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Lenore Lester estaba completamente satisfecha de su apacible vida rural en el campo: cuidaba de su padre y no sentía el menor deseo de casarse. Hizo un verdadero esfuerzo por pasar desapercibida y mostrarse indiferente... ¡pero no sirvió de nada! El irresistible duque de Eversleigh la había descubierto y estaba resultando muy insistente demostrándole su afecto... El audaz Jason, duque de Eversleigh, sabía perfectamente lo que se escondía tras el magnífico disfraz de Lenore...
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Seitenzahl: 308
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1995 Stephanie Laurens. Todos los derechos reservados.
LAS RAZONES DEL AMOR, Nº 6 - octubre 2012
Título original: The reasons for Marriage
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicado en español en 2004.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1110-2
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
La puerta de la biblioteca del duque de Eversleigh se cerró. Desde la butaca que había detrás del enorme escritorio de caoba, Jason Montgomery, el quinto duque de Eversleigh, contempló los paneles de roble con una pronunciada desaprobación.
—¡Imposible! —musitó, pronunciando la palabra con desprecio y desdén.
Cuando el sonido de los pasos de su primo Hector fue alejándose, la mirada de Jason abandonó la puerta y se dirigió hasta un enorme lienzo que colgaba de la pared.
Con expresión sombría, estudió los rasgos del joven representado en el cuadro, la descarada y despreocupada sonrisa, los pícaros ojos grises coronados por una alborotada cabellera castaña. Los amplios hombros estaban adornados con el púrpura de su regimiento y había una lanza a un lado, todo ello evidencia de la ocupación del joven. Un músculo vibró al lado de la comisura de los labios de Jason. Rápidamente lo controló. Sus austeros y afilados rasgos se endurecieron para convertirse en una máscara de fría reserva.
La puerta se abrió para dar paso a un caballero, elegantemente vestido y que esbozaba una agradable sonrisa. Se detuvo con la mano en el pomo de la puerta.
—He visto que se marchaba tu primo. ¿Te encuentras a salvo?
Con la confianza que daba estar seguro de que sería bienvenido, Frederick Marshall no esperó respuesta. Cerró la puerta y se dirigió hacia el escritorio. Su Excelencia el duque de Eversleigh lanzó un explosivo suspiro.
—Maldita sea, Frederick. ¡No es un asunto de risa! ¡Hector Montgomery es sombrerero! Sería una irresponsabilidad por mi parte permitirle que se convirtiera en duque. Ni siquiera yo puedo soportar ese pensamiento... y eso que no estaré aquí para verlo. Además, por muy tentadora que pudiera resultar la idea, si yo presentara a maese Hector a la familia como mi heredero, se produciría un gran revuelo, un motín entre las filas de los Montgomery. Conociendo a mis tías, pedirían que me metieran en la cárcel hasta que yo capitulara y me casara.
—Me atrevo a decir que tus tías estarían encantadas de saber que eres capaz de identificar el problema, y su solución, tan claramente —replicó Frederick, tras tomar asiento frente al duque.
—¿De qué lado estás, Frederick? —quiso saber Jason mientras miraba con detenimiento a su amigo.
—¿Necesitas preguntarlo? Sin embargo, no hay ningún sentido en ocultar los hechos. Ahora que Ricky no está, tendrás que casarte. Cuanto antes te decidas a hacerlo, menos probable será que tus tías piensen en ocuparse del asunto ellas mismas, ¿no te parece?
Tras haberle dado aquel buen consejo, Frederick se reclinó en la butaca y observó cómo su amigo lo digería. Los rayos de sol entraban por los ventanales que había a espaldas de Jason y hacían brillar sus famosos rizos castaños, cortados a la moda. Los anchos hombros hacían justicia a uno de los más severos diseños de Schultz, realizado en color gris y acompañado de unos ajustados pantalones. El chaleco que Frederick observó por debajo de la levita gris, una prenda muy sutil en tonos grises y malvas, le provocó una cierta envidia. Sólo había un hombre en toda Inglaterra que pudiera provocar sin esfuerzo alguno que Frederick Marshall se sintiera menos elegante y ése era precisamente el hombre que estaba sentado frente a él, sumido en una tristeza poco acostumbrada en él.
Los dos eran solteros y su amistad se basaba en muchos intereses comunes, aunque en todos ellos era Jason el que sobresalía. Consumado deportista, jugador notable, peligroso con las armas y aún más con las mujeres y poco acostumbrado a reconocer autoridad alguna más allá de sus propios caprichos, el quinto duque de Eversleigh había vivido una hedonista existencia que pocos podían superar. Ésta era precisamente la razón por la que la solución a su situación le resultaba mucho más difícil de digerir.
Al ver que Jason miraba una vez más el retrato de su hermano menor, conocido por todos como Ricky, Frederick ahogó un suspiro. Pocos conocían lo bien que se habían llevado los dos hermanos, a pesar de los nueve años de diferencia que había entre ambos.
A sus veintinueve años, Ricky había poseído un encanto arrollador que apaciguaba la vena alocada que compartía con Jason y que lo había llevado a la gloria como capitán en Waterloo, para acabar muriendo en Hougoumont. Los despachos habían alabado profusamente a todos los desgraciados soldados que habían defendido una fortaleza tan vital tan valientemente, aunque ninguna alabanza había logrado aliviar la pena que Jason había experimentado.
Durante un tiempo, el clan de los Montgomery se había contenido, conscientes más que nadie del afecto que habían compartido los dos hermanos. Sin embargo, conociendo también el entendimiento que se había forjado años antes sobre el hecho de que Ricky se hiciera cargo de la responsabilidad de proporcionar la siguiente generación, dejando así que su hermano se viera libre de ceñir su vida por los vínculos del matrimonio, no era de esperar que el interés de la familia por los asuntos de Jason permaneciera aplacado permanentemente.
Como consecuencia, cuando Jason retomó sus habituales ocupaciones con un vigor desacostumbrado, tal vez acicateado por una necesidad de borrar su reciente pasado, sus tías habían empezado a intranquilizarse.
Cuando su despreocupado sobrino siguió sin mostrar intención alguna de dirigir su atención a lo que ellas consideraban un apremiante deber, decidieron que había llegado la hora de intervenir. Alertado por una de las tías de Jason, lady Agatha Colebatch, Frederick había estimado oportuno hacer que Jason se enfrentara con el asunto antes de que sus tías lo obligaran a hacerlo. Había sido la insistencia de Frederick lo que había provocado que Jason consintiera en conocer a su heredero, un primo muy lejano.
El silencio quedó roto por un bufido de frustración.
—Maldito seas, Ricky —gruñó Jason, sin dejar de mirar el retrato de su hermano—. ¿Cómo te atreves a haberte ido al infierno dejándome a mí para que me enfrente al infierno en la tierra?
—¿El infierno en la tierra? —repitió Frederick, entre risas.
—¿Se te ocurre una descripción mejor de la santificada institución del matrimonio?
—Oh, no lo sé. No creo que tenga por qué ser tan malo como el infierno.
—¿Acaso eres un experto en el tema?
—Yo no, pero a mí me parecería que tú sí.
—¿Yo? —preguntó Jason, atónito.
—Bueno, todas tus últimas amantes han estado casadas, ¿no?
El aire de inocencia de Frederick no engañó en absoluto a Jason. Sin embargo, el comentario de su amigo hizo que le desapareciera el ceño que había estropeado hasta entonces su hermoso rostro.
—Tu misoginia te derrota, amigo mío. Las mujeres con las que me acuesto son las principales razones de la desconfianza que tengo en los venerables lazos del matrimonio. Esas mujeres son unos perfectos ejemplos de lo que no desearía como esposa.
—Precisamente —replicó Frederick, notando la sospecha con la que lo observaban los ojos grises de su amigo—. Así que tú, al menos, tienes ese conocimiento.
—Frederick, querido amigo, no tendrás algún motivo adicional en este asunto, ¿verdad? ¿Acaso te han susurrado mis tías sus amenazas al oído?
Para su confusión, Frederick se sonrojó.
—Maldito seas, Jason. No me mires así. Si quieres que te diga la verdad, lady Agatha habló conmigo, pero ya sabes que ella siempre se ha visto inclinada a ponerse de tu lado. Simplemente me señaló que sus hermanas ya estaban considerando candidatas y que si yo deseaba evitar un enfrentamiento, haría bien en hacerte considerar el asunto.
Jason esbozó un gesto de tristeza.
—Considéralo hecho, pero, ahora, bien podrías ayudarme con el resto. ¿Con quién demonios me tengo que casar?
—¿Qué te parece la señorita Taunton? —sugirió Frederick, tras pensarlo unos instantes—. Es lo suficientemente guapa como para captar tu atención.
—¿La que tiene los tirabuzones rubios? —preguntó Jason, frunciendo el ceño. Cuando Frederick asintió, él sacudió la cabeza con decisión—. Ni hablar. Tiene voz de pajarillo.
—Entonces la chica de los Hemming. Tiene una fortuna y se dice que están deseando tener un título. Sólo tendrías que indicárselo y sería tuya.
—Sí, ella, sus tres hermanas y la protestona de su madre. No, gracias. Prueba otra vez.
Siguieron así unos minutos, repasando las jóvenes que habían sido presentadas en sociedad aquel año y sus hermanas que aún no estaban casadas. Al final, Frederick estuvo a punto de admitir su derrota.
Tomó un sorbo del vino que Jason les había servido a ambos para darles fuerzas durante el proceso y decidió probar una táctica diferente.
—Tal vez —dijo, mirando de reojo a su amigo—, dado los requerimientos tan concretos que tienes, sería mejor que clarificaras lo que requieres en una esposa para que así pudiéramos encontrar una candidata adecuada.
—¿Lo que requiero en una esposa? —repitió. Dio un sorbo del excelente vino de Madeira que había adquirido recientemente y a continuación, con gesto distraído, comenzó a acariciar el tallo de la copa. Tardó unos segundos en responder—. Mi esposa debe ser una mujer virtuosa, capaz de dirigir Eversleigh Abbey y esta casa de un modo apropiado para la dignidad de los Montgomery.
Frederick asintió. Eversleigh Abbey era la casa familiar de los Montgomery, una enorme mansión situada en Dorset. Dirigir la mansión y actuar como anfitriona de las concurridas reuniones familiares que se celebraban allí estiraría al máximo el talento de la mejor educada señorita.
—Al menos, tendría que resultar presentable. Me niego a que ningún esperpento sea la duquesa de Eversleigh y, naturalmente, tendría que ser capaz de proporcionarme herederos y, además, tendría que permanecer principalmente en Eversleigh Abbey, a menos que yo requiriera específicamente su presencia en la ciudad.
Al escuchar aquella fría declaración, Frederick parpadeó.
—¿Quieres decir después de que haya terminado la temporada?
—No. Quiero decir en todo momento.
—¿Tienes la intención de encarcelarla en Eversleigh Abbey, aun cuando tú te estás divirtiendo en la ciudad? —preguntó Frederick. Cuando Jason asintió, él hizo un gesto de desesperación—. ¡Dios Bendito, Jason! Entonces, lo que quieres es una ermitaña.
—Te olvidas de una cosa muy importante, Frederick. Como tú mismo señalaste antes, yo tengo mucha experiencia con las aburridas esposas de la alta sociedad. Sea lo que sea, puedes estar seguro de que mi esposa no formará parte de sus filas.
—Ah —susurró Frederick. Cuando su amigo le ofreció aquella afirmación, no tuvo más que añadir—. ¿Qué más requieres en tu esposa?
—Tendrá que provenir de una buena familia —respondió Jason, tras reclinarse en su butaca y cruzar los tobillos—. Mi familia no aceptaría nada menos. Por suerte, la dote no importa... Después de todo, dudo que yo la notara. Sin embargo, los vínculos con otras personas son imperativos.
—Dado lo que tú tienes que ofrecer, no creo que eso resultara un problema —comentó Frederick—. Todas las familias de la alta sociedad que tengan hijas empezarán a hacer cola a tu puerta cuando se den cuenta de que tienes intención de casarte.
—Sin duda. Si quieres que te diga la verdad, eso es lo que me empuja a tomar tu consejo y actuar ahora mismo, antes de que las hordas desciendan sobre mí. La idea de examinar a todas esas estúpidas debutantes me horroriza.
—Ése es un punto que aún no has mencionado. Me refiero a lo de estúpidas —explicó, cuando Jason levantó las cejas para indicar que no le había comprendido—. Nunca has podido soportar a los necios, así que es mejor que añadas ese detalle a tu lista.
—Dios santo, sí. Mi presunta esposa debe tener algo más de ingenio que las demás. ¿Sabes una cosa? —le preguntó a Jason, después de considerar el tema durante unos instantes—. Me preguntó si existe una mujer así.
—Bueno, tus requerimientos son algo exigentes, pero estoy seguro de que, en alguna parte, debe de haber una mujer que encaje con tu descripción.
—Ah... Ahora llegamos a la parte más difícil —dijo Jason, con una expresión de diversión en los ojos—. ¿Dónde?
—Tal vez debamos buscar una mujer más madura, pero que provenga de una familia adecuada... En realidad, eres tú el que tiene que casarse —repuso Frederick, al captar la mirada de Jason—. Tal vez deberías tener en cuenta a la señorita Ekhart, la joven que tu tía Hardcastle te presentó la última vez que estuvo en la ciudad.
—¡Que el cielo me libre! Venga, Frederick. ¿En qué encaja esa mujer con las características que te acabo de enumerar?
—¡Por Dios santo! —exclamó Frederick—. Debe de haber una mujer adecuada en alguna parte.
—Te puedo decir sin temor a equivocarme que yo nunca he encontrado a ninguna. Sin embargo, estoy de acuerdo contigo en que debe de haber al menos una mujer que encaje con lo que te he dicho. La cuestión es dónde empezar a buscarla.
Como no tenía ni idea, Frederick guardó silencio. Por su parte, Jason, sin dejar de pensar en su problema, comenzó a juguetear con un puñado de invitaciones.
Se incorporó en la butaca para poder examinar más cómodamente los elegantes sobres.
—Morecambe, Devenish de Sussex... Los de siempre —enumeró. Una a una, las invitaciones fueron cayeron sobre la mesa—. Darcy, Penbright... Veo que lady Allington me ha perdonado.
—¿Por qué tenía que perdonarte?
—Es mejor que no preguntes. Minchingham, Carstair... —dijo. De repente, Jason se detuvo—. Vaya, no había recibido una de éstos desde hacía mucho tiempo. Los Lester —añadió. Dejó a un lado el resto de los sobres y tomó un abrecartas.
—¿Jack y Harry?
Jason desdobló la tarjeta y asintió.
—Efectivamente. Requieren mi presencia para una sucesión de entretenimientos que durará una semana, es decir, según yo deduzco, para una bacanal, en Lester Hall.
—Sospecho que yo también tengo una. Me pareció reconocer el emblema de los Lester, pero no la he abierto.
—¿Piensas asistir?
—No es exactamente mi estilo de entretenimiento —respondió Jason—. La última vez que fui, fue demasiado licencioso.
—No deberías permitir que tu misoginia estropeara tu modo de disfrutar la vida, amigo mío —comentó Jason, con una sonrisa.
—Permítame que informe a Su Excelencia el duque de Eversleigh que Su Excelencia se divierte demasiado.
—Tal vez tengas razón —repuso Jason, con una carcajada—. Sin embargo, volviendo a nuestro tema, no han abierto Lester Hall desde hace años, ¿verdad?
—Según me han dicho, el viejo Lester ha estado algo delicado. Todos creyeron que le había llegado su hora, pero Gerald estuvo en Manton la semana pasada y me dejó entender que el viejo había salido adelante.
—Mmm... Parece que se ha recuperado lo suficiente para no tener objeción alguna para que sus hijos abran de nuevo la casa. Sin embargo —añadió, mirando de nuevo la invitación—, dudo que encuentre allí una candidata adecuada.
—No creo que sea muy probable —dijo Frederick. Se echó a temblar y cerró los ojos—. Aún recuerdo el peculiar aroma de una mujer vestida de morado que me persiguió impenitentemente en su última fiesta.
Con una sonrisa, Jason hizo el gesto de descartar la invitación junto con las demás. De repente, detuvo la mano y volvió a examinar la tarjeta.
—¿Qué ocurre?
—La hermana —respondió Jason—. Había una hermana. Más joven que Jack y Harry, pero, si no me equivoco, mayor que Gerald.
—Es verdad —admitió Frederick—. No la he visto desde la última vez que estuvimos en Lester Hall, de lo que debe de hacer unos seis años. Si no me equivoco, era muy esquiva. Solía perderse en las sombras.
—No me sorprende, dado el usual tono de los entretenimientos en Lester Hall. Creo que yo no la conozco.
Cuando Jason no hizo ningún comentario adicional, Frederick lo miró fijamente, analizando la expresión pensativa de su amigo.
—No estarás pensando...
—¿Por qué no? La hermana de Jack Lester podría ser la mujer adecuada.
¿Y tener a Jack y a Harry como cuñados? ¡Dios santo! Los Montgomery nunca volverán a ser los mismos.
—Los Montgomery estarán demasiado agradecidos de que me case, sea con quien sea. Además, al menos los hombres Lester no esperarán que yo me convierta en un monje si me caso con su hermana.
—Tal vez ya está casada.
—Tal vez, pero no lo creo. Más bien sospecho que es ella quien dirige Lester Hall.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Porque fue una mujer la que escribió esta invitación —respondió Jason mientras entregaba la invitación a Frederick para que pudiera examinarla—. No se trata de una mujer madura ni de una niña, pero sí de una dama y, por lo que sabemos, ni Jack ni Harry se han visto atrapados por las garras del matrimonio. Por lo tanto, ¿qué otra dama joven reside en Lester Hall?
De mala gana, Frederick reconoció la posibilidad de que la afirmación de su amigo fuera verdad.
—¿Significa eso que piensas asistir a la fiesta?
—Creo que sí. Sin embargo, tengo la intención de consultar el oráculo antes de que nos comprometamos.
—¿El oráculo? —preguntó Frederick—. ¿Antes de que nos comprometamos?
—El oráculo es mi tía Agatha —replicó Jason—. Seguro que ella sabe si la joven Lester sigue soltera y resulta adecuada. Ella lo sabe todo en este mundo... En cuanto a lo de nosotros, mi querido amigo Frederick, tras haberme hecho comprender mi deber, no puedes negarme tu apoyo en este asunto.
—Maldita sea, Jason... No creo que necesites que yo te lleve de la mano. Tienes más experiencia en la caza de mujeres que ningún otro hombre al que yo conozca.
—Eso es cierto —declaró Su Excelencia, el duque de Eversleigh, sin perder la compostura—, pero esto es diferente. He tenido muchas mujeres. Esta vez, deseo una esposa.
—¿Y bien, Eversleigh?
Lady Agatha Colebatch estaba sentada tan erguida como una emperatriz que está a punto de conceder una audiencia. Extendió una mano y observó con cierta impaciencia cómo su sobrino se acercaba lentamente para tomársela antes de realizar una elegante reverencia ante ella.
—¿Debo asumir que esta visita significa que has empezado a comprender tus responsabilidades y que has decidido buscar una esposa?
—De hecho, tía, tienes razón.
—¿Acaso tienes en mente a alguna dama en particular? —preguntó lady Agatha.
—Así es —respondió Jason. Se detuvo para observar el asombro que se reflejaba en el rostro de su tía antes de proseguir—. La dama que en estos momentos está a la cabecera de mi lista es una de los Lester, de Lester Hall en Berkshire. Sin embargo, desconozco si sigue soltera.
Asombrada, lady Agatha parpadeó.
—Supongo que te refieres a Lenore Lester. Que yo sepa, no se ha casado.
Cuando lady Agatha guardó silencio, Jason decidió provocar que siguiera hablando con una pregunta.
—En tu opinión, ¿resultaría la señorita Lester adecuada como la próxima duquesa de Eversleigh?
—¿Y qué ocurre con lady Hetherington?
—¿Quién? —replicó Jason.
—Sabes muy bien a quién me refiero.
Durante un largo instante, Jason mantuvo la desafiante mirada de su tía. En realidad, no tenía ningún recelo en admitir algo que ya había pasado a la historia. Aurelia Hetherington había proporcionado una diversión momentánea, una pasión pasajera que rápidamente se había apagado.
—Si quieres saberlo, ya he terminado con la belle Hetherington.
—¡Por supuesto! —exclamó lady Agatha.
—No obstante, no acabo de ver qué tiene eso que ver con que Lenore Lester sea adecuada o no para convertirse en mi duquesa.
Lady Agatha parpadeó.
—Tienes razón. Su educación, por supuesto, queda más allá de toda duda. Su relación con los Rutland, y más aún con los Haversham y los Ranelagh, haría que dicha unión fuera más que deseada. Su dote podría dejar algo que desear, aunque sospecho que tú ya sabes más de eso que yo.
—Sí. Sin embargo, no creo que eso sea una consideración de demasiada importancia.
—Eso es cierto —respondió la dama, preguntándose si Lenore Lester podría en realidad ser una candidata adecuada.
—¿Qué me puedes decir de la dama en sí?
—Como ya debes saber, dirige la mansión familiar. La hermana de Lester está allí, por supuesto, pero Lenore siempre ha sido la señora de la casa. Lester está envejeciendo. Nunca ha sido un hombre fácil, pero Lenore parece entenderlo muy bien.
—¿Por qué no se ha casado?
—En primer lugar, nunca la han presentado en sociedad. Debía de tener doce años cuando su madre murió. Lleva haciéndose cargo de la casa desde entonces. No ha tenido tiempo de venir a Londres y de pasarse las noches bailando.
—Entonces, ¿no está acostumbrada a las diversiones de la ciudad? —preguntó Jason, con mucho interés.
—No.
—¿Cuántos años tiene?
—Veinticuatro.
—¿Y es una mujer presentable?
Aquella pregunta llamó la atención de lady Agatha.
—Pero... ¿Es que no la conoces?
—Tú sí, ¿verdad?
Bajo el escrutinio de los ojos grises de su sobrino, lady Agatha trató de recordar la última vez que vio a Lenore Lester.
—Tiene buena estructura ósea —dijo—. Piel bonita, cabello claro y creo que ojos verdes. Más bien alta y delgada. ¿Qué más necesitas saber?
—¿Posee una facultad de comprensión razonable?
—Sí, de eso estoy segura...
La aguda mirada de Jason notó rápidamente la intranquilidad de su tía.
—Sin embargo, tienes ciertas reservas en lo que se refiere a la señorita Lester, ¿verdad?
—No se trata de reservas, pero, si te sirve de algo mi opinión, me ayudaría mucho saber por qué te has fijado en ella.
Brevemente y sin emoción alguna, Jason le contó a su tía las razones que tenía para contraer matrimonio. Al concluir su enumeración, le concedió a su tía un momento para que asimilara todo lo que él le había contado.
—Entonces, querida tía, volvamos al quid de la cuestión. ¿Crees que servirá?
Después de dudarlo durante un instante, lady Agatha asintió.
—No veo razón alguna por la que no sería así.
—Bien —respondió Jason, poniéndose de pie—. Ahora, si me perdonas, debo marcharme.
—Sí, por supuesto —dijo lady Agatha. Rápidamente extendió la mano, aliviada de poder quedarse a solas. Necesitaba tiempo para examinar el verdadero significado de la inesperada elección de su sobrino—. Seguramente te veré en casa de los Marsham esta noche.
—Creo que no —respondió Jason, tras realizar una reverencia—. Me marcho a Eversleigh Abbey mañana por la mañana. Viajaré directamente a Lester Hall desde allí.
Tras inclinar la cabeza, Jason salió de la sala. Lady Agatha lo observó atentamente. El fértil cerebro de la dama hervía de posibilidades. No le sorprendía que Jason deseara casarse tan fríamente. Lo que le parecía increíble era que se hubiera fijado en Lenore Lester.
—Señorita Lester, ¿lista para una alegre semana?
Con sonrisa serena, Lenore Lester le dio la mano a lord Quentin, un caballero de mediana edad y poco ingenio. Como un general, la joven estaba al pie de la imponente escalera del vestíbulo de su casa, dirigiendo sus tropas. A medida que iban llegando los invitados de sus hermanos, les dedicaba una afectuosa bienvenida antes de dirigirlos a sus habitaciones.
—Buenas tardes, milord. Espero que el tiempo siga así de agradable. Resulta tan terrible tener que enfrentarse a la lluvia...
Desconcertado, lord Quentin asintió.
—Bueno... Sí, tiene razón.
Lenore se giró para saludar a la señora Cronwell, una rubia algo desaliñada, que había llegado inmediatamente después de lord Quentin. A continuación, dejó a ambos en manos del mayordomo.
—Las habitaciones del ala oeste, Smithers.
Cuando volvió a quedarse a solas, Lenore consultó la lista que tenía en la mano. Aunque aquélla era la primera de las fiestas de sus hermanos en la que actuaba como anfitriona, estaba acostumbrada a su papel. Lo había realizado con aplomo desde hacía cinco años, desde que su tía Harriet, su carabina, se había visto afectada por la sordera. En realidad, tenía que admitir que habitualmente se ocupaba de sus amigos y de los de su tía, un circulo bastante selecto, aunque no veía problema alguno en ocuparse de las amistades algo más ruidosas de sus hermanos. Se ajustó los anteojos con montura de oro, agarró el lapicero que le colgaba de una cinta que llevaba alrededor del cuello y tachó los nombres de lord Quentin y de la señora Cronwell. Como la mayoría de los invitados habían visitado la casa con anterioridad, ya los conocía. La mayoría ya habían llegado. Tan sólo quedaban por presentarse cinco caballeros.
Al escuchar el sonido de los cascos de los caballos, Lenore levantó la mirada hacia la puerta. Se atusó unos cabellos que se le habían escapado del tenso recogido que llevaba sobre la nunca y se alisó el delantal de sarga verde oliva que llevaba sobre un vestido de cuello alto y manga larga.
Una profunda voz masculina resonó a través de la puerta abierta de la casa. Lenore se irguió y llamó a Harris, el lacayo jefe, para que acudiera a su lado.
—¡Oh, señorita Lester! ¿Podría usted indicarnos el camino al lago?
Lenore se giró al tiempo que dos bellezas, ataviadas con vestidos de fina muselina salían de uno de los salones. Lady Harrison y lady Moffat, hermanas, habían aceptado la invitación de los hermanos de Lenore, confiando en darse respetabilidad la una a la otra.
—Bajen por ese pasillo y luego giren a la izquierda en dirección al jardín. La puerta del invernadero debería estar abierta. Sigan todo recto, bajen los escalones y sigan de frente. Lo encontrarán enseguida.
Las damas le dieron las gracias y, entre susurros, se marcharon. Lenore, por su parte, se volvió hacia la puerta mientras murmuraba unas palabras.
—Harris, si no regresan dentro de una hora, envía a alguien para comprobar que no se han caído al lago.
El sonido de unas botas subiendo decididamente los escalones que llevaban a la casa llegó con claridad a los oídos de Lenore.
—¡Señorita Lester!
Lenore se volvió y vio que lord Holyoake y el señor Peters descendían las escaleras.
—¿Puede indicarnos dónde está la diversión, querida?
—Mis hermanos y algunos de los invitados están en la sala de billar —respondió Lenore, sin alterarse lo más mínimo por el guiño de ojos que le dedicó lord Holyoake—. Timms...
Inmediatamente, otro lacayo salió de entre los que esperaban en perfecta formación, ocultos entre las sombras de las puertas principales.
—Si desean seguirme, señores...
El sonido de los pasos del trío en dirección hacia la sala de billar quedó prácticamente oculto por el repiqueteo de los tacones de unas botas de montar sobre los escalones del pórtico. Lenore dedicó de nuevo su atención hacia la puerta.
Dos caballeros entraron en el vestíbulo. Lenore se quedó asombrada por el aura de innegable elegancia que rodeaba a ambos. Inmediatamente su atención se vio atraída por la figura más alta. Una capa gris caía en amplios pliegues hasta las pantorrillas, que iban cubiertas por relucientes botas de montar. Tenía el sombrero entre las manos, dejando así al descubierto una melena de rizos castaños. Los recién llegados entraron en la casa al tiempo que los lacayos se apresuraban a ayudarlos a despojarse de sombreros, capas y guantes. Tras examinar el vestíbulo, el caballero más alto se giró para fijarse en ella con una desconcertante intensidad.
Con cierto sobresalto, Lenore sintió que la observaba de pies a cabeza antes de centrarse por fin en su rostro. La joven sintió que la afrenta ante tal comportamiento le florecía en el pecho, junto con una serie de otras emociones menos definidas.
El hombre se dirigió hacia ella, seguido de su acompañante. Lenore se esforzó por recuperar la compostura, otorgando un frío aire de urbanidad a la expresión de su rostro.
Justo en aquel momento, el vestíbulo cayó presa del caos. Su hermano Gerald entró del jardín seguido de un pequeño grupo de damas y caballeros. Al mismo tiempo, varios caballeros, dirigidos por su hermano Harry, salieron de la sala de billar. Los dos grupos se encontraron en medio del vestíbulo y se fundieron en medio de risas y parloteos.
Lenore trató de ver por encima de aquel mar de cabezas, impaciente por tener al hombre que le había dedicado aquella turbadora mirada ante ella. Tenía la intención de dejarle muy claro desde un principio que no le gustaba que la trataran de un modo tan indebido.
Observó que el recién llegado se había encontrado con su hermano Harry y que ambos se estaban saludando muy afectuosamente. Entonces, el caballero realizó algún comentario jovial que provocó que Harry se echara a reír y señalara en dirección de Lenore. Ella resistió la necesidad de inspeccionar la lista, decidida a no darle al recién llegado la oportunidad de verla acobardada.
Por fin, el caballero llegó a la escalera y se detuvo delante de Lenore. Con seguridad en sí misma, la joven le miró los pálidos ojos grises y, de repente, todos sus deseos de recriminarle su actitud desaparecieron sutilmente. El rostro que tenía ante si no parecía el de un hombre que apreciara las recriminaciones femeninas. Fuerte, duro, casi dictatorial, sólo el gris de sus ojos evitaba que se le pudiera aplicar el epíteto de «austero». Aplacó un ligero temblor y extendió la mano.
—Bienvenido a Lester Hall, señor.
Sintió que el recién llegado le atrapaba los dedos entre los suyos. Llena de enojo, notó que se echaba a temblar. Mientras el caballero realizaba una elegante reverencia, ella examinó su elegante aspecto. Iba vestido con una levita oscura. El corbatín y los pantalones de montar mostraban un aspecto inmaculado. Las botas relucían. Sin embargo, resultaba demasiado alto. Demasiado alto y demasiado corpulento. Demasiado abrumador.
A pesar de estar un escalón por debajo de ella, sentía como si mirarlo a los ojos fuera a provocarle una tortícolis. Por primera vez desde que podía recordar, mantener su máscara de distanciamiento, el escudo que había ido forjando a través de los años para repeler cualquier ataque, le costó más esfuerzo de lo debido.
Dejó a un lado la momentánea fascinación y detectó un brillo de comprensión en los ojos grises que la observaban. Levantó la barbilla y le lanzó una inequívoca advertencia con los ojos. Sin embargo, el caballero se mostró imperturbable.
—Señorita Lester, yo soy Eversleigh. Creo que no nos conocemos.
—Desgraciadamente no, Su Excelencia —respondió ella, con tono calculado para descartar cualquier pretensión por parte de aquel caballero
Jason estudiaba atentamente a la joven que tenía frente a él. Ya no era ninguna niña, pero seguía siendo esbelta y poseía la gracia natural de un felino. Sus rasgos, finos y delicados, no poseían defecto alguno. Unas finas cejas se arqueaban sobre hermosos ojos del más pálido de los verdes, rodeados por un gran abanico de pestañas de color castaño. La piel de su rostro, perfecta, poseía un cremoso color marfil sobre el que destacaba una nariz pequeña, una decidida barbilla y la rica promesa de sus labios. Los ojos de la joven miraban directamente a los suyos con una expresión de implacable resistencia, enmarcados por aquellos anteojos dorados.
Incapaz de resistirse, Jason sonrió y se giró hacia un lado para presentar a su amigo Frederick.
—Éste es...
—El señor Marshall... —dedujo ella. Rápidamente retiró la mano de la de Eversleigh para estrechar la de Frederick Marshall. Con una amplia sonrisa, éste realizó una reverencia.
—Espero que nos haya guardado habitaciones, señorita Lester. Me temo que no nos habíamos dado cuenta de que habría aquí tanta gente y hemos llegado con algo de retraso.
—No importa, señor. Los estábamos esperando —dijo Lenore, devolviéndole la sonrisa. Como Eversleigh era el único duque que asistía, le había reservado la mejor suite, colocando a su amigo en las habitaciones de al lado. A continuación se volvió hacia Harris, que estaba a su lado en la escalera—. La suite gris para Su Excelencia y la habitación azul para el señor Marshall. Sin duda, querrán familiarizarse con sus aposentos —añadió, dirigiéndose hacia Frederick Marshall—. Los veremos a la hora de cenar, a las seis y media en el comedor.
Con una cortés inclinación de cabeza, Frederick Marshall comenzó a subir la escalera. Lenore esperó que Eversleigh siguiera a su amigo, pero éste no se movió. El nerviosismo se apoderó de la joven.
Habiendo encontrado que no era de su gusto la novedad de verse despedido tan a la ligera, Jason dejó que la tensión entre ambos subiera un punto más antes de volver a tomar la palabra.
—Según tengo entendido, señorita Lester, usted va a ser nuestra anfitriona durante esta semana de disipación.
—Así es, Su Excelencia.
—Espero que no se vea usted abrumada por sus deberes, querida mía. Estoy deseando conocer mejor lo que, evidentemente, pasé por alto en mis anteriores visitas a Lester Hall.
—Por supuesto, Su Excelencia —replicó ella. Rápidamente, calculó que, si Eversleigh había estado antes en Lester Hall, ella debía de haber tenido dieciocho años, por lo que habría tenido mucho interés en mantenerse alejada de él o de otros caballeros. Lo miró con inocencia—. Efectivamente, los jardines están muy hermosos en esta época del año. Me atrevo a decir que seguramente no tuvo usted oportunidad de hacerles justicia la última vez que estuvo aquí. Un paseo por ellos resultaría de sumo interés.
—Sin duda... Si usted me acompañara.
—Me temo que mis deberes, tal y como usted los ha llamado, me apartan con frecuencia de los invitados de mis hermanos, Su Excelencia. Sin embargo, dudo que se note mi ausencia. Los entretenimientos que proporcionan mis hermanos resultan muy divertidos.
—Le aseguro, señorita Lester —dijo Eversleigh, con una sonrisa en los labios y un cierto brillo en los ojos—, que yo sí notaré su ausencia. Además, le prometo que la distracción que puedan proporcionar los entretenimientos de sus hermanos resultará recompensa insuficiente por la falta de su compañía. De hecho, me resulta difícil imaginarme qué podría impedirme buscarla, dadas las circunstancias.
Aquellas palabras resonaron como un desafío, un reto al que Lenore no estaba segura de desear enfrentarse. No deseaba permitir que ningún caballero, ni siquiera alguien tan notable como Eversleigh, turbara su ordenada vida.
—Me temo, Su Excelencia, que nunca me he considerado uno de los entretenimientos de Lester Hall. Tendrá que conformarse con lo que tenga más a mano.
—Y yo me temo que me ha malinterpretado usted, señorita Lester —replicó él, con una impía sonrisa—. Yo preferiría calificarla a usted como una de las atracciones de Lester Hall, la clase de atracción que se ve frecuentemente pero que raramente se aprecia.
Si no hubiera sido por la extraña intensidad con la que la observaba, Lenore se hubiera tomado aquellas palabras como un elegante cumplido. Sin embargo, se sintió aturdida. Su corazón, durante tanto tiempo a salvo bajo el delantal, palpitaba de un modo incómodo. Con un enorme esfuerzo, apartó los ojos de los de él. Vio que lord Percy Almsworthy avanzaba entre la multitud y que llegaba hasta las escaleras. Lenore sintió un inmenso alivio.
—¡Lord Percy! ¡Qué alegría volver a verlo!
—Lo mismo digo —replicó lord Almsworthy.
—Haré que un lacayo lo acompañe inmediatamente a sus habitaciones —dijo Lenore. Levantó la mano y llamó a dos sirvientes—. Su Excelencia estaba a punto de subir —añadió.
—Sí, a la suite gris, según creo —murmuró él.
Para su sorpresa, Lenore sintió que él le tomaba la mano entre sus largos dedos. Antes de que pudiera hacer algo al respecto, Su Excelencia el duque de Eversleigh se llevó la mano a los labios y depositó un suave beso sobre las yemas.
—Hasta más tarde, señorita Lester —dijo, observando con satisfacción la atónita expresión de su anfitriona.
Lenore sintió un molesto hormigueo sobre la piel. Sin saber qué hacer o decir, se limitó a mirarlo. Para su consternación, vio que una sutil sonrisa curvaba los labios de Eversleigh. Entonces, con una cortés inclinación de cabeza, le soltó la mano y comenzó a subir las escaleras detrás del lacayo.
Lenore no pudo encontrar ningún comentario que le borrara aquella expresión tan presuntuosa de los ojos a Eversleigh. Su único alivio era que, al menos, se había marchado.
Se volvió hacia el vestíbulo. Un acongojado lord Percy la sacó de su ensimismamiento.
—Señorita Lester, ¿le importaría indicarme cuál es mi habitación?
—Y bien, ¿cuánto tiempo piensas quedarte ahora que has decidido que la señorita Lester no es adecuada?
Jason se apartó de la ventana y levantó las cejas con un gesto de sorpresa.
—Mi querido Frederick, ¿por qué tienes tanta prisa a la hora de descartar a la señorita Lester?