Lenguaje y Psicoanálisis - David Maldavsky - E-Book

Lenguaje y Psicoanálisis E-Book

David Maldavsky

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Beschreibung

La obra que aquí presentamos puede ser leída de diversos modos. En primer lugar, como un libro que busca transmitir y continuar una de las creaciones más innovadoras de David Maldavsky, su método de investigación psicoanalítica del discurso, el Algoritmo David Liberman (ADL). Dicho método, si bien ha sido desarrollado por su autor durante veinticinco años aproximadamente, es tributario de sus indagaciones teóricas y clínicas previas, del profundo trabajo sobre los fundamentos de la teoría freudiana que realizó desde los años setenta.   Bajo esta primera forma de lectura, entonces, el libro está organizado en tres partes. La primera contiene las bases teóricas del método, sobre todo lo relativo a los conceptos de pulsión y defensa. En la segunda parte, se describen los instrumentos y procedimientos del ADL, todo lo cual permite comprender el modo en que Maldavsky operacionalizó los conceptos mencionados. Finalmente, la última parte del libro contiene seis capítulos en los que se exponen, a partir de investigaciones concretas, los modos y rendimientos de la aplicación de aquellos instrumentos. El aprendizaje del ADL no solo permite incorporar el conocimiento de un valioso instrumento para la investigación sistemática en psicoanálisis, sino que también deviene en un conjunto de herramientas teóricas fecundas en la tarea clínica y que pasan a formar parte del preconciente del analista y complejizan su práctica cotidiana.   También, como señalan los autores, "el libro puede ser leído como testimonio de una larga historia de trabajo compartido entre David y nosotros, una historia de más de tres décadas que incluye formación profesional, trabajo clínico, publicaciones, proyectos institucionales y vínculos afectivos."

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La obra que aquí presentamos puede ser leída de diversos modos. En primer lugar, como un libro que busca transmitir y continuar una de las creaciones más innovadoras de David Maldavsky, su método de investigación psicoanalítica del discurso, el Algoritmo David Liberman (ADL). Dicho método, si bien ha sido desarrollado por su autor durante veinticinco años aproximadamente, es tributario de sus indagaciones teóricas y clínicas previas, del profundo trabajo sobre los fundamentos de la teoría freudiana que realizó desde los años ’70. Bajo esta primera forma de lectura, entonces, el libro está organizado en tres partes. La primera contiene las bases teóricas del método, sobre todo lo relativo a los conceptos de pulsión y defensa. En la segunda parte, se describen los instrumentos y procedimientos del ADL, todo lo cual permite comprender el modo en que Maldavsky operacionalizó los conceptos mencionados. Finalmente, la última parte del libro contiene seis capítulos en los que se exponen, a partir de investigaciones concretas, los modos y rendimientos de la aplicación de aquellos instrumentos. El aprendizaje del ADL no solo permite incorporar el conocimiento de un valioso instrumento para la investigación sistemática en psicoanálisis, sino que también deviene en un conjunto de herramientas teóricas fecundas en la tarea clínica y que pasan a formar parte del preconciente del analista y complejizan su práctica cotidiana.

También, como señalan los autores, “el libro puede ser leído como testimonio de una larga historia de trabajo compartido entre David y nosotros, una historia de más de tres décadas que incluye formación profesional, trabajo clínico, publicaciones, proyectos institucionales y vínculos afectivos.”

Lenguaje y psicoanálisisInvestigaciones con el ADL

David Maldavsky, Liliana H. Álvarez, Beatriz Burstein, Carolina Coronel Aispuro, Jorge A. Goldberg, Ruth Kazez, Nilda Neves, Sebastián Plut, Delia Scilletta y Ariel Wainer

Colección Psicoanálisis, Sociedad y Cultura

Colección Psicoanálisis, Sociedad y Cultura

Diagramación E-book: Mariana Battaglia. Tapa: Mariana Battaglia sobre una idea de Laura Burstein.

Lenguaje y psicoanálisis : investigaciones con el ADL / David Maldavsky ... [et al.]. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Topía Editorial, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-4025-74-6

1. Clínica Psicoanalítica. 2. Psicología Clínica. 3. Lenguaje. I. Maldavsky, David.

CDD 150.195

© Editorial Topía, Buenos Aires 2023.

Edi­to­rial To­pía

Juan Ma­ría Gu­tié­rrez 3809 3º “A” Ca­pi­tal Fe­de­ral

e-mail: [email protected]

[email protected]

web: www.topia.com.ar

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

La reproducción total o parcial de este libro en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, no autorizada por los editores viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

Lenguaje y psicoanálisisInvestigaciones con el ADL

David Maldavsky, Liliana H. Álvarez, Beatriz Burstein, Carolina Coronel Aispuro, Jorge A. Goldberg, Ruth Kazez, Nilda Neves, Sebastián Plut, Delia Scilletta y Ariel Wainer

Colección Psicoanálisis, Sociedad y Cultura

A David Maldavsky

INDICE

Los Autores

Prólogo

FUNDAMENTOS TEÓRICOS

Capítulo 1La pulsión y sus representantesNilda Neves y Ruth Kazez

Capítulo 2Pulsiones, destinos y lenguajesNilda Neves y Beatriz Burstein

Capítulo 3Teoría de las defensasNilda Neves y Beatriz Burstein

INSTRUMENTOS Y PROCEDIMIENTOS

Capítulo 4 Fundamentos y presentación del método: Algoritmo David Liberman (ADL)Delia Scilletta

Capítulo 5Consideraciones metodológicas. Procedimientos y criterios para el armado de la muestra y el posterior análisisDelia Scilletta

INVESTIGACIONES SISTEMÁTICAS

Capítulo 6Investigación psicoanalítica de afecciones psicosomáticas con diferente respuesta al tratamiento médico. Un estudio con el Algoritmo David Liberman (ADL)Liliana H. Álvarez

Capítulo 7El ADL y la investigación en psicoterapia con pacientes púberesJorge A. Goldberg

Capítulo 8Cambio clínico en el proceso terapéutico de una paciente adulta con una discapacidad congénitaRuth Kazez

Capítulo 9Sobre la utilidad del Algoritmo David Liberman (ADL) en la investigación psicosocial. Conceptos, instrumentos y aplicacionesSebastián Plut

Capítulo 10El estudio de las identificaciones que participan en la producción de rasgos caracteropáticos con el Algoritmo David Liberman (ADL)Ariel Wainer

Capítulo 11Investigación empírica de la falsedad en el discurso: métodos, problemas, limitacionesDavid Maldavsky, Sebastián Plut, Carolina Coronel Aispuro y Delia Scilletta

Bibliografía

Anexo

Los Autores

David Maldavsky: Doctor en Letras (UBA). Fue Profesor Titular de la Facultad de Psicología de la Universidad del Salvador (USAL), Decano de la Facultad de Humanidades en la Universidad Hebrea Argentina Bar Ilán (UHABI) y Director del Instituto de Altos Estudios en Psicología y Ciencias Sociales de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). Creó y dirigió la Maestría en problemas y patologías del desvalimiento, primero en la UHABI y luego en la UCES. Creó y dirigió el Doctorado en Psicología (UCES) y las Revistas Desvalimiento Psicosocial y Subjetividad y procesos cognitivos (UCES). Dictó clases en universidades e institutos de España, Reino Unido, Israel, Francia y Brasil, entre otros países. Autor de una obra que quedó plasmada en 23 libros y más de 200 artículos publicados en revistas nacionales e internacionales. Varios de sus libros fueron traducidos al portugués y al francés. Creó el Algoritmo David Liberman.

Liliana H. Álvarez: Doctora en Psicología (UCES). Magíster en Problemas y patologías del desvalimiento (UCES). Licenciada en psicología. Coordinadora del Foro de articulación clínico-teórico, perteneciente al Laboratorio universitario de psicoanálisis de pareja y familia. Profesora de la Diplomatura en ADL (UAI). Ex profesora titular del Doctorado en Psicología y de la Maestría en Problemas y patologías del desvalimiento (UCES). Miembro de la Asociación Internacional de Psicoanálisis de Pareja y Familia (AIPPF). Miembro de la Society for Psychotherapy Research (SPR). Miembro fundador del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky (GPDM).

Beatriz Burstein: Licenciada en Psicología (UBA). Psicoanalista. Profesora de la Diplomatura en ADL (UAI). Miembro de la Asociación Internacional de Psicoanálisis de Pareja y Familia (AIPPF). Integrante del Foro de articulación clínico-teórico, perteneciente al Laboratorio universitario de psicoanálisis de pareja y familia. Ex profesora de la Maestría en Problemas y patologías del desvalimiento (UCES). Ex integrante del Comité editor de la revista Desvalimiento Psicosocial (UCES). Miembro adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Miembro fundador del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky (GPDM).

Carolina Coronel Aispuro: Doctora en Psicología (UCES). Maestra en Psicología Clínica (Universidad de Occidente, Unidad Mazatlán Sinaloa, México). Licenciada en Psicología (Universidad Autónoma de Sinaloa, México). Profesor de Tiempo Completo en el Programa Educativo de Psicología (Universidad Autónoma de Occidente, Unidad Regional Culiacán Sinaloa, México). Analista de jóvenes y adultos en Centro Médico Hominis Neurociencias en Culiacán Sinaloa, México.

Jorge A. Goldberg: Doctor en Psicología (UCES). Magíster en Problemas y patologías del desvalimiento (UCES). Licenciado en psicología (UBA). Profesor de la Diplomatura en ADL (UAI). Ex profesor titular de la asignatura Abordaje psicosocial de las patologías orgánicas, crónicas y terminales en la Maestría en problemas y patologías del desvalimiento (UCES). Ex docente del Doctorado en Psicología (UCES). Psicólogo de planta del Hospital Muñiz (GCABA). Miembro fundador del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky (GPDM).

Ruth Kazez: Doctora en Psicología (UCES). Magíster en Problemas y patologías del desvalimiento (UCES). D.E.A. de Psychanalyse (Universidad Denis Diderot- Paris 7). Licenciada en Psicología (UBA). Profesora titular de la asignatura Familia y Discapacidad de la Carrera de Especialización en psicología clínica de la discapacidad (UBA). Profesora titular de la asignatura Fundamentos teóricos de una psicopatología infanto juvenil de la Carrera de especialización en psicología clínica infantil con orientación en psicoanálisis (UCES). Profesora de la Diplomatura en ADL (UAI). Profesora de grado (UBA). Ex directora y Ex profesora titular de la Maestría en Problemas y patologías del desvalimiento (UCES). Ex integrante del Comité editor de la revista Desvalimiento Psicosocial (UCES). Integrante del grupo de trabajo en Discapacidad (Sociedad Argentina de Pediatría). Integrante del Foro de articulación clínico-teórico, perteneciente al Laboratorio universitario de psicoanálisis de pareja y familia. Miembro fundador del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky (GPDM).

Nilda Neves: Licenciada en Psicología. Psicoanalista. Coordinadora del Foro de Articulación Clínico-Teórico, perteneciente al Laboratorio de Pareja y Familia (2005 en adelante). Miembro de la Asociación Internacional de Pareja y Familia. Profesora en la Diplomatura en ADL (2020 en adelante, UAI). Ex asesora científica de la Maestría en Problemas y patologías del desvalimiento (2019-2020, UCES). Ex coordinadora de la Maestría en Problemas y patologías del desvalimiento (1996-1999, UHABI), (2000-2018, UCES). Ex docente de la Maestría en Problemas y patologías del desvalimiento (1996-2020, UHABI-UCES). Ex docente de la Carrera de Especialización en psicología clínica infantil con orientación en psicoanálisis (2000-2020, UCES). Miembro fundador del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky (GPDM).

Sebastián Plut: Licenciado en Psicología (UBA) y Doctor en Psicología (UCES). Director de la Diplomatura en el Algoritmo David Liberman (UAI). Ex profesor titular de la Maestría en Problemas y patologías del desvalimiento (UCES). Coordinador del Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política (Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados). Miembro fundador del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky (GPDM). Autor de los libros Estrés laboral y trauma social de los empleados bancarios durante el Corralito (Ed. UCES), Psicoanálisis del discurso político (Ed. Lugar), Trabajo y subjetividad (Ed. Psicolibro), El malestar en la cultura neoliberal (Ed. Letra Viva), Escenas del Neoliber-Abismo (Ed. Ricardo Vergara), Los Coronautas. Pánico colectivo y sufrimiento psíquico (Ed. Ricardo Vergara), Pandemia, retórica neoliberal y opinión pública (Ed. Ricardo Vergara) y Vestigios psicoanalíticos, en prensa (Ed. Ricardo Vergara).

Delia Scilletta: Licenciada en Psicología (UBA). Magister en Problemas y patologías del desvalimiento (UCES). Doctora en Psicología (UCES). Ex coordinadora y Ex profesora titular de la Maestría en Problemas y patologías del desvalimiento (UCES). Ex docente del Doctorado en Psicología (UCES). Profesora de la Diplomatura en ADL (UAI). Ex integrante del Comité editor de la revista Desvalimiento Psicosocial (UCES) y del IAEPCIS.

Ariel Wainer: Licenciado en Psicología (UBA). Doctor en Psicología (UCES). Docente de Clínica de Adultos II (UBA). Ex docente de Metodología de la Investigación II del Doctorado de Psicología (UCES). Profesor en la Diplomatura en ADL (UAI). Miembro fundador del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky (GPDM), Miembro de Giro, Asistencia en Salud Mental.

Prólogo

La obra que aquí presentamos puede ser leída de diversos modos. En primer lugar, como un libro que busca transmitir y continuar una de las creaciones más innovadoras de David Maldavsky; su método de investigación psicoanalítica del discurso, el Algoritmo David Liberman (ADL).

Dicho método, si bien ha sido desarrollado por su autor durante veinticinco años aproximadamente, es tributario de sus indagaciones teóricas y clínicas previas, del profundo trabajo sobre los fundamentos de la teoría freudiana que realizó desde los años ‘70. Bajo esta primera forma de lectura, entonces, el libro está organizado en tres partes. La primera contiene las bases teóricas del método, sobre todo lo relativo a los conceptos de pulsión y defensa. En la segunda parte, se describen los instrumentos y procedimientos del ADL, todo lo cual permite comprender el modo en que Maldavsky operacionalizó los conceptos mencionados. Finalmente, la última parte del libro contiene seis capítulos en los que se exponen, a partir de investigaciones concretas, los modos y rendimientos de la aplicación de aquellos instrumentos.

Asimismo, el libro puede ser leído como testimonio de una larga historia de trabajo compartido entre David y nosotros, una historia de más de tres décadas y que incluye formación profesional, trabajo clínico, publicaciones, proyectos institucionales y vínculos afectivos.

En ese trayecto transitamos por diversos contextos tanto extrauniversitarios como universitarios en la Universidad del Salvador, la Universidad Hebrea Argentina Bar Ilán donde en 1996 fundó la Maestría en Problemas y Patologías del Desvalimiento que luego se trasladó a la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales, donde también fundó el Doctorado en Psicología en 2000. Llevamos a cabo, junto a él, innumerables actividades de docencia e investigación, publicación de artículos, libros y presentaciones de trabajos en Jornadas y Congresos nacionales e internacionales. Toda esta tarea siempre la realizamos en el marco del estimulante intercambio con un enorme y variado grupo de colegas de Argentina y de otros países como Brasil, México, España, Francia, entre otros.

Por último, el libro tiene un especial valor para nosotros, en tanto trabajo con el legado que David nos dejó. En efecto, a partir de su inesperado fallecimiento en mayo de 2019, nos preguntamos cómo continuar para mantener viva su obra. Con ese espíritu es que decidimos escribir este libro, que se enlaza con otros proyectos que desarrollamos, tales como el Grupo Psicoanalítico David Maldavsky, que ya cumplió su primer año, y que reúne mensualmente a casi un centenar de colegas a debatir sobre diversos temas teóricos y clínicos, y también la Diplomatura en el Algoritmo David Liberman, en la Universidad Abierta Interamericana, que inició su primera cohorte en agosto de 2020.

El aprendizaje del ADL requiere de una formación compleja que abarca el conocimiento sólido de la teoría freudiana, sobre todo de conceptos como pulsión y defensa, de ciertas premisas epistemológicas, así como la familiarización con sus instrumentos y sus reglas de aplicación1. Los investigadores habituados a manejar este método, solemos agregar una recomendación o, mejor dicho, una prevención: su aprendizaje culmina utilizándolo, ya que es en ese momento, a partir de aciertos y errores, de los estudios interjueces y de diversos contrastes, que se adquiere el dominio de sus diversos instrumentos. Podemos agregar, a su vez, dos momentos críticos, uno anterior a los análisis que se desean realizar y uno posterior. El primero consiste en una serie de decisiones preparatorias que incluyen la definición de los objetivos de la investigación, la delimitación de la muestra y los criterios para la elección de uno o más de los instrumentos del ADL que se utilizarán. El momento posterior, cuando ya se obtuvieron los resultados (del análisis de palabras, actos de habla y/o relatos), concierne al interrogante sobre qué hacer con todos los datos que tales instrumentos arrojaron, cómo interpretar toda esa masa de información. No solo si uno se propone estudiar dos o los tres niveles de análisis de los que consta el método, sino que aún si se concentra en uno solo de ellos, lógicamente también es determinante el tamaño de la muestra contenida en la investigación, lo más frecuente es que el investigador se encuentre con resultados multivariados, un conjunto heterogéneo de deseos y defensas que, luego, resulta complejo y a la vez decisivo organizar. Sobre todo, para los investigadores más jóvenes o nóveles, suele ser la instancia en que descubren la importancia de aquel momento inicial en que debieron definir objetivos, muestra e instrumentos a utilizar.

El carácter multivariado de los resultados permite tomar diversas determinaciones, ya sea que nos interesemos por hallar rasgos comunes, similares (dentro del discurso de un mismo sujeto o de un conjunto de ellos), que busquemos captar sobre todo los matices diferenciales o bien una combinación de ambas estrategias. En cualquier caso, se puede advertir el valor de la combinación de instrumentos. Finalmente, entonces, interviene el trabajo de pensamiento y creatividad del investigador para comprender qué nos dicen los datos, es decir, cómo interpretarlos. Sobre esto último, cabe agregar que varios de los autores de este libro colaboramos con David Maldavsky en la construcción de diversas distribuciones de frecuencias para el análisis de relatos, actos de habla y palabras.

Como ya adelantamos, este libro tiene por finalidad exponer el método creado por David Maldavsky y es una invitación a que los colegas se acerquen al diálogo con una obra original, profunda y actual, compuesta de 23 libros y centenares de artículos.

El aprendizaje del ADL no solo permite incorporar el conocimiento de un valioso instrumento para la investigación sistemática en psicoanálisis, sino que también deviene en un conjunto de herramientas teóricas fecundas en la tarea clínica y que pasan a formar parte del preconciente del analista y complejizan su práctica cotidiana. David sostenía que si la clínica es una exigencia de trabajo para la teoría, no resulta suficiente aquella exigencia, pues es preciso encontrar los caminos para resolverla. El ADL, entonces, es una de las alternativas posibles para hallar tales caminos, como también lo es el intercambio intelectual y afectivo entre colegas, de lo cual este mismo libro pretende ser un testimonio.

Asimismo, en una de las pocas entrevistas que dio, sostuvo: “escribir un trabajo psicoanalítico implica que se forma parte de un conjunto social. Por lo tanto, es necesario partir del reconocimiento de que hay una historia, que es posible cuestionar parcial o totalmente, pero no ignorar. De lo contrario, se está dañando un tejido social, y además el propio autor va a sufrir ese mismo destino: quedar ignorado, cuando pierda el poder político o la capacidad de seducción”2.

Para la edición de este libro hemos contado con la valiosa colaboración de la Lic. Mariana Krojzl, quien se ocupó con dedicación de la tarea de corrección. Finalmente, los coautores de la obra, a lo largo de estas tres o cuatro décadas de trabajo conjunto, hemos podido compartir numerosas experiencias de enriquecimiento con muchos otros autores y, sobre todo, con una enorme cantidad de colegas y amigos, a quienes no sería posible enumerar en estas páginas. A todos ellos, entonces, nuestra gratitud.

1 En los diferentes capítulos se indica parte de la extensa bibliografía sobre cada uno de estos temas, especialmente de David Maldavsky.

2 “Entrevista a David Maldavsky”, Revista Uruguaya de Psicoanálisis (en línea), 94, 2001.

FUNDAMENTOS TEÓRICOS

Capítulo 1

La pulsión y sus representantes

Nilda Neves y Ruth Kazez

Una de las categorías centrales en Psicoanálisis es el concepto de pulsión. Las investigaciones en este terreno deben dar cuenta de la eficacia del mundo pulsional en las manifestaciones individuales, así como de las transacciones que el psiquismo de cada sujeto establece entre sus pulsiones y las exigencias del superyó y de la realidad.

El puente imprescindible entre la metapsicología y la investigación clínica requiere del establecimiento de nexos entre el mundo representacional, accesible a la investigación, y aquello representado: las pulsiones. El término mediador que permite realizar este enlace corresponde al concepto de vivencia, tanto de satisfacción como de dolor.

Para considerar la importancia de las vivencias es necesario tomar en cuenta sus tres componentes: el afecto, la percepción y la motricidad. La posibilidad de realizar la articulación de estos tres componentes con cada moción pulsional, facilita el camino hacia la operacionalización de la pulsión sexual.

Para el psicoanálisis freudiano las pulsiones constituyen exigencias de trabajo para el aparato psíquico. Parte del proceso de tramitación de dichas exigencias de trabajo consiste en que el desarrollo del yo vaya ofreciendo un lugar para la pulsión en el mundo simbólico, es decir, la pulsión adquiere paulatinamente representantes en el terreno afectivo y representacional.

David Maldavsky (2003a) dice que el proceso por el cual cada pulsión conquista representatividad psíquica es siempre el mismo e incluye, en primer lugar, el desarrollo de ciertos afectos específicos, de desempeños motrices diferenciales, de determinada organización proyectiva de la materia sensorial, de huellas mnémicas y pensamientos inconcientes, y por fin de una estructura particular del preconciente. Cada uno de estos aspectos tiene un carácter diferencial para cada pulsión sexual y también de neutralización parcial de la pulsión de muerte.

El preconciente tiene una historia de su constitución, articulada con la historia de las pulsiones y de la constitución del yo. En efecto, en el desarrollo del yo cobra enorme importancia la posibilidad de ligar la pulsión, sobre todo la sexualidad, con un mundo representacional. Este trabajo yoico implica darle cabida psíquica a la pulsión como lenguaje, proceso que se realiza paso a paso, mediante el desarrollo del universo simbólico y del pensar inconciente.

Una vez constituido el preconciente en su estructura y su funcionamiento, se evidencia la eficacia de las fijaciones pulsionales, de la realidad y del superyó, así como de las diferentes defensas, normales y patógenas. Igualmente, cobra importancia un grado creciente de complejización interna, que se expresa como refinamiento en cuanto a las lógicas con las que el yo opera en el trabajo de elaboración psíquica. De tal modo que el estudio de las formaciones preconcientes en un paciente adulto permite realizar conjeturas no solo acerca de la erogeneidad en juego, sino también acerca del yo en su estado y su funcionamiento, en particular las defensas.

I. Desarrollo del concepto de pulsión

Desde los comienzos de su obra Freud destacó la importancia de las pulsiones y los deseos como motores de la vida psíquica. A lo largo de su obra la teoría acerca de las pulsiones se fue complejizando en nuevos desarrollos y mayores alcances. Intentaremos sintetizar este recorrido y a la vez establecer algunas precisiones con respecto a algunos conceptos asociados al tema.

En principio se hace necesario establecer las diferencias entre los alcances del término libido y el de pulsión ya que la libido no abarca todo el campo de la pulsión ni tampoco es sinónimo de esta. Si la pulsión se define como un concepto límite entre lo somático y lo psíquico, la libido pertenece exclusivamente al terreno psíquico.

En un apartado al texto de 1905 Tres ensayos de teoría sexual, aparece el término libido describiendo un concepto cuantitativo variable que permite medir los procesos y las transformaciones de la excitación sexual. Años más tarde se define el concepto de la siguiente manera: “En el psicoanálisis, libido significa en primer término la fuerza (concebida como cuantitativamente variable y mensurable) de las pulsiones sexuales” (Freud, 1924c, p. 215).

Ubicándonos dentro del campo de las pulsiones debemos establecer otras diferencias con términos con los que se vinculan. En “Pulsiones y destinos de pulsión”, Freud (1915c) hace la distinción entre pulsión y proceso somático. La pulsión incluye un proceso somático, pero no todo proceso de este tipo es pulsional, aun aquellos que requieren de una labor del sistema nervioso, ya que pueden resolverse mediante regulaciones endógenas a través de la articulación de cargas y descargas hormonales. Se trata de procesos automáticos donde no existe el carácter específico de la pulsión que es el de representar una exigencia de trabajo para la mente. En cambio, son pulsionales aquellos procesos somáticos que requieren para la resolución del estímulo de una acción de descarga motriz específica, es decir, aquellos casos en que no son suficientes los procesos de alteración interna.

En cuanto al planteo que hace Freud acerca de si la pulsión es un estímulo, responde que sí lo es, pero no de cualquier tipo. “[...] sí lo es el sentir sequedad en la mucosa de la garganta o acidez en la mucosa estomacal” (Freud. 1915c, p. 114).

Hay estímulos exteriores y otros que provienen del interior del propio organismo. Los primeros operan como fuerza de choque momentánea, “de un solo golpe”, y se resuelven mediante una única acción adecuada, que sigue el modelo del arco reflejo y que actúa según el mecanismo de la fuga. Los segundos provienen del interior del organismo, por lo tanto no es posible el recurso de la huida, sino que exigen para su supresión conductas más complejas.

Es dentro del marco de las necesidades o estímulos endógenos que hay que ubicar el concepto de pulsión. “Por eso plantean exigencias mucho más elevadas al sistema nervioso, y lo mueven a actividades complejas, encadenadas entre sí, que modifican el mundo exterior lo suficiente para que satisfaga a la fuente interior de estímulo” (Freud 1915c, p. 116).

Es precisamente en este sentido que Freud considera a las pulsiones como el motor del progreso que ha llevado al sistema nervioso a su actual grado de desarrollo.

Es necesario establecer también las diferencias conceptuales entre pulsión (trieb) e instinto (instinkt). El instinto remite a automatismos heredados, a nociones preformadas en el sistema nervioso central. Remite a aquello que está inscripto, grabado, incorporado en la materia viva como tal, y que es desencadenado por una situación específica. Es también independiente de toda experiencia previa. A medida que avanza en la escala zoológica, el individuo está menos regido por lo instintivo y más a merced de la experiencia que pueda ir acumulando a través del aparato psíquico, al cual debemos entender como una estructura altamente diferenciada que actúa como mediador entre la excitación y la respuesta ante esa excitación.

Por herencia surgen tanto el instinto como la pulsión, este es el origen común a ambos; el instinto pone en cada individuo de la especie un sello igualador y genera desenlaces, resulta estructurante. La pulsión implica diferencias y constituye una exigencia de trabajo para el aparato psíquico.

El instinto constituye por un lado un conjunto de esquemas formales universales que ordenan la especificidad de las vivencias individuales y, por otro lado, los contenidos que hacen al núcleo del inconciente. Como conjunto de esquemas funciona como matriz, como molde a ser llenado por el vivenciar de la historia infantil. Las fantasías primordiales: escena primaria, seducción, castración, son matrices que reordenan formalmente la diversidad de las vivencias infantiles, son consideradas un ejemplo de esquemas instintivos comunes a todos los seres humanos.

Por otra parte, las conceptualizaciones freudianas acerca de lo instintivo como núcleo de lo inconciente, lo ubican también como un conjunto de contenidos, provenientes de las fijaciones derivadas de la historia libidinal de cada sujeto. Por lo tanto, cada una de las escenas que constituyen las fantasías primordiales pueden aparecer expresadas en el lenguaje del erotismo oral, anal o fálico, según su predominancia.

Las características de la pulsión

El término “trieb” es introducido en 1905 en relación a la sexualidad humana. En su estudio de las perversiones y de la sexualidad infantil, Freud se opone a la concepción de la época que atribuía a la pulsión sexual un fin y un objeto determinado; por el contrario, su planteo enfatiza la variabilidad y contingencia del objeto a lo largo de la historia del individuo. Describe en ese momento los tres elementos asociados a la pulsión: fuente, objeto y fin. En 1915 introduce un cuarto elemento: la perentoriedad o esfuerzo al que considera la esencia de la pulsión.

“Por esfuerzo (Drang) de una pulsión se entiende su factor motor, la suma de fuerza o la medida de la exigencia de trabajo que ella representa (reprasentieren). Ese carácter esforzante es una propiedad universal de las pulsiones y aun su esencia misma” (Freud, 1915c, p. 117).

Los otros tres elementos quedan definidos en el mismo texto en los siguientes términos:

“La meta (Ziel) de una pulsión es en todos los casos la satisfacción que solo puede alcanzarse cancelando el estado de estimulación en la fuente de la pulsión. Pero si bien es cierto que esta meta última permanece invariable para toda pulsión, los caminos que llevan a ella pueden ser diversos, de suerte que para una pulsión se presentan múltiples metas más próximas o intermediarias, que se combinan entre sí o se permutan unas por otras. La experiencia nos permite también hablar de pulsiones “de meta inhibida” en el caso de procesos a los que se permite avanzar un trecho en el sentido de la satisfacción pulsional, pero después experimentan una inhibición o una desviación. Cabe suponer que también con tales procesos va asociada una satisfacción parcial”.

“El objeto (Objekt) de la pulsión es aquello por lo cual puede alcanzar su meta. Es lo más variable en la pulsión; no está enlazado originariamente con ella, sino que se le acopla solo a consecuencia de su aptitud para posibilitar la satisfacción. No necesariamente es un objeto ajeno; también puede ser una parte del cuerpo propio. En el curso de los destinos vitales la pulsión puede sufrir un número cualquiera de cambios de vía”.

“Por fuente (Quelle) de la pulsión se entiende aquel proceso somático, interior a un órgano o a una parte del cuerpo, cuyo estímulo es representado (reprasentiert) en la vida anímica por la pulsión. No se sabe si este proceso es por regla general de naturaleza química o también puede corresponder al desprendimiento de otras fuerzas, mecánicas por ejemplo. El estudio de las fuentes pulsionales ya no compete a la psicología; aunque para la pulsión lo absolutamente decisivo es su origen en la fuente somática, dentro de la vida anímica no nos es conocida de otro modo que por sus metas” (Freud, 1915c, p. 118).

La posición que asume Freud en este texto, con respecto a la no pertinencia del estudio de las fuentes pulsionales por la psicología, varía a partir de 1920 con la introducción del concepto de pulsión de muerte.

Primera teoría de las pulsiones

La primera oposición entre pulsiones sexuales y de autoconservación aparece sugerida en 1905 y explicitada en 1910.

“De particularísimo valor para nuestro ensayo explicativo es la inequívoca oposición entre las pulsiones que sirven a la sexualidad, la ganancia de placer sexual, y aquellas otras que tienen por meta la autoconservación del individuo, las pulsiones yoicas. Siguiendo las palabras del poeta, podemos clasificar como “hambre” o como “amor” a todas las pulsiones orgánicas de acción eficaz dentro de nuestra alma” (Freud 1910i, pp. 211-212).

En 1914 mantiene la polaridad entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales, pero estableciendo dentro de estas últimas una diferenciación según la dirección que tome la libido, hacia el objeto o hacia el yo. También se plantea una división dentro de las pulsiones de autoconservación que invisten los objetos del mundo con interés y al propio yo con egoísmo.

Segunda teoría de las pulsiones

Los desarrollos teóricos surgidos en 1920 en relación con los fenómenos de compulsión a la repetición observados en el juego infantil, en las neurosis de transferencia y en las neurosis traumáticas, llevan a Freud a plantearse la existencia de la pulsión de muerte y con ello un nuevo dualismo pulsional. En 1938 define de esta manera la segunda teoría de las pulsiones:

“Tras larga vacilación y oscilación, nos hemos resuelto a aceptar sólo dos pulsiones básicas: Eros y pulsión de destrucción. (La oposición entre pulsión de conservación de sí mismo y de conservación de la especie, así como la otra entre amor yoico y amor de objeto, se sitúan en el interior del Eros). La meta de la primera es producir unidades cada vez más grandes y, así conservarlas, o sea, una ligazón (Bindung); la meta de la otra es, al contrario, disolver nexos y, así, destruir las cosas del mundo. Respecto de la pulsión de destrucción, podemos pensar que aparece como su meta última transportar lo vivo al estado inorgánico; por eso también la llamamos pulsión de muerte” (Freud, 1940a [1938], p. 146).

Clasificación de las pulsiones según sus principios

A partir de los desarrollos que conducen a la formulación de la segunda teoría de las pulsiones se hace necesario el replanteo de algunos de los elementos que hemos desarrollado.

En esta etapa de complejización de la teoría pulsional, que tiene como punto de partida la conceptualización de la pulsión de muerte, Freud incluye el problema de la fuente pulsional como pertinente a la teoría psicoanalítica. Surge así una noción de cuerpo diferente, como lugar de desplazamientos energéticos que pueden concentrarse y neutralizarse en procesos de intoxicación y desintoxicación.

Freud supone un cuerpo compuesto por células vivas, poseedoras de rasgos comunes y diferentes. El encuentro de células diferentes en lo que él llama la aspiración a la reunión (Eros), permite la desintoxicación recíproca aumentando la vitalidad y neutralizando la eficacia de la pulsión de muerte

En referencia al esfuerzo, considerado el factor esencial de la pulsión, cabe tomar en cuanto sus particularidades en cada tipo de pulsión.

La diferencia entre las pulsiones sexuales y de autoconservación consiste en un mayor grado de exigencia de satisfacción de las segundas. Las pulsiones de autoconservación, pretenden el mantenimiento de lo vivo, pero al ser perentorias en alto grado se descargan más rápidamente. Las pulsiones sexuales en cambio admiten un mayor grado de dilación, y si se le introducen modificaciones en la meta esas postergaciones se vuelven infinitas.

En lo que respecta a la pulsión de muerte, el empuje consiste en su carácter disolutorio; es una energía que no se liga a representaciones, no produce nexos, sino que tiende a desconstituirlos. La pulsión de muerte es muda y se expresa en los derivados de Eros.

En cuanto a los componentes pulsionales esencialmente psíquicos, el objeto y la meta, hemos dicho que el carácter desconstitutivo de la pulsión de muerte impide su ligadura a objetos, con lo cual solo nos queda considerar el problema de la meta.

A partir de la nueva polaridad y para distinguir entre sí los tres tipos de pulsiones, consideraremos el principio que las rige en cuanto a la obtención de la meta.

Las pulsiones de autoconservación se rigen por el principio de constancia. Las pulsiones sexuales por el principio de placer, y la pulsión de muerte por el principio de inercia o Nirvana.

La meta de la pulsión de muerte es la reducción a lo inorgánico de toda materia viviente, tiende a la desestructuración, a la desorganización, a volver a unidades más simples. El principio de inercia, tiende a reducir la excitación a cero.

En cuanto al principio de constancia que rige las pulsiones de autoconservación, pretende la baja de excitación, pero no el cese total, no la descarga a un cero absoluto, sino a un cero relativo.

Las pulsiones sexuales, se rigen por un principio diferente, donde ya no se trata solo de alteraciones cuantitativas, sino que se introduce una cualidad de la cantidad que es el ritmo. Freud define al ritmo como una medida:

“Quizá sea el ritmo, el ciclo temporal de las alteraciones, subidas y caídas de la cantidad de estímulo” (Freud, 1924c, p. 166).

Explicita así mismo que el principio de placer no responde a la mera descarga. Hay ciertos incrementos pulsionales que son placenteros, por ejemplo, los preparativos del acto sexual. La descarga en el orgasmo reduce la tensión, pero éste es solo un aspecto del acto sexual. La vivencia placentera en su conjunto implica aumentos y disminuciones de la tensión, organizadas en secuencias rítmicas.

Para Freud en todo organismo viviente existe una fusión entre las pulsiones de vida y de muerte. El modo en que se expresa la pulsión de muerte articulada con la pulsión de vida, mediatizada por el aparato psíquico es la agresión y sus formas derivadas cuando se tramita sobre el mundo exterior, y los masoquismos cuando se liga en el interior del aparato psíquico.

A partir de Más allá del principio de placer (Freud, 1920g), con la nueva polaridad establecida entre Eros y pulsión de muerte, los interrogantes surgidos en torno a los componentes de Eros y la génesis de la sexualidad llevan al creador del psicoanálisis a recuperar sus reflexiones tempranas sobre el cuerpo como fuente pulsional, convirtiéndolo en motivo de investigación y elaboración teórica.

“(Sin embargo) el principio de inercia es quebrantado desde el comienzo por otra constelación. Con la complejidad de lo interno, el sistema de neuronas recibe estímulos desde el elemento corporal mismo, estímulos endógenos que de igual modo deben ser descargados. Estos provienen de células del cuerpo y dan por resultado las grandes necesidades: hambre, respiración, sexualidad” (Freud 1950a, p. 341).

Finalmente, en Esquema del psicoanálisis (Freud, 1940a [1938]) afirma que en el ámbito del cuerpo como fuente pulsional y como energía neuronal se encuentra lo genuinamente psíquico. Con respecto a ésta última afirmación se hace necesario diferenciar entre lo psíquico y lo subjetivo. Corresponde al campo de lo subjetivo la actividad de la conciencia, el mundo de los afectos, las metas y objetos de la pulsión, las percepciones, las huellas mnémicas, el pensamiento, las fantasías y las defensas (excepciones) la actividad del yo y del superyó. De este modo se puede entender que ocurran actividades psíquicas no subjetivas, serían las correspondientes a procesos económicos sin enlace con la conciencia y con los otros componentes de la vida subjetiva.

Veamos cómo se va produciendo esta complejización conceptual en torno a la noción de cuerpo como fuente pulsional.

A partir de 1920, Freud se ocupó especialmente del cuerpo como fuente de las pulsiones y también su primer objeto, y propuso considerarlo como lugar de generación, circulación concentración, retención, liberación, distribución, neutralización y eventual depositación de los procesos pulsionales.

Este cuerpo está compuesto por un conjunto de células vivas caracterizadas por sus diferencias aunque poseedoras de rasgos comunes, como una afinidad química. La unión entre células diversas pero químicamente afines crea una tensión vital que constituye un obstáculo a la tendencia igualadora de la pulsión de muerte, ya que las sustancias tóxicas expulsadas por un grupo de ellas se transforma en nutriente para otro grupo.

Cada célula o grupo de ellas al unirse con otra diferente pero químicamente afín, aumenta su vitalidad y neutraliza su propia tendencia autointoxicante. La tendencia primordial hacia lo inerte por obra de la autointoxicación muestra el empuje al retorno a la modalidad más elemental en que lo vivo aún no tenía lugar.

La alianza celular antitóxica constituye una forma elemental de investidura recíproca, una primera forma de aspiración a la reunión que es el fundamento de Eros, en que el encuentro con lo afín pero diferente se convirtió en el origen de una tensión interna resuelta por complejización estructural.

Es necesario agregar que mientras que el exceso de semejanza conduce a la autointoxicación el exceso de diferencia y la consiguiente falta de afinidad lleva al arrasamiento de uno de los elementos por el otro, que queda aniquilado o absorbido con un cambio en su organización.

Otro riesgo de muerte para esta organización química más compleja y diferenciada resulta de su indefensión ante fuerzas mecánicas inertes de una magnitud muy superior a la circulante por el sistema. Esta segunda acechanza hizo necesario recurrir a una muerte funcional de lo vital periférico.

Un conjunto de células sucumbe para preservar la vitalidad del resto dando lugar a una coraza antiestímulo compuesta por células calcinadas a consecuencia del contacto con las energías exteriores al cuerpo (Freud, 1923b). Gracias a esta coraza estas energías muy superiores a las que circulan internamente, no irrumpen de modo desbordante.

Un tercer riesgo de muerte para lo vivo consiste en que al morir los cuerpos singulares, nada quede como continuidad de la serie. Esa es la situación planteada a los organismos unicelulares que se reproducen en sí mismos por partición, cosa no posible para las estructuras más complejas que requieren de un tercer elemento de la ensambladura química que describimos, este elemento es el que Freud denomina plasma germinal.

Este tercer fragmento orgánico tiene un valor diferente que los dos anteriores (alianza intercelular antitóxica y la coraza de protección) ya que toma a los dos primeros como medio para un fin, que es la perpetuación de la especie, y a la vez los marca como parte de un cuerpo mortal que contiene una porción más duradera.

Freud (1940a [1938]) hace derivar de este elemento una pulsión diferente: la de conservación de la especie. Este fragmento de Eros es el menos perentorio en cada individuo y por ello el más apto para la complejización estructural.

La pulsión de conservación de la especie se articula de un modo complejo y conflictivo con la sexualidad y la autoconservación en vínculos de subordinación o contraposición.

Conflictos y defensas entre pulsiones

Esta consideración freudiana de la lucha de lo vivo contra el retorno acelerado hacia la muerte por intoxicación, debe ser encarada en el contexto más general de los conflictos y defensas entre las pulsiones.

Freud (1923b), describe tal lucha como una oposición entre dos tendencias, una que pretende hacer retornar lo animado hacia lo inerte y otra que, al introducir nuevas tensiones, detiene la caída del nivel. Dice que el conflicto interpulsional que da lugar a las primeras defensas consiste en la pugna entre Eros y pulsión de muerte.

Las defensas de la pulsión de muerte contra Eros en términos generales, consisten en que a toda libido no desexualizada se le imponga una descarga lo más rápida posible, o sea, promueve la consumación pulsional directa.

El recurso que tienen las pulsiones sexuales para oponerse a la pulsión de muerte es mediante el mantenimiento de tensiones, por un lado, en la alianza de diversas pulsiones parciales en torno del erotismo genital, y por el otro, en la desexualización de la libido narcisista que garantiza que el coito no agote totalmente la tensión vital.

Para la creación de esa unidad de la sexualidad que es la alianza entre pulsiones parciales, es necesario en primer lugar que se hayan constituido zonas erógenas como origen de aquellas. Esta constitución de las zonas erógenas como retoños de Eros, puede sufrir interferencias y realizarse a medias, por una investidura precaria desde las fuentes pulsionales internas. En este caso, esa zona de conexión y cierre con el mundo no queda regida por las pulsiones de autoconservación, sino que resulta arrasada por la intrusión mundana. En esas condiciones la sexualidad puede revestir un carácter mortífero, ya que las zonas erógenas al perder su investidura como retoños de Eros, no se articulan en torno a la tensión genital y dejan de oponer resistencia al principio de inercia.

Freud dice que, en un comienzo, debe ser ganada una energía indiferente y desplazable, la que proviene del acopio libidinal narcisista, que trabaje al servicio del principio de placer a fin de evitar estasis y facilitar descargas. Vimos ya como esta energía de reserva (que implica la no descarga a un cero absoluto) tiene también como función, evitar la acumulación tóxica de libido, ya que por su carácter desplazable se opone al estancamiento. A la inversa la pulsión de muerte procura la resexualización de tal energía, con lo cual Eros queda condenado a una descarga que impone la toxicidad como camino hacia lo inerte.

El proceso de desexualización primordial de la erogeneidad deriva tanto de su apoyo en la autoconservación como de su trasmudación en el encuentro con un otro empático. Posteriormente, tal desexualización se expresa como investidura de la percepción y más tarde como inscripción de huellas mnémicas.

Las intrusiones voluptuosas derivan en la resexualización y drenaje de la energía de reserva, de la mano de la pulsión de muerte. Otra amenaza para el mantenimiento de la energía de reserva está representada por la irrupción de dolor que deviene en hemorragia interna.

Este recorrido por las teorías de las pulsiones toma en consideración el rasgo del empuje, exigencia de trabajo para la mente de la primera teoría, junto con el de tensión vital de la segunda.

Los nuevos aportes a partir de 1940a [1938] confieren a la pulsión un rasgo no contrapuesto al anterior pero más elemental y abarcativo, que es su carácter conservador. Por este rasgo la pulsión aspira a conservar un estado determinado o volver a él. De este modo la pulsión de muerte pretende conservar un estado de inercia inorgánica; la pulsión de autoconservación lucha contra la inercia de la que surgió y aspira a mantener una tensión constante, compatible con la vida y demorar el retorno a lo inorgánico mediante rodeos. Las pulsiones de autoconservación pretenden el mantenimiento de lo vivo, pero al ser perentorias en alto grado, se descargan más rápidamente. Las pulsiones sexuales en cambio admiten un mayor grado de dilación, y si se le introducen modificaciones en la meta esas postergaciones se vuelven infinitas. La sexualidad, surgida desde de lo vivo es regida por un criterio cualitativo, consistente en la búsqueda del placer y la evitación del displacer y no por una tendencia a la descarga cuantitativa.

II. Lenguajes del erotismo

En una carta dirigida a su discípulo Karl Abraham, Freud (Freud y Abraham, 1907-1926) se refiere al “lenguaje de las zonas erógenas”. En un texto posterior, (Freud, 1925h) hace alusión a un “lenguajede las mociones pulsionales orales” (p. 254) al referirse a los términos desde los cuales un paciente puede expresar determinados juicios atributivos. En otra oportunidad había estudiado un caso en el que en una misma paciente dos tipos de neurosis parecen coexistir, por lo que “quizá pudiera reclamar el valor de un documento bilingüe y mostrar cómo, un contenido idéntico, es expresado por las dos neurosis en lenguas diferentes” (Freud, 1913i, p. 339).

En estas oportunidades, Freud se refiere al modo en que las pulsiones se manifiestan a nivel de la conciencia, en el sentido que cada pulsión está en condiciones de encontrar un lenguaje expresivo que la caracterice. La hipótesis acerca de los lenguajes del erotismo expuesta por Freud se ve apoyada por la experiencia clínica, donde se observa que cada sujeto cuando se expresa, lo hace con un estilo singular que Maldavsky (1989d) denominó “polifonía voluptuosa” (p. 17). Dicha polifonía se encuentra en un mismo individuo bajo la forma de una pluralidad de verbos, sustantivos, personajes, historias, temporalidades y cualificaciones que expresan distintas erogeneidades o deseos que coexisten en un mismo sujeto y tienen destinos psíquicos disímiles, según sea el mecanismo defensivo presente.

Liberman (1970) desarrolló el concepto de estilo, entendiéndolo como la modalidad expresiva de una particular estructuración preconciente en un paciente.

Podemos entender los lenguajes del erotismo desde dos puntos de vista, uno metapsicológico y otro clínico. Desde el punto de vista metapsicológico, partimos de la pulsión hacia la conquista de un lenguaje y desde la perspectiva clínica, partimos de la producción discursiva del paciente en sesión, que el terapeuta intenta formalizar teniendo en cuenta criterios ligados al bagaje teórico del que dispone. Aquí nos ocuparemos de reflexionar acerca del modo en que un erotismo determinado puede formalizarse como lenguaje (Maldavsky, 1998b, 1999, 2014a).

En principio, consideraremos el hecho de que entre el goce erógeno particular de cada fase del desarrollo libidinal y la producción del lenguaje expresivo existe un estamento intermedio, el preconciente, cuya función es dar una primera formalización a la pulsión. Allí se combinan cuatro elementos, que se organizan entre sí: pensamiento, motricidad, percepción y memoria. Estos elementos están al servicio de dotar de figurabilidad a cada pulsión, la que a su vez les exige determinado modo de organización.

La pulsión logra figurabilidad gracias al encuentro con la vivencia (Freud, 1919e). Cada pulsión va acompañada de un saber hereditario acerca de cuál es el acontecimiento al que puede enlazarse (Freud, 1940a [1938]), una formalización determinada filogenéticamente acerca del mundo sensorial y de la motricidad, y una serie de características que requieren los contenidos perceptuales y motrices. Dicha preparación filogenética es una información de la especie que predetermina desenlaces psíquicos específicos y que, entre otras cosas, reorganiza las vivencias según ciertas reglas.

Maldavsky (1997a) sostiene que en la producción de un lenguaje del erotismo participan tres elementos: la pulsión, la contingencia del universo sensorial y los nexos intersubjetivos, y la preparación filogenética que ajusta el vivenciar a las exigencias de una erogeneidad. Dicho de otro modo, la tramitación psíquica de un erotismo consiste en extraer de éste una lógica que se apoya y se desarrolla sobre la base de una preparación filogenética.

Percepción, motricidad, palabra

Analizaremos en primer lugar el decurso de la pulsión hasta su encuentro con la percepción. En el punto de inicio la libido tiene como meta alcanzar una satisfacción, una alteración en la fuente. El desplazamiento pulsional, que devendrá pensamiento inconsciente, va poco a poco vinculando entre sí las representaciones teniendo en cuenta la lógica vigente. Freud (1923b) señala que el pensamiento es el desplazamiento de energía anímica en el camino hacia la acción. El pensamiento inconsciente contiene una acción aún no desplegada, se trata de un proceso puramente interno (Freud, 1915e) que va desde lo inconsciente hasta la conciencia, poniendo de manifiesto la insistencia de la libido por alcanzar una cualificación sensorial. Dicho de otro modo, el pensamiento inconsciente es de inicio pulsión que circula hasta transformarse en ligaduras intrapsíquicas. La trasmudación de la libido en sensorialidad abre el camino al enlace entre pulsión y representación. De este modo la pulsión, a través de los pensamientos inconscientes, logra ligarse a percepciones. Gracias a este proceso se crea la diferencia, la cualidad, junto con la posibilidad de representar. Las huellas mnémicas, en tanto primeras inscripciones de la cualidad en el aparato psíquico, se crean como consecuencia de la unión entre el transcurrir de la pulsión y el encuentro con una percepción.

Existen distintos tiempos en la construcción de la significatividad del mundo: un momento inicial en donde las inscripciones no se dan en términos de cualidades sensoriales sino en términos de frecuencias, en un segundo momento se crea la posibilidad de percibir diferencias de cualidades, y el trabajo del yo consiste en encontrar a qué ligarlas. Sólo cuando se otorga significatividad a eso que surge como cualidad, se da el enlace entre pulsión y representación. Ahora bien, este enlace es posible gracias a una tarea desarrollada por el yo en su intento por ser activo frente a la pulsión. En ese intento de producción de la significatividad, el yo procurará primero de un modo más rudimentario y luego de otros más complejos, trasmudar en cualidad sensible lo voluptuoso.

Otro elemento constituyente de este estamento intermedio merece nuestra atención: la motricidad. En primer lugar, diremos que la motricidad resulta esencial para el yo, ya que le brinda la posibilidad de conquistar la pulsión sádica para luego trasponerla en sensorialidad, para lo cual resulta necesario el desarrollo muscular. Podríamos pensar que, en la medida en que se va dando la maduración neurobiológica en el individuo, los distintos erotismos van pudiendo procesarse -entre otros factores- gracias al desarrollo de la musculatura aloplástica.

La motricidad es un modo de expresión de la pulsión, ya que representa una exigencia de trabajo a través de una gama de acciones a las cuales ese erotismo se liga. Hay motricidades de distinto tipo; podemos hablar de aquellas ligadas a la satisfacción de necesidades (alimentarse), a la actividad perceptual (saborear), a la expresión afectiva, al desempeño aloplástico, a las prácticas rituales, al establecimiento del contacto o a la tentativa de consumar una totalización estética. Las cuatro primeras muestran claramente el pasaje desde un estado de mayor inermidad -tanto frente a la pulsión como frente a los estímulos externos- hasta otro, en el cual apropiarse de la motricidad permite la tramitación de la exigencia, sobre todo la pulsional. En “Pulsiones y destinos de pulsión” Freud (1915c) manifiesta cómo se ponen en juego las metas pulsionales ligadas a desempeños motrices: “Etapas previas del amar se presentan como metas sexuales provisionales en el curso del complicado desarrollo de las pulsiones sexuales. Discernimos la primera de ellas en el incorporar o devorar, una modalidad del amor compatible con la supresión de la existencia del objeto como algo separado, y por lo tanto puede denominarse ambivalente. En la etapa que sigue, la de la organización pregenital sádico-anal, el intento de alcanzar el objeto se presenta bajo la forma de apoderamiento, al que le es indiferente el daño o la aniquilación del objeto” (p. 133).

La motricidad, a diferencia de la percepción, implica el procesamiento pulsional a través del propio cuerpo, la forma y el contenido son propios; en cambio, para la percepción el contenido proviene fundamentalmente del mundo y sólo la forma está dada por el sujeto.

Una vez conquistada y organizada la sensorialidad, los pensamientos inconscientes irán encontrando modos cada vez más efectivos de llegar a la conciencia. Primero, se apelará al registro visual y luego a un registro motriz (Freud, 1950a), hasta que finalmente será la palabra el modo más eficaz de hacer consciente lo inconsciente, cuando el aparato psíquico alcance la división en instancias (ello, yo, superyó) y sistemas (inconsciente, preconsciente, consciente), luego de producida la represión primordial.

La representación palabra constituye la unidad del preconciente. Sin embargo, no sólo existe un preconciente verbal, sino que es posible describir otros dos: uno visual formado por huellas mnémicas ópticas y otro cinético integrado por huellas mnémicas de movimiento, ambos de menor complejidad y diferenciación que el preconsciente verbal.

Desde el punto de vista freudiano, la palabra puede ser estudiada según su función, su estructura y su modo de adquisición y transformaciones sucesivas.

Las funciones de la palabra son dos, la primera y la más importante, permitir el acceso de los contenidos del inconciente a la conciencia, y la segunda posibilitar la comunicación con los semejantes.

La representación-palabra, no corresponde al universo de las impresiones sensoriales sino a un desarrollo producido en el individuo en el marco de la cultura. Se diferencia de modos lógicamente anteriores de hacer conciente lo inconciente, basados en elementos visuales o motrices, que intentan recuperar algo del vivenciar, mediante el mecanismo de la proyección no defensiva (Freud, 1912-13). En un comienzo, las palabras forman parte de las vivencias, y paulatinamente son las encargadas de reemplazar a la proyección. Sólo más adelante se logra advertir que las palabras son nombres arbitrarios, pertenecientes a un código estricto, que no tienen el mismo carácter que la percepción auditiva, visual, o táctil. Luego de sucesivas complejizaciones en el pensar, el mecanismo de proyección es sustituido por el preconciente: las palabras permiten entonces transformar en percepciones los procesos de pensamiento (Freud, 1923b) y también evocar vivencias. La secuencia progresiva en cuanto al predominio de los distintos tipos de preconciente no implica el abandono de los más arcaicos. De hecho, se puede observar la vigencia de dichos estratos -aunque reordenados por la palabra-, tanto de manera circunstancial y temporaria en cualquier individuo, como de manera más estable y duradera en determinados cuadros clínicos.

En cuanto a la estructura de la representación-palabra, Freud (1915e) la define como un todo cerrado, en oposición a la representación-cosa inconciente, definida como un todo abierto, que se organiza por predominio de lo visual y sigue las leyes del proceso primario. Este todo cerrado cuenta con cuatro elementos, dos que provienen de registros sensoriales del mundo externo -acústico y visual- y otros dos que provienen de registros sensoriales de las propias experiencias cenestésicas.

En el espacio que se da entre la inscripción de la imagen perceptual de un elemento exterior y la imagen motriz del mismo, se abre la posibilidad de operaciones retóricas, las que han sido definidas como modos de transgredir un grado cero de un conjunto de normas teóricas.

Cada yo encuentra por vía de las transacciones preconcientes el modo de conciliar a sus tres grandes amos. Estas soluciones posibles son altamente individuales, sin embargo, es posible describir distintas organizaciones preconcientes características en cada uno de los cuadros clínicos.

Capítulo 2

Pulsiones, destinos y lenguajes

Nilda Neves y Beatriz Burstein

“Uno de los rasgos centrales de la subjetividad reside en el vínculo singular que cada quien desarrolla con su vida pulsional, sobre todo con la sexualidad” (Maldavsky, 1998b, p.7). El surgimiento de la subjetividad, sostiene Maldavsky, requiere de la aparición de la conciencia inicial como lugar de cualificación de los afectos, del logro de una identificación primaria sostenida en el encuentro empático con un objeto, e implica mantener una posición activa ante la propia pulsionalidad, en un movimiento que lo lleva a ocupar la posición sujeto.

Toda manifestación humana ya sea verbal, expresiva, motriz, etc., es el testimonio del encuentro de una erogeneidad particular con una defensa específica. Esta última determinará la posición de ese sujeto respecto de su propia pulsionalidad.

El autor estudiará distintas modalidades de procesamiento de cada erotismo a través de las defensas. Por tanto, una misma erogeneidad, cualquiera de ellas, puede acceder a manifestarse de las más variadas formas: desde un hecho artístico o un rasgo de carácter hasta un síntoma neurótico o un desenlace perverso, dependiendo de la defensa que esté operando.

El lenguaje es una forma privilegiada de acceder a la manifestación. Cada erotismo se expresa de una forma singular y construye sus propias escenas características.

Freud (1905d, 1933a) sostiene la existencia de fases en el desarrollo de la organización sexual infantil, cada una de ellas determinada por el predominio de una zona erógena especifica:oral, anal, fálica uretral y genital. Luego, siguiendo a Abraham propondrá dividir las dos primeras en subfases, una pasiva y una activa. Y Maldavsky agrega un punto de fijación inicial de la libido, previo a la oralidad, al que llamará intrasomático. Las pulsiones sexuales se apuntalan en las de autoconservación, brotan de distintas fuentes orgánicas, y todas pretenden alcanzar su meta: la obtención de placer. La fuente somática será aquella parte del cuerpo desde donde surge el estímulo que será representado en la vida anímica; y el objeto, aquel que le permita alcanzar a la pulsión su satisfacción, siendo el componente más variable de ella.

Maldavsky sostiene que algo del goce orgánico deberá tramitarse y sustituirse, y así ese goce específico derivará en diversos recursos expresivos. Hablar de lenguajes del erotismo por lo tanto, implica que la erogeneidad fue ligada de alguna forma (Maldavsky, 1999a). Será pertinente entonces remitirse a un primer tiempo, el de la fijación, estudiar el tipo particular de motricidad y de percepción dominante en ese momento constitutivo, así como los afectos básicos a los cuales cada erogeneidad le imprime cualidades específicas. También el tipo de doble inherente a cada una de ellas, la configuración del ideal del yo, la forma de expresarse en el lenguaje, las defensas prototípicas, los cuadros psicopatológicos resultantes, el modo de vivenciar distancias corporales y temporalidades, etc.

En este capítulo haremos referencia a cada uno de los lenguajes del erotismo, tomando en cuenta alguna de las principales variables desarrolladas por David Maldavsky.

La erogeneidad intrasomática

El erotismo intrasomático se caracteriza por la investidura de los órganos internos, inicialmente corazón y pulmones e inmediatamente los implicados en el acto alimentario: esófago, estómago, intestino. La actividad que se realiza es diversa: cardíaca, respiratoria y digestiva, estas dos últimas coordinadas en torno de la garganta, por donde circulan alimento y oxígeno.

Por la garganta circula también el grito del recién nacido, que en este momento inicial no constituye un llamado sino que más bien responde a la tendencia general a la eliminación de la tensión endógena displacentera vía alteración interna (Freud, 1950a). El supuesto que rige esta actividad consiste en que solamente con el acto propio la tensión interna desaparece, criterio que es válido solo en relación con la respiración, que es el modo de resolver la necesidad de renovar oxígeno y conjurar el riesgo del envenenamiento de la sangre por autointoxicación.

Yo real primitivo

En un momento inicial, coincidente con el nacimiento, Freud (1950a) describe un estado pre-psíquico constituido por un sistema nervioso y diversas exigencias pulsionales; dicho en otros términos: neurona y cantidad. Este sistema nervioso posee un polo perceptual y un polo motriz; el primero registra los estímulos, tanto los que llegan del exterior, a través de los órganos de los sentidos, como los que provienen del interior del organismo; el segundo es el encargado de producir la descarga, de tal modo, toda estimulación registrada en el polo perceptual tiende a ser descargada a través de la motricidad. Se producen así dos tipos de descarga, una hacia el exterior como el llanto o el pataleo y otra hacia el interior como en el caso de las secreciones endógenas. Este modelo es el que corresponde al arco reflejo. Si recordamos el esquema correspondiente al Cap. VII de La interpretación de los sueños vemos que Freud (1900a) ubica la percepción en un polo y la motricidad en el otro; entre ambos se inscribirán las sucesivas huellas mnémicas que conformarán los distintos estratos de constitución del psiquismo.

El yo que debe hacerse cargo de resolver estos procesos es el yo real primitivo, para el cual el mundo exterior resulta indiferente y solo cuenta la realidad interna, pulsional. El mundo exterior es captado, más que en términos de cualidades diferenciales, en términos de frecuencias (Lacan, 1964), de períodos (Freud 1950a), de vibraciones que se trasmiten de un organismo a otro. Maldavsky, (1986, 1992, 1995a, 1999a) y otros autores, (Anzieu 1974; Bleger, 1967; Bion, 1962, 1963; Haag, 1988, Meltzer, 1968, Spitz, 1954) han descripto los criterios con los cuales funcionan la percepción y la motricidad, en este yo.

Respecto del mundo de la percepción, la formalización del mundo sensorial en términos de frecuencias o períodos, impone una modalidad que permite establecer equiparaciones entre estímulos sensoriales de diferentes canales, siempre que posean la misma distribución temporal. Maldavsky (1992,1995a) señaló además, que este tipo de percepción tiene por función mantener un apego desconectado con el interlocutor. Esta forma de percibir se combina con la captación de los estados intracorporales ajenos (frecuencia cardíaca, respiración, etc.). Como esta modalidad sensorial aspira al apego desconectado, pueden presentarse dos situaciones: cuando fracasa el apego, aparecen crisis de vértigo; si fracasa la desconexión, la realidad aparece como un estímulo intrusivo, como un golpe.