Las alas de Remia - Naoki Morishita - E-Book

Las alas de Remia E-Book

Naoki Morishita

0,0
8,00 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Aire, agua, luz y tierra. Mientras todo esté en su sitio, los árboles del bosque deberían poder crecer sin problemas. Sin embargo, por alguna razón, el mundo terrenal cada vez era menos verde.


Remia no sabía el por qué y preguntó al anciano Ramuda, quién le contó una historia sorprendente: existe una raza llamada "humanos" que vive en el mundo terrenal, y la cual estaba socavando el funcionamiento de la naturaleza.


Dado que Remia quería conocer a toda costa a esa raza llamada "humanos", el anciano le permitió bajar al mundo terrenal para conocerlos, pero antes de irse le advirtió de que tenía que regresar antes de tres días.


Las alas de Remia” es una novela ligera que plantea un mundo de fantasía a través de una historia conmovedora, que podrán disfrutar tanto niños como adultos.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 162

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Índice

Prólogo

Capítulo 1: La vida en la ciudad humana

Capítulo 2: Un brillo en la oscuridad

Capítulo 3: Un susurro de amor querido

Capítulo 4: Los errores de un rey codicioso

Capítulo 5: El rugido del dragón del trueno

Capítulo 6: La orientación del cielo al amanecer

Las alas de Remia: notas del autor

Historia corta El regalo

Notas Finales

Prólogo

Un mundo de estrellas que se extiende sin fin.

Cuando la noche llegó a su fin, la isla que flotaba sobre el firmamento se dejó ver en el amanecer.

La ausencia de nubes dejaba ver los primeros rayos de luz solar. La atmósfera lo envolvía todo, y todo estaba envuelto por la atmósfera. La isla, con su peso infinito y su inmenso tamaño, giraba en el vasto mundo sin hacer ruido.

El calor de los rayos del sol en una mañana de primavera iluminaba la escena maravillosamente.

Hoy también, mientras entraban los primeros rayos de luz, Remia se situó frente a la ventana que llamaba «espejo del otro mundo» y miró al exterior.

Más allá de esa ventana, se observa una vasta tierra, mucho más grande que el mundo en el que vivía Remia.

—¡Abuelo! —Remia se dirigió al anciano que estaba sentado en una silla justo detrás de ella. Se llamaba Ramuda.

—¿Qué necesitas?

Ramuda se puso de pie lentamente y comenzó a caminar hacia Remia. Su larga barba se balanceaba de un lado a otro cada vez que sus pies tocaban el suelo.

—Mira al exterior. Más allá de esta ventana, el mundo está bendecido por el sol de la misma manera que el nuestro. Entonces, ¿por qué el otro mundo cada vez es menos verde?

Desde hacía algún tiempo, Remia no dejaba de pensar en eso.

Aire, agua, luz y tierra. Mientras todo esté en su sitio, los árboles del bosque deberían poder crecer sin problemas. Al menos, eso era lo normal en la isla donde Remia vivía. Sin embargo, al otro lado de la ventana, aunque los árboles también tenían aire, luz, agua y tierra, el bosque continuaba disminuyendo.

—No lo sé. También yo me pregunto lo mismo desde hace ya mucho tiempo—respondió Ramuda con tono tranquilo.

Tenía una mirada severa pero amable. Llevaba una larga túnica blanca con capucha, y en su mano derecha sostenía una fina vara.

—¿Podría ser, abuelo, que hayas estado en el mundo que se puede ver desde esta ventana? —Ante esta pregunta, el anciano negó con la cabeza.

«¡A mí también me gustaría ir!», es lo que seguramente diría Remia, pensó Ramuda.

Y tal como el viejo Ramuda esperaba, fue lo que dijo.

—Remia…

Tras pensarlo durante un rato mientras asentía para sí mismo, abrió la boca, pero no llego a pronunciar palabra.

—¿Qué ocurre? —preguntó Remia, instándolo a que continuara hablando. El anciano Ramuda levantó la vista y empezó hablar, como si estuviera observando un lugar muy lejano.

—Hace mucho tiempo… ¿tal vez millones de años? Era la época en la que este mundo en el que vivimos acababa de ser creado. Por aquel entonces, no había ningún «espejo». No había límites entre esta isla y el mundo exterior. Y nosotros, no, todos los seres vivos de la Tierra vivíamos felices…

—¿Eh? Pero yo creo que ahora mismo soy feliz.

Remia no entendió lo que Ramuda intentaba decir. Sin embargo, el anciano continuó hablando sin preocuparse por ella.

—En aquel entonces, apareció una raza llamada los «humanos». Eran una raza maravillosa y muy inteligente, como nosotros, pero… su mente era retorcida y eso los hizo ir por el mal camino, perturbando la tranquilidad de este mundo. Los seres humanos, una especie entre muchas otras, socavaron el funcionamiento de la naturaleza, trazaron líneas alrededor del mundo para marcar su territorio y negaron la entrada al resto. Tras apoderarse de la totalidad de los cielos, los humanos descendieron al mundo conocido como «terrestre» en busca de más territorio. Fue entonces cuando se construyó la frontera llamada «espejo del otro mundo», que separa claramente el mundo celestial del terrestre, para que el humano no pueda volver a traer el desastre al cielo. La puerta se cerró permanentemente, es decir…

El anciano Ramuda apuntó hacia el espejo con la vara que sostenía con su mano derecha.

—El mundo más allá del «espejo del otro mundo», es el «mundo terrenal», un mundo completamente diferente del celestial, donde vive la raza de los humanos.

Remia escuchó atentamente la historia con una expresión llena de curiosidad. Pensó que le encantaría conocer a esa raza llamada humanos, la cual socavó el funcionamiento natural del mundo, trazando sus propias líneas territoriales y negándoles la entrada a los demás. Y entonces el pensamiento de «quiero ir al otro lado del espejo» se hizo cada vez más fuerte.

—Abuelo, me gustaría ir al mundo terrestre, aunque solo sea por poco tiempo. Me gustaría conocer y hablar con la raza de los humanos —Remia rogó al anciano Ramuda que la ayudara.

—Tienes que entender que el mundo terrenal es mucho más pernicioso que el celestial. Encontrarás muchos peligros indescriptibles… Aun así, Remia, ¿todavía quieres ir?

—Sí —Remia contestó sin dudar la pregunta de Ramuda, con una expresión de fuerte voluntad.

El anciano meditó y, tras murmurar un par de minutos, volvió a levantar la cabeza. Observaba a Remia con una mirada severa, como si pudiera ver a través de ella. Si había la más mínima vacilación en el corazón de Remia, él sería capaz de verlo. Sin embargo, solo pudo encontrar el corazón puro y transparente de la muchacha.

—Muy bien, de acuerdo —respondió el anciano tras un momento de silencio que a Remia le pareció eterno.

En el mismo instante en el que Remia escuchó esas palabras, pasó de tener una expresión desesperada a iluminarse por la emoción de la alegría, relajándose.

—¡Abuelo, muchas gracias! —contestó animada.

—Sin embargo, Remia… Este «espejo del otro mundo» no puede dejarse abierto durante demasiado tiempo. Debes volver antes de tres días. Si no lo haces, se cerrará. Y una vez cerrada, pueden pasar cientos o incluso miles de años antes de que pueda volver a abrirse.

—Lo entiendo. Seguro que vuelvo dentro de tres días. Pero, abuelo… ¿Qué debo hacer para volver al mundo celestial desde el mundo terrenal? Será fácil bajar al mundo terrenal, pero en cambio me parece muy difícil encontrar la posición del mundo celestial en el cielo.

Ramuda mostró a Remia la vara que sostenía. La vara estaba fabricada con algún tipo de metal ligero, y reflejaba una luz extraña que iba cambiando. En el extremo de la vara había una figura que imitaba delicadamente a un pequeño dragón con las alas desplegadas.

—Utiliza esta vara. Gracias a ella podrás invocar al dragón azul del trueno, «Froizer», que te traerá de regreso a los cielos. Froizer tiene la capacidad de encontrar un objeto aunque esté en un espacio inmenso. —Tras lo que el anciano entregó la vara a la chica.

—Muchas gracias, abuelo.

—Remia, hay algo de lo que tengo que advertirte. —Cuando Ramuda le entregó la vara, vaciló y bajó el tono de voz.

—¿Qué ocurre, abuelo? —La chica miró a los ojos a Ramuda y lo instó a continuar.

—Cuenta la leyenda que, si alguien ajeno a nuestra raza intenta alguna vez utilizar esta vara… un desastre terrible caerá sobre este. Ten mucho cuidado de no perderla. —Remia asintió animosamente cuando lo escuchó.

—De acuerdo, tendré mucho cuidado. Entonces, abuelo… ¡me voy! —Remia le dedicó al anciano Ramuda una enorme sonrisa y fue absorbida por el espejo.

Para Ramuda, esa sonrisa era mucho más brillante que el sol que brillaba sobre todo.

Capítulo 1: La vida en la ciudad humana

1

Remia despegó. Dejó atrás el mundo celestial y se dirigió hacia el mundo terrenal, donde la tierra se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

Mientras descendía, Remia concentraba toda su atención sobre su cuerpo. De pronto, apareció frente a sus ojos la magnífica imagen del mundo terrenal.

Un océano de árboles.

Como si hubieran colocado una gran alfombra verde sobre el suelo, mirara donde mirara, el bosque continuaba extendiéndose hasta más allá del horizonte.

—Es tal y como me dijo el abuelo. El mundo terrenal es mucho más grande que el celestial.

En ese instante, Remia divisó por primera vez la línea del horizonte sin tener que verla a través del espejo.

Continuó descendiendo y comenzó a sobrevolar el bosque. Tal vez, en este bosque, Remia pudiera encontrar a esa criatura llamada humano de la que el abuelo le habló.

El bosque era un gran tesoro lleno de vida. Por lo que Remia sabía, la mayor parte de la flora y fauna estaba en el bosque. —¿Dónde estará esa criatura?

Remia descendió mucho más, hasta adentrarse en el bosque. Se encontró con gigantescos árboles que tenían fuertes raíces y se alzaban majestuosamente hacia el cielo.

Estos árboles eran mucho más impresionantes que los que podía encontrar Remia en el mundo celestial.

—Es increíble este árbol… ¿Cuántos años habrá necesitado para crecer tanto? —Remia, mientras admiraba la arboleda, no pudo evitar murmurar para sí misma.

Si escuchaba con atención, podía llegar a oír el canto de los pájaros. Era la melodía que anunciaba la llegada de la primavera.

Poco a poco, se dejó atrapar por la belleza del bosque y la abundancia de la naturaleza que tenía frente a ella. Al poco, volvió en sí, volviendo a ser ella misma.

«¡No puedo distraerme de esta forma! ¡Tan solo tengo tres días!», resopló al recordar la advertencia que Ramuda le había hecho, elevándose de nuevo hacia el cielo.

«Si esa criatura no está en el bosque, quizás es porque vive en el agua», pensó Remia de manera fugaz. Enseguida buscó a su alrededor por si había algún arroyo o lago cerca.

El calor de la primavera era palpable en el bosque. Cuando se elevó para volver a surcar los cielos, su cuerpo se enfrió de inmediato, pero gracias a los rayos de sol de primavera, la sensación de frío se redujo lo suficiente para que su cuerpo mantuviera una temperatura agradable. El resplandor del sol ya comenzaba a iluminar al sur de donde se encontraba Remia. En ese momento, divisó un haz de luz igual de deslumbrante, como si serpenteara por el interminable océano de árboles.

—¿Eso es un río? Si lo sigo, seguro que podré llegar hasta un lago —comentó Remia y, tras concentrarse, se dirigió volando lo más rápido que pudo hacia ese lugar. Tal y como imaginó, el haz de luz realmente era un río. Era muy caudaloso y desembocaba en un gran lago que se extendía hasta más adelante de donde se encontraba Remia.

—¡Ah! ¿Eso es…? —Remia gritó sin darse cuenta.

El bosque llegaba hasta el lago. Alrededor del lago había muchos edificios que brillaban con fuerza al reflejar los rayos del sol. El más llamativo de todos era un magnífico castillo construido en una isla que flotaba sobre el lago. Las paredes eran de color blanco puro y los tejados, de color azul, estaba decorados con finos ornamentos que quedaban expuestos a la luz que era reflejada desde el lago, lo que hacía resaltar aún más su belleza. Desde la isla hasta la orilla, había un gran puente, y la ciudad se extendía desde allí.

Los humanos llamaban a esta población «ciudadela de Mehtreya». Era la capital del reino de Clatia.

El reino de Clatia era un reino que se encontraba en medio del bosque y fue fundado no hace mucho tiempo. Se decía que, en su extenso y hermoso bosque, vivían las razas semihumanas conocidas como los elfos o los royton.

Cuando Zefin, señor de Mehtreya, fue investido como duque del reino de Ligratto, se le concedió el bosque de Mehtreya como dominio. Con el apoyo de los otros reinos, Zefin se coronó como rey del país, fundando el reino de Clatia para gobernar este territorio.

2

El interior de la ciudad rebosaba vida, lo que contrastaba con la elegante apariencia del lugar.

Por la calle principal, por la que Remia caminaba, había un gran número de esas criaturas llamadas humanos que iban y venían. Parecía que todo el mundo estuviera muy ocupado.

—Perdone, ¿es usted la criatura conocida como humano? —preguntó Remia al hombre que caminaba más cerca de ella en ese momento.

El hombre se detuvo un momento, observó a Remia de hito a hito y, acto seguido, sin tan siquiera dignarse a decir nada, se apartó de ella para desaparecer entre la multitud.

Remia, que había estado esperando algún tipo de reacción por parte de aquel hombre, se sintió desconcertada por su inesperado comportamiento. Enseguida recobró la compostura y, una vez más, fue a hablar con una mujer de mediana edad que caminaba cerca de donde se encontraba.

—Perdone, ¿es usted la criatura conocida como humano?

—Qué chica más rara…

Esas fueron las únicas palabras que llegaron a los oídos de Remia. Antes de que se diera cuenta, la mujer con la que había intentado hablar hacía tan solo un momento, se mezcló entre la multitud de gente que había en las calles y desapareció al instante.

«¿Qué es lo que está pasando? ¿Es que todo el mundo tiene cosas urgentes que hacer?», pensó Remia.

En ese momento, un gran carruaje pasó junto a ella a gran velocidad.

—¡Maldita sea! ¡Estás loca! ¡Ten más cuidado!

Los gritos del hombre que conducía el carruaje llegaron hasta los oídos de Remia.

—¡Lo siento! —se disculpó. Pero el carruaje se esfumó tan rápido como había aparecido, dejando una estela de polvo a su paso, y haciéndose más y más pequeño hasta que lo perdió de vista.

Remia cruzó con todo el cuidado que pudo el camino por el que pasaban los carruajes a toda velocidad.

Una vez consiguió cruzar, se detuvo a admirar el edificio que tenía frente a ella. Estaba cubierto de flores rojas, blancas y amarillas, las cuales brillaban y miraban al sol ofreciendo una imagen maravillosa.

Remia se quedó contemplando la belleza de las flores durante un buen rato. De repente, algo la hizo recelar. De cada una de las flores colgaba una etiqueta con un número escrito.

—Pero, aun así, son preciosas estas flores… —Remia tomó una para olerla. Tenía una fragancia dulce y agradable. De pronto, mezclado con el aroma de la flor, llegó a Remia un olor que le abrió el apetito.

Como si de una abeja atraída por el dulce aroma de una flor se tratase, llegó a la fachada de otro edificio.

Tenía una atmósfera diferente a los edificios de alrededor. La entrada estaba compuesta por un marco de cristal que dejaba ver el interior, en el cual se podía ver a la gente comiendo diferentes platos.

—Huele muy bien, ¿qué tipo de comida será? Parece muy apetitosa.

Remia no pudo evitar decir eso en voz alta, al ver toda la comida que tenía frente a sus ojos. Empezaba a tener hambre, ya que era la hora a la que solía comer. Desde la entrada, el tentador aroma empezaba a hacerle cosquillas en la nariz. Como si la hubiesen poseído la apariencia y el olor de la comida, Remia abrió la puerta y entró.

—Bienvenida.

Nada más entrar, un hombre de negro que estaba justo en la entrada le dio la bienvenida, a lo que ella respondió con una reverencia y miró a su alrededor. Había una gran cantidad de comensales repartidos por el restaurante, sentados en las mesas que habían elegido. El hombre que había recibido a Remia la observaba de manera inquisitiva, haciendo que se pusiera un poco nerviosa. Hizo que se sentara en la primera mesa libre que encontró.

—¿Qué le gustaría pedir? —preguntó el hombre de negro mientras le entregaba el menú.

—Si la comida está deliciosa y es abundante, para mí cualquier cosa está bien —replicó Remia con una sonrisa.

—Entonces, ¿qué le parece esto? —sugirió el hombre, señalando la sección de la carta donde podía leerse “menú completo”.

—Si es lo que me recomiendas, estará bien.

—Muy bien. Espere un momento, por favor —dijo el hombre de negro, tras lo que hizo una breve reverencia y se retiró.

Una tenue luz iluminaba la sala sutilmente. Había mucha gente, pero no se podía escuchar ni una sola risa. Todo estaba demasiado tranquilo. Si cerraba los ojos, tenía la sensación de que no había nadie más en el comedor.

«Este sitio es un poco extraño. ¿Los humanos tendrán por costumbre comer en lugares como este?».

No dejaba de sorprenderla lo diferente que era todo con respecto al lugar donde solía comer en el mundo celestial. Platos de un aspecto delicioso eran traídos a su mesa uno tras otro mientras estaba absorta en sus pensamientos.

Al finalizar, el hombre dejó un papel en la esquina de la mesa y se marchó.

—¡Muchas gracias! —Remia se inclinó e hizo una reverencia en dirección al lugar por donde se había marchado el hombre de negro y comenzó a saborear la comida.

Poco después de esto, comenzaron sus problemas…

3

—¡Se va sin pagar!

Una potente voz resonó a lo largo de la calle principal. Al instante, la atención de todas las personas que pasaban por allí se dirigió hacia el lugar del que provenía el alarido.

—¡Que alguien atrape a esa chica! ¡Pretende marcharse sin pagar tras haber comido en nuestro restaurante! —el hombre de negro gritaba lleno de furia mientras corría tras ella.

Sin embargo, los pies de Remia, a quien estaba persiguiendo, eran más veloces. Simplemente era demasiado rápida, tanto que parecía que estaba volando. La gente que en ese momento pasaba por la calle se limitó a observar con incredulidad la escena que tenía lugar frente a sus ojos, sin que les resultara especialmente interesante.

Remia no entendía qué era lo que pasaba. Acababa de terminar el festín que le habían servido, pero justo cuando se iba del restaurante, el hombre de negro le había pedido que le pagara por la comida antes de marcharse. Remia no sabía a qué se refería y, cuando le dijo que no tenía dinero, la actitud del hombre de negro, que había sido hasta ese momento muy amable, cambió y acabo persiguiéndola por toda la ciudad.

El hombre que la atosigaba parecía estar ya muy cansado, pero Remia lo estaba más. Al descender al mundo terrenal, Remia había agotado casi toda su energía. Aunque también estaba el hecho de que acababa de terminar de comer.

«No puedo más… Si sigo así, me desmayaré», pensó mientras miraba en todas las direcciones buscando un lugar en el que poder esconderse. Entonces, lo encontró.

Al final de la calle principal había cinco carruajes parados. Junto a ellos había un cartel que ponía: «No dudes en montar y utilizar nuestros servicios, te llevaremos lo más rápido posible hasta tu destino».

Remia, sin dudarlo, hizo un último esprint para encaramarse a uno de esos carruajes.

—Señorita, parece que tiene prisa. ¿Adónde le gustaría que la llevara?

El hombre que parecía ser el conductor se dirigió a Remia como si la hubiera estado esperando.

—Si es posible, me gustaría que me llevara a la orilla del lago —respondió Remia rápidamente.

—Entendido. A la orilla del lago. —Al mismo tiempo que el hombre respondía a la joven, tiró de las riendas con fuerza y el carruaje comenzó a moverse.