Lluvia de primavera - Greta Emma - E-Book

Lluvia de primavera E-Book

Greta Emma

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Beschreibung

Cristal nos invita a acompañarla a través de su historia de amistad infantil y amor adolescente con Russel, un muchachito desvergonzado que viene a cambiar su vida por completo. Ambos nos sumergen en mundos imaginarios que todos hemos vivimos siendo niños pero que, al crecer, olvidamos. Nos convertirán en cómplices de su pasado para luego vivir su reencuentro a más de una década de distancia. En la más alta esfera social de Hollywood, Russel y Cristal se encontrarán entre el caos y la plasticidad para traer a la vida un amor sin concluir que llevaba latiendo oculto por más de diez años, mezclando la inocencia de la infancia y la pasión de la adultez. Russel y Cristal nos volverán a abrir las puertas de su vida, pero ahora ya no como niños sino como adultos. Nos harán reflexionar sobre la vida, el amor, el placer, los sueños, la identidad, la familia y la amistad. ¿Se puede vivir como adultos, pero sintiendo como niños? ¿Se puede amar a más de una persona a la vez? ¿Cuál es el precio que aceptamos pagar por nuestros sueños? ¿El éxito y la fama son sinónimo de felicidad? ¿Somos nosotros mismos o somos lo que los demás quieren que seamos? ¿Qué nos venden y qué compramos del mundo del espectáculo? ¿Cómo hacemos para mantener nuestra esencia intacta entre tanto caos y exhibición virtual? ¿Hay solo una respuesta para cada pregunta? Estas son algunos de los planteos que los personajes deberán responderse para evitar lastimar a la gente que aman, destrozar sus propias realizaciones personales y, por sobre todo, destruirse por completo a ellos mismos.

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Seitenzahl: 392

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Greta Emma

Lluvia de primavera

Greta EmmaLluvia de primavera / Greta Emma. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3856-7

1. Narrativa. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Capítulo 1 - Corriente de primavera

Capítulo 2 - Cantando bajo la lluvia

Capítulo 3 - El sonido de las hojas secas al ser pisadas

Capítulo 4 - Inversión otoñal

Capítulo 5 - Despertar de primavera

Capítulo 6 - El verano que no pudimos disfrutar

Capítulo 7 - Todas las hojas son del viento

Capítulo 8 - El renacer de las flores

Capítulo 9 - Largas noches de verano

Capítulo 10 - El marchitar de las flores

Capítulo 11 - Fuego invernal

Capítulo 12 - En tus flores bailará la primavera

Capítulo 13 - El viento borró tus manos

Capítulo 14 - Mientras los tilos florezcan…

Capítulo 15 - Solsticio de verano

EPÍLOGO - Hola, soy Russel.

Sobre la autora

Agradecimientos

A todas aquellas almas que aún recuerdanlo que es enamorarse por primera vez.

CAPÍTULO 1

Corriente de primavera

Perdí mi camino en una corriente de primavera. Septiembre se acababa, las flores renacían y él se acercaba cada vez más. Podía sentir mi corazón galopando lentamente al ritmo de los pájaros y la sensación increíblemente adictiva que traía la primavera consigo. Para ese entonces apenas era una niña, poco conocía del amor y aún más poco me interesaba. ¿Mis objetivos en la vida? Actuar, cantar y, con un poco de suerte, bailar. Lo único que necesitaba para ser feliz era jugar a ser otras personas… Y también necesitaba chocolate, que nadie se olvide del chocolate.

Solía pasar mis tardes en soledad. Ese año el clima había sido ameno y abrazador, transcurría el día entero recogiendo flores del campo de mi abuelo mientras cantaba canciones inventadas. Allí vivíamos con mi mamá, en un campo perdido en la mitad de la nada, con caballos y huertas, a una hora en auto de la ciudad más cercana; exactamente en la mitad de la provincia de Buenos Aires. Entre la naturaleza y la llanura me pasaba las tardes en soledad buscando insectos o flores con colores extraños. No era que fuera antisocial o antipática, tan solo no había niños con los que jugar. En mi familia yo era la primera bebé nacida luego de quince largos años de la concepción de mi tía. Hija única, nieta única, sobrina única… un castigo bastante dulce algunas veces, y bastante agrio otras.

Como decía, me pasaba la tarde sola, juntando flores en una canasta. ¿Y saben qué es lo más gracioso? Aborrezco con mi alma las flores. Ahora se preguntarán “¿Y entonces por qué te pasabas la vida juntando esas malditas flores?” He aquí mi respuesta: en las películas siempre hay una escena de amor seguida por un musical mientras que la protagonista, dulce y delicada, recoge flores silbando al compás de los pajaritos…. ¿Quieren saber algo más gracioso aún? También odio los pajaritos. Pero una actriz tiene que aceptar lo que venga, y no podía estar quejándome del papel que yo misma me había dado.

Y es así como transcurrían mis tardes, reviviendo escenas de películas o libros que me fascinaban; le cantaba a un colibrí, le pegaba a un sapo con una rama y lo “convertía” en príncipe, intentaba sobrevivir en la selva de la isla desierta en donde había caído mi avión, le gritaba a un tronco porque me había mentido sobre mi identidad, y pasaba horas tumbada en la misma posición para que alguien me viera y me creyera muerta. Así era mi vida hasta ese día, así yo era feliz. Pero no todo dura para siempre, ni lo malo, ni lo bueno…

Mi historia comienza una tarde de primavera. Allí me encontraba yo, al lado del pastizal lleno de flores en donde el día anterior había jugado a ser una linda princesa sueca. Pero hoy ya no estaba en el pastizal, ahora me adentraba al territorio de los árboles, dos árboles medianos que, en mi imaginación, simulaban ser personas.

Miré al árbol número uno. Miré al árbol número dos. Golpeé fuertemente el pasto con mi pierna derecha dejando escapar el enojo por mis dilatadas fosas nasales, y tomé de la oreja al árbol número dos (en sí no agarré al árbol, sino que tomé un pedazo de aire entre mis dedos). Comencé a caminar hacia el pastizal como si estuviese obligando a alguien a cumplir mis órdenes impulsándolo desde la oreja.

Estaba enfadada, mi supuesto colega me había traicionado.

—¿Cómo pudiste hacerlo Michael? —grité sacando presión de mis dedos y dejando que el infeliz cayera de rodillas al suelo. Estaba indignada, y también un poco decepcionada—. ¿Cómo pudiste decírselo? ¿No éramos socios? —el rostro de mi ex compañero se hallaba arrugado por tantos sentimientos encontrados, podía ver su tristeza, aunque no era tan grande como la mía. Mordí mi labio para no llorar y mis fosas nasales temblaron—. ¿No éramos amigos? —mi labio se soltó de la presión de mis dientes y rompí en llanto, un llanto sin lágrimas (pero al fin de cuentas un llanto). No me pidan demasiado, apenas tenía nueve años—. ¿Cómo pudiste? ¡Insensible! ¡Traidor! —le grité como si de ello dependiera mi vida.

“N… no... nono... no lo entiendes Keyla” Tartamudeó su voz en mi imaginación. ¿No habrán esperado que diga su línea con otra voz? ¿O no? Eso ya sería pasarse. ¡Me saldría de mi papel! No era lo suficientemente idiota para hacer eso, pero si era lo suficientemente profesional como para imaginarme su voz… Y su cuerpo, y sus movimientos, y cada pequeño detalle que traía a la vida la escena. En ese momento estaba completamente absorta en mi mundo.

—Sí que lo entiendo, lo entiendo perfectamente —volví a gritar, podía sentir como una vena se hinchaba en mi cuello.

“Perdóname, es que ellos tienen razón…” Sollozó Michael y se atragantó con sus mocos. Patético. “Key, estas equivocada, acá la mala eres tú”. Abrí la boca y los ojos al mismo momento ¿Cómo se había osado a decirme semejante cosa?

¡Plaf! Sonó mi mano contra su cara, lo había dejado en el piso de tanta fuerza que había implementado. Michael daba espasmos mientras se encontraba tendido, la nariz le sangraba y tenía una mano cubriéndose la mejilla. Sus lágrimas se mezclaban con el suelo y su baba se mezclaba con sus lágrimas. Y allí me encontraba yo, inmune a lo miserable que ese hombre era, porque yo sabía lo que en realidad era: era un traidor.

—¿Y qué sabes tú sobre lo que está bien y lo que está mal? —le pregunté pegándole una patada en el abdomen. Michael volvió a gritar—. Nadie te pidió tu estúpida opinión. Tú solo debías obedecerme— sequé la supuesta saliva que había quedado en la comisura de mi boca al gritar y seguí—. Pero no lo hiciste —metí la mano dentro de mi “saco” (aunque tan solo tenía puesto un vestido floreado). Michael largó todo el aire de sus pulmones—. ¿Sabes lo que les pasa a las personas que me desobedecen? —dije con un tono tristemente sínico mientras caminaba alrededor del traidor. Michael no contestó. Me agaché rápidamente en cuclillas y lo tomé por el cabello haciéndole levantar su cabeza sudada y ensangrentada—. ¡¿Sabes?! —grité en su oído. Mi ex socio gritó “No” alargando su “O” mientras se le desgarraban las cuerdas vocales. Sabíamos perfectamente lo que sucedería a continuación, pero igual jugué con sus sentimientos—. ¿No? —me acerqué más a su oído mientras él suplicaba que lo dejara ir, pero debido a la saliva y a la sangre en su boca no llegaba a comprender ninguna frase coherente—. Los mato.

Con decisión me puse de pie y caminé unos cinco pasos alejándome de lo que pronto sería un cadáver, un sucio y feo cadáver. Separé las piernas e hice sonar mi cuello mientras apuntaba con mi arma su corazón. Michael pagaría por su traición. Escuché su último grito y luego cerré los ojos para disparar secamente hacia su pecho. Me fui hacia atrás en el momento que la bala salió de mi revólver, y contemplé con los ojos abiertos cómo ese infeliz se moría. Dejaría pasar unos segundos llenos de tensión y dramatismo para luego decir una gran frase final. Así es como siempre concluyen mis escenas, con una gran frase final.

—¡Hey, hey, heeeey! — Comentó una voz desconocida con un peculiar acento aún más desconocido.

Giré mi cabeza hacia el sonido despegando mis ojos del cadáver de mi ex colega. Primero pensé que era producto de mi imaginación, solía confundirme entre la realidad y la fantasía luego de cada improvisación. Pero él era real, no estaba en mi mente ni en el reparto de los personajes de esta historia. Él estaba ahí y hablaba, y me miraba atónito sorbiendo de su cajita de jugo de manzana y haciendo un ruido insoportablemente gracioso. No sabía quién era él, pero era precioso.

Y allí aparece mi corriente de primavera. Ya no olía el olor a sangre proveniente del cuerpo sin vida de un tal Michael imaginario, ahora percibía el inconfundible aroma a jazmines traídos por una ráfaga de aire hasta mi cara, la cual me acariciaba el cabello haciéndome sentir bella. Ya no veía a Michael, lo veía a él… ¡Ya no veía a Michael! Me desesperé, había salido de mi personaje justo antes de decir mi última e inigualable frase.

Estaba enojada, estaba cabreada. Nunca me había salido de mi personaje, y mucho menos a punto de terminar la obra. Sin mencionar que había sido una de las piezas más originales y maduras que mi cerebro había creado; y todo era por culpa de ese chico. Por culpa de ese estúpido chico con cara de tonto y rulos despeinados que no dejaba de succionar del sorbete de su juguito, aunque ya no le quedara más que unas pobres gotas de aquella bebida. Lo odiaba, lo detestaba. ¡Había arruinado mi día!

—Nunca había visto que una chica matara a sus amigos imaginarios —volvió a hablar para luego volver a ponerse el sorbete en la boca.

—No eran amigos imaginarios —expliqué mientras bajaba mis manos extendidas que sostenían a mi imaginario revólver. Las dirigí rápidamente hacia atrás escondiendo ese arma mortal, todavía quedaban rastros del personaje en mí.

—Entonces, si no son imaginarios y realmente los ves preferiría irme. Le tengo temor a los fantasmas, espíritus, muertos y todo lo que abarque a personas no vivas. —Al principio pensé que bromeaba, pero su cara decía lo contrario. Sus ojos esperaban abiertos mi respuesta y el color de su cara era más pálida de lo que ya la tenía segundos antes, sin contar que esta vez no había vuelto a tomar de su juguito.

—No, no, no eran…— Suspiré, ¿cómo explicárselo? —Simplemente estaba actuando. —Su rostro se relajó un poco y sonrió hacia su izquierda, justo del lado del que tenía un pequeño lunar.

—Claro, todo el mundo dice eso cuando los encuentro jugando con sus amigos imaginarios —explicó soberbio. Lentamente ese chico me iba desagradando.

—Te dije que no eran amigos imaginarios.

—Lo que tú digas —musitó para luego meterse el sorbete mordido del jugo dentro de su boca.

—Ya estoy bastante grande para tener amigos imaginarios —expliqué.

—Lo mismo decía yo, y mírate… matando a un tal “Kevin”—dijo señalando con el índice el lugar en donde yo había “disparado”.

—“Michael”—le corregí.

—¿Ves? La gente que no tiene amigos imaginarios no le pone nombre al aire.

—No era aire, y no tengo amigos imaginarios. Tan solo estaba actuando una escena de teatro y necesitaba un objeto que haga de mi compañero—. Intenté que me creyera, y vaya que quería que me creyera; no quería quedar como una loca delante de él. El chico elevó una ceja y sonrió como diciéndome “¿En serio?” —. Tómalo o déjalo— concluí haciendo una mueca con mi boca.

—Lo tomaré—. Sonrió ganador y luego se quedó mirándome.

Y ahí estaba ese silencio, el que tanto odiaba; por eso amaba actuar, nunca había silencios, y si los había eran totalmente coreografiados y ensayados. El silencio era incómodo y eterno, y ese niño no paraba de mirarme a los ojos. Miré para arriba, hacia el cielo, estaba celeste y no había casi ninguna nube…. ¿Qué se suponía que debíamos hacer ahora?... ¡Un segundo! ¿Cómo había entrado ese extraño a la casa de mi abuelo?

—¿Cómo y por qué has entrado aquí?

—¡Qué calor!

Dijimos ambos a la misma vez e, inconscientemente, comenzamos a reírnos.

—Tú primero —dijo el chico en una carcajada. Aspiré aire para dejar de reír.

—¿Cómo entraste al campo?

—Don Frido me dejó pasar —explicó señalando hacia donde se hallaba la casa, aunque desde ese punto del campo no podíamos verla—. Me dijo que podías ser mi amiga—. Sonrió tiernamente, tenía un hoyuelo bastante peculiar y simpático en la mejilla izquierda—. Soy Russel Edward Cox, el primo de Catherine

Cathie era mi mejor amiga, vivía a una cuadra del campo y era la vecina más cercana, además tenía mí misma edad. Todos los veranos se iba a un pueblo en Inglaterra a ver a su familia. Últimamente no la había visto mucho, llegando a la conclusión de que el motivo era porque había adelantado el viaje a su pueblo natal.

—¿Eres de Inglaterra? —pregunté sorprendida, siempre había oído nombrar a la familia de Cathie y a todos sus primos, eran bastante numerosos.

—Yes, I am —contestó en su lenguaje original.

—Ya te escuchaba un poco raro —dije y él rio ante mi comentario—. Te patina la “R”…—me burlé carismáticamente.

—Estoy aprendiendo el acento, apenas puedo con las palabras en español —explicó manteniendo su sonrisa.

—¿Cuántos años tienes? Eres muy chico para andar hablando dos idiomas —pregunté.

—Once años, lo que sucede es que soy muy inteligente —presumió irguiendo su espalda para medir un par de centímetros más—. ¿Cómo te llamas? Tú ya sabes mi nombre y mi edad. Lo único que sé de ti hasta ahora es que eres un poco loca y que le disparas a tus amigos imaginarios.

—¡No eran amigos imaginarios! —me quejé molesta, pero Russel carcajeó y simplemente no pude enojarme con él—. Me llamo Cristal Luz Franke —me presenté como si fuera de la realeza, solía hacer eso con extraños; luego me acerqué a él y le tendí la mano—. Nice to meet you —hablé en su idioma, esa frase era una de las únicas que me sabía en inglés.

—Nice to meet you too —contestó con una sonrisa y tomó mi mano. Al principio pensé que la estrecharía como todas las personas comunes de este país, pero luego vi que se encorvó hasta que sus labios tocaron mi mano y depositó un dulce (y un poco incómodo) beso—. Is a pleasure to meet you, beautiful lady —musitó, pero yo no comprendí ni una sola palabra después de “meet you”. Alejé mi mano y me lo quedé viendo.

—No entendí —le dije poniendo cara de tonta y hablando gangosa. Russel rio fuertemente y se tapó la boca—. Mi inglés no es para nada bueno, pero al menos puedo pRonunciar la R—. Marqué fuertemente la cacofonía en la palabra “pronunciar”. Él me sacó la lengua con picardía.

—¿Qué otra cosa puedes decir en inglés? —preguntó.

—¿“De cat is under de teibel? —. Me mostré dudosa. Russel comenzó a reír nuevamente, creo que me empezaba a considerar una especie de cómica.

—No es “under”, es “ander”, la “U” se pronuncia como una “A”—explicó con el acento aún más marcado que antes debido a que había hablado su idioma original.

—No me interesa, realmente soy malísima para todo eso de los idiomas —me quejé. Odiaba ser mala en cualquier cosa, prefería no intentarlo a intentarlo y fracasar. Mi orgullo era muy débil a esa temprana edad.

—Eso puede cambiar. ¡Te enseñaré inglés! —ofreció como si aquella idea fuese la mejor del mundo.

—¿Y qué ganas tú con eso? —pregunté.

—¡Nada! —exclamó con una sonrisa. “Los ingleses son raros” pensé, con apenas nueve años ya lo había comprendido—. ¡Eso es lo mejor, no gano nada! —. Por mi parte, seguía mirándolo extrañada intentando descubrir sus intenciones ocultas—. No tengo amigos en Argentina, y mi prima se fue a un campamento por unos días; estaría bueno poder aprender un poco de español con una amiga, y al mismo tiempo enseñar inglés

No era una mala idea, y yo tenía la mala costumbre de aceptar cualquier oferta rara que me propusieran. En efecto, un defecto de familia. Si alguien me digiera “nos vamos a recorrer el país en una camioneta” yo simplemente aceptaría sin preguntar cómo, ni por cuánto tiempo, ni por qué, ni con quién. Tenía la mala costumbre de sumarme a cualquier aventura, grande o pequeña, que se me presentara en el camino.

Russel y yo nos dirigimos hasta mi casa. Él no dejaba de burlarse de mis “amigos imaginarios”, y yo no me cansaba de decirle que había sido todo profesionalmente actuado. Y, muy en el fondo de mi corazón, seguía bastante enojada por el hecho de que me hubiera interrumpido mi maravillosa obra antes de finalizarla con mis dotes actorales.

Al principio pensé que aceptar sus clases de inglés me serviría para poder actuar más personajes en mis improvisaciones y poder aprobar “ingles” en el colegio. Pensaba que era una aventura bastante simple y pequeña, pero para ese entonces no podía imaginarme la magnitud en la que se convertiría esa “pequeña” aventura.

Los días pasaban y una lluvia torrencial se instaló bajo el cielo de nuestro pequeño pueblo rural. Ésta había hecho que me concentrara más en el estudio con Russel; aunque, la mayoría de las veces, tenía unas ganas locas de lanzarme debajo de la lluvia y bailar como lo hacían en las películas. Y en ese instante es donde me detendré: el décimo segundo día desde que Russel y yo nos habíamos conocido.

Él me explicaba las conjugaciones del pasado simple en la parte de atrás de un cuaderno viejo que había sido usado por la mitad. Mientras Russel hablaba, casi prácticamente solo en su propio mundo de enseñanza, yo me preguntaba constantemente por qué el mundo no hablaba un solo idioma; todo sería más fácil y las personas seríamos más felices. Lamentablemente no podía cambiar al mundo, pero apenas tenía nueve años y creía fervientemente que algún día lograría hacer que todas las personas del mundo hablásemos el mismo idioma.

—¡Cristal! —llamó mi atención Russel enojado —. No estás prestando atención.

Me encontraba mordiendo la cola de un lápiz y mirando con deseo la lluvia que caía detrás de la ventana, tenía muchas ganas de salir a bailar bajo ella.

—¡Cristal, lo estás haciendo de nuevamente! —. Volvió a reprenderme Russel.

Pestañé rápidamente y moví mi cabeza hacia su persona.

—Perdón, “teacher”—dije burlándome de él, Russel negó con la cabeza —. Y no se dice “de nuevamente”, se dice “de nuevo” o “nuevamente”.

—Da lo mismo, entendiste mi punto —se justificó.

—Si yo dijera algo mal en inglés me reprenderías…—. Lancé el aire de mis pulmones en forma de suspiro reprochador, Russel solo se limitó a mirarme sin contestar—. Además, Russy, ¡estoy cansada! Hace doce días estoy teniendo cinco horas de inglés diarias, necesito un descanso. Esto es peor que la escuela.

—¡Pero necesitas saberlo todo!

—¿Desde cuándo los ingleses son tan perfeccionistas?

—Desde siempre, no conoces nada sobre los ingleses así que no puedes hablar.

Aquello me había enojado muchísimo. No porque él haya venido de otro país tenía el permiso para callarme.

Enojada, y sin decir nada, me levanté de mi asiento y me dirigí hasta la puerta de entrada. Russel se creía la gran cosa y no era más que un niño inglés creído.

—¿Qué piensas que estás haciendo? —dijo lanzándose a mi búsqueda y deteniendo mi marcha al agarrarme fuertemente del antebrazo derecho. Me solté de su agarre dramáticamente.

—Me estoy yendo, no eres nadie para darme órdenes—. Con amargura y con la frente en alto amagué a abrir la puerta, pero su mano se posicionó sobre ésta y la cerró de un golpe. Lo miré venenosamente—. ¿Qué piensas que estás haciendo? —repetí su misma línea con ironía devolviéndole un poco de su propia medicina.

Para ser sincera, pensaba que me iba a responder con un grito, o que me retaría sin piedad, o incluso que hasta podría llegar a dejarme ir de muy mala gana; pero nunca me hubiese imaginado aquella respuesta.

Pidió perdón, el niño mimado Russel Edward Cox de Inglaterra, el mismo chico engreído que me había estado dando clases estos últimos doce días. Al que llegué a conocer un poco y darme cuenta que era un nene de mamá, caprichoso y también un poco loco, el que nunca le daría la razón a alguien, ese chico… ese chico me estaba pidiendo perdón.

“Increíble” pensé.

—Perdón…—volvió a repetir al darse cuenta que mi cerebro no había procesado su disculpa— sé que he sido duro contigo, pero es que realmente quiero que aprendas inglés…—explicó con carita de perrito mojado.

—¿Pa… para qué? —pregunté atónita ante su cambio de actitud repentino (y seguramente efímero).

—Emmm…—. Inseguro de lo que iba a decir, miró las agujetas de sus zapatillas y comenzó a sobarse el brazo, muy en el fondo sentía que me ocultaba algo —porque es muy importante para tu futuro—lanzó casi seguro luego de un rato de meditar su respuesta —dentro de unos años no podrás conseguir trabajos sin saber hablar inglés

—¿Desde cuándo te volviste mi padre? Russel… ¡Tengo nueve años! Falta una vida para que tenga que trabajar. Tan solo quiero divertirme, no sirve que seas mi amigo si no podemos hacer travesuras juntos —intenté explicarle, necesitaba que entendiese que a mí lo único que me importaba era actuar, reírme y ser feliz. El estudio podía esperar, la diversión no.

Russel se quedó mirándome atónito, procesando lentamente cada una de mis palabras. Sabía que no iba a darme la razón, era su esencia al fin de cuentas.

—Está bien—. Se rindió mirando hacia el suelo—. Está bien, te estuve exigiendo mucho… y en todos los trabajos se necesita un descanso.

Sonrió nuevamente; quise explicarle que aprender inglés no era un trabajo y que lo que quería hacer no era un descanso, pero él estaba tan feliz que me dio pena romperle su dulce sueño de ser profesor y poder mandar por algunos segundos. Aunque si me seguía molestando con los verbos irregulares terminaría rompiéndole, no solo sus sueños, sino que también sus dientes.

Aprovechando la situación de su arrepentimiento y desazón, vi la oportunidad para lograr una de mis locuras habituales.

—Te perdono con una condición —largué.

—Sí, sí; haré lo que tú quieras —se apresuró a decir.

Todavía seguíamos contra la puerta de la entrada y yo no estaba dispuesta a alejarme de esta sin antes haberla cruzado.

—¿Lo que sea?

—Sí, lo que sea

—Baila conmigo bajo la lluvia—sentencié con una sonrisa gigante.

—¿¡Qué!? —exclamó rápidamente con los ojos bien abiertos —no, no y no —dijo alejándose de mí y acercándose a la mesa en donde se encontraban desparramados los lápices y las hojas.

—Sí, sí y sí—. Lo imité mientras caminaba detrás de él—. Lo prometiste, lo tienes que cumplir.

Russel juntaba los lápices y los guardaba, pero dejó de hacerlo y me miró directo a los ojos con expresión seria.

—No —exclamó, y mantuvo su mirada pesada sobre mí como si quisiera manipularme con sus ojos verdes oscuros, tan oscuros como el pasto mojado que se podía observar por la ventana.

Para suerte mía, y muy mala suerte para él, a mí me gustaba actuar. Podía actuar la mirada más mala en un segundo y al otro ser una tierna princesa perdida en el bosque. Eso era lo que amaba de mi trabajo… Bueno “trabajo”, mejor dicho, afición con fines futuros.

Con muchas ganas de ganar y de actuar hice mi mejor cara de seriedad y lo miré fijamente a sus ojos. Tenía que lograr transmitirle odio, miedo, hacer que me respete y obedezca. Si lograba eso entonces ya tenía un papel asegurado en cualquier obra de Shakespeare.

—Si —sentencié secamente y pude notar cómo Russel temblaba bajo mi mirada.

Yo había ganado.

CAPÍTULO 2

Cantando bajo la lluvia

—¿Para qué quieres hacer esto Cristal? ¿Es realmente necesario? —preguntó Russel con voz temblorosa. Nos encontrábamos debajo del alero que cubría la entrada de la casa. Podía sentir el olor a humedad y a lluvia a centímetros de mi cuerpo.

—Porque en toda película hay un baile bajo la lluvia —expliqué rápidamente y él volvió a mirarme con cara de perro mojado. Aún estaba seco, pero estaría completamente empapado dentro de unos minutos.

—¿Por qué no lo haces tú sola? Como la vez que mataste a Kevin.

—Michael, era Michael —aclaré tensando la mandíbula para controlar mis nervios —, además, en esta situación se necesitan dos cuerpos, no puedo imaginarme los pasos del chico porque entonces lo guiaría yo y la cuestión en esta escena es ser guiada.

—¿“Esta escena”? ¿Piensas que la vida es una obra de teatro? —preguntó mirándome a los ojos.

—Si. —Contesté sin dudar ni un segundo— no creo que quieras verme bailando bajo la lluvia con alguien invisible como una total y desquiciada loca.

—No —dijo mirando el agua caer y luego tragó saliva—, creo que no quiero ver eso.

Tomé su mano y comencé a correr hacia el campo arrastrándolo a él conmigo. Para cuando llegamos al lugar elegido por el director de la obra (o sea yo), ya estábamos total y completamente empapados.

Lo miré a los ojos, era un poco bastante más alto que yo, eso se debía a la edad. Teníamos las manos agarradas y yo le dediqué una sonrisa para hacerle saber que estaba lista para que la música suene y los pies comiencen a moverse.

¡La música! Me había olvidado completamente de la música.

“Soy una pésima sonidista” pensé.

Mi cara se entristeció rápidamente.

—¿Qué sucede? —preguntó apresurado al ver mi expresión de desazón.

—Me olvidé la música —le expliqué sin poder evitar que mi boca se torciera en un puchero—. Todo esto fue para nada—. Una lágrima amenazaba con salir de mis ojos y yo intentaba que no se escapase, no quería llorar enfrente de él.

Pasaron unos segundos de silencio, tal vez un minuto, pero para mí fueron eternos. La lluvia seguía cayendo sobre nosotros y yo aún tenía ganas de bailar, pero…. ¿Cómo íbamos a bailar si no teníamos un ritmo para seguir?

—“I can show you the world shining, shimmering, splendid…”—comenzó a cantar Russel con la más hermosa voz que había podido escuchar en mi corta vida. Era un poco aguda porque él apenas tenía once años, pero su tono era cautivador—… “Tell me… Princess”—volvió a cantar y me giró sobre mí misma con su mano logrando que comenzáramos una especie de coreografía—… “Now when did you last let your heart decide?” —. Se detuvo para mirarme a los ojos, en mi rostro había nacido una insipiente sonrisa. Él también estaba sonriendo —. Dime que te la sabes —dijo con una simpática sonrisa y con esa mueca de lado tan particularmente suya.

—Solo me la sé en español —le contesté sin dejar de mirarlo a los ojos, sabía que dentro de ese niño mimado de mamá había un chico bueno y dulce… y en ese momento me lo estaba demostrando.

—Entonces canta las partes de Jasmine en español, ¿está bien? —me explicó para luego guiñarme el ojo, instintivamente reí y toda la lluvia me entró en la boca— …“I can open your eyes, take you wonder by wonder. Over, sideways and under on a magic carpet ride” —volvió a cantar mientras me guiaba en un lento y hermoso baile— …“A whole new world, a new fantastic point of view. No one to tell us no, or where to go, or say we´re only dreaming”.

Mientras cantaba el estribillo me tomó por la cintura y sujetó sus manos con fuerza permitiéndome inclinar mi espalda hacia atrás levantando mi rostro hacia el cielo, y comenzó a girar conmigo. El viento suave de primavera y la lluvia golpeando suavemente sobre mi cara mientras giraba en sus brazos me hacían sentir viva, única, una princesa en medio de un sueño.

—“Un mundo ideal…” —comencé a cantar desde lo más profundo de mi corazón, no llegaba a las notas y no me culpo, para ese entonces, como he dicho varias veces, tan solo tenía nueve años. Mi voz todavía no se había establecido. Pero la impunidad de mi edad me hacía pensar que cantaba maravilloso —… “tan deslumbrante y nuevo hoy. Dónde ya vi al subir, con claridad; que ahora en un mundo ideal estoy…”.

Russel sonrió al mismo momento en el cual dejé de cantar. Me hizo girar nuevamente, el baile se basaba prácticamente en giros y más giros; no sabíamos ninguna coreografía y éramos apenas unos niños. Me soltó la mano para dejarme correr entre el césped mojado, y eso hice con el viento y la lluvia azotando mi rostro y obligándome a entrecerrar los ojos. Me frené a unos considerables metros y estiré las manos mientras volvía a cantar. Russel vino corriendo detrás de mí y me sostuvo las manos como una mala imitación de la película “Titanic”… o tal vez solo quería hacer como si estuviéramos realmente manejando una alfombra mágica.

—“Now I’m in a whole new world with you…”—repitió en ingles haciendo mi segunda voz.

—“Fabulosa visión, sentimiento divino”… —. Me abracé con sus manos en mis manos y luego las volví a estirar—…“Baja y sube”…—. Ambos nos agachamos y nos levantamos siguiendo lo que decía la letra de la canción.

—“Don´t you dare close your eyes…”—habló como Aladín mientras me corría las manos de mi cara. Me metió un dedo en el ojo al intentar hacer esa acción, pero yo no estaba dispuesta a parar tal hermosa pieza musical, así que guardé mis comentarios sobre su brutalidad —. A whole new world…. With new horizons to pursue…— siguió cantando. Me tomó por la barriga y me elevó del suelo, sin contenerme levanté una pierna como se hacía en las películas animadas.

—Cada instante un relato…

Cantábamos ambos a la misma vez, pero en diferentes idiomas. Nos pusimos de espaldas en una patética imitación de un cuadro dramático al mirar hacia el horizonte. Luego nos dimos media vuelta para enfrentarnos y Russel tomó mis manos. Nos cantábamos mutuamente mirándonos a los ojos.

—That’s where we’ll be…

—Que compartir…

—A thrilling chase…

Me tomó por una pierna, un poco rudo, y me subió a sus brazos como si estuviera cargando a una novia luego de la boda. Yo seguí cantándole mientras posicionaba mis manos en su nuca.

—Que contemplar…

“—Tu junto a mí… For you and me.” —terminamos los dos a la misma vez, cantándonos y mirándonos.

Busqué el reflejo de mis ojos en los suyos, tenía nueve años, quería ser actriz y era muy egocéntrica, eso es lo que hacía: buscar mi reflejo todo el tiempo. Intenté encontrarlo, pero tan solo podía ver su color verde oscuro, hasta que luego me di cuenta de algo sorprendente… Mis ojos y sus ojos eran prácticamente del mismo color verde; y mis ojos, al reflejarse con los suyos, formaban un solo color, un color más intenso y completo.

Estaba contentísima, la escena había salido perfecta, más que perfecta. Los directores (o sea yo misma) me tendrían que pagar mucho más de lo acordado.

—Cristal…—me llamó la atención Russel sacándome de la entrega de premios por mejor número musical, la cual se estaba dando en mi mente—… Cristal, si no te bajo se me van a acalambrar los brazos—. Asentí rápidamente volviendo a la realidad al sentir mis pies tocando el pasto mojado.

—¡Achís! —estornudé en la cara de Russel, ni siquiera había tenido tiempo de taparme la boca. La cara de él expresaba asco, la comprimía intentando que mis mocos no entren en su boca u ojos. No pude evitar reírme a carcajadas.

Mientras yo estaba descostillándome de la risa tirada en el césped mojado estornudé dos veces más. Russel se limpiaba con la lluvia su cara llena de mis bacterias y gérmenes. Se acercó a mí y me tendió la mano para que me pusiera de pie.

—¡C’mon princess! —dijo mirándome a la cara, yo aún no podía respirar bien debido a la risa—. Jazmine era de clima cálido, no creo que en el antiguo oriente se estuviera acostumbrado a este frío; ya estás poniéndote resfriada.

Tomé su mano y me levanté.

—“Ya te estás resfriando” —le corregí mientras caminábamos hacia casa. Él asintió decidido como si estuviera archivándolo en su memoria—, además, yo no me resfrío, yo soy invencible.

—Hoda Gussel —lo saludé con la voz gangosa cuando él entró a mi habitación. Aquel era mi segundo día en cama, estaba resfriada, con las anginas inflamadas y desde hacía dos noches tenía fiebre. Tal vez yo no era tan invencible como pensaba, pero aquel baile bajo la lluvia había valido la pena.

—Luces super fea —respondió a modo de saludo mi querido amigo.

Había venido ayer a verme para estudiar inglés, pero mi mamá le contó que estaba enferma, aunque ella no podía entender el por qué. No le había contado sobre el baile del día anterior para evitar que me regañe. Aunque, de todas maneras, recibí un largo y tedioso sermón por parte de Russel ni bien mi madre nos dejó solos en la habitación. Puse mi mente en piloto automático y dejé que Russel hablara todo lo que él quisiera.

—Gacias —contesté sonriéndole sarcásticamente.

—Traje los cuadernos para aprender inglés —explicó mostrándome lo que tenía en sus manos: dos cuadernos que usábamos para sus clases, una cartuchera y una caja de pañuelitos descartables.

—Hoy no Gusel, no puedo pensag con tamto moco en mi cabezha.

—No mientas, puedes aprender enferma—. Se sentó en la silla que estaba al lado de mi cama, mi mamá la había puesto para que las visitas se sentaran.

—¿Cómo es que tú no estás emfegmo? —. Estornudé sin previo aviso, esa vez llegué a taparme la boca —te mogaste lo mismo que io y además te estognudé en la cada.

—Soy de Inglaterra, el frío y la lluvia son mi hábitat natural —explicó.

—Tienes gazón, Gussel, Agentina es megor que Ingatega —dije para enojarlo. Russel sonrió y me pegó en la cabeza suavemente con la cartuchera—. No te guías —intenté decir seria con toda la voz tomada por la mucosidad.

—Me da risa como hablas —dijo riendo— “Gussel”, pareces francesa —imitó y se rio aún más fuerte.

—Gussel…. ¿Me cuentas algo sobe tus amigos de ingatega? —indagué sentándome sobre el respaldo de la cama, Russel me miró sorprendido por el cambio de conversación y comenzó a contarme entusiasmado todas sus aventuras con sus amigos de la escuela.

Y así nació una amistad, así nació mi amistad con Russel; viéndolo desde lejos no puedo creer cómo en tan solo un segundo se puede crear una amistad tan intensa como la que Russel y yo trajimos a la vida esa primavera.

Iba todos los días a su casa y jugábamos a que éramos artistas famosos que vivían en mansiones, hacíamos picnics en mi campo o en el de su tía. Cuando Cathie llegó de su campamento también se unió a nuestras locas aventuras infantiles que experimentábamos cada día. Esa primavera fue increíble.

Tres amigos bajo el rayo del sol riéndose sin parar, imaginándose vidas que pensábamos que nunca podríamos tener, pero no por eso dejábamos de soñarlas.

Lamentablemente todo tiene un final.

Me acuerdo bastantes cosas de la primavera que compartí por primera vez con Russel, tantas que me llevaría todo un libro escribirlas una por una. Pero si hay algo que no puedo sacarme de la cabeza, sin contar todos esos verbos irregulares que me enseñó el pequeño Cox, fue el último día antes que él partiera hacia Gran Bretaña.

Nos habíamos quedado despiertos toda la noche, mamá me había dado permiso para quedarme a dormir en la casa de Cathie. Entre los tres hicimos la mejor fiesta de pijamas que jamás podré recordar. Russel hizo palomitas de maíz y preparó una película para ver, aunque realmente nunca la vimos. Terminamos escapándonos por la ventana de la habitación y saliendo hacia el extenso campo de la familia de Cathie. Pasamos toda la noche allí, con un poco de frío y riéndonos sin parar: hicimos carreras, contamos historias de terror, cantamos y hasta me dejaron hacer una interpretación de un monólogo dramático que inventé en el momento (pero que dije que era de un escritor conocido, por si no les había gustado).

Eran aproximadamente las seis de la mañana y nosotros tres cabeceábamos amagando a quedarnos dormidos. Queríamos ver la salida del sol, ninguno de nosotros la había visto antes. Cathie cayó rendida tan solo diez minutos antes de que comenzara a salir esa bola hecha de fuego que trae vida a este mundo.

—Cristal…—habló Russel sacándome de mi transe sobre cómo sería vivir en el sol.

—¿Sí? —contesté mirándolo, él seguía viendo el horizonte. Con aquella luz tenue, sus ojos se tornaban de un color demasiado oscuro; eran hipnotizantes.

—Fueron los mejores meses de mi vida —confesó con el alba en sus pupilas.

—Los míos también, Russel.

Silencio. Era un silencio con olor a nuevo, al rocío de un nuevo día y a vida que brotaba de la tierra. Era el silencio más lindo que jamás había habitado y olido.

—Conocerte fue lo mejor que me sucedió —volvió a hablar de la nada. No me miraba, tal vez le daba vergüenza. A mí también me había gustado mucho conocerlo. Aunque teníamos nuestras peleas matutinas, aunque pensáramos tan diferente y me hiciera estudiar inglés mínimo una hora por día, aunque fuera tan orgulloso… yo lo quería. Al fin y al cabo, era mi primer mejor amigo.

—Gracias Russy, también me encantó conocerte.

Escuché un suspiro de su parte; él no me miraba, pero podía sentir cómo cada parte de su cerebro era un real desastre.

—Cristal…—volvió a llamar con su “R” redondeada que tanto me gustaba. Parecía que se había decidido a decirme un secreto. Pero no siguió hablando, se quedó callado, agonizando en silencio y con sus palabras a medio camino de la garganta.

—¿Si…? —dije para ayudarlo a seguir hablando, pero no hubo caso, sabía que no iba a confesar.

—Nada —se lamentó, ni siquiera podía mirarme a los ojos. Tan solo miraba el sol que comenzaba a salir en ese mismo instante.

Y en ese momento, en ese preciso momento en donde la luz del sol comenzaba a alumbrar todo el mundo, mi mundo, como una linterna prendiéndose lentamente en una habitación en donde siempre reinó la oscuridad, en ese momento me sentí por primera vez realmente viva. Y creo que fue un logro muy importante por solo haber tenido nueve años cuando sentí esa hermosa y extraña sensación. Y sé que también Russel la sintió porque pude sentirlo sintiéndola; y porque sé que ambos estábamos vivos en ese momento.

Y comencé a recordar cada buen momento que pasé con él. ¡Cuánto lo iba a echar de menos! Los bailes bajo la lluvia, los incómodos momentos en donde me atrapaba actuando sola, los picnics, las escondidas, la casita del árbol fallida que habíamos intentado construir, jugar a que habíamos caído de un avión en una selva deshabitada y que necesitábamos sobrevivir, las competencias de absolutamente cualquier cosa, y hasta las clases aburridas que Russy me daba de inglés. Todo eso iba a extrañar y no sabía cómo iba a seguir mi vida sin Russel Edward Cox a mi lado, sin mi mejor amigo, sin sus charlas sin sentido y sin sus peleas. Lo necesitaba tanto como necesitaba actuar, pero sabía que se tenía que ir. Como también sabía que él volvería al año siguiente, me lo había comunicado el día anterior y la sonrisa que provocó esa noticia fue demasiado grande para mi cara.

Lo extrañaría, pero no era el final.

—Todo lo que toca la luz es nuestro reino —habló de repente Russel mirando al horizonte con su vista perdida en algo que nunca podría tocar pero que parecía tan cercano: el sol. Lo miré de reojo ya que me había sorprendido su inminente línea teatral sacada del “Rey León”. Russy me miró por primera vez y, tan confiado como siempre, me guiñó un ojo. Reí, era imposible no hacerlo con él; luego volvió a mirar al sol naciente y siguió hablando con una máscara de seriedad.

Habíamos visto esa película por lo menos tres veces estos meses, era una de sus favoritas, y me había sorprendido que se haya aprendido las líneas de memoria en español. Actuaba muy mal, pero lo intentaba solo por mí.

— El sol sale cada día para indicarnos cuál es mi reino, algún día Simba, el sol saldrá para ti, y entonces este reino será tuyo—. Agravaba su voz al hablar y eso me hacía reír. Me miró solemne, aquella sería nuestra última escena juntos por un largo tiempo.

—¡¡¡Wauuuuuuu es enorme!!! —dije asombrada mirándolo con los ojos bien abiertos—… Así que todo lo que da la luz, ¿verdad? —modulé exageradamente cada palabra. Russel me miraba sonriente y asintió con su cara fruncida intentando parecer serio —... ¿Y esa zona de sombras también es nuestra? —pregunté acercando mi cara a su cara con los ojos bien abiertos.

—No, solo aquellos sitios donde el sol alumbra; todos los demás son sitios prohibidos y nunca debes ir allí —recitó con determinación.

—Pero…. ¿No es que un rey puede hacer lo que quiera? —hablé desanimada. Russel me miró y se acercó más a mí, me rodeó con sus manos en un tierno abrazo y sobó mi hombro. Ambos miramos fijamente al sol que ya había terminado de salir.

—Ser rey es mucho más que solo hacer lo que quieras…—explicó mirando al horizonte. Luego me miró a los ojos haciendo que yo también lo mirara a él. Nos quedamos así por unos minutos, había una gran conexión, una gran amistad que obviamente extrañaría demasiado, pero que sabía que iba a durar mucho más tiempo del que extrañaría a Russel. Aquello recién comenzaba.

CAPÍTULO 3

El sonido de las hojas secas al ser pisadas

Así pasó otro año. Volví a mi rutina, volví a la soledad de mis tardes actuando en el campo, volví a jugar con Cathie solo cosas de chicas, y volví a extrañarlo cada noche.

Comencé el colegio, era un pequeño colegio rural de la zona en donde vivíamos. La maestra se había quedado sorprendida por mi nuevo nivel de inglés adquirido. Pasó mi cumpleaños y con él el invierno, las hojas estaban muertas en mi campo y la salamandra se convirtió, como todos los años, en mi mejor amiga. Extrañaba a Russel, Cathie era muy buena compañera, pero con él podía hacer cosas que con ella no.

A veces imaginaba que él volvía y que actuábamos una escena juntos. Era raro, actuaba que actuaba, pero así sobrevivía a mi rutinaria y rural vida. Leí muchos libros, corrí, reí y estudié inglés, pero nada lo disfrutaba tanto como cuando lo hacía con Russel.

Mi corazón volvió a estar en paz cuando a fines de septiembre un muchachito de rulos, alto y con labios grandes, interrumpió en mi casa. Esta vez no estaba actuando, y pensarán que eso me alegró ya que no estaba haciendo el ridículo, pero en realidad estaba haciendo algo peor que actuar sola: cantaba imitando la voz de Cristina Aguilera.

Estaba comenzando a cantar el segundo estribillo cuando vi a Russel. Mi voz se detuvo y cada célula de mi cuerpo entró en completa alegría. Sin pensar corrí a abrazarlo, tan incoherente fue mi reacción que mis pies tropezaron y caí contra el pasto; pero no me importó, seguí corriendo con las rodillas con barro hasta estrecharlo en un fuerte y poderoso abrazo.

Necesitaba a Russel, necesitaba de mi mejor amigo, de ese niño que iba creciendo. Iba creciendo al mismo momento que yo, pero a la misma vez él parecía enorme, y yo tan solo parecía una nena. Pero nada importaba, porque mi amigo estaba conmigo de nuevo. ¡Cuánto lo había extrañado!

—Siempre con tus entradas raras, Cristal—habló en mi idioma pronunciando con su manera tan tierna la letra “R”. No me daba vergüenza que él me escuchara cantar, habíamos cantado juntos ese día bajo la lluvia. Mi piel se erizó de solo pensar que había pasado todo un año desde aquel entonces.

—Es mi esencia—contesté sonriéndole y lo volví a abrazar.

Aquellos meses fueron inolvidables, casi como los meses del año anterior. ¡Nos divertimos tanto! Reírse era una obligación. Cantarle al sol era nuestro ritual matutino. Amaba cada momento que pasaba con Russel.

Para cuando la navidad estaba a punto de celebrase, cuando prácticamente podía hablar inglés fluido, y cuando las clases habían comenzado en el hemisferio norte, llegó el momento en el que mi Russel partiría.

Y si bien me quedaba parte del verano por disfrutar, yo solo podía pensar en el frío invierno que se aproximaba. Otro año de soledad y tristeza me acecharía pronto, deseando que la lluvia cese y mi sol vuelva para ese entonces. Pero todavía me quedaban días de felicidad con él, con ese niño que prácticamente consideraba mi hermano.

Una nueva improvisación comenzó en aquel momento, abstrayéndonos de cualquier realidad posible y sumergiéndonos en un mar de infinitas posibilidades de vida.

—Pero, Marius, es muy peligroso, ¿qué harás con tus hermanas y tu madre? Ellas te necesitan, tu padre está muerto, y no tienen otro sustento que no seas tú—dije alarmada; no sabía hacia dónde estábamos llevando la escena, pero eso no me interesaba, con él había aprendido a dejarme llevar por la corriente y reaccionar sobre lo inesperado.

—Le dije a mi primo Franco que se encargue de ellas, estarán bien —. Se me acercó con desesperación y tomó con sus manos mis mejillas mirándome fijamente a los ojos, como si quisiera explicarme algo con sumo detalle—. Ahora lo que interesa eres tú, el Estado te está buscando y si te ven te matarán.

—Pero, Marius...—volví a decir exagerando mi pena y preocupación.

—Pero nada Sofía, si te llegan a matar entonces yo me moriré—aclaró condescendiente mirándome a los ojos. Asentí como si tuviera un nudo en mi garganta y traté de poner mis ojos llorosos—. Ahora corre, Sofía, allí se escucha la marcha de los que te buscan—. Volteamos exagerando nuestro miedo para tomarnos de la mano y correr por el camino de tierra en el que nos encontrábamos.

Corrimos, corrimos de la mano como si realmente nos estuvieran persiguiendo esos lunáticos del ejército de quién sabe cuál país. Corrimos riendo, respirando forzosamente. Nunca nos detuvimos, no nos íbamos a dejar atrapar por aquellos malhechores.