Libro 4. Caminos Del Destino - Elena Kryuchkova - E-Book

Libro 4. Caminos Del Destino E-Book

Elena Kryuchkova

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Beschreibung

El libro final de la serie. Los caminos del destino se entremezclan, dando respuestas a las preguntas del pasado… ¿Cómo acaba la historia que brilla como las estrellas?

Extracto del libro: Sumire llegó a la casa de la «señora Ru», la adivina, completamente inconsciente de nada. ¡Qué grande fue su asombro cuando vio a la misma señora Ruri! Después de saludarla formalmente, la antigua actriz dijo: —¡Los caminos del destino son inescrutables! ¡Señora Ruri, nunca esperé verla en China! —Pero yo sabía que vendría, señora Sumire. —La adivina sonrió—. Supongo que ya habrá adivinado que no soy exactamente una persona normal. —Sois el espíritu de ese lapislázuli que estaba en el alfiler que os di. ¿Verdad? Ruri asintió. No le sorprendía que Sumire hubiera entendido todo. —Desea conocer su futuro, ¿verdad? —Exactamente —confirmó. —Voy a hacer su horóscopo —fue la respuesta. Por supuesto, Sumire adivinó que el espíritu del lapislázuli no necesitaba ninguna herramienta o cálculo para ver el futuro. Pero aun así decidió no interrumpirla. Ruri empezó diligentemente a hacer el horóscopo. Y ya desde el principio se dio cuenta de que algo iba mal. No podía ver el futuro de Sumire. «¿Qué pasa?». Ruri estaba confusa. «Hasta ahora todo iba bien…» Gracias al hecho de que había recobrado parcialmente sus poderes mágicos, sabía que Sumire era uno de los descendientes de la propia Doncella Celestial Haruka, quien en su momento despertó a Ruri de un largo sueño. Por un momento, incluso le pareció que Sumire era la misma descendiente en la que había renacido Ori, a quien Ruri llevaba buscando tanto tiempo. Pero entonces… la visión desapareció, como si la imagen de Ori «abandonara» a Sumire. Así que a Ruri pensó que solo se lo había parecido… De repente, Ruri vio el futuro de su casa. Resultaba que en un futuro cercano ya no existía. Su casa estaría vacía hasta que la ciudad se diera cuenta de que se había abandonado. Y, en el futuro, se abriría allí una tienda de cosméticos. «¿Abandonaré apresuradamente este lugar? Pero ¿por qué?», se preguntó el espíritu del lapislázuli. «¿Por qué no puedo ver el futuro de Sumire? ¿De verdad su destino está conectado con el mío? Pues el único destino que no puedo ver es el mío». Entretanto, la antigua jefa de compañía teatral preguntó: —¿Algo va mal? Ruri dudó un momento. No sabía qué responderle. De repente, pasó algo asombroso. En un momento, una densa niebla blanca entró en la habitación... *** … Ese día, el señor Bai estaba ocupado en sus tareas cuando de repente apareció un cliente habitual: la propia Himiko-Sakurako. —¡Ah, señora Sakurako! ¡Encantado de verla! —Mostró una obsequiosa sonrisa—. ¿Qué quiere esta vez? Especialmente para usted, tengo varios tratados científicos nuevos y un collar de jade finamente trabajado… El mercader no dudaba de la solvencia de su cliente: siempre compraba bienes caros y exquisitos. Aun así, el mercader no podía exagerar demasiado el precio: la muchacha estaba bien informada y conocía el valor real o la rareza de cada producto. —Encantada de verlo, señor Bai —saludó educadamente— Sí que me gustaría echar un vistazo a esos nuevos tratados científicos y al collar. El mercader le mostró inmediatamente los objetos. La cliente los examinó cuidadosamente y asintió con satisfacción. —Me interesan —dijo. Luego pensó un momento y dijo—: ¿Tiene algún tratado científico sobre mecanismos militares o armas raras? Dong quedó algo sorprendido, pero no lo demostró. —Por desgracia, ahora no tengo nada apropiado —admitió sinceramente el mercader—. Pero puedo mostrarle algo interesante. —¿Qué es? —preguntó la muchacha. —Estos fuegos artificiales. —¿Fuegos artificiales? Por supuesto, Himiko había oído hablar de ellos a otros mercaderes del continente, aunque nunca los había visto… —Sí, señora… Eche un vistazo, por favor… —El señor Bai sacó una pequeña caja de madera...

PUBLISHER: TEKTIME

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Traducido por Mariano Bas

«Libro 4. Caminos del destino (Serie “Los cuentos de la reina del rostro dorado y los artefactos de la antigua diosa”)»

Escrito por Elena Kryuchkova y Olga Kryuchkova

Copyright © 2022 Elena Kryuchkova, Olga Kryuchkova

Editorial Tektime

www.tektime.it

Traducido por Mariano Bas

Todos los derechos reservados

Diseño de portada © 2022 Elena Kryuchkova

Esta historia es una ficción y cualquier similitud con personas reales es una coincidencia.

En esta historia hay nombres de personas reales que vivieron en el pasado. Pero la descripción de sus vidas en esta historia es ficticia.

Los personajes de la mitología también se han cambiado; sus caracteres, relaciones y vínculos familiares son ficción. La historia es completamente ficticia.

Índice

Libro 4. Caminos del destino

Capítulo 1. La muerte del maestro

Capítulo 2. Los fuegos artificiales

Capítulo 3. Llegada a Qingdao

Capítulo 4. El encuentro con la Belleza Mística

Capítulo 5. Peligros en el camino

Capítulo 6. El amor de la señora Sakurako

Epílogo

Referencia histórica

El sistema japonés de división del día

Editorial Tektime

Libro 4. Caminos del destino

Prólogo 4. El mundo de los espíritus

Año veintidós del reinado del emperador Go-Yozei (1608 d. de C.).

Han pasado tres años. Durante este tiempo, Miho y Ruri han viajado por el mundo. Sin embargo, el espíritu de la raposa ha tenido que volver a su clan nativo. Con respecto al espíritu de la piedra de lapislázuli, abrió una nueva tienda de adivinación, pero esta vez en China. Su negocio prosperó y tuvo muchos visitantes.

En cuanto a Sumire, pasó esos tres años en China. La antigua jefa de la compañía teatral, que conocía los rudimentos del chino, se habituó rápidamente al nuevo lugar y mejoró sus conocimientos. No volvió a su actividad como actriz. En su lugar, se convirtió en narradora de cuentos. Sumire contaba diversos cuentos en público. Era invitada a menudo por pequeños aristócratas y mercaderes, deleitando los oídos de sus clientes en fiestas en las que tocaba un instrumento musical y contaba diversas leyendas.

Al ser una mujer atractiva que parecía mucho más joven que su edad real y que se acompañaba hábilmente con una biwa (instrumento musical japonés de cuerda), siempre reunía a su alrededor un montón de oyentes. Los ricos no evitaban pagar a Sumire por el placer de escucharla, así que tenía suficiente dinero para vivir.

A veces pensaba: ¿tal vez hace años habría sido necesario aceptar la propuesta de matrimonio y no huir de casa? ¿O debería volver a casa después de una ausencia tan larga? ¿Estaban sus padres vivos? Pero las dudas no duraban mucho. «Si me casara o volviera a casa después de escapar, no vería el mundo y no aprendería nada. En China, viajo por ciudades. ¡Y me encanta!»

En China gobernaba en ese momento el emperador de la dinastía Ming, Wanli (su nombre personal era Zhu Yijun). Su reinado ya duraba treinta y seis años. Y estaba destinado a gobernar otros doce años.

Sumire estaba en la ciudad de Luoyang. Luoyang era una gran ciudad de China occidental. La ciudad tenía una historia muy rica. Mucho tiempo antes, hacía más de tres mil quinientos años (en el año 2070 a. de C.), el rey ordenó a Tai Kang, de la legendaria dinastía Xia, mudarse de la capital hasta el lugar en el que el río Yi desembocaba en el río Luo.

Posteriormente, la ciudad se destruyó en luchas civiles y fue reconstruida. La ciudad había cambiado de nombre varias veces. Fue en Luoyang donde apareció el primer templo budista de China (en el año 68 d. de C.). Pero finalmente, en su momento apropiado, Luoyang adquirió su nombre y su apariencia actuales.

En las afueras de Luoyang había una posada modesta pero limpia en la que vivía Sumire. Una reciente y extraña premonición abrumaba a la mujer: como si algo estuviera a punto de pasar. No podía decirse que fuera una mala sensación, pero tampoco buena.

«Siento algo anormal», caviló. «Parece que siento algo parecido a cuando me he encontrado con seres sobrenaturales. ¿Es posible que tenga pronto otra vez algún tipo de encuentro con lo sobrenatural?»

Sumire miró a su alrededor en la habitación de la posada. Los muebles eran más que sencillos: una cama, una mesa y una silla. En el rincón había un arcón apropiado para guardar el equipaje. Sin embargo, la narradora de cuentos viajaba ligera de equipaje, aunque recientemente se veía a veces asaltada por la idea de que podría ser el momento de asentarse en algún lugar.

Recientemente, había actuado varias veces en la casa de un aristócrata. Y su generosa esposa había regalado a la narradora algunas joyas valiosas. Podía vender sus joyas y comprar una casa modesta en las afueras de la ciudad.

«Pero ¿qué haría después?» dudaba Sumire, como siempre en esos momentos. «Estoy demasiado acostumbrada a viajar y vivir en movimiento continuo. ¡Temo volverme loca por el aburrimiento de una vida tranquila!»

Después de pensarlo un poco, la mujer recordó de repente que hacía unos días había escuchado una conversación entre la dueña de la posada y una de las doncellas. Comentaban que a dos calles de la posada vivía una adivina. Y era famosa por la precisión de sus augurios y sus extraños ojos azules.

«Igual que los de la señora Ruri», pensó entonces Sumire. Y se olvidó de la conversación.

Pero ahora la recordó. Y decidió: «¿Por qué no ir a ver a la adivina? Si es la señora Ruri, será agradable verla. Aunque dudo que sea ella. Después de todo, la señora Ruri es un ser sobrenatural. Cuando le devolví la piedra de lapislázuli que llevaba tanto tiempo perdida, debió volver a su mundo sobrenatural».

Después de pensarlo un poco más y de sopesar todos los pros y contras, Sumire decidió ir de todos modos a ver a la adivina.

***

Entretanto, la señora Ruri estaba en su local de adivinación, una pequeña casa de dos plantas con un tejado de color verde brillante. Unos pintorescos manzanos y ciruelos crecían bajo las ventanas de la fachada principal. En el piso bajo de la casa había un cuarto donde la adivina recibía a sus visitantes.

Adornado a la última moda de Ming (como llamaban los chinos a su propio país), el cuarto de la adivina parecía muy atractivo en su interior. Las paredes estaban decoradas con seda azul brillante y la habitación estaba amueblada con muebles labrados a la moda. También había varias pantallas con maravillosas pinturas de flores.

Ruri no tenía ningún sirviente, prefiriendo ocuparse ella misma de la casa. Los visitantes quedaban siempre sorprendidos: ¿cómo podía una adivina hacerlo todo ella misma? Cuando la preguntaban, el espíritu del lapislázuli solo sonreía misteriosamente, diciéndose que, por supuesto, solo se podía hacer gracias a sus poderes sobrenaturales.

Ruri a menudo tenía dudas. Deseaba con todo su corazón encontrar a la reencarnación de la señora Ori, pero no importaba lo fuertemente que tratara de averiguar el futuro, no podía ver nada, aunque ahora sus habilidades sobrenaturales se hubieran potenciado con el alfiler de lapislázuli. Fue incluso capaz de volver brevemente al mundo de los espíritus, pero tampoco allí pudo saber nada acerca del renacimiento de la señora Ori. Sin embargo, la adivina no dejaba de percibir que Ori estaba cerca. Solo que Ruri no veía algo importante…

Ese día, la adivina sabía que Sumire, a quien ya había conocido en el pasado, la visitaría. Pero antes de la antigua actriz Sumire, otra importante visitante vendría a verla.

Así que la puerta del negocio de la adivina se abrió. Ruri acudió a encontrarse con la visitante:

—Bienvenida, señora —dijo—. Mi nombre es Ru Ri.

En Ming se la conocía como «señora Ru Ri». Se pronunciaba igual, pero se escribía con distintos caracteres.

Ante el espíritu del lapislázuli estaba una mujer mayor de agradable apariencia. Las ropas y el peinado indicaban que era una habitante acomodada de la ciudad. Detrás de la puerta medio abierta, Ruri advirtió un carruaje: la mujer había venido en él. La adivina ya sabía todo por adelantado, pero aun así preguntó educadamente:

—¿Cómo puedo ayudaros, señora?

—Saludos, señora Ru —contestó esta educadamente—. Mi nombre es Lee Yao. Vengo a verla por un asunto muy delicado.

—Por supuesto, señora Lee. Por favor, entre y siéntese.

La mujer siguió a la adivina y se sentó en una silla junto a una mesa cubierta con un mantel de seda gris. En las paredes había armarios con pergaminos y amuletos mágicos, así como herramientas de adivinación.

La señora Lee ya había acudido en diversas ocasiones a distintos adivinos o magos, así que no era la primera vez que veía un interior como ese. «¿Esta adivina tampoco me va a poder ayudar?», se le pasó por la cabeza. «¿Qué debo hacer entonces?»

Por supuesto, Ruri conocía los pensamientos de la nueva visita. Pero, sin mostrar ninguna señal, preguntó:

—¿Qué la trae aquí, señora Lee?

—Verá, es acerca de mi hijo —replicó con un suspiro—. Pero tal vez tenga que contarle todo por orden.

La mujer respiró profundamente y empezó su historia:

—Todo empezó hace cinco años. Mi hijo, Tao, es artista. Un día fue al río a hacer un dibujo. Cuando volvió, empezó a decir cosas extrañas.

—¿De qué hablaba? —preguntó Ruri.

—Acerca de lo que había visto: cómo unos niños se reunían a la orilla del río. Mi hijo se sorprendió: ¿con qué se estaban divirtiendo los niños? Se acercó y vio una extraña imagen: los niños habían capturado una tortuga joven y la perseguían por la arena. Así se divertían. Y luego empezaron a torturar al pobre animal: le tiraban piedras y la empujaban con palos. A mi hijo no le gustó y sintió lástima por la tortuga.

»Se acercó a los niños y dijo:

»—¡Eh, vosotros! ¿Por qué estáis torturando a ese animal? ¡Dejadlo en paz!

»Pero los niños le respondieron riéndose:

»—¿Y qué? ¡La hemos encontrado, así que es nuestra! ¡Queremos torturar a la tortuga!

»De repente, mi hijo se dio cuenta de que esa tortuga no era una tortuga ordinaria, aunque solo fuera porque no se encuentran en nuestro río. Y de nuevo se dirigió a los niños:

»—Dadme ese animal.

Pero esos niños eran extremadamente maleducados y estaba claro que no estaban familiarizados con la norma de urbanidad en la sociedad de que hay que respetar a los mayores. Y respondieron desafiantes:

»—¡Si quieres una tortuga, atrapa tú una!

»Sin saber qué más poder hacer, Tao dijo:

»—No os pido que me la deis a cambio de nada. Os pagaré.