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Ella, escritora, independiente y segura de sí misma. Él, profesional exitoso, seductor y perfeccionista. Sus historias de vida los marcan a fuego. El choque de personalidades altera la vida de ambos cuando se conocen. Los prejuicios juegan en contra de ella, los celos en contra de él. Una novela de amor, con toques por momentos hilarantes, que desafía la creatividad de sus protagonistas.
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Seitenzahl: 549
Veröffentlichungsjahr: 2017
alejandra de bassi
LAVANDA
Editorial Autores de Argentina
De Bassi, Alejandra María
Lavanda / Alejandra María De Bassi. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2017.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-711-833-9
1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail:[email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Inés Rossano
Para vos, Silvita Arrillaga, con todo mi cariño.
Dedico este libro también a:
Mi peluquero, Daniel Laurito, un chinchudo delicioso.
A su santa madre, Soledad.
A Sergio Marecos y Graciana Perilli (Gachi)
que aguantan estoicamente al chinchudo… y a mí.
A Patricia Nicosiano (Abu Pato) y su familia.
A Ana y Lorena López, y su familia.
Gracias, Ana, te quiero mucho.
Y a todos los que sueñan y no pierden las esperanzas
de encontrar al amor que les cambiará para siempre su vida.
Todos los personajes y situaciones que aquí aparecen son ficticios y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Algunos párrafos que están al comienzo de los capítulos, fueron extraídos de textos que mis contactos me compartieron en las redes sociales. Busqué a sus autores para nombrarlos, pero a muchos no los encontré, por lo que decidí ponerlos como anónimos.
Si desean contactarme, pueden hacerlo en los siguientes links o por correo electrónico:
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https://www.instagram.com/aledebassi/
Prólogo
“Sé sincero contigo mismo, en especial no finjas el afecto, y no seas cínico en el amor, pues en medio de todas las arideces y desengaños, es perenne como la hierba…”.
Desiderata, el poema de Max Ehrmann. Sí, todo muy lindo pero…
¿el amor dura para siempre?
Pensé, después de leerlo, que cuando uno siente amor hacia un hijo, sí, sin ningún tipo de dudas. Pero el amor al resto de la humanidad, sean padres, amigos, parientes o parejas… dependían de las circunstancias que los rodearan para que durase.
No me comía la galletita del amor eterno pues, por lo general, la convivencia lo iba matando si su llama no era alimentada de tanto en tanto. Estaba convencida de que la rutina en la pareja era uno de los grandes enemigos de ese sentimiento.
Y hablando de sentimientos… si me habré pasado compartiendo, con mis contactos en la red social, textos con los cuales estaba de acuerdo. Los tenía a todos incorporados como propios, pero en realidad, a muchos no los aplicaba. Como por ejemplo:
Los sentimientos no expresados se convierten en resentimientos. Habla o te dolerá para siempre.
Porque cuando algo me lastimaba lo escondía hasta poder superarlo.
Explica tu enojo en vez de demostrarlo, así abrirás la puerta a una solución y no a una discusión.
Otro que no había aplicado en lo más mínimo. Cuando algo me enojaba mucho era polvorita y explotaba sin ningún tipo de miramientos.
Tenía un muy amigo mío, Fernando Sosa (al que cariñosamente le decía Fer), que una vez me dijo que yo era tan complicada como el resto de las mujeres. Que donde para ellos no existía un conflicto para nosotras era una crisis difícil de superar. Y que a ellos les importaban tres cosas:
Sexo, deportes y salir con sus amigos.
Si eso funcionaba bien eran felices. En cambio a nosotras nos importaba absolutamente todo… hasta el clima.
Un día me compartió en el muro de la red social un texto diciéndome lo que para ellos éramos nosotras…
Entender a las mujeres es tan fácil como resolver este cálculo:
Si compro nueve limones y vendo una naranja,¿cuántos pomelos entran en una valija?
Irónico y algo machista, me hacía matar de risa con sus comentarios. Él me decía que si ellos se sinceraban nosotras automáticamente creábamos el conflicto. Y me dio un ejemplo:
Una mujer se compra un vestido carísimo, se lo pone y se ve divina. El hombre la mira y le dice:
-Te queda horrible y encima pagaste un dineral.
Chau… automáticamente ella piensa queéles insensible, amarrete y que tiene un gusto de mierda. En cambio si le dice:
-Te queda espectacular, qué linda compra hiciste y qué barato te salió.
La mujer se queda chocha y no rompe más las pelotas.
Él también me dijo que en el noviazgo nosotras éramos como gatitos mimosos, pero cuando la relación pasaba a mayores nos convertíamos en celosas panteras. Entendía por qué pensaba así, había terminado todas sus relaciones a las patadas.
Yo no me creía tan complicada. Lo único que pretendía de un hombre era que fuese sincero y que aceptara mi independencia para poder disfrutar de las cosas que más me gustaba hacer:
Leer, escribir y escuchar música.
Pero, si había algo que a mis posibles candidatos les molestaba, era precisamente lo último: mi independencia.
La sinceridad que buscaba en ellos me servía para saber si querían una pareja estable o solo una aventura. Si el hombre que me atraía no me daba seguridad como pareja lo tomaba tal cual, lo disfrutaba un tiempo y listo. No me hacía la croqueta de que lo iba a convencer a futuro de hacer otra cosa. Solo pretendía franqueza para no lastimar… ni para que me lastimasen.
No era tan complicada la cosa, ¿no?
Nunca me sentí dueña de un hombre porque fuese mi pareja. Por mí, podía hacer lo que más le gustase. Estaba segura de que ese era otro factor para que el amor perdurara. ¿Qué sentido tenía presionar al otro a hacer algo si realmente no lo deseaba? ¿No era mejor dejar fluir a la pareja naturalmente y que ambos se sintieran con la libertad necesaria para poder realizar las cosas que más le gustara hacer a cada uno?
No entendía a las personas que necesitaban estar todo el tiempo, que les quedase libre, junto a sus parejas. De solo pensarlo me ahogaba. Pero comprendía que este último razonamiento se complicaba cuando ambos decidían convivir. Por eso estaba convencida de que había que echarle sal y pimienta a una relación para que no se convirtiera en una monotonía insoportable. Y para que eso sucediese se debía dar oxígeno a la pareja.
Tan simple como eso.
No era desconfiada, más bien, crédula. No era infiel, ni me gustaba que lo fuesen conmigo si pretendían una relación estable. Jamás se me hubiese ocurrido, como hacían muchos, revisar agendas o celulares. Si me enteraba de que me habían mentido los dejaba. Nada de:
- Perdoname, fue un desliz.
- Una canita al aire, de vez en cuando, no te puede hacer enojar.
- Se la pasó provocándome y lo hice para que la cortara.
- Pasaba por ahí, vi un par de tetas y me tenté.
O cualquier otro tipo de excusas por el estilo. Si me enteraba de que lo hacían, cortaba la relación y no tenían ningún tipo de posibilidades de volverse a arreglar conmigo. Fer me decía que eso me pasaba porque era muy celosa y yo le contestaba que estaba equivocado, que eso era porque no me gustaba que me tomaran por idiota.
Y pensaba, “¿Cómo pueden las parejas estar juntas si uno cree que el otro le es infiel? ¿Si se la pasaban desconfiando y hurgando entre sus cosas para buscar alguna evidencia que se los corroborara?”. Debería ser una tortura sentir eso y seguir con la relación.
¿No era mejor terminarla, por más dolor que uno pudiese sentir? ¿No era preferible encontrar a otra persona que nos diera la tranquilidad de sentirnos amados y respetados más allá de cualquier duda razonable? Estaba convencida de que nunca podría tener una pareja así.
Tampoco entendía cómo una persona podía enamorarse de otra si nunca había sido correspondida de la misma forma. ¿Capricho? ¿Necedad? ¿Esperar eternamente un milagro? ¿No sentían esas personas, cuando mendigaban su amor, que se estaban humillando?
Mi madre me dijo una vez:
- Lavi, el verdadero amor va más allá de cualquier razonamiento previo que hagas. El día que lo sientas te darás cuenta.
Qué razón tenía…
“El amor tiene tres enemigos principales:
la indiferencia que lo mata lentamente, la indecisión que no lo deja avanzar y la desilusión que lo elimina de una vez”.
(Anónimo)
Palermo, Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Si había algo lindo que me encantaba de mi barrio era el verde que veía desde mi departamento, gracias a que tenía enfrente al hipódromo de Palermo. Me encantaba tomar mate y sentarme en el balcón de casa a mirarlo, aunque me molestaban las carreras que ahí se hacían. Pensaba, “pobres caballos, son cruelmente domados para explotarlos a nivel económico. Qué insensibilidad tenían sus dueños”. Lo mismo me pasaba con las corridas de toros o galgos.
Pero era una hipócrita, pues comía carne de vaca, chancho y pollo. Si tanta lástima me daban los animales… ¿cómo podía aceptar matarlos para alimentarme? Intenté dejar de comerlos, pero no pude. En mi departamento, los sábados a la noche, se hacían asados. Eran reuniones con los amigos de la familia y, entre tango y tango, había achuras y carne de vaca. Olerlo, y no comerlo, era algo más fuerte que yo.
Para consolarme y no sentirme tan mal me auto engañaba diciéndome que era algo instintivo del ser humano para su supervivencia. Que mientras hubiera hambre en el mundo eran ellos o nosotros. Y que era algo aceptable hacerlo. Que, si seguía ese razonamiento, entonces no tendríamos que matar ni a los mosquitos, ni a las cucarachas, ni a las ratas porque formaban parte del ecosistema.
Desde que había nacido, el 31 de agosto de 1983, vivíamos ahí. Me habían puesto como nombre Lavanda pero, cariñosamente, me decían Lavi. Mi padre se llamaba Bautista Vidal. Falleció en un accidente automovilístico cuando yo tenía 6 años. Un conductor borracho lo atropelló cruzando la calle. Desde entonces el alcohol, para mí, fue mala palabra. Solamente tomaba un sorbo en los brindis para quedar bien con el que lo proponía. Ayudaba bastante, también, que no me gustara.
Me sentía cómoda con mi aspecto físico. Morocha, ojos verdes y 1,70 metros de altura. Mi pelo era negro, ondulado y largo. Me gustaba usar flequillo. Cuando me miraba en el espejo no decía: ¡Ah, qué loca, qué minón que sos! Pero tampoco me veía poco atractiva.
Mi madre, Bernarda Juárez y su hermano Rodolfo (que era soltero), me hacían ir de vez en cuando al restorán que tenían en el barrio de San Nicolás para ayudarlos. Se llamaba “Los Juárez”y les iba muy bien. Abrían de lunes a sábado solamente al mediodía. Los domingos me llevaban a misa por la mañana a la Basílica del Sacramento. Eran muy creyentes los dos.
Al ser hija única mi madre me malcriaba mucho. Por lo que era poco adepta a aceptar consejos de los demás. Eso sí, le hacía caso a mi tío porque si no ligaba unas penitencias feroces.
Me encantaba la natación. No era fanática de nada pero me gustaba ser de River como mi mamá… aunque nunca me dejaba ir a la cancha porque me decía que era peligroso. Mi tío en cambio era de Boca. Los partidos los veíamos por la tele o los escuchábamos por radio. Me divertían las cargadas que nos hacíamos con él. Me gustaba más eso que ver el partido.
Aprendía todas las palabrotas de la hinchada, pero no las decía en voz alta porque él me retaba. Me parecía ridículo que a una persona que la consideraba “zonza” no le pudiera decir “pelotuda”. Opinaba algo parecido a lo que años después dijo Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua.
Aunque de grande sí consideré que existían las malas palabras: genocidio, violación, tiranía… y no las que, en mi adolescencia, ya decía en voz alta y sin ningún tipo de problemas. Me cuadraba perfectamente el texto que me habían compartido una vez en mi muro:
Soy de las personas que dicen: por favor, gracias, perdón,¿te ayudo?, y andate a la…
Era muy dispersa. Podía arrancar pensando en un tema, y pasarlo a otro, y a otro, y a otro… hasta que me daba cuenta y la cortaba. Era muy meticulosa con las cosas que me gustaban y totalmente despistada con las que no me interesaban, como por ejemplo, recargar mi celular para que no se quedara sin batería. Lo que provocaba, por lo general, el reto de mi madre y tío, cuando querían comunicarse conmigo y no los atendía porque el mismo se había quedado sin baterías o me lo había olvidado en casa.
En la primaria me aburría y, para distraerme, cambiaba la letra de las canciones que nos enseñaba la maestra de música para hacerlas más divertidas. Pero lo hacía en mi mente para evitar el reto. La que más me gustaba era la Marcha de San Lorenzo:
Febo asoooma, ya sus raaayos, que fulminan a la hinchada con su
alieeento, tras los muuuros, sordo ruiiido, oíd los barra cómo insultan
al arqueeero.
Son las hueeestes, que prepaaaran a los chanchitos cuando juega
San Loreeenzo.
El clarííín, estridente sonóoo y el D.T. enoja a do a la carga ordenó.
O sea: era una estúpida importante papando moscas en vez de estudiar.
Cuando finalicé mi primer año de secundaria empezaron mis hormonas a actuar haciendo que la tranquilidad de mi infancia se diluyera en algún lugar remoto de mi cerebro y perdiera el miedo al reto de mi tío… que, a esa altura, me había dado cuenta de que era uno de los hombres más buenos del planeta.
En mi adolescencia muté de los himnos y marchas a las canciones de mi época. Y lo hacía en voz alta. Me encantaba “Cantares”de Juan Manuel Serrat:
Nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria, de los bombos mi canción; Yo amo los rulos sutiles, ingrávidos y gentiles, como borlas del balcón.
Me gusta verlos tatuarse y a las gallinas golear, a los de Boca temblar y a su tribuna quejarse…
Lo que me costaba amonestaciones y el fraguado de la firma de mi madre si el profesor me escuchaba. Cuando llegaban al máximo permitido me empezaba a portar bien hasta terminar el año para que ella no se enterase. Lo mismo hacía con las faltas que usaba para ratearme y quedarme en la terraza de mi edificio para escuchar música o tomar sol cuando empezaba noviembre. Pero tenía buenas calificaciones en las materias y pasaba sin problemas al año siguiente. Como teníamos dos boletines, uno solamente con las notas y otro con todo el resto (por si había alguna novedad que quisieran comunicarles a los padres), mi madre nunca se enteró.
En la secundaria me gustaba más ser amiga de los varones que de las mujeres. Los veía más afín a mi forma de pensar… ¿Pensar? Más bien de no hacerlo, porque todo lo que hacía era a través de impulsos sin evaluar sus consecuencias.
Pensar es gratis, no hacerlo sale carísimo.
Otro texto compartido en mi muro… pero no aplicado.
Mis compañeras se sentían más maduras que nuestros compañeros y por eso los vivían gastando. Eran 5 contra 20, tenían una desventaja abrumadora ante las cargadas. A mí me daban pena y a veces los defendía. Me hubiese encantado tener un hermano. Debía ser por eso que yo reaccionaba así ante los comentarios que les hacían menospreciándolos.
Era ordenada y, aunque las tareas de la casa me aburrían, siempre colaboraba para mantener el orden y la limpieza en mi habitación. Mi tío me decía que la persona que no tuviese su hogar ordenado no podía hacer lo mismo con su vida, que eso era un reflejo de su personalidad. Yo no pensaba así, más bien creía que me lo decía para que no dejara todo fuera de lugar. Y me acostumbré a eso, por lo que mi cuarto estaba siempre ordenado, aunque no tan limpio como él quería.
En la red social aceptaba únicamente a personas que conociera. Compartía todo pero solo para que ellos fueran los únicos que las leyeran. Había mucho tarado en las redes. Mi madre me chequeaba el perfil cada tanto. No me importaba, en ese sentido era bastante responsable. Había leído sobre muchas chicas que habían sido engañadas por violadores (o traficantes) y me daba mucho miedo ser una de ellas. Por ese motivo, no tenía ninguna foto mía y el único dato que figuraba era mi apodo. Ni siquiera había puesto el barrio donde vivía.
En segundo año de la secundaria me hice amiga de un compañero del cole que venía de otra escuela, era Fer. Flaco, alto, ojos verdes, pelo lacio y rubio. Quería ser mi novio, pero a mí no me gustaba físicamente. Nunca me habían atraído los rubios. En realidad, lo quería como si fuese un hermano. Pero él insistía e insistía. Cada vez que me veía en una reunión, se ponía a mi lado y me recitaba poemas de amor o cantaba canciones románticas con su guitarra dedicándomelas. Yo le cambiaba las letras cargándolo y él, en vez de enojarse, se reía.
Me encantaba bailar. A veces caminaba por la calle con los auriculares escuchando alguna FM que pasara música. Si ponían un tema que me gustaba no me daba ninguna vergüenza ponerme a bailarlo. Algunos me miraban como si estuviese medio loca pero no me importaba nada.
Cuando terminé la secundaria me comí muchos versos de los chicos que me gustaron. Eso hizo que con el tiempo me volviera desconfiada y no le creyera mucho a ninguno. Era irónica con aquellos a quienes no les creía lo que me decían. Lo que me valía que no quisieran salir más conmigo. Como cuando me invitó a bailar un amigo de Fer, Esteban González, que no paraba de manotearme cada vez que podía y yo me la pasaba sacándole sus manos. Era la primera vez que salíamos. Un calentón de novela y encima narcisista. En un momento dado nos sentamos a la mesa a tomar algo y me dijo:
- ¿Sabés que me gustás mucho? Y yo sé que te gusto, no lo niegues.
Pensé, “¿Se habrá dado cuenta de que me pasé sacándole las manos todo el tiempo o es medio tarado?”. Entonces le pregunté:
- ¿Sí? ¿Y qué te gusta de mí?
- Todo.
- ¡Mirá qué bien! ¿Todo, pero… todo, todo?
- Sí, cuando te toco siento todo.
- ¿Qué por ejemplo?
- Que me excitás, que quiero hacerte el amor.
- ¿Y qué es el amor para vos?
- Vos.
- O sea que te gusto físicamente.
- Sí, muchísimo.
- Y además de eso, ¿qué más te gusta de mí?
Y empezaba a derrapar diciéndome cualquier huevada:
- Tu voz me transporta a lo más sublime del espíritu, a un soneto, a una rima, a un poema…
- ¿Un soneto? -le dije sonriendo.
- Sí.
- ¿Cuál por ejemplo?
Y se puso a escribir en una servilleta.
- Tomá -me dijo- es para vos.
Me puse a leerlo, era parte del soneto de Francisco L. Bernárdez:
Para Lavi de Esteban:
Si para recobrar lo recobrado debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido tuve que soportar lo soportado,
si para estar ahora enamorado fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido, tengo por bien llorado lo llorado.
Me empecé a reír por dentro. Pensé, “Qué versero, ¿todo eso le inspiré a una hora de conocerme?”. Me salió del alma, ante tanto esfuerzo que hizo solo para acostarse conmigo, escribirle yo también. Entonces le pedí la birome y le puse debajo de lo que había puesto él:
Para Esteban de Lavi:
Porque después de todo he comprendido
que no se goza bien de lo verseado
sino después de haberlo redactado.
Porque después de todo he comprobado
que lo que tu escrito lleva escondido
es solo la testosterona que te tiene excitado.
Él se quedó con las ganas y yo sin candidato porque nunca más me invitó a salir.
A los 17 años perdí mi virginidad al mes de estar saliendo con un chico. No fue para tirar manteca al techo, pensé que iba a ser algo mucho más maravilloso de lo que realmente fue. Me llevaba dos años y era el hermano de un compañero del colegio. Pero, a los dos meses, dejamos de vernos porque no soporté más sus celos y la forma en que pretendía controlarme. Me hizo sentir que él era mi dueño y que yo no podía hacer lo que quisiese sin su consentimiento.
Cuando terminé la secundaria al único que seguí viendo fue a Fer pues, por suerte, pasamos a ser muy buenos amigos. Él se puso a estudiar en el Conservatorio de Música y yo, en Filosofía y Letras.
En lo social, salíamos con él la mayoría de los fines de semana a la noche. Fer me presentaba chicos y yo a él chicas que iba conociendo en la facultad.
A él no le gustaba hacer ningún deporte, entonces trataba de mantenerse en forma saliendo a correr un rato todos los días. Muchas veces yo lo acompañaba, pero a diferencia de él, yo practicaba natación en un club dos veces por semana. En una de esas salidas a correr, cuando terminamos, paramos un rato a descansar y me dijo:
- ¿Te imaginaste alguna vez cómo seríamos como pareja?
- No, ¿lo tuyo era cierto o me lo hacías para cargarme?
- Me gustabas, pero como vi que no te interesaba, la seguía para hacerte enojar. Me hacías morir de risa.
- Te quería acogotar, ¡qué plomo que eras!
Se empezó a reír y me abrazó.
- No estabas preparada para un noviazgo -me dijo-, aún hoy seguís sin estarlo.
- Ja, ja, ja. ¡Mirá quién habla! Vivís quejándote de todas las mujeres. Además no sé si estoy preparada o no. Pero siempre te quise como a un hermano.
- Y yo te quiero de la misma forma -me sonrió.
Me quedé pensando si él no estaría enamorado de mí y me lo decía para tranquilizarme. Necesitaba saberlo, no quería que tuviese falsas expectativas, no me interesaba lastimarlo. Entonces le dije:
- Fer, necesito que me digas la verdad. ¿Tenés alguna expectativa que entre nosotros pueda pasar algo?
- No, Lavi.
- Jurámelo.
- Te lo juro. Te quiero como a una hermana, creeme que es así. No podría tenerte como pareja, sos demasiado independiente y no me lo bancaría -me sonrió.
- O sea, que sos como la gata Flora. Si están encima tuyo te molesta y si no también. Ja, ja, ja…
Le creí. Nos llevábamos muy bien, pero si él me hubiese contestado lo contrario nuestra relación se hubiese terminado ahí.
Los fines de semana, me encantaba ir sola a tomar algo a un bar durante la tarde, sentarme, colocarme auriculares para escuchar música y ponerme a escribir en mi computadora personal después de haber navegado para enterarme de las novedades de lo que nos pasaba aquí y en el mundo. Podía estar horas haciéndolo hasta que empezaba a anochecer y me volvía.
Ahí, escribía mis pensamientos en archivos de texto, ya fuera de las cosas que me preocupaban o ponía toda mi creatividad en cuentos cortos de amor. Podía describir en ellos mi bronca por algo que hubiese sucedido o con mucha ironía si el enojo ya se me había pasado.
Era muy cariñosa con mi madre y tío, pero me costaba hacer lo mismo con mis amistades. Mis alegrías y enojos los reflejaba en la escritura y raramente en el habla. Tenía que estar enojadísima o contentísima para hacerlo oralmente. Solo me encantaba hablar con mi madre, la que me aconsejaba cada vez que me veía mal y, a veces, con Fer.
No necesitaba abrir la boca para que mi madre se diera cuenta de que algo me estaba sucediendo. Con mi tío era lo mismo, pero no era de preguntarme nada, solamente me hacía algún comentario al pasar para que yo supiese que él se había dado cuenta de mi estado.
Con mi madre hablábamos siempre de las relaciones de parejas, del amor, de los sentimientos, del futuro. Con mi tío, de lo que pasaba aquí y en el mundo.
A esa altura, mi meticulosidad hacía que retrasara la decisión final ante un problema determinado. Me gustaba aplicar la lógica y analizaba muchos de sus ángulos hasta que le encontraba la vuelta para solucionarlo y el enojo (o preocupación) se me pasaban. Era mi forma de digerirlo mejor. Eso me costaba, a veces, el fastidio de los que me rodeaban, pues mi silencio no les demostraba qué sentía en esos momentos.
Había aprendido, por malas experiencias anteriores, que decir en caliente lo que sentía me alejaba de las personas. Y cuando me arrepentía de haberlas dicho ya era demasiado tarde porque no querían escucharme más por lo agresiva que había estado. Entonces, empecé a aplicar el mutismo para no meter más la pata y volcaba todo lo que antes decía de palabra en mi escritura. Y eso me había dado mejores resultados.
También me encantaba escuchar a los demás y prestarles atención a lo que hacían. Analizaba sus comportamientos y los etiquetaba en distintos rubros: machista, feminista, telepibe, idealista, terrenal, pesimista, optimista, narcisista, mujeriego… No lo hacía con ánimo de crítica más bien para conocer las características de los distintos tipos de personalidades que iba conociendo.
Después de algunos intentos fallidos de pareja, a los 18 años empecé a salir con Julián Paredes. Estudiaba veterinaria y lo conocí a través de un amigo de Fer en una fiesta de cumpleaños. Era el primo del cumpleañero. Tenía tres años más que yo. Alto, morocho y de ojos marrones. Tremendamente seductor. Según él, nunca le había sido fiel a ninguna de sus ex. Pero, desde que me había conocido, con la única que había querido estar era conmigo. Sumamente cariñoso y romántico, me sacaba siempre lo que quería.
A Fer no le gustó ni un poco, me dijo que, si nunca había sido fiel, conmigo tampoco lo sería. Yo me tenía más confianza, estaba convencida de que se había enamorado de mí. Y que, si había sido así, era porque todavía no había conocido al amor de su vida… o sea yo.
Le gustaba mucho mi independencia, eso me encantaba de él. Y, al igual que yo, opinaba que había que darle oxígeno a la pareja.
Durante dos meses me invitó a cenar (o a pasear) por distintos lugares de la ciudad. Lo hacíamos solamente los sábados porque, el resto de la semana, estudiaba mucho y estaba muy cansado. En esas salidas, me contó anécdotas que le habían pasado en la universidad y que me hicieron morir de risa. Y, en cada una de esas salidas, me regaló siempre una rosa.
Al segundo mes de conocernos me invitó a bailar. Ahí me declaró su amor y empezamos a salir como pareja. Nuestras relaciones sexuales fueron maravillosas. Teníamos mucha piel y, apenas nos empezábamos a besar, nos excitábamos como locos. Como él ya vivía solo, íbamos a su casa para tenerlas.
A Julián le encantaba jugar al fútbol y salir a tomar algo con sus amigos. Yo aprovechaba los días de semana, ya que no estaba con él, para salir con los míos. No le gustaba la música y prefería ver televisión. Tampoco le gustaba lo cibernético ni le interesaba aprenderlo. Él no entendía cómo las personas podían estar horas y horas usando una computadora. Me decía que, si seguíamos así, iba a llegar un momento en que nos íbamos a comunicar solamente por ese medio y los encuentros entre nuestras amistades y familiares desaparecerían para dejar paso, solamente, a los momentos que tuviésemos ganas de tener sexo con algún candidato.
Yo no pensaba lo mismo, para mí era una herramienta maravillosa para adquirir conocimiento. Y opinaba que la televisión, que a él le gustaba tanto ver, era la que perjudicaba las relaciones familiares o de pareja.
Aprovechábamos con Fer y su novia Leticia para vernos los viernes a la noche. Íbamos a peñas o nos encontrábamos con sus amigos en sus casas. Escuchábamos música, pero él siempre terminaba tocando la guitarra. Tenía una voz muy linda, me podía pasar horas escuchándolo.
A Julián no le gustaba mi relación con él, me decía que estaba enamorado de mí. Yo le decía que estaba equivocado. En un momento dado, pretendió que no lo viese más. Le dije que bueno, que no había problema, pero entonces él tenía que dejar las salidas con sus amigos y reemplazarlas para llevarme a lugares que me gustasen. No me molestó más y seguimos saliendo cada uno por su lado.
A Julián lo único que le interesaba era progresar. A mí me interesaba eso solamente para no depender de alguien económicamente. Los temas que con él no podía hablar, porque no le interesaban y terminaban en un monologo mío, los hablaba con Fer y su novia. Muchas veces me sentía en el medio de los dos. A veces estaba de acuerdo con ella y otras con él. Me gustaba escucharlos debatir, eso me ayudaba a razonar si estaba (o no) equivocada en lo que pensaba. Y raras veces daba mi opinión al respecto.
Mi vida social era complicada. Mis amigos eran muy distintos a los de Julián. Un sábado intenté hacer una reunión en mi departamento, mezclando a sus amigos con los míos, para que empezáramos a salir todos juntos. Resultó un desastre, se armaron dos grupos que no se daban ni cinco de pelota. Mientras ellos hablaban de deportes nosotros cantábamos. Mientras nosotros jugábamos a las cartas, ellos veían en la tele algún deporte o película de tiros. En realidad no tenían nada en común para compartir. Desistí de ahí en más de intentarlo nuevamente.
Me enojaba que él, en las reuniones a las que venían mis amigos, se fuera temprano con la excusa de que estaba cansado. Mientras yo me tragaba, las que él armaba, hasta que se iba el último… por más que me aburriera como loca. Cada vez que estaba a punto de plantearle algo para que cambiase su actitud, él se daba cuenta de que estaba molesta y hacía un programa que sabía que me iba a gustar para que yo desistiera y se me pasase. Esto provocaba que las cosas que me fastidiaban de nuestra relación nunca salieran a flote.
Gracias a la ayuda de sus padres, cuando se recibió, puso una veterinaria en Belgrano. Era el barrio donde él vivía. Salimos el domingo siguiente a festejar y aprovechamos para presentar a nuestras respectivas familias. Nosotros no teníamos más parientes, éramos solamente los tres. Ellos tampoco tenían muchos viviendo en el país, únicamente los padres de él y una hermana menor. El resto de su familia vivía en España.
Su padre había venido con su madre, después de terminar la universidad, por un contrato muy bueno que le habían ofrecido en una de las clínicas más caras del país. Era un cirujano prestigioso de columna y su madre ama de casa. La hermana de Julián estudiaba medicina. Eran todos católicos e iban a misa los domingos a una parroquia de Palermo que era donde se habían casado al poco tiempo de instalarse en el país. Era, también, el barrio donde vivían sus padres con su hermana.
Como la mayoría de las noches yo dormía en casa, aprovechaba y leía un libro hasta que me daba sueño. Compraba los que me contasen historias de vida de personas que habían sido importantes para la humanidad: Mahatma Gandhi, la Madre Teresa de Calcuta, Luther King, Lech Walesa, Sacco y Vanzetti, Indira Gandhi… O de mi religión: la Biblia… y algunos de historia argentina.
A esa altura, no iba más a misa ni practicaba, en absoluto, mi religión. Pero creía que Jesús había existido. Festejaba la Navidad en su homenaje. Para mí la Virgen María no había sido virgen, sino una madre amorosa que amó a su hijo. Y que se había inventado lo de su virginidad para hacer que las mujeres llegáramos así al matrimonio mientras ellos, lo más panchos, se acostaban con cuanta mujer “poco casta” se les antojara. También que María Magdalena había sido su esposa y habían tenido descendencia.
Cuando terminé el primer año de la facultad mi madre murió de un ataque cardíaco. Fue un momento muy duro. Mi tío la adoraba y se vino abajo. Tratamos entre los dos de levantarnos el ánimo, realmente quedamos muy mal. Y pese a que la extrañaba como loca, traté de disimularlo para que él pudiera superar más rápido su pérdida.
Empezó a ir, cada vez que podía, al cementerio a dejarle flores. Yo siempre lo acompañaba. Pero no sentía que mi madre estuviera ahí. Estaba convencida de que si estaba en algún lugar era en el cielo, junto a papá y Jesús. Todas las noches, antes de dormirme, hablaba con ella diciéndole lo que la extrañaba y se me caían las lágrimas.
A partir de su muerte tuve que dejar de lado mis estudios para darle a mi tío una mano en el restorán. Pensaba hacerlo por un tiempo y después seguir con la carrera. Él se enojó y me pidió que no lo hiciera. Para que no se sintiese mal, le dije que me había dado cuenta de que no me gustaba la carrera y que estaba evaluando qué otra seguir.
Por suerte a los tres meses conoció a una mujer en el restorán y se enamoraron. Ella se llamaba Claudia Ramos y era muy simpática. Tenía diez años menos que él y nunca se había casado. Se notaba que lo adoraba. Eso lo ayudó a recuperarse más rápido.
Con el transcurrir del tiempo, yo seguía todas las noches hablando con mi madre, pero ya no lloraba. Le pedía consejos o le contaba cosas que me habían pasado.
Para ese entonces, mi pareja se iba afianzando pese a nuestras diferencias. Cuando salíamos solos, por lo general, era para ver películas. Me gustaban las de amor con finales felices. También las de investigación policial sobre asesinatos. Me atraía saber la lógica que aplicaban a través de las pistas para llegar al malvado de turno y ponerlo entre las rejas. Pero detestaba las películas violentas donde existían más balas y golpes que personas actuando. Todas con argumentos disparatados, donde el héroe era occidental (y por lo general norteamericano), y los malos de turno eran casi siempre orientales (o no eran norteamericanos). Dependían, estos últimos, a qué país EE. UU. quería perjudicar para que algunas productoras les dieran su impronta.
A Julián le encantaban esas películas, por lo que íbamos a complejos de cines para que él viese una y yo otra. Después nos encontrábamos para cenar o tomar algo.
En diciembre de 2005 me di cuenta de que nuestra relación de pareja se había estancado, no nos disfrutábamos como antes. Sentía que habíamos entrado en una etapa de rutina que me molestaba bastante. Ya no íbamos más a bailar, me regalaba flores solamente para nuestro aniversario y mi cumpleaños. Y había dejado su romanticismo de lado.
Un sábado, cuando habíamos terminado de cenar, le dije:
- Julián, siento que lo nuestro se está muriendo. Y que estamos juntos por comodidad más que por otra cosa.
- No, Lavi, estás equivocada, yo te amo. Lo que pasa es que trabajo mucho y no me deja tiempo, ni ganas, de hacer otra cosa.
- Julián, cuando estudiábamos también estábamos ocupados casi todos los días y sin embargo, nos deseábamos mucho y nos divertíamos estando juntos. Hay días en que estoy con vos por obligación y no por deseo. Creo que sería bueno que nos alejáramos un tiempo para ver qué nos pasa.
- Me parece una estupidez lo que querés hacer.
- Más estúpido sería seguir así y terminar peleándonos por no aguantar más la monotonía en que se ha convertido nuestra relación.
- ¿Qué querés que haga, Lavi? ¿Que me convierta en payaso para que te diviertas?
- No, Julián, quiero volver a sentir por vos lo que sentí cuando te conocí. Hemos entrado en una rutina que me molesta y no quiero seguir así.
Se quedó enojado. Yo creía que era lo correcto. Realmente estaba aburrida y necesitaba alejarme un tiempo para pensar si valía la pena, o no, seguir con él. Entonces, nos separamos.
Pasaron los días, el restorán había repuntado bastante. Yo seguía ayudando a mi tío, no me animaba a dejarlo solo. Julián me llamaba una vez por semana para ver cómo estaba. Me decía que me extrañaba y que volviera con él. Yo necesitaba seguir por un tiempo así y le contestaba que no.
Al mes de separarnos fuimos, con Fer y Leticia, a una peña en el barrio de Boedo. Antes de ingresar, lo vi a Julián abrazando y besando a una chica en la puerta de entrada de un boliche bailable. No lo pude creer, me empecé a reír de la bronca que me dio. ¿Eso era lo que me extrañaba? ¡Qué hipócrita, qué caradura!
A los tres días, me llamó:
- Hola, Lavi, ¿cómo estás?
- Bien.
- Quiero que nos veamos, no quiero seguir así. Te extraño mucho, me siento muy solo.
- Sí, me imagino…
- ¿Qué te pasa?
- Te vi el otro día besando a una chica.
- Estás equivocada, no era yo.
- Por favor, Julián, no me tomes por idiota.
Se quedó un rato en silencio y me dijo:
- Bueno, está bien, era una prostituta. Yo tengo necesidades que, a lo mejor, vos no tenés.
- Si esa chica es prostituta yo soy Cleopatra, Julián. No me versees.
- En serio, Lavi, tenés que creerme.
- ¿Sabes qué? No tiene sentido seguir conversando. No te creo y, mientras no lo haga, es imposible que volvamos a estar juntos.
Y le corté.
Me sentí dolida, no porque estuviera saliendo con otra, si yo lo había dejado, no podía pretender que me esperase toda la vida. Pero sí me había indignado la mentira. ¿Qué sentido había tenido? ¿No hubiera sido menos problemático que me dijese la verdad?
Dejé de atender sus llamados y me dediqué a hacer mi vida. Salía con Fer y su novia o con las compañeras que había tenido de la facultad. Me hizo bien estar más tiempo con ellos, los había dejado un poco de lado por mis ocupaciones.
Un viernes, de la primera semana de enero, salimos solos con Fer. Se había peleado con Leticia. Nos fuimos con su guitarra a un carrito de la Costanera sur. La noche era cálida y, después de comprarnos comida, nos sentamos en el pasto a charlar.
- ¿Qué pasó con Leticia? -le pregunté.
- Nos vivíamos peleando… ya estaba medio podrido del tema.
- Qué lástima, hacían una linda pareja.
- Más linda pareja hago con vos -me sonrió.
- Ja, ja, ja, qué salame.
- ¿Seguís enamorada de Julián?
- No lo sé, estoy muy enojada como para darme cuenta.
Yo no quería hablar de él, estaba bien así.
Cuando terminamos de cenar nos pusimos a cantar. En un momento dado, dejó de tocar y me dijo:
- Tengo ganas de irme del país, Lavi.
- ¿Y adónde te irías?
- A España, acá no tengo futuro.
- ¿Y vos creés que allá sí?
- Me ofrecieron formar parte de una banda.
- Entonces andate, ni lo dudes.
- ¿Me extrañarías?
- ¡Como loca! Pero estaría refeliz de saber que te va bien. De última me pagás el pasaje y te voy a ver, ja, ja, ja.
- Por eso te quiero tanto, Lavi. Me vivís alentando para que haga realidad mis proyectos. Las peleas con Leticia eran por eso. Ella no quería que me vaya solo, pero tampoco quería acompañarme.
- Pero, Fer, somos amigos. ¡Más vale que voy a apoyarte en todo lo que me parezca bien que hagas!
- Eso es precisamente lo que busco en mis parejas, alguien a quien amar, pero que también me apoye.
- Si ella estuviese realmente enamorada lo haría, no la entiendo.
- ¿Y vos, cuándo vas a retomar tu carrera?
- No sé, recién ahora a mi tío le está yendo mejor. Quiero esperar un tiempo más.
- Si seguís así, no la vas a terminar nunca. No seas tonta, es tu futuro.
Hacía rato que Fer me insistía con que siguiera mi carrera, pero yo tenía miedo de que mi tío se viniera abajo nuevamente. Su novia tenía otro trabajo y no lo podía ayudar, yo era la única.
Me quedé pensando qué complicado era el amor. Tenía a un hombre maravilloso, que no me atraía físicamente, como amigo y al que sí lo hacía lo había dejado por aburrimiento.
A los dos meses, Fer me dijo que se iba. Había sacado pasaje para esa semana. Lo acompañé al aeropuerto, estaba contentísima por él. Cuando salí de Ezeiza, hacia el restorán, se me cayeron las lágrimas. Lo iba a extrañar muchísimo.
Por suerte, nos mantuvimos en permanente contacto vía mail (o red social) donde me contaba cómo le estaba yendo. Se había radicado en Barcelona junto a otro de los músicos de su nueva banda.
Dejé entonces de salir con sus amigos, ya no me divertía tanto ir a las peñas sin él. Salía solamente con algunas de las compañeras que había tenido en la universidad. Los programas eran ir al teatro o a lecturas en algún salón de biblioteca. Después nos íbamos a cenar, pero siempre solas. Con lo cual tenía pocas posibilidades de conocer a otros hombres. Igual, no me interesaba mucho el tema, quería estar un tiempo así.
Trabajaba de lunes a viernes en el restorán desde la mañana hasta el mediodía. Me quedaba tiempo libre y quería aprovecharlo para hacer lo que más me gustaba: escribir una novela de amor.
Un sábado por la mañana, tomando algo en un bar cerca de casa, agarré mi computadora portátil y decidí empezar a hacerlo. Tenía muchos pensamientos que quería plasmar en ella. Me causaba gracia la novela estándar donde el machismo prevalecía por lo general. Quería que no solamente sufriera la doña en cuestión, también tenía que hacerlo el enamorado de ella.
¿Por qué siempre éramos nosotras las lloronas y ellos no?
Abrí el procesador de texto y la empecé a redactar. Miraba la página en blanco y no me salía el título. Quería que fuese una sola palabra y que fuese el nombre del personaje femenino principal. El de una planta, como el mío por ejemplo. Entonces, me puse a pensar:
¿Lavanda? No, iba a quedar mal que la autora se llamara igual.
¿Jazmín? Me encantaba el aroma de esa flor, pero no me gustaba como nombre de la novela.
¿Azucena, Rosa, Camelia, Margarita, Hortensia…?
No me gustó ninguno. La llamé “Equis” para después reemplazarla por el nombre definitivo y dejé para más adelante la decisión.
Arranqué con el primer capítulo. Quería que mi novela no solo hablase de los personajes involucrados, también quería poner lo que opinaba sobre algunos temas:
· La educación machista en nuestra sociedad.
· La cosificación de la mujer.
· La presión que ejercían los medios para que todos quisiéramos ser exitosos en lo que hacíamos.
Y, también, sobre un debate interno que yo tenía sobre el amor:
¿Era a primera vista?
¿O eso era solamente piel y el amor era otra cosa?
Tenía tantas ideas que no sabía por cuál empezar… Arranqué con el primer capítulo. De una escribí la historia de “Equis”. En forma irónica puse pasajes duros que tuvo que vivir. Volqué mucho de lo que yo había visto que les pasaba a mis amigos por haber sido educados en forma machista. Y aunque era ficción lo que ahí ponía estaba segura de que más de una se iba a sentir identificada con su forma de pensar o actuar.
Sabía, por experiencia propia, que las mujeres que daban con el perfil de belleza que se pregonaba por todos los medios tenían que ser menos carismáticas que las demás. Les costaba menos conseguir parejas. En cambio al resto de nosotras no nos quedaba otra que desplegar otras dotes para poder atraer al sexo opuesto. Y lo mismo les pasaba a los hombres. Por lo que la descripción física de los enamorados no iba a ser la típica de la mayoría de las novelas. Ella iba a ser una mujer normal que podía pasar en forma intrascendente para muchos y atractiva para otros. Un reflejo mío, pues así me veía yo.
Su enamorado iba a ser un hombre que atrajese por sus ojos y su personalidad. Y lo más importante es que tenía que tener la veta sentimental, lo suficientemente arraigada en su ser, como para poder llorar sin sentirse menos hombre.
Entonces me puse a pensar: ¿qué estereotipo de hombre es el que, por lo general, demuestra abiertamente sus sentimientos? En una sociedad machista como la nuestra era difícil de encontrar. Me constaba que muchos veterinarios y pediatras la tenían, pero no todos. Tenía que ser algo más generalizado… un artista. Cantante, músico o actor. Decidí que fuese actor y se llamase “Jaime”.
El otro personaje importante también tenía que ser un hombre. Necesitaba escribir el punto de vista de lo que ellos pensaban con respecto a las relaciones entre parejas. Quería que fuese divertido, irónico y paternal. Iba a ser el amigo, confidente y hermano postizo de “Equis”.
Yo creía fervientemente en la amistad entre el hombre y la mujer. Mi relación con Fer me lo demostraba. Pero sabía que había una mayoría machista que no opinaba lo mismo. Decidí entonces que fuese homosexual. De esa manera no les quedarían dudas, a los lectores, del sentimiento que existiría entre ellos. Y lo iba a llamar “Víctor”. Me puse a pensar qué personaje de la farándula me caía bien para hacer su descripción… no encontré ninguno y lo dejé para redactarlo más adelante.
También necesitaba un lugar en España que me encantase, ahí debían conocerse. Me gustaba la idea de que fuera en el Mediterráneo. Me puse a buscar imágenes y Marbella me enloqueció. Empecé entonces a escribir mi segundo capítulo.
Pasaron los meses y la novela estuvo terminada. Había encontrado al personaje de la farándula para describirlo como Víctor. Pero no tenía el título de la novela.
Un día fui a comprar flores para el restorán y me puse a ver las plantas. Me intrigó una que no conocía, se llamaba “Valeriana”. Era la que se usaba para hacer el té. Me encantó la idea y reemplacé la “Equis” por ese nombre. Y durante toda la novela hice que la llamaran por su apodo: “Val”.
A la semana siguiente hablé con un conocido mío, cuyo padre trabajaba en una editorial y le pregunté si le podría mostrar a él el texto completo de la novela. Me dijo que sí y se la envié por mail. Quedó en llamarme cualquier novedad que tuviese. No esperaba mucho, era la primera y lo más probable es que me la rechazara enviándome su crítica. Más que nada esperaba eso que otra cosa. Me iba a venir bien para darme cuenta de mis errores.
A Julián lo había empezado a extrañar. La distancia me había hecho mucho bien y el haberme dedicado a escribir me había levantado el ánimo. Un día de semana estaba ayudando a mi tío a poner las mesas cuando de repente él entró. Nos sentamos frente a una mesa y me pidió que nos encontráramos en otro sitio para hablar. Quedamos en hacerlo al sábado siguiente a la noche.
Fuimos a cenar a la Costanera, a un restorán en el que también se bailaba. Se sinceró conmigo y me contó cómo había sido la historia con esa chica. Me dijo que habían estado juntos solamente por un mes, que se había dado cuenta de que no podía estar sin mí y que había cortado esa relación. Que lo perdonase por haberme mentido. Que se había dado cuenta de que yo había tenido razón y que nuestra pareja se había estancado. Que le diera otra oportunidad para reavivarla.
Nos pusimos a bailar después de cenar y sentí que la llama de nuestro amor volvía a nacer. Entonces empezamos nuevamente a ser pareja.
Al mes, me llamó el padre de mi amigo y me pidió que tuviéramos una entrevista porque el libro le había gustado mucho. Me pasó la crítica, me pidió que modificara algunos párrafos y que después se la mandara. Mi alegría fue total, ¡no lo podía creer!
A la semana se la envié y a los diez días nos encontramos. Me mostró el presupuesto para producir 300 libros. Era una editorial que apoyaba a autores argentinos. También me pasó un contacto, Humberto Parera, que se encargaba de la promoción y venta en las librerías de ebooks (lectura de libros por internet). Quedé en llamarlo para darle una contestación.
No sabía si podía juntar el monto del presupuesto, era casi todo lo que había ahorrado trabajando con mi tío.
Cuando llegué a mi departamento, lo llamé a Parera. Me dijo que si le gustaba el libro él se encargaría de publicitarlo. Los dejaría en consignación en una de las mejores librerías del país, otra en Florida (EE. UU.) y otra en Madrid (España). Según él, esos eran los mejores mercados para vender libros de autores argentinos. Y que luego, por cada libro vendido, él me cobraría una comisión del valor neto de su venta. Me preguntó a qué precio quería que saliese a la venta y le contesté que no tenía idea. Entonces quedamos en que se lo enviase por mail para que lo leyese y después nos encontráramos para ver cómo seguiría la cosa. Cuando corté la comunicación lo hice.
A la semana me citó. Cuando llegué me dijo que le había gustado mucho. Me alentó a que lo produjera aduciendo que iba a tener mucho enganche en nuestro país. Y me aconsejó que hiciera 100 tal cual estaba redactado y el resto en lenguaje neutro. Así podía venderlo en países de habla hispana para que se entendiese mejor. También me comentó que tenía un contacto que podía convertirlo por poca plata. Quedé en pensarlo y después contactarme con él cuando hubiera tomado una decisión.
De ahí me fui al restorán para hablar con mi tío y que me aconsejara. Cuando le conté la propuesta me dijo que él me daba el dinero. Le dije que no, que yo lo tenía porque había ahorrado de la mesada que él me había dado todos esos años. Entonces se ofreció a ayudarme si yo lo quería hacer. Que no me hiciese problema por saber cómo me iba a mantener si gastaba esa plata. Que ni lo dudase y lo hiciera.
No tenía mucha fe en que tuviese éxito, la cosa no andaba bien en el país como para gastar dinero en algo que no fuera necesario. Menos iban a gastar en una novela romántica. Pero necesitaba probarme, quería saber si valía la pena seguir pensando en subsistir haciendo lo que más me gustaba. Julián y Fer también me apoyaron. Ambos me ofrecieron la plata para que lo hiciese. No se las acepté.
Ninguno leyó el texto del libro, quería mostrárselos cuando saliera en papel. Esperé unos días y me tiré a la pileta. Lo llamé a Humberto y acepté su propuesta. Mandé a producir los libros. Tuvimos un montón de idas y vueltas, con el tema de la corrección y el formato. Se lo dediqué solamente a mis padres y a mi tío. Y agradecí a todos los que me habían apoyado, incluidos los de la editorial y a Parera.
En enero de 2007 salió a la venta. Mis nervios eran totales. “Ahora a esperar el resultado”, me dijo Humberto. Mi tío compró dos, uno para él y otro para su novia. Me pidieron que se los autografiara. A mi tío le gustó mucho (pese a algunas palabrotas que había usado) y a su novia le había gustado tanto que me pidió que escribiera otro rápido.
A esa altura, Fer era el solista de una banda y tocaba en muchos lugares de España. Estaba contentísimo porque habían sacado su primer CD. Me contó que me lo había enviado ese día por correo a mi casa. Yo ya lo había hecho con la novela para que él la leyese. Me dijo que le había encantado. Y que la había visto en la vidriera de una librería muy importante en Madrid. Julián me pidió que le diera uno y se lo autografiara. Le puse:
Para Julián, con amor, Lavi.
El libro salió impreso con menos de 200 hojas. Él tardó un mes en leerlo y, cuando terminó, me dijo:
- Linda, calculo que las lectoras van a estar contentas.
Estábamos en febrero de 2007, Julián había cambiado radicalmente. Me pidió casamiento en un restorán lujoso de Belgrano. Fue emocionante por lo romántico que estuvo. Le dije que sí. A partir de ahí, él siguió saliendo una vez por semana con sus amigos pero, desde el viernes a la noche hasta el lunes por la mañana, nos quedábamos juntos en su casa.
Quedamos en casarnos el viernes 7 de diciembre de ese año. Ceremonia civil a la mañana, al mediodía iglesia y, a la salida, fiesta en el restorán de mi tío. Nuestra luna de miel iba a ser en algún lugar de EE. UU. que todavía no habíamos elegido. Fer quedó en viajar para mi casamiento y salir de testigo del civil.
A los tres meses de publicar el libro, me llamó Humberto para decirme que se habían vendido casi todos. Y que fuera porque quería hacerme otro contrato. Mi alegría fue descomunal, estaba empezando a abrirme camino en lo que más me daba placer hacer.
Cuando llegué a su oficina, me dio un cheque y me pidió que mandara a imprimir 1000 copias más del original y 5000 en lenguaje neutro. Que en EE. UU. había enganchado mucho el libro, sobre todo, en Florida. Lo mismo que en Madrid. Me ofreció financiármelo él por un porcentaje mayor por cada libro vendido. También me dijo que de Madrid y Florida querían que fuese a un evento para firmar ahí ejemplares. Pero que los gastos me los tenía que pagar yo. Le dije que no tenía idea si iba a poder viajar. Entonces me contestó que no era tan importante, que no era obligación.
Cuando salí de la reunión, bailaba por la calle, estaba feliz. Esa noche festejamos en casa, pero Julián no pudo venir porque tenía un velorio. Quedamos en hacerlo al sábado siguiente los dos solos.
Mi tío no quiso que fuera más a ayudarlo. Había repuntado bastante el negocio y quería que me pusiera a estudiar o a escribir. Me pareció bien y me dediqué a hacerlo. Me ofreció el dinero para poder pagar la producción de los libros, así no tenía que subir la comisión de Humberto. Se la acepté y le quise pagar intereses… por poco me mata, se enojó muchísimo.
Quería empezar mi segunda novela y armar todos los preparativos para mi boda. Mis estudios los dejaría para más adelante. Claudia me ayudó muchísimo en todos los arreglos. Ella y mi tío iban a ser los padrinos de la ceremonia religiosa. A esa altura, ya la llamaba “tía”. Veía cómo lo cuidaba a él y me enternecía.
Yo me quería casar en la basílica donde iba mi tío, pero los padres de Julián querían que se casara en la misma capilla donde ellos lo habían hecho. Como mucho no me importó el tema, acepté. Habíamos decidido con Julián ir a Miami de luna de miel. Viajábamos el día de la boda, a las ocho de la noche. A la vuelta, nos íbamos a ir a vivir a su departamento.
Como andábamos de un lado para el otro, por el tema de nuestro casamiento, decidimos que mi mudanza la haríamos con tiempo a nuestra vuelta de la luna de miel. Dejamos en casa todos los documentos y pasajes para viajar.
Y llegó diciembre. Fui a buscar a Fer al aeropuerto, el día anterior a mi casamiento, con el auto de mi tío. Cuando nos vimos nos abrazamos una eternidad. En cuanto subimos al auto puse su CD y le dije que vivía escuchándolo. Nos pasamos todo el viaje hablando.
Cuando llegamos a su casa sacó de su bolso mi libro para que se lo autografiase:
- La forma que tiene Valeriana de hablar sos vos, Lavi, lloraba de risa con los diálogos -me dijo-. Me traje el libro para que me lo firmes ahora que sos famosa.
- ¡Ojalá! Ja, ja, ja. Entonces yo te doy tu CD y me lo firmás porque vos también lo sos.
Saqué el CD y se lo di. Y luego, le escribí en su libro:
Para mi amigo del alma, mi hermano Fer.
Él puso en el CD:
Para Lavi, una mujer a la que querré con todo mi corazón hasta el día que me muera.
Me di cuenta de cómo lo había extrañado. Me había hecho tanta falta su compañía… Antes de bajarse del auto quedamos en encontrarnos en el civil.
Al día siguiente, Julián me pasó a buscar y fuimos juntos al Registro. Al rato de llegar, cayeron los padres de él, Antonio (su mejor amigo) y su hermana Cecilia. Los padrinos de la ceremonia eran sus padres. Nuestros testigos del civil eran: Claudia, Fer, Cecilia y Antonio. Mi tío me pasaba a buscar más tarde por casa para ir a la ceremonia religiosa porque tenía que arreglar todo en el restorán. Un rato después, llegó Claudia con Fer, ella lo había pasado a buscar.
Estábamos afuera haciendo tiempo hasta que nos tocase el turno, cuando una chica se le acercó a Julián y lo empezó a increpar. Era la misma que había estado con él en la puerta del boliche bailable. Le dijo que no se casara porque estaba embarazada, lloraba desconsoladamente. Me miraba a mí y me pedía perdón, que por favor la entendiera que se había enamorado de él. Que hacía años que salían y no podía permitir que se casara conmigo sin que yo lo supiese.
Julián estaba colorado como un tomate. La agarró de los brazos para que se calmara. Cuando le dijo:
- Pará, Magui, te pedí que no lo hicieras…
Ahí me di cuenta de que era todo verdad. La tristeza y bronca que me nacieron fueron descomunales. Mientras él trataba de acallarla, su familia los rodeó para que yo no los pudiese ver. Fer y Claudia me tuvieron que agarrar porque me había bajado la presión.
Cuando me repuse, les pedí que me llevaran a casa. Le tiré a Julián mi anillo de compromiso por la cabeza y a ella le dije:
- Quedate tranquila, no pienso casarme con él. Para mí no vale ni una puteada.
Y me fui.
“El tren no pasa una vez en tu vida,
pasa todos los días a cualquier hora en cualquier lugar.
Solo tenés que subirte a él cuando necesites cambiar de destino”.
(Anónimo)
EE. UU.
Cuando llegué a mi departamento tiraba cosas al piso de la bronca que tenía. Fer trataba de calmarme en vano y Claudia de consolarme. Mi tío, cuando se enteró, se vino para casa, quería ir a boxearlo. Le tuve que pedir que se tranquilizara, que bastante tenía como para que encima tuviera que ir a buscarlo a la policía. A ella le pedí que empezara a llamar a nuestros invitados para cancelar la boda.
A la hora, Julián me llamó. No lo dejé hablar, le pedí que no lo hiciera más, que ni se le ocurriese venir porque mi tío lo iba a moler a palos y le corté. Siguió llamando y yo cortando sin escucharlo, hasta que apagué el celular y desconecté el fijo. No sé la cantidad de tiempo que estuve insultándolo en mi mente, no podía creer que me hubiera mentido de esa manera.