La vida como obra de arte - Carlos Javier Morales - E-Book

La vida como obra de arte E-Book

Carlos Javier Morales

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Beschreibung

El autor nos ofrece una teoría de la felicidad, que consiste en brindar un camino que no arranca, como tantos otros, desde la perspectiva del bien, sino que parte de la atractiva y serena contemplación de la belleza, y la proyecta en la aparente monotonía de la vida cotidiana. Esa vida real, y no imaginada, podrá así convertirse en una valiosa obra de arte.

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CARLOS JAVIER MORALES

LA VIDA COMO OBRA DE ARTE

Hacia la aventura de la existencia diaria

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

© 2019 by CARLOS JAVIER MORALES

© 2019 byEdiciones Rialp, S. A.,

Colombia, 63, 8º A - 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-5155-2

ISBN (versión digital): 978-84-321-5156-9

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

PREFACIO

1.VIDA CREADORA Y VIDA AUTOMÁTICA

DEL HOMBRE CREADOR AL HOMBRE CONSUMIDOR

DEL HOMBRE TRABAJADOR AL HOMBRE PRODUCTOR

2.LA PRIMACÍA DEL ESPÍRITU

LA ASPIRACIÓN DEL ESPÍRITU

NOSTALGIA DE MI ORIGEN

3.EL REINO DE LA INTIMIDAD PERSONAL

EL DESEO DE UNA INTIMIDAD INFINITA

INTIMIDAD Y AMOR

EL TIEMPO DE LA INTIMIDAD

EL REALISMO DE LA INTIMIDAD

4.LA INTIMIDAD COMO FORMA PERSONAL DE CONOCER EL MUNDO

5.LA UNIDAD DE CUERPO Y ESPÍRITU

EL ESPÍRITU ENCARNADO EN EL ARTE Y EN LA VIDA

LA UNIDAD DE CUERPO Y ESPÍRITU A LO LARGO DE LA VIDA

LA UNIDAD DE CUERPO Y ESPÍRITU EN LA TAREA EDUCATIVA

6.PROYECTO PERSONAL Y VOCACIÓN

UNA LUZ INESPERADA

LA DISPERSIÓN DE LA CULTURA CONTEMPORÁNEA

7.LA APERTURA AL DESTINO

LOS OTROS Y EL DESTINO

EL OTRO SUPREMO

EL DESTINO COMO AZAR

EL DESTINO COMO DIÁLOGO: EL PROBLEMA DEL DOLOR

UN DIÁLOGO PARA TODA LA VIDA

8.LA ACEPTACIÓN DE LA REALIDAD

LA CREACIÓN PRIMERA

LA CREACIÓN PRIMERA Y LA RESPUESTA HUMANA

EL RESPETO A LA CREACIÓN PRIMERA

LA CREACIÓN SEGUNDA

LA CREACIÓN SEGUNDA SOBRE UNO MISMO

MATERIA Y FORMA DE LA CREACIÓN SEGUNDA

9.LA ACEPTACIÓN DE UNO MISMO

10.LIBERTAD PERSONAL Y ENTORNO SOCIOCULTURAL

LIBERTAD Y PRESIÓN IDEOLÓGICA

LA LIBERTAD PERSONAL ANTE LA POSVERDAD

LA PRESIÓN IDEOLÓGICA EN EL SISTEMA EDUCATIVO

11.LA LIBERTAD PERSONAL ANTE LA MODA

LA MODA: INSTRUMENTO, NO FUNDAMENTO

LA CAPACIDAD DE REFLEXIÓN SOBRE LA MODA

12.LA CONQUISTA DIARIA DE LA LIBERTAD PERSONAL

LA EXPERIENCIA PERSONAL DE LOS VALORES

SOLEDAD Y CONVIVENCIA

LA LIBERTAD PERSONAL ANTE LAS PROPIAS DEBILIDADES

AUTOR

PREFACIO

CUANDO LEO UN BUEN POEMA o escucho una gran sinfonía, cuando contemplo con verdadero entusiasmo cualquier otra obra de arte, el tiempo de mi vida fluye a otro ritmo: el ritmo más deseable y deseado, ese que casi nunca transcurre en nuestra vida corriente, salvo cuando asistimos al encuentro con la persona amada.

Un encuentro que sólo se vive en plenitud cuando vamos a ver al otro por la única y soberana razón de que lo queremos, porque su existencia nos fascina y le da un sentido a todo nuestro vivir; de manera que estar con él o con ella se convierte en motivo más que suficiente para estar, sin pedirle nada más a ese encuentro que el encuentro mismo.

Sin embargo, sabemos que en la vida diaria cada uno de nosotros y la persona amada tenemos tareas más o menos urgentes que hemos de resolver juntos. Y esa tarea o ese problema urgente muchas veces se convierte en el motivo de nuestro encuentro, dejando el yo y el tú de los amantes en un segundo plano, como personas importantísimas cuya importancia ahora debe esperar el momento oportuno. Y este —pensamos con frecuencia, y nos equivocamos— no llegará hasta que solucionemos el problema inmediato que ahora nos ocupa por completo.

La realidad es muy distinta: sólo cuando reconocemos que ese tú es nuestra mayor riqueza en este mundo y decidimos dedicarle toda la atención que merece, rompemos por fin nuestras amarras a la mecánica de los deberes externos y nos entregamos al otro con todo nuestro ser. Es entonces cuando alcanzamos la mayor liberación que es posible para los mortales.

Esta experiencia de la plenitud del ser y del vivir, que en la pasión del enamoramiento resulta arrebatadora, no se da con tal vehemencia en una relación amorosa largamente compartida. Y no porque sea menos verdadera o menos intensa esta relación (sería absurdo pensar que el verdadero amor es el arrebato anímico que puede experimentar cualquier adolescente ante una persona atractiva). Ocurre simplemente que, al ir trazando esa trayectoria de amor mutuo, ambas personas han ido adquiriendo compromisos comunes y compartiendo situaciones problemáticas que pueden absorber toda la atención del encuentro, desviándola de las personas mismas.

Por eso resulta tan necesario tomar conciencia, una y otra vez, de que lo interesante en cada encuentro es justamente la persona amada, precisamente porque tendemos a olvidarlo o a darlo por supuesto.

En la contemplación de una hermosa obra de arte, a diferencia del encuentro amoroso, nada nos ata a esa obra: no hay ninguna obligación previa para tener que leer ese poema o escuchar la prodigiosa sinfonía. Por consiguiente, nos entregamos libremente a esa obra con toda nuestra atención e inauguramos en nuestra existencia un tiempo distinto, un ritmo de vida que nadie nos ha impuesto, pero que aceptamos gozosamente, como gozoso es el encuentro amoroso verdadero.

¿Hemos de resignarnos a que la experiencia de la felicidad quede reducida a nuestros momentos de lectura o de contemplación artística (por largos y frecuentes que estos puedan ser en la vida de las personas cultas)? Y fuera del encuentro amoroso y del artístico (tan semejantes en tantos aspectos), ¿no existe ninguna tarea u ocupación en nuestra vida que nos haga sentir ese tiempo infinitamente gozoso que tanto se parece a la eternidad del cristianismo?

Nunca me he resignado a esto, por difícil que me haya resultado tantas veces vivir una experiencia semejante fuera de la contemplación estética o del encuentro amoroso. En mi caso personal, como poeta que se ha visto iluminado en numerosas ocasiones por la intuición creadora a través de la palabra, no me he resignado nunca a pensar que esos instantes fueran un privilegio ajeno a la existencia diaria. Si el arte y el amor son importantes, con importancia soberana, la experiencia artística y la amorosa deben ser la clave de toda nuestra vida.

De ese convencimiento, de ese deseo de una felicidad que se haga realidad en cada momento de nuestra existencia, han nacido estas reflexiones que tanto me han ayudado a vivir.

De entrada, el arte y el amor tienen algo en común: nada está hecho en ellos; todo es creación del artista y del espectador, del amante y del amado. Hay uno que toma la iniciativa, sí; pero, una vez establecida la relación artística o amorosa, ambas personas tendrán que crear un camino nuevo, absolutamente original, para poder encontrar la dicha. De la vida como creación constante de uno mismo, de la vida creadora en todas sus situaciones, tratan las páginas siguientes.

***

Este es un libro para leer despacio, sin prisa por acabarlo: no porque su lenguaje no sea claro, que lo es; al menos eso he pretendido en todo momento. Es un libro para leer despacio porque no lo escribiré yo solo, sino el lector conmigo. Sí, cada uno tiene que completar con su pensamiento y su deseo todo lo que aquí apenas se anuncia con unos cuantos trazos.

Un párrafo puede dar motivo suficiente para pensar, vivir y soñar una tarde o una mañana entera, porque este libro, que habla de la vida como obra de arte, habla precisamente de eso: de la vida, de ese tema inacabable que es la vida y, concretamente, la vida tuya y la vida mía.

Este libro abre muchas puertas. En primer lugar, me ha abierto las puertas del mundo microscópico que me envuelve cada día y me ha permitido respirar el aire puro del Mundo verdadero. Si el ritmo y el sentido de la vida contemporánea tienden a encapsularnos y a meternos en un frasco cada vez más hermético, lo que he pretendido aquí es abrir muchas puertas a la inmensidad del Universo. Una vez abierta cada puerta, la he dejado abierta para siempre, porque cada lector, con su propia vida, es quien tiene que recorrer los senderos que cada una de las puertas inaugura.

Esa apertura permanente a los innumerables caminos que hará cada lector con sus propias pisadas no significa que este libro sea un laberinto. Nada más lejos: este libro, como la vida personal de cada uno, tiene un principio y un final muy coherentes, precisamente porque la vida, como toda verdadera obra de arte, también tiene un sentido y un destino. La coherencia del libro no la dan mis planteamientos ni mis respuestas, que nunca concluyen definitivamente. La coherencia la da el mismo Mundo al que todas estas puertas se abren, el cual tiene un sentido mucho más ambicioso y pleno que el de los compartimentos estancos en que cada día nos encerramos.

Invito, pues, a una lectura serena. Precisamente por eso he procurado que el texto del libro sea lo más breve posible.

Valle de Guerra (Tenerife), 27 de abril de 2019

1.

VIDA CREADORA Y VIDA AUTOMÁTICA

SI RESULTA DIFÍCIL CREAR UNA OBRA de arte lograda, una obra que inaugure en el espectador la visión de un mundo nuevo y realísimo a la vez, tanto o más difícil es crear una vida lograda, una vida feliz. Si el artista sufre en muchos momentos de su trabajo creador, tratando de encarnar en la materia de un papel o de un lienzo la luminosa imagen que vio con los ojos del alma, también sufre el creador de una vida feliz para alcanzar el resultado de la dicha verdadera.

La salvedad es que la segunda obra, la vida, dura lo que dura la existencia, y por este motivo el dolor se puede sentir durante más tiempo. En cualquier caso, la obra de arte lograda y la vida feliz se inician a partir de una luz inicial: una imagen cuyo resplandor llena el alma del creador artístico o vital de una promesa de felicidad hasta ahora desconocida. Y es tanta la fuerza de esa promesa, y es tan real su luz, que da aliento al creador para lanzarse a una aventura que, de entrada, le excede, pero que vale todas las penas y garantiza todas las alegrías.

La dificultad sólo atañe a las condiciones del trabajo creador, a la relativa incertidumbre con que se da un paso y otro (todo lo contrario al trabajo automático) y al continuo riesgo de equivocarse. Pero el resultado a corto y largo plazo compensa cualquier esfuerzo con una satisfacción inmensa.

Lo importante en ambos casos, arte y vida, es esa imagen cuya luz nos atrae de forma irresistible y permanente. Esa luz compensa cualquier tramo oscuro del camino hacia la consecución de la obra de arte o de la felicidad plena de la existencia. Digo esto porque, para el ser humano (que vive en la limitación del tiempo pero que quiere vivir en un tiempo ilimitado), muchos obstáculos le dificultan a diario la contemplación de esa imagen verdadera que un día iluminó toda su vida.

Lo mismo ocurre al poeta que una tarde vio la espuma del mar en otra orilla distinta de la suya y vio que el mar y el mundo entero eran su propia casa. ¿Quién le hará dudar de esa realidad que descubrió por medio de una imagen tan patente? Sin embargo, la superficie inmensa del papel en blanco y los mil deberes más urgentes de cada jornada le exigen mucho esfuerzo para cavar el surco y echar la semilla de palabras que, más tarde o más temprano (extrema incertidumbre), harán brotar el fruto sabroso del poema cumplido.

Luz que entreveo y que me atrae con una promesa de iluminación plena y permanente. Y, a la vez, un sinfín de recodos en medio del camino que no sólo me hacen difícil percibir esa luz, sino que con frecuencia me llevan a pensar que aquella luz fue sólo un espejismo. He aquí la persistente lucha del poeta y del hombre.

Lo fácil es que, en medio de tantas vicisitudes, permitamos que aquella imagen luminosa se nos olvide y la sustituyamos por una lámpara eléctrica, para sentarnos junto a ella en un rincón oscuro. Lo fácil es dejar que el mundo se nos reduzca a ese rincón donde instalemos una tienda más o menos confortable, autoconvenciéndonos de que el universo no es nuestro y de que cualquier afán por poseerlo será una aventura pueril. Lo fácil es abandonar la vida creadora, con su carga habitual de incertidumbre y de oscuridades, para conformarnos con una vida automática donde cada deseo —y aun cada capricho— se vea satisfecho por un placer inmediato y provisional, con toda la fragilidad que esto conlleva.

DEL HOMBRE CREADOR AL HOMBRE CONSUMIDOR

Este es el paradigma vital que nos ofrece continuamente la sociedad de consumo, donde el hombre no se define por lo que crea, es decir, por lo que aporta al universo. Lo que define al hombre de nuestra sociedad y de nuestros sistemas educativos es su hábito diario para consumir productos fabricados en serie. El mundo ya no es tierra para cultivarla y transformarla según nuestros deseos y proyectos, sino un mercado donde comprar lo que otros han producido –no creado– para satisfacer la demanda de todos los consumidores.

Y lo dicho vale tanto para los productos que reclama nuestro cuerpo —ya sea por necesidad fisiológica o por puro capricho— como para los que llenan nuestro espíritu y acallan la ansiedad natural de un amor sin límites. El resultado es la uniformidad de cuerpos y espíritus que observamos en nuestra sociedad, donde la libertad personal es simplemente una posibilidad de consumir tanto o cuanto, pero no de elegir el producto consumido, y mucho menos de crearlo.

No quiero ser alarmista ni profeta de ninguna desgracia universal, por muchas que lleguen cada día a nuestros oídos. Tampoco pretendo volver nostálgicamente a una Arcadia agrícola y ganadera. Si la inteligencia humana ha podido diseñar y fabricar unos instrumentos en los que delegar gran parte de las tareas de la tierra y del ganado (nunca podrá delegar todo), el hombre también tendrá que empeñar gran parte de su trabajo —es decir, de su potencia creadora— en cultivar, crear, nuevos terrenos.

Como ejemplo de esas tareas creativas y tan necesarias, pongamos la preparación de alimentos cada vez más saludables, la confección de unos vestidos más acordes con la personalidad de cada uno; la programación e instalación de unas infraestructuras materiales que hagan la vida humana más confortable, el diseño de un sistema educativo que desarrolle la capacidad crítica y creadora de los niños y jóvenes. Y, entre otras muchas más tareas, el desarrollo de unas ciencias biomédicas que posibiliten una vida sana, precisamente para que el hombre pueda dedicarse sin sobresaltos a las grandes aventuras del espíritu.

Digo esto porque en el hombre (entiéndase siempre el hombre y la mujer, por supuesto) cuerpo y espíritu son una sola cosa, aunque la capacidad creadora nace del espíritu y desde él se proyecta siempre por todo su ser y el de sus semejantes.

Por seguir usando la analogía vida-obra de arte, el artista siente en su alma una insuficiencia inquietante ante la realidad material que contempla —por mucho que le guste y que la ame—, una insuficiencia que nace del campo visual siempre insaciable del espíritu, pues la visión del cuerpo, en cuanto realidad material separada y propia, es siempre otra realidad material más o menos limitada.

El artista, pese a todo, puede ver en la materia la imagen del otro y de los otros, la imagen del mundo. Pero ese ver la materia y mucho más allá sólo acontece por una inquietud radical que precede a toda mirada física y que, por tanto, podemos llamar inquietud espiritual. La inquietud es, pues, espiritual, aunque sólo se despliega y satisface viendo con los ojos del cuerpo la materia que este tiene ante sí. En ella ve también el artista la inmensa realidad que esa materia representa.