La teología de la Reforma y la significancia de las 95 tesis - B. B. Warfield - E-Book

La teología de la Reforma y la significancia de las 95 tesis E-Book

B. B. Warfield

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En 1917, por el aniversario 400 de la Reforma, Benjamin B. Warfield escribió este destacado artículo que apareció en The Biblical Review que fue publicado por The Biblical Seminary en Nueva York. Aquí Warfield expuso, como solo él podría, el verdadero corazón de la Reforma. A diferencia de muchos de su tiempo que intentaban encontrar la genialidad y la génesis de la Reforma en algo más que la teología, Warfield escribió: "La Reforma consistió —e insistimos en ello— precisamente en la substitución de un grupo de doctrinas teológicas por otras. En eso consistió para Lutero; y eso es lo que, mediante Lutero, ha significado para el mundo cristiano. Para Lutero significó —debido a calmar su turbada consciencia, y debido al alivio de su profunda convicción de pecado— el redescubrir la gran verdad, la más grande de las verdades que un hombre pecador puede escuchar, es decir, que la salvación es solamente por la pura gracia de Dios.

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Publicado por:Publicaciones Faro de GraciaP.O. Box 1043Graham, NC 27253www.farodegracia.org

ISBN 978-1-629463-20-9

La teología de la Reforma, y la significancia de las 95 tesis . Por Benjamin B. Warfield (1851–1921) Tomado de The Biblical Review, ii. 1917, p. 490–512 (publicado por The Biblical Seminary en Nueva York)

Traducción: Ailet Torres Hernándes y Paula Bautista

© 2020 Publicaciones Faro de Gracia.Edición realizada por Francisco Hernández; diseño de la portada y las páginas por Francisco Hernández. Todos los Derechos Reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio—electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro— excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor.

©Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera ©1960, Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, SociedadesBíblicas Unidas, a menos que sea notado como otra versión.

Utilizado con permiso.

Contenido

LA TEOLOGÍA DE LA REFORMA

LA IMPORTANCIA TEOLÓGICA DE LAS NOVENTA Y CINCO TESIS

SÍNTESIS CONCISA DE LA TEOLOGÍA REFORMADA

LAS 95 TESIS

Otros títulos de Publicaciones Faro de Gracia

LA TEOLOGÍA DE LAREFORMA1

harles Beard comienza sus Conferencias de Hibbert sobre la Reforma con estas palabras: «Ver la Reforma del siglo XVI solo como la substitución de un grupo de doctrinas teológicas por otras, o considerarla como la limpieza de la iglesia de los abusos y corrupciones notorias, o incluso apreciarla como un retorno del Cristianismo a algo así como la sencillez y la pureza primitiva —es asumir una opinión inadecuada de su naturaleza e importancia». Él desea que nosotros notemos los cambios de largo alcance en la vida humana que han sido causados por lo que llamamos la Reforma; que observemos las numerosas áreas de actividad que han sido al menos afectadas por ello, y entonces que busquemos su causa en algo que sea tan amplio en su extensión, como lo son sus efectos.

Él mismo atribuye esta causa al «despertar general del intelecto humano», que comenzó en el siglo XIV y estaba siendo «fomentado con rapidez acelerada en el siglo XV». En su opinión la Reforma fue meramente el paralelo religioso de lo que llamamos el Renacimiento. «Fue la vida del Renacimiento», afirma, «infundida a la religión bajo la influencia de hombres de la vehemente y seria raza teutónica». Él incluso se siente justificado a decir (según su opinión) que la Reforma «no fue fundamentalmente, ni un movimiento teológico, ni religioso, ni eclesiástico».

Que hay cierta exageración en esta representación, es obvio. Que esta exageración es debido a un análisis defectuoso, es igualmente claro. La sospecha consiste en que el defecto en el análisis tiene su raíz en una apreciación imperfecta de los valores. Hacer referencia al despertar general del intelecto humano que estaba en progreso en el siglo XV, no es revelar una causa; solo es describir una condición. El argumentar, que como resultado de este despertar del intelecto humano llegó a existir una profunda consciencia de la necesidad de una reforma; y que eso ocasionó repetidos intentos vanos por efectuarla; y que los hombres en todo lugar llegaron a darse cuenta plenamente de la corrupción mundial denigrante de los modales y la moral (la cual no podían corregir), es animarnos a encontrar la causa de la Reforma en una situación general que no había producido una reforma en los años previos. La pregunta que nos apremia es: ¿De dónde vino el poder que logró tal efecto —un efecto aparentemente superior al poder de las fuerzas superficiales?

De nada sirve el tratar de encubrir los hechos, bajo argumentos tan despreciables. Es fácil hablar con menosprecio de la «substitución de un grupo de doctrinas teológicas por otras», de la misma manera que lo sería el hablar con desdén de la substitución de un grupo de doctrinas políticas o sanitarias por otras. La fuerza de tal sugerencia malsana yace en guardar el asunto en lo abstracto. Pero tales argumentos han de ponerse a prueba para saber si son ciertos. No hay duda de que es posible hablar indiferentemente de las combinaciones para poder desbloquear un teléfono, sin tomar en cuenta que una de ellas es la correcta. La sustitución doctrinal ocurrida en la Reforma, consistió en reemplazar las doctrinas que tenían que ver con la muerte, por aquellas que prometían y podían dar la vida. Lo que sucedió en la Reforma (cuando las fuerzas de la vida fueron activadas por las agitadas masas litigantes) fue el avivamiento del Cristianismo vital; y esa es la vera causa de todas las consecuencias de tan gran revolución, en todas las áreas de la vida. Sin lugar a duda, los hombres, han estado deseando y buscando por mucho tiempo «un retorno del Cristianismo a algo así como la sencillez y la pureza primitiva». Erasmo, por ejemplo, consideró las necesidades de su tiempo, en términos de que las personas, en vez de sentir repulsión por el Cristianismo de su tiempo, y de ser atraídos por el Cristianismo en su pureza primitiva (de lo cual no tenían ni idea), ellos simplemente andaban a tientas en la oscuridad. Martín Lutero redescubriría el Cristianismo vital y lo traería nuevamente al mundo. Hacer esto significó encender la chispa, cuya explosión aún seguimos sintiendo.

La Reforma consistió —e insistimos en ello— precisamente en la substitución de un grupo de doctrinas teológicas por otras. En eso consistió para Lutero; y eso es lo que, mediante Lutero, ha significado para el mundo cristiano. Para Lutero significó —debido a calmar su turbada consciencia, y debido al alivio de su profunda convicción de pecado— el redescubrir la gran verdad, la más grande de las verdades que un hombre pecador puede escuchar, es decir, que la salvación es solamente por la pura gracia de Dios. Oh pero usted dirá, que eso resultó de la experiencia religiosa de Lutero. Ante eso respondemos que no, pues lo que le sucedió a Lutero fue un descubrimiento doctrinal —un descubrimiento aparte del cual y sin el cual, Lutero nunca habría tenido su experiencia religiosa. A él se le había enseñado otra doctrina, una doctrina que había sido encarnada en una máxima popular, común en su tiempo: «Haz lo mejor que puedas, y Dios te ayudará». Él había tratado de vivir esa doctrina, pero no había podido ni practicarla, ni creerla. Él nos ha contado de su desesperación. Nos ha contado cómo su desesperación se hizo cada vez más profunda, hasta que fue sacado de ella precisamente por el descubrimiento de esta nueva doctrina —que es Dios y solo Dios Quien en Su infinita gracia nos salva; que Él lo hace todo, y que nosotros no ofrecemos nada excepto la necesidad de ser salvados y las alabanzas subsiguientes que nuestros corazones agradecidos le dan a Él, nuestro único y exclusivo Salvador. Esta es una doctrina radicalmente diferente de aquella; y esta produjo efectos radicalmente diferentes en Lutero; Lutero el monje y Lutero el Reformador son dos hombres totalmente diferentes. Esta doctrina ha producido efectos radicalmente diferentes en el mundo; el mundo medieval y el mundo moderno son dos mundos totalmente diferentes. Lo que los divide es la nueva doctrina que Lutero encontró en el monasterio en Wittenberg —¿o habrá sido en Erfurt?— al estudiar minuciosamente la gran declaración en el primer capítulo de la epístola a los Romanos: «El justo por la fe vivirá». Émile Doumergue describe toda la historia en una oración: «Dos religiones radicalmente diferentes dan a luz a dos civilizaciones radicalmente diferentes».

Lutero mismo sabía perfectamente bien que lo que él había hecho por sí mismo, y que lo que él quería hacer ampliamente por el mundo, era substituir una nueva doctrina por la antigua, en la que ni él, ni el mundo podrían encontrar vida. Así que él se presentó como un maestro, como un maestro dogmático, como un maestro dogmático que se gloriaba en su dogmatismo. Él no solo estaba en busca de la verdad; él tenía la verdad. Él no hacía sugerencias al mundo sujetas a consideración; él lidiaba con «afirmaciones» —así le gustaba llamarlas. Esto era naturalmente un modo de proceder muy ofensivo para un hombre políticamente correcto, como Erasmo, de quien se puede decir, que no concebía que hombres cultos no pudieran sentarse en una mesa elegante y debatir juntos de manera placentera con mentes abiertas. «Tengo tan poco estómago para «afirmaciones», decía él, refiriéndose directamente a Lutero, «que yo podría fácilmente adoptar la opinión de los escépticos —en todo lugar», añade con petulancia, «donde me fuera permitido por las Sagradas Escrituras y los decretos de la Iglesia, a los cuales me someto enteramente, ya sea que siga lo que se presenta o no». Lutero aprovechó la ocasión de esta observación para dedicarle un sermón muy necesario a Erasmo acerca del papel del dogma en el Cristianismo. Decir que no te agradan las «afirmaciones» —dice él, es lo mismo que decir que no eres cristiano. Si quitas las «afirmaciones», tendrás que quitar el Cristianismo. Ningún cristiano soportará el desprecio a las «afirmaciones», ya que esto sería negar rotundamente toda la religión y la piedad, o declarar que la religión, la piedad y todos los dogmas no son nada. Las doctrinas cristianas no pueden ser puestas al nivel de las opiniones humanas. Éstas se nos otorgan divinamente en las Sagradas Escrituras para formar los moldes en los que la vida cristiana debe desarrollarse.

He aquí lo que se conoce como el principio formal de la Reforma. El significado fundamental de esto es que la Reforma fue principalmente, como todas las grandes revoluciones, una revolución en el campo de las ideas. ¿No fue un hombre sabio quién nos instó hace tiempo atrás a ofrecer diligencia especial para guardar nuestros corazones (el corazón es la facultad cognitiva en la Escritura), por el motivo expreso que de él mana la vida? La batalla de la Reforma fue librada bajo un estandarte en el que la sola autoridad de la Escritura estaba inscrita. Pero el principio de la sola autoridad de la Escritura no fue un principio abstracto para la Reforma. Este principio estaba interesado en la enseñanza de las Escrituras; y particularmente para este principio, la autoridad de las Escrituras consistió en la autoridad de lo que se enseña en las Escrituras. Esto por supuesto es dogma; y el dogma que los hombres de la Reforma encontraron que se enseña en la Escritura sobre todos los otros dogmas (de tal manera que en éste se encuentra resumido toda la enseñanza de la Escritura), es la sola eficiencia de Dios en la salvación. Esto es lo que llamamos el principio material de la Reforma. Al inicio no fue conocido por el nombre de justificación por la sola fe, pero desde el primer momento fue abrazado fervientemente como la renuncia a todas las obras humanas y la dependencia de la sola gracia de Dios para la salvación. En este principio la Reforma vivió y se movió y tiene su existencia; en un sentido elevado de las palabras, este principio es la Reforma misma.

Sería ridícula la confusión (incluso patética) de pensar que la Reforma consiste en la corrección de los abusos de la vida, ya sea de la Iglesia o de la sociedad en general. Lutero desde el comienzo supo muy bien dónde yacía el centro de su Reforma, y no confundió ni por un momento sus efectos periféricos con ella. Aquí, de hecho está la diferencia exacta entre él y los otros reformadores de su tiempo —aquellos otros reformadores que no pudieron reformarse. Erasmo, por ejemplo, tenía tan buena vista como Lutero para ver y era tan directo como Lutero para condenar los verdaderos abusos de ese tiempo. Pero él concebía que la tarea de la reforma era puramente negativa. El mensaje de su reforma era la sencillez; él deseaba volver a la «sencillez de la vida cristiana», y como un medio para eso, a la «sencillez de la doctrina». Él se contentaba con un proceso de despojamiento, esperando alcanzar el corazón del verdadero Cristianismo meramente al remover por completo la cáscara que lo cubría y escondía. Como suponía que el verdadero Cristianismo estaba detrás y debajo de las corrupciones de ese tiempo, no se necesitaba ninguna restauración, sino solo sacarlo a la luz. Cuando procedió a ello, Erasmo no se detuvo, pues no solo llegó hasta el hueso, sino a través del hueso, y nada fue dejado en su mano sino una «filosofía de Cristo», que era un mero moralismo. Peter Canisius, al ver esto con formalidad, idóneamente la llama, «la teología de Pirro». Lutero, juzgándolo desde el punto de vista material, dice que Erasmo hizo «un evangelio de Pelagio». Por lo tanto, de cualquier modo, Erasmo enseguida demostró que debajo de la inmensa estructura del Cristianismo medieval yace como su centro vigorizante nada más que puro moralismo; y al sacar a relucir este moralismo y etiquetarlo «Cristianismo sencillo», se ha hecho a sí mismo el padre de esa gran multitud en nuestro día que al clamar: «¡regresen a Cristo!» han reducido el Cristianismo al simple precepto: «Haz el bien y te irá bien».

En marcado contraste con estos reformadores negativos, Lutero se presentó con un evangelio positivo en sus manos; sus adversarios acertadamente lo llamaron «una nueva religión», al igual que sus descendientes hoy. Él no estaba interesado particularmente en la corrección de los abusos, aunque él los quitaba valientemente cuando se interponían en su camino. A decir verdad, este trabajo necesario lo aburría un poco, pues él no percibía que la remoción de dichas cosas revelaría un evangelio puro. Él sabía que su nuevo evangelio una vez que fuera difundido, tenía el poder en sí mismo de abolirlas. Lo que hacía arder su corazón era difundir este nuevo evangelio; para substituir, el evangelio de las obras (con el cual los hombres estaban siendo alimentados), por el evangelio de la gracia. Toda su Reforma consistió en esa substitución.

En su respuesta detallada a la Bula de excomunión, publicada contra él en 1520 (en la cual cuarenta y una proposiciones de sus escritos eran condenadas), Lutero muestra claramente dónde radicaba el centro de la controversia para él. Fue en ese artículo donde él afirmó la sola eficiencia de la gracia en la salvación. Él hizo su apelación real a la Escritura, por supuesto, pero él no dejó de señalar también que él tenía de su lado a Agustín y a la experiencia también. Se burló de las pretensiones de sus oponentes de separarse de los pelagianos al hacer distinciones entre los méritos de congruo y de condigno; Si pudiéramos asegurar la gracia por las obras —dice él, de nada sirve que las nombremos cuidadosamente como méritos de condigno y nos abstengamos de llamarlas méritos de congruo. «¿Cuál es la diferencia» —afirma, «al pretender negar que la gracia es por obras, y aún así se enseña que es a través de nuestras obras? Permanece todavía aquí el concepto impío de que la gracia no es gratis