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Lo único que él quería era tenerla en su cama… La meteórica ascensión de Alessandro Caretti hacia el éxito había hecho que tuviera que renunciar a Megan, una chica normal y corriente. Pero ahora, convertido en millonario, había regresado, y quería conseguir lo que el dinero no podía comprar, a ella. Megan no pertenecía a aquel mundo de glamour. Pero a Alessandro no le importaba. Sólo estaba interesado en que ella fuera lo que él siempre había querido: su amante.
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Seitenzahl: 183
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Cathy Williams
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Lejos de ti, n.º 1977 - febrero 2022
Título original: The Multi-Millionaire’s Virgin Mistress
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-588-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
SE PUEDE saber a qué diablos creías que estabas jugando?
Alessandro había entrado en la habitación como un huracán. No había otra forma de expresarlo. Las atractivas y elegantes líneas de su rostro estaban contraídas por la ira y Megan no sabía por qué. Bueno, en realidad sí sabía por qué, pero no entendía su enfado.
–¿Jugando? –dijo ella debidamente retrocediendo con las manos a la espalda.
Desde que una hora antes la hubiera recluido en su habitación como un insecto que hubiera tenido que poner en cuarentena había estado dando vueltas por el dormitorio inquieta, hasta que casi se había quedado dormida en la cama. Le habían despertado sus pasos acercándose. Desde luego, no había esperado cortesía y amabilidad, no después de la reacción que había tenido a su inocente y bienintencionada sorpresa de cumpleaños. Pero no había esperado aquella explosión de ira.
–¡Ya sabes a qué me refiero! A ese maldito jueguecito tuyo.
Aquella voz que era capaz de hacerla temblar de amor y de anhelo, de hacerla enloquecer hasta el deseo, era hora fría y cortante.
–No era ningún jueguecito. Era una fiesta sorpresa. Pensé que te gustaría.
–¿Pensaste que me gustaría? ¿Pensaste que me gustaría verte salir de una tarta de cumpleaños por sorpresa justo cuando estaba en medio de una reunión que podría cambiar el resto de mi vida?
Megan se mordió los labios. Era tan atractivo… incluso en aquel momento era increíblemente atractivo, con su metro ochenta, su cuerpo masculino y musculoso… lo único que había querido había sido alegrarle el día. Al fin y al cabo, era su cumpleaños, le gustara a él o no.
Megan se arriesgó y sonrío.
–¡No tienes ni idea de lo extenuante que es ser una tarta de cumpleaños! ¡Tengo cicatrices que lo demuestran!
Y no estaba exagerando. Lo había planeado todo con su amiga Charlotte, que la había ayudado a introducir dos cajas en algo parecido a una tarta, un complejo mecanismo que le habían asegurado funcionaría a la perfección. Con sólo accionar un botón, la tarta se abriría y aparecería ella en todo su esplendor, con su pelo rubio peinado en bucles a lo Marilyn Monroe, sus labios pintados de rojo escarlata, y hasta un lunar postizo en su mejilla.
Pero no habían caído en que les llevaría una hora atravesar la ciudad en medio de la hora punta, ni que el mecanismo acabaría comportándose de una forma impredecible, negándose a abrirse como habría cabido esperar. Cuando por fin había logrado salir de la tarta, en medio de la sala donde estaba Alessandro, había tenido que luchar para abrirse paso en medio de cinta adhesiva para encontrarse en medio de tres hombres con trajes a rayas y un novio muy, muy enfadado.
–Se suponía que yo era Marilyn Monroe –dijo ella mientras su sonrisa iba desapareciendo de su rostro.
Miró su indumentaria, que tan sólo tres horas antes había sido un flamante traje de baño negro que había revelado su espléndido cuerpo. También se había puesto zapatos de tacón negros, largos guantes de terciopelo y medias de seda. El traje de baño estaba aún intacto, pero uno de los guantes se había perdido, seguramente dentro de la tarta de cumpleaños, los zapatos se habían ensuciado, las medias estaban rotas y una de ellas se había bajado hasta sus tobillos. No se parecía mucho a la Marilyn Monroe que había cantado feliz cumpleaños, sino a la Marilyn Monroe que había cantado a las tropas en medio de la guerra.
–Pensé que te gustaría –su voz transmitía cada vez menos confianza–. O al menos que te resultaría divertido.
–Megan… –suspiró Alessandro–. Tenemos… tenemos que hablar…
Megan se relajó. Sí, no había nada de malo en hablar. Era el hombre más interesante que había conocido nunca, podía hablar con él durante toda su vida sin trabas, especialmente ahora, que la ira había desaparecido de sus ojos.
–Sí, podríamos… –dijo ella dando unos pasos hacia él–. Aunque… se me ocurren cosas mucho más interesantes que hacer…
Megan puso sus manos sobre el pecho de él, saboreando su dureza.
–Me gusta más que uses camisas, Alessandro. Me gusta desabrochártelas. ¿Te lo he dicho alguna vez? Con las camisetas no es lo mismo. Y ésta de hoy no me gusta nada.
Alessandro tomó su mano y la detuvo.
–He dicho hablar, Megan. Y no podemos hablar aquí.
–¿Se han ido ya tus amigos?
–No eran mis amigos.
Alessandro soltó su mano y se dio la vuelta saliendo de la habitación, obligando a Megan a seguirle. No podía pensar con claridad cuando Megan estaba cerca de él, sobre todo estando cerca de una cama, especialmente llevando aquella indumentaria tan sensual, que destacaba todas y cada una de sus curvas.
–Y ponte algo –le ordenó sin mirarla.
–Como quieras. ¿Eran ésas las personas que van a cambiar la dirección de tu vida?
Por el camino, Megan tomó una de sus camisas. Alessandro sólo llevaba camisas blancas aunque ella le había dicho muchas veces que era muy aburrido. Había intentado cambiar su estilo comprándole una camisa llena de colores, pero él nunca se la había puesto. Seguramente estaría en el fondo de su armario, escondida en algún sitio.
Megan sintió que él suspiraba, pero no dijo nada, se limitó a sentarse en el sofá que ocupaba uno de los lados del salón de su modesto apartamento de estudiante, aunque sólo una persona muy optimista lo habría calificado como salón.
Apenas era un cuchitril, al menos, así lo había definido él. Pero Alessandro había trabajado como un esclavo, según sus propias palabras, para poder estudiar en la universidad y poder llegar a ser alguien en la vida, para ser dueño de lo que le rodeaba en lugar de ser una víctima. Una vez que lo consiguiera nunca volvería a mirar atrás.
A Megan no le gustaba mucho pensar adónde le conduciría aquella carrera hacia la conquista del universo. Sabía que sería lejos de ella. Aunque, ¿quién podía saberlo? Estaba enamorada por primera vez en su vida, era optimista, y prefería no pensar en el futuro. Sólo tenía diecinueve años, no había terminado el instituto, y se negaba a imaginarse un futuro lejos de él.
–¿Quiénes eran entonces? –preguntó ella acomodándose en el sofá cerca de él.
Todavía no podía creer que hubiera tenido la suerte de enamorarse por primera vez de un hombre tan absolutamente perfecto en todos los sentidos. La mayor parte de sus amigas llevaban vidas emocionales caóticas, constantemente pasando de la euforia a la depresión, esperando durante horas a que alguien las llamara por teléfono. Alessandro nunca había hecho eso. Había aceptado su virginidad como un maravilloso regalo, y nunca le había prometido nada que él no hubiera sido capaz de cumplir.
–Eran… Era gente muy importante, Megan. –Alessandro se volvió para mirarla. El pelo de ella parecía estar por todas partes, suave, rubio, oliendo a vainilla. Sus mejillas estaban sonrosadas. Sólo Megan era capaz de quedarse dormida en una situación como aquélla, después de haber hecho el ridículo de una forma estrepitosa
–Lo siento –dijo ella, sin poder evitar acercarse más a él y acariciar su rostro con la mano–. Puedo entender por qué te enfadaste un poco conmigo por haber aparecido de repente. A cualquier persona mayor le habría dado un ataque al corazón, sobre todo a ti. Alessandro, ya tienes veinticinco años. Eres casi un viejo. ¿Te das cuenta de que pronto tendrás que vivir de una pensión?
Megan se hecho reír de una forma tan contagiosa que le arrastró a él. Era una sonrisa que le había contagiado desde la primera vez que la había oído, en medio de una sala llena de gente, en un club al que le había llevado uno de sus compañeros de la universidad para intentar que se relajara un poco y descansara de tanto estudiar. Cada vez que Megan sonreía, le entraban ganas de hacer lo mismo.
–Así es como debería haber salido: en un mundo ideal, habría hecho la entrada dramática… o, al menos, la tarta habría hecho la entrada dramática… y yo habría salido de ella, como Marilyn Monroe. Entonces te habría cantado feliz cumpleaños, aunque soy la primera en admitir que no tengo muy buena voz.
–Desgraciadamente… –dijo él poniéndose serio–. Desgraciadamente, no podrías haber elegido un momento peor para esta pequeña sorpresa.
–No, bueno…
Se sentía tan bien estando cerca de él…
–No me habías dicho que estuvieras esperando invitados. Dijiste que estarías trabajando y pensé que sería una bonita sorpresa. Trabajas muy duro.
–Hago lo que tengo que hacer, Megan. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?
–Sí, lo sé. Odias este lugar, y trabajas duro para poder salir de él y hacer algo con tu vida.
–Intento hacer algo más que algo.
Su padre sólo había hecho algo con su vida. Había dejado atrás la pobreza en Italia, esperando encontrar la riqueza en las calles de Londres, encontrar calles pavimentadas de oro. Pero sólo había encontrado adoquines y cemento, igual que en cualquier otro sitio. Su maravilloso talento para las Matemáticas, que tanto había admirado Alessandro de niño, se había ido perdiendo poco a poco en la monotonía del trabajo mecánico, porque no había contado con ninguna cualificación para un trabajo de mayor nivel, y en la pequeña y provinciana Inglaterra los títulos habían sido más importantes. No había servido de nada casarse con una inglesa, con una mujer con tan pocas cualificaciones como él, una mujer que se había marchitado prematuramente limpiando casas para poder permitirse ir de vacaciones una vez al año a la costa.
A Alessandro le gustaba mucho pensar en la madre que había perdido con sólo diez años. Tampoco le gustaba mucho pensar en su padre, que había sido leal durante veinticinco años a su empresa, para ser despedido finalmente al ser demasiado mayor.
Hasta su último aliento, su padre parecía haber estado satisfecho con la vida que había llevado.
Pero, en opinión de Alessandro, el talento de sus padres se había perdido por la falta de oportunidades y por la crueldad y un mundo que sólo sabía juzgar las personas por sus títulos. Desde edad temprana, se había prometido asimismo conseguir esos títulos para poder controlar el mundo en lugar de que el mundo le controlara a él como había hecho con su padre.
–Esos tres hombres que se quedaron tan sorprendidos al verte son fundamentales para mi futuro.
–¿Prefieres esos tres tipos con trajes a rayas?
–Todavía tienes mucho que aprender, Megan.
Su forma de decirlo, fría y calculada, sorprendió a Megan. Sí, eran dos personas completamente opuestas. Se habían reído de ello millones de veces. Ella había intentado, de vez en cuando, apartarle de sus libros para llevárselo a dar una vuelta por el parque y comer galletas. No le había importado hacer el ridículo cantando en un karaoke de un local, y él, negando con la cabeza, le había implorado que nunca intentara ganarse la vida cantando, pero nunca le había dicho que tuviera mucho que aprender todavía, y de aquella manera.
–Sólo intentaba que sonrieras un poco, Alessandro. ¿Cómo iba yo a saber que tu futuro estaba al lado de ti en este mismo salón? ¿Y qué es eso de tus planes de futuro? ¿De verdad tienes un plan? La vida no es una partida de ajedrez.
–Es precisamente eso, Megan. Una partida de ajedrez. La vida depende de que sepas jugar bien.
–Alessandro, yo sé que quieres conseguir muchas cosas en tu vida, pero… no puedes planearlo todo, quiero decir, yo quiero ser profesora…
–Una profesora en una pequeña escuela en medio de ninguna parte.
–¿Es que tiene algo de malo?
–No hay nada de malo –dijo Alessandro pacientemente.
La miró. No había esperado tener aquella conversación en aquel momento, pero las cosas habían cambiado y no podía posponerlo. No tenía otra opción.
–¿Has pensado alguna vez en estudiar una carrera y hacerlo en otra parte?
–¿Adónde? ¿Por qué? Ya sabes que St Nicks me ha ofrecido un puesto cuando haya terminado los estudios.
Megan sonrío al pensar en el maravilloso futuro que le esperaba enseñando a los niños de aquel lugar. No tenía nada que ver con los sueños de grandeza de Alessandro, puede que sus sueños no fueran tan ambiciosos, pero se sentía muy a gusto de estar donde estaba.
–¿En qué otro sitio podría yo enseñar?
–¿Qué te parece en algún colegio de la ciudad?
–¿Y por qué estamos teniendo ahora está conversación? ¿Es porque todavía estás enfadado conmigo por haberte avergonzado delante de todas esas personas? No seas… espera aquí un momento, voy a traer algo de vino para beber.
Megan no le dio tiempo para contestar, fue directa a la cocina y trajo dos copas de vino. Tenía la ilusión de que a su regreso le encontraría desnudo como siempre sucedía, pero no fue así. Estaba de pie, con una desesperada mirada en el rostro que prometía más conversación.
No sabía lo que aquellas personas habían dicho, pero era evidente que le habían dado algo en qué pensar. Megan siempre se había mantenido al margen de sus asuntos. De pie, delante de él, con las copas en la mano, se dio cuenta de que no quería saber lo que él tenía que decir.
Prefería concentrarse en él, y así lo hizo. Dejando las copas sobre la mesa, se quitó la camisa blanca que se había puesto y la dejó sobre una silla.
–Megan… –dijo Alessandro retrocediendo–. No es un buen momento para eso.
–¿No dirás que te estás volviendo demasiado mayor para el sexo? –dijo ella–. Sólo has cumplido un año más –añadió hundiendo sus manos bajo la camiseta de él y acariciándole el tórax.
Alessandro se estremeció furioso consigo mismo por no apartarla y hacer lo que sabía que tenía que hacer. Los senos de Megan presionaban su cuerpo, invocando sus instintos más primitivos. Llevaba nueve meses con ella, prácticamente viviendo con ella, aunque su instituto estaba a más de veinte kilómetros de allí. Megan siempre le había dicho que no le gustaban las grandes ciudades, que las grandes ciudades le daban dolor de cabeza. Había algo en ella que la hacía irresistible.
–Al menos, la tarta no era de verdad –murmuró Megan llena de deseo–. ¿Te imaginas si hubiera salido cubierta de nata?
Megan se puso de puntillas para poder besar bien el cuello y, aunque él no estaba respondiendo como de costumbre, tampoco se estaba manteniendo ajeno. Podía sentir sus músculos llenos de tensión, su excitación expresando cuánto la deseaba.
–Es una lástima, así habrías tenido la oportunidad de limpiarme por todas partes…
La imagen era demasiado sugerente para Alessandro. La miró, se detuvo en su precioso cuerpo, que prometía una satisfacción física como él nunca había conocido antes.
«Sólo soy un hombre, maldita sea», pensó.
–Un hombre podría perder la cabeza sólo de pensar en eso –dijo él mientras toda su fuerza de voluntad desaparecía bajo los tirantes del traje de baño de ella y la promesa de sus pechos.
La empujó hacia el sofá y se quitó los zapatos. Alessandro creyó encontrarse de repente en el paraíso cuando ella se tumbó encima de él. Megan empezó a moverse de forma sugerente, frotando su vientre contra su erección, mientras acercaba de forma tentadora sus pechos hacia su boca con un suspiro de abandono, Alessandro tomó uno de ellos y empezó a saborear el pezón.
La quería totalmente desnuda. Con furia, le quitó el traje de baño, y la detuvo cuando ella intentó quitarle la camiseta.
–Quiero verte… –susurró Megan.
Alessandro no respondió. En cambio, le dio la vuelta, poniéndola boca arriba y separando sus piernas. Empezó a besarla ardientemente hasta que fue prácticamente imposible pensar de forma racional.
–¡Alessandro! –gritó ella hundiendo sus dedos en el cabello oscuro de él.
Con los ojos cerrados, y la respiración jadeante, sintió que él se desabrochaba los pantalones e intentaba quitárselos.
Ni siquiera estuvo segura de si lo había hecho cuando la penetró, tal era su urgencia.
Fue algo rápido, furioso, y, cuando hubieron terminado, quedaron exhaustos y cansados. Alessandro se levantó enseguida, se puso los pantalones, y fue al frigorífico por una botella de agua fría, que se bebió de un trago.
–Vístete, Megan, tenemos que hablar.
Megan sintió un escalofrío recorriendo su espalda. ¿Hablar de qué? Estaba deseando preguntárselo, pero guardó sus dudas para sí y fue al dormitorio por unos pantalones vaqueros y un jersey.
Cuando volvió, descubrió que Alessandro se había sentado en la mesa y estaba mirando, como si estuviera esperándola para hacerle una entrevista.
–Si todo esto es por mi sorpresa, tienes mi palabra de que no volveré a hacerlo.
Alessandro ni siquiera le devolvió una sonrisa. Iba a ser una conversación difícil, sobre todo teniendo en cuenta que no debería haberse dejado llevar por el deseo y haber hecho el amor con ella.
–No tiene nada que ver con eso, Megan. Es acerca de los tres hombres de los que te he hablado. He sido seleccionado.
No había sido una sorpresa para Alessandro. Sabía que era bueno. Había sido seleccionado otras veces, pero había rechazado todas las ofertas. En esta ocasión, sin embargo, era diferente.
–¡Alessandro! ¡Es fantástico! Deberíamos celebrar… –exclamó ella–. No pareces contento.
–Aunque no se hayan dado cuenta todavía, pronto descubrirán que me necesitan más que yo a ellos.
Megan sonrió.
–Desde luego, ego no es precisamente lo que te falta.
–Me han ofrecido un trabajo –dijo él levantándose–. En Londres.
–¿Londres? Pero… No puedes irte a Londres. ¿Qué pasa con el master que querías hacer?
–Puedo hacerlo en mi tiempo libre. Ahora mismo, esto es más importante.
Megan estaba temblando. Se había acostumbrado a tenerle cerca. Había esperado estar con él unos cuantos meses más. Pero había llegado el momento de encarar las cosas. Megan intentó agarrarse a un clavo ardiendo. ¿Sería posible llevar una relación a distancia? No era lo ideal, pero podría funcionar. Unas pocas horas en tren algún fin de semana que otro, las vacaciones, las Navidades…
–¿Cuándo?
–Inmediatamente.
La palabra flotó en el ambiente entre ellos dos como una roca que se estuviera hundiendo en aguas turbulentas.
–¿Qué significa inmediatamente?
–El tiempo necesario para recoger mis cosas y dejar el pasado atrás.
La cabeza de Megan se estaba empezando a llenar de miedo y angustia.
–¿Y qué pasa con nosotros?
Alessandro no respondió, y el silencio se hizo aún más incómodo
–Podemos… podemos seguir viéndonos. Quiero decir, ya sé que Londres está muy lejos, pero hay mucha gente que mantiene relaciones a distancia. Podría ser romántico. No sé… podríamos no sé… vernos de vez en cuando.
–No funcionaría –dijo Alessandro secamente.
–¿Por qué no? ¿Es que ni siquiera quieres intentarlo?
La desesperación era evidente en su voz mientras intentaba encontrar en él algo a lo que aferrarse. Pero estaba mirando a un extraño
–No hay ninguna posibilidad para nosotros, Megan.
–¿Ninguna posibilidad? ¿Cómo puedes decir eso? Prácticamente hemos vivido juntos todo el año, ¿Cómo puedes decir que no hay ninguna posibilidad para nosotros? Yo… Alessandro… Te quiero. Te quiero de verdad, me he abierto completamente a ti…
–Para mí ha sido un regalo maravilloso.
Lo había dicho como si lo que les unía fuera ya algo del pasado
–Entonces, dime que no te irás.
–Yo… No puedo decirte eso, Megan –dijo él observando la habitación–. Esto sólo ha sido un capítulo de mi vida, Megan, es hora de pasar página.
–¿Me estás diciendo que yo sólo he sido un capítulo en tu vida? Parece que todas las cosas buenas, antes o después, acaban terminándose.
–Todas las cosas acaban terminándose. Y tu vida está aquí, Megan. Aquí, con tu familia, con tu trabajo de profesora en el campo, odias la ciudad, siempre lo has dicho. Me dijiste que la única razón por la que viniste a Edimburgo fue porque tu prima te lo propuso, y, si sigues viniendo es para verme a mí… si piensas que Edimburgo es una gran ciudad, imagínate lo que debe ser Londres.
–Estás manipulando todo lo que yo he dicho. Yo quiero estar allí donde tú estés.
–No.
Alessandro deseó que ella se echara llorar, podría lidiar con una mujer desesperada, las mujeres llenas de lágrimas siempre le habían irritado, pero ella no era de esa clase.
–Eres una chica de campo, Megan, y, antes o después, echarías de menos todo lo que siempre has querido. Además… –dijo él haciendo una pausa, sintiendo que quería ser completamente honesto con ella–. Esta fase de mi vida debo vivirla solo. Voy a entregarme por completo a mi carrera, no tendré tiempo para…
–¿Para ocuparte de una pobre provinciana como yo?
Megan miró sus pies descalzos. La pintura roja que se había aplicado en las uñas aquella mañana estaba empezando a desaparecer. En realidad, odiaba aquel rojo tan brillante. Sólo se lo había puesto para parecerse más a Marilyn Monroe.
–Para ocuparme de cualquier mujer.