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El único hombre al que odiaba…era el único hombre al que no podía resistirse Sandro Roselli, rey de los circuitos de carreras de coches, era capaz de lograr que los latidos del corazón de Charlotte Warrington se aceleraran cada vez que lo veía, pero ocultaba algo sobre la muerte de su hermano. Sandro le había ofrecido un trabajo y Charlotte lo aceptó, decidida a descubrir su secreto. Sin embargo, la vida a toda máquina con Sandro podía resultar peligrosa. El irresistible italiano estaba haciendo que sus sentidos enloquecieran, pero ¿podría sobrevivir su aventura a la oscura verdad que ocultaba?
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Seitenzahl: 174
Veröffentlichungsjahr: 2016
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Rachael Thomas
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Las caricias de su enemigo, n.º 2503 - octubre 2016
Título original: Craving Her Enemy’s Touch
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8771-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
EL RONRONEO del motor de un deportivo rompió la quietud de la tarde e hizo que la mente de Charlie volviera de inmediato al pasado, a los acontecimientos de los que llevaba ocultándose todo aquel año.
Había crecido en el sofisticado mundo de los coches de carreras, pero la muerte de su hermano la había impulsado a retirarse al campo, al santuario del jardín de su casa. Era un lugar seguro, pero el instinto le dijo que aquella seguridad peligraba.
Incapaz de contenerse, escuchó el inconfundible sonido del motor V8 mientras el coche se detenía. Todo pensamiento relacionado con la jardinería abandonó su mente, que se vio repentinamente invadida de imágenes de épocas más felices, imágenes que chocaron frontalmente con las del momento en que su mundo se desmoronó.
Arrodillada como estaba sobre la yerba de su jardín no podía ver el coche que había al otro lado de la valla, pero sabía que era poderoso y caro, y que se había detenido justo delante de su puerta.
Cuando el sonido del motor se acalló por completo, lo único que se siguió escuchando en la tranquila campiña inglesa fue el canto de los pájaros. Charlie cerró un momento los ojos a la vez que experimentaba un repentino temor. Por bienintencionadas que fueran, no necesitaba visitas del pasado. Lo más probable era que aquella tuviera que ver con su padre, que llevaba semanas presionándola para que siguiera adelante.
El sonido de la puerta del coche al cerrarse fue seguido por el de unos firmes pasos en el sendero de entrada.
–Scusi! –la profunda voz masculina sobresaltó a Charlie más que el italiano en sí, y saltó como una cría a la que acabaran de atrapar robando un dulce.
El metro ochenta y cinco de moreno varón italiano que apareció en la entrada de su jardín la dejó sin habla. Vestido con unos vaqueros de diseño que ceñían sus muslos a la perfección, parecía totalmente fuera de lugar en aquel entorno, aunque a Charlie le resultó vagamente familiar. Vestía una cazadora de cuero sobre una camisa oscura y parecía todo lo que podía esperarse de un italiano: seguro de sí mismo y poseedor de un innegable atractivo sexual.
Su oscuro pelo, ligeramente largo, era fuerte y brillaba como el azabache a la luz del sol. La sombra de la incipiente barba que cubría su moreno rostro realzaba sus atractivos rasgos. Pero fue la intensidad de la mirada de sus ojos oscuros lo que dejó a Charlie sin aliento.
–Estoy buscando a Charlotte Warrington –su acento era muy marcado y resultaba increíblemente sexy, al igual que el modo en que pronunció el nombre, como si fuera una breve melodía.
Mientras se quitaba los guantes de trabajo, Charlie fue muy consciente de que vestía sus vaqueros más viejos y una sencilla camiseta, y de que llevaba el pelo sujeto en algo parecido a una cola de caballo.
Sin duda alguna, aquel debía de ser el socio de su hermano, el hombre que había conseguido que se metiera a fondo en el mundo de los coches de carreras, hasta el punto de casi hacerle olvidar la existencia de su familia. La indignación afloró de inmediato.
–¿Qué puedo hacer por usted, señor…?
El desconocido permaneció en silencio, observándola atentamente. Charlie sintió que toda la piel le cosquilleaba bajo la caricia de aquellos oscuros ojos.
–¿Eres la hermana de Sebastian? –la pregunta fue formulada con una mezcla de incredulidad y acusación, pero Charlie apenas lo notó, pues el dolor que ya creía casi superado resurgió al escuchar el nombre de su hermano.
–Sí –contestó con evidente irritación–. ¿Y tú quién eres? –preguntó a pesar de saber que se encontraba frente al hombre al que consideraba responsable de la muerte de su hermano.
Se odió a sí misma por el destello de atracción que había experimentado al verlo. ¿Cómo era posible que pudiera sentir algo más que desprecio por aquel hombre?
–Roselli –contestó él, confirmando las peores sospechas de Charlie–. Alessandro Roselli –añadió mientras avanzaba hacia ella.
Pero la mirada que le dedicó Charlie le hizo detenerse.
–No tengo nada que decirte, Alessandro Roselli –dijo con firmeza mientras trataba de no sentirse afectada por la mirada de aquel hombre, por completo carente de la culpabilidad que debería haber en ella–. Y ahora haz el favor de irte –añadió a la vez que pasaba junto a él y se encaminaba hacia la entrada de la casa, convencida de que se iría.
–No.
Aquel firme y acentuado monosílabo paralizó a Charlie. Un escalofrío le recorrió la espalda, no solo por miedo al hombre que tan cerca estaba de ella, sino también por todo lo que representaba.
Se volvió lentamente hacia él.
–No tenemos nada que decirnos. Creo que ya lo dejé bien claro en mi respuesta a la carta que enviaste tras la muerte de Sebastian.
«La muerte de Sebastian».
Era duro pronunciar aquellas palabras en alto. Era duro admitir que su hermano se había ido para siempre. Pero era aún peor que el responsable de aquella muerte hubiera invadido su casa, su santuario.
–Puede que tú no tengas nada que decirme, pero yo sí tengo algo que decirte –dijo Alessandro a la vez que daba un paso hacia ella.
Charlie contempló un momento sus rasgos, la firmeza de sus labios. Evidentemente, aquel era un hombre acostumbrado a salirse con la suya.
–No quiero escuchar lo que tengas que decirme –ni siquiera quería hablar con él. No quería mirarlo. Ni siquiera quería reconocer que estaba allí.
–Voy a decirlo de todos modos.
La voz de Alessandro Roselli sonó parecida a un gruñido y Charlie se preguntó cuál de los dos estaría haciendo más esfuerzos por mantener la compostura. Alzó una ceja con expresión interrogante y vio que él comprimía los labios. Satisfecha al comprobar que lo estaba irritando, giró sobre sí misma y se encaminó hacia la casa.
–He venido porque Sebastian me pidió que lo hiciera –aquellas palabras, pronunciadas con un acento marcadamente italiano, hicieron que Charlie se detuviera en seco
–¿Cómo te atreves? –le espetó a la vez que se volvía de nuevo hacia él–. Estás aquí por tu sentimiento de culpabilidad.
–¿Mi sentimiento de culpabilidad? –repitió Alessandro a la vez que recorría de una zancada el breve espacio que los separaba.
Charlie sintió los frenéticos latidos de su corazón y notó que se le debilitaban las rodillas, pero no estaba dispuesta a permitir que él lo notara.
–Fue culpa tuya. Tú eres el responsable de la muerte de Sebastian.
Aquellas palabras quedaron suspendidas entre ellos a la vez que el sol se ocultaba tras unas nubes como si hubiera sentido que se avecinaba una tormenta. Charlie vio cómo se endurecía la expresión del atractivo rostro de Alessandro Roselli.
Estaba tan cerca y era tan alto que lamentó no llevar los tacones que solía utilizar antes de que su vida anterior se viera barrida por un torbellino. Pero mantuvo la mirada firme, decidida a hacer frente a su agresiva actitud.
–Si, como dices, hubiera sido culpa mía, no habría esperado un año para venir –murmuró él a la vez que daba un paso más hacia ella.
Charlie pensó que estaba tan cerca que podría haberla besado. Aquel absurdo pensamiento la conmocionó, y tuvo que contenerse para no dar un paso atrás. Ella no había hecho nada malo. Era él el culpable.
–Fue tu coche el que se estrelló.
–El coche lo diseñamos tu hermano y yo. Lo construimos juntos.
Charlie creyó percibir un matiz de dolor en la voz de Alessandro, profunda y acentuada, pero se dijo que solo era un reflejo de su propio dolor.
–Pero fue Sebastian el que lo probó –replicó mientras se esforzaba por no ser engullida por recuerdos y demonios que ya creía superados.
Alessandro no dijo nada y Charlie se mantuvo firme en su terreno, consciente a pesar de sí misma de que los latidos de su corazón no se debían tan solo al recuerdo de Sebastian. Aquellos latidos también tenían que ver con aquel hombre. La potente virilidad que emanaba de él había afectado a la mujer adormecida que llevaba en su interior… y lo odiaba por ello.
–Supongo que no fue bueno para la reputación de tu empresa que un prometedor corredor muriera al volante de tu prototipo –dijo en tono sutilmente retador.
Alessandro no se movió ni pareció inmutarse, pero sus ojos destellaron como dos diamantes.
–No fue bueno para nadie –contestó, y el gélido tono de su voz hizo que Charlie experimentara un escalofrío.
Charlie respiró profunda y temblorosamente. No podía ponerse a llorar en aquel momento. Ya había llorado bastante. Ya era hora de seguir adelante, de forjarse un nuevo camino en la vida. No podía seguir haciendo lo que había hecho. La época que había pasado ante las cámaras representando al equipo de Sebastian había acabado para siempre. Sin embargo, aquel hombre parecía empeñado en volver a llevar al presente aquel pasado.
–Creo que deberías irte. Tu presencia no me está haciendo ningún bien –dijo Charlie a la vez que daba un paso atrás para apartarse de él.
–Estoy aquí porque Sebastian me pidió que viniera.
Charlie negó vehementemente con la cabeza, consciente de que el estallido emocional que pretendía mantener a raya amenazaba con desbordarse.
–A pesar de todo, quiero que te vayas –dijo con toda la firmeza que pudo antes de volverse para encaminarse de nuevo hacia la casa.
Alessandro cerró un momento los ojos y suspiró mientras Charlie se alejaba. No había esperado aquella reacción cercana a la histeria. Por un instante se planteó regresar a su coche para marcharse de allí. A fin de cuentas, ya había cumplido con parte de lo que le había prometido a Sebastian.
–Maledizione! –masculló a la vez que se ponía a caminar tras ella. Mientras avanzaba por aquel jardín lleno de flores no pudo evitar recordar la época en que estuvo cuidando de su hermana mientras ella se recuperaba de un accidente de coche. Pero aquel era un recuerdo que no le iba a servir de nada en aquellos momentos.
Cuando estaba a punto de entrar escuchó el frustrado gruñido que dejó escapar Charlie, lo que no le impidió seguir adelante. No pensaba rendirse tan fácilmente.
Aquella mujer se había negado tozudamente a la petición de su hermano de acudir a Italia a ver el coche en que habían estado trabajando, algo que había enfadado a Sebastian. Tras el accidente, él le había ofrecido su apoyo, pero no había esperado el rechazo ni la fría y furiosa negativa de Charlie.
Charlie apoyó ambas manos sobre la mesa e inclinó la cabeza con expresión desesperada.
–¿Cómo te atreves a entrar sin haber sido invitado?
–Me atrevo porque le prometí a Sebastian que vendría –Alessandro se acercó a ella hasta que lo único que se interpuso entre ellos fue una silla.
–Estoy segura de que Sebastian no habría hecho prometer a nadie que vendría hasta aquí a fastidiarme.
–¿A fastidiarte? –repitió Alessandro con el ceño fruncido.
–Sí, a fastidiarme. A hostigarme. A acosarme. Llámalo como quieras –replicó Charlie, irritada. Su agitada respiración hizo que sus pechos se balancearan bajo la fina camiseta que vestía. A pesar de sí mismo, Alessandro no pudo evitar que llamaran su atención y que una andanada de lujuriosas hormonas recorrieran su cuerpo.
–Me hizo prometerle que te llevaría a Italia para la presentación oficial del coche –dijo con más énfasis del que pretendía, porque lo cierto era que no había esperado encontrarse con una mujer capaz de despertar en él aquella mezcla de furia y deseo. Aquella mujer tan sexy y apasionada no se parecía en nada a la jovencita dulce y feliz que le había descrito Sebastian.
–¿Qué? –preguntó Charlie a la vez que introducía bajo la mesa la silla que los separaba.
Teniendo en cuenta cómo estaba reaccionando su cuerpo ante las sensuales curvas de aquella mujer, a Alessandro no le pareció buena idea.
–El coche va a ser oficialmente presentado y quiero que estés allí.
–¿Quieres que esté allí? –repitió Charlie, incrédula.
Alessandro apartó de inmediato la punzada de mala conciencia que experimentó. Era evidente que Charlie lo consideraba responsable de lo sucedido aquella noche, pero él no podía mancillar sus recuerdos con la verdad. No después de la promesa que había hecho.
–Sebastian quería que estuvieras allí –¿qué le pasaba?, se preguntó. Aquella mujer no era lo que había esperado. No parecía sofisticada ni glamurosa y la idea de que hubiera llevado una vida lujosa hasta hacía poco no parecía posible.
¿Cómo era posible que aquella imagen sencilla y normal de Charlotte Warrington, con el pelo revuelto y la ropa sucia de tierra, lo hubiera excitado de forma tan inmediata? Apenas podía pensar coherentemente mientras su cuerpo le exigía de forma implacable una satisfacción.
Charlie negó con la cabeza.
–Sebastian no me habría pedido eso. Y tampoco habría muerto de no ser por ti y por tu estúpido coche.
–Sabes que vivía para los coches, para la velocidad. Era a lo que se dedicaba, lo que se le daba bien –Sandro apartó de su mente la imagen del accidente, del terror de todo lo que sucedió a continuación de este que, en pocas horas, tuvo un desenlace fatal. Podía comprender el dolor de Charlie, pero no estaba dispuesto a permitir que lo culpara.
Había mantenido la verdad oculta al mundo y a los medios de comunicación por respeto al joven corredor que no había tardado en convertirse en su amigo. Y ya había llegado el momento de cumplir con la última voluntad de Sebastian: que su hermana diera su aprobación al coche y asistiera a su presentación.
–Es también por cómo murió –dijo Charlie con tristeza, y Alessandro notó que dejaba caer los hombros. La posibilidad de que estuviera a punto de llorar le produjo auténtico pánico.
Mientras Charlie recuperaba la compostura, Alessandro deslizó la mirada por la pequeña cocina en que se encontraban, típicamente inglesa, y no precisamente el lugar en que se había imaginado a Charlotte viviendo. En el aparador cercano había una foto enmarcada de Sebastian y Charlie.
Cuando la tomó, Charlie no dijo nada. Alessandro contempló la imagen de la mujer que aparecía junto a Sebastian. Una mujer que había visto a menudo en los medios de comunicación, pero a la que no había llegado a conocer en persona. La misma mujer que en aquellos momentos estaba teniendo aquel extraño efecto sobre él.
En la foto, sus ojos brillaban de felicidad, y sus labios estaban distendidos en una deliciosa sonrisa. Estaba apoyada contra un coche deportivo y su hermano, igualmente sonriente, tenía un brazo protectoramente pasado por sus hombros.
–Roma, hace dos años –dijo Charlie en un susurro, y Alessandro sintió el calor que emanaba de su cuerpo–. Antes de que se implicara por completo en tu proyecto y se olvidara de nosotros.
Alessandro inhaló su aroma, ligero y floral, como jazmín, mezclado con el olor a tierra fresca del jardín. Volvió a dejar la foto en su sitio e ignoró el tono acusador de las últimas palabras de Charlie.
–Os parecéis.
–Nos parecíamos –recalcó Charlie.
Aquel comentario hizo que aflorara el sentimiento de culpabilidad que Alessandro creía ya superado. Debería haber supuesto que el encuentro con la hermana de Sebastian no iba a ser fácil. El hecho de haber mantenido totalmente oculto el oscuro secreto de Sebastian no le había servido de mucho para apaciguar su conciencia.
Al bajar la mirada y ver los humedecidos y tristes ojos verdes de Charlie sintió que se le encogía dolorosamente el pecho.
–Era lo que él quería, Charlotte –dijo, incapaz de apartar la mirada de ella.
–Charlie. Nadie me llama Charlotte. Excepto mi madre –dijo Charlie en un susurro. La clase de susurro que Alessandro estaba acostumbrado a escuchar tras haber practicado apasionadamente el sexo con una mujer. Su deseo volvió a resurgir al imaginársela tumbada en la cama, desnuda, susurrando de satisfacción.
–Charlie –repitió mientras sentía la sangre corriendo ardiente por sus venas. Debía controlarse, o corría el peligro de complicar demasiado aquella misión–. Seb estaba empeñado en que fueras.
–No puedo –la ronca y a la vez delicada voz de Charlie solo sirvió para alentar su deseo.
–Claro que puedes –dijo y, sin pensar en lo que hacía, alzó una mano y le acarició la mejilla con el dorso.
Charlie contuvo el aliento y sus ojos se oscurecieron en un mensaje tan antiguo como la vida misma.
Negó lentamente con la cabeza contra los dedos de Alessandro, que apretó los dientes mientras se recordaba que él nunca mezclaba el trabajo con el placer, y aquello siempre se había tratado de trabajo… y de ocultar la caída de su amigo.
Pensó en la reciente conversación que había tenido con el padre de Sebastian. Lo que le había dicho lo había atado aún más profundamente a la promesa que le había hecho a su amigo mientras la vida se le escapaba de las manos.
–Tu padre piensa que deberías ir.
Fue como si se hubiera producido una explosión. Como si hubieran estallado fuegos artificiales entre ellos. Charlie prácticamente dio un salto atrás y sus ojos parecieron echar chispas cuando lo miró.
–¿Mi padre? –repitió, totalmente conmocionada–. ¿Has hablado con mi padre?
Charlie estaba anonadada. ¿Cómo se había atrevido Alessandro a hablar con su padre? ¿Y por qué no le había mencionado su padre esa conversación? ¿Por qué no le había advertido de que Alessandro Roselli, dueño de una de las empresas de coches más importantes de Italia, la estaba buscando para que hiciera algo para lo que él sabía que aún no estaba preparada? ¡Habían hablado el día anterior!
–¿Y de qué has hablado exactamente con mi padre? –dijo mientras se preguntaba cómo era posible que unos segundos antes hubiera disfrutado como una adolescente embobada con la caricia de los dedos de aquel hombre–. No tenías derecho a hacerlo.
–Me puse en contacto con él para preguntarle si podía visitarte para invitarte a la presentación del coche. Tu padre sabe que Seb quería que fueras –Alessandro se cruzó de brazos y se apoyó contra el borde de la encimera sin apartar la mirada de Charlie. Por segunda vez en aquel rato vio que se hundían sus hombros en un gesto de derrota.
Charlie se presionó las sienes con los dedos de una mano y cerró brevemente los ojos con la esperanza de que al abrirlos Alessandro Roselli no siguiera mirándola tan intensamente. Pero no sirvió de nada. Aquellos ojos con destellos de bronce, que tan extrañamente familiares le resultaban, seguían mirándola como si pudieran desvelar hasta el más íntimo de sus secretos.
–No tenías derecho a hablar con mi padre. No necesita que se dediquen a recordarle lo que hemos perdido, y yo soy perfectamente capaz de decidir por mí misma si quiero verte o no o si quiero asistir a la presentación o no.
–¿Y quieres hacerlo? –Alessandro alzó las cejas a la vez que esbozaba una sonrisa.
–No quería verte, desde luego. De hecho, te he pedido que te fueras en cuanto has llegado. No quiero volver a saber nada del mundillo de las carreras de coches.
–¿Es ese el motivo por el que te has escondido en las profundidades de la campiña inglesa?
–No me estoy escondiendo. Me retiré del frenético mundo de los medios de comunicación por respeto a mi hermano –replicó Charlie secamente–. No podía seguir ante las cámaras promocionando al equipo tras la muerte de Seb.
–¿Y crees que él querría que siguieras así? Este lugar está muy bien, pero una mujer como tú no debería seguir escondida aquí para siempre.
La mirada de Charlie se vio irremisiblemente atraída hacia la sensual curva de los labios de Alessandro. ¿Por qué tenía que encontrar tan atractivo a aquel hombre precisamente?
–¿A qué te refieres con lo de «una mujer como yo»?
–A que, al menos antes, solía gustarte vivir a tope.
–Pero no tengo intención de volver a hacerlo, y nada de lo que tú o mi padre podáis decirme me hará cambiar de opinión.
–«Cuida de mi pequeña Charlie. Le gustarás» –Alessandro dijo aquello con especial firmeza y Charlie supo con exactitud a quién estaba citando. Solo Seb la llamaba su «pequeña Charlie».
Alessandro apartó una silla de la mesa y se sentó. Parecía querer dejar claro que no tenía intención de irse así como así.