La vida que vale la pena vivir - Miroslav Volf - E-Book

La vida que vale la pena vivir E-Book

Miroslav Volf

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Beschreibung

A través del concepto La Pregunta —la cual engloba las ideas de mérito, bondad, valor, sentido, propósito, entre muchas más—, los autores y catedráticos del Programa de Humanidades de Yale invitarán al lector a reflexionar y a encontrar el verdadero sentido de su vida, basándose en importantes figuras de tradiciones religiosas y filosóficas, que lo impulsarán a ser más responsable de su vida, enfrentar sus miedos y a volver reales sus más impulsos más profundos.

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Seitenzahl: 479

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Esta es la adaptación impresa del curso con más demanda en el programa de Humanidades de Yale, que ha sido descrito por los estudiantes como un verdadero transformador de vida.

Aquí lograrás responder las grandes interrogantes de tu existencia a través de diversas perspectivas filosóficas y religiosas.

También descubrirás en dónde se encuentra tu vida en estos momentos, su significado y las áreas de oportunidad que necesitas trabajar o cambiar.

El propósito de la experiencia humana es diferente para cada individuo y encontrar tu propio camino es lo más importante en este momento.

Aprende a vivir con intención y dedica tus días a hacer lo que más importa.

MIROSLAV VOLF

 

Profesor de Teología y fundador y director del Centro de Yale para la Fe y Cultura. Se educó en su natal Croacia, también en Estados Unidos y Alemania, en donde obtuvo sus títulos de doctorado y posdoctorado con los más altos honores. Ha escrito y editado más de 20 libros, más de 100 artículos académicos y su trabajo ha aparecido en diversos medios comoThe Washington Post,NPR, entre otros.

 

MATTHEW CROASMUN

Investigador asociado y director del programaLife Worth Living del Centro de Yale para la Fe y Cultura, y profesor de Humanidades en la Universidad de Yale. Gran parte de su trabajo se centra en los límites de la identidad religiosa e ideológica para ayudar a diferentes comunidades a plantearse las grandes preguntas de la vida. Es autor, coautor y coeditor de más de cinco libros.

 

RYAN MCANNALLY-LINZ

Director asociado del Centro de Yale para la Fe y Cultura. Trabaja en la intersección de la teología, la ética y la crítica cultural. Sus intereses incluyen la ética teológica de la humildad, el lugar de la escatología en el pensamiento y la vida cristianos, la teología bíblica, y la filosofía de Charles Taylor. Es autor y coautor de varios libros y ha aparecido en un sinfín de artículos académicos.

 

A nuestros estudiantes de Life Worth Living, en Yale y más allá: este libro es para ustedes. Esperamos que sea un testimonio de lo que hemos aprendido juntos.

 

A nuestros lectores: vale la pena vivir su vida. Esperamos que este libro los ayude a apreciar de manera más profunda el valor de nuestra humanidad compartida.

Índice

Introducción. Este libro podría destruir tu vidaParte I. El primer saltoUno. ¿Qué vale la pena querer?Dos. ¿Por dónde empezamos?Parte II. Las profundidadesTres. ¿A quién le respondemos?Cuatro. ¿Cómo se siente vivir bien?Cinco. ¿Qué deberíamos desear?Seis. ¿Cómo deberíamos vivir?Parte III. Los cimientosSiete. La prueba de la recetaOcho. El panorama completoParte IV. Enfrentar los límitesNueve. Cuando (inevitablemente) nos sale malDiez. Cuando la vida duele...Once... Y no puedes arreglarloDoce. Cuando todo terminaParte V. De regreso a la superficieTrece. Resulta que tenemos trabajo por hacerCatorce. El cambio es difícilQuince. Hacer que dureEpílogo. Lo que realmente importaAgradecimientos

IntroducciónEste libro podría destruir tu vida

Antes de convertirse en Buda, la vida de Siddhartha Gautama iba muy bien de acuerdo con los estándares. Era un príncipe, después de todo, y gozaba de los lujos y privilegios de la realeza. Vivía en un palacio opulento, disfrutaba manjares y se vestía con la ropa más elegante. Su padre cuidaba de él y lo preparaba para reinar sobre sus tierras. Se había casado con una princesa y estaban esperando a su primer hijo.

La abundancia, el poder y la felicidad en familia eran suyos. Día a día probaba el fruto de la buena vida. Hasta que todo se convirtió en cenizas en su boca.

Un día, mientras cabalgaba por el parque real, Siddhartha vio a un hombre de edad avanzada con aspecto frágil y le sorprendió la idea del deterioro por la edad. Al día siguiente, en el mismo parque, se encontró a un hombre enfermo. Al siguiente, un cuerpo en descomposición.

Profundamente afectado por el sufrimiento que parecía impregnar su existencia, decidió regresar una vez más al parque el día que nació su hijo. Esta vez se encontró con un monje errante y fue invadido por el impulso de renunciar a su vida como parte de la realeza.

Esa misma noche, Siddhartha dejó todo para buscar la iluminación. No se despidió de su esposa ni de su recién nacido, por miedo a que su valor le fallara. Su vida ahora era una misión. Había visto la verdad del sufrimiento y no se detendría sino hasta encontrar una manera de vencerlo.

Comenzó a ayunar y a ser muy disciplinado con su cuerpo, intentando encontrar la liberación por medio del agotamiento espiritual. Nada funcionó, así que buscó en otro lado.

Años después de irse de casa, Siddhartha se sentó inmóvil a los pies de un árbol de higo. Meditó por siete semanas, hasta que alcanzó la revelación que buscaba: el sufrimiento viene del deseo, así que quien no deseé nada será libre del sufrimiento.

Dedicó el resto de su vida a compartir esta revelación, dando el regalo de la iluminación a cualquiera dispuesto a recibirlo. Casi 2 500 años después, sus enseñanzas han influido en la vida de millones de budistas e incontables personas que han encontrado el valor en su modo de vida.

 

Antes de ser conocido como el primer papa, Simón era un hombre común y corriente. Vivía en una casa pequeña, en un pueblo pequeño, en un terreno a la orilla de un gran imperio. Se casó con una mujer del mismo pueblo y vivía cerca de sus suegros.

Como muchos de sus vecinos, se ganaba la vida como pescador. Pasaba la mayoría de sus noches en el lago con su hermano Andrés, ejerciendo su oficio e intentando atrapar algo. En el séptimo día de la semana, como la ley de Dios dictaba, descansó y asistió a los servicios en la sinagoga del pueblo.

Un trabajo estable, una familia, una comunidad. No era una vida extravagante, pero era respetable y estaba llena de una felicidad ordinaria. Hasta que una palabra puso su mundo de cabeza.

“Síganme”.

Jesús, el nuevo maestro de Nazaret, se paró a la orilla del lago y llamó a Simón y Andrés. Normalmente esto sonaría ridículo. ¿Quién se acerca a dos hombres mientras trabajan y les pide que dejen todo y lo sigan? Pero Jesús les habló con una autoridad sorprendente.

En el pueblo se decía que lo que predicaba era verdad, que sus palabras eran poderosas y que cosas increíbles pasaban cuando él estaba ahí.

Por alguna razón que no entendía, Simón lo siguió. Por tres años lo escuchó e intentó entenderlo. Asombrado, fue testigo de milagro tras milagro. Aprendió a llamar a este hombre algo más que “maestro”, lo llamaba “Señor”. Y este Señor, a cambio, le dio un nombre nuevo: Pedro, que significa “piedra”.

Pero, una y otra vez, Pedro falló al intentar hacerle justicia a su nombre. Entendía mal las cosas, se ponía celoso y, cuando más importaba, fue cobarde: cuando las autoridades arrestaron a Jesús, Pedro negó conocerlo. Observó con impotencia mientras los soldados imperiales crucificaban a su Señor.

Se habría perdido todo, todas las personas que lo seguían se quedarían sin nada. Sin embargo, en el tercer día, se asombró al encontrarse con su Señor, resucitado de entre los muertos.

De ahí en adelante, Pedro dedicó su vida a vivir como Jesús mandaba y a esparcir las buenas nuevas. Por años lideró a una comunidad de creyentes que no paraba de crecer. Aparte del peregrinaje de más de 100 kilómetros a Jerusalén, no muchos pescadores se alejaban de sus pueblos.

La misión de Pedro lo llevó a Siria, Grecia y Roma, la capital imperial. Esta misión fue la causa de su muerte. Según la tradición cristiana, Pedro fue crucificado en Roma.

Se dice que insistió en que lo pusieran de cabeza, porque no merecía morir de la misma manera que su Señor.

 

Antes de ser la líder de un movimiento antilinchamientos y un ícono de la liberación de las mujeres y la comunidad negra, Ida B. Wells era una joven que vivía bajo circunstancias difíciles.

Nació como esclava en Misisipi y fue liberada por la Proclamación de Emancipación cuando era una niña, aunque lamentablemente perdió a sus padres y su hermano menor durante una epidemia de fiebre amarilla cuando tenía 16 años. Para cubrir sus gastos y los de los hermanos que le quedaban, tomó un trabajo como maestra.

Cuando cumplió 20 años, ya había ahorrado lo suficiente para comprar un tercio de las acciones de un periódico que apenas comenzaba, Free Speech (Libertad de Palabra), y empezar una carrera como periodista. Las cosas parecían estar mejorando, hasta que una terrible injusticia, aunque demasiado predecible, lo cambió todo.

El 9 de marzo de 1892, Thomas Moss, Calvin McDowell y William “Henry” Stewart fueron linchados en las afueras de la ciudad de Memphis. El crimen fue algo personal para Wells: era la madrina de Maurine, la hija de Moss.

Con el tiempo, Wells se dio cuenta de que había creído en una mentira: “Como muchas otras personas que habían leído sobre los linchamientos en el sur, acepté la idea de lo que significaban: que aunque los linchamientos eran irregulares y en contra de la ley y el orden, la causa había sido un enojo irracional por el terrible crimen de una violación, que tal vez esa brutalidad merecía la muerte y que la multitud estaba justificada al quitarles la vida”.1

Sin embargo, Wells conocía a Moss, McDowell y Stewart. “No habían cometido ningún crimen contra las mujeres blancas”. De repente, se dio cuenta de que los linchamientos eran solo “una excusa para deshacerse de los negros que estaban consiguiendo dinero y propiedades, y por eso debían mantener a esa raza aterrorizada”. Pocas personas en su época hablarían de esta verdad tan claramente.

Una vez que Wells lo dejó claro de forma impresa, “un comité de ciudadanos prominentes”2 (también conocidos como una multitud de justicieros blancos) saqueó las oficinas de Free Speech y dejó una nota en la que decían que “cualquiera que intentara publicar el periódico de nuevo sería castigado con la muerte”.

Wells perdió su periódico, pero fue firme en su vocación por contar la verdad sobre los linchamientos a un mundo que muchas veces se negaba a escuchar.

Con mucho cuidado, buscó información sobre los linchamientos en todo Estados Unidos y publicó sus descubrimientos en panfletos que tuvieran amplia circulación. Habló casi por toda América del Norte y Gran Bretaña. Bajo su influencia se fundó la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés).

Wells también trabajó sin cesar en nombre de los derechos de las mujeres, ayudando a fundar el Club Sufragista Alfa y la Asociación Nacional de Clubes de Mujeres de Color (NACWC, por sus siglas en inglés). En 2020, Wells fue honrada póstumamente con un reconocimiento honorario del Premio Pulitzer.

Millones de personas se han beneficiado de su incansable labor y su infalible compromiso con la verdad.

La Pregunta

Gautama Buda: el privilegiado príncipe que se convirtió en el venerado fundador de una de las más increíbles tradiciones del mundo. Simón Pedro: el falible seguidor de Jesús que se convirtió en la roca sobre la que se construyó la Iglesia cristiana. Ida B. Wells: la estable maestra que se convirtió en el honesto ícono de la liberación de los negros y del movimiento por los derechos de las mujeres.

Tres personas muy diferentes con vidas muy distintas. Lo que sus historias comparten es una experiencia que les hizo cuestionar el rumbo de sus vidas. Lo que habían considerado normal y establecido se volvió cuestionable. Algo, tal vez todo, tenía que cambiar.

En estas experiencias había una pregunta implícita, fundamental y difícil de articular, y hay muchas maneras de expresarla. ¿Qué es lo que más importa? ¿Qué es una buena vida? ¿Cómo se ve una vida floreciente? ¿Qué tipo de vida se merece nuestra humanidad? ¿Qué es la vida verdadera? ¿Qué es correcto, verdadero y bueno?

Ninguna de estas expresiones logra capturarla por completo. La pregunta que intentan articular siempre las supera, no se deja definir. Sin embargo, eso no significa que sea menos real o importante. Por más difícil que sea, es la Pregunta de nuestras vidas.

La Pregunta es sobre el mérito, el valor, la bondad y la maldad, el sentido, el propósito, los objetivos finales, la belleza, la verdad, la justicia, lo que nos debemos los unos a los otros, cómo es el mundo, lo que somos y cómo vivimos. Sobre el éxito o el fracaso de nuestras vidas.

Sin importar cómo llegue a nosotros, cuando la Pregunta llega, amenaza con (¿o promete?) cambiar todo. Nada fue igual para Siddhartha después de su renuncia, para Simón después de su llamado o para Wells después de encontrar su vocación como respuesta al asesinato de sus amigos.

Desde cierta perspectiva, sus vidas quedaron arruinadas. Desde su propia perspectiva, sus vidas encontraron un nuevo camino. Renunciaron a mucho. En el caso de Wells, la pérdida fue doble: lo que sacrificó fue mucho más que lo que le quitó la turba de linchamiento. Lo que ganaron fue más importante: transformación, un cambio radical en su camino por el mundo, un nuevo impulso para sus vidas. De hecho, fue más importante para ellos que sus propias vidas.

Este libro es sobre la Pregunta.

Vamos a estudiar la topografía de la Pregunta, marcar algunos puntos de referencia y delinear algunos límites. Y vamos a equiparte con hábitos de reflexión específicos que necesitas para interactuar con la pregunta más importante (y confusa) de todas, para que tengas los oídos para escucharla y los recursos para responderla cuando llegue a ti.

Piensa en este libro como un atlas y una caja de herramientas.

Es claro que estas páginas no tendrán el mismo efecto que un evento que cambie tu vida. Perder amigos ante la violencia supremacista blanca, encontrar a un maestro que parece encarnar el poder y la verdad de Dios, de repente ver la profundidad del sufrimiento en el mundo, este es el tipo de conmociones que no pueden planearse, predecirse o replicarse en un libro.

Pero la Pregunta es impredecible. Cuando la verdad y el valor están sobre la mesa, incluso un libro puede guiarnos al cambio. Frederick Douglass (1818-1895) leyó The Columbian Orator en su juventud mientras estaba esclavizado y no solo encontró una educación en retórica, sino una visión nueva de la libertad y los derechos humanos.3

La Pregunta puede aparecer cuando menos lo esperemos, se esconde en los momentos ordinarios de nuestras vidas, lista para poner las cosas de cabeza y colocarnos en caminos nuevos y sorprendentes.

Es posible que todo esto suene abrumador o incluso intimidante. Tal vez sientes un nudo formándose en tu estómago. Está bien, de hecho, es algo bueno. Si sientes que las cosas te sobrepasan un poco, eso solo significa que entiendes lo que está en juego. La buena noticia es que no estás solo.

Encontrar amigos

El novelista y pensador cristiano C.S. Lewis (1898-1963) hace la diferencia entre compañeros y verdaderos amigos. Con nuestros compañeros solemos tener una actividad en común, ya sea una religión, una profesión, un área de estudio o incluso un pasatiempo. Todo eso está bien, pero no es una amistad de acuerdo con Lewis.

La amistad requiere algo más: una pregunta compartida. Cuando alguien “está de acuerdo con nosotros en que alguna pregunta, poco considerada por otros, es de gran importancia —dice—, puede ser nuestro amigo. No necesita coincidir con nosotros en ninguna respuesta”.4

La Pregunta es demasiado para que la afrontemos por nuestra cuenta. Necesitamos amigos que la busquen con nosotros. Así que aquí está una invitación: en lo que concierne a este libro, seamos amigos. La Pregunta es muy importante para nosotros, nos preocupa mucho, y te invitamos a que hagas lo mismo. No necesitamos coincidir en la respuesta.

Una de las mejores partes de tener amigos es que suelen presentarte a otras personas que comienzan como sus amigos y con el paso del tiempo también se convierten en los tuyos.

Desde 2014, los tres hemos impartido una clase en Yale llamada Life Worth Living (en adelante "La vida que vale la pena vivir"). A lo largo de los años, más de una docena de colegas ha enseñado a nuestro lado y cientos de estudiantes han participado. Juntamos a grupos pequeños de más o menos 15 estudiantes en mesas para seminarios y le dedicamos nuestro tiempo juntos a la Pregunta.

En cada clase leemos textos de las tradiciones religiosas y filosóficas principales, para ayudarnos a orientar la conversación. Hemos facilitado conversaciones similares con grupos de adultos a la mitad o finales de su carrera y con un grupo de hombres dentro de una prisión federal.

En cada contexto, tratamos La Psicología y la Buena Vida como una larga conversación entre amigos actuales, con ayuda de amigos del pasado increíblemente perceptivos.

Eso es lo que hacemos en las siguientes páginas. Conforme se presente la oportunidad, traeremos a la mesa a algunas de las personas de varias partes del mundo, que han pensado profundamente en la Pregunta a lo largo de la historia. Los dejaremos hablar y veremos qué pueden enseñarnos sobre lo que importa y por qué.

Volveremos a escuchar de Buda y algunas otras figuras importantes de tradiciones religiosas y filosóficas (Abraham, Confucio, Jesús y algunos otros), pero también de algunas personas menos conocidas que seguían estas tradiciones, e incluso de algunos de nuestros contemporáneos.

Piensa en este libro como una mesa para seminarios que rompe las reglas del tiempo y el espacio, donde logramos alcanzar un lugar al lado de los niños listos. Como le decimos a nuestros estudiantes en Yale, mientras más atención le pongas a lo que tus amigos dicen en la mesa, más provecho podrás sacarle a la experiencia.

Antes de seguir, hagamos cuatro rápidos avisos. De lo contrario, el método de la mesa para seminarios podría llevar a unos terribles malentendidos.

1. La mayor parte del tiempo en este libro describiremos lo que otras personas piensan. Cuando hagamos eso, intentaremos hacerlo de la mejor manera. Intentaremos presentar esas perspectivas de la manera más convincente posible, pero no serán nuestras perspectivas.

No todo lo que digamos aquí será algo que nosotros creemos. Conforme vayas leyendo, pon atención para diferenciar cuando estemos representando nuestro propio punto de vista o describiendo lo que alguien más piensa. Eso no solo minimizará nuestros malentendidos, sino que nos ayudará a apreciar el dinamismo de la conversación entre diferentes perspectivas que intentamos propiciar.

Dicho esto, es importante que sepas que no somos unos guías turísticos neutrales de la “buena vida”. Nadie se enfrenta a la Pregunta desde la nada, todos tenemos un lugar y nuestros propios compromisos. Así que, como lo hacemos desde el inicio en nuestro salón de clases, déjanos explicarte de manera breve dónde estamos parados.

Los tres somos cristianos, específicamente, somos teólogos cristianos (lo que significa que es nuestro trabajo pensar en la fe cristiana) que viven y trabajan en Estados Unidos. Hemos hecho nuestro mejor esfuerzo (por razones también específicamente cristianas) por ser imparciales con las voces alrededor de la mesa. Hemos intentado no influir, pero sería engañoso no contarte desde dónde hablamos y dejar que tú decidas lo que haces con esa información.

2. Cuando invitamos a otras personas a la mesa, no esperamos que hablen en nombre de toda su religión o escuela filosófica. No hay manera de sumar o resumir lo que suelen ser miles de años de hermosas tradiciones en tan pocas páginas, ni siquiera varios libros bastarían.

No es nuestra intención que termines este libro pensando que entiendes el confucianismo, el utilitarismo o el judaísmo. En lugar de eso, esperamos que al final te vayas pensando que descubriste algunos conceptos clave que personas de esas tradiciones han planteado.

Y si te interesas en uno o más de los amigos alrededor de la mesa, vas a descubrir más sobre ellos (les decimos lo mismo a nuestros estudiantes de Yale el primer día de clases).

3. No supongas que todas las personas que hemos invitado a la mesa están de acuerdo los unos con los otros en lo que es realmente importante. Puede ser tentador pensarlo, especialmente para quienes se preocupan por que los desacuerdos religiosos e ideológicos impulsen los conflictos sociales, culturales y políticos de la actualidad.

Un núcleo universal con el que todos parecen estar de acuerdo suena como una solución sencilla, pero eso no existe. Aquí es cuando la metáfora de la mesa de seminarios se vuelve útil. Los profesores de humanidades no entran a sus salones de clase asumiendo que todos los estudiantes piensan igual, o que todos pensarán lo mismo al final de la clase. Soportar los desacuerdos ya es parte del formato.

4. En el formato del seminario también está incluido el hecho de que alguien, en algún momento, tendrá el comentario final en una conversación, pero eso no significa que han decidido cuál es la pregunta. Solo significa que se acabó la clase.

Así funcionará también nuestra mesa para seminarios imaginaria. Alguien debe tener la última palabra, pero eso no significa que sea la mejor respuesta o la última.

Solo porque un capítulo se cierre con un punto de vista determinado, no significa que sea el correcto o el que nosotros creamos que tiene la razón.

 

Bueno, suficientes aclaraciones. Sigamos.

Des-ca-be-lla-do

Por pura casualidad, cada uno de nosotros tiene una hija. Cuando la hija de Ryan tenía 6 años, estaba aprendiendo a leer y había llegado al punto de aprender palabras grandes. Palabras como descabellado.

Cuando sus pequeños ojos de 6 años se posaron sobre esa palabra, vieron algo impronunciable, imposible de leer y que parecía una línea interminable de letras. Todo en ella le pedía rendirse, pero, cuando eres la persona que le lee El libro sin dibujos a tu hermano menor, no puedes rendirte tan fácil y darle el libro a tu papá. Después de todo, es un asunto muy serio.

El truco, como ella aprendió con el tiempo, es tomar esa larga e intimidante línea de letras y separarla en segmentos más sencillos: Des-ca-be-lla-do. Eso era una montaña fonética mucho más fácil de escalar.

La Pregunta, como hemos dicho, es increíblemente grande. Es ridículamente grande. Es el tipo de pregunta que hace muy tentadora la idea de rendirte. Sin embargo, cuando eres la persona a cargo de darle forma a tu vida, no puedes solo darte por vencido y dejarle la responsabilidad a alguien más. Esto es realmente un asunto serio.

Nos gustaría sugerir el mismo truco que la hija de Ryan usó con la palabra descabellado: toma esa enorme e intimidante Pregunta y divídela en piezas mucho más sencillas.

Haz con la reflexión sobre la vida más o menos lo mismo que harías con la fonética. Son preguntas complementarias más pequeñas y específicas que cuestionan aspectos individuales de la Pregunta tan ridículamente grande.

Este es el acercamiento que tomamos en la clase de La vida que vale la pena vivir, y funciona. Los estudiantes llegan sin saber cómo empezar a hacer la Pregunta o sin siquiera saber que esta existe. Obviamente tampoco saben cómo responderla.

Se van de la clase con herramientas que los ayudarán a regresar a ella una y otra vez con más confianza y mayor probabilidad de llegar a respuestas muy buenas.

Usaremos el mismo acercamiento aquí: en cada capítulo del libro tomaremos una de las preguntas complementarias. Hablaremos de cada una, veremos quiénes levantan la mano para ofrecer una respuesta y luego señalaremos la importancia de responder de diferentes maneras.

Lo que estos capítulos no harán es responder las preguntas complementarias por ti. Ese es tu trabajo. Aunque es importante tener amigos a tu lado a lo largo de esta misión, la verdad es que solo tú puedes responder la Pregunta o las preguntas complementarias más sencillas.

Solo tú

¿Qué tanta libertad tenemos al darle forma a nuestra vida? ¿Cuánta responsabilidad tenemos sobre ella?

Cuando juegas guerra, un juego de cartas, al inicio te dan un mazo al azar, y también al resto de la mesa. No sabes cuáles son tus cartas ni cuáles son las de los otros jugadores.

Cada jugador le da la vuelta a la primera carta del mazo que le tocó; quien consiga la carta más alta, se lleva todas las cartas que han volteado y las pone hasta debajo de su mazo. Si dos o más jugadores quedan empatados, sacan otra carta… y otra… y otra…, hasta que alguno saque una carta más alta.

El juego sigue, implacable y sin piedad, hasta que un solo jugador tenga todas las cartas.

No hay decisiones en este juego, solo hay un procedimiento. Cualquier máquina que pueda reconocer qué cartas son más altas o bajas podría jugar tan bien como cualquier humano. Nadie es responsable por cómo se desarrolla el juego.

Al comenzar una partida de póker, al igual que en guerra, te dan un mazo de cartas al azar, al igual que a todos los demás en la mesa. En este juego no puedes ver la mano de los otros jugadores, pero sí puedes ver la tuya.

Conforme avanza el juego, los jugadores hacen apuestas y se da la vuelta a las cartas para sumarlo a lo que cada quien tiene en su mano. La idea es armar la mano de cinco cartas más fuerte.

Hay reglas que indican cuál mano es la más fuerte y otras que explican cómo puedes responder en cada punto de la ronda. Hay límites sobre cuánto y qué tan seguido puedes apostar, y no puedes voltear las cartas de otros jugadores ni barajar el mazo cuando quieras. Ese tipo de cosas.

Cuando juegas póker, no tienes todo el control. No eliges tus cartas ni las de tus oponentes, tampoco cómo hacen sus apuestas ni cómo responden a las tuyas, mucho menos eliges las reglas del juego. Casi todo está fuera de tu control.

Sin embargo, eres responsable de cómo juegas tu mano. No puedes predecir el resultado, eso siempre depende de la suerte y de cómo actúan los otros jugadores, pero no significa que no estés involucrado en el resultado. Todo depende, en parte, de cómo reacciones a las situaciones que se te presentan. Eres un participante y eres responsable de cómo actúas.

Parece que guerra y el póker son completamente opuestos. En Guerra parece que no tomas decisiones y no tienes ninguna responsabilidad, mientras que en el póker estás limitado por tus decisiones y una responsabilidad muy real.

Sin embargo, aquí está el detalle: incluso cuando juegas Guerra, tienes cierta responsabilidad. Claro que no eres para nada responsable del resultado, pero sí de cómo juegas.

¿Serás amable con la niña que se está divirtiendo al otro lado de la mesa o le guardarás rencor por arrastrarte a este infierno determinista? ¿Seguirás las reglas o te cambiarás de lugar discretamente para conseguir una mejor mano mientras tu oponente va por un bocadillo? (Uno de nosotros lo intentó cuando teníamos 4 años. No funcionó).

¿La vida se parece más al póker o a guerra? ¿Qué tanto espacio para maniobrar nos dan las “reglas” de la vida? Es difícil decirlo. Hay muchos argumentos buenos de ambos lados, pero, sin importar en qué punto del espectro póker-guerra quede la verdad, hay dos puntos importantes.

Primero, tienes cierta responsabilidad por la forma de tu vida. (La forma de tu vida incluye tus victorias, tus derrotas y cómo juegas). Segundo, esa responsabilidad no es ilimitada, está restringida. No decidiste dónde nacer. Un mundo enorme y abrumadoramente complicado siempre está dándole forma a las situaciones en las que te encuentras y tú no puedes elegir el resultado. (Esfuerzo y sudor no garantizan el éxito. Eso es una fantasía estadounidense, y una muy dañina).

Ni siquiera quién eres depende por completo de ti. Todos pasan por cosas que los cambian de maneras que, si pudieran elegir, hubieran evitado. En aspectos muy importantes, simplemente somos quienes somos.

No eres un dictador omnipotente, no tomas todas las decisiones. Eso es obvio.

Pero, para regresar al primer punto, tampoco eres una roca. Una roca no responde si alguien la levanta, la talla y la deja como decoración en el sendero de un jardín.5 Puedes responder, en maneras limitadas, pero no por eso menos reales, a lo que te pasa y lo que ocurre a tu alrededor. Tú juegas tu mano.

Tampoco eres un hámster. Un hámster no responde si alguien lo levanta. Puede que haya una manera en la que decide responder, pero un hámster no puede preguntar cómo debería responder. Tú sí y, porque puedes, también eres responsable de si lo haces o no.

Incluso aquí hay límites. Los antiguos mayas no podían solo decidir que la iluminación, seguir a Jesús o buscar la justicia racial era el propósito de la vida o lo que deberían estar buscando. Esas ni siquiera eran posibilidades reales para ellos, pero la responsabilidad aquí es real.

Solo porque hay un camino normal que seguir no significa que no seas responsable de seguirlo o no. Solo porque hay una visión estándar de lo que es una buena vida para alguien como tú no significa que no seas responsable de si la haces tuya o no.

Esta es la forma más básica de la responsabilidad restringida que caracteriza tu vida.6 Es la responsabilidad de decidir, lo mejor que puedas, qué tipo de vida vale la pena buscar, la responsabilidad de ver la Pregunta y responderla.

Es tan malo como crees (y eso es bueno)

Sin duda, el dicho más popular de Jesús de Nazaret en nuestra época es: “No juzguen y no serán juzgados”,7 incluso cuando algunos cristianos contemporáneos están desesperados por juzgar a otros.

Intentamos alejarnos de los juicios, especialmente cuando nuestras vidas enteras están en juicio. Nuestro mayor miedo cuando alguien juzga una parte de nuestra vida es que esté juzgándola toda.

Este libro afirma que nuestros más grandes miedos son reales. Nuestras vidas, no solo algunos aspectos, sino en su totalidad, están sujetas a juicio. Quién puede juzgarnos y con qué estándares son las preguntas importantes, y hablaremos de ellas en las siguientes páginas.

Sin embargo, comenzamos con la idea de que nuestras vidas completas pueden triunfar o fracasar. Algunas de las cosas que hacemos o dejamos de hacer indican nuestros triunfos y fracasos no solo en un aspecto de nuestra vida, sino en nuestra humanidad misma.

Este libro, sin embargo, también afirma que es algo bueno que haya tanto en juego cuando se trata de nuestras vidas. El significado y la riqueza de la vida como la conocemos y la vivimos, aquí y ahora, viene en parte de su seriedad.

Un juego de campeonato significa más que un partido improvisado porque hay más en juego. De manera más fundamental, el peso de nuestras vidas se debe a que son irremplazables.

La opinión general es que no hay nada más preciado que la vida. Pensar en la totalidad de nuestra vida como un triunfo o un fracaso es lo más grave que podemos hacer.

Por encima de todo, yo era un arquitecto

Albert Speer (1905-1981) era un joven inteligente y un arquitecto brillante. Tenía menos de 30 años cuando Hitler le ofreció el puesto de arquitecto en jefe del Partido Nazi, y le pareció una oferta imposible de rechazar. En sus palabras, “por encima de todo, [él] era un arquitecto”.8

Hitler le ofreció la oportunidad de “diseñar edificios como no se habían visto en dos mil años. Una persona debía tener una moral muy estoica para rechazar la propuesta —escribió años después—. Pero ese no fue mi caso en lo absoluto”.

Dijo que sí y luego participó (mucho más de lo que jamás admitió) en algunos de los crímenes más atroces de la historia. Ayudó a los esfuerzos alemanes en la guerra, utilizó esclavos y propició el Holocausto. Mientras tanto, hizo lo que le pidieron: diseñó edificios espectaculares.

Hay cierta grandeza en Albert Speer y está en el hecho de que “por encima de todo, [él] era un arquitecto”. Esa devoción tan singular a su profesión lo hacía un arquitecto increíblemente bueno. Sin embargo, esa grandeza también contenía la monstruosidad de su vida, porque esa misma devoción lo hacía un ser humano increíblemente malo.

Es posible triunfar en nuestras más ambiciosas aspiraciones y fracasar como ser humano.

Parte de la belleza de nuestra humanidad es que somos capaces de hacer la Pregunta y acoplar respuestas a ella en nuestra vida. Esta habilidad hace que tanto la bondad como la corrupción sean posibles en nuestra humanidad, al igual que la verdad y la falsedad.

Es probable que muy pocos de nosotros nos enfrentemos al tipo de fracaso catastrófico que ejemplifica Speer, que nunca nos preguntemos si alcanzar nuestras metas personales hace que colaborar con crímenes contra la humanidad valga la pena.

Y tal vez por eso logremos escapar de la terrible respuesta afirmativa de Speer, o quizá le fallemos a nuestra humanidad al simplemente no aspirar a nada. A pesar de eso, cada uno de nosotros debe responder por la forma de nuestras vidas de una u otra manera.

¿Es suficiente apostar a que, si no logramos tener una vida digna de nuestra humanidad, al menos el fracaso será modesto? ¿O sería mejor hacer la Pregunta, dedicarnos a responderla de la mejor manera posible e intentar convertirnos en personas que honestamente no dirían “por encima de todo, yo era un arquitecto”, sino “por encima de todo, yo era un ser humano”?

Cómo leer este libro

Esperamos que estés convencido de que vale la pena invertir tiempo y energía el enfrentarte a la pregunta. Algo tan importante como la forma de nuestra vida merece una reflexión profunda. Dicho esto, es importante hacer una distinción: enfrentarse de verdad a la Pregunta es una cosa, pero hacerlo a partir de lectura, escritos y tiempo de reflexión es otra.

Reconocemos que no todos tienen la oportunidad de pensar en la Pregunta de la manera específica en que estamos pidiéndote que lo hagas. Las desigualdades sistémicas y las condiciones existentes pueden hacerlo imposible. Muchas personas a lo largo de la historia se han preguntado qué importa y por qué, qué significa ser próspero, qué clase de vida vale la pena vivir.

La mayoría lo ha hecho sin apoyarse en libros o escribir sus pensamientos, lo ha hecho en medio de sufrimientos y momentos difíciles. Millones aún lo hacen hoy día.

También hay millones de nosotros que somos incapaces de enfrentarnos a la Pregunta de manera cognitiva debido a discapacidades intelectuales y otras limitaciones.

Es verdad que ninguno de nosotros podía hacerlo cuando éramos más jóvenes y que muchos de nosotros veremos nuestra capacidad para este tipo de reflexión transformarse gracias a la demencia.

No hay pregunta humana más grande que la Pregunta, pero eso no significa que solo seas humano cuando logras enfrentarte a ella.

Lo que sí significa es que hay un cierto privilegio en el hecho de que estés leyendo estas páginas: en este momento tienes habilidades y oportunidades que no todos tienen. Te invitamos a tomar este privilegio en serio y usarlo sabiamente. Aquí hay algunas recomendaciones de qué hacer mientras lees el libro:

Lee los capítulos en orden. Las cinco partes del libro siguen un orden necesario y los capítulos individuales se construyen uno a partir de otro. Es probable que le saques más provecho a la experiencia si sigues este camino, en lugar de saltar hacia adelante o hacia atrás dependiendo de qué pregunta te interese más. Hemos separado la Pregunta en partes mucho más sencillas, pero eso no significa que puedas elegir al azar.Encuentra una velocidad de lectura que funcione para ti. Puede que te sea mejor darte tu tiempo, pero también es posible que encuentres un ritmo y quieras leer un capítulo tras otro. ¡Ambas opciones son geniales! Nuestra única advertencia es que no sirve de mucho ir tan deprisa de principio a fin y dejar el libro a un lado. La Pregunta no es solo parte de una lista de cosas por hacer, no puedes solo tacharla y seguir adelante. Así que, sin importar a qué velocidad quieras leer, date el espacio para pensar en las preguntas y afirmaciones que encuentres. No pasa nada si tienes que volver a leer un párrafo, una página o incluso un capítulo completo.Considera escribir mientras lees. Te ayudará a involucrarte de manera activa con las preguntas y las voces que estaremos considerando. No importa sobre qué escribas. Si quieres, puedes hacerlo en este libro (a menos que sea una copia de la biblioteca). Sería un honor. Todos somos académicos, así que nos encanta subrayar, resaltar y escribir notas en los márgenes. Tal vez tú prefieras usar un cuaderno o diario y tener más espacio para expresar lo que piensas.Ofrecemos una sección al final de cada capítulo llamada “Tu turno”. Podrás encontrar instrucciones y preguntas que te ayudarán a organizar tu reflexión. Estas te darán oportunidades para desarrollar tus propias reacciones, pensamientos y convicciones. Aunque también podrían ser semillas para enriquecer conversaciones con otros. Lo cual nos lleva a otra recomendación…Habla con otras personas sobre los pensamientos que surgirán mientras lees. La Pregunta se procesa mejor durante el diálogo, tanto con personas con las que estás de acuerdo como con quien no. Para ser claros: el punto no es hablar de este libro. El asunto es hablar de las preguntas e ideas (e inevitablemente de las maneras de vivir) que el libro discute. Puede ser asombroso tener una comunidad consistente de personas que reflexionen sobre las mismas preguntas en un periodo de tiempo específico. Si eso te suena atractivo, piensa en organizar un grupo de lectura que se junte (en persona o en línea) para conversar. Hemos creado algunos recursos para discusiones en grupos de lectura. Puedes encontrarlos, por ahora solo en inglés, en www.lifeworthlivingbook.com.Finalmente, sé menos exigente contigo mismo. Hemos hecho énfasis en la gravedad y lo que está en riesgo con la Pregunta. Son cosas reales y es importante hacer énfasis en ellas porque es muy fácil ignorar la Pregunta por completo. Sin embargo, también es importante no presionarnos demasiado. Leer el libro no “responderá” la Pregunta. Ese no es el objetivo de leer (o escribir) este libro. Se supone que sea parte de un proceso de por vida. (Como autores, experimentamos cambios y desafíos a nuestras respuestas a la Pregunta mientras escribíamos estas páginas). Esperamos que este libro te ofrezca algo más duradero que una respuesta. Esperamos que te ayude a entender mejor la Pregunta y las cuestiones complementarias a lo largo del camino. Si sales de esto con la habilidad de indagar y enfrentarte a formas más precisas, ricas y profundas de estas preguntas, será más que suficiente. Estamos buscando crear hábitos de reflexión juntos, además de habilidades que posibiliten enfrentarte a la Pregunta. Esperamos que al final tengas la materia prima para que, con el tiempo, puedas trabajar en una respuesta más firme y contundente. Reiteramos, el objetivo no es dejar de pensar en la Pregunta. Lo que de verdad importa es comenzar. Hagámoslo.

Tu turno

Te invitamos a hacer un recuento. Las siguientes preguntas funcionarán como un inventario de vida sobre dónde estás en este momento —un vistazo a cómo estás implícitamente respondiendo la Pregunta mientras vives tu vida—. En el futuro, algunos ejercicios harán referencia a estas respuestas, así que siéntete libre de tomarte tu tiempo con ellas. (No tengas miedo, ¡en el futuro los ejercicios también serán más cortos!).

Mientras respondes las preguntas, observa (sin juzgar) qué respuestas llegan a ti de inmediato y cuáles aparecen después de algunos minutos de reflexión. Escribe tus observaciones, idealmente en un cuaderno o diario. Pueden ser en forma de notas, palabras clave o frases, oraciones completas e incluso reflexiones más largas, lo que te parezca más útil.

Para empezar, piensa en ti mismo. ¿Qué está pasando contigo en este momento? Pregúntate:

¿Cómo está mi cuerpo?

¿Cuáles son mis emociones dominantes?

¿Qué pensamientos han estado ocupando mi mente?

Ahora haz un inventario de algunos aspectos clave de tu vida: cómo inviertes tu tiempo, dinero y atención. Incluso podrías ir directamente a la fuente: revisa tu calendario, analiza tus gastos más recientes o lee las noticias. Considera los siguientes aspectos de tu vida:

Tiempo

¿Cómo se ve tu día a día?

¿A qué eventos asistes regularmente de manera semanal, mensual y anual?

¿Qué tanto tiempo libre tienes? ¿Cuánto tiempo te das para descansar y conectar socialmente? ¿Qué tal para tus prácticas espirituales?

Dinero

¿Cuáles son tus gastos regulares más grandes?

¿En qué gastas tu dinero? ¿Cómo te consientes?

¿A qué tipo de organizaciones haces donaciones?

Atención

¿Qué es lo primero que escuchas, lees o piensas al despertar? ¿Qué sitios web frecuentas?

¿Qué aplicaciones en tu teléfono usas más?

¿Qué voces u opiniones están más presentes en tu mente? (Piensa en columnas de periódicos, televisión, podcasts o radio, personas que sigas en redes sociales).

¿Qué es lo último que escuchas, lees o piensas antes de irte a dormir?

Para cada una de estas preguntas, observa lo que viene a tu mente sin juzgarlo. Escribe tus observaciones, grandes o pequeñas, importantes o insignificantes. Solo recopila los datos.

Ahora haz lo mismo con tus emociones generales (no solo cómo te sientes en este momento, sino el día a día a lo largo de tu vida).

¿Cuáles son tus mayores expectativas para ti mismo?, ¿para tu comunidad?, ¿para el mundo?

¿Cuáles son tus mayores miedos?

¿Qué te hace feliz? ¿Qué te trae paz?

¿Qué recuerdos detonan respuestas de arrepentimiento o decepción? ¿Qué recuerdos detonan respuestas de satisfacción o felicidad?

¿Qué suele hacerte sentir vergüenza?

Muy bien, demos un paso atrás. Si alguien viera este inventario (aunque no es necesario que nadie lo haga, a menos que tú quieras compartirlo) e intentara resumir tu vida, ¿cómo podría esa persona completar la oración “Por encima de todo, (tu nombre) era _____________________________”?

¿Cómo te haría sentir esa respuesta? ¿Cómo te gustaría que completaran la oración?

Si tienes que pensarlo mucho, no te preocupes. Estamos al principio del camino y, aunque sea incómodo, un cierto nivel de “hipocresía” puede ser útil en este punto.

La manera más sencilla de no ser hipócrita es bajar los estándares para que cuadren con tu vida. Se necesita mucha valentía moral para sostener estándares y al mismo tiempo admitir que no logramos alcanzarlos.

Si estás leyendo este libro en compañía de un amigo o grupo de confianza (creemos que todas las preguntas que hacemos pueden responderse más fácilmente en compañía de una comunidad que busque la verdad), considera compartir lo que sientes.

Tododepende de cómo reacciones a lassituaciones que se tepresentan. Eres un participante y eresresponsable de cómo actúas.

PARTE I El primer salto

UNO ¿Qué vale la pena querer?

Puede ser increíblemente difícil tener clara la Pregunta. Un día parece que tenemos todo bajo control y al siguiente resulta ser todo lo contrario.

Una conversación sobre qué tipo de vida se merece nuestra humanidad se vuelve una lista de consejos y trucos para vivir una muy larga, feliz y saludable. La pregunta de una vida próspera puede convertirse de repente en una sobre qué vida queremos en ese momento.

De todas las comunidades con las que hemos tenido esta conversación, una se destaca por cómo ha podido mantener la Pregunta clara de manera más natural.

Dentro de las paredes de concreto de la penitenciaría federal de Danbury, los estudiantes presos de La vida que vale la pena vivir no tienen ningún problema para distinguir entre lo que quieren y lo que realmente vale la pena querer.

Se reconocen a sí mismos, de cierta manera, como “criminales”. (Una vez, Matt, accidentalmente y con la cara enrojecida, se lo dijo a un estudiante del curso que dimos en una instalación para hombres y él lo aceptó por completo). Esto significa que comienzan el curso con la idea errónea de que han pasado una buena parte de su vida buscando una idea incorrecta de la vida.

Era más o menos lo que querían, pero no algo que valiera la pena querer. Esto les dio a los hombres de la penitenciaría de Danbury una ventaja sobre todos los demás estudiantes de este curso en el “mundo exterior”.

Al aceptar el desafío de responder la Pregunta, queremos ayudarte a distinguir las preguntas que se relacionan entre sí pero que a su vez son muy diferentes, y que se presentarán mientras intentamos enfocarnos en la escurridiza Pregunta.

Con este fin, describiremos cuatro modalidades diferentes de existir en el mundo, cada una con una pregunta característica. Diferenciarlas te ayudará a no perderte entre todas las preguntas que estaremos considerando.

La primera es la reflexiva, un estado de actividad y espontaneidad encarnadas que también podríamos llamar “piloto automático”. Las tres modalidades restantes son reflectivas y las llamaremos “efectividad”, “autoconciencia” y “autotrascendencia”. Cada una tiene su propia pregunta, así que hay cuatro respuestas. Ninguna es mala por sí sola, se necesitan todas para que tengan sentido.

Experimentamos estas cuatro modalidades como “niveles”, así que podemos imaginarnos nuestras interacciones con ellas como una aventura al bucear en las profundidades del mar. Está la superficie y después hay tres zonas debajo del agua, cada una con sus propias características.

Funciona igual que bucear: solemos movernos entre niveles contiguos, no saltamos sobre ninguno. Al aproximarnos a una reflexión, que es lo que debemos hacer, es claro que hay que movernos entre los niveles más profundos. Cuando nos movemos hacia la acción, que también es necesario, nos movemos entre los niveles superiores.

Cada nivel depende de las respuestas que se den a las preguntas de los niveles superiores, especialmente cuando esas preguntas no se han respondido de manera explícita. Si no hemos respondido una de estas preguntas, o tal vez ni siquiera se nos ha ocurrido hacerlo, todo lo que hagamos, digamos o pensemos mostrará la evidencia de una respuesta a ella.

Vivimos en las respuestas a los profundos interrogantes de la vida incluso cuando no podríamos decirlas en voz alta si nos preguntaran de manera directa. He ahí la importancia de sumergirnos y acostumbrarnos a las profundidades.

Sin embargo, sería grosero dejarte a la deriva sin primero decirte qué debes esperar, así que este capítulo ofrece una orientación sobre estos cuatro niveles.

Vida en la superficie: piloto automático

El nivel superior es lo que llamaremos “piloto automático”. Cuando solo vivimos en este nivel, ni siquiera somos conscientes de por qué hacemos lo que hacemos, simplemente lo hacemos.

Este nivel es una práctica espontánea encarnada: reflejo y hábito. Vivimos con el conocimiento guardado en nuestros músculos y huesos.

La maquinaria de nuestras vidas, individuales y colectivas, continúa trabajando y no pensamos en preguntar cómo o por qué.

La mayoría de nuestras vidas se vive en la superficie, y así debe ser. Cuando la vida en la superficie sigue adelante, estamos “fluyendo” y viviendo vidas dignas de nuestra humanidad compartida. Estamos listos y operando sin problemas, absortos en nuestras actividades y cumpliendo con ellas.

En el mejor de los casos, lo que hacemos reflexivamente se ha perfeccionado para darnos los resultados que queremos, y de lo que en realidad vale la pena. En este caso, nuestra vida reflexiva refleja nuestros valores más arraigados y lo que es verdad independientemente de nuestros valores.

Somos el tipo de personas que el filósofo griego Aristóteles (384-322 a. C.) llamaría sabias. Tenemos el tipo de sabiduría práctica de un gran carpintero, aunque en nuestro caso sabemos construir una vida en lugar de una silla.

Sin embargo, un estado de virtuosa fluidez no es el único momento en el que hacemos lo que hacemos solo porque sí. Vivimos por reflejo cuando nuestras acciones no son reflectivas. Esta es la tristemente célebre “vida no examinada”9 que, según Sócrates, no vale la pena vivir.

Este nivel también puede ser en el que nuestra rutina diaria no tenga más justificación que “siempre lo hemos hecho así” en nuestra vida en grupo, como en nuestro lugar de trabajo. No es necesario el pensamiento colectivo para operar de esta manera, podemos vivir en piloto automático por nuestra cuenta.

Separados de modalidades de reflexión más profunda, la reflexividad es solo una rutina vacía. La máquina sigue trabajando, pero no sabemos por qué, lo cual puede (y debería) ser profundamente inquietante.

Justo debajo de la superficie: efectividad

Es probable que todos hayamos experimentado la forma más inútil del piloto automático y cómo puede hacernos sentir atorados, forzándonos a dar un paso atrás y reconsiderar nuestros hábitos.

Posiblemente también reconozcamos el sentimiento de alivio cuando, al fin, alguien llega y pregunta “¿lo que hacemos realmente nos está ayudando a conseguir lo que queremos?” o “¿cómo podemos conseguir más de lo que queremos?”. Esta es la pregunta de la efectividad, sin importar cómo se presente. Es el núcleo del “pensamiento creativo”, que está tan de moda estos días.

Cuando el piloto automático no funciona, la pregunta de la efectividad llega como un gran alivio. Podemos dar un paso atrás, pensar en nuestras acciones y considerar si nos llevan a donde queremos ir. Tanto para organizaciones como individuos, este puede ser un momento decisivo que centre nuestras rutinas y las afine alrededor de nuestros objetivos.

Hay una cierta crueldad útil para la reflexión en este nivel. “Siempre lo hemos hecho así” ya no es suficiente y se diseñan nuevos procesos, se cultivan nuevas prácticas. Si lo hacemos bien, la reflexión en este nivel optimiza nuestras rutinas y dirige nuestra energía.

Como equipo, este es el momento en que diríamos que “todos avanzamos en la misma dirección”. Después de una temporada reflexionando en este nivel, podemos regresar a la vida reflexiva con la seguridad de que nuestros nuevos hábitos nos darán los resultados que buscamos.

La desventaja de este nivel de reflexión, sin embargo, es que no explora los objetivos. No hay ninguna preocupación por si las metas que tenemos son las correctas, o siquiera nuestras. Un sistema eficiente te consigue más de lo que quieres, sin importar qué sea, y eso puede ser peligroso si no lo has pensado bien.

Una estrategia efectiva para enfocarte exclusivamente en tus metas profesionales e ignorar las relaciones más importantes en tu vida es peor para ti que una estrategia ineficaz. Si el fin es malo, mejores medios no son la solución.

Un ejemplo de permitir que nuestra vida profesional sobrepase nuestras relaciones puede sonar un poco ridículo, pero no solemos aventurarnos más allá de los primeros dos niveles superiores. Actualmente, muchas personas piensan en la pregunta de la efectividad como la más reveladora que existe.

Bajo su hechizo, nos asombramos al ver a quienes la han dominado. Silicon Valley cautiva la imaginación porque continuamente ofrece productos y servicios que pueden hacerlo todo, son los maestros de la efectividad. Así que parecen ser los maestros de lo que en realidad importa.

Seamos honestos: hay cosas más importantes que la efectividad. Una gran mentira del siglo XXI es que la pregunta de la efectividad es la más profunda que podemos cuestionarnos. La verdad es más cercana a esto: estos días, la pregunta de la efectividad es la más profunda que muchos de nosotros sabemos responder.

Las profundidades: autoconciencia

Muchos de nosotros, sin embargo, hemos experimentado el vacío de la efectividad, dándonos cuenta de que debe haber una pregunta mucho más profunda. Es más que aceptable saber cómo conseguir más de lo que queremos, pero es mucho más importante preguntar qué queremos realmente, qué buscamos y a dónde queremos ir.

Esta es la pregunta de la autoconciencia y nos invita a un proceso de introspección. Desde el ajetreo del piloto automático y el despiadado cálculo de la reflexión estratégica, entramos a un espacio privado.

Miramos adentro y evitamos distraernos con lo que es más fácil de conseguir, preguntándonos en su lugar qué deseamos en lo más profundo de nuestro ser. Es ahí donde hacemos un inventario de lo que realmente valoramos sobre todas las cosas.

La pregunta puede volverse recurrente con facilidad. “¿Qué quiero? Más autoridad en el trabajo. Bueno y, ¿por qué la quiero? ¿Qué es lo que realmente quiero con ella? Un sentimiento de eficacia, tal vez, y la seguridad de que las personas que respeto me respetan. Pero ¿qué quiero ganar de esta eficacia y respeto?”.

Mientras más ahondemos en esto, tendremos más conciencia de que lo que queremos no es un conjunto de cosas discretas, soluciones, sentimientos ni rasgos de personalidad. Lo que en realidad queremos es un poco más holístico que eso: lo que nos impulsa es la visión de una buena vida, una respuesta amplia a la Pregunta.

En algún lugar dentro de nosotros tenemos una visión de la vida que queremos para nosotros mismos, para nuestras comunidades y, tal vez de manera mucho más clara, para nuestros hijos o las personas jóvenes que queremos. Este tipo de visión es muy amplia.

Cuando hablamos de la “visión de una buena vida”, no nos referimos a una lista que especifique cada detalle de una. Nos referimos a algo más general: lo que vemos cuando imaginamos llevar bien una vida, que nos vaya bien y que se sienta como se debe.

Incluso en un nivel tan general, esta visión implica algo un poco más específico. Tal vez lo que queremos es vivir una vida con valentía, una que haga espacio para otros, una con abundante provisión, o tal vez una que tenga lo suficiente.

¿Queremos una vida de alegría eufórica o de serenidad pacífica? ¿Valoramos una vida independiente o interdependiente? Hay muchas opciones y todas son nuestras.

El nivel de autoconciencia puede ser un lugar solitario, ya que, mientras exploramos las profundidades de nuestras intuiciones y preferencias, es imposible escapar del hecho de que estas visiones de una buena vida y nuestras razones para preferirlas son solo nuestras.

Incluso si hacemos esta reflexión de manera grupal, nos damos cuenta de que nuestra visión colectiva es inevitablemente nuestra. Es posible que no sea atractiva, o incluso imposible de entender, para aquellos fuera de nuestro grupo.

Si queremos vivir con integridad, será necesario orientar el resto de nuestra vida, incluyendo nuestras estrategias efectivas y hábitos reflexivos, alrededor de la visión de vida que hemos encontrado a partir de la reflexión.

La tarea que se nos presenta en el nivel de autoconciencia es orientar nuestras vidas de manera explícita e intencional hacia aquello que llame a nuestros corazones (tanto automática como implícitamente).

Los cimientos: autotrascendencia

Una vida intencionalmente orientada hacia los deseos más profundos de nuestro corazón suena bastante bien. Llegar a ese nivel de autoconciencia e integridad es un logro importante, pero incluso si llegamos a una autoconciencia que esté actualizada lo suficiente, es posible que aún sintamos un cierto descontento. Hay dos versiones diferentes de esta experiencia.

Por un lado hay un caso de “éxito”: hemos podido orientar nuestras vidas para lograr lo que queremos y, en gran parte, lo estamos consiguiendo. Sin embargo, sigue faltando algo. Sin duda, este es un problema privilegiado, como las crisis de la mediana y cuarta edades para quienes son lo suficientemente “afortunados” para alcanzarlas.

Muchas personas pasan toda la vida subiendo una escalera solo para descubrir en la cima que la escalera llevaba al lugar incorrecto.10 Sin embargo, la escalera del éxito no es el único camino hacia esta perspectiva.

Hay momentos en los que la frustración de ser excluidos de lo que siempre nos han dicho que es “la buena vida” crea una preocupación análoga: a veces, cuando tenemos la nariz contra el cristal, comenzamos a preguntarnos si ese objeto brillante en el escaparate de la vida vale el esfuerzo.

Ta-Nehisi Coates habla de algo parecido cuando, desde su posición como un hombre negro estadounidense que creció marginado, cuestiona el valor del sueño americano que cautivó a tantas personas.11

Ya sea que venga del “éxito” o de la frustración, cuando descubrimos que hemos construido nuestras vidas alrededor de una visión que se siente vacía, sin importar cuánto la queramos, entramos en momentos de crisis. Hacer la pregunta de efectividad no funciona. De hecho, nuestra implacable búsqueda de lo que queremos, de la visión de una buena vida hacia la que hemos orientado nuestras vidas, parece ser parte del problema.

La pregunta de la autoconciencia tampoco ayuda. Podemos intentar enfrentarnos a la crisis aplicando la lección que aprendimos en este nivel una y otra vez, pero no tardará en convertirse en un ciclo sin fin de una introspección sin actividad.

Tristemente, la respuesta no está dentro de nosotros, porque si queremos las cosas que ahora percibimos como deficientes, no estaríamos en esa posición si no las quisiéramos de verdad.

La única pregunta apropiada para estos momentos no es “¿qué queremos?”, sino “¿qué vale la pena querer?”. Es importante familiarizarnos con esta pregunta tarde o temprano para no encallar nuestras vidas en un arrecife de exitosa realización personal o desperdiciarlas en visiones de una vida que no es digna de nuestra humanidad.

Como dijimos con anterioridad, lo que realmente queremos no es solo un conjunto de cosas, experiencias o características, sino una visión de vida completa. Aquí sucede lo mismo. Podemos preguntar e intentar responder la pregunta “¿qué vale la pena querer?” respecto a los muchos participantes de nuestras vidas: ¿qué vale la pena querer cuando se trata de dónde vivo y con quién?, ¿qué vale la pena querer en la esfera de lo económico, ecológico y gubernamental?



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