignación de estatus. Los datos digitales sobre el estatus se convierten en los “signos de diferenciación” (Bourdieu, 1985: 21) por excelencia. El hecho de que las prácticas de medición, evaluación y comparación se estén extendiendo no sólo de manera insidiosa, sino acelerada, no resulta sorprendente en vista de las posibilidades exponencialmente crecientes de generación y procesamiento de datos. Pero sería demasiado fácil interpretar unilateralmente esta cultura general de cuantificación como tecnológica porque al mismo tiempo depende de la voluntad activa de participar de numerosos actores sociales: por un lado, deben aceptar tales procedimientos y estándares; por otro, deben poner a disposición sus datos y dejarse evaluar.

Este desarrollo está impulsado, entre otras cosas, por la popularización de conceptos como la transparencia, la rendición de cuentas y el basarse en evidencias, en los que los ratings (calificaciones), los rankings y las formas de evaluación cuantificadoras desempeñan un papel central. El objetivo aquí es aumentar el conocimiento sobre el control a través de la disponibilidad de datos para poder intervenir de manera más efectiva en el acontecer social (Power, 1994; Strathern, 2000). A menudo, se confía en los indicadores, con cuya ayuda es posible capturar fenómenos sociales complejos con base en una pequeña cantidad de datos y hacer comparaciones. Por lo tanto, los códigos, los indicadores y las cifras son de importancia fundamental para los enfoques de gobernanza que, frecuentemente, se negocian bajo la vaga palabra clave “neoliberalismo”, y que hacen que la eficiencia y la capacidad de rendimiento guíen los estándares de evaluación (Crouch, 2015). Los acuerdos de desempeño o metas establecidos en todas partes requieren verificabilidad, y para poder cumplirla se necesitan los sistemas de indicadores correspondientes: así pues, el New Public Management (la Nueva Gestión Pública), es decir, la adopción de técnicas de gestión del sector privado en la administración pública, conduce más o menos automáticamente a una expansión de las obligaciones de monitoreo y presentación de informes. Las instituciones públicas y las empresas privadas también amplían constantemente su base de datos sobre ciudadanos, clientes o empleados para ejercer control y poder dirigirse a los grupos meta con mayor precisión. De manera complementaria a esto, hay cambios en el autocontrol individual, por ejemplo, a través de la difusión del papel del “Yo emprendedor” (Bröckling, 2007), a través del self-enhancement (automejora), o de nuevas formas de autooptimización. También aquí los métodos de medición y cuantificación se utilizan cada vez más porque parecen ser adecuados para reproducir con precisión la propia curva de desempeño y poder “medirse” con los demás. La sociedad está en camino a convertirse en un inventario permanente respaldado por datos.

Los datos muestran dónde se encuentra una persona, un producto, un servicio o una organización, e instruyen sobre el uso de evaluaciones y comparaciones; en resumen: producen estatus y lo mapean. La medición y evaluación permanentes conducen a una intensificación de las acciones de control externo y de autocontrol. Cuando cada actividad y cada paso en la vida se anotan, se registran y entran en los sistemas de calificación, perdemos la libertad de actuar independientemente de las expectativas de comportamiento y de desempeño implícitas. Ratings y rankings, scorings y screenings (sistemas de pruebas) nos inculcan esquemas de percepción, pensamiento y juicio que se basan cada vez más en datos y sistemas de indicadores. El “trabajo para el estatus” (Groh-Samberg et al., 2014) se convierte entonces en una gestión de la reputación, que gira principalmente en torno a la obtención de buenas calificaciones, buenos lugares y buenos scores. Esto es tanto más cierto cuanto que, en condiciones de incertidumbre sobre el estatus, existe un creciente interés en asegurarse el propio standing (posición), preferiblemente con datos objetivos. Desde este punto de vista, la nueva incertidumbre en sectores importantes de las clases medias ciertamente puede entenderse como el motor detrás del impulso de cuantificación del estatus; y hay que decir que aquí la maldición y la bendición están, como siempre, muy cerca una de la otra. El apoyo que puede dar la información objetivada sobre el estatus se compra con una dinamización de la competencia por el estatus.

Las posibilidades de protocolizar los rastros de la vida y de la actividad están creciendo de modo vertiginoso: hábitos de consumo, transacciones financieras, perfiles de movilidad, redes de amistades, condiciones de salud, actividades educativas, resultados laborales, etcétera: todo esto se vuelve estadísticamente registrable. Ciertamente, todavía quedan oportunidades para permanecer fuera o, al menos, en los márgenes del mundo digital y evitar dejar rastros de datos, pero al precio de la autoexclusión de los contextos relevantes de comunicación y creación de redes. Por lo que sabemos hasta ahora, las personas son extremadamente permisivas cuando se trata de publicar o compartir datos personales. Esta entrega voluntaria de datos se alimenta de una mezcla compuesta de descuido, necesidad de comunicar y, finalmente, interés por las nuevas posibilidades de consumo, información y comunicación. También existe una creciente demanda de autocuantificación, lo que hace que las personas estén dispuestas a convertirse en proveedoras de datos. Las tecnologías de automedición y de self-tracking (autoseguimiento) son una veta de oro para los mineros de datos que desean describir nuestro comportamiento de la manera más completa posible y hacer predicciones. Al combinar bases de datos en crecimiento con métodos de análisis cada vez más sofisticados, esta información individual se puede conjuntar con agregados colectivos. Nos volvemos comparables de muchas maneras: con valores estándar, con los otros, con objetivos de rendimiento que uno debería o quisiera alcanzar.

El culto a los números, disfrazado de racionalización, tiene consecuencias de largo alcance: también cambia la forma en la que se construye y entiende lo valioso o deseable. Los indicadores y las formas métricas de medición representan conceptos específicos de valor social, tanto con respecto a lo que se puede considerar relevante como a lo que es o debería considerarse socialmente como deseable y valioso. En el régimen de cuantificación, tales datos son ampliamente reconocidos; basta con pensar en el papel de las calificaciones del rating en plataformas de evaluación comerciales o en los índices de citación en el ámbito científico. Cuanto mayor éxito tenga esta impronta, mayor será su influencia social. La dimensión simbólica de la sociometría jerarquizante se refleja entonces en el hecho de que se aceptan sin chistar muchos de los criterios en los que se basa la clasificación cuantitativa, ya no se cuestionan. Cuando se experimentan como apropiados, evidentes y se les da por sentado, se han dado pasos importantes hacia la naturalización de la desigualdad social.

En este contexto, recientemente ha habido importantes intentos de indagar más a fondo cómo se produce el valor y cómo se establecen las gramáticas de clasificación, diferenciación y jerarquización a través de cuantificaciones (Espeland y Stevens, 1998, 2008; Fourcade y Healy, 2013; Heintz, 2010; Lamont, 2012; Timmermans y Epstein, 2010). Estos enfoques a veces operan bajo la etiqueta de Valuation Studies (Estudios de Valuación). Existe una teoría económica de la valuación encargada de determinar el valor de ciertos bienes (como los bienes ambientales y naturales), aunque generalmente se ocupa de cosas que no se comercializan permanentemente o para las cuales no hay mercados de demanda desarrollados y, por lo tanto, tampoco hay precios. En los contextos sociales de los que yo me ocupo, sin embargo, la atención no se centra en los precios, sino sobre todo en los valores sociales y las posiciones relacionadas con ellos en el tejido social. La valuación, en el sentido más estricto, se refiere a la determinación o posición del valor, pero al mismo tiempo el término debe entenderse aquí como una práctica sociocultural de valorización, es decir, de darle un valor a algo. Desde esta perspectiva, no existe un valor preliminar, neutral e independiente del espectador, que sólo necesite ser “descubierto” o medido, sino que estamos tratando con procesos de atribución de valor y de manifestación de valor. La valuación, como escriben Doganova et al. en un artículo programático, se refiere a cualquier práctica social “en la que el valor o los valores de algo se establecen, clasifican, negocian, provocan, preservan, construyen y/o cuestionan” (2014: 87). Si el valor no se considera dado, sino como producido socialmente, una premisa básica del análisis de tales procesos sociales es siempre: esto podría haber sido diferente. Desde tal perspectiva, fenómenos tan diversos como el ranking universitario, la medición del desempeño en el mundo laboral, la puntuación por la amabilidad del personal del hotel, el conteo de los pasos diarios o la publicación de las tasas de mortalidad en los hospitales pueden entenderse como parte de una tendencia más amplia. Esto abre de golpe la puerta a una sociedad de la evaluación, que somete a todo y a todos a una evaluación utilizando datos cuantitativos para así establecer al mismo tiempo nuevos órdenes de valor.

En este contexto, sostengo en este libro que la cuantificación de lo social no es simplemente una forma específica de describir la sociedad, sino que tiene un efecto en tres aspectos sociológicamente relevantes (y hasta ahora poco considerados). En primer lugar, el lenguaje de los números cambia nuestras ideas cotidianas de valor y estatus social. En sintonía con la expansión de la numerabilidad, la “colonización del mundo de la vida” (Habermas, 1981) también es impulsada por ideas instrumentales de previsibilidad, mensurabilidad y eficiencia. En segundo lugar, la medición cuantificadora de lo social promueve no sólo una difusión, sino una universalización de la competencia, ya que el suministro de información cuantitativa refuerza la tendencia hacia la comparación social y, por lo tanto, también a la competencia. Ahora se nos puede contrastar con otros en muchas esferas de nuestra existencia social que antes no eran explícitamente accesibles a tales procedimientos por medio de comparaciones referidas a más o menos, o a mejor o peor. La expansión de los órdenes de competencia depende virtualmente de la aplicación y la apropiación subjetiva de los indicadores, ya que la competencia debe separarse de contextos espaciotemporales específicos. En muchas áreas son en última instancia las prácticas de cuantificación las que hacen posible la escenificación de la competencia; es decir, una competencia que se dirime con la ayuda de números. En tercer lugar, existe una tendencia hacia una mayor jerarquización social porque representaciones como tablas, gráficas, listas o calificaciones terminan por transformar las diferencias cualitativas en desigualdades cuantitativas. Las consecuencias para la estructuración y legitimación de la desigualdad social apenas se han considerado hasta ahora. Las asignaciones cuantificadoras de rangos de estatus, de acuerdo con la tesis central de este libro, modifican nuestro orden de desigualdad, ya que las cosas que antes resultaban imposibles de comparar se tornan comparables entre sí y se introducen en una relación jerárquica.

Para empezar, el Capítulo 1 muestra cómo la numerabilidad, el cálculo y la estandarización métrica han influido significativamente en la institucionalización de la política y los mercados. Partiendo de esta visión retrospectiva, el capítulo está dedicado al tema de la digitalización y la economización de la sociedad, y las denomina como los dos motores esenciales de la cuantificación de lo social. Con base en ello, el Capítulo 2 explora la relación entre la numerabilidad y la comparación social. Se muestra cómo, al disponer de números, se conforma un dispositivo social de comparación que nos coloca directamente en situaciones competitivas. En resumen, se podría decir: sin datos no hay competencia. Los siguientes cuatro capítulos pasan revista a algunos campos concretos de cuantificación. En primer lugar, el Capítulo 3 trata de los ratings y los rankings, así como de su impacto social; esto se ilustra con los rankings universitarios globales y con el ejemplo de las agencias de rating, que evalúan la solvencia de los Estados, las empresas y las oportunidades de inversión. El Capítulo 4 está dedicado a los scorings y screenings como formas de determinar el valor social a nivel individual. Esto se ejemplifica mediante calificaciones crediticias, scorings de salud, valores de movilidad y la medición del desempeño científico. El Capítulo 5 retoma el nuevo culto de la evaluación, en el marco del cual a todos se nos alienta constantemente a dar calificaciones a productos, servicios o personas, a dar likes a sitios web o a publicaciones, o a informar satisfacción. Finalmente, en el Capítulo 6, explico hasta qué punto las nuevas formas de competencia y optimización están ganando terreno a través de prácticas de automedición. En este contexto, el Capítulo 7 analiza quién tiene realmente el poder de nominación en este juego de números. En primer lugar, se argumenta que los códigos y parámetros de desempeño con una orientación económica están ganando terreno y, con ellos, el personal con formación en economía y los intereses asociados. Además, se muestra que los sistemas de expertos y algoritmos deciden cada vez más qué valores prevalecen y cómo son las nuevas condiciones competitivas. En particular, el ejercicio del poder algorítmico parece ser capaz de protegerse contra la cuestión de la legitimidad y de fortalecer los intereses comerciales. En el Capítulo 8 se analizan algunos efectos secundarios de la cuantificación, que se producen en particular cuando se desplazan los estándares profesionales, los indicadores de objetivos crean falsos incentivos o cuando el aumento de la competencia conduce a una pérdida de tiempo u otros recursos. El Capítulo 9 analiza la relación entre cuantificación y control, ya que la transparencia prometida por las cifras siempre conduce a una mayor vigilancia. En vista del hallazgo de que existe una gran voluntad de participar en la cuantificación de lo social, vale la pena señalar que el control no proviene sólo del exterior, sino que también nosotros mismos impulsamos los desarrollos correspondientes. Finalmente, el Capítulo 10 aborda la cuestión de la reconstitución de la desigualdad social por medio de la cuantificación. ¿Qué régimen de desigualdad está emergiendo con el creciente poder de los números y el auge del “nosotros métrico”? Los datos sobre el estatus son indicadores de reputación y, por lo tanto, actúan como capital simbólico que puede usarse para el propio beneficio y convertirse en otras monedas sociales. La sociedad cuantificada observa y establece constantemente diferencias entre los individuos, que se presentan como desigualdades y se asocian con ventajas y desventajas muy concretas. La lógica de la desigualdad social se desplaza, por así decirlo: lejos del conflicto de clases y hacia la competencia entre los individuos.

En este tema, uno debe tener cuidado de no caer en la trampa de la crítica cultural trivial y demasiado unilateral, ya que en última instancia es fácil denunciar cada paso de cuantificación debido a la reducción asociada de la complejidad y el aumento del control. Esta tentación siempre está cerca y para evitarla, por lo menos en parte, debe enfatizarse una vez más que los números y los datos tienen naturalmente una función importante e indispensable para las sociedades modernas, ya sea en los mercados, en la ciencia, en la política o en el sector privado. Las cuantificaciones son una clave importante para el progreso, el conocimiento y la racionalización, nos ayudan a descubrir conexiones y a comprender el mundo. Además, son de importancia fundamental para muchos grupos que luchan por el reconocimiento y sus derechos. También existe un potencial emancipador de la numerabilidad porque pone al descubierto la discriminación o las desventajas, y porque puede poner en duda las desigualdades basadas en el buen nombre o el origen correcto. Lo que el libro pretende visibilizar son las múltiples consecuencias sociales que resultan de la cuantificación de lo social. Después de todo, ésta es una megatendencia que hasta ahora sólo se ha explorado de manera muy incipiente en cuanto a sus alcances y que reestructura nuestro entorno social hasta sus últimas ramificaciones. Como investigador social que estudia también lo cuantitativo, espero no resultar sospechoso de haber caído presa de una aversión general a los números y de rechazar los instrumentos de medición cuantitativos en general. Pero tal vez sea precisamente el estudio de los datos cuantitativos lo que agudiza la visión para los múltiples problemas asociados con el uso de instrumentos aparentemente simples e imparciales para medir lo social. Pues, además de los enormes beneficios que pueden derivarse de los datos, existen riesgos considerables y problemas sociales tangibles. Esto es especialmente cierto cuando cedemos al desarrollo de la “omnimetría” (Dueck, 2013: 37), el culto a medirlo todo, con demasiada facilidad y sin cuestionarlo críticamente.

Aunque aparezca sólo un nombre en la portada, trabajar en un libro suele ser una tarea colectiva. Un primer agradecimiento es para Susanne Balthasar, quien constantemente me exhortó durante la escritura a dosificar la jerga sociológica, y que contribuyó con muchas ideas y hallazgos bibliográficos. Fabian Gülzau y Thomas Lux fueron los dedicados primeros lectores del manuscrito e hicieron comentarios importantes. Oscar Stuhler se abrió camino a través de una primera versión y me ayudó con muchas ideas y formulaciones. Milan Zibula me apoyó con las investigaciones, y Katja Kerstiens hizo una corrección de pruebas crítica. Mi amigo Thomas A. Schmidt inspiró el libro a través de su persistente curiosidad. Hagen Schulz-Forberg compartió muchas veces conmigo sus observaciones sobre la tendencia de cuantificación mientras trotábamos juntos (con podómetro, por supuesto). Philipp Staab me proveyó de amables comentarios críticos. En el otoño de 2016, Martina Franzen me invitó al Big Data Brown-Bag Seminar en el Centro de Ciencias de Berlín para la Investigación Social (WZB, por sus siglas en alemán), donde pude probar mis ideas frente a un público más amplio y especializado. Y, finalmente, Heinrich Geiselberger me abrió la puerta a edition suhrkamp y dio forma al texto con un esfuerzo incansable. El proyecto del libro fue apoyado por el Freiräumeprogramm (Programa de Espacios Libres) de la Universidad Humboldt de Berlín. Quisiera expresar mi más sincero agradecimiento a todos ellos.

Capítulo 1. La medición de lo social

La cuantificación de lo social significa que somos cómplices y al mismo tiempo testigos de un desarrollo en el que cada vez se miden más fenómenos sociales, y en el que éstos son descritos e influidos por números. Curiosamente, la palabra alemana para “medir”, vermessen, evoca tres interpretaciones diferentes, que también habrán de desempeñar un papel central en este libro. La primera acepción es una actividad destinada a hacer una declaración cuantitativa sobre un objeto comparándolo con una escala predeterminada. Con respecto a este significado, el diccionario alemán Duden habla de “determinar algo exactamente en sus dimensiones”. En segundo lugar, y aquí el idioma alemán nos ha dado un rastro interesante, vermessen también significa medir algo incorrectamente, es decir, cometer errores al medir. Algo se mide, pero el método produce errores (sistemáticamente) y los resultados no se acercan a la realidad. En tercer lugar, finalmente, vermessen es un adjetivo para calificar a alguien que resulta presuntuoso o incluso arrogante, lo que plantea la cuestión crítica de dónde se encuentra la línea divisoria entre las mediciones “buenas” y las “malas”.

Tomando estas tres interpretaciones juntas, se tiene el triángulo sobre el cual en este libro pretende reflexionar acerca de la cuantificación de lo social. Sin embargo, la intención va más allá de las cuestiones directas de medición; me ocupo menos de los métodos de medición, los errores de medición o la calibración de las tecnologías de medición, más bien me pregunto cómo se imponen las nuevas formas de orden social en el curso de la medición de lo social. Mi observación inicial es la de una cuantificación de lo social que aumenta a una velocidad vertiginosa y que va de la mano con el cambio de atribuciones de valor, las cuales luego se traducen en nuevas jerarquías. Las cuantificaciones institucionalizan ciertos “órdenes de valor” que nos proporcionan estándares de juicio y justificaciones de cómo deben verse y evaluarse las cosas. Nos dicen qué actividades, logros o características tienen un alto “valor” y cuáles no, afirmando así ciertos principios normativos (Boltanski y Chiapello, 2003; Boltanski y Thevenot, 2007). Las cuantificaciones imponen procesos de clasificación para determinar, evaluar y clasificar y, al efecto, expresar el estatus de valor de una persona o cosa en números. Mediante el uso de nuevos indicadores, datos y notaciones numéricas para el autorreconocimiento, autodescripción y autoevaluación, el Nosotros social evoluciona gradualmente hacia un Nosotros métrico. Los datos nos hacen visibles y determinan quiénes somos, dónde estamos, cómo nos ven los demás y qué nos espera.

El proceso de cuantificación no es de ninguna manera un fenómeno social nuevo. La historia de la cuantificación se remonta a varios milenios, a los inicios del conteo y la difusión del conocimiento matemático. En un principio, sólo los pequeños círculos de élite exploraron el mundo a través de los números. La ciencia misma, en su calidad de sistema de racionalización específico, por supuesto que ha influido y desarrollado de manera continua desde el principio el lenguaje de los números. Con el surgimiento de la estadidad moderna y la expansión de los mercados y las prácticas económicas capitalistas, se ha dado un impulso masivo al uso de números en el contexto de las prácticas económicas, políticas y sociales cotidianas. La disponibilidad de cifras en forma de estadísticas oficiales permitió técnicas de dominio que reemplazaron lo sagrado con objetividad y racionalidad. En los mercados, la difusión de “prácticas calculativas” (Vormbusch, 2012) —por ejemplo, en la contabilidad y el rendimiento de cuentas o en la estandarización de medidas y conversiones condujo a la aparición de una cierta forma de la administración y el comercio.

A continuación, se mostrará que, si bien el Estado y el mercado fueron importantes puntos de partida para la expansión de las prácticas de cálculo, hoy ha surgido una universalización del lenguaje de los números que va mucho más allá de estas dos áreas y del campo de la ciencia. Se ha desarrollado un nuevo tipo de “mentalidad cuantitativa” (Porter, 1996: 118) que afecta profundamente nuestras condiciones sociales, que asigna a los números una posición prioritaria —casi aurática— en el reconocimiento de los fenómenos sociales y que ahora todo lo arrastra a un remolino de la numerabilidad. Todo puede, debería o tiene que medirse, sin números ya no funciona nada. La semántica social, entendida como la forma en que la sociedad se observa y se describe a sí misma, se refiere cada vez más al lado mesurable del mundo y de la vida. Por supuesto, este salto es parte de una tradición de múltiples esfuerzos de racionalización para organizar la vida social y económica de acuerdo con los principios de eficiencia y previsibilidad, pero éste no es el final de la historia. En el contexto de las nuevas formas de gobernanza, ha surgido un régimen de control y evaluación basado en la extracción y el procesamiento de datos, con el objetivo de lograr un mayor rendimiento, la activación y la competencia en áreas muy diferentes; opera a través del establecimiento de objetivos, de indicadores de desempeño y de sistemas de incentivos que fomentan que cada vez más datos se retengan y utilicen para los procesos de evaluación. Las formas cualitativas de juicio que se centran en lo específico son reemplazadas por enfoques cuantificadores de evaluación y medición. También se puede decir que la lógica de optimización y mejora del rendimiento impuesta por el neoliberalismo en todas las áreas posibles de la vida equivale a una competencia por los mejores números. Y cuantas más cifras se produzcan, cuanto más avanzados sean los métodos de recopilación y procesamiento de datos, de mejor manera se podrán anclar socialmente las medidas para producir rendimiento y superación personal. Dado que los datos se han convertido en la moneda de reserva de la sociedad digitalizada, apenas hay límites naturales en los que este proceso pueda llegar a su fin. Es, básicamente, infinito.

¿Qué significa cuantificación?

En primer lugar, pasamos a la cuestión de lo que realmente significa y logra la cuantificación. En términos generales, la cuantificación implica un acto de traducción: los fenómenos, características o propiedades de un hecho se representan en un lenguaje general, abstracto y universalmente compatible: el de las matemáticas. Esto se puede hacer a través de mediciones o transformando juicios cualitativos, ideas y observaciones en valores numéricos. La cuantificación transforma un mundo confuso y complejo en un lenguaje estandarizado de los números, en el que prevalecen las relaciones de orden inequívocas de mayor o menor (o de más o menos). Por supuesto, se puede hablar de diferentes maneras sobre las cosas observables y se puede lograr la comprensión, pero tan pronto como se ha proporcionado un número a lo observado se da un paso de objetivación. De este modo, las cifras transmiten precisión, claridad, simplificación, verificabilidad y neutralidad. Esto también predestina a los números a desempeñar un papel prominente en sociedades que se ven a sí mismas como racionales e ilustradas. La cuantificación suele ir acompañada de operaciones comprensibles y sistemáticas que transforman un fenómeno social en números. Es importante para el uso de indicadores o series de datos que cumplan ciertos criterios de calidad y sean, en gran medida, independientes de quién los produzca. No las personas, sino los procedimientos deben decidir sobre los resultados, un enfoque similar al de la práctica científica. La cuantificación de los fenómenos sociales es al mismo tiempo un proceso de “desincrustación” que suspende deliberadamente el conocimiento local y la ubicación de las prácticas sociales para obtener información en un nivel más abstracto que se pueda recombinar y agrupar con otras informaciones.

Sin la presuposición de que los números se producen de manera controlada y no tienen carácter arbitrario, no podría hacerse gran cosa con ellos. Cada número que usamos en el discurso público necesita un salto de fe: debe reconocérsele como correcto, sólo entonces despliega su frío carisma. Los números en los que nadie cree no tienen valor en la comunicación social. Por esta razón, las sociedades hacen grandes esfuerzos para que los datos de automedición estén seguros, por ejemplo, mediante una legislación amplia sobre cuestiones estadísticas, mediante la creación de oficinas de estadística, la participación en sistemas internacionales de monitoreo basados en datos o mediante el desarrollo de informes estandarizados en casi todos los ámbitos de la sociedad. Un país cuyas estadísticas fallan y que toma decisiones políticas con base en datos incorrectos o insuficientes es fácilmente desacreditado, tanto por su propia población como por la comunidad internacional; los griegos son un ejemplo paradigmático de esto. Se espera que los números sean correctos, sea lo que sea que eso signifique.

Sin embargo, esto no quiere decir que los números estén libres de cualquier influencia, sino todo lo contrario. Desde que las cifras y los indicadores se han utilizado en el discurso público y político han sido también juguete de los intereses. El producto interno bruto (Lepenies, 2013), la tasa de desempleo, la deuda pública y la medida del “cero negro” (Haffert, 2016), todos estos son parámetros controvertidos; pueden desencadenar el entusiasmo público, recesiones económicas, auges políticos o incluso crisis sociales, por lo que se aconseja a los políticos que presten mucha atención a estas cifras. Esto comienza con el acuerdo sobre los conceptos de medición adecuados, pasa por las decisiones sobre la publicación periódica y la presentación de datos, y llega hasta la discusión de las consecuencias políticas resultantes de ciertas cifras. La política de indicadores es particularmente exitosa cuando es posible lograr una equiparación entre constructo teórico e indicador en la percepción pública. Éste sería el caso, por ejemplo, si se entendiera que inteligencia significa exactamente aquello que se mide mediante pruebas de inteligencia. O que el desarrollo humano es aquello en lo que se centra el Índice de Desarrollo Humano, aunque éste sólo incluya en el cálculo la esperanza de vida, la educación y el pib per cápita de un país; es decir, se apoya en datos empíricos bastante débiles.

Las cifras proporcionan una respuesta, a menudo muy convincente, a nuestras necesidades de objetividad, pertinencia y racionalización. Aunque los números se abstraen de contextos sociales concretos, no son sólo matemáticas. Detrás de ellos hay procesos de asignación de valor que son los que conceden a los números un significado o un “valor”. Por lo tanto, las cuantificaciones pueden considerarse como formas manifiestas de atribución de valor, por lo que no sólo es interesante el hecho de que se lleve a cabo la cuantificación, sino también cómo y por quién. Las “estadísticas”, dice Bettina Heintz,

pretenden mostrar una realidad que se encuentra fuera de ellas y que éstas hacen visible. De hecho, sin embargo, no son versiones secundarias de una realidad presupuesta, sino construcciones selectivas que en parte crean esta realidad, en primer lugar. Por lo tanto, la objetividad de las cifras no es un hecho, sino una atribución (2010: 170).

Si uno entiende la cuantificación precisamente en este sentido, no puede evitar ocuparse de los procesos sociales de la producción de numerabilidad. A diferencia de las señales de precios en los mercados que vinculan la oferta y la demanda, las métricas de valor social, rendimiento o desempeño deben entenderse principalmente como entornos sociales y culturales. Las cifras siempre contienen decisiones preliminares sobre lo que debe considerarse relevante, valioso o autorizado (Espeland y Stevens, 1998; Verran, 2013). Los datos sugieren cómo deben verse las cosas, excluyendo sistemáticamente otros puntos de vista. Por lo tanto, el uso de números siempre implica una “forma especial de la determinación del valor” (Vormbusch, 2012: 24). Qué es una buena educación, qué significa una gobernanza eficiente, qué rendimiento cuenta: todo esto no sólo está representado por datos, sino socialmente incorporado e institucionalizado. Los números aseguran un cierto orden de valor y, a través de su propia existencia, contribuyen a anclarlo en la sociedad. Esto resulta en una estrecha conexión entre la estimación de valores en el proceso de cuantificación y la valoración en el sentido de reconocimiento social.

Las prácticas calculativas del mercado