La verdadera píldora de la felicidad - Anders Hansen - E-Book

La verdadera píldora de la felicidad E-Book

Anders Hansen

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Beschreibung

Existe una manera de reducir el estrés y la ansiedad al tiempo que incrementas tu memoria. Una estrategia para elevar tu coeficiente intelectual mientras ralentizas el envejecimiento. Un proceso para ser más creativo y entrenar la capacidad de concentración. Todo ello es posible y, además, simple: ¡MUÉVETE! La neurociencia nos demuestra cómo la actividad física fortalece el cerebro, y optimiza nuestras capacidades mentales y nuestro estado de ánimo. Con este libro aprenderás a utilizar el deporte como una verdadera píldora, al alcance de todos, que nos procura la felicidad.

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ANDERS HANSEN

LA VERDADERA PÍLDORA DE LA FELICIDAD

Estimula tu cerebro haciendo ejercicio

La traducción de esta obra ha contado con una subvención delSwedish Arts Council.

Título original inglés: The Real Happy Pill.

Autor: Anders Hansen.

© Anders Hansen, 2016.

Publicado por primera vez por Bonnier Fakta, Estocolmo, Suecia.

Publicado en castellano por acuerdo con Bonnier Rights, Estocolmo, Suecia; y Casanovas & Lynch Literary Agency.

© de la traducción: Elda García-Posada Gómez, 2020.

© de esta edición: RBA Libros, S.A. 2020.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona

rbalibros.com

Primera edición: noviembre de 2020.

REF.: ODBO766

ISBN:978-84-9187-714-1

COMPOSICIÓN DIGITAL • GRAFIME, S.L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

DEDICADO A HANS-ÅKE HANSEN (1940-2011), VANJA HANSEN Y BJÖRN HANSEN.

A pesar de todas sus ventajas materiales, la vida sedentaria nos ha vuelto inquietos, insatisfechos.

CARL SAGAN

CONTENIDO

Prefacio: Ejercita tu cerebro1. Un cerebro cambiante2. Sal corriendo del estrés3. Una mejor concentración4. La verdadera píldora de la felicidad5. Gimnasia para la memoria6. Entrena tu creatividad7. Mientras el cerebro crece8. Envejecimiento saludable del cerebro9. El cerebro de la Edad de Piedra en la era digital10. La dosis adecuada de ejercicio para el cerebroPosfacioAgradecimientosGlosarioReferencias bibliográficas

PREFACIO: EJERCITA TU CEREBRO

Cierra las manos y junta los dos puños uno contra el otro. Ese es el tamaño de tu cerebro. Pesa casi lo mismo que un cartón de leche. ¿Te puedes creer que algo tan pequeño contenga todos tus sentimientos y experiencias? Todos tus rasgos de personalidad. Todo lo que has aprendido a lo largo de tu vida. Todos tus recuerdos: desde tus primeras y borrosas imágenes de unas vacaciones de verano cuando tenías tres años hasta las de tu realidad adulta actual —justo mientras lees estas mismas palabras—, pasando por las de tu infancia tardía y adolescencia.

Todo se almacena en esa masa rugosa; la estructura más compleja del universo de la que se tiene constancia, la cual no consume más energía que una bombilla. Si no te sientes fascinado por el cerebro, entonces es que no hay nada en este mundo que pueda intrigarte.

Si bien, desde hace algún tiempo, sabemos ya cómo funciona el resto de órganos del cuerpo, el cerebro continúa siendo un misterio para nosotros. Hasta ahora. Porque, gracias a las herramientas de análisis desarrolladas recientemente, nuestro conocimiento sobre la materia ha dado pasos de gigante en las últimas décadas, permitiéndonos comenzar a entender con mucho más detalle su funcionamiento. Hoy en día, pocos cuestionan que no solo tengamos cerebro, sino que, más aún, seamos lo que somos gracias a él.

Sin embargo, el hecho de que las investigaciones en torno al cerebro nos hayan aportado una visión biológica de las características humanas no significa que estemos condenados a ser de una manera determinada. Muchos de los estudios llevados a cabo han revelado cuán increíblemente maleable es el cerebro; no solo el de los niños, también el de los adultos. El desarrollo y la aparición de nuevas neuronas es incesante, creándose y destruyéndose conexiones sin parar. Todo lo que haces, hasta el más mínimo pensamiento que te cruza por la cabeza, modifica un poco tu cerebro. Su estructura es más parecida a la de la pasta de modelar que a la de la porcelana.

Pero ¿cómo se forma esta «plastilina»? Pues bien, pocas cosas revisten más importancia para el cerebro que mover el cuerpo. No es solo que te sientas mejor cuando estás físicamente activo, sino que tu concentración, tu memoria, tu creatividad y tu resistencia al estrés también se ven potenciadas. El cerebro procesa la información más rápidamente, por lo que piensa más rápido y se vuelve más eficaz a la hora de echar mano de recursos intelectuales. Es como si se te permitiera tener acceso a un «equipo mental adicional» que te ayudara a centrarte si las cosas se complican a tu alrededor y a mantener la calma cuando tus pensamientos se agolpan de manera frenética en tu cabeza. De hecho, la actividad física parece incluso ser capaz de aumentar tu inteligencia.

Suena un poco raro, ¿no? A fin de cuentas, si queremos que nuestros brazos sean más fuertes, ejercitamos nuestros brazos, no nuestras piernas. Lo mismo debiera aplicarse al cerebro, ¿no? Si queremos que este funcione mejor, deberíamos perfeccionarlo haciendo crucigramas y otros tipos de gimnasia cerebral, ¿verdad? Pues resulta que eso no es cierto. Las investigaciones realizadas indican con claridad que los ejercicios de memoria, el sudoku y demás pasatiempos mentales no estimulan, ni de lejos, el cerebro de manera tan positiva como el entrenamiento físico regular. Por sorprendente que pueda parecer, el cerebro da la impresión de ser el órgano humano que más se beneficia si llevamos una vida activa.

En este libro, te mostraré y explicaré las razones por las que el deporte tiene un impacto tan grande en tu cerebro. Algunos de sus resultados positivos se notan de inmediato —como justo después de caminar o de correr—, mientras que otros requieren al menos de un año de práctica regular para surtir efecto. También describiré lo que se debe hacer de manera específica para lograr tales rendimientos y ventajas mentales; beneficios todos ellos que dan lugar a nada menos que una notable mejoría de las capacidades de la mente. ¡Que lo disfrutes!

ANDERS HANSEN

1UN CEREBRO CAMBIANTE

La función principal del cuerpo es transportar el cerebro de un sitio a otro.

THOMAS A. EDISON

Imagina que te metes dentro de una máquina del tiempo y puedes volver al 10.000 a. C. El aparato comienza a vibrar y emitir sonidos estridentes. De repente, te encuentras miles de años atrás. Nervioso, sales de la cápsula y miras a tu alrededor. Un grupo de personas vestidas con pieles están paradas frente a ti. Parecen sorprendidas de verte. ¿Cuál es tu primera impresión de ellas? ¿Que son primitivos habitantes de las cavernas que, como mucho, cazan y matan animales, pero que, por lo demás, son incapaces de mostrar indicio alguno de pensamiento evolucionado? Sería fácil llegar a esta conclusión; sin embargo, son mucho más parecidos a ti de lo que crees. Por supuesto, no hablan tu mismo idioma y tienen un conjunto de experiencias vitales completamente diferentes a las tuyas; no obstante, en general, funcionan de manera bastante similar. Poseen los mismos sentimientos y habilidades cognitivas que tú. En realidad, los humanos no hemos cambiado tanto en los últimos doce mil años.

Tu estilo de vida, por el contrario, sí que ha experimentado una transformación inmensa en tan solo un siglo. Si se echa la vista atrás doce milenios, la metamorfosis es abrumadora. Hoy en día, vives inmerso en la comodidad material y utilizas herramientas que tus remotos predecesores jamás pudieron concebir ni en sus sueños más descabellados. Además, tu existencia se desarrolla en entornos sociales completamente distintos. Es probable que, en una sola semana, conozcas tantas caras nuevas como tus antepasados en toda su existencia.

También hay otra diferencia fundamental entre tu forma de vida y la suya: ellos se mueven bastante más que tú. Si atendemos al contexto histórico en el que vivieron, no es algo difícil de entender. La razón por la que, a lo largo de millones de años, nuestros ancestros fueron bastante más activos físicamente de lo que somos nosotros en la actualidad es simple: durante la mayor parte de la historia humana, dicha cualidad ha sido imprescindible para obtener alimentos y sobrevivir. En consecuencia, podemos decir que no solo nuestro cuerpo se halla diseñado para el movimiento, sino también nuestro cerebro.

Cien años pueden parecer una eternidad —no digamos ya doce mil—; sin embargo, desde una perspectiva biológica, no representan más que un abrir y cerrar de ojos. Lo habitual es que la evolución requiera de mucho más tiempo para que aparezcan grandes transformaciones en cualquier especie; circunstancia asimismo aplicable a los humanos. Nuestro cerebro no ha cambiado de manera significativa, ni en un siglo ni en doce milenios. A pesar de las enormes modificaciones que hemos llevado a cabo en nuestro estilo de vida —las cuales, por otra parte, nos han alejado cada vez más del modelo de existencia para el que fuimos diseñados—, nuestros cerebros siguen viviendo en la sabana, el hábitat original de nuestros ancestros cazadores-recolectores. Conclusión especialmente acertada si analizamos cuánto nos movemos. Aunque ya no necesitemos salir en busca de comida y ahora podamos pedirla por internet sin mayor problema, nuestro cerebro pasa a funcionar de manera más eficiente cuando tratamos de vivir de modo un poco más parecido a como lo hicieron nuestros antepasados; es decir, moviendo el cuerpo.

EL ENTRENAMIENTO PERSONAL Y EL EJERCICIO FÍSICO DAN LUGAR A UN CEREBRO MÁS EFICIENTE

He leído miles de estudios. Si tuviera que elegir el que más me ha fascinado y el que creo que, hasta cierto punto, más ha cambiado no solo mi enfoque de la medicina y de la salud, sino también mi visión de la vida en general, sería aquel en el que, mediante pruebas de IMR, se examinaron los cerebros de unos cien seres humanos de sesenta años de edad.

La imagen por resonancia magnética (IRM) es todo un milagro técnico para los investigadores del cerebro; una herramienta que, verdaderamente, podemos decir nos ha abierto la puerta a otra dimensión del conocimiento. Hoy, gracias a ella y sin riesgo de lesiones para la persona examinada, somos capaces de «levantar la tapa» de un cráneo para mirar dentro y obtener una imagen a tiempo real de cómo funciona el cerebro mientras pensamos y llevamos a cabo diferentes tareas.

El objetivo de este estudio específico que mencionaba era el de comprender los efectos del envejecimiento en nuestro cerebro, ya que este, al igual que nuestra piel, corazón y pulmones, también acusa el paso de los años. Pero ¿cómo exactamente? Y, por otra parte, ¿estamos condenados a sufrir dicho desgaste sin posibilidad de influir en su desarrollo o podemos alterarlo de alguna manera como, tal vez, realizando una actividad física regular? Esto es lo que los investigadores comenzaron a sospechar después de que los ensayos llevados a cabo con animales demostraran que los cerebros de los ratones enjaulados que corrían en una rueda, en comparación con los que no lo hacían, tendían a envejecer más despacio.

Así pues, para que los autores del análisis pudieran dar respuesta a dichas preguntas, los participantes de sesenta años se dividieron en dos grupos: los del primero, compuesto por sujetos que dieron caminatas regulares varias veces a la semana en el transcurso de un año; y los del segundo, integrado por personas que se reunieron con tanta frecuencia como el otro grupo pero solo para llevar a cabo ejercicios suaves, los cuales no llegaban a producir una significativa elevación del ritmo cardíaco.

Luego, teniendo siempre en cuenta si los sujetos habían hecho caminatas largas o llevado a cabo una actividad física más suave, se comparó las IRM de los cerebros efectuadas antes del inicio del estudio y las llevadas a cabo un año después.

Para poder hacer un seguimiento de los procesos cerebrales que experimentaban los participantes durante la prueba, las resonancias magnéticas se realizaron mientras los sujetos eran sometidos a un conjunto simultáneo de test psicológicos. Los escaneos revelaron cómo se activaban diferentes partes del cerebro a la vez y cómo también las áreas del lóbulo temporal se ponían en funcionamiento junto con las del lóbulo occipital y las del frontal en lo que parecía ser toda una sofisticada red de interconexiones.

Sin embargo, lo más significativo de la experiencia no fueron los resultados en sí, sino el acusado contraste de estos entre los dos grupos sometidos a prueba en el estudio.

Los participantes que salieron a caminar de manera intensa y periódica se pusieron más en forma en el transcurso del año y potenciaron también la eficacia de su cerebro. Las resonancias magnéticas mostraron que las conexiones existentes entre los distintos lóbulos se habían fortalecido; sobre todo, entre el temporal y el frontal y occipital. Es decir, diferentes secciones del cerebro estaban mejor integradas entre sí, lo que, a su vez, significa, en resumidas cuentas, que el órgano en su conjunto pasó a funcionar de manera más eficiente.

Es como si, de algún modo, el ejercicio físico —las caminatas— hubiera tenido un impacto positivo en el patrón de conectividad del cerebro.

Cuando los datos de estas pruebas realizadas a personas de sesenta años se compararon con los de otras llevadas a cabo en sujetos más jóvenes, resultó imposible no llegar a una lógica conclusión: el cerebro de los participantes que habían estado más activos parecía más joven. Daba la impresión de que no hubieran envejecido. Muy al contrario, parecían haberse vuelto biológicamente más fuertes. Donde más se apreció esta llamativa circunstancia fue en la conexión entre el lóbulo frontal y el temporal; este último es el área del cerebro que más tiende a verse afectada por el paso del tiempo. Las evidentes mejoras en dicha zona indicaban que el proceso de declive se había estancado.

Además de producir resultados medibles, lo más importante de las caminatas es que dieron lugar a beneficios prácticos. Las pruebas psicológicas realizadas durante la evaluación mostraron que el conjunto de habilidades cognitivas que se conocen como «funciones ejecutivas» —las cuales, entre otras cosas, incluyen la capacidad de tomar iniciativas, de planificar y de mantener la atención— de los integrantes del grupo que salió a pasear con regularidad había experimentado una notable mejora.

Un descubrimiento que, en pocas palabras, pone de manifiesto cómo el cerebro de aquellas personas que están más activas funciona de manera más eficiente y cómo los efectos perjudiciales del envejecimiento pueden detenerse o incluso revertirse convirtiendo al cerebro en un órgano más fuerte y resistente.

Date un minuto para reflexionar acerca de lo que acabas de leer. Luego, repásalo de nuevo. Si no te parece suficiente motivación como para comenzar a moverte... Seguro que ya sabías que corriendo mejoras tu resistencia física y que, levantando pesas, desarrollas tus músculos. Sin embargo, es probable que no supieras que el entrenamiento personal y el ejercicio físico también pueden provocar cambios en tu cerebro no solo constatables por la tecnología médica moderna, sino extremadamente importantes para una función cognitiva óptima.

Más adelante examinaremos estas transformaciones con mayor detalle, pero, ahora, primero, veamos cómo opera el cerebro y, acto seguido, cómo conseguir que lo haga cada vez mejor.

TU UNIVERSO INTERIOR

El cerebro ha demostrado ser más maleable de lo que nos pensábamos. Lo que posees dentro de tu cráneo no es un ordenador de última generación cuyas funciones se hallan genéticamente preprogramadas y destinadas a desarrollarse de cierta manera. Es mucho más complejo que eso. Contiene alrededor de cien mil millones de neuronas.

Cada una de ellas puede conectarse a su vez con otras decenas de miles, lo que significa que el número de conexiones posibles es, al menos, de mil billones. Una cantidad mil veces mayor que el total de estrellas de la Vía Láctea u otras galaxias del cosmos. Decir que en el interior de tu cabeza existe un universo aparte puede sonar algo new age; no obstante, eso y no otra cosa es lo que hay.

Continuamente mueren neuronas viejas y se forman otras nuevas. Entre esas células se establecen conexiones, la solidez de las cuales varía con el tiempo —pudiendo, si no se usan, llegar a desaparecer por completo— y depende de cómo el cerebro va rediseñando su arquitectura. Así, el cerebro puede compararse con un ecosistema altamente sofisticado en un estado de fluctuación incesante. No solo cambia cuando eres niño o aprendes algo nuevo, sino que continúa haciéndolo a lo largo de toda tu vida. Cada sensación que experimentas y cada pensamiento que tienes, por mínimo que sea, da lugar a una pequeña transformación, de tal modo que podríamos decir que tu cerebro de hoy no es con exactitud el mismo de ayer. El cerebro es un constante work in progress.

La clave no está en la cantidad de neuronas o conexiones cerebrales

Hay gente que cree que la cantidad de neuronas que contiene su cerebro o el mero tamaño de este es lo que determina que dicho órgano funcione bien o mal. Eso no es correcto. El ejemplo más revelador es el de Albert Einstein, cuyo cerebro no era ni más grande ni más pesado que el de la media: pesaba 1.230 gramos, es decir, algo menos de los 1.350 gramos que suele pesar en promedio el de un varón (pues el de las mujeres pesa aproximadamente 100 gramos menos).

Yo mismo, durante mucho tiempo, creí que era la cantidad de conexiones neuronales lo que determinaba la capacidad de nuestro órgano pensante; no obstante, esto también es incorrecto. Un niño de dos años tiene bastantes más conexiones entre sus células cerebrales que un adulto; suma que va disminuyendo conforme va creciendo. Este proceso de desaparición, por el cual se estima que hasta veinte mil millones de conexiones neuronales son eliminadas cada veinticuatro horas desde dicha edad hasta la adolescencia, se llama «poda sináptica». Durante el mismo, el cerebro suprime las conexiones no utilizadas para dar más espacio a aquellas por las que sí discurre una señal de comunicación. Esto es algo que suele resumirse en el enunciado NEURONS THAT FIRE TOGETHER WIRE TOGETHER; es decir, las neuronas que se activan a la vez, se conectan entre ellas.

Cada impresión y cada pensamiento, por mínimo que sea, produce un pequeño cambio en tu cerebro.

Pero, si la calidad de la operatividad del cerebro no depende ni de la cantidad de células cerebrales ni del número de conexiones entre estas, entonces, ¿cuál es el factor determinante? La respuesta tiene que ver con el hecho de que el cerebro, cuando llevamos a cabo una serie de actos —como, por ejemplo, montar en bicicleta, leer un libro o preparar la cena—, utilice la llamada «red funcional». Todo lo que haces depende de ella. Básicamente, se halla conformada por una colección de neuronas interconectadas, y dividida en programas específicos —uno para nadar, otro para ir en bicicleta, firmar un documento, etc.—. Cada uno de estos programas puede integrar células cerebrales pertenecientes a muchas áreas distintas del cerebro. Y para que operen de manera óptima —para poder nadar, ir en bicicleta o firmar un documento—, es necesario que dichas zonas se encuentren estrechamente relacionadas entre sí.

La práctica hace al maestro. Y también que los programas cerebrales funcionen de modo más ágil

Pongamos, por ejemplo, que quieres tocar una melodía sencilla al piano. Para que eso sea posible, es necesario el trabajo en equipo de muchas áreas diferentes del cerebro. Lo primero es ver las teclas del piano. Así pues, los ojos envían una señal a través del nervio óptico hasta la corteza visual primaria del lóbulo occipital. Luego, la corteza motora cerebral ha de coordinar los movimientos de tus manos y dedos, y la auditiva procesar los datos sonoros y mandarlos a las llamadas «zonas de asociación», situadas en los lóbulos temporal y parietal. Por último, la información alcanza el frontal, donde reside tu conciencia y tienen lugar las funciones cerebrales superiores, lo que nos permite ser conscientes de lo que estamos tocando y corregir cualquier nota tocada de forma incorrecta. ¡Tanto lío solo para poder interpretar una melodía sencilla!

Todas estas áreas, ubicadas en los centros visuales y auditivos, la corteza motora y los lóbulos parietal y frontal, son parte del programa diseñado de manera específica en tu cerebro para tocar música. Cuanto más practiques, más eficientemente se ejecutará este y mejor tocarás. Al principio, te costará un considerable esfuerzo. El programa es ineficaz e incómodo, requiere que grandes áreas del cerebro se involucren por completo en la tarea. Esa es la razón por la que vivimos como una enorme carga mental un aprendizaje tan arduo y complejo como el de tocar el piano. Tendrás que pasar mucho tiempo muy concentrado para cumplir tu objetivo.

Sin embargo, a medida que vayas practicando, te irá resultando más fácil. Así hasta que, después de haber puesto en ello una gigantesca cantidad de trabajo, seas capaz de tocar la melodía incluso pesando en algo diferente. El programa del cerebro diseñado para ello se habrá vuelto a esas alturas de lo más eficiente a la hora de transmitir la información sonora. La constante repetición de la señal emitida a través de la red ha fortalecido la conexión entre las neuronas. Poco a poco, la acción te requerirá cada vez un menor esfuerzo mental, y acabarás pudiendo tocar la melodía dos veces seguidas sin casi pensar en ello.

DE NIÑOS, TODOS SOMOS GENIOS LINGÜÍSTICOS

El hecho de que, durante nuestra infancia, desaparezcan infinidad de conexiones entre las neuronas cerebrales tiene consecuencias a lo largo de toda la vida.

Un niño nacido en Suecia posee, a priori, todos los requisitos previos para aprender con fluidez japonés sin acento mientras se críe en un entorno en el que sea común dicho idioma. Sin embargo, hablarlo a la perfección siendo adulto es algo casi imposible para la mayoría de nosotros.

Da igual cuánto lo estudiemos o practiquemos. Un japonés nativo siempre detectará un acento en nuestra forma de expresarnos.

Hay algunos sonidos en el lenguaje hablado que nos resulta más que difícil replicar una vez crecemos; cosa que nos sucede porque nos faltan ciertos requisitos previos. Las conexiones cerebrales necesarias para su manejo han ido desapareciendo poco a poco durante nuestra infancia debido al hecho de no haber escuchado nunca dichos sonidos articulados.

Cuando estas conexiones se han esfumado, la puerta al aprendizaje ha quedado cerrada, neurológicamente hablando, para el resto de nuestras vidas.

De niños, sin embargo, todos somos unos pequeños genios lingüísticos.

Dado que el programa para tocar la melodía activa células cerebrales pertenecientes a diferentes áreas del cerebro, es de vital importancia que esas zonas se encuentren estrechamente relacionadas entre sí para un óptimo rendimiento de dicho programa. Igual que sucede, si entramos en comparaciones, con un ordenador, donde todos sus componentes han de estar conectados entre sí para que este funcione; de lo contrario, el aparato no estará operativo, aunque cada uno de los elementos independientes funcionen correctamente por separado.

En conclusión, el cerebro que mejor funciona no es el que posee mayor número de neuronas o muchas conexiones entre ellas, sino aquel en el que sus distintas áreas (el lóbulo frontal y el parietal, por ejemplo) se hallan más estrechamente relacionadas entre sí; circunstancia que le otorga todo lo necesario para ejecutar sus programas con eficiencia. Como ya has podido leer al comienzo de este capítulo, el ejercicio físico puede ayudar a que se fortalezcan las conexiones entre estas diferentes zonas. Dicha conectividad es la base de varios de los efectos positivos —muchos de los cuales comentaremos en este libro— que experimenta tu cerebro cuando tu cuerpo se mueve.

Las conexiones revelan cómo vives tu vida

Puede sonar un poco raro que distintas áreas del cerebro se encuentren, en mayor o menor medida, tan conectadas entre sí; no obstante, las investigaciones llevadas a cabo sobre la materia han demostrado que esa podría ser una de las causas principales de que las habilidades cognitivas varíen de una persona a otra. De hecho, en los últimos años, se han producido hallazgos fascinantes en este campo específico.

Por ejemplo, muchas de las pruebas realizadas con tecnología puntera a cientos de individuos han revelado que el grado de interconectividad entre las distintas partes del cerebro se encuentra íntimamente relacionado con el desarrollo de hábitos considerados positivos, como ejercitar la memoria y la concentración, la moderación con el alcohol y el tabaco, o el mero hecho de haber recibido una educación superior. Por el contrario, en aquellos sujetos con cualidades negativas, como problemas de agresividad, tabaquismo o abuso de alcohol o drogas, se observa un patrón opuesto: las áreas de sus cerebros se hallan peor relacionadas entre sí.

El hecho de que muchas características positivas dejen idéntica y provechosa huella en el cerebro y de que las negativas parezcan tener un efecto opuesto implica que existe un eje de coordenadas positivo-negativo en el que todos podríamos ubicarnos, dependiendo de nuestros hábitos vitales. Los científicos que realizaron este estudio creen que, en líneas generales, es factible averiguar el estilo de vida de una persona observando el patrón de conectividad de su cerebro. ¿Te preguntas quizá si, dentro de ese eje, hay algo más que incline la balanza hacia el lado bueno, además de haber recibido una educación superior, ejercitar la memoria y beber con moderación? La respuesta es sí. Estar en buena forma física.

En líneas generales, parece que es factible averiguar el estilo de vida de una persona observando el patrón de conectividad de su cerebro.

¿Investigación moralizante?

Cabe la posibilidad de que este tipo de estudios y experimentos te parezcan un tanto elitistas o moralizantes; después de todo, el simple hecho de hablar de un «eje de coordenadas positivo-negativo» sugiere una especie de clasificación categórica de la gente en buena y mala. Entiendo perfectamente que se pueda interpretar el asunto de esta manera; sin embargo, también creo que dicha interpretación pecaría de reduccionista. No son nuestras cualidades innatas lo que condiciona de forma primordial el patrón de conectividad de nuestro cerebro, ni tampoco lo que determina nuestra posición en el eje bueno-malo. Es nuestro estilo de vida. A través de nuestras elecciones vitales, podemos cambiar el funcionamiento del cerebro de un modo mucho más importante de lo que se creía hasta ahora. No es solo nuestro cerebro el que decide cómo pensamos y actuamos; nuestros pensamientos y acciones también pueden modificar nuestro cerebro y cómo este opera. Somos nosotros quienes manejamos nuestro cerebro, no al revés. Desde esta perspectiva, es evidente que, quizás, una de las mejores cosas que podemos hacer para potenciar la conexión entre las diferentes partes de nuestro cerebro es adoptar una rutina de ejercicio físico regular. Estar en buena forma inclina la balanza hacia el lado positivo.

EL CEREBRO VA CAMBIANDO A LO LARGO DE TODA LA VIDA: NEUROPLASTICIDAD

«Ojalá hubiera aprendido a tocar un instrumento cuando era niño; ahora es demasiado tarde». Un pensamiento que, seguro, muchos de nosotros hemos tenido en algún momento de nuestra vida. La verdad es que el cerebro es en extremo maleable durante la infancia; circunstancia que hace que instruirnos en casi cualquier cosa, desde los idiomas hasta las habilidades motoras, sea rápido y natural. Pero ¿por qué el cerebro de un crío puede absorber tanto en tan poco tiempo sin ninguna clase de esfuerzo aparente?

Un niño pequeño debe aprender rápidamente a manejarse por el mundo. Esto, en términos neurológicos, quiere decir que, al principio de nuestra existencia, el cerebro posee unas neuronas con una enorme capacidad no solo de crear conexiones entre sí, sino también de romperlas —es decir, podarlas—; cosa que sucede a una velocidad que, como habrás notado, no volverá a repetirse en la vida. Sin embargo, la maleabilidad del cerebro, eso que en lenguaje científico se denomina «neuroplasticidad», es, quizá, su cualidad más importante. Porque, a pesar de que dicha flexibilidad no sea nunca tan grande como cuando éramos niños, su disposición al cambio no desaparece por completo. Ahí sigue, en la gente de mediana edad, incluso en las personas de ochenta años. Para entender con mayor precisión hasta qué punto es influyente el cerebro en un adulto, veamos lo que le sucedió a Michelle Mack, una mujer estadounidense de cuarenta y dos años cuya notable historia ha alterado nuestra comprensión acerca de lo que realmente es capaz de hacer el cerebro humano.

La mujer que solo tenía la mitad de su cerebro

Michelle Mack nació en Virginia en noviembre de 1973. Tan solo unas semanas después de su nacimiento, sus padres notaron que algo no iba bien. La niña no podía mantener la mirada fija ni mover las extremidades con normalidad; sobre todo, el brazo y la pierna derecha. Tras llevarla a numerosos especialistas para que comprobaran si tenía algún problema oftalmológico o si sufría parálisis cerebral —lo cual resultó no ser el caso—, ninguno de los neurólogos consultados, así como tampoco ninguna radiografía de su cerebro, pudieron explicar los síntomas de Michelle. A principios de aquella década, nuestras tecnologías modernas —como las tomografías axiales computarizadas o TAC y las imágenes de resonancia magnética— todavía estaban en su primera etapa de desarrollo. Con tres años, la pequeña seguía sin caminar y apenas podía hablar. Llegados a este punto, su médico recomendó otra radiografía, ya que las técnicas de diagnóstico habían evolucionado desde su primer examen. El resultado de las pruebas, realizadas en 1977, sorprendió a los padres, así como a los médicos. A Michelle Mack le faltaba todo el hemisferio izquierdo de su cerebro. Vivía con solo medio cerebro. Probablemente, debido a algo que le había sucedido mientras era aún un embrión.

Una posibilidad era que Michelle hubiera sufrido un derrame cerebral antes de nacer; otra, que su arteria carótida izquierda hubiera quedado bloqueada, privando de sangre al hemisferio izquierdo del cerebro. Nadie pudo dar una respuesta definitiva; no obstante, una cosa estaba clara como el agua: le faltaba más del 90 por ciento de ese lado.

Es la zona que se conoce comúnmente como la parte analítica y racional del cerebro, donde se gesta el pensamiento matemático y lingüístico, mientras que el derecho es el área artística y creativa. Aunque, hoy en día, somos mucho más conscientes de la simplificación excesiva de esta división, hay que reconocer que no está tan alejada de la realidad. Si aceptamos dicha dualidad y tenemos en cuenta el conjunto de habilidades dependientes de la parte izquierda del cerebro, no es de extrañar las dificultades de desarrollo que presentó Michelle. Su incapacidad para hablar de forma correcta se explicaría por la carencia de esa parte lingüística dentro de su cerebro. Del mismo modo, los problemas motores de su brazo y pierna derechos se verían explicados por la ausencia de hemisferio izquierdo, ya que este también se encuentra al cargo de la movilidad del lado derecho del cuerpo (y viceversa).

Sin embargo, lo fascinante no se hallaba en las primeras etapas de la vida de Michelle Mack, sino en lo que ocurrió más adelante. En los años posteriores, a un ritmo que sus médicos jamás se atrevieron a esperar, acabó por desarrollar de manera sucesiva las habilidades que le faltaban. Aprendió a caminar, a hablar y a leer, y creció con normalidad, si bien a una velocidad un poco más lenta que la mayoría de sus compañeros.

TU ESTILO DE VIDA MODELA TU CEREBRO

El debate sobre en qué medida son nuestros genes o el entorno los que nos modelan, a pesar de haberse debilitado con el tiempo, continúa atrayendo opiniones categóricas de todo tipo, la mayoría inclinadas hacia uno u otro extremo de la balanza. Hoy en día, sabemos que nuestro destino no se halla marcado de manera exclusiva ni por nuestra genética ni por lo que nos rodea, sino por su combinación. También somos más conscientes de que los genes y el medio se encuentran estrechamente entrelazados. Los mecanismos biológicos, por ejemplo, a través de los cuales el entorno ambiental afecta a nuestro ADN (ácido desoxirribonucleico) son increíblemente complejos.

Algunos números ilustran que no solo la composición genética de tu cerebro decide cómo este se desarrollará y en qué clase de ser humano te convertirás. Cada individuo posee unos 23.000 genes. Y también tiene alrededor de 100.000 millones de neuronas que, a su vez, llevan a cabo cerca de mil billones de conexiones entre ellas. Es imposible que los 23.000 genes controlen esos mil billones de intercambios. Más sencillo: el cerebro es demasiado complejo para ser gobernado, en exclusiva, por un programa genético que predetermine su desarrollo a lo largo de la vida.

Tus genes lo que hacen es preparar el terreno en el que nacen y mueren tus neuronas, y el modo en que estas se conectan y desconectan entre sí. Sin embargo, la forma en que esto suceda, las características que se van a desarrollar y cómo va a funcionar tu mente se verán influidos por tus experiencias vitales y, sobre todo, tu estilo de vida.

Por supuesto, el ejercicio físico no es, ni mucho menos, el único factor que determina el desarrollo de nuestro cerebro. No obstante, las investigaciones demuestran que desempeña un papel fundamental.

Hoy, Michelle vive, en muchos sentidos, una vida normal y trabaja a tiempo parcial en la parroquia de su localidad. Su capacidad para encontrar las palabras con las que expresarse es la adecuada, aunque dicha función se encuentra, por norma general, en la parte del cerebro que le falta. A pesar de que la movilidad de su brazo y pierna derechos sigue siendo limitada, tampoco tiene problemas significativos a la hora de caminar.

Es cierto que las pruebas a las que periódicamente se somete demuestran que Michelle presenta algunas dificultades con el pensamiento abstracto; sin embargo, está dotada de una memoria fenomenal para los detalles. A esto último habría que añadir una cualidad muy inusual: la de ser capaz de responder de inmediato qué día de la semana corresponde a una fecha seleccionada al azar: por ejemplo, si se le pregunta en qué cayó el 18 de marzo de 2010, ella contesta casi de inmediato que en jueves.

La mitad derecha de su cerebro se ha hecho cargo de la operatividad de muchas de las tareas en las que, en circunstancias normales, se hallaría ocupada la izquierda. Sabíamos ya por estudios anteriores que esto podía suceder a una escala mucho menor; no obstante, pocos habían especulado con la idea de que una reestructuración tan masiva del cerebro, por la cual llegara a compensarse casi por entero la mitad ausente, pudiera llegar a darse. La reconexión interior de su cerebro fue tan extensa que, en realidad, su hemisferio derecho presenta un aspecto enmarañado y sobrecargado. De hecho, es muy curioso que Michelle tenga problemas con la orientación visoespacial —es decir, la capacidad de apreciar la distancia real entre las cosas, así como la de orientarse de manera correcta por el espacio—, la cual, por norma general, depende de la parte derecha del cerebro, la que posee intacta. La única explicación plausible para dicha disfunción tendría que ver precisamente con el exceso de carga de trabajo de ese lado derecho, que se ve obligado a asumir las responsabilidades del izquierdo. Sencillamente, no hay suficiente espacio en él.

Es muy probable que la facultad de Michelle de asociar de inmediato una fecha específica con el día de la semana correspondiente tampoco sea accidental. En realidad, cada mitad de nuestro cerebro aplica a la otra una especie de Ley de Jante, es decir, un mecanismo preservador de la uniformidad. Un lado del cerebro no se limita a compensar sin más lo que le falta al otro. También, para poder lograr en todo momento un equilibrio en nuestras capacidades cerebrales, debe evitar que un área concreta crezca demasiado dentro de la otra mitad. Esto significa que la mayoría de nosotros adquirimos un determinado grado de desarrollo de muchas zonas en lugar de volvernos extremadamente hábiles en algunas cosas y muy pobres en otras. Si las dos mitades del cerebro dejaran de comunicarse, se perdería el equilibrio y ciertas capacidades florecerían en exceso, a menudo, en detrimento de otras.

El «Google humano»

Esto es exactamente lo que se cree que le sucedió a Kim Peek, un hombre estadounidense que sirvió de inspiración a Dustin Hoffman para componer el papel de Raymond Babbitt en la película Rain Man. Peek nació con una lesión en el cuerpo calloso —una banda de fibras nerviosas cuya función principal en el cerebro es la de enlazar los hemisferios izquierdo y derecho—, lo que dio lugar a una conexión defectuosa entre ambas mitades. Peek tenía cuatro años cuando aprendió a andar. Su discapacidad mental fue considerada tan grave por los médicos que estos sugirieron su internamiento en una institución psiquiátrica.

Sin embargo, al igual que Michelle, Kim Peek consiguió recuperarse y se desarrolló de una manera jamás imaginada por nadie.

A los cinco, sabía ya leer, y, cada vez que terminaba un libro, lo colocaba con la portada hacia abajo. Sus padres estaban asombrados ante la velocidad con la que la casa se fue llenando de volúmenes boca abajo. Por aquel entonces, Peek comenzó también a hacer gala de una memoria prodigiosa para todo tipo de detalles, convirtiéndose, probablemente, en el ser humano mejor documentado de la historia. Incluso era capaz de leer dos páginas de un libro de manera simultánea, una con cada ojo. Tardaba solo diez segundos en leer una página; un libro entero, alrededor de una hora. Su pasatiempo favorito era ir a la biblioteca pública, donde solía devorar ocho libros al día.

Se acordaba, en líneas generales, de todo lo contenido en los cerca de doce mil libros que había leído. Su cabeza pasó a encerrar una cantidad inimaginable de información relacionada con hechos de diversa importancia; desde Shakespeare hasta temas sobre la familia real británica, pasando por la lista completa de códigos postales estadounidenses. Si alguien merece ser llamado El «Google humano», ese es Kim Peek.

Al igual que Michelle Mack, él también era capaz de decir de inmediato a qué día de la semana correspondía una fecha determinada, ya fuera esta de varias décadas atrás o perteneciente al futuro. La gente, a menudo, se le acercaba y le decía su fecha de nacimiento, preguntándole a continuación si fue lunes, jueves o sábado. Peek no solo les daba la respuesta correcta en el acto —«naciste en domingo»—, sino que también podía agregar: «y cumplirás ochenta un viernes».

Sus habilidades eran tan extraordinarias que pasaron a llamarle «el ordenador andante» y «el megasabedor». Las cosas, no obstante, no eran nada sencillas para él. Aparte de ser de trato incómodo y difícil en situaciones sociales, apenas acertaba a vestirse solo. Las pruebas de coeficiente intelectual que se le hicieron le situaron, a pesar de su extraordinario almacenamiento de recuerdos, bastante por debajo de la media. Peek siempre fue generoso y se ofreció como voluntario cada vez que los neurocientíficos demandaban su presencia para realizarle diversos estudios. Su caso, de hecho, ha proporcionado pistas importantes acerca de la memoria: hoy en día, se cree que el descomunal funcionamiento de la suya se debió a la falta de contacto entre las mitades de su cerebro y a la incapacidad de este para equilibrarlas.

LOS PROGRAMAS DEL CEREBRO SE PUEDEN REESCRIBIR

Hay tanto similitudes como diferencias entre Kim Peek y Michelle Mack. En el caso de la segunda, no es que se perdiera la conexión entre ambas mitades del cerebro, sino que una de ellas, directamente, nunca estuvo allí; sin embargo, el resultado de que le faltara una parte venía a ser el mismo que si el vínculo entre las dos mitades cerebrales no hubiera funcionado: el desarrollo sin control de ciertas habilidades que daba lugar a lo que denominaríamos una «cualidad excepcional».

Ambos individuos son, en cualquier caso, ejemplos excelentes de lo que conocemos como «neuroplasticidad», la fabulosa capacidad del cerebro para reorganizarse. Una realidad que no deja ninguna duda ya acerca de la naturaleza cambiante de la estructura y el funcionamiento del cerebro. Pero no solo del de Michelle Mack y Kim Peek, sino también del tuyo y el mío.

Pero ¿por qué dedicar tanto tiempo a estas dos historias que os acabo de contar en un libro que va sobre los efectos positivos de hacer deporte en el cerebro? La razón es muy simple: es importante dejar claro primero el carácter mutable del cerebro, ya que no todo el mundo es consciente de ello. La siguiente pregunta sería entonces: ¿qué es lo que origina esta transformación? Lo cual nos conduce, ahora sí, al tema de la actividad física y el entrenamiento personal.

Más parecida a la plastilina que a la porcelana

En el estudio de la neuroplasticidad, se sabe que hay pocas cosas más efectivas para hacer que el cerebro cambie —es decir, se vuelva neuroplástico— que estar físicamente en forma. También parece que dicho ejercicio no es necesario que se alargue mucho en el tiempo: solo veinte o treinta minutos son suficientes para que ya tenga lugar un cambio en la neuroplasticidad.

Uno de los actores involucrados en el hecho de que, con cada zancada que das al correr, se produzca una pequeña transformación en tu cerebro es un aminoácido llamado «ácido gamma-aminobutírico» (GABA). El GABA actúa como un freno para el cerebro, inhibiendo sus labores y asegurándose de que todo siga igual en él. No obstante, su influencia disminuye conforme uno se vuelve más activo físicamente, ya que el deporte elimina los bloqueos contra el cambio y acentúa la flexibilidad del cerebro, así como su capacidad de reorganizarse de manera más eficiente. Digamos que el cerebro es más parecido a la plastilina que a la porcelana; pues bien, la mutación en el GABA permite que esta pasta de modelar se vuelva más suave y maleable.

El cerebro de alguien que hace ejercicio se parece más al de un niño. Un proceso en el que participa el GABA.

Espero que, a estas alturas, te haya quedado ya claro lo cambiante que es el cerebro y lo mucho que el entrenamiento personal influye en dicha transformación, pues puede modificar y simplificar los programas cerebrales. De hecho, sus resultados se extienden a muchas áreas diferentes del cerebro. Ahora, le echaremos un vistazo con más detenimiento a estas zonas, así como al impacto específico de hacer deporte sobre nuestras funciones mentales. Comenzaremos con algo que afecta a muchas personas hoy en día: el estrés y la ansiedad.

¿SOLO USAMOS EL 10 POR CIENTO DEl CEREBRO?

Es hora de poner fin a este mito. Por supuesto, para leer esta frase, no es descabellado que hayas usado dicha proporción. Tampoco es disparatado que cuando montas en bicicleta puedas estar utilizando este tanto por ciento de tu capacidad cerebral: aunque no se trataría del mismo 10 por ciento usado al leer la primera frase del párrafo, ya que, en realidad, entran en acción diferentes partes de nuestro cerebro según lo que estemos haciendo.

Hoy en día, sabemos que en el cerebro los flujos eléctrico y de glucosa y oxígeno —los principales combustibles— se dan de forma continua. Esto significa que ningún área permanece parada en un cerebro sano. De hecho, este nunca permitiría que el 90 por ciento de su capacidad estuviera en desuso. Solo hay que recordar a Michelle Mack: el cerebro encontraría con rapidez cómo aprovechar ese espacio no utilizado.

Lo del uso del 10 por ciento es, por tanto, un mito; teniendo en cuenta el consumo sustancial de energía de nuestro cerebro —cerca del 20 por ciento de toda la requerida por el cuerpo—, el cual es tan elevado que, a pesar de que el órgano solo representa el 2 por ciento de nuestro peso total, vendría a gastar más de diez veces la energía por kilogramo que el resto de nuestra masa corporal. Desde un punto de vista evolutivo, jamás se nos habría permitido tal desperdicio de potencia. El precio de un cerebro más grande habría sido una mayor necesidad de consumir alimento, con el tiempo y energía extra que esto implica. Si el cerebro estuviera realmente inactivo en un 90 por ciento, estaríamos ante un ejemplo absurdo de gasto de recursos.

Observando a otras especies, es lógico concluir que dicho desperdicio no nos habría llevado muy lejos en la evolución.

2SAL CORRIENDO DEL ESTRÉS

Siempre que estamos estresados, es porque nuestro cerebro se halla bombeando hormonas del estrés. Si ese flujo se alarga meses o años, estas pueden acabar arruinando nuestra salud y dando lugar a crisis nerviosas.

DANIEL GOLEMAN