La triada oscura - José Luis Iglina - E-Book

La triada oscura E-Book

José Luis Iglina

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Beschreibung

Rene es un camionero que viaja desde su pueblo a puerto desde hace muchos años. En esa rutina semanal conoce a una mujer haciendo dedo en la ruta. Su juventud y belleza provoca una sensación agradable en este hombre mayor. Obviamente él desconoce la INCLEMENCIA de esa atracción. Empresarios y políticos de turno que poseen las llaves de grandes negocios, provocan la voraz oportunidad de acumular dinero por debajo de la mesa. El mecanismo funciona bien aceitado, pero el hombre en esa ambición suele perder su coherencia y a partir de allí comienza a saborear el amargo gusto de la traición en NEGOCIOS NEGROS, SALSA ROJA. DIEZ MINUTOS DE SOLEDAD: En un hermoso pueblo del interior, varios amigos de la infancia comparten una noche a la semana una reunión de camaradería desde hace mucho tiempo. Noche de gula donde los recuerdos y anécdotas flotan sobre nubes de alcohol y mágicamente fluye la risa oportuna, Pero un incidente desafortunado altera ese encuentro arrastrándolos a la noche más extensa y oscura de su vida.

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Seitenzahl: 211

Veröffentlichungsjahr: 2021

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JOSÉ LUIS IGLINA

LA TRÍADA OSCURA

Iglina, José Luis

La triada oscura / José Luis Iglina. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-1737-1

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723Impreso en Argentina – Printed in Argentina

SINOPSIS

Rene es un camionero que viaja desde su pueblo a puerto desde hace muchos años. En esa rutina semanal conoce a una mujer haciendo dedo en la ruta. Su juventud y belleza provoca una sensación agradable en este hombre mayor. Obviamente él desconoce la INCLEMENCIA de esa atracción.  

Empresarios y políticos de turno que poseen las llaves de grandes negocios, provocan la voraz oportunidad de acumular dinero por debajo de la mesa. El mecanismo funciona bien aceitado, pero el hombre en esa ambición suele perder su coherencia y a partir de allí comienza a saborear el amargo gusto de la traición en NEGOCIOS NEGROS, SALSA ROJA.  

DIEZ MINUTOS DE SOLEDAD: En un hermoso pueblo del interior, varios amigos de la infancia comparten una noche a la semana una reunión de camaradería desde hace mucho tiempo. Noche de gula donde los recuerdos y anécdotas flotan sobre nubes de alcohol y mágicamente fluye la risa oportuna, Pero un incidente desafortunado altera ese encuentro arrastrándolos a la noche más extensa y oscura de su vida. 

PRÓLOGO

EN PSICOLOGÍA EXISTE UN CONCEPTO LLAMADO “LA TRÍADA OSCURA”. ESTE INFAME TRÍO LO CONFORMAN LOS RASGOS DE LA PERSONALIDAD QUE DEFINEN LO QUE COMÚNMENTE LLAMARÍAMOS UNA “MALA PERSONA”; NARCISISMO, MAQUIAVELISMO, PSICOPATÍA. EN ESTAS PÁGINAS VAS A COMPROBAR A TRAVÉS DE TRES RELATOS QUE EN LOS PUEBLOS DEL INTERIOR TAMBIÉN EXISTE “LA TRÍADA OSCURA”.

INCLEMENCIA

Ese lunes de mayo de 2018, a la seis de la mañana el frío era intenso y la oscuridad era absoluta. René lavó sus dientes y en esa rutinaria higiene repasó todo lo que debía llevar para el viaje. Peinó su abundante cabello con algunas canas en la sien. Observó en su rostro de piel trigueña una arruga que surcaba su pómulo derecho y durante el día desaparecía. De pronto recordó el agua en la pava a fuego lento, salió apurado hacia la cocina y esta humeaba delatando que estaba a punto para ingresar al termo. Acomodó el equipo de mate y buscó un paquete de masitas secas que estaban en el aparador. Recordó que en su camión faltaba la frazada que había bajado y tendido en la soga del patio para ventilarla. Rezongó porque allí la había olvidado e imaginó que sería una tabla gracias a la fuerte helada. El vehículo Mercedes Benz L 1623 de color blanco, con caja y acoplado celeste, estaba en marcha mientras él cargaba sus cosas. A las seis y cuarenta y cinco minutos emprendió la marcha. Las luces de la vía pública otorgaban un brillo amarillento a las calles escarchadas. Ya en marcha y sobre la ruta encendió la radio donde su dial estaba clavado en Radio Continental, para luego bajar el vidrio de la ventanilla y disfrutar el primer cigarrillo del día. Era noche pero al nordeste ya existía una línea fina y clara que parecía en la negrura dividir el mundo. El sonido parecía golpear en esa cabina a través de unos parlantes que brindaban la voz de Leo Matioli con su tema “Tramposa”. La ruta permanecía desierta por el momento y así iba a ser durante los ochenta kilómetros que faltaban para retomar la autopista hacia Rosario y llegar al puerto.

En aquel oscuro paisaje y al final del halo de luz que despedían las luces del camión, distinguió que había alguien levantando su mano al costado de la banquina. La velocidad que desarrollaba dependía de su carga, así que la aguja marcaba noventa kilómetros por hora, pero fue mermando la marcha al ver que esa persona con su dedo pulgar en la posición correcta pedía que la llevaran.

Cuando estuvo a treinta metros el vehículo de gran porte había disminuido considerablemente la velocidad. Logró detener el camión más adelante, pero alcanzó a notar que era una mujer joven con un grueso saco corto que dejaba ver debajo una casaca blanca que llegaba a las rodillas. Los pulmones de los frenos a disco se hicieron escuchar como si la mole se desinflara. En unos instantes la puerta se abrió para mostrar a un joven con media cara envuelta en una bufanda color gris, ella preguntó:

—¿Me puede llevar hasta el próximo pueblo?

—Sí, suba —respondió René mientras quitaba el equipo de mate del lado del acompañante para colocarlo en el habitáculo llamado cucheta. Ella se acomodó en el asiento y se quitó la bufanda como para renovar el aire allí debajo. Esa acción dejó caer un cabello rubio y muy lacio sobre los hombros. Tenía la piel blanca y a causa de la temperatura su nariz fina y respingada estaba enrojecida. Él alcanzo a ver un lunar pequeño sobre su fosa nasal del lado izquierdo. Ella giró su rostro para agradecer y él descubrió sus ojos de un color claro. Estimó a su juicio que además de ser bonita tendría unos veinticinco años aproximadamente. René reinició la marcha mientras disimuladamente tocaba la perilla de un frasco aromático que tenía a su izquierda con la inquietud de calmar el olor a tabaco que había allí dentro. La emisora radial informaba el precio de los cereales en ese momento y el silencio hacía pensar que a alguien le interesaba escucharlos.

René solía levantar gente que hacía dedo en la ruta a pesar de que su patrón y su mujer le aconsejaban que no lo hiciera. Él siempre repetía la misma historia: “Yo era de otro pueblo y visité a mi novia gracias a los que me levantaban en la ruta, hoy estoy casado y valió la pena el sacrificio”, comentaba jocosamente y su esposa cerraba la discusión con una frase: “Era otra época, René”.

El horizonte adquiría un tono más claro anunciando la presentación del rey brillante;

—Disculpe la ignorancia. ¿Es maestra o doctora? ——preguntó mientras bajaba el volumen de la radio, luego de descubrir debajo de la campera un blanco delantal, ella contestó:

—Soy maestra, señor.

—¿Siempre viaja a esta hora? Nunca la había visto antes…

—Sí ——contestó ella sin dejar de mirar la ruta. A René le pareció que esta señorita no tenía mucho ánimo de conversar, pero él se creyó con derecho de preguntar considerando que accedió gentilmente a llevarla y la liberó de sufrir el frío en una ruta casi desierta.

—¿Vive cerca del lugar en que subió? —Ella volteó su cabeza y se quedó observándolo, durante unos segundos y luego respondió:

—Sí, donde estaba parada, hay una calle, mi casa está a cincuenta metros de la ruta.

—Desde la ruta no se distingue la casa, se ve un monte nada más. ¿Sus padres tienen campo?

—No, son empleados de ese lugar —dijo ella y miró hacia el costado como buscando el paisaje a su derecha—. Hace años que vivimos en ese lugar. — El vidrio de la puerta se empañó.

—Se ve que siempre encuentra quien la lleve, porque recorro esta ruta hace tiempo y nunca la vi…

—La gente es buena, alguien siempre me lleva —dijo mientras pasó un pañuelo por su pequeña nariz. René se quedó pensativo por un momento y luego insistió:

—Qué sacrificio para ustedes viajar así todos los días. ¿No?

Ella asintió con un leve gesto y siguió mirando hacia su costado a través de la ventanilla. René miró su muñeca para saber la hora y luego tuvo la intención de encender otro cigarrillo, pero se abstuvo pensando en que no estaba solo y daba por sentado que a ella le molestaría el humo. Sintió que fue un reflejo por costumbre, pero se asombró al escuchar la suave voz de la joven que sin dejar de mirar por su ventanilla comentó:

—Si quiere fumar hágalo, a mí no me molesta.

—Gracias… —Sonrió sorprendido—. Este maldito vicio parece que viene incrustado con este oficio y me cuesta dejarlo. —Al decir esto la observó y alcanzó a ver sus manos blancas y pequeñas con las uñas sin pintar. Las palmas permanecían juntas como aquel que reza y apoyadas sobre las rodillas.

René no encendió el cigarrillo y divisó las luces del siguiente pueblo, pensó que allí se terminaría la compañía de esta abstraída joven que aún miraba hacia otro lado y en silencio. El camión estacionó sobre la banquina y él divisó a su derecha una calle pavimentada, en su costado sobre un cantero con yuyos que intentaban ahogar un cartel que ilustraba: Bienvenido a Villa Ugarte. Observó el ingreso al pueblo y notó que había unas cuantas cuadras hasta la zona urbanizada. Ella comenzó a bajar lentamente y él pensó que debía saber.

—¿Cuál es su nombre?

—Me llamo Laura, gracias por traerme —contestó ella abriendo la puerta y parada sobre el descanso giró para agradecer con una mueca amable. La primera luz del alba dio de lleno en su cara y René descubrió que sus ojos eran color miel.

Siguió su camino y a medida que levantaba velocidad encendió un cigarrillo observando la línea ancha del horizonte de esa fría mañana, mientras pensaba irónicamente que no pretendía que ella le cebara mates, pero al menos podría haber sido un tanto más cordial.

 

El martes a la tarde arribó con el camión a su pueblo para realizar la tarea de cargar combustible y revisar que estuviera todo en orden. A las 18 horas la empresa contratista vaciaba desde un chimango de gran dimensión el cereal que sería pesado y luego cubierto con una lona azul con la inscripción de “Transporte René”. El vehículo estacionó horas más tardes frente a su domicilio. Allí quedaría hasta la mañana siguiente.

René luego de darse una ducha llegó al comedor disfrutando el aroma de milanesas fritas que estaba preparado su esposa. Su hijo Bruno, de quince años, ya había cenado y estaba en su cuarto estudiando. Norma tiene la misma edad que su marido, su cabello es muy oscuro y su piel morena, tiene facciones delicadas y se mueve ágil por su delgadez. Colocó el pan sobre la mesa a la vez que preguntaba:

—Mañana tengo que ir al banco, ¿tenés algún impuesto para pagar?

Él miraba la pantalla del televisor e hizo un gesto negativo a la vez que masticaba un pedazo de pan. Ella volvió a la mesa con la fuente de milanesas y una bandeja con puré.

—¿Alguna novedad? —preguntó a medida que dejaba caer el jugo de un limón sobre la comida.

—No… Todo tranquilo… —La miró y recordó—. Ah… Ayer a la mañana llevé a una docente hasta Ugarte —dijo haciendo rodajas de pan con su cuchillo.

—¿Alguna chica de acá?

—No, vive en el campo, pasando el kilómetro cuarenta y ocho de esta ruta.

—¿Viaja todos los días ida y vuelta a dedo? ¿Qué vida, no?

—Sí, pero al menos tiene trabajo —dijo y sirvió jugo de naranja en ambos vasos—. Para mí es recién recibida porque aparenta ser muy joven… —Se queda pensativo un instante y luego de tragar su bocado dijo—: Laura se llama…

Norma lo miró por un momento y enseguida dejó escapar con cierta picardía un comentario.

—Ya sabés el nombre y todo… ¡Mirá vos!

Él percibió enseguida un rasgo de celos en ese comentario.

—¡Norma!... Te lo estoy contando… —Ríe—. ¿Te parece que podés pensar mal?… Con lo difícil que es la vida del camionero —dijo hamacando la cabeza con disconformidad.

Ella soltó una carcajada con la intención de matizar el sentido de la frase.

—Te digo en broma, René, además quién se va a fijar en un cincuentón feo como vos.

René estaba acostumbrado a los celos de su esposa, y ante algún comentario irónico de esa índole él se manifestaba con enojo y ella terminaba siempre con la misma frase.

Ese miércoles a la madrugada luego de realizar la rutina de siempre emprendió la marcha. Disfrutaba y cantaba sobre la voz de Víctor Heredia el tema “Sobreviviendo”. Luego de recorrer algunos kilómetros divisó sobre el costado de la ruta la figura de una persona y supuso que era la joven docente. Comenzó a mermar la marcha hasta lograr frenar. Ella caminó hasta el camión e ingresó en su cabina con un buen día en sus labios.

—Buen día… ¿Laura, no?… Me acordé.

Ella se ubicó en la butaca y sonrió a la vez que acomodaba su portafolio en el piso apoyándolo sobre sus pies. René enseguida subió el vidrio de su lado y movió la perilla de control de la calefacción para lograr más calidez en el habitáculo—. ¿Tremenda helada, no? —comentó él tratando de iniciar la conversación.

—Sí, es un invierno muy duro —respondió sin quitar la vista del parabrisas por unos segundos, luego lo miró para preguntarle.

—¿Cuál es su nombre?

—René, René Argüello —dijo mostrando una amable sonrisa.

—¿El camión es suyo?—preguntó juntando las palmas de las manos.

—Desde los dieciocho que manejo, a los cuarenta y cinco pude comprarme este equipo con gran sacrificio… Cuando sos empleado pensás que ser patrón es tocar el cielo con las manos. Pero cuando sos patrón mirás hacia arriba y mayormente está nublado. —Volteó su cara para mirarla—. Así decía mi padre, y estaba en lo cierto… Hoy no es fácil sobrevivir. —Ella asintió con la cabeza y luego miró al frente nuevamente. Él miró sus manos pequeñas y le llamó la atención cómo las movía suavemente y en un movimiento continuo y preciso sobre sus rodillas. Le daba la impresión de que más que una docente parecía una monja en un proceso de oración—. ¿Cuánto hace que sos maestra?

—Me recibí en diciembre y este año fui designada a esta escuela —dijo sin mirarlo.

Él giró su cabeza al notar que en un movimiento ella se quitó su gorro de lana y lo colocó en un bolsillo de su campera, dejando caer ese rubio cabello que adquiría un brillo insolente con el débil halo de luz de un amanecer que intentaba filtrarse en la cabina.

—Bueno, quizás nos veamos seguido —comentó René mientras atento a la ruta superaba un tractor que circulaba en su camino.

—¿Usted pasa todos los días?

—Hace mucho que viajo al puerto día por medio, lunes, miércoles y viernes… Trabajo efectivo hace años en una empresa de mi pueblo.

Ella se quedó en silencio por un momento y luego volteó su cabeza para mirar por la ventanilla de la puerta. René recordó que la vez anterior hizo lo mismo y se quedó en silencio y eso le preocupó por un instante. Sobre aquel lado se distinguía un paisaje que de a poco la oscuridad iba abandonando para mostrar la sábana blanca que lo cubría. René la observó y dijo:

—Parece que hubiera nevado. ¿No?

—No conozco la nieve —contestó Laura sin dejar de mirar la tierra blanca y brillante.

—Yo tampoco, pero imagino que debe ser algo parecido... —contestó con cierto disgusto porque razonaba que envejecía y aún no conocía la nieve. La explicación era clara, la abstinencia de muchos años sin vacaciones con su familia, y todo por ahorrar para comprar su camión. Hubo un silencio extenso como si los dos vagaran con su imaginación en un lugar cubierto de nieve mientras las ramas de los pinos parecían querer tocar el piso por el peso de aquella masa fría y blanca.

De pronto ella tosió y luego giró su rostro hacia él para preguntar.

— ¿Qué edad tiene usted?

René, luego de juntar sus labios e inflar sus mejillas, dejó salir aire con fuerza como indicando una buena cantidad y respondió:

—Más de medio siglo de vida.

Contestó intentando estacionar el camión al llegar a la entrada de Villa Ugarte. Ella bajó lentamente luego de cerrar su campera y acomodar la bufanda. Al colocar los pies en el piso tosió por un largo rato como si estuviera ahogada. Él la observó preocupado tras esa convulsión y preguntó:

—¿Estás bien?

—Sí, sí… El frío… Gracias por traerme —dijo tomando su portafolios para cerrar la puerta. Él se apuró para hacer su comentario.

—Calculo que nos vemos el viernes. —Se quedo a la espera de una respuesta.

—Creo… Salvo que alguien pase antes que usted y me lleve…

René estuvo a punto de decirle: “No le hagas dedo y dejalo pasar”. Soltó una sonrisa por su ocurrencia mientras la puerta se cerraba. Se quedó observándola a medida que ella se alejaba, emprendió la marcha e insistió en observarla nuevamente por el espejo retrovisor de la puerta. Laura caminaba en dirección a su destino, pero su mirada estaba dirigida hacia el camión.

 

René regresaba ese jueves a su pueblo y cerca de las cinco de la tarde pasó por el cruce donde subía Laura a su camión, recordó lo de la casa y observó atentamente. Detrás de una hilera de robustos eucaliptus se alcanzaba a divisar a unos cincuenta metros de la ruta una vivienda pintada de blanco. Pensó por un momento en la tristeza que a él lo embargaría vivir en un lugar así, tan alejado de todo.

Ese jueves luego de realizar la rutina de limpiar el vehículo y cargarlo para salir al día siguiente, llegó a su domicilio cerca de las diecinueve y treinta horas. Norma había preparado el mate mientras miraba su novela favorita. Él se quitó sus zapatos en la entrada y avanzó para acomodarse en la mesa y poder degustar ese mate caliente que causaba placer interior luego de soportar tanto frío.

—¿El domingo cenás acá? —preguntó ella sin quitar la vista de la pantalla, él se sorprendió.

—¿Y dónde voy a cenar?

—Te pregunto porque hoy lo encontré a Ernesto y bromeaba con que yo no te dejaba ir más a cenar al club con ellos.

—No le hagas caso… Es un boludo… —dijo él entregando el mate luego de beberlo.

—Después que estuviste una semana tirado en la cama con depresión, no fuiste más al club. ¿Te peleaste con alguno de tus amigos?

Él pasó las manos por su cara reflejando el cansancio de la jornada y dijo:

—Norma, todo bien con los muchachos, lo que pasa es que si voy me quedo hasta tarde jugando a las cartas y al otro día es tremendo madrugar.

Ella dejó de mirar su novela y giró para alcanzarle otro mate.

—Tendrías que ir y hacer el esfuerzo de volver temprano…

—A los muchachos los veo el sábado a la tarde cuando voy al club, suficiente con eso para hablar un rato al pedo. —Se levantó de la silla luego de terminar el mate y se quitó el pulóver mientras preguntaba —: ¿Y Bruno dónde está?

—Debe estar con sus amigos… Salió bien en la prueba, ¿sabías?

—Es un capo, Brunito —dijo mientras caminaba hacia el baño con la intención de una buena ducha.

  

A la mañana siguiente el camión en marcha en la puerta de la casa de René borró media cuadra de pavimento cubriéndolo con el humo del caño de escape. Luego de acomodar las cartas de porte en un sobre e introducirlas en la guantera, emprendió la marcha hacia su destino habitual. Viajaba escuchando la radio pero estaba atento al kilómetro cuarenta y ocho porque recordó esa grata compañía de veinte minutos. Pasó el mojón y al llegar al cruce descubrió la banquina desierta. Laura no estaba en el lugar de siempre. Subió la velocidad para colocar un cambio más alto a la vez que su rostro dibujaba una expresión de disgusto. Miró su reloj y vio que era la hora de siempre al pasar por el lugar. Pero aparentemente alguien pasó antes y solucionó el viaje de aquella maestra.

Encendió un cigarrillo, luego de la tercera bocanada de humo analizó que se sentía molesto por no encontrar a esa joven en el lugar de siempre. De pronto comenzó a reír a carcajadas por aquel sentimiento inadecuado y egoísta, a la vez que entre dientes y en voz alta dejó deslizar un “¡No podés ser tan estúpido, hombre de Dios!”.

Una nube de pájaros iba en dirección al parabrisas del camión, de pronto en un movimiento armónico aquellas cotorras lo esquivaron pasando muy cerca.

El sábado a la noche, René llevó a su esposa y a Bruno a cenar a una hamburguesería que había inaugurado hacía muy poco en el pueblo. Si bien este flamante negocio no tenía la cajita feliz, todos hablaban de lo bien que se comía en el lugar. Luego de saludar a todas las familias que estaban en el sitio René notó que quedaban dos mesas libres y se ubicaron en una al fondo del local. Los baños estaban a tres metros de su mesa. Apenas habían pasado tres minutos salió del sanitario su amigo Ernesto, que al verlos hizo un ademán exagerado abriendo los brazos y se acercó hasta ellos con una sonrisa grande que dejaba ver los dientes desparejos. Alto y cargando el complejo de serlo logró que su figura se encorvara. Su rostro de piel rojiza era llamativo como su voz gruesa y pastosa.

—¿Cómo anda la gente?

—Bien, Ernesto. ¿Y vos? —respondió René mientras Norma asintió con la cabeza y Bruno lo miraba inocentemente como si tuviera a ET parado frente a él.

—Y acá lo ves, saqué a la bruja a ventilar un poco. —René sonrió y bajó la cabeza—. Perdón, Norma, le digo así hace años. —Mostró sus dientes.

— ¿Y ella lo sabe? —Sonó punzante la pregunta de Norma.

Ernesto se enderezó y acomodó el pantalón sobre la cadera mientras miraba hacia su mesa, volteó la cabeza hacia Norma y contestó:

—No. Yo lo digo cariñosamente, pero el día que se entere se termina el cariño —subrayó la frase con una carcajada. René sonrió por la respuesta y Norma lo hizo por cortesía.

—Loco, en el grupo te extrañamos —dijo el amigo palmeando el brazo de René—. El otro día estábamos sacando la cuenta de cuánto hace que no vas a cenar. ¿Qué pasa?...

Luego del comentario el flaco se quedó en silencio mirándolo fijamente.

—Es que si voy me pongo a jugar las cartas, vos sabés cómo me gusta jugar al truco… Me entusiasmo y termino acostándome tarde —respondió René mirando hacia el mostrador y sin ganas de dar más explicaciones.

—Sí, vos madrugás los lunes, te entiendo…Uno de los muchachos se acordó el otro día que el último domingo que fuiste fue el cuatro de marzo. —Norma instintivamente no pudo evitar mirarlo cuando dijo la fecha.

La empleada del lugar se acercó con la carta y el Flaco le dio lugar para después despedirse.

—Los dejo, familia…Bon appétit como dicen los tanos.

La chica de pie junto a la mesa cruzó la mirada con Norma y soltaron la carcajada. Ernesto las miró con sorpresa y René salió al cruce de inmediato.

—Flaco, los franceses dicen así y andá porque tu brujita te está mirando de mal modo.

Ernesto hizo un gesto de duda y partió a su mesa sacando pecho como un ganso a punto de atacar.

 

Luego de una amena cena estuvieron de regreso a las doce de la noche. Al llegar a la casa solo pensaba en acostarse porque estaba realmente cansado. Saludó a Bruno desde la puerta y se dirigió a su dormitorio considerando que el cuerpo ya no tenía aquella resistencia de años atrás. Recordaba que supo pasar noches sin dormir sobre un camión ajeno, un sacrificio que lo hizo llegar a su propia unidad. Enseguida se relajó entre las sábanas y logro conciliar el sueño.

Oscura y rara madrugada, puso el camión en marcha y tomó la ruta habitual. El viento parecía mover la cabina y era lógico por el porte y la altura. Cuando pasó el mojón con el 48 pintado en color negro, se detuvo al ver a aquella figura en la banquina. Laura ingresó con una sonrisa a la cabina. Él la observó por un momento y notó que su rostro lucía maquillado, eso la hacía lucir espléndidamente hermosa. Sentía calor y pensó que la calefacción estaba al extremo, pero no hizo nada por regularla. Colocó su mano en la palanca de cambio y de pronto notó suave y tibia la mano de ella sobre la de él. Trató de no inmutarse por esa agradable acción, pero no pudo evitar mirarla cuando ella recorrió su brazo con sus dedos hasta llegar a su cabello y enterrarlos en la nuca. El sol azotó con sus débiles rayos el rostro de Laura y él sintió una vibración extraña. Se miraron por un segundo y ambos supieron lo que seguía. Ella se inclinó hacia su lado mientras sus dedos se entrelazaban desordenando el cabello de René. La cara de Laura se acercó con la intención de encontrar sus labios y él la buscó, ese movimiento provocó que el camión bajara a la banquina y esto lo sacudió a su estado real. Un jadeo abordó sus oídos con un extraño eco quebrando el silencio. Sentado en la cama buscó sin suerte una luz o algo parecido para saber dónde estaba, solo había oscuridad, escuchó la voz de Norma a través de una pregunta:

—¿Qué te pasa?... ¿Una pesadilla?

—No…. —Miró el despertador y este marcaba las cinco y treinta—. Esla costumbre de despertarme a esta hora….Es eso…

Norma apoyó su cabeza en la almohada y casi sin separar sus labios comentó:

—Por suerte es domingo, acostate que me destapás la espalda.

 

René se despertó a las cinco y treinta de la mañana de ese lunes y al asomarse por la ventana de la cocina descubrió que llovía. Era irritante e incómodo preparar todo para salir en ese estado, pero no era la primera vez que le ocurría en los años de camionero.

A la hora seis y treinta colocó el cambio y emprendió la marcha hacia el puerto de Rosario. Al subir a la ruta notó que la lluvia había cesado para ser una intensa llovizna que también era igual de molesta. Luego de un rato de marcha pasó el mojón cuarenta y ocho, recordó que muy cerca estaba el cruce donde Laura hacía dedo. Bajó la velocidad aunque estaba convencido de que ella no estaría en el lugar con ese clima y se dijo: “Hoy no la vas a ver, sonso, ¿para qué mermás la marcha?