2,99 €
En estos cuentos, Sebastián imprime un tono marcadamente generacional a los grandes temas de la literatura: la violencia, el deseo, la nostalgia, la muerte, lo prohibido. Su escritura limpia y precisa, con un aire inocente, se vuelve, en algunas de las historias de este libro, repentinamente tétrica. Todo esto se concentra en La última canción de tu guitarra, una narración redonda que funciona como una obra de teatro. Dejará a más de un lector sin muchas ganas de escuchar cierta canción de los Rolling Stones. Alberto Ortiz, elDiario.es (España) Desde el inicio hasta el final sentirán un interés desmedido por saber más acerca de cada historia. Con un estilo directo y sin tapujos, que fluye con una cadencia perfecta, La última canción de tu guitarra y otros cuentos interpela a los lectores por medio de tópicos de la vida cotidiana como la amistad y la adolescencia, la familia o el amor. Este libro les producirá tanta emoción como curiosidad, en un viaje lleno de intriga y sorpresa. Florencia Gagliardi, Narratinta (Argentina)
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 124
Veröffentlichungsjahr: 2022
Sebastián Meresman
Meresman, Sebastián La última canción de tu guitarra y otros cuentos / Sebastián Meresman. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2560-4
1. Narrativa Argentina. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
La última canción de tu guitarra
Esos ñoquis de mierda
Un día en el paraíso
Una orgía de habitaciones
La mesa de al lado
En pausa
La merienda
El tío
El subte
Estoy abajo
Mejores amigos
El mensaje del ascensor
Pañuelos
El novio de Agustina
Sueños
Abrazo de gol
Agradecimientos
Para Tita.
Índice
Prólogo
La última canción de tu guitarra
Esos ñoquis de mierda
Un día en el paraíso
Una orgía de habitaciones
La mesa de al lado
En pausa
La merienda
El tío
El subte
Estoy abajo
Mejores amigos
El mensaje del ascensor
Pañuelos
El novio de Agustina
Sueños
Abrazo de gol
Agradecimientos
Por Yesica Brumec
Mi tarea aquí de adelantar los grandes temas que están por venir es sencillamente inútil. Meresman sabe de música y puedo asegurar que su promesa de canciones y guitarras no es en absoluto inocente.
Como los discos, este libro tiene sus propios ritmos, armonías y tempos. Por eso es inútil anticipar, porque marca su propio compás. Los hilos entre las historias se trazan y descubren entre sí a medida que emergen: familia que irrita y reconforta, juventud plena e incómoda, amores pasados por los que el cuerpo sonríe y rabia desordenado, vínculos posibles y ácidos y sexualidad. La sexualidad está ahí presente, a veces sutil, otras, explícita. Tranquila, al borde y con decoro. Como si no se hubiera enterado de que alguna vez fue tabú.
En este libro hay cuentos que podrían ser obras de teatro, cortometrajes o sitcoms. Pero, por sobre todo, hay personajes que buscan en pos de su deseo. ¿Dónde está su deseo? ¿Es esa historia que se escapó y hay que retomar para volver a lo ya sentido o es lo que ella sembró en uno mismo pero afuera ya no existe más? No saben, lo buscan. No encuentran y siguen. Son páginas sobre los que desean, serenos, o afiebrados en la mente y en las vísceras.
Meresman cuenta historias como quien comparte las canciones que sacó desde el fondo de su guitarra y se leen resquicios de un año en cuarentena. Palabras vagabundas y feroces. Esas nacidas de cuando todos dijimos que escribir fue sobrellevar pero, en realidad, queríamos decir sobrevivir.
Un mes antes de morir, Mar entraba por primera vez al departamento de Claudio. El living era pequeño, con paredes color crema y sin ventanas. Solo había dos sillas enfrentadas al costado de un escritorio sobre el que había una notebook, un paquete de pañuelos descartables, un cuaderno y un reloj.
—Ponete cómoda —le dijo Claudio, mientras señalaba la silla que tenía el tapizado del respaldo más gastado.
Mar se sacó la campera de cuero y aprovechó esos segundos para observar el lugar. Había dos cuadros, uno de una frutera con manzanas, peras, bananas y uvas, y otro de un árbol, en blanco y negro. Vio unas líneas de humedad que se asomaban por detrás de los marcos y supuso que Claudio los había colgado para esconderlas. Había una sola planta, un potus con hojas amarillentas que agonizaba en un rincón.
Mar se sentó con los pies juntos y las rodillas pegadas una a la otra. Apoyó la cartera sobre el regazo y notó que Claudio le prestaba atención a su postura. Se sintió juzgada.
—¿Es la primera vez que hacés terapia? —le preguntó.
—¿Se me nota?
Él le sonrió y, por la forma en que lo hizo, Mar se imaginó que tendría un hijo o una hija de la misma edad que ella.
—¿Querés contarme qué te trajo acá?
—¿Así, de una?
Claudio no respondió. Abrió el cuaderno, agarró la lapicera y apoyó la punta en el primer renglón con los ojos clavados en Mar, que notó que el capuchón tenía la punta mordida.
—¿Qué tengo que decirte? —insistió ella.
—Lo que quieras.
—No sé. Preguntame algo, por favor.
—¿Mar es tu nombre, un diminutivo o un apodo?
—Me llamo María Noel.
—¿Cuántos años tenés?
—Veintitrés.
—Y, contame, ¿por qué decidiste empezar terapia?
—¿Ya arrancamos? ¿No me vas a preguntar nada más sobre mí?
—¿Qué te gustaría que te preguntara?
—¿No necesitás saber si tengo hermanos, hermanas, mamá, papá, si me crio un perro, si soy drogadicta?
—¿Lo sos?
La pregunta la tomó por sorpresa, a pesar de que ella la había sugerido.
—No, nada que ver.
Claudio se vio tentado de tomar nota, pero intuyó que era mejor no asustarla. Odiaba las primeras sesiones, siempre eran complicadas. La mayoría de los pacientes llegaba con una coraza y daba vueltas para evitar hablar de sus problemas. Mar no era la excepción. Claudio no disfrutaba las sesiones. Había pasado los últimos quince años dando clases en una universidad privada, pero se vio forzado a volver a tomar pacientes tras la muerte de su esposa. Mar era la primera persona que atendía.
—Te propongo un juego, vos me hacés preguntas a mí y yo te hago otras a vos y de a poco nos vamos conociendo. ¿Te parece? —sugirió ella.
—¿Hay algo en especial que te gustaría saber de mí?
Mar dudó, pero decidió aprovechar la oportunidad.
—Sí, pero juguemos. Así es más descontracturado esto, menos solemne. ¿Tenés hijos?
—Sí, dos. ¿Y vos?
—No, yo no. ¿Cuántos años tienen?
—César tiene dieciséis y Verónica diecinueve. ¿Y cómo está compuesta tu familia?
—Mi papá se llama Diego y mi mamá Violeta. No tengo hermanos. ¿Estás casado?
—Lo estuve, ahora no. ¿Vivís con tus padres?
—No. Bueno, justo ahora sí, pero es temporal. ¿Y vos por qué ya no estás casado? ¿Te separaste o sos viudo?
—Mar, si hay algo que vos realmente sentís que necesitás saber sobre mí, preguntámelo. Pero lo aconsejable es mantener un vínculo analítico centrado en vos, que nuestro tiempo no sea una charla convencional —dijo Claudio, que después de una breve pausa añadió—: Me dijiste que había algo específico que necesitabas saber sobre mí. No creo que sea mi estado civil. ¿O sí?
—No.
—¿Qué te gustaría saber?
—¿Vos creés en lo sobrenatural? En los milagros, los espíritus, esas cosas...
—Te puedo asegurar que a vos te voy a creer lo que me cuentes.
—¿Creerías cualquier cosa que yo te contara?
—Creería en lo que vos me digas que te está pasando.
Mar se paró y empezó a caminar por el consultorio. Esquivaba la mirada de Claudio.
—Mar, ¿estás bien?
—No. No sé qué hacer.
—¿Con qué?
—Con Rupert.
Claudio anotó el nombre en el cuaderno, Mar lo miró de reojo.
—Anotá que es mi pareja también. Nos tomamos un tiempo, pero voy a volver. O puede ser que no. No pongas nada, mejor, poné Rupert, nada más.
—¿Rupert era tu pareja y discutieron?
Mar acercó su silla a la de Claudio. Se sentó, enojada.
—¿Vos te pensás que yo soy una nenita de mamá que vino a terapia porque se peleó con el noviecito?
—Yo no dije eso, decime vos por qué estás acá.
—Estoy acá porque quiero dejar de sufrir.
El ataque de llanto la sorprendió. Llevaba semanas conteniendo la angustia. Claudio la dejó llorar. Se ausentó unos pocos segundos y volvió con un vaso de agua. Mar le agradeció con una sonrisa que se perdió entre el pelo que le caía sobre la cara. Cuando se recompuso, tomó la mitad del vaso de agua de un solo trago.
—Gracias.
—De nada. Se ve que tenías muchas cosas contenidas.
—Perdón, yo no soy así.
—¿Así cómo?
—Débil.
—Se requiere mucho valor para admitir que algo nos duele.
—Pero ahora me siento peor.
—¿No estás un poco mejor después de haberte permitido llorar?
—Llorar puedo llorar en mi casa, acá vengo para saber qué hacer.
—¿Con qué?
—Rupert me propuso casamiento.
—¿Querés casarte?
—No lo sé. En realidad, creo que sí, porque lo amo, pero hay algo cómo decirlo, algo raro que pasa con él. Bueno, no sé si le pasa o no, no sé bien qué creer, pero siento que se me acaba el tiempo para decidir. Le pedí un tiempo para pensarlo y me vine para Argentina, llegué este lunes.
—¿Dónde vivías?
—En Europa.
—Me está costando seguirte el hilo. ¿Querés contarme cuánto hace que conocés a Rupert y qué fue lo que pasó?
—Dale. Pero quiero que me respondas la verdad, no una de esas frases de psicólogo. ¿Vos creés en lo sobrenatural o no? —dijo ella.
—Depende. ¿Qué entendés por sobrenatural?
—Fantasmas, espíritus, energías. O en la magia. Esas cosas.
—¿Te parece importante lo que yo crea?
—Muy.
—¿Por qué?
—Porque si vos sos como era yo antes de esto, es al pedo que te lo cuente porque no me vas a creer.
—¿Cómo eras vos?
—Yo era escéptica. Mejor dicho, era una militante del escepticismo. Detestaba todo lo sobrenatural, lo mágico, lo incomprobable. Lo consideraba una ofensa a mi inteligencia. Era atea, por supuesto. No creía en historias de espíritus o fantasmas. Hasta que conocí a Rupert.
Mar esperó, pero Claudio no le preguntó nada más. Ella suspiró y siguió hablando.
—El año pasado me fui a vivir a Europa. En realidad, emprendí el viaje sin tener en claro la duración ni el destino. Estaba en tercer año de la carrera de bioquímica, pero mi pasión es la fotografía. Me fui a España con la cámara, todos mis ahorros y la ilusión de vivir de eso. Trabajé en hostels de Madrid, Barcelona, Vigo y Valencia a cambio de alojamiento y comida, y después ofrecí mi servicio como fotógrafa a turistas. Me pagaban por recorrer con ellos las ciudades, mitad como guía turística y mitad como fotógrafa. Empecé a juntar plata y anduve por París, Ámsterdam, Berlín, Budapest y otros lugares. Acá, antes de irme, trabajaba como recepcionista en la empresa de mi papá, una exportadora de vinos. Pero bueno, volviendo al tema de Rupert, a él lo conocí en un hostel de Praga. Me enamoré de él el primer día que lo vi. Era una tarde lluviosa. Había bajado al salón principal a leer un poco y lo vi. Mejor dicho, lo escuché. Estaba en un rincón, solo, tocando la guitarra y cantando bajito, para sí mismo. Me acerqué y nos pusimos a hablar. Rupert es un hippie hermoso, transparente y sensible, que vive de la música. Con él descubrí a Stephen Nachmanovitch, a Bob Dylan, a Ray Charles, a Bill Frisell, a Pari Zanganeh, a Rana Farhan y a muchos otros músicos que yo no conocía. Yo era más de Arjona, Ricky Martin, Luciano Pereyra, esas cosas. Y Chayanne, sobre todo Chayanne. Lo amo. Es mi favorito. ¿A vos te gusta Chayanne?
—Un poco —respondió Claudio, que no se explayó para que Mar siguiera hablando.
—Me enamoré de Rupert y él se enamoró de mí. Fue una conexión instantánea, como si nos conociéramos de otra vida. Él primero se quedó ahí en el hostel conmigo unos meses compartiendo la habitación y después empezamos a recorrer Europa juntos. Él es iraní, su mamá también y su papá es español. Rupert nació en Irán pero a los pocos meses su familia se fue a vivir a Barcelona. Pasó su infancia entre España e Italia y gran parte de su adolescencia viajando. Es políglota, habla español, inglés, francés, italiano, alemán, persa y azerí.
—¿Tiene tu edad?
—Es un poquito más grande.
—¿Cuántos años tiene?
—Treinta y tres.
—¿Tuviste otros novios antes?
—Sí, pero eso no importa. Yo, cuando me enamoro, me enamoro en serio. No dudo y sobre todo no sospecho nada raro. No soy desconfiada por naturaleza, soy más bien ingenua. Meses después de conocerlo a Rupert, hice una videollamada con una amiga. Fue el 6 de junio.
Claudio destapó la lapicera para escribir la fecha en su cuaderno y Mar se quedó callada. Cuando el psicólogo levantó la vista notó que Mar tenía los ojos vidriosos.
—Ese fue el último día que fui feliz.
—¿Qué pasó?
—Estábamos charlando normal con mi amiga hasta que me preguntó cómo eran los shows de Rupert, qué repertorio tocaba, esas cosas. Le conté que tocaba en plazas y en algunos bares, nada muy wow. Lo máximo que hacía era tocar para 20 o 30 personas. Tenía shows cada dos semanas, algo así. Mi amiga me preguntó si con eso le alcanzaba para vivir bien y ahí me di cuenta de que yo nunca había pensado en el tema de la guita. Yo tenía todo lo que había ahorrado trabajando en la empresa de mi viejo y lo que ganaba como guía y fotógrafa, pero Rupert me había dicho que venía de una familia humilde. A él no le importa mucho lo material. Tiene un solo par de zapatillas, tres pantalones, unas pocas remeras y dos o tres pulóveres. También un celular viejo, no usa computadora, no tiene redes sociales ni nada de eso. Es re hippie, pero cada vez que cambiábamos de ciudad y viajábamos en tren, él pagaba en efectivo con billetes de 50 o 100 euros. Tampoco tenía problema en pagar pasajes de avión. Mi amiga me hizo ver que era raro que él tuviera tanto efectivo haciendo un show cada dos semanas y tocando en plazas.
A Mar le sonó el celular, dejó de hablar para apagarlo y se disculpó.
—¿Dónde me quedé? —le preguntó.
—Me estabas contando sobre Rupert.
—Claro. Bueno, él también es hijo único. La mamá se murió cuando él tenía veinte años más o menos, y ahí el papá se volvió a Irán. Rupert es medio nómade, no es de ningún lado, aunque él en realidad dice que es de todas partes. Se hospedaba en el hostel de Praga en el que yo trabajaba. Y cada vez que yo quería cambiar de ciudad y conseguía trabajo en algún hostel, él me acompañaba. Viajamos mucho y por eso no hicimos muchos amigos en ninguna parte. Siendo sincera, él tampoco es muy sociable que digamos, prefiere estar tranquilo, escuchando música o componiendo. Nos costaba generar vínculos fuertes porque siempre estábamos cambiando de ciudad. Yo acá en cambio tengo a mis amigas y amigos de toda la vida. Él también es un poco ¿Cómo decirlo?... Particular.
—¿Qué sería una persona particular?
—Tendrías que conocerlo para entenderlo. No sé cómo explicarlo. Por ejemplo, es crudivegano pero toma leche. Y duerme poco y sobre todo a la tarde. Duerme siestas de tres o cuatro horas y a la noche duerme una o dos horas nada más, se queda leyendo o escribiendo. Después, no sé. Hace yoga, medita. Puede pasarse tres horas seguidas meditando. También le gusta mucho mirarme. Dice que le gusta mirarme hacer cosas chiquitas, como pintarme las uñas o lavarme los dientes. Es muy tierno.
Hubo un silencio que interrumpió Claudio cuando notó que Mar no iba a seguir hablando.
—Antes me estabas contando que te sorprendía que tu pareja tuviera tanto efectivo.