Las mejores crónicas de Roberto Arlt - Roberto Arlt - E-Book

Las mejores crónicas de Roberto Arlt E-Book

Roberto Arlt

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Beschreibung

Las crónicas reunidas en este libro, publicadas en El Mundo (de Buenos Aires), se tornaron tan populares que el periódico duplicaba sus ventas cuando aparecían. Por su brevedad, eran ideales para ser leídas durante el viaje hacia el trabajo. En estos geniales ensayos, Arlt refleja la realidad de la manera más cruda, con la fuerza de un estilo que es admirado mundialmente.

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Seitenzahl: 56

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Introducción

En la primera mitad del siglo XX, el trabajo de Roberto Arlt dio un vuelco de envergadura en el paradigma literario de la época modificando la literatura argentina de aquel entonces, y la posterior. A pesar de su corta vida fue prolífico y transitó todo tipo de géneros: novela, con El juguete rabioso y Los siete locos –entre otras–, cuentos –recopilados en El jorobadito y El criador de gorilas– y sus famosas crónicas llamadas Aguafuertes, publicadas en revistas como El Hogar y en periódicos como El Mundo. Su impronta creativa también dejó una particular huella en el teatro, con piezas como Trescientos millones y Saverio el Cruel.

Roberto Arlt era un desfachatado literario, nunca le interesó cumplir con las reglas de urbanidad y buen gusto en lo que a escritura se refiere. Estaba interesado, en cambio, en reflejar la realidad de aquella época de la manera más cruda posible, con la fuerza de un estilo personalísimo, distante de las convenciones estéticas que regían por aquel tiempo a la literatura argentina. Sus contemporáneos, colegas y críticos, lo denostaban por la desprolijidad de sus textos, porque pasaba por altos ciertos errores sintácticos y hasta ortográficos. El Grupo de Florida, que reunía las tendencias literarias más formales, se mostraba como el extremo opuesto al Grupo de Boedo, con el que Arlt estaba vinculado. El principal objetivo de estos últimos era exponer una dura crítica a la sociedad y al sistema. Así y todo, Roberto Arlt también se relacionó con varios escritores del Grupo de Florida, incluso fue secretario de Ricardo Güiraldes y le dedicó su novela El juguete rabioso.

Con respecto a las crónicas reunidas en este libro, escritas entre 1928 y 1933, y publicadas en El Mundo (de Buenos Aires), se tornaron tan populares que el periódico duplicaba sus ventas los días en que aparecían. La brevedad de estos ensayos hacía que fueran ideales para ser leídos durante el viaje en tranvía hacia los lugares de trabajo. Como ocurrió a lo largo de toda su obra, estos textos contenían una fuerte crítica a la sociedad predominante. En particular, las crónicas seleccionadas en este libro presentan las agudas observaciones del autor con respecto al lenguaje, a la escritura, a los valores políticos y culturales. A propósito, en un artículo de 1929, el mismo Arlt asegura que tiene la debilidad de “creer que el idioma de nuestras calles, el idioma que conversamos usted y yo en el café, en la oficina, en nuestro trato íntimo, es el verdadero”. Así, haciendo gala de una verdad irrefutable, recorre el sentido profundo de cómo se dice lo que se dice. Y hasta se atreve a ironizar sobre la realidad política en una crónica memorable (incluida en este volumen) en la que juega el rol de un diputado para denunciar una vez más la corrupción endémica que forma parte del sistema. Reflexiones que hoy más que nunca mantienen una actualidad sorprendente.

La obra de este genial autor tiene una importancia fundamental dentro de la literatura argentina ya que redefinió parámetros temáticos y lingüísticos. Según el escritor Ricardo Piglia, Arlt inauguró la novela moderna argentina con un estilo completamente renovador.

Cronología de la obra literaria

Novelas, cuentos y crónicas:

El diario de un morfinómano (1920)

El juguete rabioso (1926)

Los siete locos (1929)

Los lanzallamas (1931)

El amor brujo (1932)

Aguafuertes porteñas (1933)

El jorobadito (1933)

Aguafuertes españolas (1936)

El criador de gorilas (1941)

Nuevas aguafuertes españolas (1960)

Las fieras (1933)

Teatro:

El humillado (1930)

300 millones (1932)

Prueba de amor (1932)

Escenas de un grotesco (1934)

Saverio el Cruel (1936)

El fabricante de fantasmas (1936)

La isla desierta (1937)

Separación feroz (1938)

África (1938)

La fiesta del hierro (1940)

El desierto entra a la ciudad (1952)

La cabeza separada del tronco (1964)

El amor brujo (1971)

La inutilidad de los libros

Me escribe un lector:

“Me interesaría muchísimo que Vd. escribiera algunas notas sobre los libros que deberían leer los jóvenes, para que aprendan y se formen un concepto claro, amplio, de la existencia (no exceptuando, claro está, la experiencia propia de la vida)”.

No le pide nada el cuerpo...

No le pide nada a usted el cuerpo, querido lector. Pero, ¿en dónde vive? ¿Cree usted acaso, por un minuto, que los libros le enseñarán a formarse “un concepto claro y amplio de la existencia”? Está equivocado, amigo; equivocado hasta decir basta. Lo que hacen los libros es desgraciarlo al hombre, créalo. No conozco un solo hombre feliz que lea. Y tengo amigos de todas las edades. Todos los individuos de existencia más o menos complicada que he conocido habían leído. Leído, desgraciadamente, mucho.

Si hubiera un libro que enseñara, fíjese bien, si hubiera un libro que enseñara a formarse un concepto claro y amplio de la existencia, ese libro estaría en todas las manos, en todas las escuelas, en todas las universidades; no habría hogar que, en estante de honor, no tuviera ese libro que usted pide. ¿Se da cuenta?

No se ha dado usted cuenta todavía de que si la gente lee, es porque espera encontrar la verdad en los libros. Y lo más que puede encontrarse en un libro es la verdad del autor, no la verdad de todos los hombres. Y esa verdad es relativa... esa verdad es tan chiquita... que es necesario leer muchos libros para aprender a despreciarlos.

Los libros y la verdad

Calcule usted que en Alemania se publican anualmente más o menos 10.000 libros, que abarcan todos los géneros de la especulación literaria; en París ocurre lo mismo; en Londres, ídem; en Nueva York, igual. Piense esto:

Si cada libro contuviera una verdad, una sola verdad nueva en la superficie de la tierra, el grado de civilización moral que habrían alcanzado los hombres sería incalculable. ¿No es así? Ahora bien, piense usted que los hombres de esas naciones cultas, Alemania, Inglaterra, Francia, están actualmente discutiendo la reducción de armamentos (no confundir con supresión). Ahora bien, sea un momento sensato usted. ¿Para qué sirve esa cultura de diez mil libros por nación, volcada anualmente sobre la cabeza de los habitantes de esas tierras? ¿Para qué sirve esa cultura, si en el año 1930, después de una guerra catastrófica como la de 1914, se discute un problema que debía causar espanto?

¿Para qué han servido los libros, puede decirme usted? Yo, con toda sinceridad, le declaro que ignoro para qué sirven los libros. Que ignoro para qué sirve la obra de un señor Ricardo Rojas, de un señor Leopoldo Lugones, de un señor Capdevilla, para circunscribirme a este país.

El escritor como operario

Si usted conociera los entretelones de la literatura, se daría cuenta de que el escritor es un señor que tiene el oficio de escribir, como otro de fabricar casas. Nada más. Lo que lo diferencia del fabricante de casas, es que los libros no son tan útiles como las casas, y después... después que el fabricante de casas no es tan vanidoso como el escritor.