Lecciones sobre Espinosa Medrano - Luis Jaime Cisneros - E-Book

Lecciones sobre Espinosa Medrano E-Book

Luis Jaime Cisneros

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Beschreibung

La obra de Juan de Espinosa Medrano, apodado en su tiempo «El Lunarejo» (c. 1629-1688), fue uno de los mayores focos de interés académico de Luis Jaime Cisneros (1921-2011). En 1980 aparecieron sus primeros trabajos dedicados a estudiar los textos capitales de Espinosa Medrano (el Apologético en favor de don Luis de Góngora, la Panegírica declamación por la protección de las ciencias y estudios, los sermones de La novena maravilla), que se prolongaron prácticamente hasta sus últimos años de vida. En ellos Cisneros desplegó una aguda indagación sobre todo desde la perspectiva de la estilística y la filología, pero atendiendo siempre a la necesidad de estudiar la producción de Espinosa Medrano como manifestación de la cultura y el saber de un clérigo en el contexto de la cultura colonial peruana. Esta compilación, editada y prologada por Pedro Guibovich Pérez y José A. Rodríguez Garrido, reúne la casi totalidad de los trabajos escritos por Cisneros en torno a la obra del afamado clérigo cuzqueño. Muchas de las preguntas y de los caminos de investigación que fueron allí planteados aún continúan vigentes y constituyen un estímulo y un referente para todo aquel interesado en la obra de Espinosa Medrano.

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Luis Jaime Cisneros (1921-2011) fue profesor principal del Departamento de Humanidades y decano de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Hizo sus estudios escolares en Uruguay y Argentina. En este último país recibió su formación filológica de maestros como Amado Alonso, Pedro Henríquez Ureña, Raimundo Lida y Roberto Giusti. De regreso al Perú, en 1948, se incorporó a la docencia en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (donde obtuvo su doctorado) y en la PUCP. En el extranjero ha sido profesor visitante en la Universidad Central de Venezuela, en la Universidad Nacional del Uruguay y en el Centre de Philologie de la Universidad de Estrasburgo. Fue cofundador de la revista Mar del Sur, miembro del Consejo de redacción de Mercurio Peruano y editor de Indianoromania; y fundador y director de la revista Lexis, especializada en estudios de literatura y lingüística, del Departamento de Humanidades de la PUCP. Fue miembro de numerosas instituciones académicas en el Perú y el extranjero, y director de la Academia Peruana de la Lengua. Su amplia producción incluye valiosos trabajos sobre literatura colonial, educación universitaria, lingüística y filología.

Luis Jaime Cisneros (Foto: PUCP)

Luis Jaime Cisneros

LECCIONES SOBRE ESPINOSA MEDRANO

Introducción y edición de Pedro Guibovich Pérez y José A. Rodríguez Garrido

Lecciones sobre Espinosa MedranoLuis Jaime Cisneros, 2023

© Pedro Guibovich Pérez y José A. Rodríguez Garrido, eds.

© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2024Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú[email protected]

Imagen de portada: las letras capitales proceden de la primera edición de La novena maravilla, de Juan de Espinosa Medrano, 1695. Valladolid: impreso por Joseph de Rueda.

Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP

Primera edición digital: enero de 2024

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2024-00378e-ISBN: 978-612-317-924-3

Índice

Agradecimientos

Luis Jaime Cisneros, lector de Espinosa Medrano

Criterio de la edición

Espinosa Medrano, lector del Polifemo

Relectura del Lunarejo: el «can del cielo»

Huellas de Góngora en los sermones del Lunarejo

Sobre Espinosa Medrano: el «Toro celeste» y Góngora

Un ejercicio de estilo del Lunarejo

Un cruce de lecturas en Espinosa Medrano

Sobre Espinosa Medrano: predicador, músico y poeta

Rasgos de oralidad en el Apologéticode Espinosa Medrano

La polémica Faria-Espinosa Medrano

Para el vocabulario de Espinosa Medrano

Adverbios en el Lunarejo

Espinosa Medrano, lectio aenigmática

Para estudiar el sermonario de Espinosa Medrano

Espinosa Medrano: silva de varia confusión

Bibliografía

Sobre los editores

Agradecimientos

Esta edición de los ensayos de Luis Jaime Cisneros sobre Espinosa Medrano no habría sido posible sin el apoyo y la colaboración de diversas personas e instituciones. El rectorado de la Pontificia Universidad Católica del Perú acogió y financió el proyecto desde su inicio. Un especial reconocimiento se dirige a la familia de Luis Jaime: su esposa, la doctora Sara Hamann de Cisneros, y sus hijos Sara, Cecilia, Luis Jaime e Ignacio, por su amable disposición y colaboración para la presente publicación.

Hacemos extensivo nuestro agradecimiento a los miembros o directores de las revistas o editoriales donde se publicaron estos trabajos, quienes otorgaron gentilmente los permisos correspondientes: Mirko Lauer, director de la revista Hueso Húmero; Marco Martos, exdirector de la Academia Peruana de la Lengua; Esther López, de la Editorial Castalia; David García Pérez, director del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México; Sara Egret, de Éditions Klincksieck; así como a los profesores Sandro Patrucco Núñez y Enrique Ballón.

Diego Mamani Apolinario tuvo a su cargo la primera tarea de digitalizar y normalizar todos los textos siguiendo el manual de publicaciones del Fondo Editorial de la PUCP. También va nuestro agradecimiento al personal de bibliotecarios de la Biblioteca Central y la Biblioteca del Instituto Riva-Agüero, de la Pontificia Universidad Católica del Perú, en particular a Alberto Córdova, Greta Manrique. Finalmente, queremos agradecer a Juan Córdova y Willy Picón, quienes siempre se mostraron solícitos en el suministro de material bibliográfico esencial para la edición de este libro.

Luis Jaime Cisneros, lector de Espinosa Medrano

Pedro M. Guibovich Pérez José A. Rodríguez Garrido

Pontificia Universidad Católica del Perú

Una de las formas más sentidas de rendir homenaje a un intelectual es mediante la lectura de su obra. Por eso, al haberse cumplido el centenario del nacimiento del maestro Luis Jaime Cisneros, lo hacemos con esta compilación de sus ensayos sobre un tema medular en sus intereses académicos: la obra literaria del clérigo cuzqueño Juan de Espinosa Medrano, conocido por sus contemporáneos con el sobrenombre de «El Lunarejo». Esta compilación invita a reflexionar sobre estos importantes trabajos, y a estimular el estudio de la rica y fascinante producción textual del afamado clérigo como orador sagrado, dramaturgo, filósofo y polemista literario.

Luis Jaime Cisneros impartió su fecundo magisterio en clase, así como también fuera de ella, en el ejercicio de la conversación, el periodismo y la crítica literaria. Fruto de esa enseñanza es una nutrida bibliografía, que sorprende por su variedad, ya que múltiples fueron los temas que atrajeron su interés (Rodríguez Rea, 2002). Reseñar su obra escrita es una tarea difícil y que excede los objetivos de este texto, que precede a la recopilación de apenas una parcela de ella. Conviene sí empezar por situar sus estudios sobre Espinosa Medrano en el marco de su interés más amplio por la cultura literaria en el virreinato del Perú; porque Cisneros fue siempre un entusiasta lector y estudioso de la literatura, el teatro, la prosa y la bibliografía de los siglos coloniales. Con el fin de valorar con justicia ese interés, es necesario considerarlo, en primer lugar, desde una perspectiva histórica.

Cisneros y la cultura literaria en el virreinato peruano

Al momento del retorno de Luis Jaime Cisneros al Perú, en 1947, luego de su formación en el Instituto de Filología de Buenos Aires, el panorama que presentaban en el medio académico los estudios sobre lingüística y literatura no era muy alentador. En lo que toca particularmente a la investigación sobre la cultura literaria colonial, predominaban los estudios monográficos y la crítica ensayística anclada en lugares comunes heredados del siglo XIX. Ambos eran practicados con escaso rigor por algunos estudiosos, entre los que se contaban incluso historiadores1. A fines de la década de 1940 era mucho lo que había que hacer en favor de este campo. Cisneros fue consciente de ello. En 1948, con ocasión de la publicación del libro de Aurelio Miró Quesada sobre el Inca Garcilaso, sentenció: «Nuestra historia literaria necesita trabajos como este, que salga del tráfago diario de la improvisación que quiere caracterizarnos, y hundiéndose en la trabajada vida del pasado, se lleguen a la médula de nuestras fuentes literarias para sacar hilos de luz, capaces de iluminar el porvenir». Y agregó: «En nuestra patria están descuidados todos los estudios literarios, y librada la crítica a loas inoportunas y amistosas» (Cisneros, 1948, p. 82). Un año después, en 1949, escribió en su reseña al estudio de José Durand sobre la biblioteca del Inca Garcilaso: «Se trabaja en el Perú con tanto desgano y tan poca seriedad, que labores como esta merecen estimularse y señalarse a la nueva generación que tiene que darle, de una vez y para siempre, a los altos estudios el lugar que se merecen» (1949, p. 85). La Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), a la que Cisneros se vinculó desde 1948, no era ajena a tal estado de cosas. Abelardo Oquendo ha recordado cómo entonces allí «la pobreza de la especialidad de Lingüística y Literatura […] era desoladora. No solamente resultaba iluso esperar en esas materias una formación que pudiera llamarse académica, sino que hasta la información que recibíamos, además de ser insuficiente, estaba atrasada» (Oquendo, 1998, p. 13).

Desde esa época, los estudios de Cisneros sobre la cultura colonial revelan algo que será una constante en la mayor parte de su producción: la aproximación erudita y la dimensión docente. Estas preocupaciones las dejaba sentir en la reseña que escribió a propósito del libro de Irving Leonard, Books of the Brave, una de sus lecturas favoritas, en la que señalaba que este era «un punto de partida para trabajos y tesis de interés. ¿Qué influencia han tenido, por ejemplo, en el Perú, los moralistas españoles? ¿Qué influencia los pícaros? ¿Cuál es la que ha ejercido Antonio de Guevara, que promete ser, quizás la más subyugante para un aspirante al grado doctoral?» (Cisneros, 1950, p. 87). Esta cita importa, además, porque pone de manifiesto un interés central en su quehacer intelectual: la recepción de las ideas procedentes de Europa en el Perú colonial. Muestra de ello fue su detenida lectura de autores como Erasmo, Castiglione, Góngora, Garcilaso, Boscán, Gracián, por citar tan solo algunos entre muchos.

El tema de la circulación del libro y la práctica de la lectura fue no menos central en sus intereses. Diego Dávalos y Figueroa, Espinosa Medrano, y otros miembros de la república de las letras en el virreinato peruano, como Juan del Valle y Caviedes y Pedro Peralta —todos estudiados por Luis Jaime—, fueron grandes lectores. Algunos de ellos acopiaron grandes colecciones de libros o «librerías», tal como solían llamarse en el siglo XVII. Y fue a esas colecciones a las que Cisneros dirigió su atención, porque era un campo de investigación muy poco explorado. Los trabajos de Irving Leonard, Guillermo Lohmann, Guillermo Furlong, José Torre Revello, José Almoina y Edmundo O’Gorman sobre las bibliotecas y el comercio de libros en la América colonial eran ampliamente conocidos por Cisneros, y su desazón por la carencia de estudios similares para el Perú era manifiesta. Concibió el proyecto de publicar una serie de tres volúmenes que reuniera diversos inventarios de libros de los siglos XVI, XVII y XVIII. Desafortunadamente nunca logró realizarla. Dio a conocer sí los inventarios de las bibliotecas del convento de la Almudena, en la ciudad del Cuzco, y del doctor Alonso Bravo de Paredes y Quiñones, cura de Quiquijana y maestro de Espinosa Medrano en el Seminario de San Antonio Abad, en esa misma ciudad2.

Del elenco de autores coloniales, Cisneros prestó especial atención a dos: Diego Dávalos y Figueroa, y Juan de Espinosa Medrano. Varias razones explican la selección de estos escritores. En primer lugar, ambos eran representativos de dos momentos culturales fundamentales: Dávalos, del Renacimiento tardío, y Espinosa Medrano, del Barroco. De otro lado, contaban con una obra diversa, aparecida en las prensas coloniales. Asimismo, sus escritos permitían estudiar la recepción de las ideas estéticas procedentes del Viejo Continente en el virreinato del Perú.

Dávalos y Figueroa era natural de Écija, y se había visto obligado a emigrar a América debido, al parecer, a ciertos incidentes amorosos, que le ocasionaron «gastos, prisión y disgustos largos» (Tauro, 1987, II, p. 702). Llegó al virreinato peruano en 1573, durante el gobierno del virrey Francisco de Toledo. Atraído por la riqueza minera de Potosí, se estableció primero en esa ciudad y luego en La Paz. Fue autor de la Miscelánea Austral, obra compuesta de 44 coloquios en prosa y verso, consagrados a tratar de la poesía, el amor y otros tópicos renacentistas; y, asimismo, de la Defensa de damas, continuación de la obra anterior, extenso poema inserto en la tradición de obras profemeninas. Aunque los principales rasgos biográficos de Dávalos y Figueroa eran conocidos gracias a los estudios de José de la Riva-Agüero y Rubén Vargas Ugarte, no lo era tanto su obra. Esta, al igual que otros textos literarios de la época colonial, era más citada que leída. Luis Jaime dedicó varios ensayos al estudio de la Miscelánea Austral. Fue el primero en describir su contenido, como en precisar la huella en ella de autores como Garcilaso, Cervantes, Petrarca, Herrera, entre otros. Enmendó algunas afirmaciones de Raúl Porras Barrenechea y, sobre todo, de Luis Alberto Sánchez, al tiempo que reveló la lectura de la Miscelánea Austral por otro erudito de la época colonial, Diego de León Pinelo, quien, en su Paraíso en el Nuevo Mundo, citó y glosó en extenso la obra de Dávalos y Figueroa. Asimismo, en 1953, Cisneros publicó la Defensa de damas, obra que, desde su primera edición en 1603, apenas había merecido someras referencias de la crítica, y propuso que se no se trataba de una obra independiente, sino de la continuación de la Miscelánea Austral3.

Los estudios sobre Espinosa Medrano

El otro gran foco de su interés académico fue la vida y la obra de Juan de Espinosa Medrano. Hacia fines de la década de 1970, Cisneros concibió este proyecto, que incluía el propósito de elaborar una edición de su obra más difundida, el Apologético en favor de don Luis de Góngora (primera edición: Lima, 1662). Tal como era de esperar en quien estaba tan comprometido con la formación de los futuros profesores e investigadores, la primera manifestación de este interés se plasmó en el salón de clases, en el curso de Crítica Textual que, en 1979, ofreció a un puñado de estudiantes de la especialidad de Lingüística y Literatura de la PUCP. Dando al curso la forma y el contenido de un seminario monográfico, dedicó este a la revisión de los problemas que planteaba la edición y anotación del texto del Apologético. Para entonces la edición moderna referencial de esta obra de Espinosa Medrano era la de Ventura García Calderón, basada no en el texto de la primera edición, sino de la problemática segunda edición (que repite el pie de imprenta de la primera, cambiando el año a 1694; pero que en verdad es un impreso europeo hecho por la misma época de la impresión de La novena maravilla, aparecida en Valladolid en 1695)4, y que, por tanto, arrastraba sus erratas y supresiones. Buena parte de aquel seminario estuvo, por ello, dedicado a recomponer el texto y el sentido original del Apologético, un ejercicio fundamental para enseñar a los estudiantes a comprender la prosa barroca, con sus característicos recursos sintácticos, su riqueza metafórica y su denso caudal de referentes eruditos.

Al año siguiente, en 1980, aparecieron los dos primeros estudios de Cisneros sobre Espinosa Medrano5. Para entonces existía una bibliografía mínima sobre este autor. De un lado su nombre era referencial en los trabajos críticos sobre la poesía de Góngora y la polémica en torno a ella. Así los trabajos de Robert Jammes (1966), Dámaso Alonso (1950) y André Labertit (1970) habían llamado la atención sobre la aguda observación que el intelectual peruano había hecho en su defensa de Góngora respecto de los valores estilísticos de su poesía. Dámaso Alonso, por ejemplo, había subrayado los hallazgos rítmicos asociados a la figura del hipérbaton en la poesía del poeta cordobés notados por Espinosa Medrano desde el Cuzco. De otro lado, los manuales de la historia de la literatura en el Perú habían reconocido las propias cualidades de la prosa de Espinosa Medrano y sus notables habilidades de polemista, guiados todavía por la ambigua valoración de Marcelino Menéndez Pelayo, quien había calificado el Apologético de «una perla caída en el muladar de la poética culterana» (1940, p. 353). En estos, sin embargo, como en las obras de Luis Alberto Sánchez (1921, pp. 166-168 y 1929, p. 158) y de Augusto Tamayo Vargas (1968, pp. 331-332), se perennizaba a su vez la construcción de la biografía de Espinosa Medrano que, a fines del siglo XIX, había fijado la escritora Clorinda Matto de Turner (1887) basándose en una parcial revisión de fuentes escritas y, sobre todo, en la tradición oral sobre los supuestos orígenes indígenas de Espinosa. Una incipiente línea de interpretación se estaba también por entonces cimentando en los estudios latinoamericanos, particularmente a partir de dos artículos publicados en 1978: el de Alfredo Roggiano, quien veía el Apologético de Espinosa Medrano como punto de partida de una crítica literaria en Hispanoamérica, y el de Eduardo Hopkins, que abría la indagación sobre la poética implícita en la argumentación de Espinosa Medrano y encontraba, de un lado, su afinidad con la noción neoplatónica de la Idea, pero también analogías con la moderna teoría formalista de Yuri Tinianov.

Las propuestas iniciales de Luis Jaime Cisneros para estudiar la obra de Espinosa Medrano estaban más vinculadas a la orientación dada por el primero de estos grupos, la crítica desarrollada particularmente desde la estilística y la filología. Sin embargo, los trabajos aludidos de Alonso, Labertit y Jammes se habían interesado en Espinosa a partir del estudio de la polémica sobre el gongorismo y no tanto por las cualidades mismas de la obra del clérigo peruano. Si bien Cisneros, él mismo un estudioso de Góngora y del gongorismo, partió de este marco teórico de interpretación, lo trascendió al preguntarse sobre los rasgos particulares de la obra del Lunarejo, sobre la construcción de su particular universo cultural y sobre su ubicación en el marco de las letras coloniales del Perú. En el primero de sus artículos «Espinosa Medrano, lector del Polifemo» (Cisneros, 1980a), el maestro mostraba ya una de las perspectivas centrales de esta aproximación crítica. En este agudo ensayo, publicado en la revista Hueso Húmero, revisaba las citas y huellas de la Fábula dePolifemo y Galatea, de Góngora, en la obra de Espinosa Medrano. Uno de los temas que más interesó a Cisneros, como se ha visto, fue el de entender la producción literaria en general, y la hispanoamericana de la etapa colonial en particular, como resultado de un proceso creativo que nacía de la lectura. En esta línea, veía a Espinosa Medrano como uno de los mayores ejemplos del «autor lector», un creador que partía de un rico y complejo conjunto de lecturas para la elaboración de un nuevo universo textual. La comprensión de este proceso, sin embargo, no debía disociarse de las específicas coordenadas culturales en que se desarrolló. En dicho artículo Cisneros reparó en la particular atención puesta por Espinosa Medrano al comentar en su Apologético el verso final dela estrofa 50 del Polifemo («y en ruecas de oro rayos del Sol hilan»). Frente al extravío erudito de los comentaristas precedentes, el escritor peruano reparaba, según Cisneros, sobre todo en la «factura poética» de la metáfora con que se cerraba la octava, y —lo que es significativo de ese proceso de conversión de la atenta lectura en escritura propia— la retomaba para hacerla parte de su propio discurso en la Panegírica declamación por la protección de las ciencias y estudios6. La indagación sobre Espinosa Medrano como sensible (y creativo) lector de la poesía de Góngora reaparece dos años después al estudiar su presencia en la oratoria sagrada del autor peruano (en «Huellas de Góngora en los sermones del Lunarejo» y «Sobre Espinosa Medrano: el toro celeste y Góngora»), artículos en los que investiga esta imagen procedente del inicio de la primera Soledad (Cisneros, 1982 y 1982-1983). Allí revela justamente cómo la poesía del cordobés no fue solo objeto de reflexión crítica, sino que constituyó también materia para la elaboración retórica en la predicación del Lunarejo.

El otro de sus artículos iniciales de 1980, que vio la luz en la revista Lexis de la PUCP («Relectura del Lunarejo: el can del cielo»), estaba dedicado a leer e interpretar adecuadamente el pasaje inicial del Apologético liberándolo de las erratas que se habían acumulado en las cuatro ediciones modernas aparecidas hasta entonces, al punto de hacerlo perder su sentido: «Ha habido reedición, pero no relectura del texto de Espinosa Medrano», decía entonces Cisneros (1980b, p. 173). A partir de este ejercicio de ecdótica era posible reconocer e interpretar adecuadamente el creativo uso de un emblema de Alciato del que Espinosa se servía para abrir su Apologético. De este modo, Cisneros iniciaba su proyecto destinado a preparar su propia edición de la obra de Espinosa Medrano, que vería finalmente la luz en 20057. Otros trabajos aparecidos a lo largo de esos veinticinco años estuvieron igualmente dedicados a ir desbrozando el complejo entramado de referencias, lecturas y alusiones plasmadas en el Apologético. Así, en un artículo de 1983, explica una curiosa transformación del verso 536 de la Soledad I de Góngora («el fresco de los céfiros ruido») en la cita que Espinosa hace de él («el manso de los céfiros ruido») como una reminiscencia de su lectura de la poesía del poeta Garcilaso en pasajes como el del inicio de su Canción II: «Con un manso ruido / d’agua corriente y clara» (Cisneros, 1983b). Un par de décadas después vuelve sobre el estudio del aparato de citas en el Apologético para descubrir las lecturas apresuradas y las referencias quizá de memoria de su autor en «Espinosa Medrano: silva de varia confusión» (Cisneros, 2002).

Probablemente los tres trabajos medulares en que Cisneros plasmó su perspectiva de estudio y su interpretación sobre al Apologético en favor de Góngora sean los titulados «Un ejercicio de estilo del Lunarejo» (1983a), «Rasgos de oralidad en el Apologético de Espinosa Medrano» (1987a) y, sobre todo, «La polémica Faria-Espinosa Medrano: planteamiento crítico» (1987b). El primero de ellos parte de la teoría de la imitatio propia del Renacimiento y del Barroco como vehículo de adiestramiento de la escritura, pero también de competencia con el modelo, para estudiar una sección particularmente relevante del Apologético. En esta se relata cómo un pasaje de un sermón del célebre predicador fray Hortensio Paravicino es objeto de recreación y sirve de estímulo creador a un «enamorado […] de la descripción» (Espinosa Medrano, 2005, p. 184), que Cisneros —siguiendo una insinuación de Labertit, pero añadiendo un fino análisis textual— identifica con el propio Espinosa. La imitación y la admiración por el modelo se convierten en contienda literaria, que habrá de servir, concluye Cisneros, como «valioso testimonio de que un indiano puede sentirse capaz de triunfar en la imitación creadora y arriesgarse, y con éxito, al modelo inigualable» (1983a, p. 156).

De otro lado, Cisneros defendía que el Apologético presentaba una estrecha relación con la estructura propia del sermón y, en «Rasgos de oralidad», mostró cómo, además, ese correlato con la predicación se comprobaba en los recursos del texto para simular que se está dirigiendo a un auditorio vivo y presente al que debe persuadir tanto con los argumentos como con las emociones. Esta «conciencia oral» lo llevó a postular que este texto debió de haber nacido «como uno de los tantos ejercicios de retórica a que se acostumbraban los colegiales de San Antonio» (Cisneros, 1987a, p. 297). Esta idea se retoma y se sustenta detalladamente en su trabajo más amplio sobre el Apologético:«La polémica Faria-Espinosa Medrano: planteamiento crítico». Parte allí de ubicar históricamente la obra de los dos contrincantes polemistas: de un lado, la aparición en 1639 de la edición de Os Lusiadas, de Camoens, con comentarios de Manuel de Faria y Sousa, donde este inserta sus críticas severas contra la poesía de Góngora; de otro, la respuesta tardía de Espinosa contra esos ataques, gestada en el contexto de las prácticas literarias del colegio cuzqueño de San Antonio Abad. A partir de ello, ofrece un detenido examen de las «simpatías literarias» de Espinosa sobre las que se cimenta su argumentación en defensa del estilo de Góngora. Sin embargo, la llamada de atención fundamental que este trabajo encierra reside en recordar que, para entender cabalmente el Apologético, no basta con considerarlo una muestra de «una de las primeras preceptivas y un medular testimonio de la crítica literaria colonial», sino que es esencial reparar en la condición de clérigo de su autor y en la cultura, la formación y el ejercicio que esto acarreaba: «Es una circunstancia singular que explica la clase de obra que nos ofrece, síntoma de un humanista del barroco hispanoamericano del siglo XVII» (Cisneros, 1987b, p. 15). Desde este presupuesto efectúa su indagación sobre dos aspectos centrales de las reflexiones de Espinosa: su preocupación lingüística y su preocupación retórica, ambas propias de quien se desenvuelve en el campo de la hermenéutica sagrada y la predicación8.

Esto último lo llevó, desde el inicio de su investigación, a prestar igualmente atención a los sermones de Espinosa Medrano recogidos póstumamente por un discípulo suyo bajo el título de La novena maravilla (Valladolid, 1695). La indagación de Cisneros sobre este conjunto de textos tuvo sus primeros frutos en 1982 con los trabajos ya aludidos sobre la recreación de motivos y recursos de la poesía de Góngora en los sermones de Espinosa. Dos años después retomó esta vertiente en la nota «Sobre Espinosa Medrano: predicador, músico y poeta», en la que además (y esta fue la observación más novedosa entonces) reparó en los conocimientos y el interés de Espinosa por la música reflejados en la elaboración de varios pasajes de sus sermones (Cisneros, 1984). Cuatro años después, dos trabajos muy específicos ofrecieron un análisis del léxico empleado en estas piezas oratorias, prestando particular atención a las voces que constituían la primera documentación registrada y aquellas que no figuraban en los diccionarios más prestigiosos («Para el vocabulario de Espinosa Medrano»), y otro que indagaba el plano de la sintaxis a partir específicamente de los usos adverbiales («Adverbios en el Lunarejo»). En general, los trabajos dedicados a La novena maravilla estuvieron orientados fundamentalmente al estudio de los rasgos de estilo en la prosa del Lunarejo. Una síntesis y, a la vez, una apertura hacia la investigación en esta dirección las ofrece su artículo «Para estudiar el Sermonario de Espinosa Medrano», publicado en 1997.

Puede decirse que la relevancia de leer La novena maravilla y de recurrir a ella para disponer de un acercamiento cabal a la obra de Espinosa Medrano está presente en casi toda la producción de Cisneros sobre este autor. Tras estas aproximaciones continuas latía el propósito de llegar un día a afrontar la preparación de una edición anotada de este texto, y estos artículos pueden considerarse como materiales parciales en esa dirección. No llegó a desarrollar este objetivo (una labor ingente y compleja que demandaba esfuerzos y una larga dedicación), pero sí, en colaboración con José A. Rodríguez Garrido, ofreció «una edición fiel en lo sustancial al texto original, una edición que pretende volver a poner en circulación uno de los textos más importantes de la prosa barroca en el Perú de fines del siglo XVII» (Cisneros & Rodríguez Garrido, en Espinosa Medrano, 2011, p. XXXII), que vería la luz meses después de su fallecimiento en 2011 y que incluye un estudio preliminar del maestro que constituye su última aportación al conocimiento de la obra del Lunarejo.

Este panorama de la producción de Luis Jaime Cisneros sobre Juan de Espinosa Medrano no estaría completo sin recordar que, desde el inicio de su investigación, estuvo convencido de la necesidad de romper con la consabida repetición irreflexiva de la biografía del autor, que había adquirido ribetes de leyenda. Era necesario volver a los archivos y mostrar hasta donde fuera posible documentos fehacientes que comprobaran los acontecimientos de la vida del autor y la gestación de su obra. Por eso, decidió contar en el equipo de sus primeros colaboradores con un historiador que trabajara fundamentalmente en esta dirección. El resultado más importante de esa colaboración fue la publicación, en 1988, del artículo «Juan de Espinosa Medrano, un intelectual cuzqueño del Seiscientos: nuevos datos biográficos» publicado en coautoría con Pedro Guibovich Pérez, un trabajo que ordena todo lo sabido con certeza hasta el momento y añade nuevas referencias biográficas fundadas en hallazgos documentales (Cisneros & Guibovich Pérez, 1988). El trabajo es aún hoy una referencia obligada para un conocimiento seguro de la biografía de Espinosa Medrano y dio el impulso para continuar indagando en los archivos con este propósito, tal como lo demuestran los posteriores hallazgos y publicaciones de Guibovich Pérez en este sentido.

Han transcurrido más de cuarenta años desde que Luis Jaime Cisneros publicó sus primeros artículos sobre Espinosa Medrano y el panorama bibliográfico sobre este autor se ha transformado radicalmente. No solo se han multiplicado los ensayos sobre el Apologético desde muy distintas perspectivas y ha aparecido incluso una nueva edición, sino que además su teatro, tanto en español como en quechua, ha sido objeto de estudio y nuevas ediciones. De otro lado, La novena maravilla es objeto de interés creciente de la crítica y parece abandonado el viejo prejuicio sobre su estilo; en su lugar, se afianza la investigación sobre sus recursos retóricos, su sorprendente originalidad y los vínculos con su entorno cultural. En el volumen de la reciente Historia de las literaturas en el Perú, coordinado por Raquel Chang-Rodríguez y Carlos García-Bedoyadedicado a Literatura y cultura en el virreinato del Perú, solo tres autores merecieron capítulo propio e independiente: el Inca Garcilaso de la Vega, Felipe Guaman Poma de Ayala y Juan de Espinosa Medrano, agrupados en una sección denominada «Los fundadores»9. Este hecho parece confirmar que Espinosa Medrano ha adquirido finalmente el lugar que le corresponde en el canon de las letras virreinales peruanas. No significa esto, sin embargo, que hayamos llegado a un conocimiento satisfactorio de la obra de un autor tan rico y tan complejo como el Lunarejo. Si bien asuntos como el posicionamiento del escritor y la compleja identidad que aflora en sus escritos han sido fructíferamente debatidos, y conocemos mejor las bases retóricas y poéticas sobre las que se construye su obra, aún tenemos un conocimiento muy parcial sobre la densa red de lecturas y, en general, sobre su sólida cultura de hombre de letras y de Iglesia. En tal sentido, muchas de las preguntas que dejó abiertas Luis Jaime Cisneros y de los caminos que trazó para la investigación en sus trabajos sobre Espinosa Medrano, recogidos en este volumen, aún continúan vigentes como estímulo e invitación.

Bibliografía

Alonso, Dámaso (1950). Monstruosidad y belleza en el Polifemo de Góngora. En Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos (pp. 333-418). Madrid: Gredos.

Barreda y Laos, Felipe (1909). Vida intelectual de la colonia (educación, filosofía, ciencias). Ensayo histórico crítico. Lima: Imp. La Industria.

Cisneros, Luis Jaime (1948). Reseña de Aurelio Miró Quesada, Cervantes, Tirso y el Perú. Mar del Sur, 1, 80-82.

Cisneros, Luis Jaime (1949). Reseña de José Durand, La Biblioteca del Inca. Mar del Sur, 4, 82-85.

Cisneros, Luis Jaime (1950). Reseña de Irving Leonard, Books of the Brave. Mar del Sur, 10, 87.

Cisneros, Luis Jaime (1951). Sobre literatura virreinal peruana (asedio a Dávalos y Figueroa). Anuario de Estudios Americanos, XII, 219-252.

Cisneros, Luis Jaime (1952). Notas sobre la Miscelánea austral de Dávalos y Figueroa. Revista Histórica, XIX, 286-327.

Cisneros, Luis Jaime (1953a). Dávalos y Figueroa, hombre de la Contrarreforma. Mercurio Peruano, 310, 20-25.

Cisneros, Luis Jaime (1953b). Sobre la poesía de Dávalos y Figueroa (un descuidado poeta colonial). Mar del Sur, 26, 38-49.

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1 Una muestra de esa producción la constituye la obra de Barreda y Laos (1909), reeditada en 1937 y 1964, que informa más acerca de la ideología del autor que de las características de la teología, la filosofía y la literatura en los siglos XVI, XVII y XVIII. Como heredero de la tradición liberal decimonónica, Barreda y Laos presentó una imagen negativa del contexto cultural en el que se desarrollaron las letras y las ciencias coloniales. En su perspectiva, se trataba exclusivamente de un mundo dominado por el fanatismo, la ignorancia y la intolerancia. Aun cuando las tesis de Barreda y Laos han dejado de tener validez, su obra sigue siendo considerada por algunos investigadores como un referente de consulta.

2 Cisneros y Loayza, 1955; Cisneros y Guibovich Pérez, 1982.

3 Al respecto, véanse Cisneros, 1951, 1952, 1953a, 1953b y 1968.

4 García Calderón publicó el Apologético primero en la Revue Hispanique y luego lo incluyó en El apogeo de la literatura colonial (Espinosa Medrano, 1925 y 1938). Otras ediciones aparecidas en el siglo XX eran hasta entonces la de Luis Nieto (Espinosa Medrano, 1965) y la dirigida por José Miguel Oviedo (Espinosa Medrano, 1973), de escasa circulación. Acerca de las circunstancias que rodearon la edición europea del Apologético, véase Guibovich Pérez, 2007.

5 Ese mismo año los dos autores de estas líneas y responsables de la edición de este volumen fuimos llamados a convertirnos en asistentes y colaboradores suyos en su proyecto de investigación sobre Espinosa.

6 Cisneros seguía la fecha de publicación de esta obra que tradicionalmente se había venido repitiendo, 1664, y la consideraba, por tanto, posterior al Apologético. Sin embargo, el impreso carece en verdad de año y hay razones de peso para considerar que fue escrita en 1650, cuando Diego Dionisio de Peñalosa Briceño, a quien se dirige la Panegírica declamación, fue recibido como corregidor del Cuzco en el Seminario de San Antonio Abad. Al respecto, ver Rodríguez Garrido, 2017.

7 En el camino, aparecieron otras dos ediciones del Apologético: la de Tamayo Vargas (Espinosa Medrano, 1982), que Cisneros reseñó (1983c), y la de González Boixo (Espinosa Medrano, 1997), que asumía las enmiendas propuestas por Cisneros en 1980a.

8 A los trabajos aquí reseñados hay que añadir el titulado «Itinerario y estructura del Apologético de Espinosa Medrano (primera parte)», aparecido en Lexis, XVI(2), 1992, pp. 123-188, concebido como un comentario detenido de la obra siguiendo su propia estructura por secciones. Este texto fue luego revisado y completado (la segunda parte y final del estudio no se había publicado) para servir como parte sustancial del estudio introductorio de su edición del Apologético. Por esta razón no se incluye en este volumen.

9 Para una actual visión de conjunto sobre la obra de Espinosa Medrano, pueden verse el libro de Juan Vitulli, 2013, y el ensayo de Rodríguez Garrido, 2017.

Criterio de la edición

La presente compilación reúne trece estudios de Luis Jaime Cisneros sobre la obra de Juan de Espinosa Medrano. Con el fin de mantener la continuidad y el desarrollo del proceso de investigación que se expresa en estos trabajos, hemos optado por presentarlos siguiendo el orden cronológico en que fueron apareciendo. Sobre la procedencia de los artículos de esta compilación y sus fechas de aparición, véanse las referencias bibliográficas correspondientes en la bibliografía de nuestra introducción a este volumen.

Hemos regularizado todas las referencias bibliográficas según las normas del Fondo Editorial PUCP y elaborado una bibliografía consolidada que va al final del volumen. En los casos que lo requerían, se han corregido o completado los datos bibliográficos y las citas textuales. De igual manera, hemos enmendado las erratas y suplido las omisiones de las ediciones originales de los artículos. Para este fin, siempre que fuera posible, hemos consultado los ejemplares o las ediciones que Cisneros manejó. En algunos casos se ha respetado la forma de referir a los textos citados que usaba el autor; por ejemplo, al remitir a obras poéticas o a la primera edición de la Novena maravilla (por página y columnas: a y b). Cuando ha sido conveniente, hemos añadido entre corchetes notas de los editores [N.E.] para precisar alguna información sobre las fechas o los datos editoriales de las obras de Espinosa Medrano o referencias a trabajos del propio Cisneros que no llegaron a publicarse.

El título de esta compilación, Lecciones sobre Espinosa Medrano, ha sido dado por los responsables de la edición. El concepto de «lección», tan característico de la tradición académica, tiene el doble sentido de ‘interpretación de un texto’, así como de ‘instrucción que da el maestro a sus discípulos’. Por eso nos ha parecido apropiado para recoger las distintas propuestas de lectura que tejió Luis Jaime Cisneros sobre la obra de Espinosa Medrano, pero también lo que en ellas hay de enseñanza y de derrotero de investigación. Un título, en suma, que reúne los aportes de Cisneros como investigador y maestro.

Portada de la Panegírica declamación, de Juan de Espinosa Medrano, s.f.

Espinosa Medrano, lector del Polifemo

Sudando néctar, lambicando olores,senos que ignora aún la golosa cabra,corchos me guardan, más que abejas floresliba inquieta, ingeniosa labra;troncos me ofrecen árboles mayores,cuyos enxambres, o el abril los abrao los desate el mayo, ámbar distilan,y en ruecas de oro rayos del Sol hilan

(Góngora, Polifemo, est. 50, cit. en Espinosa Medrano, 1662, Sec. VI, f. 21)

En dos ocasiones, recaló Juan de Espinosa Medrano en este pasaje del poeta cordobés. Primero, antes de 1662, al redactar su Apologético10, y, más tarde, en 1664, en la Panegyrica declamación dedicada al corregidor Juan de la Cerda11. Se trata de un antiguo tema virgiliano (disperso en la Égloga IV, vs. 30 y 35-36; Égloga VIII, 54; Eneida I, 430-433; Geórgicas IV, 158-169), acogido desde el Renacimiento y, frecuentemente, glosado en las literaturas románticas seiscentistas12.

De los comentarios suscitados en la crítica del XVII por el Polifemo, ninguno tan entusiasta como el que dedicó el Lunarejo a esta estrofa. Comentaristas y apologistas se perdían en mencionar fuentes, aducir autoridades, pero no se sintieron atraídos por la factura poética, ni se aventuraron, como Espinosa, a penetrar en el texto. Muerto Góngora, la acerba crítica del portugués Faria y Sousa se ensañó especialmente contra el último verso: «y en ruecas de oro rayos del Sol hilan». ¡Remota metáfora!, clamaba el crítico lusitano, que la tenía por expresión incomprensible. Sin embargo, se puede leer en el Apologético: «¿Qué más hermosa y poéticamente pudo describirse el melificio, que diciendo de los enjambres, en que ruecas de oro hilaban rayos del Sol?» (Espinosa Medrano, 1662, Sec. VI, f. 21v).

Así comenta Espinosa el verso con que Góngora remata la octava. Graves defectos le achacaba el crítico portugués, y contra esa sentencia el Lunarejo no solamente afirma que lo mejor de la estrofa «es el último verso», sino que se empeña en entusiasta y sabroso comentario. Acudió a cuanto saber tenía asimilado de comentaristas como Salcedo Coronel y Pellicer; y mostró además muy claramente haber comprendido el contenido de la octava13. Para ello, puso en juego su saber filosófico y su oficio de predicador, mezclando autoridades prestigiadas tanto por la literatura como por la Iglesia, la mayoría de las cuales no solían aparecer autorizando comentarios en la crítica culterana. Si para decir «cera y miel», Góngora habría exagerado la nota (según la acusación de Faria), para expresarse con el necesario furor poético veía Espinosa que había recurrido a tan valiente metáfora el poeta cordobés: «Este verso es el último de una octava, en que aquel Gigantazo describe la afluencia de miel y panales, que le rinden sus colmenas, árboles y cortezas» (Espinosa Medrano, 1662, VI, f. 21).

Si la defensa parecía exigida por los negativos comentarios de Faria, el entusiasmo por la estrofa no fue ciertamente momentáneo. La simpatía siguió visitando al Lunarejo. El texto le siguió vibrando. Antiguo gustador de Góngora era Espinosa Medrano, y en verdad el Apologético resultó buena ocasión para dar muestra pormenorizada de un sentimiento admirativo que calladamente había ido ofreciendo en otros testimonios14. Góngora no dejó de ser, finalizada la contienda con Faria, libro de cabecera, lectura asidua, vigente memoria de hombre culto. Por eso, no extraña leer en la Panegyrica declamación en elogio del corregidor La Cerda, luego de referencias a Alciato y a la vieja rivalidad de las armas y las letras, la siguiente mención de abejas:

[...] ¿qué antojo fue este de abejas? ¿Cómo olvidan su antiguo melificio?, ¡extraña nouedad es hacer corcho lo que fue acero! ¡Bañar de miel, lo que salpicó la sangre! ¡Ea, vueluan a su costumbre, construyan sus panales donde solían, alma le den de almíbar a lo hueco de los cortezos, o a robustos árboles hagan sudar a gotas la olorosa miel, que destilaron en sus poros! pues todo lo vio así el Gigantazo en el Cordobés Poeta. Sudando néctar, lambicando olores (Espinosa Medrano, 1938b, p. 194).

El tema es ajeno ciertamente al del Apologético, y queda descartada la intención polémica y apologética. No llama la atención, tratándose Espinosa de predicador acostumbrado a acomodar tópicos y metáforas idénticos a situaciones y auditorios diversos, a veces aparentemente a contrapelo de lo esperado. Pero el lector habrá advertido la persistencia de algunos esquemas: muy claramente, la mención del «Gigantazo», la referencia al «melificio», asociados en ambos textos. Solo que ahora no se solaza el autor en la explicación de la estrofa ni en la defensa de la metáfora, sino que procede como quien ya tiene todo perfectamente asimilado y recreado: «alma le den a lo hueco de los cortezos» y «hagan sudar la olorosa miel que destilaron los poros» son imperativos que convocan a un mundo cuya ordenada existencia se presume consagrada. Todo se da por cierto y sabido. Espinosa no va a formular consideraciones sobre el tema; lo trae a colación como quien reproduce una anécdota, un lugar común: habla para entendidos. El texto se pierde de inmediato, engarzando el tema con diversos tópicos (que analizo en otro lugar).

Algunos nuevos términos se incorporan en esta Panegyrica declamación de 1664, y merecen relieve: lo hueco de los árboles es, tal vez, una precisión respecto de las observaciones ligeras del Apologético15. El nuevo texto se reviste de una probable reminiscencia del célebre texto cervantino, cuyo pasaje central rememoro y subrayo:

En la quiebra de las peñas y en lo hueco de los árboles; formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquier mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo (Cervantes, 1911-1922, p. XI).

Claro es que Cervantes se acoge también a la tradición, y esta aparente coincidencia solo postula las varias lecturas que iban robusteciendo en Espinosa la certidumbre de su correcta lectura del texto gongorino. Vaticinar la lectura de Cervantes por parte del Lunarejo no es ciertamente perogrullada. Un verso del Persiles le sirve para ilustrar casos de hipérbaton en el Apologético16. Claras menciones ostenta el pasaje siguiente: «¡Qué buenos cascos! Si Don Quijote lograra el Imperio, o Sancho la Ínsula no se toparan Presidente más a gusto» (Espinosa Medrano, 1662, Sec. I, f. 2).

Y hasta se puede aventurar un velado recuerdo, un eco de las advertencias de Cervantes en el prólogo del Quijote:

Líbreos Dios de quien con su poco de latín leyó cuatro Poetas, dos Historiadores, un Cosmógrafo, y medio Teólogo, que no le ha de quedar Autor, que no margene; Poeta, que no muerda; Escritor, que no lastime (Espinosa Medrano, 1662, Sec. I, f. 1v).

Prueba agregada de que esta octava (y, en especial, su último verso) había despertado viva simpatía en Espinosa Medrano, y estimulando probables comentarios en la conversación cultivada, pueden ofrecerla sus discípulos. Como tales se proclaman, en los preliminares de 1662, Francisco de Valverde Maldonado y Diego de Loaisa y Zárate. Precisamente, este cierra con los siguientes versos la espinela que dedicó al autor:

con tan discreta armonía

sutil vuestro ingenio hiló

en ruecas de oro, que yo

(viéndoos penetrar su esfera)

con Pytágoras sintiera

que su espíritu os dexó

(Espinosa Medrano, 1662, Preliminares).

Se diría que está a la vista: maestro y discípulo pueden haber traído a comento estos versos en más de una ocasión, y nada mejor para Loaisa que evocar, a la hora del homenaje, aquellos que con tanto fervor y admiración tanta explicó Espinosa, admiración patente en su defensa de 1660, y viva aún en la posterior evocación de la Panegyrica.

Portada de la primera edición del Apologético, de Juan de Espinosa Medrano, 1662.

10Cito por Secciones y folios. Defiendo la fecha de 1660, pues la más antigua data de los preliminares (censura, aprobación) corresponde a inicios de junio de ese año.

11Cito por la no muy cuidada edición de Ventura García Calderón (Espinosa Medrano 1938b, pp. 186-202).

12Referencias útiles sobre la frecuentación del tema en las literaturas seiscentistas ítalo-españolas (Vilanova, 1957, II, pp. 539-558).

13Fundamentalmente, en los parágrafos 49 y 50, donde recurre a la autoridad del Pinciano, Plinio, las Escrituras, para culminar con Barahona de Soto.

14En otro lugar, analizo la huella de las lecturas de Góngora anteriores al Apologético, así como las alusiones a temas y asuntos gongorinos no tocados por Faria en su crítica, ni aducidos por Espinosa en su respuesta. [N.E. Las huellas de Góngora en la obra de Espinosa fueron tratadas por el autor en Cisneros, 1982 y 1982-1983); su aproximación más amplia a los temas tratados por Faria y Espinosa en relación con la polémica gongorina, se halla en Cisneros 1987b].

15La concavidad mencionada por Espinosa apunta seguramente al comentario de Salcedo Coronel, cuando ilustrando la voz seno del texto de Góngora, explica: «vale la concavidad de los panales donde cada aveja labra la miel». Véase asimismo el siguiente pasaje de Quevedo en su Phocilides traducido de 1635: «también trabaja la ingeniosa abeja / (jornalero pequeño y elegante) / en las concavidades de las piedras, / o en los huecos de troncos y de cañas, / o en colmenas cerradas fabricando / casas dulces de cera y de mil flores».

16Ejemplo tomado de Persiles y Segismunda,lib. III, cap. 5; figura en el Apologético (Espinosa Medrano, 1662, Sec. V, f. 16v).

Relectura del Lunarejo: el «can del cielo»

De «ponderado» calificó Ventura García Calderón al Apologético que Espinosa Medrano había escrito en defensa de Góngora y censura de Faria y Sousa17. Embebido ciertamente de la repetida opinión de Menéndez y Pelayo, tenía a la obra por «un raro episodio de sutileza crítica y discursiva elegancia en el mal gusto convulsivo del Coloniaje» (García Calderón, 1914, p. 330). Editado dos veces en el siglo XVII, solo vuelve a las prensas el Apologético en este siglo. García Calderón lo edita, con desigual fortuna, en 1925 y en 1938. Otras dos ediciones (Espinosa Medrano, 1965 y 1973) cierran el ciclo bibliográfico18.

De las ediciones limeñas de 1662 y 1694, García Calderón reproduce la última en su edición de 1925. En ella, se inspira asimismo la que, con ortografía moderna, aparece en 1938. La confrontación de estas cuatro ediciones revela un vicio originado en la primera versión de 1925, que se ha mantenido (y por lo visto, multiplicado) en las ediciones sucesivas. Esta nota se circunscribe al primer párrafo del Parágrafo I de la sección inicial del Apologético. Comienzo confrontando las dos versiones de García Calderón:

Pensión de las luzes del ingenio fue siempre, excitar embidias, que muerdan; ignorancias, que ladren. Iras entrañables delineó Alciato en el natural canino, que al Orbe luminoso de la Luna en la nocturna carrera de sus resplandores rabiosa embiste, enfurecido ladra, mas como ve su figura en el celeste espejo retratada (dize el Poeta) parécele, que trava risas con sus semejantes; pero sordo a tan importunas vozes prosigue el cándido Planeta el bolante lucimiento de sus rayos (Espinosa Medrano, 1925, pp. 25-30).

Pensión de las luces del ingenio fue siempre, excitar envidias, que muerdan; ignorancias que ladren. Iras entrañables delineó Alciato en el natural camino, que al Orbe luminoso de la Luna, en la nocturna carrera de sus resplandores rabiosa embiste, enfurecido ladra, mas como ve su figura en el celeste espejo retratada (dice el Poeta) parécele, que traba risas con su semejante; pero sordo a tan importunas voces prosigue el cándido Planeta el volante lucimiento de sus rayos (Espinosa Medrano, 1938a, p. 74).

1925: dos malas lecturas

La severidad del equipo de Foulché-Delbosc dejó pasar dos errores de lectura en la edición de la Revue Hispanique. Un error de concordancia gramatical (fem. rabiosa) supone imaginar una supuesta embestida de la Luna, como consecuencia de la carrera en que se halla empeñada. Debe admitirse que, para un lector prevenido contra el gongorismo, como lo era ciertamente Ventura García Calderón, el giro no resultaba ni siquiera audaz. El segundo error es de otro calibre. Por mala lectura de la «ese» larga (infrecuente en lectores habituados a menesteres filológicos), se consigna trava risas, que, a cualquier lector sugestionado por la reciente alusión a un perro ladrador, puede haberle sugerido la imagen de un animal que muestra los dientes (como si en verdad riese).

La «carrera» o «embestida» rabiosa de la Luna no proponía, pues, disparate mayúsculo, y una exageración pasaba fácilmente como explicable fenómeno barroco (a dos años de la revaloración de Góngora).

1938: los errores crecen

Los errores de la edición de 1925 pasan inadvertidos totalmente a los editores de 1938. Esta edición se agrava además con una evidente errata de imprenta (por decir lo menos), no salvada hasta ahora en las ediciones sucesivas. El natural canino de las ediciones coloniales de 1662 y 1694, respetado en la primera edición moderna de 1925, se convierte ahora desgraciadamente en el natural camino,de donde la Luna pasa a ser protagonista de todo el párrafo.