Las llamas de la culpa - Inger Gammelgaard Madsen - E-Book

Las llamas de la culpa E-Book

Inger Gammelgaard Madsen

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Beschreibung

Una noche del mes de marzo, Johan Boje, un agente de la policía de Central y West Jutland muere luego de ser atropellado por un auto a alta velocidad frente a su casa. Su jefe, Axel Borg, es uno de los primeros en llegar a la escena del crimen. Rápidamente se da cuenta de que este no es un simple caso de atropello y fuga, sino un asesinato brutal. El hijo de nueve años de Boje afirma haber visto el auto y dice que quien conducía era un policía. ¿Es sólo la imaginación de un niño traumatizado? La cámara de seguridad de una gasolinera confirma la historia del niño: alguien con uniforme de la policía conducía el auto esa noche fatal. Rolando Benito, un investigador de la Unidad independiente de denuncias contra la policía, es asignado al caso. ¿Cuál de los colegas de Johan Boje tenía un móvil como para llegar a tales extremos? Rolando Benito trabaja en conjunto con Anne Larsen, una reportera de TV2 East Jutland. Siguen las pistas que los llevan a un incendio del pasado que tuvo consecuencias graves para una familia local. ¿Quizás el incendio no fue un accidente? A Anne y Rolando les parece que el móvil puede ser distinto al que habían estado manejando en un principio. La cacería del perpetrador se pone en marcha antes de que ataque otra vez.-

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Inger Gammelgaard Madsen

Las llamas de la culpa

SAGA

Las llamas de la culpa

Original title:

Brændende skyld Copyright © 2017, 2019 Inger Gammelgaard Madsen and SAGA Egmont, Copenhagen All rights reserved ISBN: 9788726233285

1. E-book edition, 2019 Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

Las llamas de la culpa

Capítulo 1

Cuando apagó el motor del auto, el garaje quedó en silencio. Sólo se oía su respiración agitada.

Al entrar, las luces habían iluminado la mesa de trabajo. Aparentemente, Lukas había estado trabajando en la pajarera de nuevo y no había limpiado al terminar. Una buena cantidad de polvo de madera cubría el lugar y el serrucho no estaba en su lugar entre las herramientas que colgaban de la pared. Por lo visto, su hijo había abandonado su proyecto... nuevamente. Sintió un cierto regocijo al saber que al menos lo había intentado, en lugar de darse por vencido para hundirse frente al televisor o la computadora. Los chicos de nueve años deberían ser activos y a Lukas no le gustaban los deportes; al contrario de Mia, que practicaba hándbol dos veces a la semana. Claro que ella era unos años menor, sobraba tiempo para que cambiara.

Comenzó a sentirse irritado porque su hijo nunca escuchaba y porque no había heredado la destreza manual de su padre, o su sentido del orden. Habían delineado el contorno de todas las herramientas en la pared, así que, no encontrar el lugar del serrucho dejaba de ser una excusa posible. Su acidez estomacal comenzó a bullir y se le aceleró el corazón.

Se recostó en el asiento con las manos sobre el volante como si aún siguiera conduciendo; cerró los ojos en un intento por ahuyentar la irritación y el enojo. El serrucho no era el problema. Tampoco lo era el desorden, ni Lukas.

Él era el problema, sus frustraciones y sus malas elecciones. Quizás, si en aquel entonces se hubiera sobrepuesto y le hubiera contado todo a Alice, no hubiera pasado nada. La había notado recelosa por un tiempo. Cada vez que había trabajado hasta tarde o cuando le había dicho que tenía una conferencia en el exterior. Ella lo sabía, pero no había dicho nada. ¿En verdad lo amaba tanto? ¿Acaso pensaba que no tenía mejores opciones que él? Era una mujer hermosa y podría tener a quien quisiera.

Abrió sus ojos que se perdieron en la oscuridad. Unos celos apremiantes se apoderaron de él sólo de pensar en Alice con otro hombre. Eso por sí solo le demostraba lo despreciable que era. No tenía derecho a sentirse así, ni tampoco a experimentar el alivio que sintió cuando al pasar frente a la casa vio las luces apagadas, clara señal de que Alice y los niños ya se habían ido a la cama. Por supuesto que sí: los niños se tenían que levantar temprano para ir a la escuela y Alice tenía un turno en el hospital a primera hora. Tal vez el acostarse temprano era su forma de protesta. Debería haber llamado, pero finalmente algo había ocurrido. Al día siguiente lo sabría.

Luego de reencontrarse con ella y verla a los ojos, no podía dejar el caso. Debería haberlo hecho después de tantos años. Había sido un accidente según el informe. Pero había mantenido la sospecha todo este tiempo. ¿Lo guiaba su profesionalismo o era otra cosa? Alice le había preguntado qué lo incomodaba. Ella también lo había sentido, claro, con lo atenta y observadora que era. Podía sentir la tristeza oculta de su marido y cómo sus pensamientos estaban en cualquier lugar menos en ella y los chicos. Él podría haber sido honesto y contarle todo; sincerarse, limpiar su alma y su vida. De cualquier manera, ya no importaba. Nada importaba.

Tragó saliva y apretó con fuerza su nariz con el dedo índice y el pulgar para contener el deseo de llorar. Ella había sido especial y ahora estaba seguro de que la había amado, realmente amado. No se reducía a pasión y sexo como lo había sido con otras. No era otra cana al aire que Alice pretendía desconocer. Por una vez, la atracción no había nacido de la belleza y la juventud. Era otra cosa, algo más cercano e íntimo. Era una conexión indefinible, tanto física como mental, que nunca antes había experimentado con otra mujer. Ni siquiera con Alice.

El perro del vecino comenzó a ladrar. Se recompuso y abrió la puerta del auto. No pudo evitar el golpe de la puerta al cerrarse. Pisó un clavo que sobresalía de una tabla y maldijo para sus adentros mientras prendía la luz y la colocaba sobre la mesa de trabajo.

Lukas había avanzado con la pajarera. La tomó en sus manos y la examinó desde todos los ángulos. Una parte del techo estaba apenas torcida y un clavo sobresalía un poco, fuera de esos detalles se veía bien. Una sonrisa espontánea y melancólica asomó en sus labios mientras se secaba los ojos. Al día siguiente lo ayudaría a terminarla.

Los niños eran la razón principal de que no se lo hubiera contado todavía. Lukas y Mia. ¿Sería capaz de vivir sin ellos? ¿Hubiera llegado a ser necesario? Ella los hubiera amado igual, estaba seguro de eso. Ella también tenía sus propios hijos. Pensar en ese hecho lo retrotrajo nuevamente al caso. Esperaba que Torben no hubiera notado el viejo informe cuando llegó inesperadamente esa noche. Su compañero solía prestar una inusual atención a los detalles. Eso lo hacía un buen policía. Se había puesto de pie y había tomado su abrigo del respaldo de la silla, para que pareciera que iba camino a casa. Esperaba haber sido convincente.

Abrió la puerta trasera izquierda del auto, tomó su chaqueta y bolso del asiento, se colocó la chaqueta sobre el hombro y salió del garaje. Era una noche de marzo relativamente cálida. Las estrellas brillaban en el cielo y las hojas secas sobre el seto de haya crujían con el viento.

Max, el perro del vecino, continuaba ladrando. El perro casi siempre rondaba tranquilo en el jardín cercado y nunca le ladraba porque lo conocía. Miró hacia la calle. Un auto estaba estacionado frente a la casa de los vecinos, un tanto alejado del poste de luz. Un Peugeot 208 color oscuro. No podía tratarse de visitas de los vecinos porque no se veían luces por la ventana. ¿Estaría Max solo en la casa? Pensó en volver y hablarle al perro para calmarlo. Prefería hacer más tiempo antes de ir a la cama junto a Alice. No quería explicarle por qué llegaba tarde, aunque quizás ella tan sólo simularía dormir dándole la espalda. No le había dicho que trabajaría hasta tarde esa noche y por eso lo había llamado varias veces al celular; él no había respondido.

El auto sonreía con malicia desde la oscuridad. Él también sonrió ante esa imagen. Lukas le había enseñado a mirar a los autos de esa manera. Su hijo había visto demasiados dibujos animados y podía ver caras en todos los modelos de autos. Siempre había tenido una imaginación muy vívida. Los autos sonreían con dulce malicia, o furtivamente, o estaban enojados o rabiosos. Lukas le había explicado que las luces eran los ojos y la parrilla del radiador, una boca con dientes.

Ese auto no era una visita habitual de los vecinos: una pareja de ancianos que rara vez tenía compañía. Parecía haber alguien tras el volante. Entrecerró los ojos para ver mejor. Una silueta oscura se dibujaba contra la luz débil de la calle.

Hacía poco habían investigado una banda de crimen organizado que vigilaba los vecindarios antes de robarlos. Comenzó a caminar hacia el auto. Con un brazo sobre los ojos, tapó la luz de los poderosos focos que de pronto se encendieron y lo cegaron. Las ruedas chirriaron cuando el auto aceleró. Apenas pudo comenzar a entender lo que estaba pasando antes de que la parrilla del radiador golpeara su rodilla y su fémur, lanzándolo al aire. Aterrizó sobre el asfalto detrás del auto, como una muñeca de trapo. Al girar la cabeza pudo ver cómo desaparecían las luces rojas.

La aspereza del asfalto había cortado su mejilla. Intentó ponerse de pie, pero el dolor era demasiado fuerte. Vomitó un poco de sangre; estuvo a punto de desmayarse. El perro ladró más fuerte, parecía intentar saltar la reja para alcanzarlo. Las luces de la ventana, hacia el final de la pared, parpadearon.

La habitación de Lukas.

Cerró los ojos; sintió la sangre correr por el costado de su boca. Intentó en vano levantar un brazo para limpiarla. Lukas no podía verlo así. El sonido del motor hizo que abriera los ojos y girara la cabeza. Estaba en mitad de la calle y un auto se acercaba. Intentó desesperadamente arrastrarse como un animal en la calle, pero no podía moverse. Con gran esfuerzo, levantó su mano hacia los rayos de luz punzante del auto, como si con eso pudiera detenerlo. El auto lo alcanzó con demasiada velocidad. Notó que era el mismo auto. La rueda delantera estaba tan cerca de sus ojos que podía ver el entramado. Un grito lacerante escapó de su garganta con el último atisbo de fuerza que le quedaba.

###

El inspector de policía Axel Borg intentó ocultar sus emociones al escuchar que era uno de los suyos al que estaban trasladando en ambulancia al forense. Sin sirenas. Sin urgencia. Reticente, observó el charco de sangre en la calle donde los técnicos, de batas blancas, colocaban pequeños triángulos amarillos numerados. Como la base de una pirámide de cartas. Vio cómo un técnico tomaba algo de la calle con unas pinzas. No quería pensar qué podría ser. Notó que no había marcas de frenado frente al charco de sangre que comenzaba a ser absorbido por la negrura del asfalto.

Un técnico lo saludó con la cabeza y continuó tomando fotos al triángulo número «5» que había sido colocado frente a una vaga huella de un neumático embarrado. Axel desvió la mirada al darse cuenta de que no era barro. Sacó las manos de los bolsillos del sobretodo de lana gris oscuro y miró hacia la casa. Un nudo se alojó en su garganta. Siempre era difícil hablar con las familias.

De hecho, él ni siquiera tenía que hacerlo. Katja, la nueva oficial de su departamento, tenía un talento especial para eso y ya se había encargado del tema. Era tan nueva que apenas conocía a Johan. Pero Axel conocía a Alice. Habían bailado en la fiesta de Navidad del departamento apenas unos cuatro meses atrás. Johan no bailaba. Para ser honesto, él tampoco, pero Alice era alguien de quien costaba alejarse y, de una manera extraña, sentía lástima por ella. Todos en el trabajo sabían que Johan no era un marido ejemplar. No tenía idea si Alice también lo sabía, pero, ¿qué importaba eso ahora? ¿Qué importaba cualquier cosa, cuando te enfrentas con la muerte?

Con pesadez, subió las escaleras de piedra que llevaban a la puerta de entrada de la casa y tocó el timbre. Había arena en los peldaños; crujía bajo sus pies. La melodía alegre del timbre no encajaba con la situación. Apenas se oía a través de la pesada puerta de roble. Mientras esperaba, con sus dedos pulgar e índice, se frotó el bigote que comenzaba a teñirse de gris, un tic nervioso al que se había acostumbrado desde que se había dejado crecer la barba. También le servía para asegurarse de que su barba no tuviera migajas del pan danés que estaba comiendo con el café en el momento en que el oficial de turno había traído el trágico mensaje.

Miró la hora. Una y quince. Katja probablemente ya se había ido; si Alice no podía con esto ahora, podía dejarlo para después. Tal vez se había acostado ya. No se atrevió a tocar de nuevo. Prefería posponerlo. Estaba a punto de retirarse hacia su auto con cierto alivio, cuando oyó que se abría la puerta. Alice tenía los ojos rojos e hinchados, y su labio temblaba levemente. No llevaba maquillaje; no se asemejaba a la de la fiesta de Navidad en la que parecía una supermodelo. El maquillaje hacía maravillas en la mayoría de las mujeres, pero, de hecho, Alice le gustaba más sin él.

Ella no dijo nada, sólo abrió la puerta y caminó hacia la sala. También se veía bien en pijamas. Su cabello castaño y rizado, atado en una cola de caballo. Se sentó en el sofá junto a sus hijos. «La niña, Mia —pensó—, ha estado llorando, pero el chico parece en shock». También estaban en pijamas. La niña tenía un camisón rosado de flores con encaje; el niño, pantalón y camiseta. Axel se dio cuenta que había empezado a contar los diferentes dinosaurios del diseño.

Se aclaró la garganta.

—Lo siento tanto, Alice —La voz salió ronca como un graznido.

Alice asintió. Los labios temblorosos consiguieron formar un ‘gracias’ mudo.

Se sentó en el sillón frente al sofá donde ellos estaban muy juntos, como si quisieran protegerse unos a otros de cualquier otro accidente. Alice pasó el brazo alrededor del chico, que se acercó más a su madre, y miró a Axel. Luchó para sacar las palabras.

—¿Sabes... —se aclaró la garganta—. ¿Sabes quién fue?

Él negó con la cabeza.

—No, no todavía. Y no seré el que lo encuentre.

—¿No? Pero ¿quién... —Le lanzó una mirada confundida.

—Esas son las reglas, Alice. No podemos investigar a nuestra propia gente.

—Pero entonces, ¿quién va a encontrar al conductor? ¿Quién conoce mejor a Johan que tú?

—Ese es el problema. Conozco a Johan demasiado bien, al igual que el resto de sus colegas. Con seguridad, la policía de la zona se encargará de la investigación.

Alice se hundió en el sofá, casi paralizada. Sus ojos húmedos estaban clavados en él y aun así parecían no ver nada.

—No escuché nada; ni siquiera lo escuché regresar a casa. Ya nos habíamos ido a la cama y...

—No te culpes, Alice.

—¿En qué estaba trabajando... tan tarde?

—¿Venía del trabajo? —preguntó Axel sorprendido; bien podría haberse mordido la lengua. No quería parecer un jefe que no tenía control sobre lo que sus subordinados hacían, aunque aparentemente ese era el caso.

—No sé, claro que... —Alice se calló y miró a los niños a su lado. Él adivinó lo que ella evitó decir.

—Debe haberse tomado algunas horas extras para aclarar algo, es... era tan abocado a su trabajo y... hemos estado ocupados con un gran caso de narcóticos, como debes saber —dijo con entusiasmo desmedido.

Alice miró el cabello rubio de su hijo, lo besó y asintió. El chico la miró.

—Era un policía, mamá —dijo con voz clara y alta.

—¿A qué te refieres, Lukas?

—El que golpeó a papá con el auto era un policía. Llevaba una gorra igual a la que tiene papá.

Alice miró a Axel confundida.

—¿Estás seguro, Lukas?

El niño asintió y miró al inspector con sus grandes ojos azules. Se parecían a los de Johan, también había tenido esa mirada de niño inocente. Quizás era eso lo que atraía tanto a las mujeres.

—¿Viste el auto? —Axel sostuvo la mirada del niño que no pestañeó, sólo asintió en silencio.

—¡Eso no es cierto! Siempre te inventas cosas para sonar más interesante —dijo la niña con voz lastimera y cruzó sus piernas desnudas sobre el sofá. Miró desafiante a su hermano.

—¡Pero es cierto!

—¿Conducía un auto de la policía? —preguntó Axel.

Lukas lo meditó y luego negó con la cabeza.

—¡Ya ves! Si fuera un policía, hubiera estado en un auto de la policía —se burló su hermana y se secó las mejillas húmedas con ambas manos.

—No mientas sobre cosas como estas, Lukas. Esto es muy importante. ¿Viste el auto?

Alice se inclinó para mirar a su hijo a los ojos.

—Sí, lo vi. Y era un policía, como papá. Conducía un pequeño auto malvado.

—¿Auto malvado? —repitió Axel con una fugaz sonrisa forzada—. ¿Sabes el modelo del auto?

Lukas se mordió el labio inferior, sacudió la cabeza y se refugió en el pecho de su madre. Ella lo acercó y miró suplicante a Axel.

—Creo que estamos cansados, así que...

Axel se puso de pie de inmediato. Le parecía bien irse.

—Por supuesto, lo siento. Te mantendré informada del caso.

Alice cubrió a Lukas y Mia con una manta, y lo acompañó a la puerta. Cruzó los brazos sobre su pecho y se frotó el hombro, como si tuviera frío.

—Fue muy lindo de tu parte venir, Axel. Lukas tiene una imaginación muy vívida. No sé si realmente vio algo. Creo que estaba durmiendo, así que...

—Lo verificaré, Alice —dijo y abrió la puerta—. Llámame si necesitas algo, ¿sí? ¡Lo que sea!

Alice asintió y cerró la puerta tras él.

Su cuerpo se sacudió con el frío repentino y trotó hacia el auto. Los técnicos estaban trabajando en el garaje. Un perro ladraba al lado.

###

Era difícil poder dormir. Había sido así desde que Sonja se había mudado, pero esta noche el sentimiento que lo había desvelado era el de preocupación, más que rabia, arrepentimiento y culpa. Se había despertado empapado en sudor y había dado vueltas en la cama hasta que decidió levantarse. Bebió un vaso de leche y contempló la luna llena, brillante como la lámpara del bar donde desearía estar.

Por un momento, se había visto tentado a probar su carísimo ron El Dorado Reserva especial 21 años, pero se conocía lo suficiente para contenerse. En cambio, se arrodilló frente a la jaula y le habló a la ‘rata’, como le gustaba llamar al hámster de Elisabeth. Había permitido que viviera con él para que estuviera allí cuando ella visitara a su padre, cada segundo fin de semana u, ocasionalmente, cuando pasaba luego de clases. La escuela no quedaba lejos de la casa. Por eso la había comprado en primer lugar.

A Sonja no le gustaban los roedores, pero la pequeña criatura no molestaba a Axel. Era fácil de cuidar. En realidad, casi se cuidaba sola y le hacía compañía. De cualquier manera, moriría pronto. Sabía que esos roedores sólo vivían unos tres años y su hija lo había tenido por dos años y medio, así que pronto sería la fecha. Para algunos, la muerte estaba predestinada. Para otros, llegaba por sorpresa, inesperadamente

La preocupación había surgido en el auto, camino a la estación de policía y había crecido. Su teléfono celular había sonado al conducir por la costa de Christian de la calle Ocho. El Director de la policía quería expresar su apoyo por la pérdida de un buen y talentoso compañero. Le había anunciado que la fuerza policial de East Jutland supervisaría la investigación y que era importante que se les comunicara todo aquello que fuera de interés sobre Johan Boje. Axel tenía sentimientos encontrados sobre no estar a cargo de la investigación, pero esperaba que no se notara. Esas eran las reglas.

No podía sacarse de la cabeza lo que Lukas había dicho sobre el policía y el auto endemoniado. Si el niño tenía razón, ¿quién era el oficial que había golpeado y matado a Johan, y cuál era su móvil? Tenía la esperanza de que Alice estuviera en lo cierto, que no fuera más que la imaginación del niño. Ella conocía mejor a su hijo.

El estado de ánimo en la estación era tenso. Los empleados estaban sentados en sus sitios en la mesa de conferencia con tazas de café y algunos termos blancos frente a ellos; lo miraban con curiosidad. Axel Borg permaneció de pie al final de la mesa, se aclaró la garganta y se acarició el bigote. Espontáneamente, sus ojos se dirigieron a la silla vacía de Johan y luego hacia los ojos azules de Katja. Ella le hizo un gesto sutil, casi imperceptible, un gesto que quería infundir ánimo.

—¿Han escuchado lo que ha pasado? —preguntó.

La expresión en los rostros de los colegas de Johan fueron respuesta suficiente. Katja les había informado. Por un momento se preguntó si sería alguno de ellos, pero inmediatamente se sacó esa idea de la cabeza. Decidió esperar antes de comentarles lo que Lukas había visto. Por lo menos, hasta que hubiera más evidencia.

—La policía de East Jutland estará a cargo de la investigación. Debemos comunicarles todo lo que sepamos. ¿Alguno de ustedes sabe si Johan estuvo aquí anoche? Según Alice llegó tarde a la casa; ella y los niños ya estaban acostados.

Recorrió a su equipo con la mirada e intentó capturar los ojos de cada uno de ellos. Sabía que Frank, soltero y bastante fiestero, en ocasiones había tomado un par de tragos con Johan luego del trabajo. Pero Frank tenía sus brazos cruzados y miraba fijo a la mesa.

—Hablé con él alrededor de las nueve de la noche. Olvidé mi celular y volví a buscarlo. Estaba en su escritorio trabajando en algo, pero ya se iba para su casa. Estaba un poco raro. —Torben Bjerg tomó los termos, sirvió café y sacudió la cabeza, todo al mismo tiempo—. Esto es tan increíble...

—¿Raro cómo? —preguntó Axel con las cejas levantadas.

—Mm, en realidad no lo sé. Algo en la manera en que estaba parado delataba agitación y tenía un destello en sus ojos... como si lo hubiera agarrado haciendo algo ilegal. —Torben dejó el termo y se aseguró de taparlo bien—. Aunque creo que algo le estaba pasando desde hace un tiempo.

—¿Qué y desde hace cuánto tiempo? —continuó Axel.

—Los últimos años, creo. —Torben miró a su alrededor a los otros esperando una confirmación.

Benny asintió con la cabeza.

—Sí, hace un tiempo no era el mismo. Pero, en realidad, pienso que estuvo mejor en los últimos meses.

—Tú eres... eras su compañero, Torben. ¿No te dijo qué lo estaba preocupando?

—No, no quería hablar de ello. Me lo dejó bien claro.

—¿Y no sabes en lo que Johan estaba trabajando hasta tan tarde?

—No, no le pregunté. Me imaginé que era el caso de narcóticos.

—Ese ya se resolvió.

—Ocurrió frente a su casa, ¿verdad? —interrumpió Benny.

Katja asintió.

—Sí, luego de haber estacionado su auto en el garaje —aclaró Axel.

—¿Su mujer y el vecino en verdad no oyeron nada? ¿No vieron nada? —interrumpió Frank y se obligó a levantar la mirada revelando unos ojos enrojecidos.

—Ya se habían ido a la cama. No había marcas de frenado. Quizás el chofer no vio a Johan en la oscuridad.

—¿Puede ser que lo hayan matado por el caso de narcóticos? Uno de los convictos que intentara vengarse, o...

—Aún no sabemos si fue asesinato o accidente —lo regañó Alex. No quería dejar que su humor lo sobreexcitara.

—Accidente —bufó Katja—, no pasas por encima de un hombre por accidente. Sí, eso es lo que los técnicos dijeron —se defendió al ver la mirada de reproche de Axel.

—¿Cómo lo saben? —preguntó Leif, el policía más joven y nuevo del departamento.  Los ojos verdes fijos en su colega femenina.

—Por las huellas de sangre de las ruedas. Los técnicos creen que el auto dio la vuelta y regresó. Parece que fue planeado.

El silencio se apoderó de la habitación mientras que todos miraban de manera inquisitiva al jefe.

Se acarició el bigote varias veces.

—Ninguno de nosotros ha visto los informes de la policía técnica o del departamento forense, así que no nos apresuremos a sacar conclusiones.

—Si hay marcas de rueda, los técnicos podrán encontrar el modelo del auto, ¿cierto? —dijo Leif esperanzado.

—Tenemos que dejar eso en manos de nuestros colegas de Aarhus y ayudarlos con toda la información posible. Pero la orden del Director es que no hagamos nada hasta que la policía de East Jutland se presente.

###

Axel no conocía a los dos colegas de la policía de East Jutland que anunciaron su llegada a la oficina durante la tarde noche; dos jóvenes que parecían muy inexpertos para tan importante labor. Pero así eran las cosas. Gente joven a cargo, una nueva generación había llegado. El círculo de la vida. De pronto se sintió viejo.

Se presentaron, ofrecieron el pésame y pidieron que se les llamara Tom y Dino. Axel traía una taza de café recién hecho de la cafetería.

—Hemos hablado con el forense y la policía técnica, y nos aseguran que no fue un accidente. Alguien atropelló y mató a Johan Boje intencionalmente. Empezaremos por revisar sus viejos casos para ver si alguno tiene algo que ver, así que nos gustaría un resumen de sus últimos casos.

—Trabajamos en un caso de narcóticos por un tiempo, uno de los grandes. Pero se cerró hace algún tiempo ya, por lo que me cuesta creer que tenga algo que ver.

—No podemos descartarlo antes de indagar. ¿A quién y qué investigó exactamente Johan?

Tom parecía ser el más joven, probablemente estaría en sus veinte por llegar a los treinta. El pelo rapado y la mandíbula ancha le daban un aspecto de soldado. Su labio inferior sobresalía un poco del superior y lo hacía parecer malhumorado. A Axel no le gustaba su tono.

—Me aseguraré de que reciban todos los nombres y un resumen del caso. Pero como ya dije, fue resuelto. Los perpetradores están en la cárcel y el caso archivado como cerrado.

—Según entiendo, era sobre narcotráfico, ¿verdad?

Axel asintió.

—Sí, fue una cooperación entre la policía de muchos distritos. El de ustedes entre otros. —Esbozó una sonrisa cómplice, pero la expresión de los policías no cambió. Axel se aclaró la garganta y acarició su bigote—. Johan trabajaba muy cerca de un agente encubierto en el entorno de la banda; por supuesto que no puedo darles su nombre. Johan fue la principal razón por la que el caso se resolvió tan rápidamente.

—Eso suena a un posible móvil. Los prisioneros pueden contratar a personas externas para hacer un trabajo como ese. —Tom lo observó con suspicacia.

—Sí, por supuesto

—Suponemos que nadie tocó su escritorio.

—No, claro que no. Se nos indicó no tocar nada. —Axel se sentía como si fuera un criminal en un interrogatorio. No le gustaba. Por un instante pensó en comentarles la observación del hijo de Johan, pero si eran tan inteligentes, lo deducirían ellos mismos al hablar con el niño.

—Bien, entonces, comenzaremos a revisar el caso. —Dino se puso de pie. Era un hombre alto de hombros anchos, cabello color rubio oscuro cortado al ras. Le sonrió amistosamente a Axel y de inmediato le cayó mejor que Tom. También se puso de pie.

—Ni el departamento ni yo interferiremos en su trabajo. Pero si podemos ser de alguna ayuda, por favor, hágannoslo saber.

Axel los observó acercarse al escritorio de Johan. La manera en que los otros los miraban, demostraba que todos pensaban lo mismo. ¿Por qué no los autorizaban a investigar el asesinato de su compañero? Todos ellos estaban motivados, mucho más que un par de colegas extraños de Aarhus. Paseó la mirada por cada uno de los rostros de sus compañeros. ¿Podría ser cierto que un policía había matado a Johan? ¿Era alguna de estas personas? ¿Uno de los suyos?

Axel no podía ordenar sus pensamientos con respecto al hecho de que el trabajo de escritorio, que sigue a todo gran caso, había tardado más de lo acostumbrado. Sus ojos pasaban constantemente de Tom a Dino. Hablaban bajo mientras revisaban los cajones de Johan. Dino recibió una llamada. De pronto los dos se pusieron los abrigos y desaparecieron por la puerta sin decir una palabra.