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Buenos Aires ya no es la misma. Un cierre de una historia atravesada por la amistad, la pérdida y el amor. Pero sobre todo, el final de un ciclo donde la tecnología –esa promesa de futuro que tantas veces se convirtió en amenaza– muestra su último episodio. Tras años viviendo en Europa, Álvaro regresa a Buenos Aires arrastrando un equipaje invisible de recuerdo, pérdidas y decisiones inconclusas. La ciudad lo recibe con un pulso distinto al que dejó, pero aún capaz de despertar en él la nostalgia y las viejas heridas. Entre reencuentros con amistades desdibujadas, amores que parecían enterrados y un presente urbano que late acelerado. En una urbe donde cada esquina le devuelve un reflejo distinto de sí mismo, su regreso se convierte en un viaje íntimo de reconocimiento y ajuste de cuentas con el pasado. Lo que parecía un simple retorno, se transformará en la más compleja de sus travesías. Porque lo que pasó en Madrid, París y Buenos Aires no es solo un hecho. Es una historia que sigue latiendo. Y nadie puede apagarla ya.
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Seitenzahl: 87
Veröffentlichungsjahr: 2025
ANDRÉS G. FERRI
Andrés G. Ferri Lo que pasó en Buenos Aires : episodio 3 / Andrés G. Ferri. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6781-9
1. Novelas. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
© Andrés G. Ferri
Todos los derechos reservados.
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.
Edición Digital – Octubre 2025
Prólogo
Capítulo 1 - Volver
Capítulo 2 - Semillas
Capítulo 3 - El algoritmo del caos
Capítulo 4 - El archivo adjunto
Capítulo 5 - Lo que no se dijo
Capítulo 6 - Coordenadas nuevas
Capítulo 7 - El tablero invisible
Capítulo 8 - La amenaza fantasma
Capítulo 9 - Dos modelos de Ciudad
Capítulo 10 - Lo que hicimos en silencio
Capítulo 11 - El día que no dormimos
Capítulo 12 - Lo que quedó en pie
Capítulo 13 - La propuesta inesperada
Capítulo 14 - Bogotá, la prueba de fuego
Capítulo 15 - El primer viaje
Capítulo 16 - El algoritmo que no quiere ver
Capítulo 17 - El error necesario
Capítulo 18 - El disparo que no suena
Capítulo 19 - La oferta que no esperaba
Capítulo 20 - Lo que no estaba escrito
Capítulo 21 - El lugar que no se parece a nada
Capítulo 22 - Volver sin respuesta
Capítulo 23 - No somos una empresa
Capítulo 24 - El que volvió
Capítulo 25 - Lo que no se calculala
Capítulo 26 - Sala de los casos
Capítulo 27 - Lo que pasó con Nico
Capítulo 28 - El último archivo
Epílogo - La puerta entreabierta
A todos los lectores que se apasionaron con esta saga.
Volver no siempre es regresar al mismo lugar.
A veces, volver es llegar por primera vez a lo que uno realmente es.
Cuando Álvaro G. Guerra pisa nuevamente Buenos Aires tras años en Europa, no lo hace buscando refugio ni celebrando una victoria. Vuelve con algo más complejo: una idea. Una convicción. Y una deuda con la ciudad que lo formó, lo empujó y, en parte, lo exilió.
Este libro comienza ahí, en ese instante frágil donde el pasado y el futuro se cruzan.
No es una historia sobre tecnología. Es una historia sobre decisiones.
Sobre qué hacemos con lo que aprendemos cuando ya no tenemos a quién rendirle cuentas.
Sobre cómo liderar sin dominar.
Y sobre cómo dejar una marca sin convertirnos en dueños del camino.
A lo largo de estas páginas, lo veremos construir una red, una empresa, un movimiento.
Amar. Dudar. Soltar.
Y, finalmente, confiar.
Porque lo que pasó en Buenos Aires no terminó cuando Álvaro volvió.
Recién estaba empezando.
Y lo que vendrá –como toda ciudad que respira– será impredecible, imperfecto y, quizás, profundamente humano.
El vuelo AR1133 de Aerolíneas Argentinas había despegado a las 20:10 de Barajas, Madrid. El avión aterrizó a las 3:55 en la mañana del día siguiente. Era invierno en Buenos Aires, pero el cielo ya estaba claro. Álvaro Guerra apoyó la frente contra la ventanilla y miró cómo la pista pasaba de largo. Le costaba pensar que ese momento finalmente había llegado. Atrás quedaban cinco años de vida europea: Madrid, París, las plazas, los cafés, las noches sin final y los días de trabajo que lo habían transformado.
Revisó por última vez el interior de su mochila. Pasaporte, celular, una libreta negra donde todavía escribía a mano cuando algo lo sacudía. Cerró la cremallera y esperó que abrieran las puertas. Fue uno de los primeros en bajar. Caminó por el finger con una mezcla extraña de ansiedad y paz. Volver no era retroceder, pensó. Volver era plantarse con otra mirada, con otro peso. Ahora era dueño de su tiempo, de sus decisiones, y esa tierra que dejaba atrás como estudiante, ahora lo recibía como hombre.
El hall de Ezeiza tenía ese aroma que no podía explicarse: una mezcla de café, valijas viejas y humedad. Álvaro reconoció el lugar, aunque todo estuviera distinto. Más moderno, más limpio, menos caótico. Pero la esencia estaba. Las familias amontonadas en la espera, los abrazos largos, las lágrimas sin pudor. Caminó derecho hacia la salida sin detenerse a mirar los locales. Tenía tres valijas y un objetivo claro: empezar de nuevo sin empezar de cero.
Afuera lo esperaba el Uber que había contratado desde Europa. Era un gesto simple, casi innecesario, pero que quería permitirse. Subió al auto, indicó dirección y bajó la ventanilla apenas. El aire frío del sur le golpeó en la cara. Cerró los ojos. Olía a eucalipto, a tierra mojada y a nostalgia.
—A la casa de mis padres, en Belgrano R –dijo en voz baja.
La casa seguía en pie. Blanca, con persianas de madera, dos plantas y un jardín al frente que su padre seguía regando cada mañana como un ritual. Álvaro bajó del auto y no tocó el timbre. Abrió con su propia llave, la que había guardado todos esos años.
—¿Hola? –dijo desde el hall, con voz trémula.
Su madre apareció desde la cocina con un repasador en la mano. Tenía el mismo gesto de siempre, mezcla de amor y control. Lo abrazó sin decir palabra. Después apareció su padre, más encorvado, pero con la misma energía y ese humor cálido de siempre.
—Así que volviste de verdad, che –dijo mientras lo abrazaba fuerte.
Pasaron la mañana en la cocina. Mate, medialunas, y un sinfín de anécdotas contadas con desfase de tiempo. Álvaro evitó hablar de sus proyectos. Solo escuchó. Necesitaba aterrizar emocionalmente antes de ponerse en marcha. Más tarde llamé a mi hermano y quedamos en encontrarnos en la próxima semana.
A media tarde, salió a caminar por el barrio. Cada esquina tenía su propia memoria. El quiosco donde compraba figuritas. El club donde jugaba al básquet. La parada del 113. Todo estaba ahí, pero todo era distinto. Como él.
Esa misma semana compró dos departamentos: uno en Palermo Chico, donde pensaba vivir, y otro en Belgrano, como inversión. No quiso casas ni zonas privadas. Quería la ciudad de verdad, con ruido, con movimiento, con cafés de esquina y vecinos que saludan desde el ascensor.
Eligió Palermo por su mezcla: un poco de arte, un poco de hipsterismo, un poco de desorden. Desde su balcón veía árboles, calles tranquilas, y sentía que podía empezar.
Dedicó los días siguientes a reacondicionar el espacio. Contrató a una arquitecta joven que conoció por Instagram. Ella captó la esencia rápidamente: sobriedad, tecnología y calidez. Un hogar que no parecía un decorado, pero llevaba su buen gusto que lo caracterizaba.
El sábado por la noche, organizó un reencuentro. No quería nada formal. Simplemente mandó un mensaje: “Estoy en Buenos Aires. El que quiera, se pasa el sábado por casa. Cerveza, fernet y picada”. El grupo de amigos, disperso por los años, fue cayendo uno a uno. Algunos con hijos, otros con historias nuevas, muchos con canas que ya no ocultaban.
—¿Y entonces? ¿Qué hacés ahora? –le preguntó Tomás, su amigo del secundario.
—Estoy armando algo… una empresa de inteligencia artificial.
—¡Ah, tranquilo! –dijo otro, riéndose.
—No, en serio. Voy a arrancar desde acá. Siento que llegó el momento.
Hubo bromas, recuerdos y miradas que decían más que las palabras. Álvaro se sintió en su lugar. No por la nostalgia, sino porque finalmente estaba listo para ser parte del presente de Buenos Aires, no solo de su recuerdo.
Cerca de la medianoche, cuando ya quedaban solo tres en el balcón, uno le preguntó:
—¿Por qué volviste de verdad?
Álvaro se quedó en silencio unos segundos.
—Porque me di cuenta de que todo lo que aprendí allá, lo quiero aplicar acá. Quiero dejar algo en este lugar. Ya no quiero solo mirar. Quiero hacer.
Y en ese momento, Buenos Aires pareció asentir desde su bullicio constante.
El lunes siguiente a la reunión con sus amigos, Álvaro se despertó temprano. El aire de Buenos Aires tenía esa particular energía de las ciudades que nunca descansan del todo. Se preparó un café fuerte y lo tomó en el balcón, mirando cómo la ciudad se desperezaba entre bocinazos, barrenderos y colectivos que ya venían llenos.
Había tomado una decisión clara: quería que su empresa se instalara en el Distrito Tecnológico de Parque Patricios. No solo por los beneficios fiscales, sino porque le gustaba la idea de construir algo desde donde no todos empezaban. Quería estar cerca del talento joven, de la ciudad real, no solo del espejismo corporativo.
Al mediodía ya había firmado un contrato de alquiler por un edificio de cuatro plantas. Antiguamente había sido un depósito; ahora, techos altos, paredes de ladrillo a la vista y ventanales enormes daban carácter a cada nivel. Desde la planta baja hasta el último piso, imaginó escritorios, pantallas y conversaciones. Un verdadero laboratorio humano y digital, distribuido en vertical, donde cada piso tendría su propia energía, su propio pulso.
Bautizó su empresa como “Intelligence AR”. Le gustaba el término AR porque le recordaba que era argentino y también porque hablaba de conexiones: entre datos, entre personas, entre países, entre lo que era y lo que podía ser.
La primera en sumarse fue Paula Medina, una ingeniera en sistemas que había conocido virtualmente durante una conferencia sobre ética en IA. Ella vivía en Rosario, pero no dudó en mudarse a Buenos Aires apenas escuchó la propuesta.
—Quiero estar en el lugar donde pasan las cosas –le dijo, sin rodeos.
Paula no era solo técnica. Tenía visión, sensibilidad política, y una forma de pensar la tecnología que iba más allá de lo funcional. Juntos armaron los primeros lineamientos: no querían una empresa de servicios. Querían desarrollar soluciones inteligentes para problemas reales, locales.
Luego se sumaron Lucas, un diseñador UX que venía de trabajar en una fintech; Ernesto, un matemático introvertido que Álvaro conoció en la universidad durante una charla; y Marisol, licenciada en comunicación, con una mirada afinada para traducir lo técnico en narrativas accesibles.
