Las corsarias del Artemisa - Alejandro Roura - E-Book

Las corsarias del Artemisa E-Book

Alejandro Roura

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Beschreibung

Las corsarias del Artemisa es el tercer libro de la saga que sigue la historia de Ilukán, el inmortal, pero esta vez nos introduce en un intrigante episodio ambientado en 1546. Todo es consecuencia de la feroz batalla entre Fernando de Aranjuez, el gran maestre de la orden de Luján, y el inmortal Ilukán, también conocido como el Demonio del Río de la Plata, un enfrentamiento que se remonta a 1536, en el que el inmortal sale victorioso y su rival perece. En este nuevo capítulo de la saga, surge una formidable antagonista para Ilukán: Magalí de Aranjuez, la hija del gran maestre de la orden de Luján, decidida a vengar la muerte de su padre. Así, Magalí se convierte en una poderosa pirata y se embarca en una misión para enfrentar al Demonio del Río de la Plata. Con su tripulación de corsarias, que incluye a Paloma Ruíz, una monja guerrera, y Alika, una africana esclavizada por los imperialistas, emprenderán aventuras piratas, liderarán revueltas de esclavos contra los imperios coloniales, enfrentarán grandes aventuras piratas y liberarán a las mujeres del patriarcado. Eventos asombrosos, batallas navales de talla épica y una forma distinta de contar la historia de las Antillas coloniales forman parte de esta nueva entrega.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Roura, Alejandro Javier

Las corsarias del Artemisa : ¿hasta dónde llegarías por venganza? / Alejandro Javier Roura. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

170 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-751-9

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Novelas Históricas. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Roura, Alejandro Javier

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Dedicada a Natalia y Benicio. Sin ellos, la vida sería una ficción, y la ficción, tan solo un sueño.

Las corsarias del Artemisa Alejandro Javier Roura

De la saga:

Cirklaj Vundoj¿Cuánto vivirías por amor?

Capítulo 1

El escape

En las afueras de una ciudad naciente del nuevo continente, en la época colonial, en un atardecer lluvioso y frío, un caballero junto a sus hombres, una mujer embarazada y una anciana escapan hacia un puerto mucho más al norte, se alejan de una batalla infernal. Si bien tienen un puerto cerca, corren un gran peligro en aquel lugar, deben escapar a toda prisa.

El líder del grupo está muy cansado, ha luchado con todas sus fuerzas. Tiene heridas leves, pero que lo retrasan: un tajo en el muslo izquierdo, un corte profundo en la rodilla derecha y tiene el torso y el rostro muy golpeados. Él está muy afligido, su dolor en el alma es aún mayor. Ninguna guerra es noble, ninguna guerra lleva a nada bueno, pero perderla es aún peor. Se pierden esperanzas, se pierden amigos, conocidos, incluso hermanos.

La mujer embarazada está muy cerca de la fecha de parto. También está cansada y obnubilada por los acontecimientos. Ha tratado de proteger a su niño nonato, ese era su único objetivo. Su vida, desde un poco antes de comenzar la guerra, ha sido una tragedia tras otra. Su gente está venciendo, pero para ella no hay victoria; ha sido raptada y sus tormentos no cesarán.

La anciana, agotada y muy triste, sigue los pasos del grupo, pero no por voluntad propia; ella está obligada a avanzar, al igual que la futura madre. Los hombres del caballero apresuran su andar, prácticamente la llevan a cuestas.

Pronto los fugitivos consiguen una carreta y algunos caballos, eso les dará mucha más ligereza para llegar al próximo puerto. El camino es muy silencioso, nadie quiere hablar ni mucho menos tiene algo que escuchar. La anciana acaricia y tranquiliza a la muchacha embarazada. Ella ha pasado un terrible tormento, muchas heridas espirituales, una gran sacudida emocional muy difícil de digerir.

El líder mira al cielo y al horizonte desde la ventana, baja su cabeza y solloza. Él estaba del lado de los ganadores, estaban venciendo a sus enemigos, pero todo se dio vuelta y perdió muchos hombres y amigos. Ahora solo le queda escapar.

Los caballeros solo siguen instrucciones y avanzan. Si bien están desanimados por haber sido vencidos, seguirán al gran caballero de la Orden de Luján a donde sea. De un puerto pasan a otro y, finalmente, en las costas de Brasil, consiguen un barco. Este, si bien tenía otro destino, por un buen precio dado por el líder del grupo, los llevará primero al puerto de Sanlúcar de Barrameda, en España.

Una vez en el barco, los caballeros consiguen algo que comer y les brindan viandas al líder, a la muchacha embarazada y a la anciana. El líder del grupo es nada menos que el caballero Antonio Ambrosías, la mano derecha del gran maestre de la Orden de Luján, Fernando de Aranjuez. Este no solo era su líder, sino que era como un hermano para Ambrosías. Juntos fueron al Río de la Plata por riquezas y venganzas, pero solo pudieron llevarse dolor y muerte. Algunos de sus hombres pudieron escapar y son quienes lo acompañan, pero son muy pocos comparados con el gran ejército que trajeron.

La muchacha, llamada Tokaién, es una joven aborigen que había sido capturada por los hombres blancos y que está embarazada de ese gran maestre, quien murió en el ataque de un malón descomunal. Es una indígena que pocas palabras sabe del español, pero eso no detuvo a Fernando de Aranjuez al momento de violarla una y otra vez. Solo su hijo, que descansa en su vientre, le da un poco de luz dentro de tanta oscuridad.

La anciana, también aborigen, chamana de su tribu, habla aún menos el idioma europeo. Pero los gestos y las actitudes de estos hombres hablan por sí solos. La violencia es un idioma muy claro, no deja lugar a dudas ni a ambigüedades. Es muy literal y es universal, se entiende en cualquier civilización posible.

Uno de los hombres de Antonio conversa con dos marineros. Ellos le cuentan sobre los padecimientos de trabajar en el mar: que apenas ven a sus mujeres; que a veces, al regresar, se encuentran con que tienen un hijo más, e incluso, en ocasiones nefastas, un hijo menos. Los dolores del cuerpo por bolsear y bolsear al llegar a algún puerto, el hambre, el clima, todo los convierte en hombres toscos, duros y fríos.

El hombre de Antonio les cuenta sobre su vida como guerrero: una batalla tras otra, no hay tiempo para tener una familia. Su única familia son sus hermanos de armas, pero, en la última guerra, los perdió a casi todos. También pasa hambre, enfrenta todo tipo de clima y tiene tajos y cortes en todo su cuerpo. Tanto la vida en el mar como en el campo de batalla no es vida, es sobrevida, el destino cruel de aquellos que no tuvieron privilegios ni cuna de oro.

En eso, uno de los marineros da aviso de que una tormenta se acerca, y esta tiene todas las características de ser una de las peores. Pronto, todos corren a sus puestos. Parece ser una muy peligrosa, por lo que muchos buscan resguardo. Antonio no sabe qué sucede, pero, al preguntar y ver el cielo, entiende que están en problemas. El barco comienza a moverse más y más. Pronto, empieza a crecer la marea. El barco se eleva y cae, y, en las tantas veces que hace ese baile con las olas, caen hombres al mar.

La tormenta crece y crece, los rayos son descomunales. Uno de ellos cae en el mástil mayor y lo parte en dos. Al caer, el mástil rompe la cubierta y sigue hacia abajo, donde provoca un agujero enorme por el que entra el agua. Todo parece perdido para los tripulantes y pasajeros de aquella nave.

Antonio mira a Tokaién y se lamenta. Ella representa todo para él: su gran amigo y maestre, la orden, aquello que debe cuidar y defender. El hijo que espera es de Fernando de Aranjuez y es lo único que le queda a este caballero. La anciana, Yakumah, lo ve y se detiene un momento observándolo. Luego decide hablar:

—¿Realmente te importan esta muchacha y ese niño no nacido?

—¿Habla en español?

—No me respondiste la pregunta.

—¡Claro que sí! ¡Daría mi vida por ellos! ¡Haría lo que fuera!

—Entonces, toma este cuchillo, córtate la mano para que salga mucha sangre y repite la oración que ahora te diré. Mientras lo haces, piensa en el destino donde quisieras estar. Repite conmigo: mi volas esti kie mia menso min portas, atingas dezirojn.

Antonio, desesperado, hace lo que la anciana dice. Yakumah toma del brazo a Tokaién y a Antonio. En un abrir y cerrar de ojos, se hallan en tierra firme.

El hombre no entiende nada. Se aleja de la anciana, retrocede de espaldas y cae al suelo. Agitado, con una fuerte aceleración de su pulso, la mira con los ojos desorbitados. Tokaién tampoco entiende mucho, no sabe si acercarse a la anciana o a Antonio. Se tapa la boca con su mano derecha mientras que con la otra se toma la panza. Los tres se miran, se sientan en el suelo y siguen mirándose.

El tiempo parece detenerse. Antonio no puede entender lo que pasó. Mira a Yakumah con asombro y miedo, nada tiene sentido. Tokaién cree que es cosa de dioses, pero entiende aún menos que el gran caballero de la Orden de Luján. Solo Yakumah mantiene la calma; es la única que sabe lo que pasó y, tal vez, quien sabe lo que pasará. Los mira con mirada serena, con gesto amable, intenta transmitirles su tranquilidad.

Antonio transpira, está muy nervioso, no puede salir del estado de shock. Estaban en el barco, pero ahora están en tierra. La anciana es una bruja, de eso no hay lugar a dudas, pero ¿qué más sabe hacer aquella mujer?, ¿qué destino le espera? Y, sobre todo, ¿por qué lo salvó, si él mató a su gente y la secuestró?, ¿por qué no actuó antes?, ¿qué es lo que pretende? Demasiadas preguntas, y casi ninguna respuesta.

—Tranquilo, español, pronto sabrás un poco más. Todo a su tiempo. De todos modos, debes entender que lo importante aquí es la niña que esta mujer lleva en su vientre.

—¿Por qué no la salvaste antes?

—¿Antes de qué? Si tu amigo no hubiera violado a esta pobre muchacha, no habría engendrado a esta niña. Y esta niña debía nacer. Pero yo no puedo actuar, no puedo interferir, solo puedo ser un canal, un puente. Por eso quien debía realizar la ofrenda y el pedido eras tú.

—¿Qué eres?

—¿Cambia en algo saber qué soy? No, conténtate con saber que, por ahora, eres necesario y que estás vivo. Además, tu deseo de que el linaje de tu amigo siga se ha de cumplir: tendrá una niña.

Antonio sigue sin saber qué pasó, pero le interesa ese poder. Si bien no es la inmortalidad que anhelaba su hermano Aranjuez, es un poder sumamente importante, puede viajar en cuestión de segundos a donde desee. Ya verá cómo adueñarse de ese don. Ahora están en Sanlúcar de Barrameda y eso es bueno. Es una hermosa ciudad española situada al sur, en Andalucía, ciudad central para las expediciones y el comercio.

Esta situación es por demás provechosa, ya que le permitirá enterarse sobre lo que ocurre en Trinidad, lugar del que huyeron. En especial, podrá enterarse de lo que ocurre con ese inmortal, ese nativo extraño que no parecía morir, ese salvaje que los condenó a la desdicha y la muerte. Todo fue culpa de él; si no se hubieran topado con ese nativo inmortal, nada de esto habría ocurrido, pero ocurrió. Su gran maestre, cautivado por la destreza con que el nativo esquivaba la muerte, se embarcó en una misión suicida y llevó a una poderosa armada a su mismo destino.

Sin embargo, esto ya pasó. Ahora el peligro corre por parte de esta anciana. Si bien no puede dejar de pensar en esta bruja misteriosa, se dirige, junto a ella y la muchacha embarazada, al hospedaje más cercano, para descansar y para pensar.

Ninguno puede descansar, no del todo. Antonio no deja de pensar en todo lo que pasó, en su mente hay un caos de ideas. La pérdida de su hermano Fernando. La cruel guerra contra los indios. Aquel hombre inmortal. La terrible tormenta. El poder de la chamana. Todo hace que su cabeza vuele.

Tokaién tampoco puede dormir. Los recuerdos de su tribu. La pérdida de su amada amiga María. Los abusos y violaciones de aquel español. La terrible tormenta. Este otro español que la raptó nuevamente. La chamana y su gran poder. Está atrapada, embarazada y sometida. Un hombre español y una chamana poderosa están con ella, pero ¿en cuál de los dos confiar? ¿Acaso puede confiar en alguien? ¿Cuál será su destino?

Yakumah tampoco descansa. Los observa a ambos, a Antonio y a Tokaién. Su mirada es penetrante. No piensa en lo que pasó, piensa en lo que pasará. Aún falta mucho por vivir, mucho por pasar.

Antonio no puede más, decide salir a tomar aire fresco. Entre los eventos que lo atosigan y la mirada penetrante de la anciana, cree estar por reventar, se asfixia, siente una opresión en el pecho y como si una mano apretase su cuello, al punto de dificultarle la respiración. Sale de la habitación, mira el cielo, clava su vista en las estrellas y trata de no pensar, al menos por un rato. Solo se concentra en respirar, sus ojos permanecen cerrados, su rostro es acariciado por una leve brisa. Tiene que calmarse.

—Tu mente no te deja tranquilo, ¿verdad, español? —le dice Yakumah, quien lo siguió hasta afuera.

—¿No piensas dejarme en paz?

—Recuerda que fuiste tú quien me secuestró a mí. Tú elegiste mi compañía, no al revés. Pero así debía ser. Y dime, español, ¿te interesa aprender mi poder?

—¿Qué?

—Yo sé, español, que tú deseas poder, al igual que el otro español. Ese a quien decían gran maestre probó su suerte frente a un guerrero poderoso, uno que no puede morir. Cada uno tiene su propio destino. Él murió deseando un poder que le quedaba demasiado grande. Pero tú podrías tener este otro poder, el de teletransportarte. Claro, si lo deseas.

—¿Y por qué me lo darías a mí? ¿Qué tramas?

—Eres muy cuidadoso, eso me gusta. Ya te lo he dicho antes: por ahora, eres necesario. Pero basta de charla. Ven, presta mucha atención, no te lo repetiré. Deberás practicarlo día y noche.

El tiempo pasa. Efectivamente, lo que llevaba en su vientre Tokaién era una niña, y esta ya tiene tres años. No podría decirse que esta niña no es hija de su padre, ya que heredó su cabellera rojiza y sus ojos verdes. Lo que no parece es ser hija de la nativa americana; los genes europeos, en este caso, fueron mucho más fuertes.

Antonio perfeccionó el poder brindado por Yakumah y aprendió de memoria la oración. Ya tiene a la heredera de su hermano del alma y ha sacado todo el provecho que podía de la anciana; es hora de borrar las huellas del pasado, es tiempo de quitarse de encima los estorbos que no le interesan.

Una tarde, el hombre llama a Tokaién a la habitación. La muchacha quería entrar con su hija, pero Antonio no deja pasar a la bebé. Solo entrará la mujer. Ella entra, pero con mucha desconfianza; nunca se despega de la niña, y él lo sabe. La invita a sentarse en la cama y le sirve un vaso con agua. Ella acepta el vaso, lo toma con ambas manos y no le despega la vista de encima. Él la mira y se mantienen las miradas tensas por un buen rato. Hasta que él decide hablar y lo único que le dice es: “Perdón”. Ni bien termina de pedirle perdón, la golpea en la sien con fuerza y la desmaya. Coloca una almohada tapando sus fosas nasales y su boca y la ahoga hasta que no queda ni un gramo de vida en su cuerpo.

Un rato más tarde, llega Yakumah. El asesino la empuja ferozmente dentro del cuarto, se cerciora de que no haya ningún cuchillo cerca para que no pueda teletransportarse y cierra la puerta con llave. La anciana, desde el suelo, le habla a Antonio:

—¿Por qué nos quieres matar, Antonio?

—Fácil. Si ustedes están con vida, entonces existe quien dé testimonio a la pequeña Magalí sobre la verdad. Yo no quiero que alguien dé testimonio a la pequeña Magalí sobre la verdad. Por lo tanto, ustedes no deberían estar con vida.

Para Antonio, es un argumento válido y, más fuertemente, verdadero; necesita que estas mujeres mueran para poder seguir con su plan. Ya ha bañado la habitación con alcohol, solo falta prender un mechero y quemar viva a la bruja. En la cama yace sin vida Tokaién. La anciana lamenta el accionar del hombre, pero no se sorprende.

Antonio golpea a la anciana y la ata de pies y manos. La habitación, hecha de madera y llena de telas, se envuelve rápidamente en llamas. No solo el cuarto, sino todo el lugar se incendia a una gran velocidad. Él sale inmediatamente del cuarto y busca a la niña, la alza y observa cómo se queman las pruebas de su vida pasada, los únicos testigos de su maldad y violencia. La niña de tres años llora desconsolada en brazos de Antonio, quien es ahora su única familia, su única versión de los hechos, el único testimonio de su procedencia.

Capítulo 2

Pesadillas

Luego del último acontecimiento, pasan diez años. La niña ahora tiene trece años, y Antonio la ha entrenado maravillosamente en la lucha, en la espada y en la oración teletransportadora que Yakumah llamaba teleportado. Él ha sido como un padre para la niña, una niña española. Una niña que creció con odio, con dolor, con hambre de venganza, una niña que tuvo que aprender a ser adulta muy prematuramente. Una niña a quien le han construido un relato sobre su pasado que no la deja vivir una niñez normal.

Es verdad que él la ama, pero muy a su modo. No sabe nada de niños, no sabe nada de mujeres, no sabe nada de amor, le da lo que él puede. Y lo único que sabe dar es lecciones y una memoria inventada, una historia en donde un indio poderoso mató a su padre y condenó a su madre a una muerte segura. Un indio que le aseguró una vida cruel, una vida vacía, una caja sin llenar, un cauce sin agua, un árbol que nació seco. Una vida sin nada por lo que vivir más que el anhelo de matar. Tal vez esto no la llene, pero ese deseo de muerte es su motivo para vivir, lo que da sentido a su vida.

—¡Tío! ¡Auxilio!

Antonio dormía profundamente. Siempre le cuesta horas y horas conciliar el sueño, solo se queda observando el techo hasta que por fin pierde el estado de vigilia. Al oír a Maga, se asusta. Mira para todos lados, empieza a transpirar, se pasa la mano por su rostro. Se refriega los ojos, se levanta rápido y corre a la habitación de la niña.

—¿Qué ha pasado, mi niña?

—¡Tío! ¡Otra vez he soñado con ese indio!

—¡Ya, pequeña! —respira aliviado al ver que no corre peligro—. ¡Ha sido solo una pesadilla!

—¡No, tío! ¡Era real! ¡Y mataba a papá, a mamá y a ti! ¡Viene por ti, tío! ¡Lo vi! ¡Era Ilukán y se reía de mí!

—¡Pero yo estoy aquí! ¿Verdad? Estamos muy lejos, no puede alcanzarnos, cariño. Nadie viene por nosotros, somos nosotros los que iremos por él. Ya lo verás.

—¡Cuéntame otra vez, tío! ¡Cuéntame la historia de nuevo! ¡Quiero guardar en mi memoria todo como si yo hubiese estado allí!

—¡Mira la hora que es, Maga! ¡Anda! ¡Duérmete!

—¡Tío, por favor, cuéntame!

—¡Bien! Pero seré breve. En nuestra expedición hacia las Américas, nos topamos con un salvaje que poseía grandes poderes. Era inmortal. Tu padre y yo solo queríamos llevar la palabra de Dios a su mundo, lleno de perversidad y pecado. Pero el salvaje quería nuestras almas para poder aumentar su poder. A su lado, había una hechicera muy poderosa. Pero ella no estaba por su propia voluntad con él, sino que él la tenía secuestrada. Muy posiblemente, ella haya sido la causante de su poder.

»Tu padre intentaba liberar a los demás salvajes de aquel demonio, pero este era muy poderoso. Un buen día, logró liberar a un puñado de nativos y, dentro de ese gentío, estaba tu hermosa madre. Poco a poco, se fueron enamorando, era maravilloso verlos juntos. Ella se hizo cristiana y se casaron, como es debido.

»Sin embargo, el peligro no cesaba. El demonio rondaba muy cerca y cada tanto se llevaba un alma, tanto de nuestros caballeros como de los salvajes que habíamos rescatado. Por tal motivo, tu padre decidió actuar. Fuimos muy pocos hombres a su encuentro.

»La batalla fue ardua, constante, casi eterna. Caían nuestros hombres como moscas. Mi misión era rescatar a la anciana para ver si con eso le quitábamos algo de poder a esa bestia. Hasta el día de hoy me culpo, niña, porque no estuve junto a tu padre, y este vio la muerte al enfrentarse al salvaje solo. Yo me enteré después. Creía que me iba a esperar, pero no fue así.

»En la huida, la hechicera fue gravemente herida. Pero, como regalo por haberla rescatado, me obsequió este don, el teleportado. Cuando llegamos a España, tu madre te dio a luz. Fue hermoso, pero albergaba tanto dolor en su alma que el alumbramiento la debilitó más de la cuenta y, días después, falleció.

»Este don, el teleportado,ahora es tuyo, es mi regalo y de tu padre, mi niña. Muy pronto, irás al templo de la Orden de Alcántara, victoriosa, con grandes poderes, y liderarás la cruzada más grande de todos los tiempos en nombre de tu padre. Allí los vengarás, ahí salvarás al Nuevo Mundo de la tiranía de ese demonio que habita en el Río de la Plata.

—¡Maldito salvaje inmortal! ¡Me quitó a mi padre! ¿Y mi madre murió de pena tiempo después? Pero yo la recuerdo, aún siento sus besos y su cálido pecho.

—Esa era una nodriza, tuve que contratarla porque no sabía cómo criarte.

—¡Tío! ¡Te juro que entrenaré muy duro y me convertiré en la cazadora de demonios más grande de toda la historia!

—¡Ya lo creo! Ahora descansa, que mañana será un día muy largo y duro.

Magalí creyó tanto en las palabras de Antonio que hasta dudaba de sus recuerdos. Su madre realmente la besó, le brindó su pecho, la amó y compartieron hermosos momentos, momentos que yacen para siempre, porque un recuerdo sin un portador no es nada. Esa es la importancia de recordar, de guardar objetos que ayuden a que los recuerdos no sean olvidados, a que no sean una burbuja que se pincha y desaparece. Sin los recuerdos, somos esclavos de quienes dicen saber sobre el pasado. Estamos sometidos a creer, a confiar, a armar nuestro presente como si lo que nos cuentan realmente hubiera pasado. A vivir de los testimonios de la gente a la que, tal vez, le conviene que le creas. A ellos les conviene que creas su relato, les conviene que los necesites para recordar lo que nunca pasó.

Capítulo 3

El viejo lobo de mar

La mañana siguiente se convirtió en un día muy largo y duro de muchísimo entrenamiento, y del mismo modo sucedió con el día siguiente y el otro, y así hasta que la niña de trece años cumplió dieciocho. Magalí de Aranjuez era una joven hermosa, de cuerpo atlético, muy bien entrenada física y mentalmente. Antonio Ambrosías, su tío, la había cultivado con gran cantidad de libros. Él pensaba que un barco sin un capitán versado, cultivado y mañoso era un botecito a la deriva, pero un barco con un excelente capitán era el navío más bravo y poderoso que hubiera podido surcar los mares. Y tanto le repetía esa frase que Magalí empezó a interesarse por el mar.

Magalí recorría el muelle buscando alguien que le ayudara a aprender sobre el arte de navegar. No solo lo hacía por la frase de su tío, sino que ella, en realidad, quería vengar a su familia y para ello tenía que irse hacia el nuevo continente. Un buen día, se atreve a hablarle a un anciano que siempre ve trabajando en un pequeño barco.

—¿Así que quieres aprender sobre la vida marina, niña?

—Sí. Quiero aprenderlo todo: cómo se construyen los barcos, cómo se manejan, qué hay que tener en cuenta en el mar.

—Vaya, sí que quieres saberlo todo. Esto te costará muy caro, mi niña. ¿Acaso tienes dinero?

—No tengo nada, pero trabajaré para usted. Haré lo que sea, puedo limpiar y cocinar.

—¿Lo que sea? Pues bien, yo te enseñaré todo y en la última lección sabrás recompensarme.

Así, el viejo le pide que vuelva al día siguiente para empezar con la enseñanza. Cuando llega Maga al día siguiente, el viejo la estaba esperando sentado en el muelle. Él la recibe amorosamente y le explica que este día toca enseñarle las partes del barco; así, cuando hablen, podrán utilizar lenguaje técnico. Esto no solo ayudará a que la niña aprenda con más facilidad, sino que será más sencillo para el anciano comunicarle sus conocimientos.