Lo que ocho millones de mujeres quieren - Rheta Childe Dorr - E-Book

Lo que ocho millones de mujeres quieren E-Book

Rheta Childe Dorr

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Beschreibung

Rheta Childe Dorr resalta la vitalidad de la organización para las mujeres. Su libro, ahora en español, fusiona crónica, reportaje y ensayo para abordar el movimiento femenino, desafiando el pensamiento machista y promoviendo el voto femenino. Destaca el papel crucial de los clubes de mujeres en la evolución de las organizaciones a nivel nacional e internacional. Su trabajo transforma el rol de las mujeres en la sociedad.

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© LOM ediciones Primera edición, mayo 2023 Impreso en 1.000 ejemplares ISBN: 9789560016935 eISBN: 9789560017031 Traducción del inglés al castellano: Vicente Lane Ovalle Fotografía de portada: «Carreta sufragista», ca. 1910-1915. EE.UU. Todas las publicaciones del área de Ciencias Sociales y Humanas de LOM edicioneshan sido sometidas a referato externo. Edición, diseño y diagramación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 68 [email protected] | www.lom.cl Diseño de Colección: Estudio Navaja Tipografía: Karmina Registro: 204.023 Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Santiago de Chile

Proyecto de traducción N°561454 financiado por el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura.

Índice

Prólogo

Introducción

Capítulo I De los clubes culturales al servicio social

Capítulo II Mujeres en Europa y la Ley Sálica

Capítulo III La mujer estadounidense y el derecho inglés

Capítulo IV Las demandas de las mujeres a las gerencias industriales

Capítulo V Renovar la industria desde adentro

Capítulo VI Rompiendo el gran tabú

Capítulo VII La mano asistencial que las mujeres tienden a la mujer pródiga

Capítulo VIII La sirvienta en su casa

Capítulo IX Mujeres a las urnas

Prólogo

A lo largo del presente libro, la autora –periodista, editora, trabajadora, sufragista y madre soltera en un periodo donde era sumamente adverso serlo, acaso aún más que hoy– en ocasiones se dirige en segunda persona a las y los lectores. Ciertos indicios dan para suponer que se dirige a lo que podríamos identificar como un matrimonio tradicional anglosajón de comienzos del siglo pasado, y uno que por cierto haya tenido la inclinación a comprar y leer un libro titulado Lo que ocho millones de mujeres quieren. Emularemos en parte el estilo de la autora para situar históricamente el ambiente y contexto de aquella recepción.

I. Retrato histórico

Supongamos, por dar meramente un ejemplo, que este matrimonio tradicional vive en Detroit, Michigan, en lo que se conoce como el Medio Oeste de Estados Unidos. Es 1910, las fábricas de la Ford Motor Company se establecieron hace menos de una década y la ciudad comienza a posicionarse como uno de los centros industriales más importantes del país, para lo cual necesita un influjo importante de mano de obra. Grandes cantidades de inmigrantes provenientes principalmente de Irlanda, Italia, Polonia y Alemania han ido llegando al país desde mediados del siglo pasado. Así también, una gran cantidad de la población afroamericana que anteriormente habitaba el sur del país migra hacia el norte, no solo gracias al antiguo ferrocarril subterráneo que transportaba esclavos prófugos desde los estados esclavistas del sur hacia ciudades del norte, como Detroit, sino que también a causa de la victoria de los estados de la Unión durante la Guerra Civil o de Secesión. La ciudad entera es una amalgama de formas de vida tensionadas por este nuevo contacto.

Imaginemos que ella trabaja de taquígrafa para la compañía Ford y él como profesor de Leyes en la Universidad Estatal de Wayne. Son un matrimonio entrado en edad, prontos a jubilar, y sus hijas o hijos ya no viven en casa. Ella hace parte de uno de los varios clubes de mujeres que han comenzado a organizarse y aparecer en la ciudad desde hace unas décadas.

Junto a otras mujeres, ella ha impulsado labores hasta el momento ignoradas por la municipalidad o ayuntamiento, tales como labores de saneamiento, ornamentación y emplazamiento de parques de recreación y plazas públicas. Algo inquieto, él percibe sutilezas en el comportamiento de su esposa, cambios de actitud que en su mente colisionan con el carácter materno y privado, o privadamente materno, bajo el cual le había identificado. De pronto, ella le habla sobre la necesidad de recaudar fondos para jardines escolares y patios de recreo en la ciudad; sobre la indiferencia, o incluso el desprecio, de los hombres en los consejos municipales al escuchar las peticiones que les han hecho como club de mujeres; acerca de la huelga de trabajadores en la planta de ensamblaje automotriz que se avecina; acerca de la lástima que le da ver la forma en que la juventud desperdicia su vida emborrachándose y juergueando en el centro de la ciudad, y la rabia que siente hacia los despiadados propietarios que lucran con el vicio. ¿De dónde apareció esta apertura de mundo, que antes acababa para ella en el hogar y los límites de la familia? Sin embargo, debe terminar por reconocer que no es un cambio que solo ve en su esposa, sino en el mundo entero, incluso en el suyo propio.

Ella ha escuchado a otras mujeres hablar acerca del sufragio femenino en el club. Presumiblemente no son conversaciones muy extensas, ni tan importantes considerando las prioridades y actividades del club, pero no ha podido evitar notar que se han hecho cada vez más recurrentes. Nunca le prestó demasiada atención porque quizá la palabra voto y sufragio le sonaban mucho a esos asuntos de Estado que condujeron a la Guerra Civil, o a esas disputas entre hombres de negocios que hablan acerca de monopolios, regulaciones y competitividad, a esas engorrosas y enrevesadas litigaciones de las que escucha hablar a su marido y en las que se recrean escenas de severos jueces con peluca y martillo, o esos extraños eventos fuera del país, en Panamá, Filipinas o Cuba, que parecieran ser tan lejanos. Pero últimamente ha habido algunos sucesos en su entorno inmediato, en su comunidad, que le han hecho repensar el asunto del sufragio.

Le pregunta a su marido: «¿Cómo es posible que no exista un comité municipal dedicado a la planificación de parques recreacionales y áreas verdes? ¿Por qué no se destinan recursos al embellecimiento de la ciudad?». Su marido le contesta que no hay disposiciones en la legislación estatal que establezcan la creación de tal comité. «Bueno, y si no existen», le responde de vuelta, «¿por qué no crearlas?». Pero no se trata solo de bienestar y ornamentación urbana. A la pregunta «¿qué hay de esa pobre mujer a la que su hijo le vendió su casa, la misma casa en que le había criado, y se la llevó con él de vuelta al Oeste? ¿Cómo no hay leyes que la protejan a ella y su propiedad?», de respuesta obtiene: «Sucede que legalmente ella no está habilitada para ser propietaria». «Bueno, y qué me dices de aquella joven, a la que casaron con un joven que parecía ser buena persona, pero que resultó ser adicto a las apuestas y a la bebida, y que despilfarró la herencia de su esposa ¿Por qué los estatutos legales del país y del estado le prohíban divorciarse de él?», o quizás a propósito del malestar laboral bullendo en el país entero, «¿acaso no te parece que la legislatura estatal debiese escuchar a esas lavanderas que están todo el día y noche tosiendo por el vapor y los cambios de temperatura, y que piden que se les reduzca la jornada laboral?». Ante todas estas preguntas, y sin duda muchas otras, su marido, si acaso no decide terminar la conversación con un «es complicado», quizá le pregunta qué haría ella al respecto. Y de pronto surge la polémica: el tema del derecho de la mujer a votar.

Su marido entonces le hablaría acerca del impacto político, o tal vez del peligro político, que implicaría darles a las mujeres del país el derecho a votar. Porque, por un lado, no solo se abrirían las compuertas a que otras personas marginadas del sufragio reclamen un derecho a voto, sino que también cabría la posibilidad de que se armasen bandos y bloques de votantes. Con un paternalismo conservadoramente democrático le preguntaría a su esposa qué sucedería con la política nacional si acaso tuviera que enfrentarse a un voto italiano, polaco o irlandés, y su idiosincrasia católica tan distinta a la suya, o a un voto afroamericano, susceptible a toda clase de influencias e intereses dadas sus condiciones materiales y de analfabetismo. De qué forma votarían las mujeres, con qué fines, con qué intereses y cómo eso impactaría, por ejemplo, en la delicada posición internacional de los Estados Unidos en la política global.

Quizá entonces ella sentiría que el mundo se ha abierto feroz y abrumador, pero quizás también reconocería que ese mundo ya había llegado a Detroit y al resto de las ciudades del país, y que así también había llegado el momento de lidiar con sus complejidades. Antes que dejar que los hombres siguieran manejando los asuntos públicos desde la esfera política y relegarse nuevamente a la inmediatez del hogar, la casa o la cocina, tal vez era hora de cambiar esa misma esfera política de modo que los asuntos públicos se manejasen de otra forma. Quizá ella tenía algunas ideas de cómo cambiar lo que percibía como injusticias, y si acaso ella tenía ideas, de seguro muchas otras mujeres también.

La caracterización anterior está condenada a ser estrecha y puntual, cuando lo cierto es que este libro circuló por diversas realidades y entornos, no solo entre las clases medias, sino que también tanto entre mujeres pudientes como obreras. La difusión, al igual que hoy, era crucial para impulsar la causa detrás del sufragio femenino y, más allá de las urbes del Este, como Nueva York, Boston o Filadelfia, que contaban con periódicos y revistas sufragistas, se hacía apremiante que las mujeres pudieran conocer las realidades del resto de las mujeres organizadas del país, sus luchas y logros. Sin embargo, fueron precisamente las clases medias las que en esta época, conocida como Era Progresista, impulsaron grandes reformas en el país buscando dar solución a los estragos de la industrialización, la inmigración y la incipiente conformación de identidades de clase, las contradicciones entre corrupción y manejo estatal y la moral cristiana protestante de la cual gran parte de la población estadounidense era heredera en ese momento. La autora a ratos decide emplear sarcasmos e ironías como una manera de abordar y distender estas tensiones, cuidando de no alienar completamente a esta clase media reformista y sus inquietudes morales.

Hacia 1910, las agrupaciones de mujeres en Estados Unidos y ciertos países de Europa habían alcanzado un gran nivel de organización. Los clubes fueron un punto de partida, primero federándose y luego internacionalizándose, para posteriormente dar lugar a ligas y alianzas de consumidores y sufragistas, agrupaciones de asistencia social, sindicatos de mujeres, entre otras. Las estructuras legales y políticas iban quedando cada vez más atrás en relación al contexto social y económico. Las mujeres se habían involucrado de lleno no solo en el ámbito laboral industrial urbano, sino también en el hostil ambiente del poblamiento colono del oeste del país. Así también, participaban de la política pública local a través de las acciones de los clubes de mujeres. Las mujeres que habían logrado acceder a la educación superior universitaria pujaban por ampliar aquellos derechos educativos, apuntaladas por una generación de mujeres profesionales que aspiraban a otros futuros por fuera o en paralelo al matrimonio, la maternidad, o a los oficios designados para ellas por hombres.

El voto femenino se legisló a nivel nacional en Estados Unidos en 1920, diez años después de la publicación de este libro y 72 años después de la Convención de Seneca Falls, la cual había inaugurado un periodo de gran labor de organización, movilización y agitación en torno al sufragio y los derechos de la mujer.

II. Paralelismos con la historia de la organización de mujeres en Chile 1

En el capítulo introductorio, la autora menciona tres procesos cruciales que dan cuenta de la urgencia por reformar de manera profunda y sustancial el estatuto legal de las mujeres. El primero de estos es la masiva incorporación de mujeres dentro de la fuerza laboral industrial como mano de obra; el segundo es el fuerte incremento de divorcios; y el tercero es el creciente respaldo que había ido ganando la causa a favor del sufragio femenino.

Podemos identificar estos mismos procesos, considerados de forma general, operando en la historia social de Chile, en algunos aspectos semejantes y en otros completamente distintos. Por un lado, esto se debe a la estrecha relación que hubo entre las primeras organizaciones de mujeres y la Iglesia Católica, donde las acciones de socorro, carestía y educación estuvieron ligadas a reforzar un rol de mujer definido y alentado por aquella institución; y, por otro, a causa de las formas regulares e irregulares del trabajo en el país, y lo que se identifica como trabajo o no.

A comienzos del siglo XX emergieron numerosas organizaciones dedicadas a dar solución a las problemáticas nacidas a raíz de la creciente industrialización del país y la incorporación de la mujer dentro de la fuerza laboral industrial. En un comienzo, organizaciones como la Sociedad de Beneficencia de Señoras (fundada en 1856) y el Círculo de Mujeres del Instituto de Caridad Evangélica – Hermandad de Dolores (fundada en 1864), entre otras organizaciones de mujeres católicas, además de buscar incidir en la política nacional como una forma de mejorar las condiciones de vida de las clases bajas, buscaron maneras de combatir lo que veían como los riesgos de degradación moral causados por el ingreso de las mujeres al mundo laboral. Por ejemplo, la Liga de Damas Chilenas (fundada en 1915) participó activamente en la creación de sindicatos católicos de mujeres y en la capacitación y educación de mujeres en oficios considerados aptos para ellas. Buscando hacerle contrapeso al auge en la adhesión política de izquierda, bajo denominaciones socialistas, comunistas o anarquistas, las organizaciones de mujeres católicas buscaron simultáneamente reforzar el rol tradicional de la mujer como madre y esposa y atender las problemáticas laborales y sociales de la pujante clase obrera.

Desde la clase proletaria cabe destacar la formación de las Sociedades de Señoras y Socorros Mutuos a partir de 1887, junto con la fundación de la Sociedad de Obreras N°1 de Valparaíso, y la aparición de la Sociedad de Socorros Mutuos Emancipación de la Mujer y la Sociedad de Protección de la Mujer, ambas fundadas en Santiago en 1888. Si bien estas organizaciones no constituían entidades estrictamente políticas, centrándose sobre todo en el mutualismo y la asistencia social, sí operaron como plataformas reivindicativas. Durante esta época proliferaron las organizaciones sindicales en aquellos sectores de alta concentración de empleo de mujeres, como el sector textil y de vestuario, de calzado, procesamiento de alimentos y servicios de transporte y comunicación. A su vez, la aparición de los periódicos La Obrera y La Alborada en Valparaíso a finales del siglo XIX y comienzos del siguiente, así como La Palanca en Santiago, bajo la dirección de la Asociación de Costureras de Santiago, constituyeron órganos de difusión en los que se denunciaban abusos laborales y violencias contra las mujeres.

En paralelo a la afiliación partidista de las mujeres obreras nacieron organizaciones de trabajadoras más amplias y de afán reivindicativo, como lo fue la Gran Federación Femenina de Chile (1920) y la Federación Unión Obrera Feminista (1921).

El legado y la influencia católica en las reivindicaciones de las mujeres de todas las clases es fuertemente demostrado por el hecho de que en Chile el divorcio fue legalizado recién en el año 2004, a través de la Nueva Ley de Matrimonio Civil. Hasta ese momento, los estatutos del matrimonio y el divorcio eran determinados por el Derecho Canónico católico, el cual determinaba la validez o nulidad del vínculo o su posible disolución, y el Código Civil, que regulaba la propiedad y los bienes. En 1925 se modificó el Código Civil de modo que las mujeres solteras pudieran administrar sus propios bienes y que las mujeres participaran en igualdad de condiciones con respecto a la potestad sobre hijos e hijas. En 1943, de forma relativamente tardía, se establecieron las figuras de separación de bienes y participación en los bienes gananciales, las cuales eran regímenes maritales opcionales. Los asuntos patrimoniales dentro de un matrimonio fueron controlados casi exclusivamente por el hombre hasta 1989, cuando la Ley 18.802 modificó aquellas normas establecidas en el Código Civil.

En cuanto a la causa del sufragio, si bien comenzó a ganar fuerza en la primera mitad del siglo XX, ciertos sectores de mujeres organizadas de las clases altas, quienes ya contaban con vínculos políticos, culturales y sociales, habían estado pujando por su implementación desde la Independencia. Desde el conservadurismo se veía la posibilidad de legislar a favor del sufragio femenino como una manera de reforzar los valores católicos de la familia y el rol tradicional de la mujer. Por su parte, el anticlericalismo veía el sufragio femenino como una consecuencia de la gradual inserción y participación de la vida pública y cívica, algo que vendría de la mano del ansiado acceso a la educación de forma irrestricta.

En 1915 se fundaron el Círculo de Lectura, que cuatro años después se transformaría en el Consejo Nacional de Mujeres, y el Club de Señoras, organizaciones que hicieron del sufragio femenino su causa principal. A su vez, desde las organizaciones de mujeres obreras se promovía no solo la lucha por los derechos políticos ciudadanos de las mujeres, sino que también la lucha por la justicia social y los derechos laborales.

En 1922, el Consejo Nacional de Mujeres presentó un proyecto de ley al gobierno de Arturo Alessandri Palma que daría a las mujeres educadas (es decir, no a todas las mujeres) el derecho a votar en las elecciones municipales, sin embargo, fue rechazado por las cámaras legislativas. Esta visión condicional al voto se refleja en la postura del Partido Cívico Femenino, fundado ese mismo año, que abogaba por educar cívicamente a las mujeres antes de otorgarles el derecho a sufragar.

Durante la crisis del parlamentarismo, organizaciones de mujeres como el Movimiento Cívico Femenino, el Consejo Nacional de Mujeres y el Partido Demócrata Femenino participaron de la Asamblea Constituyente de Trabajadores Intelectuales, donde expresaron la necesidad de que la nueva constitución contemplase el derecho a voto femenino. Sin embargo, la Comisión Consultiva que redactó finalmente la Constitución de 1925, compuesta en su totalidad por hombres, no tomó en consideración ninguna de las sugerencias y propuestas hechas por la Asamblea Constituyente de Trabajadores Intelectuales. A raíz de este rechazo se conformó la Unión Femenina de Chile, de carácter marcadamente sufragista.

En 1933, Amanda Labarca, fundadora del Club de Lectura, junto con Elena Doll Buzeta y Felisa Vergara fundaron el Comité Nacional Pro Derechos de la Mujer, que debía encargarse de hacer lobby en el parlamento para que se aprobara la Ley de Sufragio Municipal. Al año siguiente lograron su objetivo, cuando a través del Decreto Ley N°5.357 se les permitía a las mujeres mayores de 21 inscribirse en los registros municipales, votar en dichas elecciones y también ser elegidas en tales cargos. A contar de 1934, con el nombramiento de Lily Wallace como alcaldesa de La Calera por Arturo Alessandri (reflejando la creciente colaboración entre organizaciones de mujeres y partidos políticos), y tras las votaciones municipales de 1935, una serie de mujeres fueron electas en cargos públicos municipales.

Tras numerosas promesas incumplidas y postergadas de parte de los dirigentes políticos, en 1949 se estableció el derecho de la mujer a votar en todas las instancias de sufragio. El contexto en el cual se legaliza este derecho da cuenta de la división o diferencia ideológica y de clase que acarreaban las organizaciones de mujeres, donde, por un lado, las agrupaciones que se adherían al Partido Conservador veían en el voto pleno la oportunidad para defender «los grandes principios cristianos, el resguardo de los derechos de la iglesia y la indisolubilidad del matrimonio», y, por otro, donde se había promulgado la Ley de Defensa de la Democracia, o «Ley Maldita», que proscribía la participación y existencia del Partido Comunista dentro de la esfera política nacional y con ello excluía a un grupo importante de mujeres organizadas que desde aquella plataforma habían luchado por cambiar los estatutos legales, sociales y económicos de la mujeres más allá de la mera reforma o del acceso a una ciudadanía encargada de mantener y revitalizar los roles maternales y familiares asignados a la mujer.

Ambas partes del prólogo finalizan con la consecución del derecho de la mujer al sufragio, dado que aquel fue el objeto y la causa fundamental detrás de la escritura del presente libro. Sin embargo, está de más decir que las reivindicaciones de mujeres y/o feministas han ido mucho más allá. La consecución del sufragio femenino fue la expresión tardía de los procesos de democratización en las sociedades industriales que pone de manifiesto la reacción y resistencia conservadora de la hegemonía y la forma en que un conjunto heterogéneo de ideologías e identidades pueden converger en la acción reformista o revolucionaria.

Tras la revuelta popular inaugurada el 18 de octubre de 2019 y la inmensa agitación que hemos presenciado desde el Mayo Feminista del año 2018, se inició un proceso constituyente que tomó la resolución de activar mecanismos democráticos a modo de abrir la posibilidad de abordar problemáticas de género que, desde la consolidación del sufragio femenino, han emergido o quedado pendientes. Si bien la derrota electoral de la propuesta constituyente se presenta como un obstáculo y un lastre para la institucionalización de soluciones a la persistencia de tales problemáticas, como lo son la brecha salarial, la valorización de las labores de cuidado, la asignación de género en las labores de cuidado, la violencia de género y, mucho más profundamente, las nuevas formas de hacer política nacidas de la reflexión en torno a la identidad de género que ha emergido a partir de los feminismos, la tremenda tracción de los procesos iniciados hace más de un siglo y medio por las organizaciones de mujeres rebasa toda contención y continuará exigiendo actualización.

Vicente Lane Río Blanco, 20222

1 La información incluida en esta sección fue recabada a partir del capítulo «Ensayos, aprendizajes y configuración de los feminismos en Chile: mediados del siglo XIX y primera mitad del XX», en Históricas. Movimientos feministas y de mujeres en Chile, 1850-2020 (LOM Ediciones, 2021).

2 Todas las notas al pie de página fueron elaboradas como parte de la edición crítica de este volumen, en un trabajo en conjunto entre Luz Ugarte y quien tradujo.

Introducción

No deseo excusarme por la osadía del título del presente libro. Me han comentado, no del todo en tono humorístico, que nunca es posible saber con certeza qué es lo que una mujer quiere y, por consiguiente, mucho menos lo que cualquier número de ellas quieren. La verdad es que concuerdo con la primera mitad de esta noción. En pocas ocasiones resulta realmente posible identificar cuáles son los anhelos, es decir, los ideales de un individuo cualquiera, sea este hombre o mujer. El individuo es complejo y extremadamente sujeto a cambios. Solo la masa es capaz de adquirir algo de consistencia. El hecho de que los anhelos de la masa de mujeres se encuentren velados por el misterio se debe únicamente a que hasta ahora a nadie le ha interesado lo suficiente como para reflexionar en torno a cuáles podrían ser.

Los hombres que apasionada y eternamente se interesan por La Mujer –una mujer a la vez– en pocas ocasiones se interesan siquiera superficialmente en las mujeres. Resulta curioso que, aunque deliberadamente ignorantes de las mujeres, argumenten que su ignorancia se debe a la inherente incognoscibilidad de aquel sexo.

Estoy convencida de que nos encontramos en un momento en que debe dejarse atrás esta actitud sensiblera y repleta de desprecio que la mitad de la población le ofrece a la otra mitad. Me parece que ha llegado la hora en que por conveniencia propia, de faltar algún otro motivo, la sociedad se verá obligada a examinar los ideales de las mujeres. A modo de respaldar esta opinión les pido tomar en consideración tres hechos, cada uno de ellos tan evidente que no harán falta más argumentos que los justifiquen.

El Censo de 1900 mostró que cerca de seis millones de mujeres en los Estados Unidos han trabajado fuera de sus hogares de forma asalariada. Entre 1890 y 1900, el número de mujeres que fueron empleadas en fábricas se incrementó más rápidamente que el número de hombres empleados en la misma área. Incluso se incrementó más rápidamente que la tasa de natalidad. En la actualidad, tan solo podríamos estimar el número de mujeres que trabajan de forma asalariada. Nueve millones sería un estimado bastante moderado. El hecho de que nueve millones de mujeres hayan abandonado el espacio tradicional del hogar y, en cambio, se encuentren compitiendo con hombres en el ámbito del trabajo remunerado, significa que estas mujeres están saliendo del control doméstico de sus padres y esposos. De seguro habría que admitir que este es el fenómeno económico más importante que se nos presenta en la actualidad.

En el transcurso de los últimos veinte años, no menos de 954.000 divorcios fueron concedidos en los Estados Unidos. Dos tercios de estos divorcios les fueron concedidos a esposas agraviadas. Pese a los anatemas de la Iglesia, a la tradición y a los preceptos inmemoriales, en desafío de la persistente amenaza del ostracismo social, y asumiendo, en la gran mayoría de los casos, la carga y responsabilidad de la autosuficiencia, más de seiscientas mujeres, en el corto lapso de veinte años, han repudiado el peso de tener que sobrellevar un matrimonio irreconciliable. No me cabe duda de que este es el fenómeno social más importante con el que hemos tenido que lidiar desde que se le puso fin a la problemática de la esclavitud.

Presenciamos el hecho de que no solo en Estados Unidos, sino que en todo país constitucional del mundo está ganando fuerza el movimiento que busca la completa equidad política entre mujeres y hombres. En un puñado de países las mujeres ya cuentan con derechos políticos plenos. Actualmente, en Inglaterra, la oposición está intentando formular los términos de su capitulación. En los Estados Unidos, el enemigo más feroz al que se enfrenta el movimiento reconoce que, en último término, es inevitable concederles derecho de sufragio a las mujeres. La fuerza de sufragio del mundo entero prontamente se duplicará y nada sabemos acerca de los intereses de su nuevo componente. ¿Hay alguien que acaso ponga en cuestión el hecho de que este es el fenómeno político más importante al que se enfrenta el mundo moderno?

Les he pedido tomar en consideración tres hechos distintos, cuando en realidad se trata de tres manifestaciones de un mismo fenómeno, el cual, a mi parecer, es el acontecimiento humano más importante que se nos haya presentado. Las mujeres han dejado de existir como una clase subsidiaria al interior de la comunidad. Ya no son completamente dependientes en términos económicos, intelectuales y espirituales de una clase dominante compuesta por hombres. Mientras que antes se tomaban la vida con una ingenuidad infantil, ahora la miran con el raciocinio de la mirada adulta. Actualmente las mujeres forman un nuevo grupo social diferenciado y hasta cierto grado homogéneo, incluso al punto de haber desarrollado una opinión conjunta y un ideal común.

Aquello me lleva, entonces, a considerar que prontamente la sociedad se verá obligada a examinar seriamente las opiniones e ideales de las mujeres. En tanto han encontrado expresiones colectivas, se va haciendo evidente que difieren radicalmente de las opiniones e ideales más generalizados entre los hombres. De hecho, es inevitable que así sea. Detrás de las diferencias entre los ideales de lo masculino y lo femenino yacen siglos de hábitos, deberes, ambiciones, oportunidades y recompensas distintas.

No dedicaré este espacio a esbozar un panorama general de cuáles han sido todas aquellas diferencias, ni a explicar el por qué de su existencia. Charlotte Perkins Gilman, en su escrito Women and Economics3, ya asumió esa tarea antes que yo –y, por lo demás, de forma tan prolija que no hace falta que nadie más lo vuelva a hacer–. Solo quiero señalar que, con el paso de los siglos, la diferencia en los hábitos de acción necesariamente da lugar a diferentes hábitos de pensamiento. Los hombres, acostumbrados a los hábitos del conflicto, la consecución de réditos materiales, recompensas inmediatas y tangibles, han llegado a creer que el conflicto no solo es inevitable, sino que también deseable; que lo único que vale la pena desear son las ganancias materiales y las recompensas físicas. En esta era mercantil, el conflicto se traduce en competencia empresarial y la recompensa llega en forma de dinero. Colectivamente, el hombre piensa en términos de ganancias o pérdidas monetarias, y pese a que lo haya intentado, aún no logra pensar en otros términos.

Se me viene a la mente cierto joven acaudalado, quien, cuando no se encuentra supervisando el funcionamiento de sus fábricas algodoneras en Virginia, le dedica su tiempo a las labores de ayuda comunitaria4 en la ciudad de Washington. Este joven acaudalado trabaja con dedicación por dicha comunidad. Cierto día le comentó a una connotada trabajadora social que se alojaba en su casa, que anhelaba la posibilidad de dedicarle su vida entera a la filantropía.

«Hay mucho de una carrera comercial que le resulta deprimente a una naturaleza solidaria», declaró. «Por ejemplo, no falla en deprimirme observar el efecto que las fábricas algodoneras tienen sobre las jóvenes que empleo. Del campo llegan lozanas, radiantes y ansiosas por trabajar. A los pocos meses puede que ya estén pálidas, anémicas y lánguidas. No es raro que alguna joven contraiga tuberculosis y muera antes de que uno se dé cuenta de su enfermedad. Se me aprieta el corazón que tenga que suceder así».

«Sospecho», dijo su huésped, «que algo debe andar mal con sus fábricas ¿Se ha asegurado de tenerlas lo suficientemente ventiladas?».

«Están lo más ventiladas posible dentro de lo que nos podemos permitir», dijo el joven empresario. «Por supuesto, entenderá que no podemos mantener las ventanas abiertas».

«¿Por qué no?», quiso saber la visitante.

«Bueno, pues porque en nuestras fábricas hilamos fibras tanto blancas como negras, y si mantuviéramos las ventanas abiertas, las pelusas de las fibras negras caerían sobre las fibras blancas y lo estropearían todo».

Su huésped tuvo una súbita visión en la que aparecía un bullicioso galpón de fábrica. En él traquetean incesantemente las máquinas y apesta a los hedores del sudor y los aceites cálidos. Su atmósfera se encuentra oscurecida por las pelusas de algodón suspendidas en el aire, las cuales terminan por caer sobre las trabajadoras como una nieve mortal que va acumulándose en sus vías respiratorias.

«Pero», exclamó, «¿acaso no puede tener dos galpones: uno para el hilo blanco y el otro para el hilo negro?».

El joven acaudalado negó con la cabeza, tomando la expresión de quien se encuentra profundamente apenado.

«La verdad es que no», contestó, «no podemos permitírnoslo. El negocio no lo aguantaría».

Esta anécdota se presenta como un ejemplo ilustrativo de la actitud social de la mayoría de los hombres. A su vez, es cierto que no pueden ser enteramente responsabilizados por ello. Sus mentes funcionan automáticamente de ese modo. Poseen impulsos grandes y generosos, sus corazones son susceptibles a la más tierna de las compasiones y a menudo les embarga una visión de hermandad y solidaridad humanitaria, pero el hábito, el viejo hábito, siempre interviene a tiempo para salvarle al negocio la pérdida de unos cuantos dólares en ganancias.

Hace tres años, Chicago se encontraba en vísperas de una de sus «cruzadas contra el vicio», de las cuales hablaremos con mayor detalle más adelante. En los periódicos se habían publicado varios artículos sensacionalistas afirmando que no menos de cinco mil jóvenes judías vivían de forma indecorosa, información que fue recibida con horror por la población hebrea de la ciudad. Una reunión de influyentes hombres y mujeres fue convocada en la biblioteca jurídica de un reconocido jurista y filántropo. A dicha reunión fueron invitados los y las representantes de los centros comunitarios judíos de la ciudad, y en calidad de invitada de uno de estos centros tuve el privilegio de estar presente.

Se pregonaron una multitud de elocuentes discursos y se esbozó un sofisticado plan de investigación y socorro. Finalmente llegó el momento en que hubo que discutir la manera de proceder y los medios a emplear. El directivo a cargo dio inicio a esta fase de la reunión con una sonriente franqueza. «Deben comprender, damas y caballeros», comenzó, «que nos hemos propuesto una campaña bastante ambiciosa y me temo que así también bastante costosa».

Al escuchar aquello, un hombre de mediana edad y particularmente solemne se puso de pie y con una emoción que le hacía temblar la voz, dijo: «Señor director, damas y caballeros de esta reunión, ciertamente este no es el momento para fijarse en gastos. Si las hijas de Israel están en peligro de perder su pureza inmemorial, los hijos de Israel deben estar dispuestos, sino acaso impacientes por rescatarles, independiente del costo que aquello pueda implicar. Permítanme, y es mi privilegio y honor, ofrecer a modo de contribución para solventar los gastos preliminares de esta campaña, un cheque por diez mil dólares».

Se volvió a sentar en medio del leve y cordial aplauso que recorría la sala. Le pregunté entre susurros a la dirigente del centro comunitario que me había invitado a asistir acerca de la identidad de aquel generoso contribuyente.

«Ese caballero», me contestó en voz baja, «es propietario de una de las grandes tiendas de compra por correo más importantes de Chicago». Suspiró profundamente y añadió: «Durante la primera semana en que se esparció el pánico5, dicha tienda despidió, sin previo aviso, a quinientas jóvenes».

Estos ejemplos ilustrativos del proceso de raciocinio de los hombres se ofrecen sin el más leve rencor. Meramente los menciono a fin de explicar con claridad los hábitos de pensamiento de las mujeres.

Las mujeres, desde que la sociedad se constituyó como un cuerpo organizado, han estado involucradas en la crianza de niños y niñas, y en parir. Han armado el hogar, han cuidado de los que enferman, se han puesto al servicio de los ancianos y han dado a los pobres. El destino universal de la masa de mujeres les ha entrenado y curtido en las prácticas de alimentar y vestir, inventar, elaborar, construir, reparar, idear, conservar y economizar. Han vivido vidas de permanente servicio al interior de los estrechos confines del hogar. Han regalado su trabajo a aquellos que aman y la retribución que han esperado a cambio ha sido de carácter meramente espiritual.

Con el paso de mil generaciones de servicio íntimo, cariñoso y no remunerado, se debe haber instalado un fuerte hábito mental. Las mujeres, al emerger de la reclusión de sus hogares y al comenzar a sumergirse en los flujos del mundo, al ser arrojadas a hacerse cargo de sus propias finanzas, se encontraron de súbito haciendo parte del estamento de los productores, los asalariados; cuando dejó de estarles vedada la ilustración de la educación, cuando sus responsabilidades dejaron de ser exclusivamente domésticas y pasaron a ser sociales, cuando, en resumidas cuentas, las mujeres comenzaron a pensar, naturalmente pensaron en términos humanos. Aunque lo hubiesen intentado, no hubiese podido ser de otra forma.

Es cierto que podrían haberlo aprendido. En ciertas circunstancias, las mujeres podrían haber sido persuadidas a adoptar un hábito mental de cariz comercial. Pero las circunstancias eran precisamente las propicias para estimular el antiguo hábito mental de la mujer volcado hacia el servicio. La mujer moderna, pensante, organizadora e independiente emergió en un mundo que va perdiendo la fe en el ideal mercantil y que se esfuerza por colocar en su lugar un ideal social. Llegó a formar parte de una generación que le tiende apasionadamente las manos a la democracia. Se une a una nación que está cansada de guerras y odios, exasperada por la codicia y los privilegios, achacada por la pobreza, la enfermedad y la injusticia social. La mujer moderna y autónoma aceptó sin dificultad alguna estos nuevos ideales dedicados a la democracia y al servicio social6. Donde los hombres apenas podían hacer más que teorizar en torno a estos asuntos, las mujeres se encontraban rápidamente dispuestas a actuar, y a hacerlo de forma efectiva.

Espero que no se sospeche de estar adscribiéndoles a las mujeres una superioridad moral fundamental o inherente. Las mujeres no son mejores que los hombres. En tanto era lo que podían tomar, las mujeres simplemente aceptaron la investidura de la superioridad moral que les fue impuesta como sustituto de una equidad intelectual. Se sacudieron aquella investidura de encima tan pronto esta dejó de ser necesaria.

El que la masa de mujeres se encuentre invariablemente del lado de los nuevos ideales no es evidencia alguna de su superioridad moral frente a los hombres, es simplemente evidencia de su despertar intelectual.

Los visitantes de las ciudades y pueblos del Oeste del país a menudo se sorprenden, y en gran medida encuentran curiosamente peculiar que las calles de Nueva York y otras ciudades del Este no sean más que pequeñas y estrechas vías, accidentadas y viejas, por donde macilentos caballos tiran de coches que se caen a pedazos. El que llega del Oeste afirma que en ningún lugar del Este se podría encontrar un tranvía que fuese equiparable en comodidad y elegancia a los carros recientemente instalados en su pueblo de Michigan, Nebraska o Washington.

«Recientemente instalados». Ahí lo tienen.

La ciudad del Este conserva sus coches a caballo y sus anticuados coches eléctricos simplemente porque ya los tiene y porque existe una multitud de dificultades al siquiera pensar en reemplazarlos. Para reemplazarlos deben caducar o, de lo contrario, adoptar reformas que desplacen los viejos privilegios; las corporaciones deben ser persuadidas u obligadas; deben superarse los obstáculos de la codicia y la corrupción; tremendas cantidades de dinero deben ser puestas a disposición; toda una maquinaria debe ser echada a andar desde el gobierno municipal a fin de que una ciudad vieja y ya establecida pueda cambiar su sistema de transporte.

En el Oeste, las personas de un pueblo recién establecido se ven obligadas a trasladarse a pie hasta que aquel pueblo adquiera cierto tamaño y un nivel de prosperidad adecuado. Luego se instalan los tranvías eléctricos y, por supuesto, compran los modelos más nuevos y modernos que haya disponibles.

En términos prácticos, a los hombres les resulta difícil adoptar nuevos ideales sociales, en la medida que sus mentes están atiborradas de viejas tradiciones, recuerdos heredados y desgastadas teorías de jurisprudencia, gobierno y manejo social. No serían capaces de deshacerse de todo aquello a la vez. Han empleado estos modos durante tanto tiempo, les han resultado tan convenientes, tan satisfactorios, que incluso cuando les muestras algo evidentemente mejor, solo en parte son capaces de comprenderlo e incorporarlo.

Las mujeres, por otro lado, cuentan con muy pocas antigüedades de las que deban deshacerse. Hasta hace poco sus mentes, exiguamente provistas de unas pocas preferencias y prejuicios personales, se encontraban completamente vacías de ideales comunitarios o de cualquier teoría social. Llegado el momento en que se vieron en la necesidad de adoptar una teoría social, simplemente fue natural que escogieran la más moderna, la más progresista, la más idealista. Tomaron aquella decisión de forma inconsciente y comenzaron a poner en práctica de forma casi automática su teoría recién descubierta. La maquinaria que emplearon para aquello fueron los ampliamente ridiculizados, incomprendidos y despreciados clubes de mujeres7.

3 Charlotte Perkins Gilman (1860-1935) fue una prominente escritora y activista de reformas sociales. Su estudio Mujeres y la Economía, publicado en 1889, revisa las relaciones económicas entre hombres y mujeres como factor de cambio social.

4 El movimiento reformista de los ‘settlement’ buscaba disminuir la brecha social mediante la instalación de centros comunitarios en barrios precarizados, donde residían voluntarios de clase media que prestaban diversos servicios al vecindario, sobre todo relativo a la educación, los cuidados básicos y la salud.

5 El Pánico de 1907 fue una severa crisis financiera provocada por el desplome de la bolsa de valores de EE.UU., luego de que numerosos bancos y sociedades comenzaran a retirar sus fondos de los bancos neoyorkinos a causa de una maniobra de acaparamiento bursátil fallida. Como resultado de la crisis finalmente se creó la Reserva Federal como banco central del país.

6 Actualmente se define como «Era Progresista» al periodo entre 1896 y 1916 en la historia de Estados Unidos en la que un amplio sentimiento de reforma se extendió principalmente entre las clases medias del país, particularmente entre las mujeres. Sus propulsores y propulsoras buscaron dar solución a las problemáticas relativas a la industrialización, urbanización e inmigración, reformar los sistemas educativos y administrativos, y apoyar la denuncia a la corrupción política. La autora hace parte de un movimiento de periodistas y escritores dedicados a la denuncia y la crítica social denominados posteriormente como muckrackers, o aquellos que rastrillan en el fango, en alusión a su afán por denunciar prácticas corruptas y mafias, y a su labor de agitación en torno a la prostitución, la explotación infantil, la precariedad de la vida urbana y las peligrosas condiciones laborales.

7 Asociaciones de mujeres que se reunían periódicamente a discutir temáticas de arte y cultura. A comienzos del s. XX, junto con lo que se conoce como la Era Progresista en EE.UU., hubo un importante auge en la cantidad de clubes de mujeres, tanto recién fundados como provenientes de organizaciones de mujeres previamente establecidas. Fueron tomando un cariz cada vez más social, y su activismo e incidencia fue crucial para conseguir finalmente el sufragio universal, entre otros grandes avances sociales.