Lo mejor de dos mundos - Cárdenes Marrero - E-Book

Lo mejor de dos mundos E-Book

Cárdenes Marrero

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Beschreibung

Tras vivir en Londres desde 1999, me pregunto sobre mi identidad canaria, pregunta que me ha obsesionado desde mi llegada a la capital británica. Sin embargo, Lo mejor de dos mundos no solo reflexiona sobre esta cuestión, sino sobre muchas más. Esta obra es un viaje frenético, a veces caótico, pero también placentero y armonioso, por las calles de Londres y de Las Palmas de Gran Canaria, rompiendo a nuestro antojo las leyes de espacio y de tiempo. Esta vertiginosa aventura no sería posible sin nuestra fantástica máquina del tiempo particular. Y todo ello amenizado por la mejor música jamás creada. Prepárense a la catarsis y posiblemente al delirio también. Bienvenidos todos y todas a Lo mejor de dos mundos.

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Cárdenes Marrero

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

Diseño de cubierta: Rubén García

Supervisión de corrección: Celia Jiménez

ISBN: 978-84-1068-465-2

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

Capítulo 1 El principio de todo

Y por fin, empiezo. Imagínense que les apetece escuchar la sonata para piano número 1 de Robert Schumann. Prepárense, acomódense, cierren los ojos y suéltense en medio de la catarsis schumaniana; déjense llevar por su bella, desgarrada, íntima y melancólica poesía sonora. Creo que su sonata número 1 es la más inspirada, emotiva e intensa de las tres que crearía, y refleja plenamente lo que representa la gran obra de este gigante romántico. Yo personalmente recomendaría a Maurizio Pollini como intérprete. Y quizás acompáñenlo con un buen scotch.

Y ahora sí que empiezo. Desde el mítico este londinense, donde los antiguos muelles del Puerto de Londres en la llamada Isla de los Perros han pasado a conocerse como Canary Wharf, me pregunto qué significa Canarias y cuál es mi identidad tras nacer bajo la sombra del padre Nublo a principios de los 70 y mudarme a la metrópolis del histórico Támesis a dos meses del nuevo milenio. ¿Cuál es mi relación con Canarias? Todas estas son las preguntas, entre otras, que este modesto ensayo tratará de debatir y con un poco de suerte de aclarar. Bienvenidos y apriétense los cinturones porque mi objetivo es que el ritmo sea lo más trepidante posible.

Y son preguntas complejas, más de lo que pueda parecer; y creo acertar que aún más complejas cuando la canariedad es un término muy abierto a la subjetividad de cada uno. Cuestión que me ha martilleado gran parte de mi vida y que se ha complicado aún más viviendo fuera de Gran Canaria más de veintidós años. Creo que los que estamos fuera de nuestro entorno original gran parte de nuestras vidas somos los más legitimados en cuestionar, en dudar y en profundizar en nuestra identidad. De hecho, es algo que la gran mayoría no se cuestiona. La identidad de las personas se forma orgánicamente, no es permanente y evoluciona como la misma persona. Y cuando se sale fuera, se vive fuera, todas tus creencias y costumbres se examinan y muchas cambian por fuerza.

No me quejo de vivir en donde vivo, todo lo contrario; vine por deseo y voluntad propia. Es decir, se trata en mi caso de un exilio voluntario. Siempre quise experimentar lo que me podía dar London (así la voy a llamar a partir de ahora). Buscaba cultura en su máxima expresión. Buscaba espacio. Me buscaba a mí. Cierto que el plan inicial eran al menos seis meses o un año, pero lo que yo llamo «tufo londinense» (cariñoso mote aleatorio sin un marcado concepto o significado) me atrapó. Y no pasa un día en que me alegre de aquella decisión tan importante de mi vida pese a la dureza, a la intensidad e ingratitud a veces de esta metrópolis que yo califico de infinita. Encontré mi espacio en el mundo. Desde el primer día me sentí cómodo, como en casa. Y así empezó mi relación con la gran metrópolis.

El lector y lectora, espero que más relajado tras un par de sorbos del scotch comentado, ya empieza a tener conceptos del autor. «Renegado», «anticanario», pero nada más lejos de la realidad. De hecho, creo que emocionalmente nunca me he ido. Las Palmas y Gran Canaria siguen siendo parte fundamental e integral de mi vida. Haber nacido en donde nací se muestra en mi día a día, así lo siento. Siempre será mi casa. Al menos el sitio donde sé que siempre puedo volver. ¿Mi punto de partida, mi último destino? El padre Atlántico corre en mí. Cuando tengo la dicha de darme mis chapuzones en sus aguas de la maravillosa playa de Las Canteras me parece el acto más natural y ordenado, el más lógico de la madre naturaleza. Todo tiene sentido.

Antes de proseguir, aviso que es recomendable tener un mapa de London a mano para que la experiencia de esta travesía nuestra sea más interesante e interactiva. Una curiosidad para ir entrando en calor: comentarles mi vínculo entre el desaparecido pub Red Lion y el actual pub The Lyric en Great Windmill Street en el mito de área que es el Soho. The Lyric es uno de mis pubs favoritos y mi lugar para desconectar después del trabajo, pues el antiguo Red Lion (ahora convertido en un lugar de cocktails para mi irritación) fue el sitio donde los amigos Karl Marx y Friedrich Engels presentaron el Manifiesto Comunista en las sesiones de la Segunda Liga Comunista de 1847. The Lyric está justo en frente y al sentarte fuera ves en frente a tu derecha al Red Lion y su segundo piso fue testigo de un escrito que cambió al mundo por completo. Y me siento fuera con una pinta de cerveza y pensar en todo ello me embarga, pura historia sólida la de esta infinita metrópolis. Pero si miro a mi izquierda en Ham Yard, años pasados se encontraba The Scene Club, sala de conciertos donde bandas míticas como The Rolling Stones o The Who solían tocar en ese período de la década de los 60 llamado Swinging London. Ahora es un hotel de lujo. Soho está recuperando su naturaleza original, pues, aunque Soho haya sido sinónimo de rock ‘n’ roll, excesos y bohemia, sexo y drogas, cuando se empieza a construir en los 70 la idea era que fuera un lugar burgués y aristocrático. Siguiendo la estela de sus vecinos Bloomsbury y Covent Garden, el desarrollo del West End (la expansión de London hacia el oeste de la City, origen de la ciudad) llegaba al Soho. El objetivo se consiguió parcialmente puesto que no solo las clases altas empezaron a habitarla, sino que inmigrantes se asentaron rápidamente también; principalmente hugonotes que pronto dieron al Soho ese carácter cosmopolita que siempre ha tenido. Griegos, italianos y suizos siguieron pronto sus pasos en un lugar que escuchar hablar francés llegó a ser más normal que escuchar inglés. Y volviendo a Great Windmill Street, si subes hacia Brewer Street y giras a la izquierda, a tu derecha encuentras Great Pultney Street donde residió John Polidori, médico personal de Lord Byron y creador del primer vampiro literario. Y subiendo un poco más la calle, una placa conmemora la residencia por unos meses del titán Joseph Haydn, «papá Haydn», como lo llamara su alumno Beethoven o su compadre Mozart. Y podríamos seguir en estas calles llenas de leyenda, pero ahora no es el momento. Ya volveremos. Como he dicho, London infinita metrópolis de pura historia sólida porque el John Snow Pub justo detrás de la residencia de Haydn, en Broadwick Street, también tiene su gran hueco en la historia, pero en otro momento volveremos a él.

Capítulo 2 Canarios en el Olimpo

La distancia otorga la posibilidad de pensar en Canarias y en mi identidad de una forma idealizada o sesgada, como cuando uno tiene una relación amorosa a distancia. Se escogen las notas positivas y se ensalzan a nuestra conveniencia. No tenemos que lidiar con las inmundicias y desperfectos de la realidad cotidiana. Las Palmas, Gran Canaria, es donde descanso y recargo mi energía, pero también es el lugar en el mundo donde por unos días al año, CCM (mis iniciales) se reencuentra con los fantasmas de su pasado, esos demonios que le han ayudado a ser quien es. Cada vez que bajo del avión y piso tierra de Telde e Ingenio (el aeropuerto de Gran Canaria está en estos dos municipios) las sensaciones oscilan entre la euforia y la ansiedad, una cadena de sentimientos contrapuestos me invade. Y creo que de esta forma se podría definir mi identidad canaria, como de una relación amorosa a distancia en donde sentimientos contrapuestos confluyen. Una relación amor-odio-amor, quizás como la mayoría de las personas, pero con la diferencia de la marcada intensidad e idealización de dichos sentimientos. Y de esa idealización y sesgada visión mía de canariedad viene identificarme con esos canarios a los que yo sitúo en el Olimpo, orgullosos de haber nacido en las Afortunadas, pero con una visión universal y cosmopolita de lo que es ser canario. Canarios que dejaron el terruño para ser ellos y realizarse en diferentes campos. Algunos regresaron. Viera y Clavijo, Agustín de Betancourt, Galdós, Néstor, Manolo Millares, el Dr. Gregorio Chil y Naranjo, Óscar Domínguez, Martín Chirino, César Manrique, el doctor Juan Negrín, Mercedes Pinto, Josefina de la Torre, Alfredo Kraus, Tomás Morales, Pérez Minik y Nicolás Estévanez, por ejemplo, pertenecen a esa categoría mía de canarios en el Olimpo. Traspasaron y superaron el concepto físico y emocional insular. Añado en esta clasificación de canarios en el Olimpo a los que eran descendientes de canarios y nacieron en América. José Martí y fundamentalmente Francisco de Miranda, padre de la independencia de la América española. Miranda no solo fue el padre ideológico de la emancipación americana del Imperio español, sino también un héroe en la Revolución francesa, y en la guerra de Independencia norteamericana contra los británicos alcanzó el grado de coronel en el ejército ruso. Miranda vivió en la infinita metrópolis, en el área llamada ahora Fitzrovia y donde tiene una estatua, hasta que se fuera a Venezuela para dirigir la revolución. Seguiremos con Miranda más adelante puesto que su figura no se merece menos. El será uno de nuestros principales acompañantes.

Capítulo 3 La infinita metrópolis

London siempre estuvo en mi subconsciente desde mi llegada de niño en el verano de 1983 a la primera metrópolis moderna del planeta. Y para entrar de lleno en ambiente, hora de poner a todo volumen el tema London Calling de The Clash. London Calling define como ninguna otra canción en la historia del rock en sus eléctricos y gloriosos tres minutos y dieciocho segundos la energía y trepidante intensidad de la infinita metrópolis del Támesis. Mi momento favorito es cuando Joe Strummer aúlla I live by the river porque yo vivo también al lado del río y esta será una circunstancia de vital importancia a lo largo de este cuento. Sigo. En ese primer viaje de niño, el término London germinó en mi imaginación y su idealización fue el lógico producto de todo ello. Vine a la pérfida Albión para estar un mes y poco estudiando inglés en el condado de Kent, concretamente en la pequeña villa de St Mary’s Bay y alojado en una casa de «ingleses de verdad». Eran muy mayores. Él, antiguo combatiente en la Segunda Guerra Mundial y ella una especie de adorable Miss Marple, la detective aficionada y muy cotilla de Agatha Christie. Unos abuelitos. La experiencia al principio fue aterradora para un niño de 11 años, pero supuso un fortalecimiento y madurez de espíritu increíbles. Los primeros días fueron un llorar continuo, pero cuando tuve que irme me fui con mucha pena. Sonrío ahora al pensar que estarían cuchicheando los abuelitos de aquel niño triste y desorientado de los primeros días. Ese verano del 83 abrió el camino a mi vida actual en las orillas del Támesis (desde ahora Father Thames o simplemente Thames). Visité London en un día de excursión y parece que estuve dormido buena parte del trayecto que hicimos en la guagua turística. La anglofilia (que mal suena) se estaba ganando un miembro más, fue el comienzo del despertar de una individualidad propia. Nadie de mi clase había salido antes al extranjero y menos a estudiar un idioma. Haber estado ese verano aquí me hizo diferente para el resto y del resto. Por todo ello, el día que decidí salir del terruño en 1999, London era el único lugar en mi mente.

Y es que a mí siempre me gustó el día nublado, oscuro y fresco. Va con mi carácter introspectivo y soñador. Era un desahogo ir al campo, a la cumbre con la familia en esos domingos de invierno de bruma y nube. Clima de claras connotaciones románticas, inspirador de los gigantes románticos a quienes amo. El Romanticismo nació en Alemania y el clima tiene que haber sido una razón fundamental para ello. Si el Son es cubano y no podría haberse imaginado en la fría Europa del Norte, lo mismo pasa con el Romanticismo que debía haberse creado aquí en el norte de la vieja Europa. Imagino a mis héroes Beethoven, Berlioz y Schumann creando música en casa mientras la bruma, llovizna y el frío sucedían fuera. Lo siento, pero no me imagino poetas románticos en Florida o en las Bahamas y tampoco a Compay Segundo en Hamburgo o Estocolmo. No me parece que sean sus entornos naturales, sus ecosistemas emocionales. Y sigo conmigo. Ver tanto sol, día sí y otro también, me cansaba, me agobiaba. Ahora tras tantos años fuera de Las Palmas sí que valoro las pocas horas de sol que tengo. Salgo a la calle ansioso como un londinense más cuando la primavera parece llegar tras un largo invierno. Esos primeros rayos calentitos y acogedores son gloria divina, un respiro, un reencuentro con mi pasado y conmigo mismo, aunque me cueste admitirlo a veces.

No soy mozartiano. Soy beethoveniano y, por ende, ferviente amante de la música del gigante de Bonn. Creo que no tengo suficiente vocabulario que defina mi relación con Ludwig. Nadie es más grande que Ludwig. Sin embargo, esta mañana, tras mi larga distancia de kilómetros (sí, soy corredor), puse las sinfonías número 39, 40 y 41 de Wolfgang con el inigualable Otto Klemperer y su hecha a medida Philarmonia Orchestra. Disfruté como un niño el día de Navidad. Aprovecho la ocasión para que tras el London Calling pongan la 39, mi favorita. Y después la 40 y 41. Sus mejores sinfonías y más tardías, compuestas en un solo verano, el de 1788, y que ya advertían de una progresión sinfónica que Ludwig posteriormente continuaría con resultados hasta entonces inimaginables. Sutileza y elegancia. Armonía y equilibrio, pero también violencia y tristeza, sobre todo en esa genial 39 para que ustedes sigan pacientemente con mi modesta obra. Wolfgang, que de pequeño estuvo residiendo casi un año en Soho y actuando en 1765 en las Hickford Rooms en Brewer Street, a unos metros del The Lyric y del antiguo Red Lion en Great Windmill Street, a un minuto de la casa por unos meses de su querido y admirado amigo Haydn. Ahora hay un pub en donde estuvieron las Hickford, pub cuyo nombre no tengo ganas de recordar porque no hay desperdicio mayor que un hermoso pub sirviendo cerveza comercial. Es algo que me revienta. En espacio de unos metros escasos y en diferentes tiempos, entre 1765 y 1964, tenemos en ese rombo imaginario de las calles de Great Pultney, Brewer y Great Windmill a los genios y compadres Haydn y Mozart, Polidori con su Vampiro, The Rolling Stones con Keith Richards y Mick Jagger y The Who de Pete Townsend y Keith Moon tocando en el The Scene Club y Marx y Engels presentando el Manifiesto Comunista. Todos ellos haciendo y escribiendo historia en esas mismas calles, pero en diferentes tiempos. Y solo son tres calles. Fascinante.

Posdata: también podríamos incluir a The Animals en el The Scene Club. The Animals no fue una banda pequeña, ni mucho menos, y su bajista original, Chas Chandler, fue quien trajera a London de Estados Unidos a un tal Jimi Hendrix.

Capítulo 4 La Isla de los Perros

7 de marzo, 1903. Cuartos de final de la FA Cup, la competición de fútbol más antigua del mundo. Se enfrentaban el Everton, uno de los clubs más poderosos de la llamada Football League, y el Millwall Athletic fundado en Millwall en nuestra Isla de los Perros (a partir de ahora Isle of Dogs) de la Southern League. La liga de fútbol (Football League) fue un invento del norte del país, el sur estuvo décadas por detrás. El norte industrial y obrero abrió el camino a la profesionalización de un deporte que empezó siendo de caballeros. Por ello, el sur menos obrero y más de caballeros fue de primeras reacio al profesionalismo. La Football League no incluía ningún equipo del sur. Dichos equipos crearon a su vez la Southern League. El Millwall fue su primer campeón por dos veces y fue invitado para entrar en la Football League en su segunda división, pero se negó por ser leal a la Southern League por haber sido su creador. Y volviendo a aquel 7 de marzo, me encontré una foto del partido en un blog sensacional sobre Isle of Dogs (islandhistory.wordpress.com). Estuve como un poseso horas estudiando la información, menudo deleite. Parece que 14 000 espectadores estuvieron en el estadio de North Greenwich ese día de invierno. Descubro, y mi corazón acelera y salta, que dicho estadio forma parte ahora de mi parque local, el Millwall Park, testigo de mis entrenamientos de sprints y series, lugar de algún que otro pícnic de primavera y verano. Lugar de obligado paso en mi paseo a Greenwich, en la otra orilla del río. El Millwall da la sorpresa y se cuela en semifinales con un 1-0. Ayer estuve en el parque entrenando e imaginé a los hombres de aquella foto detrás de un balón pesado y gigantesco mientras miles de obreros con gorras gritaban, animaban e insultaban en un inglés salvaje e ininteligible para mí. Veía sombras fantasmales pensando con emoción que ese mismo terreno fue testigo de un fútbol que nunca volverá. Pensaba en esos aficionados, trabajadores de los muelles y que pertenecían a otro mundo. Tampoco ha pasado tanto tiempo. Si levantaran la cabeza, no reconocerían su Isle of Dogs hasta que miraran y reconocieran en el mismo parque los arcos de las vías del tren que aún siguen en pie, supervivientes mudos de un mundo que ya no existe.

Si tomáramos la versión del latín de Islas Canarias y la traducción al castellano de Isle of Dogs, estaríamos hablando de la coincidencia de que ambas palabras significan islas de los perros e isla de los perros respectivamente. Aún más curioso si el epicentro moderno de Isle Of Dogs es Canary Wharf. Toma ese nombre del antiguo muelle en West India Dock donde las mercancías canarias llegaban a London. La historia de la isla me parece acojonante. Antes de la construcción de los muelles en el 1800 era un lugar prácticamente deshabitado en donde el ganado pastaba, o donde guardar a los perros de caza de Enrique III, de ahí su nombre posiblemente. Tras la construcción de los muelles de West India en 1802 y mi Millwall en 1868, se convirtió en el motor del mayor puerto del planeta. Se empezaron a construir fábricas e industrias alrededor de los muelles, fábricas e industrias que modernizaron el mundo. Y casas para alojar a la nueva población trabajadora de los muelles. Y calles, colegios, iglesias y, sobre todo, pubs. Un mundo eminentemente industrial, obrero, gris e insalubre, pero con un sentido de comunidad y de pertenencia perdido en estos días, con el padre Thames envolviéndolo todo y con el científico, marítimo e influyente Greenwich justo en frente en la otra orilla. Dos mundos diametralmente opuestos, separados físicamente por el Thames. La isla siempre fue un mundo diferente y desconocido para el resto de londinenses y, en parte, lo sigue siendo. Yo no digo al londinense medio que vivo en Millwall o Isle of Dogs nombres que posiblemente no conocen, sino en Canary Wharf, nombre mucho más famoso y conocido. Ciertamente me molesta contestar así, puesto que no estoy dando una respuesta exacta, pero entiendo que es la respuesta fácil para sus mundos tan distintos al mío. Porque es así, London extensa, densa y compleja tiene infinitas realidades distintas, aunque todas ellas estén entrelazadas entre sí y converjan en Trafalgar Square, desde donde todas las distancias se miden.

Posdata: Es decir, nací en las Islas Canarias y vivo en Isle of Dogs, cuyo epicentro, Canary Wharf, recuerda al Archipiélago Canario y su profunda relación comercial con Inglaterra. Por lo que nací en una isla, vine a otra y vivo en una isla dentro de ella.

Tras la clausura de Millwall Dock en 1980, una nueva vida surge para la Isle of Dogs. Un proceso de regeneración brutal empieza por la London Docklands Development Corporation creada por el gobierno conservador de Thatcher. No fue una transición fácil. Un nuevo distrito financiero y torres modernas altas de pisos con glamour para alojar a sus empleados reemplazan a las industrias, factorías, pubs y obreros. La isla se convierte en el nuevo y moderno London, la postal para el mundo del London pujante del nuevo milenio. Y aquí llegué yo en el 2003 porque quería estar muy cerca del río y porque el nombre de Canary Wharf me sacaba una sonrisa.

Siempre pensé que no era un canario más, pero es que tampoco soy una persona más. Siempre he perseguido mi independencia costara lo que costase y por encima de todo. Siempre he intentado seguir mi camino, vivir mi vida según mi «código» (signifique lo que signifique «código»). Mostrar mi sello de originalidad, de distinción o diferenciación con el resto. Las expectativas sociales no van conmigo, si soy sincero. Por ello, en Las Palmas me sentía como si tuviese que volar de allí para crecer e intentar ser más yo mismo. Innumerables veces el que me pregunta de dónde soy se sorprende cuando digo que soy canario. Será mi piel más pálida, mi acento al vocalizar un poco más de la norma, pero surge la sorpresa y por tanto mi contrariedad; y muchas de las veces me ocurría en mi propia ciudad de Las Palmas. El manido tópico del canario extrovertido, relajado y amante de la playa no va conmigo. Desde este modesto trabajo reivindico la existencia de canarios solitarios e introvertidos y que piensan que pasar todo el día en la playa no forma parte del día perfecto (un buen chapuzón o dos sí, todo el día en la playa no. Hay muchas más cosas que hacer).

Capítulo 5 Historia líquida

Creo que es hora de reemplazar a Mozart. Cierto que aún no ha