La subversión de la esperanza - Raúl Zegarra - E-Book

La subversión de la esperanza E-Book

Raúl Zegarra

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Beschreibung

Colección de diez ensayos cuyo propósito es entablar un diálogo fecundo y temáticamente variado entre la teología de la liberación y otros discursos filosóficos y teológicos contemporáneos. La teología de la liberación es una corriente teológica que ha tenido mucho impacto en América Latina. Hace algunos años fue condenada por el Vaticano, pero, actualmente, algunas de sus ideas han sido bien recibidas y adoptadas por el Papa Francisco. En La subversión de la esperanza. Diálogo contemporáneo entre teología de la liberación, filosofía y opción por los pobres, Raúl Zegarra nos propone, a través de diez ensayos, repensar los fundamentos de la teología de la liberación con el objetivo de profundizar en la búsqueda de una respuesta teológica y cristiana al problema del pobre. Este volumen es un claro ejemplo de que el quehacer intelectual también puede estar relacionado con la solidaridad. El autor cita a diversos autores clásicos que han trabajado con esta corriente teológica. Uno de ellos es Gustavo Gutiérrez, quien con su conocimiento y experiencia ha marcado no solo la historia de esta corriente teológica, sino también ha creado la idea de la teología como una ciencia que tiene como objetivo primero un compromiso solidario con los pobres. Asimismo, el autor, ha seguido el impulso del jesuita Ignacio Ellacuría y ha tratado de esbozar con estos ensayos una fundamentación del método de la teología de la liberación. Este libro es un testimonio de fe e invita al lector a sumarse e identificarse con las vivencias del autor y sobre todo con su preocupación por pensar teológicamente desde el lado de los oprimidos y los pobres, desde el lado de los vencidos por los poderes fácticos.

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Raúl Zegarra es magíster y licenciado en filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú, magíster en estudios teológicos por la Universidad de Notre Dame, Estados Unidos y estudiante del programa doctoral en teología de la Universidad de Chicago. Ha enseñado en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Ha trabajado también en la World Conference of Religions for Peace. Es autor de Una fe solidaria con el tiempo. Los proyectos teológicos de Gustavo Gutiérrez y David Tracy en perspectiva (Saarbrücken, Credo, 2013) y Dos lenguajes teológicos. Un ensayo sobre el carácter público de nuestras creencias religiosas (Bogotá, Universidad de San Buenaventura, en prensa). Ha escrito varios artículos y capítulos de libros publicados en Perú, Colombia, Argentina y Estados Unidos. Ha sido distinguido con el Premio Galileo PUCP 2010 a la excelencia académica.

La subversión de la esperanzadiálogo contemporáneo entre teología de la liberación, filosofía y opción por los pobres

Raúl Zegarra

©Raúl Zegarra, 2015

De esta edición:

© Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2015

ISBN: 978-612-317-146-9

Diseño de carátula: Carlos Ureta

Foto solapa: Ari Om

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

ISBN: 978-612-317-146-9

www.cep.com.pe

www.bcasas.org.pe

www.fondoeditorial.pucp.edu.pe

Agosto 2015

A la señora Juanita, para que quede registrado su nombre y se sepa cuánto transformó mi vida.

A Gustavo Gutiérrez, quien me enseñó el sentido profundo del amor gratuito de Dios; mi corazón, conmovido por el don de su amistad, no encuentra palabras adecuadas para expresar su inmensa gratitud.

Introducción

Empecé a escribir este libro, sin saberlo, hace dos años. Viéndolo hoy en perspectiva, me gustaría pensar en él como una bitácora, como las primeras anotaciones de un itinerario teológico que se va abriendo paso. En ese sentido, el proceso de escribirlo coincide con mi migración más formal hacia los estudios teológicos, luego de haber dedicado casi una década, al menos oficialmente, a la filosofía. Dicha migración, sin embargo, no supuso para mí un movimiento sorpresivo. Mi impresión es, más bien, la contraria: aun sin tenerlo del todo claro al inicio, lo que me invitó a estudiar filosofía fue mi pasión por la teología. La evidencia al respecto es abrumadora. Durante mis estudios de pregrado y posgrado en filosofía, cada monografía, cada pequeño ensayo, de una manera u otra, siempre lidió con preguntas teológicas, con preguntas que desde diferentes ángulos trataban de iluminar el misterio de Dios, la posibilidad y el sentido de la idea misma de su revelación, los alcances éticos de ésta, etc. Los diez ensayos que componen este libro, luego, se sitúan en profunda continuidad con aquellos textos, aunque fueron escritos en un momento distinto de mi vida. Todos ellos fueron escritos en un momento de transición personal e intelectual, la misma que obedeció a un reconocimiento más explícito de las diferencias y conexiones entre preguntas filosóficas y teológicas.

Recuerdo que alguna vez un amigo que estudiaba conmigo la maestría en filosofía en la PUCP me planteó abiertamente una pregunta en relación a dichas diferencias y conexiones, intuyendo con claridad una transición intelectual que yo no había identificado aún. Esa tarde, hace unos cuatro años, me tocó exponer mi proyecto de tesis de maestría. Terminada la presentación, él planteó su pregunta cordialmente, pero con esa agudeza propia de la simplicidad: “¿Podrías explicarnos por qué este proyecto debería considerarse para una tesis de filosofía y no para una de teología?”. No recuerdo bien cómo le respondí, pero sí tengo claro, como lo atestiguan estas líneas, que la pregunta anidó en mi memoria. Poco tiempo después terminé de escribir la tesis y, al hacerlo, resultó evidente lo que aquella pregunta sugería: mi trabajo no estaba destinado a ser puramente filosófico. Mis intereses, desde siempre, habían hecho de la filosofía una caja de herramientas para pensar problemas de diversa índole, pero, entre ellos, los problemas teológicos habían tenido siempre primacía y habían dado forma, directa o indirectamente, a cuestionamientos que podrían parecerle ajenos. Pero, ¿había sucedido, entonces, que mis convicciones de fe terminaron por hacerme abandonar el rigor de la pregunta filosófica? Quisiera pensar que los ensayos en este libro prueban lo contrario, pero allí es donde comienza mi historia en la Universidad de Notre Dame, Estados Unidos.

Siempre tuve en mente hacer estudios fuera del Perú, pero también es cierto que ellos nunca se pensaron fuera del contexto de la filosofía. En ese sentido, los dos años que pasaron desde la finalización de mis estudios de maestría en filosofía y el inicio de los estudios de maestría en teología fueron un genuino proceso de discernimiento. ¿Qué tipo de relaciones quería establecer entre filosofía y teología? ¿Cómo podría mantener mi lealtad al incisivo preguntar de la filosofía si casi todas mis preguntas fundamentales provenían del mundo de la fe? El esclarecimiento progresivo de estas preguntas se dio gracias al consejo y a la insustituible presencia de Gustavo Gutiérrez; pues fue Gustavo, en una conversación tan decisiva como indeleble en mi memoria, quien me introdujo a mi verdadera vocación. Gustavo fue quien me contactó por primera vez con la teología sistemática. Con la perspicacia que lo caracteriza, Gutiérrez supo leer en mí la fuerza de mis intereses filosóficos y supo dirigir mi atención al trabajo de dos teólogos que han tenido un rol cardinal en mi pensamiento y que tienen un papel crucial en este libro, a saber, David Tracy e Ignacio Ellacuría. Gracias a Gustavo, entonces, supe encontrar un camino fructífero de reconciliación entre mi formación filosófica y mi vocación teológica, pues la teología sistemática o fundamental, justamente, pone en diálogo ambas disciplinas: se vale de la persistencia y del método de la pregunta filosófica para comprender de mejor modo el misterio del don de un Dios que aceptamos en la fe. Mis intereses, por supuesto, no quedaron encarcelados en la prisión de la especulación metafísica sobre Dios, sino que, gracias a la influencia de la teología de la liberación, estuvieron siempre enraizados en la preocupación por el problema del pobre y en la forma más adecuada de dar una respuesta teológica y cristiana al mismo. Todo esto, sin embargo, sin descuidar el planteamiento de preguntas ontológicas y metodológicas determinantes, algo que ninguna empresa de corte más bien práctico debería olvidar. En ese sentido, no sería inadecuado leer los ensayos que componen este libro como un esfuerzo, bastante imperfecto, por repensar los fundamentos de la teología de la liberación. Para ello he tratado de plantear preguntas, y proveer algunas respuestas, en relación a su método, sus precedentes históricos, sus potenciales nuevos interlocutores, sus posibilidades presentes y futuras, sus competidores teóricos, etc. Quisiera pensar que en este proceso me he mantenido fiel a las convicciones fundamentales que dieron vida a la teología de la liberación, pues son ellas también las mías. El lector juzgará el éxito de mi propia empresa en estas páginas.

Como indiqué más arriba, estos ensayos se escribieron durante los últimos dos años. De hecho, con la excepción de uno de ellos, todos se escribieron en el tiempo que duraron mis estudios de teología en la Universidad de Notre Dame. En ese sentido, todos ellos se nutrieron de la riqueza de nuevos interlocutores, de un nuevo contexto de discusión académica, de un idioma distinto y de una cultura extraña a la nuestra. Quisiera pensar que ese intercambio fue fructífero no solo en su haber producido como resultado este libro, sino en su haber generado, gracias a él, una primera articulación más o menos sistemática de mi propia voz. Es verdad que hace poco más de un año publiqué Una fe solidaria con el tiempo1, pero también es cierto que ese libro es muy distinto de éste. En ese trabajo procuré ofrecer una introducción general al pensamiento de Gutiérrez y Tracy insinuando algunos puntos de contacto que podrían dar luz a nuevas articulaciones teológicas. Dicho libro, no obstante, constituye fundamentalmente un estudio monográfico. Su valor, si es que alguno, consiste en proporcionar una hoja de ruta para leer a dos pensadores tan importantes como ellos, pero no mucho más que eso. Mi modesta impresión es que La subversión de la esperanza ofrece algo más, aunque lo haga sólo a modo de bocetos. Creo que este libro, a pesar de ser una colección de ensayos, insinúa ya un proyecto sistemático. He tratado, pues, desde diferentes ángulos y jugando con las ideas de diversos autores, de pintar un lienzo cuyos colores y formas no resulten del todo difusas para el lector. Así, la propuesta de este libro se enmarca con claridad en el proyecto de la teología de la liberación, pero lo complementa poniéndolo en conversación con nuevos autores o poniendo énfasis en textos que, aunque no tan nuevos, invitan a nuevas lecturas. En buena cuenta, siguiendo el impulso de Ellacuría, lo que he tratado de esbozar con estos ensayos es una fundamentación del método teológico latinoamericano, del método de la teología de la liberación. Mi camino ha sido distinto al suyo, pero la pertinencia de su proyecto me parece indiscutible. Se trata de pinceladas, sin duda. Estos ensayos sólo ofrecen esbozos, pero ellos van dejando emerger figuras cada vez más nítidas. Lo hacen, al menos, para mí mismo; tengo la esperanza de que lo hagan también con el lector. Una articulación más sistemática demandará aún algo de tiempo. Mis estudios doctorales en la Universidad de Chicago tienen como objetivo darle forma más definitiva a ese proyecto.

Conviene decir en este momento, no obstante, que mi competencia teológica antes de llegar a Notre Dame no pasó nunca de la lectura autodidacta y prácticamente se reducía de modo exclusivo a mi conocimiento de la obra de Gutiérrez y Tracy. En ese sentido, la educación allí recibida tuvo un rol indispensable para la gestación de este libro. En Notre Dame tuve la oportunidad incomparable de estudiar con rigor las Escrituras, la historia del cristianismo antiguo, algunos de los problemas fundamentales que la ética cristiana enfrenta, el diálogo histórico entre filosofía y teología, etc. Notre Dame le dio a mi incipiente y autodidacta educación teológica la materia prima sobre la cual posar mis preguntas filosóficas y, en la combinación de ambas, me dio más adecuadamente la formación y el ángulo adecuado para poder proporcionar mis primeras respuestas teológicas. El primer resultado de ese proceso lo representa este libro. Pero, por supuesto, ninguna experiencia educativa emerge de la mera lectura. Muchas conversaciones con mis profesores fueron determinantes, de modo directo o indirecto, en la conformación de La subversión de la esperanza. De entre ellas, algunas se destacan con notoriedad. Por eso me gustaría aprovechar estas líneas para agradecerles su tiempo y desprendimiento a David Clairmont, Gerald McKenny y Matthew Ashley. Exponiéndome a ser injusto, sin embargo, me gustaría resaltar el decisivo aporte de David. Quizá como ningún profesor en mi experiencia previa, David mostró desde el inicio una inmensa confianza en mi trabajo, una gran apertura a mis ideas y una generosidad que siempre consideraré inmerecida. Le debo a David, además, una conversación cuya franqueza y honestidad fue determinante en la elección de la Universidad de Chicago como el lugar para iniciar mis estudios doctorales luego de terminada la maestría en Notre Dame. Un cuarto nombre debe ser añadido a la lista, pues se trata también de uno de mis profesores en Notre Dame: Gustavo Gutiérrez. Mi relación con Gustavo, no obstante, precede mi experiencia en esta casa de estudios y ciertamente la excede también. Lo que es cierto, empero, es que fue Notre Dame el lugar que me regaló el privilegio de una relación más cercana con él, una relación cuyas conversaciones constantes, siempre llenas de humor y profundidad, le han dado forma a mi vocación teológica de un modo tan fundamental que es difícil encontrar modos de expresión apropiados para mostrar mi agradecimiento. Por eso mismo este libro está dedicado a Gustavo en señal de admiración y enorme gratitud.

Después de estas anotaciones casi exclusivamente biográficas, corresponde hacer una presentación general de los ensayos que componen este libro. Quisiera señalar, no obstante, que el tono autobiográfico no obedece a cierta vocación narcisista, sino más bien a una posición de principio. Soy de la opinión, sobre todo gracias a la influencia de William James, de que ningún proyecto intelectual debe concebirse como una empresa absolutamente neutral, desconectada de nuestra experiencia vital. Por el contrario, y esto es crucial también para la teología de la liberación, nuestra experiencia de vida es el pozo del cual bebe nuestro quehacer académico y es ella la que, en el fondo, lo motiva y le da forma. Luego, tratar de presentar mi “situación hermenéutica”, para usar un giro gadameriano, tiene como objetivo ofrecer al lector un mejor acceso al libro, guiándole, al compartir mi experiencia, por el camino también personal que él o ella forjará en su lectura. Esto es particularmente importante en el caso del quehacer teológico. No en vano Gutiérrez muchas veces se ha referido a la teología como “una ciencia muy especial”. Y, en efecto, lo es: ninguna ciencia es pura abstracción; pero si alguna no lo es de modo paradigmático, esa es la teología. La teología cristiana, en particular, parte del dato revelado y del don de la gracia para creer en él. Consecuentemente, la teología, cuando es genuina, no es más que la búsqueda de un lenguaje adecuado para hablar de Dios, para dar razones de nuestra fe, para dar testimonio razonado de nuestra esperanza. La subversión de la esperanza es un testimonio de fe. Y la fe, qué duda cabe, aunque se enriquece y vigoriza en el compartir comunitario, es fundamentalmente un encuentro personal entre creador y criatura. Esta es, al menos, la teología en la que creció mi vocación y la teología que estas páginas fomentan. De ahí la naturaleza siempre personal de esta empresa y la razón por la cual esta introducción tiene significativas notas biográficas. De ahí también el tono dialógico con el que he tratado de escribir el libro. Contra la convención académica de escribir de modo impersonal, algo que he evitado tanto como me resultó posible, yo he preferido usar constantemente la primera persona. He usado también la primera persona del plural, pero no para referirme a mí mismo, sino para dirigirme al lector sugiriendo con cada “veamos ahora”, “pasemos a”, un camino que andamos juntos, en amistad, en complicidad intelectual, en solidaridad compartida. Tengo la esperanza de que estas pequeñas variantes puedan propiciar una lectura más amigable, incluso más íntima. Ojalá sea ese el caso. Planteadas estas atingencias, permítanme dedicar los párrafos finales de esta introducción al contenido del libro.

Éste es una colección de ensayos cuyo propósito central es entablar un diálogo fecundo y temáticamente variado entre la teología de la liberación y otros discursos filosóficos y teológicos contemporáneos. El título del libro está inspirado en una de las secciones (“La alegría es subversiva”) de “La fuerza histórica de los pobres”, ensayo que Gustavo Gutiérrez publicó inicialmente en 1977 y que fue luego compilado junto a otros trabajos en la forma de un libro que, con el mismo título, fue publicado en 1979. El motivo de mi decisión es doble. En primer lugar, con el título de mi libro me interesa señalar la influencia de quien, además de ser un amigo, es sin duda mi principal maestro. Gutiérrez cambió mi relación no sólo con la teología, sino con mi fe cristiana. Cuando empecé a estudiar su obra, hace más o menos una década, esto podía intuirse de algún modo; pero fueron, sin duda, los últimos años los que dieron más clara forma a esos cambios. En ese sentido, Gutiérrez marcó una senda intelectual y espiritual en mi itinerario teológico que ya no tiene marcha atrás y, por lo mismo, el título del libro funciona, de algún modo, como un tributo a ese rol formativo. En segundo lugar, y en directa conexión con lo anterior, el título del libro indica el tenor de esa influencia. A pesar del carácter distinto de los diez ensayos que componen este libro, todos tienen un eje articulador muy claro, a saber, mi preocupación por pensar teológicamente desde el reverso de la historia, desde el lado de los oprimidos, desde el lado de los vencidos por los poderes fácticos. Elisabeth Schüssler Fiorenza ha señalado con claridad, gracias a la influencia que la teología de la liberación ha tenido en ella, que ninguna empresa intelectual es neutral. Dando un paso más, sin embargo, ha dicho también que aquellos que pretenden mostrarse neutrales han tomado ya, a veces de modo inadvertido, a veces cobardemente, el lado de los opresores. Este libro se sitúa en la otra orilla, o al menos ese es su objetivo. El título, sin embargo, habla de esperanza y no de opresión o pobreza. Esto sucede porque, como pasa en el ensayo del que recoge su inspiración, la experiencia de opresión y de pobreza, aunque destructiva y dolorosa, no tiene la última palabra, no ha logrado apagar la luz de la esperanza. Más aún, el mundo de los pobres es un mundo lleno de esperanza. Su esperanza, sin embargo, es subversiva. Ella se levanta contra lo que podría parecer un destino de fatalidad, donde la alegría y un presente y futuro mejores no son posibles. La subversión de la esperanza, en ese sentido, no es sólo un tributo al trabajo de Gutiérrez sino, y sobre todo, un homenaje a la esperanza profética de todos aquellos que, viviendo el poder devastador de la pobreza en su día a día, no han renunciado a su fe, han sabido profundizarla y encontrar en el Dios liberador de los pobres la fuente de su más profunda y subversiva esperanza.

Evidentemente, un libro como éste, que supone cierto esfuerzo intelectual por parte del lector, la libertad de poder disponer de algunas horas para su lectura, etc., no es precisamente una empresa fácilmente accesible para aquellos con los cuales sus preocupaciones se solidarizan. Esto es algo que comprendo muy bien y que acepto con humildad. El mundo del pobre es, precisamente, eso: un mundo. Quienes no hemos nacido en él y no lo experimentamos en nuestro día a día, aunque en solidaridad con los avatares de quienes sufren sus embates, sólo accedemos a él por atisbos, de modo siempre insuficiente. Luego, escribir un libro cuyo núcleo central es el mundo del pobre parece una osadía. Corresponde, con honestidad, aceptar que quizá lo es. Pero, por otro lado, es cierto también que la solidaridad tiene diferentes dimensiones y que el quehacer intelectual puede manifestar una de ellas. En ese sentido, tengo la convicción de que estas páginas pueden servir para profundizar en nuestros compromisos solidarios al pensar con detenimiento en algunos de sus supuestos, así como varios de sus desafíos. Quién sabe, tal vez estas páginas puedan incluso fomentar nuevos compromisos. Si eso fuese posible, este libro habría cumplido abundantemente con su objetivo. Me apropio de estas líneas en la introducción, no obstante, para recordar el siempre limitado valor de una empresa intelectual como esta. La teología académica que este libro representa, ya lo decía Gutiérrez, es siempre un acto segundo. El acto primero lo constituyen nuestra fe y su compromiso subsecuente. Esta distinción debe darle perspectiva a La subversión de la esperanza: aun cuando valoro enormemente lo que un genuino esfuerzo intelectual aporta, sin una vida de fe hecha compromiso solidario con los pobres, dicho esfuerzo pierde sentido. Esa es la convicción que anima este libro, un recordatorio permanente para sus lectores y para quien lo escribe. Dicho esto, pasemos a algunas observaciones generales sobre los capítulos del libro.

Éste se compone de diez ensayos, los mismos que se dividen en cuatro áreas temáticas. La primera sección, titulada “El rol liberador de la filosofía”, está conformada por dos ensayos largos que ponen en conversación, fundamentalmente, la obra de Gustavo Gutiérrez con el trabajo de dos filósofos contemporáneos cuya sintonía o disidencia con el trabajo del teólogo peruano ha sido poco explorada aún. Así, el primer ensayo muestra, siguiendo la interpretación de Gutiérrez, la centralidad del tema del otro en la teología de Bartolomé de Las Casas y pone en diálogo las intuiciones teológicas del dominico español con la profundidad filosófica que las mismas adquieren cuando se examinan desde el pensamiento del filósofo Emmanuel Levinas. El segundo ensayo se ocupa de la concepción de crítica ideológica defendida por el filósofo esloveno Slavoj Žižek y del modo en que éste hace uso de la misma para transitar a la reflexión teológica sobre el sufrimiento, fundamentalmente tal como éste se presenta en el libro de Job. Como es sabido, este último tema constituye una de las piezas centrales del trabajo de Gutiérrez, por lo que su aproximación al mismo permite ofrecer una crítica a la perspectiva ateo-materialista ofrecida por Žižek. En mi opinión, dada la importancia que la obra de Žižek ha adquirido en los últimos años y dada también la correlación temática con el trabajo del teólogo peruano, un ensayo de esta naturaleza resulta necesario. Para algunos, Žižek ha empezado a ofrecer una propuesta teórica capaz de competir con muchos de los compromisos de la teología de la liberación, pero desde una perspectiva materialista. Luego, confrontar teóricamente su postura tiene el valor de responder a un fenómeno teórico-cultural que apunta al corazón de las convicciones liberadoras de este libro.

La segunda sección, titulada “Escatología y martirio”, está conformada por tres ensayos. El primero es un texto de carácter exegético que vuelve, siguiendo al Gutiérrez de Teología de la liberación, pero actualizando la bibliografía y profundizando el tenor de la problemática abordada por el autor, a la famosa perícopa escatológica de Mateo 25,31-46. Allí se indaga sobre los múltiples sentidos posibles del texto y se defiende la universal opción preferencial por los pobres como la interpretación más conclusiva. Como he dicho allí, a pesar del carácter eminentemente técnico que tienen los textos exegéticos, mi interés con el mismo es el de volver sobre un texto fundacional para la teología de la liberación y reforzar la vigencia de la interpretación liberadora que recibió por parte de Gutiérrez y otros. El segundo texto analiza las escatologías de Johann Baptist Metz y David Tracy y las pone en contraste con la postura del Papa Ratzinger en su clásico texto sobre el tema. El objetivo del ensayo es mostrar cómo una escatología que pone el foco de la atención en la dimensión histórica de la salvación y, por ende, en la necesidad imperativa de hacer de la justicia una realidad entre nosotros, no supone una politización de la fe ni un discurso teológico inmanentista. Por el contrario, mi interés consiste en afirmar que una postura tal representa un ejercicio de genuina fidelidad al espíritu del evangelio. Finalmente, el último ensayo de esta sección analiza la complejidad teológica del asesinato de Monseñor Oscar Romero. En este capítulo del libro me ocupo de examinar las razones por las cuales la canonización de Romero ha sido demorada por tanto tiempo y ofrezco un argumento teológico para mostrar las limitaciones del enfoque que ha tratado de prevenir su proclamación como San Romero de las Américas. Para este fin, el trabajo de Ignacio Ellacuría, quien seguiría a Monseñor por la senda martirial nueve años después, ha resultado de fundamental importancia.

La tercera sección se titula “La opción preferencial por los pobres y el magisterio de la Iglesia” y propone un análisis teológico de tres textos del magisterio eclesial: la Populorum progressio, la Evangelii nuntiandi y la Evangelii gaudium. El primer texto analiza la Populorum progressio y, a partir de ella, contrasta los conceptos de desarrollo y liberación retomando la crítica propuesta por Gutiérrez en Teología de la liberación. Sin embargo, allí se propone avanzar un paso más para entrar en conversación con la obra de Amartya Sen y su enfoque de desarrollo como libertad. Así, siguiendo los importantes aportes de Javier Iguíñiz en Desarrollo, libertad y liberación se sugiere prestar atención al “enfoque de las capacidades”, que Sen y Martha Nussbaum proponen, como un excelente aliado secular para materializar los ideales de la teología de la liberación en nuestro tiempo. El segundo texto se ocupa del análisis de la Evangelii nuntiandi y desarrolla teológicamente sus supuestos pastorales, proponiendo a partir de Tracy y Gutiérrez una evangelización místico-profética. Con ese fin, este ensayo propone que la mejor clave de lectura para dicho texto es el tema del testimonio. Así, al repensar el significado de lo que implica dar testimonio de nuestra esperanza cristiana, las relaciones entre lo político y lo teológico se vuelven más claras y las posibles contradicciones logran disiparse. Finalmente, el tercer capítulo de esta sección trata de desentrañar los supuestos teológicos de la Evangelii gaudium apelando a lo que David Tracy denomina un método de correlación crítica, a saber, un diálogo profundo y mutuamente crítico entre la tradición cristiana y el mundo contemporáneo. Allí se verá cómo el Papa Francisco materializa este método teológico en el documento, pero a la vez se pondrá énfasis en cómo lo profundiza. Así, se propondrá que dicho método es nutrido por la experiencia latinoamericana del Papa, algo que en clave teológica, me parece, debe ser asociado con el “método latinoamericano” propuesto por Ignacio Ellacuría, el mismo que, a mi juicio, glosa y ahonda en las convicciones más generales de la propuesta de Tracy.

La cuarta y última sección se titula “En memoria de ella” y tiene como objetivo analizar el rol de la mujer en la reflexión y praxis cristianas. Con ese objetivo, el primer ensayo plantea un amplio y constructivo análisis del fundacional libro de Elisabeth Schüssler Fiorenza, In Memory of Her. Allí se examina la situación de las mujeres en el tiempo de Jesús y en las primeras comunidades cristianas con el empeño de recuperar la memoria liberadora de mujeres que tuvieron un rol preponderante en las primeras comunidades cristianas y en la primera gesta evangelizadora. La premisa de la autora afirma que la memoria de las mujeres ha sido opacada por un sistema patriarcal de dominación que no obedece a la vocación liberadora del movimiento de Jesús. En ese sentido, la teóloga propone la difícil gesta de recuperar esa memoria enterrada para devolver a las mujeres su fuerza. El segundo texto plantea una reflexión detenida del importante libro de la teóloga estadounidense Elizabeth Johnson, Truly Our Sister. Siguiendo a la autora, aquí se plantea una reconstrucción histórica del contexto social, religioso, político y cultural de María de Nazaret y, a partir del mismo, se pone énfasis en características que normalmente le son arrebatadas, como su libertad, autonomía, don de profecía, etc. Al igual que Schüssler Fiorenza, Johnson propone una confrontación directa con modelos de interpretación patriarcales que han hecho de la Virgen María un paradigma de sumisión que ha terminado por limitar la libertad de las mujeres dentro de la Iglesia. En contraste, al mostrar el lado más humano de María y su participación en la comunión de los santos, Johnson señala la importancia de su rol liberador en la experiencia cristiana, particularmente en el caso de las mujeres pobres de nuestros días. Como puede notarse, ambos libros, aunque escritos en un contexto distinto al latinoamericano, les hablan con gran actualidad a las mujeres (y hombres) de nuestra región también y les ofrecen recursos, dentro de la propia tradición cristiana, para pensar su rol y empoderar su posición. De ahí su importancia y mi decisión de incluir reflexiones cuidadosas de ambos textos en el libro.

Quisiera terminar estas líneas con algunas palabras finales de agradecimiento. En primer lugar, a Andrés Gallego, Carmen Lora y Pedro De Guchteneere, del Centro de Estudios y Publicaciones. Para mí es una alegría y un honor inmerecido haber recibido su confianza y su estímulo para la publicación de este libro. Tener la oportunidad de que estas páginas lleven el sello de una casa editorial como el CEP, además, tiene un valor muy especial en mi corazón, pues me hace sentir que, de alguna manera, contribuyo, aunque sea modestamente, a una tradición de teología peruana y latinoamericana que siento muy mía y que, sin duda, ha dado forma a este libro. Mi gratitud va igualmente para Gustavo Gutiérrez, quien en más de una conversación me transmitió su confianza en el proyecto y sugirió hacer del CEP su casa. La iniciativa generosa de Andrés, Carmen y Pedro permitió además que este libro se publique como un esfuerzo conjunto con el Instituto Bartolomé de Las Casas y la Pontificia Universidad Católica del Perú. Gracias al Bartolo y la PUCP, en tiempos y de formas distintas, supe encontrarme a mí mismo y ciertamente a mi vocación por la teología. Poder publicar este libro con sus sellos honra mi trabajo y afianza mi pertenencia a dos instituciones que han marcado profundamente mi vida.

Me toca agradecer también a mi familia, sobre todo en estos años lejos del Perú, lejos de casa. He tenido la gracia de haber tenido siempre una familia que ha respaldado cada uno de mis proyectos, aunque muchas veces le costara trabajo entenderlos. Un hijo dedicado a la filosofía y a la teología, qué duda cabe, no es lo que toda familia normalmente espera. La mía, sin embargo, supo entender con los años el decantarse de mi propia vocación y encontrar su alegría en el desarrollo de mi pasión por el pensamiento. A mamá y a papá, a mi hermana, a los abuelitos, que encuentran orgullo en eso que hago, aunque no sepan bien qué es, a los tíos entusiastas, a todos: muchísimas gracias. Dos amigos queridos merecen mención y gratitud también: Daniel Luna y Roberto de la Noval. Daniel, camarada desde los años de filosofía en la PUCP, ha sido siempre un entusiasta de mi trabajo, a veces más convencido de sus posibilidades que yo mismo. Mi gratitud para él y mi cariño inmenso a él y su esposa, María Inés. Sepan que siempre están presentes en la memoria, amigos, sobre todo ahora que ustedes se unen a esta aventura de estudiar por varios años tan lejos de casa. A Roberto, en cambio lo conocí más recientemente, pero la amistad y complicidad intelectual se hicieron inmediatas. Nuestros dos años de amistad en Notre Dame, y sin duda los muchos que vendrán, han sido de inmenso provecho para este proyecto. La mente incisiva de Rob, su capacidad para la pregunta aguda y su honestidad para el debate me regalaron oportunidades para pensar mi propio proyecto que difícilmente encontré antes. Rob, como Daniel, ha sido siempre generoso en su confianza en mi trabajo, quizá en exceso. Sea para él también mi profunda gratitud. Aprovecho también para transmitir mi gratitud a mis profesores en la Universidad de Chicago, mi nueva casa por los años que vendrán. A pesar de que mis estudios recién comienzan, la comunidad académica de la Divinity School me ha hecho sentir en casa desde el inicio, mostrando además gran confianza en las posibilidades de lo que mi trabajo puede ofrecer. Me siento particularmente agradecido con David Tracy, quien ha sabido siempre buscarse un tiempo para conversar conmigo y para mostrarme la hondura de su hospitalidad cristiana. Para todos mis profesores en la Universidad de Chicago, no me queda sino agradecerles y transmitirles mi esperanza de poder responder a la altura de sus expectativas. Termino agradeciendo a mis tíos Henry y Fanny y a mis primas Kathy y Angie. Estas fiestas de fin de año me tocó pasarlas en su casa, un genuino hogar. Con ellos me he sentido, como siempre, profundamente acogido y con su alegría interminable, capacidad para el juego y para dar cariño, un poco más cerca de mi familia toda y de la patria querida, que siempre se extraña tanto. Finalmente, no quisiera dejar pasar una nota sobre la señora Juanita, la otra persona a la que está dedicado este libro. Juanita fue para mí el primer encuentro con un rostro concreto de la pobreza, una ancianita amable, de conversación breve y de sonrisa generosa. De Juanita me hice prójimo hace ya varios años, pero después de migrar a los Estados Unidos le terminé, con gran tristeza, perdiendo el rastro. Lo más probable es que la señora Juanita nunca lea este libro y que nunca se entere de que le fue dedicado. Que su nombre, sin embargo, impregne esta páginas, pues todas ellas testimonian cuánto su amistad y su presencia transformaron mi vida.

Raúl Zegarra

Buford, GA, EEUU.

25 de diciembre del 2014

Fiesta de la Natividad del Señor

1 Raúl Zegarra, Una fe solidaria con el tiempo: Los proyectos teológicos de Gustavo Gutiérrez y David Tracy en perspectiva (Saarbrücken: Credo Ediciones, 2013).

IEl rol liberador de la filosofía

1Si fuésemos indiosEl problema de la alteridad en Bartolomé de Las Casasy Emmanuel Levinas

En las líneas que siguen me interesa establecer un diálogo creativo entre la teología de Bartolomé de Las Casas, la que podríamos empezar a llamar una teología de la alteridad, y la fenomenología del rostro del otro en el pensamiento de Emmanuel Levinas. El propósito de este trabajo es mostrar cómo un intercambio creativo entre el pensamiento de ambos autores nos ofrece un mejor acceso tanto filosófico como teológico al problema de la alteridad, especialmente cuando ésta supone la presencia del otro que sufre injustamente.

Para tal fin, dividiré este ensayo en tres secciones. La primera, de carácter más metodológico e introductorio, propone un marco general de lectura. Así, con el apoyo de la distinción entre acto primero y acto segundo establecida por Gustavo Gutiérrez, quisiera sugerir que la relación entre Las Casas y Levinas puede entenderse a través de esa dialéctica: el teólogo sevillano principalmente encarna lo que Gutiérrez llama el acto primero (acción y contemplación) y el filósofo francés, el segundo (reflexión crítica). No se habla aquí, claro, de dicotomías, sino de una interacción dialéctica entre ambos actos (y autores) que permite que se nutran mutua y permanentemente. La segunda sección se ocupará de presentar el corazón de la teología de la alteridad de Las Casas, prestando particular atención a su defensa de los indios y sus prácticas cultuales frente a la justificación que otros teólogos españoles dieron al uso de la violencia contra ellos. Finalmente, la tercera parte comprenderá una exposición de las tesis centrales de la fenomenología del rostro del otro en Levinas. En dicha sección se explorará de modo más filosófico la fuerza ética del encuentro con la alteridad y cómo los criterios ofrecidos por Levinas nos proporcionan un marco que permite ahondar en los argumentos lascasianos.

1. Una espiritualidad hecha reflexión crítica

Al inicio de Beber en su propio pozo, Gustavo Gutiérrez señala una decisiva característica relativa a la relación entre teología y espiritualidad. Citando a Marie-Dominique Chenu, el autor sostiene que:

“En definitiva —decía este gran maestro en uno de sus primeros trabajos—, los sistemas teológicos no son sino la expresión de espiritualidades. Ese es su interés y su grandeza”. Y agregaba con precisión: ‘Una teología digna de ese nombre es una espiritualidad que ha encontrado los instrumentos racionales adecuados a su experiencia religiosa’”2.

Me parece que esta es una aproximación fundamental, la misma que, trataré de así demostrarlo, recoge con toda propiedad la experiencia teológica de Bartolomé de Las Casas. Permítaseme, sin embargo, explorar un poco esta conexión entre teología y espiritualidad antes de pasar al directo tratamiento del pensamiento lascasiano. Con ello en mente, corresponde ahora prestar atención a la cardinal distinción entre acto primero y acto segundo en el pensamiento de Gutiérrez.

En Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, después de algunas consideraciones preliminares, Gutiérrez plantea dos atingencias en relación al hablar de Dios. En primer lugar, el teólogo está interesado en la relación entre revelación y gratuidad. En ese sentido, nuestro autor quiere remarcar una tesis bíblica fundamental, aquella de la predilección divina por los simples y despreciados de este mundo:

“[…] ser destinatario privilegiado de la revelación no viene —en primer lugar— de disposiciones morales o espirituales, sino de una situación humana en la que Dios se revela actuando y trastornando valores y criterios. El despreciado de este mundo es el preferido del Dios amor. Así de simple y de difícil de captar para una mentalidad que todo lo juzga en base a méritos y deméritos”3.

Este, por supuesto, será un tema central para Las Casas y sobre él volveremos constantemente en este trabajo. Mi interés por el momento, no obstante, es prestar atención a la relevancia metodológica de la segunda atingencia presentada por Gutiérrez. Terminada su primera observación, Gutiérrez pasa a la segunda. El teólogo peruano afirma que se trata de una sugerencia que “se refiere al camino, al método, para hablar de Dios”4. Poco después añade:

“Ese punto puede enunciarse así: a Dios, en primer lugar, se le contempla al mismo tiempo que se pone en práctica su voluntad, su Reino; solamente después se le piensa. En categorías que nos son conocidas, contemplar y practicar es en conjunto lo que llamamos acto primero; hacer teología es acto segundo. Es necesario situarse en un primer momento en el terreno de la mística y de la práctica, sólo posteriormente puede haber un discurso auténtico y respetuoso acerca de Dios. Hacer teología sin la mediación de la contemplación y la práctica sería estar fuera de las exigencias del Dios de la Biblia. El misterio de Dios vive en la contemplación y vive en la práctica de su designio sobre la historia humana, únicamente en segunda instancia esa vida podrá animar un razonamiento apropiado, un hablar pertinente. En efecto, la teología es —tomando el doble significado del término griego logos: razón y palabra— palabra razonada, razonamiento hecho palabra. Podemos decir por todo eso que el momento inicial es el silencio; la etapa siguiente es el hablar”5.

El ejercicio de articulación que este pasaje nos presenta tiene muy interesantes consecuencias para la reflexión que aquí he tratado de emprender. En primer lugar, se establece una relación de antecedencia por parte de la contemplación y la práctica respecto de la elucubración teológica. Primero se contempla y se practica el amor de Dios, luego se elabora teóricamente al respecto. Importa, además, mostrar que Gutiérrez es muy cuidadoso en no separar las dos situaciones que constituyen el acto primero: se contempla y se practica, se trata de procesos indesligables. Es interesante, igualmente, notar el uso enfático del condicional por parte del autor: “sólo posteriormente puede haber un discurso auténtico y respetuoso acerca de Dios”. Esta relación de precedencia es muy significativa porque establece una cierta ontología que delimita ámbitos claramente definidos de la experiencia de fe. Sólo a partir de las experiencias concretas de diálogo íntimo con Dios y de la puesta en práctica de su mensaje es posible articular después un discurso capaz de pensar esas experiencias, expresarlas a través de un razonamiento apropiado, volverlas materias de debate académico, inspiración para el trabajo del Magisterio, etc. Esto no quiere decir, por supuesto, que en las experiencias de diálogo íntimo no exista reflexión, ni tampoco que la reflexión sea esencialmente un proceso desencarnado y abstracto; de lo que se trata, sí, es de diferenciar analíticamente dos procesos que en lo fundamental son distintos y cuya distinción es teológicamente relevante para los fines de Gutiérrez y los de este trabajo. Así, como menciona el teólogo peruano, el misterio de Dios vive en la contemplación y en la práctica; la teología es sólo un intento de inteligirlas a través de la palabra razonada. Por eso podemos hablar del silencio. Y si bien la práctica ya es un modo de hablar, en el fondo no es más que el activo testimonio (compromiso) de la contemplación vivida en el silencio interior; la palabra, en el sentido que aquí se sugiere, viene después. Por eso dice Gutiérrez,

“[e]n la oración se permanece mudo, simplemente nos situamos ante el Señor. Y en la práctica, en cierto sentido, también se calla; porque en el compromiso, en el trabajo diario, no estamos hablando de Dios todo el tiempo; cierto es que vivimos de Él, pero no discurriendo sobre Él. Como se dice en el Eclesiastés, hay «un tiempo de callar y un tiempo de hablar» (2,6). El silencio, tiempo de callar, es el acto primero y la mediación necesaria para el tiempo de hablar sobre el Señor, para hacer teología, acto segundo”6.

Considero que con estas breves, pero decisivas, observaciones metodológicas resulta más interesante y productivo aproximarnos a la teología de Las Casas y a sus relaciones con la fenomenología de Levinas. Lo que sugiero es que, siguiendo el modelo de Gutiérrez, es posible examinar la relación Las Casas-Levinas como una relación análoga a la del acto primero y el acto segundo. Así, por un lado, veremos cómo la experiencia de Las Casas es, fundamentalmente, el testimonio de su profunda vida de contemplación activa (acto primero); mientras que, por el otro lado, la fenomenología de Levinas puede inscribirse más propiamente en el momento de la reflexión, en el momento del hablar (acto segundo). Como en toda analogía, no se sostiene aquí que la relación Las Casas-Levinas suponga una suerte de isomorfismo. Es claro, por ejemplo, que Las Casas fue también un hombre de reflexión y de agudeza teológica. Igualmente, resultaría difícil creer que la fenomenología del rostro del otro en Levinas no hunde sus raíces en una profunda y silente relación contemplativa con la Escritura. Se trata, como en toda distinción, de una cuestión de énfasis, no de oposición. Lo provechoso de notar la distinción, no obstante, es que ésta nos ayuda a iluminar la obra de ambos autores y, al hacerlo, nos permite comprender de mejor modo el problema que nos ocupa: la naturaleza de la exhortación radical que proviene del sufrimiento del otro.

2. Una fe solidaria con el indio

En esta sección me gustaría ofrecer una perspectiva general de los elementos centrales de la teología lascasiana. Para hacerlo, sin embargo, corresponde escoger una puerta de entrada y, a la vez, restringir el espectro de la investigación. La obra de Las Casas es copiosa y no compete aquí un estudio de largo aliento de la misma. En ese sentido, mi convicción es la de que difícilmente se puede encontrar un lugar más propicio para mostrar la fuerza de la teología de la alteridad lascasiana que en la disputa sobre los sacrificios humanos practicados en las Indias. Como es sabido, éste fue el argumento que se esgrimió con mayor fuerza para justificar la conquista española, un argumento que, con matices, sin duda, fue aceptado por todos los teólogos que se habían ocupado de la controversia sobre la legitimidad de la conquista. A este respecto, Las Casas permaneció en clara soledad. En lo que sigue, teniendo como guía el monumental estudio de Gustavo Gutiérrez7, trataré de reconstruir los principales elementos de este debate con el propósito de delinear de modo adecuado el especial tenor de las profundas convicciones de nuestro autor.

2.1 La paz como el único modo de evangelización

La gran violencia de la conquista española, que —a punta de lanza o de contagio de enfermedades— redujo drásticamente la población nativa de las Indias en muy pocas décadas8, hizo cada vez más necesario para Las Casas alzar su voz en defensa de los indios. La tesis más elemental del teólogo dominico, planteada en De unico, fue la de que el único modo genuino de evangelización es el que utiliza medios pacíficos. En relación con esta materia, Las Casas no se encontró falto de respaldo. Lo interesante, sin embargo, es examinar hasta dónde Las Casas decidió llevar la fuerza de esta tesis.

Me parece que es correcto afirmar que para Las Casas la paz supone de suyo algo valioso; no obstante, creo que sería un error colegir a partir de ello que su posición en torno a la evangelización responde al valor moral de tal idea. El sevillano no conoció a Kant y muy lejos estuvo de ser un buscador de la paz por sí misma. La tesis central en De unico no obedece al deseo de escribir un tratado sobre la evangelización pacífica; su verdadero interés, en cambio, yace en detener de una vez por todas la criminal empresa española, perversamente disfrazada con ropajes evangélicos. Las Casas exige una evangelización pacífica porque ha sido confrontado por el rostro del indio, porque ese rostro agonizante lo exhorta en su sollozo, porque le exige, en el silencio de su sufrimiento, que acabe con tanta muerte. Los indios están muriendo antes de tiempo, Las Casas lo sabe bien. Se lo muestran sus ojos; se lo muestran unos ojos que, además de muerte y sufrimiento humanos, ven en el rostro del indio el rostro de Cristo. Esta conexión entre el rostro del indio y el rostro de Cristo será esencial para Las Casas y el punto de contacto capital con Levinas. En buena cuenta, como sabe todo cristiano, amar a Dios y al prójimo constituyen un solo mandamiento, el resumen de la Ley (Mt 22,37-40). Las Casas tomó con inmensa seriedad esta exigencia evangélica, aprendiendo a amar a Dios en el indio y llevando ese amor hasta sus más extremas consecuencias.

Ahora bien, a pesar de que el núcleo de la teología lascasiana yace en su encuentro con el rostro del indio y en su profundo contacto con la Escritura, ninguna de estas cuestiones supone carencia de agudeza intelectual. Las Casas fue también un cuidadoso argumentador. Correspondía que lo fuese, además, pues, sin la presentación de una posición sólida ante las autoridades civiles y religiosas pertinentes, poco es lo que Las Casas podría haber hecho por cambiar la situación de los indios. Prestemos atención, entonces, a la naturaleza de su argumentación.