Las necesidades artificiales - ​Razmig ​Keucheyan - E-Book

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Razmig Keucheyan

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Beschreibung

El capitalismo crea nuevas necesidades de forma continuada. La necesidad de comprar el último iPhone, por ejemplo, o de volar de una ciudad a otra. Estas necesidades no solo son alienantes para el individuo, sino que son ecológicamente perjudiciales; su proliferación apuntala el consumismo, que a su vez agrava el agotamiento de los recursos naturales y la contaminación. En la era de Amazon, el consumismo ha alcanzado su etapa más intensa. Este iluminador ensayo nos plantea una pregunta crucial: ¿cómo podemos atajar esta proliferación de necesidades artificiales? ¿Cómo salir del consumismo capitalista? De los efectos de la contaminación lumínica a la obsolescencia programada, pasando por la psiquiatría del consumismo compulsivo, este libro analiza el horizonte de una batalla –política y cultural– que no podemos perder; hace de las necesidades "auténticas", definidas colectivamente en ruptura con Las necesidades artificiales, el núcleo de una política de emancipación en el siglo XXI.

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Akal / Pensamiento crítico / 96

Razmig Keucheyan

Las necesidades artificiales

Cómo salir del consumismo

Traducción: Alcira Bixio

El capitalismo crea nuevas necesidades de forma continuada. La necesidad de comprar el último iPhone, por ejemplo, o de volar de una ciudad a otra. Estas necesidades no solo son alienantes para el individuo, sino que son ecológicamente perjudiciales; su proliferación apuntala el consumismo, que a su vez agrava el agotamiento de los recursos naturales y la contaminación.

En la era de Amazon, el consumismo ha alcanzado su etapa más intensa. Este iluminador ensayo nos plantea una pregunta crucial: ¿cómo podemos atajar esta proliferación de necesidades artificiales? ¿Cómo salir del consumismo capitalista? De los efectos de la contaminación lumínica a la obsolescencia programada, pasando por la psiquiatría del consumismo compulsivo, este libro analiza el horizonte de una batalla –política y cultural– que no podemos perder; hace de las necesidades «auténticas», definidas colectivamente en ruptura con las necesidades artificiales, el núcleo de una política de emancipación en el siglo XXI.

«Una verdadera toma de conciencia.» Psychologies magazine

«Para meditar sin moderación, antes de pasar a la acción.» Arnaud Saint-Martin, L’Humanité

«Un balance de la situación tan pertinente como escalofriante.» Baptiste Eychart, Les lettres françaises

«Una propuesta para repensar una política de necesidades que implique a productores y consumidores.» Simon Blin, Libération

Razmig Keucheyan es profesor de Sociología en la Universidad de Burdeos. Entre sus publicaciones destacan Le Constructivisme. Des origines à nos jours (2007), Hemisferio izquierda. Una cartografía de los nuevos pensamientos críticos (2013) y La naturaleza es un campo de batalla. Ensayo de ecología política (2016). Asimismo ha editado, con un estudio propio, una selección en francés de los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci: Guerre de mouvement et guerre de position (2012).

Diseño de portada

RAG

Motivo de cubierta

Antonio Huelva Guerrero

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Les besoins artificiels. Comment sortir du consumérisme

© Éditions La Découverte, 2019

© Ediciones Akal, S. A., 2021

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-5113-8

«Una revolución radical solo puede ser la revolución de las necesidades radicales».

Karl Marx, Contribución a la crítica de la teoría del derecho de Hegel, 1943.

PRÓLOGO

La ecología de la noche

EL DERECHO A LA OSCURIDAD

Si bien no figura en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 ni en la Declaración universal de los derechos del hombre de 1948, el derecho a la oscuridad está en camino de convertirse en un nuevo derecho humano. Pero, ¿cómo llega la oscuridad a reivindicarse como derecho? La «contaminación lumínica» es uno de los flagelos de nuestro tiempo. Esta expresión designa la omnipresencia creciente en nuestras vidas de la luz artificial que, a cambio, lleva a la desaparición de la oscuridad y de la noche. Como las partículas finas, los desechos tóxicos o los perturbadores endócrinos, la luz, pasado cierto umbral, llega a ser una forma de contaminación. En el transcurso del último medio siglo, en los países desarrollados el nivel de iluminación se ha multiplicado por diez[1].

En consecuencia, lo que en su origen fue un progreso, el alumbrado público e interior que permitió una diversificación y un enriquecimiento sin precedentes de las actividades humanas nocturnas, se ha transformado en un perjuicio. La contaminación lumínica, en primer lugar, es nefasta para el medioambiente, para la fauna y la flora[2]. Un caso notable es el de las aves migratorias: el halo luminoso que envuelve las ciudades les desorienta y esa desorientación les incita a emigrar para instalarse prematuramente en sus cuarteles de verano o a volar alrededor de ese halo hasta quedar agotadas o, a veces, hasta morir. Lo mismo experimentan ciertos insectos, atraídos por la iluminación. La luz natural es un mecanismo de atracción y repulsión que estructura el comportamiento de las especies. En el caso de las plantas, la intensidad y la duración de la luminosidad es un indicador de las estaciones. Una luz demasiado intensa que extiende artificialmente el día retrasa los procesos bioquímicos mediante los cuales las plantas se preparan para el invierno[3].

Pero la contaminación lumínica es principalmente nociva para el ser humano. Numerosas personas tienen dificultades para dormirse porque el exceso de luz demora la síntesis de la melatonina, que se conoce como «la hormona del sueño». El cuerpo humano está compuesto de un conjunto de relojes biológicos cuyos ciclos están determinados por la sucesión del día y de la noche, sucesión sobre la que se basan otros ciclos mensuales y estacionales. Este conjunto de relojes se designa con la expresión «ritmo circadiano», derivada de las palabras latinas circa dies, «alrededor del día».

Ahora bien, la contaminación lumínica altera ese ritmo. Puesto que la melatonina regula la secreción de otras hormonas, su desajuste afecta numerosos aspectos de nuestro metabolismo: la presión arterial, el estrés, la fatiga, el apetito, la irritabilidad o la atención. El color azul, principalmente presente en el espectro luminoso de las nuevas tecnologías –las pantallas de la televisión, de los ordenadores o de los teléfonos móviles–, es especialmente nocivo en este sentido.

Estudios médicos convergentes establecen un vínculo entre la contaminación lumínica y el cáncer, sobre todo el cáncer de mama. Un artículo publicado en una revista de cronobiología –la ciencia de los efectos del tiempo en los seres vivos– en 2008 muestra una covariación entre el nivel de iluminación artificial de una región y la tasa de cáncer de mama en Israel[4]. La luz artificial dista mucho de ser el único factor que influye en la aparición del cáncer de mama, pero es uno de ellos.

Además de regular nuestros relojes biológicos, la melatonina es un antioxidante y una de sus funciones es combatir las células cancerosas. Por consiguiente, una alteración de sus ritmos tiene un impacto sobre la probabilidad de sufrir algún tipo de cáncer.

Un estudio realizado por epidemiólogos de la Universidad de Connecticut comprueba que en las mujeres ciegas la tasa de casos de cáncer se reduce a la mitad del promedio[5]. Al vivir en una oscuridad permanente y, además, durmiendo más horas, las mujeres ciegas segregan niveles de melatonina más elevados.

La contaminación lumínica provoca, por lo tanto, consecuencias fisiológicas y psicológicas indisociables en los seres humanos y muestra que nuestros estados psicológicos, al menos algunos de ellos, se sustentan en procesos bioquímicos. El medioambiente, en este caso el nivel de iluminación artificial, tiene un impacto en esos procesos. Nuestros pensamientos y nuestros humores están conectados con el entorno que nos rodea y con las alteraciones que sufre. Hoy, el espíritu humano está –literalmente– contaminado[6].

Además de estas dimensiones fisiológicas y psicológicas, la contaminación lumínica tiene una dimensión cultural. Desde los orígenes de la humanidad, observar el cielo estrellado es una experiencia existencial. Cualquier individuo tiene la capacidad de vivirla, hasta cierto punto, independientemente de su clase, de su género o de su raza. En este sentido es una experiencia universal. Ahora bien, de los jóvenes actuales, ¿cuántos han podido admirar aún la Vía Láctea? ¿Cuántos han vivido la experiencia de pasar toda una noche al aire libre observando las estrellas?

En 2001 una revista de astronomía publicó un estudio que marcó un hito en el proceso que nos ha hecho cobrar conciencia de la contaminación lumínica[7] titulado Atlas mundialde la luminosidad artificial nocturna (World Atlas of Artificial NightBrightness). Este atlas, actualizado con el paso de los años, probablemente tenga el mismo efecto en este debate del futuro que la primera fotografía de la Tierra –la «canica azul» (the blue marble)– tomada por los astronautas del Apollo 17 en 1972 y que dio gran impulso al surgimiento de una conciencia ecológica global.

El atlas ofrece una serie de mapas –de una belleza trágica– del mundo y de los continentes. Al resaltar la luz artificial nocturna con un efecto brillante revela la amplitud de la contaminación nocturna.

Los niveles de luminosidad nocturna son una función explícita de la demografía y del desarrollo económico de una región. Cuanto más elevado es el PIB per cápita, tanto más altos se revelan los niveles de luminosidad[8]. Así, en el mapa de Europa vemos pocas regiones sin luz artificial nocturna, su superficie está resaltada en amarillo brillante casi por entero. El mapa de África, por el contrario, aparece relativamente poco afectado por el fenómeno, con vastas zonas en sombra en el centro.

Singapur es el lugar más luminoso del mundo. En este país, la noche está tan iluminada que el ojo humano pierde la capacidad de adaptarse enteramente a la visión nocturna, la visión llamada «escotópica». Allí es de día permanentemente, pero es un día permanente artificial y no natural como lo es en Escandinavia durante el verano. De los países del G20, Arabia Saudí y Corea del Sur son los que tienen el mayor porcentaje de su población expuesta a cielos nocturnos señalados como «extremadamente claros».

Una impresionante sucesión de mapas de Estados Unidos ilustra el avance de la luz artificial entre las décadas de los cincuenta, setenta, noventa y el año 2020. La tendencia se acelera justamente en los años cincuenta y su progresión indica que la noche negra habrá desaparecido del territorio de Estados Unidos a lo largo de la década de 2020. En el otro extremo de la escala, el Chad, la República Centroafricana y Madagascar se cuentan entre los países con menos contaminación lumínica.

También los océanos sufren los efectos de esta contaminación. En la actualidad, el calamar se pesca utilizando potentes lámparas de halogenuro metálico que lo atraen hacia la superficie del agua. Esas flotas de pescadores a veces pueden verse desde el espacio pues la luz que emiten en ocasiones supera en intensidad a la de las megalópolis a lo largo de las cuales navegan[9].

La edición de 2016 del Atlas mundial de la luminosidad artificial nocturna lo dice:

Se observa que el 83 por 100 de la población mundial y más del 99 por 100 de las poblaciones estadounidenses y europeas viven bajo cielos contaminados por la luz […] Como consecuencia de la contaminación lumínica, la Vía Láctea solo es visible para un tercio de la humanidad. El 60 por 100 de los europeos y casi el 80 por 100 de los estadounidenses no pueden contemplarla[10].

La experiencia existencial que constituye el hecho de permanecer bajo un cielo estrellado, durante toda una noche al aire libre, tiende pues a empobrecerse y a desaparecer. La crisis ambiental que sufre la humanidad, uno de cuyos componentes es la contaminación lumínica, tiene una dimensión cósmica. Pone en peligro no solo el «medioambiente» concebido abstractamente, sino también cierta experiencia del mundo, con sus ritmos y sus contrastes[11].

En 1941, Isaac Asimov publicó Anochecer (Nightfall), una de las novelas que lo hicieron célebre[12]. La acción transcurre en Lagash, un planeta rodeado de varios soles que lo bañan en una luz eterna. Sus habitantes nunca pueden vivir la experiencia de la noche ni de las estrellas. Por lo tanto, no saben que están circundados por un cosmos. En ocasión de un improbable alineamiento de los soles, Lagash queda sumergido en la oscuridad durante medio día. Esta perspectiva –anodina para nosotros– sume a sus habitantes en el terror pues están convencidos de que es imposible vivir durante la noche. Las «tinieblas» se imponen y acarrean el derrumbe de la civilización. La población, incapaz de soportar la oscuridad y al descubrir de pronto la inmensidad del cosmos y de las estrellas, se lanza a incendiar las ciudades para engendrar luz, cueste lo que cueste.

En la escala individual y colectiva, sugiere Asimov en esta novela breve, la humanidad se construye en la relación con la noche, aprendiendo a dominar las angustias que suscita, pero para lograrlo necesita de la sucesión regular del día y la noche. Si la noche sobreviene de golpe, sin previo aviso, hay grandes probabilidades de que esas angustias nos desborden. La tentación de abolir la noche, de vivir en un día eterno, denota el rechazo a acceder a la edad adulta. Señala, más precisamente, el rechazo a aceptar la finitud.

LA HEGEMONÍA DE LA LUZ

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Para explicarlo, hay que renunciar a la ciencia ficción y volver a la tierra: identificar en la historia de las sociedades modernas los mecanismos que han impulsado esta crisis de la noche.

El tiempo de reacción humana a un estímulo está directamente relacionado con la luz. En visión «fotópica», es decir, diurna, es de aproximadamente 0,2 segundos y en visión escotópica, de 0,5[13]. Este último tiempo de reacción está adaptado al ritmo de la marcha: cuando uno anda de noche, el cerebro se toma con tranquilidad el tiempo de reaccionar y de adaptar el comportamiento del individuo a un estímulo. Las actividades humanas anteriores a la época moderna en general no requieren un tiempo de reacción muy rápido. La humanidad está pues inscrita en una forma de lentitud, indisociablemente natural y social[14]. Esa lentitud es aún más pronunciada de noche que de día.

A medida que se acrecienta la complejidad de las actividades nocturnas, el nivel de iluminación debe crecer en consecuencia. Cuanto más aumenta el número y el ritmo de tales actividades, tanto más rápidamente debe responder el cerebro a los estímulos. De ahí la importancia de la iluminación artificial. La causalidad va en ambos sentidos: la iluminación permite realizar nuevas actividades nocturnas cuya renovación constante acrecienta a su vez la necesidad de la iluminación. La aceleración del tiempo social moderno de que habla Hartmut Rosa en Aceleración tiene como condición de posibilidad la iluminación artificial. En el siglo XIX, la iluminación llega a ser además una industria lucrativa cuyo crecimiento tiene su lógica económica propia[15].

El punto crucial es el siguiente: la iluminación nunca es una simple cuestión técnica. Siempre remite a una concepción del espacio público que es objeto de antagonismo. Iluminar es hacer visible, de modo tal que lo que se decide alumbrar es ante todo una apuesta política.

Los primeros faroles del alumbrado público se remontan a mediados del siglo XVI. Desde la primera mitad del siglo XIX, las grandes ciudades europeas instalan el alumbrado a gas: Londres apenas comenzado el siglo, París en la década de 1840[16]. Los quemadores de gas suceden a las farolas de aceite. El aumento de la potencia del alumbrado público responde a dos causas principales: primero, con el ómnibus y el tranvía, el tráfico urbano aumenta. Cada vez más las ciudades se conciben como lugares de circulación, tanto de día como de noche. Por esta razón, se estima que deben estar iluminadas. Al mismo tiempo, se desarrolla el alumbrado comercial. Los bulevares de las metrópolis ven aparecer las «grandes tiendas» que se destacan por sus fachadas luminosas y los anuncios publicitarios.

Hasta el último tercio del siglo XIX, Londres y París son ciudades que se huelen, más que se ven, a distancia. La luz eléctrica solo se generaliza en los dos últimos decenios del siglo XIX, a partir de la bombilla incandescente, inventada por Edison en 1878. Comparada con el gas, esta técnica tenía la ventaja de aumentar considerablemente la luminosidad. Quedaba así superada una etapa decisiva en la misión de hacer retroceder la noche. En la Belle Époque, el perímetro de las ciudades se extiende y, con él, el imperio de la luz artificial. La «revolución del alumbrado eléctrico» tiene un impacto considerable en la naturaleza del espacio público y, en última instancia, en las formas de sociabilidad. La luz artificial permite el desarrollo de la «vida nocturna», un tiempo social desde entonces específico, que tiene su propia ontología:

La electricidad, recién descubierta, asociada a la idea de fiesta, acompaña el renacimiento del atractivo de la vida nocturna, lúdica, festiva. En Francia, la publicidad luminosa comienza alrededor del 1900 y experimenta un enorme crecimiento entre las dos guerras. Los edificios, las tiendas y sus escaparates, los cafés, los teatros se iluminan. En 1920, París es una ciudad luminosa, electrificada y orgullosa de serlo[17].

La hegemonía no es una dominación unilateral, impuesta por la fuerza bruta ni un desarrollo económico implacable. Supone el consentimiento de las poblaciones, al menos hasta cierto punto. Para lograr ese consentimiento, debe procurarles una ventaja material o simbólica. Como dice Gramsci, toda hegemonía implica un «progreso de la civilización» también para los subalternos, aun cuando estos sean al mismo tiempo las víctimas de ese progreso[18].

Esta concepción de la hegemonía en general es igualmente válida en el caso de la hegemonía de la luz en la época moderna. La iluminación artificial está asociada a la «idea de fiesta», da a la vida un cariz «lúdico» y «festivo». Lo que surge entonces es un estilo de vida, parte integrante de la identidad moderna, en grados diversos según las distintas clases sociales[19]. Esa civilización de vida urbana nocturna posibilitada por la luz artificial continúa siendo la de nuestros días. Con la diferencia de que, un siglo después de su aparición, hoy somos conscientes de que la luz es también una forma de contaminación.

A medida que la luz gana terreno, durante el siglo XIX, la noche se impone como un tema central en las artes, en particular la música y la literatura. Chopin no inventó los nocturnos, cuya paternidad se atribuye a John Field (1782-1837). Pero la serie de Nocturnos que compone entre 1827 y 1847 impulsa una forma musical que cultivarán principalmente Schu­mann, Liszt, Fauré y Debussy. «El tropel impaciente de los contenidos hace estallar los marcos tradicionales; la cólera, el espanto, la esperanza, el orgullo, la angustia se presentan tumultuosamente en ese corazón nocturno […]», escribe Vladimir Jankélévitch en «Chopin et la nuit»[20].

En la historia no hay causalidad simple y en la historia del arte menos que en otras. La aparición de los nocturnos no responde directamente a la intensificación de la luz artificial. La evocación de la noche en las obras artísticas se remonta a la Teogonía de Hesíodo (del siglo VIII a.C.)[21]. Sin embargo, es evidente que el Romanticismo, en sus corrientes «revolucionarias», constituye una protesta contra los efectos perversos de la modernidad[22]. Aquella protesta se fundaba en valores del pasado –de ahí la importancia que tiene la nostalgia en el Romanticismo– destruidos por la aceleración del tiempo. Se justificaba además apelando a un concepto de naturaleza «auténtica» y de los ciclos naturales que antes escapaban al control de los seres humanos y que la modernidad puso en peligro. La importancia del ciclo en la música romántica es una manifestación de ese concepto[23]. El nocturno, forma musical que combina el apaciguamiento y el tumulto, impone –sugiere Jankélévitch– la renaturalización de la actividad humana.

En el periodo de entreguerras, el desarrollo del automóvil constituye otro punto de inflexión importante en la historia del alumbrado público[24]. El alumbrado se extiende a las carreteras, fuera de las ciudades, cuando anteriormente era esencialmente urbano. Más exactamente, conecta la ciudad con las afueras. Conducir un automóvil no es lo mismo que andar: la velocidad requiere un nivel de atención y, por lo tanto, de mayor iluminación.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la dispersión urbana característica de los Gloriosos Treinta [Trente Glorieuses] (de 1945 a 1975), llamados también la Edad de Oro del capitalismo, se acrecienta. El Estado planificador construye los grandes complejos, a menudo a distancia de los lugares de trabajo. Ir y volver de casa a la oficina o a la fábrica supone coger una red de carreteras que, cuando cae la noche, debe estar iluminada. En el transcurso de los Gloriosos Treinta el alumbrado público se homogeniza en el territorio francés. En el último tercio del siglo, la Unión Europea interviene e impone normas de alumbrado público a todos los países miembros[25].

VIGILAR E ILUMINAR

En la época moderna, la iluminación está asociada no solo a la fiesta, a las nuevas potencialidades de la vida nocturna, sino también a la seguridad. Junto al desarrollo de la «nocturnidad» surgen riesgos inéditos para la integridad de los bienes y de las personas. En el panóptico de Bentham (1791), clásicamente descrito por Michel Foucault en Vigilar y castigar, la penetración permanente de la luz, natural y artificial, en la celda garantiza que el guardia situado en el centro de la prisión pueda controlar los menores actos y gestos del prisionero[26], quien no sabe si el vigilante lo observa o no. Sin embargo, la completa visibilidad en la que está sumergido lo obliga a preocuparse por la vigilancia que se transforma así en autovigilancia, aun cuando el guardia esté ausente. Desde finales del siglo XVIII se establece, pues, el vínculo entre luz y seguridad.

Actualmente, este vínculo es objeto de numerosos debates entre criminólogos. La opinión más difundida en la profesión es la de que la iluminación disuade del delito. Al saber que corre el riesgo de ser visto, el criminal no comete su fechoría. Mayor iluminación implicaría por lo tanto mayor seguridad. De ahí que la extensión del alumbrado nocturno sea una de las promesas de campaña clásicas en la escala municipal.

Sin embargo no hay estudios que corroboren de manera concluyente esta correlación entre iluminación y seguridad[27]. Diferentes tipos de crímenes se cometen en diferentes momentos del día. Los robos con allanamiento en las casas y apartamentos se consuman más bien de día, cuando sus moradores trabajan, mientras que en tiendas y fábricas ocurren más frecuentemente de noche[28]. Los robos con violencia a menudo se cometen de día en los transportes públicos y durante la noche en los estacionamientos. La luz probablemente tenga un impacto en el sentimiento de seguridad de las poblaciones, pero la seguridad misma responde a factores complejos.

Independientemente de que sus efectos queden demostrados o no, las políticas de seguridad que apuestan al alumbrado público tienen un futuro brillante. Como en los tiempos del panóptico de Bentham, el principal aspecto del urbanismo relativo a la seguridad pública pasa por el control de la luz. Desde 2008, el Ministerio del Interior promulga así un conjunto de recomendaciones para los ayuntamientos referentes a los niveles de luminosidad dentro de sus dominios; por ejemplo, se preconiza el uso de 22 lux en el exterior y entre 40 y 80 lux en los estacionamientos. «La visibilidad es un elemento central de la prevención. Ser visto y poder ver a cierta distancia es uno de los primeros factores de tranquilidad», declara Éric Chalumeau, director de Icade-Suretis, una empresa especializada en la gestión de la inseguridad para las colectividades locales[29].

UN MOVIMIENTO CONTRA LA «PÉRDIDA DE LA NOCHE»

A medida que las sociedades sufren nuevos perjuicios, surgen movimientos sociales que se fijan la misión de ponerles fin. La lucha toma entonces la forma de una reivindicación a favor de un nuevo derecho o de la satisfacción de una nueva necesidad. Es lo que ha pasado con el «derecho a la oscuridad».

En 1988 se crea la International Dark-Sky Association (IDA), punta de lanza del Dark-Sky Movement, el movimiento a favor de un «cielo oscuro»[30]. Los orígenes de este movimiento se remontan a comienzos de los años setenta en Estados Unidos. Sus iniciadores fueron científicos especialistas en disciplinas interesadas en la observación nocturna: sobre todo astrónomos y ornitólogos. Sin embargo, pronto fue logrando un éxito creciente en otros ámbitos a medida que se acrecentaba la conciencia de la contaminación lumínica.

El Dark-Sky Movement milita contra la «pérdida de la noche», contra la «colonización lumínica» que provoca el avance de la luz artificial y el retroceso inexorable de la noche. La International Dark-Sky Association está comprometida con la creación de «parques de estrellas» o «reservas de cielo estrellado» (dark-sky parks o preserves). En la mayor parte de los casos estos parques están situado en plena naturaleza, pero también existen parques de estrellas urbanos. En su interior, se reduce y hasta se prohíbe completamente la luz artificial a partir de cierta hora.

Dark time es la expresión que se utiliza para designar esta temporalidad nocturna obtenida de manera voluntarista. Si bien en Occidente el color negro tiene, en general, una connotación negativa, en estas reservas sucede todo lo contrario[31]. El objetivo es preservar la vida nocturna de la fauna y la flora minimizando la actividad humana pero también permitir que visitantes humanos vivan la experiencia de pasar allí toda una noche. Como dice un militante de la causa nocturna, la experiencia de oír por fin «el silencio casi inaudible de la noche»[32].

Existen alrededor de cuarenta parques de este tipo en el mundo. En Francia, el Pic Du Midi, en los Altos Pirineos, recibió en 2013 el rótulo de «Reserva de cielo estrellado» que otorga la Dark-Sky Association. El mayor parque estrellado europeo se encuentra en Gran Bretaña. Ese sello de calidad es, por supuesto, un medio de atraer visitantes, de comercializar una porción de la naturaleza que vuelve a estar intacta, pero esto no es lo esencial. Lo que nos enseña sobre todo la existencia de tales parques es que la oscuridad ha llegado a ser hoy un bien raro, tan raro como el aire o los alimentos no contaminados, por el cual la gente –quienes tienen los medios– está dispuesta a recorrer kilómetros.

En Francia, la defensa de la noche es una reivindicación nueva. En 1993 se hizo pública una «declaración para la preservación del medioambiente nocturno» que aún es posible firmar. Redactado por astrónomos aficionados, el manifiesto ha recibido el apoyo de personalidades del mundo científico, tales como Jacques-Yves Cousteau, Albert Jacquard y Hubert Reeves[33]. En 1998, el manifiesto da lugar a la creación de la Asociación nacional para la protección del cielo nocturno (ANPCN), adherida a la Dark-Sky Association[34]. En 2007, se une además a France nature environnement (FNE), una entidad que agrupa 3000 asociaciones ecologistas.

Un elemento central del «repertorio de acción» de estas organizaciones ha sido poner en circulación mapas de las contaminaciones lumínicas por regiones, inspirados en el Atlas mundial de la luminosidad artificial nocturna, lo cual las ha posicionado en la frontera entre el campo científico y el campo político. Avex, un grupo de astrónomos aficionados con base en Vexin, se ha hecho especialista en producir tales mapas[35]. Su declaración de intenciones afirma:

La contaminación lumínica es el cáncer de la noche y los futuros cánceres de los seres humanos. Avex lucha porque tomemos conciencia económica, ecológica y epistemológica de ese flagelo subestimado y poco comprendido.

Además, Avex organiza excursiones nocturnas en las zonas menos contaminadas por la luz artificial de Île-de-France desde donde es posible contemplar el cielo estrellado[36]. La asociación propone de este modo reparar el vínculo dañado de los individuos con el cosmos que los rodea.

En algunos países estos movimientos contra la pérdida de la noche están en el origen de significativos avances legislativos. En 2011 llegó hasta el tribunal federal suizo –el equivalente de un tribunal supremo– un litigio de vecindad. Habitantes del cantón de Argovie se habían quejado de la iluminación nocturna intempestiva en la fachada de una casa de su barrio. Al dictar sentencia en diciembre de 2013, el tribunal declaró que todo alumbrado nocturno «ornamental» privado o comercial que no responda a necesidades de seguridad, debe apagarse a partir de las 22 horas a causa de la contaminación lumínica que engendra[37]. La única excepción que contempla el alto tribunal es la iluminación nocturna durante el periodo de Navidad, tiempo en el que puede prolongarse hasta la una.

En los considerandos de la sentencia, el tribunal federal declara: «Este proceder solo restringe ligeramente el derecho de propiedad, así como los demás derechos fundamentales de los demandantes». La propiedad de un bien –por ejemplo, inmobiliario– supone, en principio, el derecho a iluminarlo a gusto. El derecho de propiedad, «derecho fundamental» en las sociedades capitalistas, está en la base de la iluminación artificial. Yo poseo, luego ilumino. La importancia de la decisión del tribunal federal, adoptada bajo la presión de asociaciones para la defensa de la noche, estriba en que abrió una brecha entre la propiedad privada y el derecho a iluminar. Puesto que la luz artificial es potencialmente causante de un perjuicio para otro, la mera posesión de un bien ya no constituye motivo suficiente para iluminarlo.

En otro de sus fallos, ese mismo tribunal federal afirma que es necesario proteger «los cambios de color de la cima del monte Pilatus durante el crepúsculo»[38]. Situado no lejos de la ciudad de Lucerna, el monte Pilatus es una de las montañas más bellas de Suiza. Desde 1997 es, además, la primera cumbre que se beneficia de una autorización de iluminación nocturna parcial con fines turísticos. Como lo hace notar la rama suiza de la Dark-Sky Association, en el transcurso de los últimos años se ha podido comprobar una tendencia al aumento de la iluminación de las cumbres alpinas[39]. Esquiar de noche es una actividad que se valora cada vez más. Al limitar la iluminación artificial en nombre de la protección de los «cambios de color» de su cumbre, el tribunal federal da prioridad al hecho de que el crepúsculo sobre el monte Pilatus es un patrimonio que debe preservarse.

Esta «patrimonialización» del cielo ha llegado hasta las instancias internacionales. Las Naciones Unidas discuten en la actualidad sobre la oportunidad de clasificar el cielo estrellado como «patrimonio común de la humanidad». En su Declaración de los derechos de las generaciones futuras de 1994, la Unesco afirmaba ya que estas últimas tienen el derecho inalienable a un «cielo no contaminado» que las generaciones actuales deben garantizarles[40].

En Francia, las leyes Grenelle I y II integran la noción de contaminación lumínica y France nature environnement, al participar en las negociaciones, ha hecho de estas medidas su caballo de batalla. El artículo 41 de la ley, promulgada en agosto de 2009, declara:

Las emisiones de luz artificial de una naturaleza tal que pueda presentar peligros o causar inconvenientes excesivos a las personas, a la fauna, a la flora o a los ecosistemas, que acarreen un derroche energético o que impidan la observación del cielo nocturno serán objeto de medidas de prevención, de supresión o de limitación[41].

El primer decreto, dedicado a los «perjuicios lumínicos» se publica en el Boletín Oficial en julio de 2011. Impone ante todo el apagado de insignias y carteles publicitarios luminosos entre la 1 y las 6 de la mañana, en concordancia con el «tiempo de la vida social», salvo en las ciudades de más de 800.000 habitantes: París, Lyon, Marsella, Burdeos, Lille, Niza y Toulouse. Los alcaldes de estas ciudades son libres de dictar la reglamentación que quieran aplicar.

Según las cifras del Ministerio del Medioambiente, el parque de carteles luminosos representa una potencia instalada de 750 MW, es decir, más de la mitad de «una unidad nuclear reciente» a carga plena. Una «unidad nuclear» designa el conjunto compuesto por un reactor nuclear y el alternador que produce la electricidad así como los elementos que los conectan. Cuanto más reciente es una unidad nuclear, mayor es su potencia. Así las economías de energía previstas son de 800 GWh en el caso de las insignias y de 200 GWh en el de los carteles publicitarios, «es decir, el equivalente del consumo eléctrico anual (sin contar la calefacción ni el agua caliente) de más de 370.000 hogares»[42].

En un informe titulado Éclairer juste [Iluminar lo justo] (2010), la Agencia del medioambiente y del manejo de la energía (Ademe) constata que, en Francia, el alumbrado público está constituido por 9 millones de lámparas diseminadas en el territorio, que funcionan entre 3.500 y 4.300 horas por año. Ahora bien, más de la mitad de ese parque está constituido por materiales obsoletos que consumen mucho más de lo necesario. El alumbrado exterior representa alrededor del 50 por 100 del consumo de electricidad de las administraciones territoriales y cerca del 40 por 100 de la factura de electricidad de los ayuntamientos[43]. En Estados Unidos, se estima que el costo financiero de la contaminación lumínica es de aproximadamente 7.000 millones de dólares por año[44].

En virtud de la presión que ejerce sobre las finanzas públicas, el alumbrado público es un problema de justicia social. Además de poner en peligro el medioambiente y la salud de las poblaciones, la contaminación lumínica pesa en el presupuesto del Estado generando un gasto que podría asignarse a otros fines. Como es habitual, las finanzas públicas son un reflejo de las elecciones de las sociedades, de los desequilibrios y de las injusticias que las sustentan[45]. En el futuro, los progresos en el campo jurídico podrán hacerse eco de las reivindicaciones del movimiento contra la «pérdida de la noche» y combatir así algunas de esas injusticias. Pero el derecho no será suficiente pues detrás de la contaminación lumínica lo que opera es la dinámica del capitalismo.

LAS NECESIDADES, LA CUESTIÓN DEL SIGLO

Qué extraña situación. Hasta no hace mucho tiempo, la oscuridad era algo «dado». A las generaciones pasadas, la idea de crear un movimiento social a favor de la oscuridad les habría parecido incongruente. Con la «colonización lumínica» lo que antes se daba por descontado, la noche, se ha perdido y se ha transformado en un bien que hay que recobrar. La oscuridad ha llegado a ser un objeto político. Su existencia está determinada por la acción –o la inacción– del Estado, por procesos económicos y tecnológicos y por movilizaciones de ciudadanos. Es objeto de un conflicto social en el que se enfrentan actores con intereses divergentes y con representaciones diferentes.

Como lo ha mostrado Jacques Rancière en La noche de los proletarios, para el movimiento obrero naciente, en la década de 1830, la noche tenía una fuerte connotación política[46]. Es el momento en que los obreros escapan a las cadenas infernales diurnas impuestas por los patrones y devienen por fin en «seres pensantes». La noche deja de ser solamente el momento del sueño reparador y se erige en lugar de emancipación.

La diferencia con nuestra situación presente es que los obreros evocados por Rancière realizan de noche actividades que no pueden cumplir durante el día, a causa de la explotación de que son víctimas: pensar, crear, organizarse. El movimiento contra la «pérdida de la noche», por el contrario, desea que la noche continúe siendo una temporalidad diferente, con actividades –o inactividades– específicas.

La iluminación artificial, sea pública o interior, es un progreso. La vida nocturna es un elemento estructurante de nuestras existencias modernas. Leer un libro una vez que ha caído la noche, cenar con amigos en un restaurante, dar un paseo nocturno por una ciudad solo o en pareja… todas estas actividades serían inconcebibles sin la luz artificial. Aunque la iluminación se haya transformado también en perjuicio, las ventajas que derivan de ella no han desaparecido. El alumbrado continúa siendo un progreso. Los militantes del «derecho a la oscuridad», con excepción de algunos «supervivientes» no exigen la supresión de la luz artificial ni el retorno a niveles medievales de iluminación. Piden que se reduzca en todos los lugares donde sea posible.

A veces se emplean tecnologías nuevas para contrarrestar los efectos de tecnologías anteriores. Algunas asociaciones de defensa de la noche preconizan la instalación de detectores de movimiento para limitar el tiempo de iluminación a lo estrictamente necesario[47]. La técnica detiene la técnica. Estos dispositivos a menudo son caros, lo cual implica, paradójicamente, que limitar la iluminación artificial, provoca un aumento y no una disminución del gasto. De modo que ahora hay que pagar por lo que antes era gratuito: la oscuridad. A veces ese incremento de la complejidad técnica produce a su vez otros perjuicios. Los diodos electroluminiscentes (o lámparas LED) son eficientes en el plano energético, pero precisamente a causa de esa eficiencia, existe el riesgo de que induzcan un aumento antes que una reducción de la iluminación[48].

La contaminación lumínica y la reivindicación del «derecho a la oscuridad» plantean una pregunta fundamental, la pregunta del siglo: ¿de qué tenemos necesidad? Se sobreentiende que nos referimos a ¿qué es lo que verdaderamente necesitamos? La iluminación artificial, ¿es una necesidad legítima? ¿Es una necesidad sostenible para el medioambiente y la salud, a la vez física y psíquica? La luz artificial no es una necesidad natural, como lo son alimentarse o protegerse del frío, necesidades de las que depende la supervivencia del organismo. Fisiológicamente es posible vivir sin ella. Es lo que han hecho nuestros antepasados durante milenios. No obstante, sin ser una necesidad natural, es una necesidad importante y, en nuestros días, puede decirse que esencial. Nuestro modo de vida, numerosas actividades a las que no estamos dispuestos a renunciar, dependen en buena parte de esta necesidad.

Lo que está en juego pues es admitir que la iluminación artificial es a la vez una necesidad legítima y una forma de contaminación que hay que combatir. Para ello debemos fijar el umbral que separa la iluminación artificial legítima del alumbrado excesivo, es decir, de la contaminación lumínica. Esta cuestión no corresponde únicamente a la luz artificial. Con la crisis ambiental, la humanidad está próxima a vivir conmociones económicas y políticas de grandes proporciones. La transición ecológica que se anuncia supone tomar decisiones drásticas de producción y de consumo, a fin de reducir los flujos de materias primas y el gasto energético. Supone combatir el productivismo y el consumismo capitalistas.

Pero, ¿sobre qué bases deben tomarse esas decisiones? ¿Cómo distinguir las necesidades legítimas, que podrían satisfacerse en la democracia ecológica futura, de las necesidades egoístas e insostenibles a cuya satisfacción habrá que renunciar? Para ello hace falta elaborar una teoría de las necesidades humanas y ese es el objetivo de los capítulos I y II. Para ello nos apoyaremos en pensamientos críticos pasados que, sin embargo, releeremos a la luz de las evoluciones recientes del capitalismo. Uno de los argumentos que desarrollaremos es que las necesidades son históricas, evolucionan con el tiempo. Por consiguiente, reflexionar sobre esta idea en los comienzos del siglo XXI implica estar actualizado en lo referente a las formas de alienación y de destrucción ambiental específicas que se están dando en nuestros días.

El capítulo III se ahondará en las subjetividades consumistas. Todos somos víctimas de las necesidades artificiales. Si bien son el resultado del productivismo y del consumismo capitalistas, sus efectos nefastos se dejan sentir en distintos grados en cada una de nuestras conciencias. De ahí que la lucha contra su influencia pase, entre otras cosas, por el fortalecimiento de la autonomía y de la capacidad de actuar de los individuos frente a la mercancía.

En los capítulos IV y V, abordaremos el problema de las necesidades desde el punto de vista de los objetos. «La mercancía –dice Marx– es en primer lugar un objeto exterior, una cosa que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas del tipo que fueran»[49]. El objeto es lo que satisface (o no) la necesidad. La necesidad puede existir antes que el objeto pero también este puede haberla creado desde cero. Si el capitalismo da lugar a una proliferación de necesidades, con frecuencia artificiales, es porque el productivismo y el consumismo que lo sustentan vierten permanentemente en el mercado nuevas mercancías. Retomar el control de las necesidades supone bloquear esta lógica y para lograrlo hay que encontrar el medio de «estabilizar» los objetos.

Los capítulos VI y VII, por último, se refieren a la estrategia. Las necesidades no son solo históricas, también son políticas. Dominarlas implica organizar coaliciones que estén en condiciones de oponerse al productivismo y al consumismo. ¿Cuáles podrían ser esas coaliciones en el capitalismo contemporáneo? Esta estrategia implica asimismo imaginar una suerte de organización política nueva, anclada simultáneamente en la esfera de la producción y la del consumo, en la que puedan darse las luchas y una deliberación colectiva sobre las necesidades.

[1] Véase Royal Astronomical Society of Canada, Guidelines for Out­door Lighting in Dark-Sky Preserves, Toronto, 2013, p. 4.

[2] Véase Samuel Challéat, «La pollution lumineuse: passer de la définition d’un problème à sa prise en compte technique», en Jean-Michel Deleuil (comp.), Éclairer la ville autrement. Innovation et expérimentations en éclairage public, Lausana, Presses Polytechniques Universitaires Romandes, 2009, pp. 182-197.

[3] Véase Travis Longcore y Catherine Rich, «Ecological light pollution», Frontiers in Ecology and the Environment 2/4 (2004), p. 7.

[4] Véase Itaï Kloog et al., «Light at night co-distributes with incident breast but not lung cancer in the female population of Israël», Chronobiology International 25/1 (2008), citado por Samuel Challéat, «La pollution lumineuse: passer de la définition d’un problème à sa prise en compte technique», cit., p. 185.

[5] Véase Angelina Tala, «Lack of sleep, light at night can raise cancer risk», Medical Daily, 11 de octubre de 2011.

[6] Véase Barbara Demeneix, Le Cerveau endommagé. Comment la pollution altère notre intelligence et notre santé mentale, París, Odile Jacob, 2016.

[7] Samuel Challéat y Dany Lapostolle, «(Ré)concilier éclairage urbain et environnement nocturne: les enjeux d’une controverse sociotechnique», Nature Sciences Sociétés 22/4 (2014), p. 320.

[8] Véase Terrel Gallaway et al., «The economics of global light pollution», Ecological Economics 69/3 (2010).

[9] Véase Verlyn Klinkenborg, «Our vanishing nights», National Geographic, noviembre de 2008.

[10] Véase Fabio Falchi et al., «The New World atlas of artificial night sky brightness», Science Advances, junio de 2016, p. 4.

[11] Véase también «The dark side of too much light», Financial Times, 21-22 de enero de 2017.

[12] Véase Isaac Asimov, «Nightfall», The Complete Stories, vol. 1, Dobleday, Nueva York, 1992 [ed. cast.: Anochecer y otros cuentos, Barcelona, Ediciones B, 1992].

[13] Véase Royal Astronomical Society of Canada, Guidelines for Out­door Lighting in Dark-Sky Preserves, cit., p. 6.

[14] Véase Hartmut Rosa, Accélération. Une critique sociale du temps, París, La Découverte, 2010.

[15] Véase Wolfgang Schivelbusch, Disenchanted Night. The Industrialization of Light in the Nineteenth Century, Berkeley, University of California Press, 1998.

[16] Véase Sophie Mosser, «Éclairage urbain: enjeux et instruments d’action», tesis de doctorado, Université París 8, 2003, cap. 1.

[17]Ibid., p. 33.

[18] Véase Antonio Gramsci, Guerre de mouvement et guerre de position, textos escogidos y presentados por Razmig Keucheyan, París, La Fabrique, 2012, cap. 5.

[19] Véase Luc Gwiazdzinski, La Nuit, dernière frontière de la ville, La Tour-d’Aigues, Éditions de l’Aube, 2005.

[20] Véase Vladimir Jankélévitch, «Chopin et la nuit», Le Nocturne. Fauré, Chopin et la nuit, Satie et le matin, París, Albin Michel, 1957, p. 88.

[21] Véase Corinne Bayle, «Pourquoi la nuit?», coloquio «L’Atelier du XIX siècle; la nuit dans la littérature européenne du XIX siècle»,