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Después del caos en el aeropuerto de Barajas, Álvaro G. Guerra, un desarrollador argentino radicado en España, es convocado por el gobierno francés para resolver un problema que desborda fronteras: el colapso provocado por el exceso de equipaje de mano en los vuelos europeos. París lo recibe con oportunidades, presiones y una ciudad que, entre algoritmos y estaciones de tren, lo empuja a mirar de frente su propia historia. Mientras diseña un sistema de inteligencia artificial que revoluciona el tráfico aéreo, Álvaro se ve envuelto en tensiones políticas, intereses corporativos y un triángulo emocional inesperado que lo obliga a elegir qué desea conservar… y qué está dispuesto a soltar. Entre estaciones, pasillos y camas compartidas, Lo que pasó en París —secuela de Lo que pasó en Madrid— es una historia sobre el poder, la tecnología, y la necesidad profundamente humana de quedarse cuando el mundo insiste en moverse.
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Seitenzahl: 82
Veröffentlichungsjahr: 2025
ANDRÉS G. FERRI
Andrés G. Ferri Lo que pasó en París : episodio 2 / Andrés G. Ferri. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6780-2
1. Novelas. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
© Andrés G. Ferri
Todos los derechos reservados.
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.
Edición Digital – Octubre 2025
Prólogo
Capítulo 1 - Un correo desde París
Capítulo 2 - El equipo invisible
Capítulo 3 - Bajo las luces de Montmartre
Capítulo 4 - Ruido blanco
Capítulo 5 - Antoine
Capítulo 6 - Charles de Gaulle
Capítulo 7 - Dentro del error
Capítulo 8 - No dicho
Capítulo 9 - Versalles
Capítulo 10 - Ruido de fondo
Capítulo 11 - Bajo los puentes
Capítulo 12 - Viernes perfecto
Capítulo 13 - Visitantes de Frankfurt
Capítulo 14 - Escalar sin romper
Capítulo 15 - Una valija fuera de sistema
Capítulo 16 - Y aparecieron
Capítulo 17 - En el ojo del huracán
Capítulo 18 - Dudar desde adentro
Capítulo 19 - Bruselas, sin retorno
Capítulo 20 - Lo que no se dice, arde
Capítulo 21 - El precio de lo no dicho
Capítulo 22 - Algo que todavía puede nombrarse
Capítulo 23 - El ojo de la tormenta
Capítulo 24 - Recuperar el aire
Capítulo 25 - Lo que queda cuando el ruido baja
Capítulo 26 - Lo que empieza sin decirse
Capítulo 27 - Lo que quieren quitarte
Capítulo 28 - La sala de los que deciden
Capítulo 29 - Todo lo que no se lleva el tren
A todos aquellos que hicieron que
“Lo que pasó en Madrid”,
sea un éxito.
Uno no sabe cuándo empieza a irse de los lugares.
A veces es cuando cierra la puerta.
A veces mucho antes.
A veces después.
Después de Madrid, juré que no me volvería a perder en nada que no pudiera medir con la razón.
Había amado. Había trabajado. Había ganado. Y también perdido.
Me creí listo para lo que siguiera.
Pero París no pidió permiso.
Llegó con una bandeja de problemas técnicos, vuelos atrasados y un correo sin firma del Ministerio de Infraestructura de Francia.
Una excusa perfecta para volver a hacer lo que mejor sé: resolver sistemas rotos.
Solo que esta vez, el sistema era el mundo.
Y el mundo —lo supe pronto— se parece mucho a un corazón que nadie quiere despachar.
Esto no es una historia de éxito.
Tampoco una de derrota.
Es lo que quedó después de dejar Madrid atrás.
Y descubrir que hay ciudades que no se visitan:
se sobreviven.
—Álvaro G. Guerra
El sol entraba oblicuo por las ventanas del pequeño estudio en Gràcia. Álvaro ya no vivía en Madrid. Había pasado casi un año desde aquel invierno que lo marcó para siempre. Ahora, lejos del vértigo emocional y profesional que lo devoró en Barajas, había elegido Barcelona. Una ciudad con otro ritmo, más ligera, más suya, aunque aún no del todo. Vivía solo. Volvía tarde. Trabajaba mucho.
El apartamento no tenía lujos, pero tampoco le faltaba nada. Una mesa con dos sillas escandinavas, una cafetera italiana sobre la cocina eléctrica, y una biblioteca baja con libros que nunca terminaba. Su computadora portátil, siempre abierta, descansaba sobre una pila de informes técnicos. Era lunes y el aire olía a café recién hecho.
Estaba respondiendo un correo de un colega argentino cuando lo vio. Un nuevo mensaje, sin asunto, remitente desconocido:
Lo abrió sin pensar.
Estimado Señor Álvaro G. Guerra,
Mi nombre es Frédéric Boulanger, Ministro de Infraestructura y Transporte de la República Francesa. Me disculpo por la falta de presentación previa, pero su nombre ha sido mencionado con énfasis en una reciente reunión del consejo europeo de movilidad aérea.
El caos operativo generado por el exceso de equipaje de mano en los aeropuertos se ha convertido en un asunto crítico. Madrid ha sido uno de los puntos de referencia en este colapso. Sin embargo, también fue allí donde usted impulsó —según tengo entendido— un análisis de flujos de pasajeros mediante inteligencia artificial que logró una mejora temporal significativa.
Nos gustaría saber si estaría dispuesto a considerar una colaboración directa con nuestro equipo en París. Creemos que su enfoque puede ser clave para una solución estructural a nivel continental.
Dejaré que lo valore en sus tiempos. Si le interesa, adjunto el número cifrado de contacto directo de mi oficina. París lo espera.
Veuillez recevoir, Monsieur, mes salutations distinguées.
Frédéric Boulanger
Ministre des Infrastructures
Gouvernement de la République Française
Álvaro leyó el correo tres veces. Se quedó quieto, sin parpadear. La primera reacción fue la incredulidad. La segunda, una oleada tibia de reconocimiento, de que alguien allá afuera aún recordaba su trabajo. La tercera, una punzada seca de sospecha: ¿por qué él?, ¿por qué ahora?
Volvió a leer el nombre: Frédéric Boulanger. Lo googleó. Ministro desde hacía apenas seis meses. Ingeniero civil, doctorado en MIT (Massachusetts Institute of Technology), reputación de disruptivo, pragmático, obsesionado con optimizar sistemas complejos. Eso tenía sentido.
Apoyó la espalda en la silla y cerró los ojos. Lo último que había imaginado era volver a involucrarse en algo de ese calibre. Después de Madrid —del amor, del derrumbe, del escándalo— se había jurado una pausa. Pero los correos como ese no llegan dos veces.
Encendió un cigarrillo. Hacía meses que no fumaba, pero algo de ese correo lo llevaba de vuelta a la vieja versión de sí mismo: el analista brillante, sí, pero también el que se metía en zonas oscuras sin red.
Caminó hasta la ventana. Desde allí se veía la calle Verdi, con sus panaderías, sus turistas en sandalias, sus ciclistas con cascos fluorescentes. Barcelona lo contenía, pero no lo desafiaba. En cambio, París… París era otra cosa.
Abrió el archivo adjunto. Era una presentación breve. Cuatro diapositivas, en francés técnico. Un gráfico de flujos: 72% de los pasajeros europeos intentaban evitar el despacho de equipaje. Una simulación: colapso de puertas de embarque en horarios pico. Un dato demoledor: el tiempo promedio de embarque se había duplicado en cinco años. Las aerolíneas estaban al borde del colapso operativo. Había aeropuertos donde el 40% del personal trabajaba exclusivamente resolviendo conflictos con pasajeros por sus carry-on.
Madrid, Roma, Frankfurt, Barcelona. Pero especialmente Madrid. “Barajas es el corazón del problema”, decía una línea subrayada en rojo. Y ahí, en una esquina del slide, su nombre: Análisis de comportamiento predictivo, implementación piloto de IA – Álvaro Guerra (2024).
Cerró el archivo. Terminó el cigarrillo. Miró el reloj: 10:08.
Tomó el móvil. Respiró hondo.
—Diga —respondió una voz femenina al otro lado del cifrado cuando marcó el número francés.
—Soy Álvaro Guerra. Recibí el correo del ministro. Estoy… interesado.
Hubo un segundo de silencio.
—Merci, monsieur Guerra. El ministro esperaba su llamada. ¿Puede estar en París esta misma semana?
Álvaro no dudó.
—Puedo estar mañana.
El vuelo llegó puntual a París-Orly. Álvaro, con su mochila negra colgada al hombro, se sentía como un infiltrado en una ciudad que lo miraba de reojo. Era verano, pero el cielo estaba cubierto de nubes bajas y el aire tenía ese olor eléctrico que anuncia tormenta. A pesar de eso, París se sentía viva. En las calles, en los cafés, en las bocas del Metropolitan donde el mundo bajaba y subía sin detenerse jamás.
Un chofer lo esperaba con un cartel que decía simplemente: A. GUERRA. El trayecto fue breve. Pasaron por las orillas del Sena, atravesaron el Louvre, y se adentraron en una zona moderna y de líneas limpias cerca de La Défense, que es uno de los distritos de negocios más importantes de toda Europa situado al oeste de París, donde se encontraba la sede temporal del Ministerio de Infraestructura. En el ascensor de vidrio, Álvaro observó desde el piso veinte cómo París se desplegaba bajo sus pies como una maqueta brillante y desordenada.
Al llegar a la oficina, lo recibió una mujer joven de rostro serio y movimientos precisos. No tenía más de treinta años.
—Bonjour. Soy Élodie Laurent, asesora técnica del ministro —dijo, tendiéndole la mano con firmeza—. Estás con nosotros ahora. Pasá, el equipo ya está reunido.
La sala de reuniones tenía ventanales del piso al techo y una mesa de roble ovalada, parecía un espacio diseñado para fomentar la colaboración y la productividad, utilizando tecnología avanzada y un diseño que promueve la interacción y la comodidad. Se apreciaban sistemas de videoconferencia, pantallas interactivas, conectividad wifi de alta velocidad, y sistemas de audio de alta calidad para facilitar la comunicación y el intercambio de información. Dentro había cuatro personas, además de Élodie. Jóvenes, todos. Álvaro sintió por primera vez que entraba a un espacio distinto. No era una oficina pública tradicional, que se había imaginado. Aquello tenía algo de laboratorio, de célula de élite.
—Chicos, este es Álvaro Guerra. El español, bah, perdón el argentino que vive en España, del que les hablé. El de Barajas, el del informe Lo que pasó en Madrid —dijo Élodie.
—Por fin —dijo uno de ellos, sonriendo. Tenía el pelo rizado, desprolijo, y una barba de pocos días—. Soy Bernard Djamal. Trabajo en modelado predictivo y simulación dinámica. Antes estaba en Airbus, pero me aburrí.
A su lado, una mujer de ojos intensamente azules, y cabello corto platinado, lo saludó sin levantarse.
