La Tempestad - Onésimo Colavidas - E-Book

La Tempestad E-Book

Onésimo colavidas

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Beschreibung

La Tempestad” de William Shakespeare, ilustrado por Onésimo ColavidasLa Tempestad” es la última obra de teatro escrita, en 1611, por William Shakespeare, considerado uno de los más grandes autores de todos los tiempos. En ella el famoso escritor nos muestra una historia en la que nos relata la importancia de las relaciones familiares y de la reconciliación, mediante una serie de personajes espirituales y mágicos que, en un principio, intervienen como vengadores de los enemigos del personaje protagonista. Esta es una edición plástica con intervenciones pictóricas originales, realizadas e interpretadas expresamente por el artista-pintor Onésimo Colavidas. Esta obra nos sumerge en una atmósfera sobrenatural, jugando con la magia de lo espiritual, que proporcionará a Próspero, el protagonista de la historia, el poder necesario para vengarse de sus enemigos. Un poder que finalmente renunciará ejercer, otorgándole un fin dónde el perdón hace afortunados a los protagonistas, humanizando esta interesante historia.

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La Tempestad

William Shakespeare

Ilustrado porOnésimo Colavidas

Índice

William Shakespeare

Dramatis Personae

ACTO PRIMERO

Escena I

Escena II

ACTO SEGUNDO

Escena I

Escena II

ACTO TERCERO

Escena I

Escena II

Escena III

ACTO CUARTO

Escena I

ACTO QUINTO

Escena I

EPILOGO

Notes

William

Shakespeare

LA TEMPESTAD

DRAMATIS PERSONAE:

ALONSO, rey de Nápoles

SEBASTIÁN, su hermano

PRÓSPERO, el legítimo Duque de Milán

ANTONIO, su hermano, usurpador del ducado de Milán

FERNANDO, hijo del rey de Nápoles

GONZALO, viejo y honrado consejero

Nobles

ADRIÁN

FRANCISCO

CALIBÁN, esclavo salvaje y deforme

TRÍNCULO, bufón

ESTEBAN, despensero borracho

El CAPITÁN del barco

El CONTRAMAESTRE

MARINEROS

MIRANDA, hija de Próspero

ARIEL, espíritu del aire

Espíritus Ninfas

IRIS

CERES

JUNO

Segadores

Escena: una isla deshabitada.

ACTO PRIMERO

Escena I

   

En el barco. Se oye un fragor de tormenta, con rayos y truenos. Entran un Capitán y un Contramaestre.

CAPITÁN.—¡Contramaestre!

CONTRAMAESTRE.—¡Aquí, capitán! ¿Todo bien?

CAPITÁN.—¡Amigo, llama a la marinería! ¡Date prisa o encallamos! ¡Corre, corre! (Sale.)

(Entran los marineros.)

CONTRAMAESTRE.—¡Ánimo, muchachos! ¡Vamos, valor, muchachos! ¡Deprisa, deprisa! ¡Arriad la gavia! ¡Y atentos al silbato del capitán! ¡Vientos, mientras haya mar abierta, reventad soplando!

(Entran Alonso, Sebastián, Antonio, Fernando, Gonzalo y otros.)

   

ALONSO.—Con cuidado, amigo. ¿Dónde está el capitán? (A los marineros.) ¡Portaos como hombres!

CONTRAMAESTRE.—Os lo ruego, quedaos abajo.

ANTONIO.—Contramaestre, ¿y el capitán?

CONTRAMAESTRE.—¿No le oís? Estáis estorbando. Volved al camarote. Ayudáis a la tormenta.

GONZALO.—Cálmate, amigo.

CONTRAMAESTRE.—Cuando se calme la mar. ¡Fuera! ¿Qué le importa el título de rey al fiero oleaje? ¡Al camarote, silencio! ¡No molestéis!

GONZALO.—Amigo, recuerda a quién llevas a bordo.

CONTRAMAESTRE.—A nadie a quien quiera más que a mí. Vos sois consejero: si podéis acallar los elementos y devolvernos la bonanza, no moveremos más cabos. Imponed vuestra autoridad. Si no podéis, dad gracias por haber vivido tanto y, por si acaso, preparaos para cualquier desgracia en vuestro camarote. ¡Ánimo, muchachos! ¡Quitaos de en medio, vamos! (Sale.)

GONZALO.—Este tipo me da ánimos. Con ese aire patibulario, no creo que naciera para ahogarse. Buen Destino, persiste en ahorcarle, y que la soga que le espera sea nuestra amarra, pues la nuestra no nos sirve. Si no nació para la horca1, estamos perdidos. (Salen.)

(Entra el Contramaestre.)

CONTRAMAESTRE.—¡Calad el mastelero! ¡Rápido! ¡Más abajo, más abajo! ¡Capead con la mayor! (Gritos dentro.) ¡Malditos lamentos! ¡Se oyen más que la tormenta o nuestro ruido! (Entran Sebastián, Antonio y Gonzalo.) ¿Otra vez? ¿Qué hacéis aquí? ¿Lo dejamos todo y nos ahogamos? ¿Queréis que nos hundamos?

SEBASTIÁN.—¡Mala peste a tu lengua, perro gritón, blasfemo, desalmado!

CONTRAMAESTRE.—Entonces trabajad vos.

ANTONIO.—¡Que te cuelguen, perro cabrón, escandaloso, insolente! Tenemos menos miedo que tú de ahogarnos.