Lo que quede - Irantzu Varela - E-Book

Lo que quede E-Book

Irantzu Varela

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Beschreibung

"Queda lo escrito, todo lo demás no queda", escribió Emilia Pardo Bazán, e Irantzu Varela, comunicadora vasca, feminista, bollera y activista gorda, retoma estas palabras y las transforma en una invitación a adentrarnos en estas memorias autopornográficas en las que nos cuenta cómo ha llegado a ser quien es hoy. La escritora y monologuista compone esta biografía a través de relatos cerrados que, potentes como disparos, en ocasiones nos queman la piel, nos llenan de rabia y nos dan ganas de quemar cosas. Sin embargo, en sus palabras siempre hay una puerta abierta, el apoyo de las suyas, la ternura con la que habla de sus raíces y por supuesto la intención deliberada de convertir los dolores y violencias propias en movimientos y acciones colectivas. Varela no se presenta sola, sino que a lo largo del libro convoca un akelarre de mujeres artistas, a través de cuyas citas y referencias podemos aproximarnos al universo más personal y político de la autora. A falta de reparación, o a la espera de ella, ojalá "Lo que quede" sirva como alivio de lo vivido.

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IRANTZU VARELA

LO QUE QUEDE

Irantzu Varela, Lo que quedeEditorial Continta Me Tienes, Madrid.

Primera edición: abril, 2024Segunda edición: abril, 2024

Edición a cargo de Sandra Cendal y Marina Beloki

pp. 250, 14,5 x 21,5 cm.

Depósito legal versión impresa: NA 388-2024

ISBN versión impresa: 978-84-19323-23-1

IBIC: JFFK Feminismo

© Irantzu Varela, 2024

© de esta edición: Continta Me Tienes, 2024

Corrección: Dina Camorino Bua

Maquetación: Marta Vega

Diseño de colección: Marta Azparren

Colección La pasión de Mary Read, 51

Continta Me Tienes

C/ Belmonte de Tajo 55, 3º C

28019, Madrid

914693512

www.contintametienes.com

[email protected]

www.facebook.com/ContintaMeTienes

@Continta_mt

a

Arrate, Andrea, Aiala, Ainhoa, Amaia, Arantza, Aitziber, Aran, Alicia, Aura

Baran

Caro, Cristina

Diego

Esti, Eneko, Esther

Furia

Guillermo

Hilda

Ibon, Isabel

Julia, Josune, Jone, Joseba, Juankar

Katrin, Kata, Katixa

Laura, Lucía, Laia, Liliana

Maria, Manuel, Marina

Nerea

Ñ

Oihane, Onintza

Patzu, Paula, Pitu

Q

Rakel, Ruth

Sebastiana, Sandra, Susana, Santa, Saio, Sol

Tania, Tose

U

Viki, Virginie

W

X

Yolanda, Yulia, Yris

Zuriñe

Índice

una especie de prólogo

A

1. ataques de amor y de asma

2. ahora

3. agujeros

B

1. Bazán

2. buena

3. baño de hotel

C

1. contar

2. chica

3. cactus

D

1. desnudas

2. dentro

3. descampado

E

1. esquirol

2. enamorarse

3. ellos

F

1. feliz/foto

2. follar

3. Fuenmayor

G

1. Gea

2. gorda

3. goenagate

H

1. hombres

2. honor

3. Hondarribia

I

1. I de mi maricón

2. ignominia

3. influencer

J

1. Joseba

2. Jaizkibel

3. jazz

K

1. kulebrón

2. Karakas

3. karamelos

L

1. lesbiana

2. lesbiana

3. lesbiana

M

1. Manuel

2. Madonna

3. miedo a Juan sin miedo

N

1. novia

2. nadie

3. naderías

Ñ

1. ñ de mañana

2. ñ de niña

3. ñ de Añana

O

1. o de selva

2. orfidal

3. ósculos

P

1. pueblo

2. páginas

3. psicomotricidad

Q

1. queda

2. queda

3. queda

R

1. Rakel

2. rara

3. respetables

S

1. sardinera

2. sufrir

3. sushi y sake

T

1. taberneras

2. tradiciones

3. trombocitosis esencial

U

1. Urrestizala

2. única

3. uno cualquiera

V

1. Varela

2. violencia

3. verano

W

1. working class real

2. working class hate

3. working class hero

X

1. x de mudanza

2. x antes conocido como twitter

3. ¿xanax o una pistola?

Y

1. yugo

2. yo

3. y todavía lo tiene

Z

1. Zierbena

2. zorras rojas

3. z de puta gorda

bibliografía

Referencias

Cubierta

Índice

queda o escrito, o demais non queda

Emilia Pardo Bazán

Si no creyera en lo que quede, si no creyera en las que luchan…

Silvio Rodríguez,La maza

una especie de prólogo

Nunca leo prólogos. Me resultan tediosos. Si lo que el autor tiene que decir es tan importante, ¿por qué relegarlo al paratexto? ¿Qué intentan esconder?

Carmen Maria Machado,En la casa de los sueños

Me muero del asco y de la rabia de pensar que lo permití

que aguanté

que me callé

que me lo creí

que pensé que era yo la que estaba mal

que pensé que me podían arreglar

Me muero del asco y de la rabia de contar los años que me

robaron

de todo lo que no bailé

de todo lo que no follé

de todo lo que no comí

de todo lo que no luché

de todo lo que me quedé

Resucito del asco y de la rabia de saber que sobre la mierda de eso

me he construido,

que soy una titana de mierda y cenizas que no tiene miedo,

porque nada es peor.

Resucito

Asco y rabia

titana

mierda y cenizas

Resucito

titana

1. ataques de amor y de asma

La felicidad no puede ser otra cosa que inmoralidad.

Baudelaire

Se me hace raro ser feliz.

Recuerdo destellos y fuegos artificiales y fotos artificiales, pero no me suena haber sido lo que viene siendo feliz. En plan estar tranquila, no querer cambiarlo todo, no esperar a que algo pase, llegue, se vaya, venga, cambie, desaparezca, aparezca, explote, se hunda, me arrastre.

Mirar así un poco por encima cómo estoy, dónde soy y pensar, bueno, pues ni tan mal.

Eso puede considerarse ser feliz, supongo.

Tomo café y escribo con la tele puesta porque me da miedo pensar sola. Es festivo y yo currando, pero ayer no lo era y no hice nada. La culpa se compensa, supongo.

Estoy haciendo lo que siempre he querido y creo que cobraré en algún momento por esto. Tengo un palacio lleno de gente, alquilado a medias con la chavala que ya es lo que yo quiero ser de mayor. Las canas me están saliendo bonitas. Me estoy acostumbrando a ser gorda. Me estoy acostumbrando a hacerme vieja. Perreo hasta el suelo. Tengo amigas que no echan cuentas. Tengo una novia y no quiero matarme ni matarla, como a las otras. Le acabo de pedir el dinero para el alquiler. Ya nunca me despierto de mal humor. Ya casi siempre me despierto sin ansiedad.

A veces me ahogo, pero es por el asma. Me sienta mal el polvo o un espray o el polen o un olor o subir las escaleras o correr o un ataque de risa o fumar y me cuesta respirar. Saco el inhalador del bolso –ya no me da vergüenza y me lo echo en cualquier sitio–, dos chutes y vuelve el aire. No como antes. Ahora, si no puedo respirar es porque se me cierran los bronquios por algo que viene de fuera y que no tiene que ver con la felicidad o con la falta absoluta y estructural de ella. No como antes.

Me he despertado pronto, porque ella se iba a trabajar, aunque es festivo, y no me gusta dormir sin ella, aunque todavía no sea de día.

No es de día y ya me he reído.

La felicidad es eso, creo.

2. ahora

Artemisa pidió arco y flechas, una jauría de sabuesos

con los que cazar, ninfas para acompañarla,

una túnica suficientemente corta para poder correr con ella puesta,

montañas y naturaleza salvaje como sus dominios especiales y castidad eterna.

Jean Shinoda Bolen,Las diosas de cada mujer

Ahora me voy. Ya no me quedo.

Antes me quedaba.

Pero ya no.

Me he quedado en tantos sitios, que se me olvidó reconocer cuándo estaba donde quería.

Me he quedado escuchando, callando, fumando a oscuras en la cocina o en el balcón, como si pudiera hacer que –como el humo– lo que me he tragado volviera a salir y se diluyera en el aire, dejando solo mal olor fuera y un poco de veneno dentro. Solo un poco.

Aprendí a tragar pronto, con el primer cigarro. Chupar, aspirar, toser, ahogarse, ponerse malísima, marearse. ¿Pero qué es esta mierda? Y vuelves a probar. Hasta que te acostumbras. Y luego lo necesitas.

Con el dolor y el miedo es igual. Primero te ahogas un poco al tragártelo y luego te acostumbras.

Tragar. Tragar. Creo que soy tan grande porque mucho de lo que he tragado se me ha quedado dentro.

El otro día pesé 100 kilos.

En una báscula con dos decimales, el número era redondo: 100,00 kg. Nunca he estado más gorda, que yo sepa. Y ese número orondo de tres cifras y dos decimales me hizo querer escapar de este cuerpo enorme y meterme en otro en el que la gente no me haga sentirme agradecida por tratarme bien.

No tengo claro cuál es la talla a partir de la cual empiezas a dejar de tener miedo a ser un objeto de deseo y empiezas a dar gracias a la gente por barajar como una idea lejana la posibilidad de desearte, aunque no vayan a hacerlo. Supongo que ya he superado esa talla.

Soy decepcionante. No he leído la mitad de los libros que cito, he vuelto a fumar, no apunto el peso en la app de adelgazar los días que he engordado, bajo las botellas a reciclar de a pocos porque me da vergüenza llevarlas todas juntas, no me acuerdo de con cuánta gente he follado, no me acuerdo de toda la gente con la que he follado, pero tampoco soy tan promiscua como para contarlo en plan zorra heroica y política. Me hice bollera a los cuarenta y dos, me rapé la mitad de la cabeza a los cuarenta y cinco y estoy pensando tatuarme algo, pero no me decido, porque estoy esperando a hacerlo lo suficientemente cerca de la muerte como para que no me dé tiempo a que me dé el agobio de todo lo que imagino perpetuo.

Ahora soy lesbiana.

O siempre lo he sido, yo qué sé.

No acepto opiniones.

3. agujeros

Zu-zu-zu-zuloak gara

salgai merke ta on?

Zu-zu-zu-zuloak gara

Estali nahirik? egon!

Zuloak,Zuloak riot

Nieva muchísimo en Bilbao. Y eso es muy raro. Porque en Bilbao llueve mucho, pero nieva poco.

Hay un clima extraño de desconcierto en el aeropuerto de Loiu, porque este monumento mediocre y carísimo de Calatrava que dicen que es una paloma no está preparado para el viento ni para el mal tiempo, que es el tiempo que hace casi siempre en Bilbao.

Todo el mundo tiene un poco de miedo.

Fuera, intentan quitar la nieve de las alas inertes e intentan quitarnos el miedo a quienes deberíamos viajar con ellas.

Despegamos. Muy tarde. Tan tarde que no llego a Barajas a tiempo para el vuelo a Quito. Odio lo que viene ahora. Buscar un mostrador de Iberia y –detrás de él– a una persona que me explique qué hacer, que me escuche las quejas, que recoja mi enfado, que para eso le pagan. Es una mujer. Finge que le preocupa mi situación, porque para eso le pagan. Mañana hay otro vuelo. Me pagan un hotel en Madrid, o me pagan que vuelva a casa ahora y mañana vuelva a empezar.

Me duele mucho la regla. Muchísimo. Últimamente me duele mucho, como nunca. Como muchas cosas que me duelen como nunca, últimamente. El dolor de regla es extraño, porque no es como si un órgano te estuviera avisando de que le pasa algo malo, es como si tus ovarios te estuvieran avisando de que están ahí, funcionando. Si duele mucho te parte en dos. Si duele muchísimo, te duele tanto que te duele el coño, que es un agujero, como a la gente que le han amputado un miembro y su hueco les sigue doliendo.

Lo normal sería aceptar el hotel cerca del aeropuerto, meterme en la cama de sábanas blancas planchadas de hotel y esperar a mañana enroscada en mi cuerpo, comiendo comida de hotel y creyéndome historias de mentira en la tele gigante de hotel, para estar ya aquí mañana.

Pero hace mucho que no hago lo normal. Llamo a casa y cuento que tenemos un día más, que la nieve nos ha regalado otra noche juntos que va a aliviar la angustia de los días que íbamos a pasar separados. Otra oportunidad.

Yo sé que no es eso lo que quiero hacer, pero no hago mucho lo que quiero hacer, últimamente.

Con el vale que me han dado, me como un sándwich de cartón envuelto en plástico, cojo el siguiente vuelo de vuelta al Bilbao nevado y me viene a recoger en coche al mismo sitio en que me ha dejado esta mañana. Me siguen doliendo muchísimo los ovarios, pero le digo que solo me duelen un poco. No le digo que me duelen tanto que me duele el coño, que es un agujero.

Llegamos a casa y me pregunta qué voy a hacer de cenar. Me metería a la cama de sábanas negras sin planchar, a enroscarme en mi cuerpo, pero hago patatas al horno y alioli casero falso y digo que sí, que me apetece ver una película, aunque no es cierto. Vemos Million Dollar Baby. En castellano, porque él dice que me gustan las pelis en versión original porque soy una esnob, pero es porque él no sabe inglés y, con la presbicia, no lee bien los subtítulos. Supongo que ponerse gafas es de maricones o de blandos. Quiero la espalda, los brazos, la capacidad de dar hostias de Hilary Swank. Él quiere ser Clint Eastwood.

Termina la película y vamos a la cama. Me sigue doliendo muchísimo el coño, que es un agujero.

Se acerca a mí, y me rodea la cintura con su manaza enorme, con esa manera de tocarme de cuando quiere follar, que es casi siempre que me toca. Le digo que me duele muchísimo la regla, pero no le digo que ni quiero ni puedo follar ahora. Me agarra de la cintura con las dos manos, sonriendo con sus ojos de reptil y fingiendo una ternura automática, coreográfica, extractiva, mientras se inclina sobre mí. Me gira con la fuerza de sus cien kilos y yo me dejo girar con la inercia de mi cuerpo fragilizado, escuálido y dolorido. Estoy bocabajo. Se escupe en la mano, y me mete dos de esos dedos enormes en el culo, abriendo hueco. Se arrodilla detrás de mí y tira de mis caderas muertas hacia atrás y me mete la polla fría de madera por el culo. Su peso me tumba contra el colchón y empieza a empujar, y a cada empujón me duele menos el cuerpo, porque ya no lo siento. Me marcho de ese cuerpo mientras los ojos se me pierden en la puerta de la habitación, que da al pasillo, como si pudiera irme. Me mete dos dedos en la boca mientras hace como que me busca el clítoris con la otra mano. No creo que lo encuentre. No está. Sigue empujando no sé cuánto tiempo.

Al día siguiente me despierto y ya no me duele solo un agujero.

Me lleva al aeropuerto y esta vez sí llego a Barajas a tiempo para el vuelo a Quito.

1. Bazán

La gente siempre atribuye los sucesos a causas profundas y trascendentales,

sin reparar que a veces nuestro destino lo fijan las niñerías,

las pequeñeces más pequeñas.

Emilia Pardo Bazán,El encaje roto

Llueve a cántaros en A Coruña. Como si fuera Bilbao.

Me despierto pronto, como las insomnes que nos dopamos, y miro llover con un café en una taza de Marilyn en la mano. Conmigo, la pose melancólica no cuela ni sola mirando llover tomando café en una taza de Marilyn.

La cosa no está siendo como imaginaba. Pensaba estar morenísima a estas alturas y haberle sacado todo el partido posible a esta terraza preciosa y llena de plantas, que da al puerto y a ese Cantábrico que me late dentro. Pero ahora, miro el pareo empaparse en la hamaca vacía, la crema solar (protección treinta, soy una optimista) refugiarse debajo y sufro por si la sombrilla cerrada aguantará el vendaval. Qué extrañas y tristes resultan las cosas de verano cuando llueve, ¿no? Es muy pronto para escribir e incluso para leer, así que pruebo con la colección de películas de I, que me acoge en su casa, como las señoras victorianas que somos, que se hacen de anfitrionas y de invitadas. La dolce vita, Qué bello es vivir… buf, mucha intensidad para estas horas. ¡Tomates verdes fritos! Hecho.

La relación lésbica me parece demasiado implícita, el discurso antirracista demasiado cómodo y el trasfondo feminista demasiado apolítico, pero es un clásico por algo. Qué bonita esa cosa de que las heridas de unas sean las fortalezas de otras.

La peli es larguísima, así que tengo que ducharme y vestirme rápido para llegar a tiempo a la visita guiada en la casa de Emilia Pardo Bazán. Por la pandemia, las visitas son individuales y llegar tarde sería un poco como darle plantón a la guía. Y yo no doy plantones. Ojalá los hubiera dado.

Adoro ese camino desde casa de I. Primero, me encanta salir de ese portal bonito, céntrico y burgués. Tengo disforia de clase y me gusta que me vean en situaciones en las que puedo ser confundida con la propietaria o habitante de moradas que yo no me puedo permitir, pero mis amigos sí. Y me encanta decidir si giro por el callejón estrecho, donde está el restaurante italiano, que termina en una esquina también estrecha que se abre de golpe a ese puerto coruñés precioso –y que tengo tan visto, gracias a la terraza de I– y paseo tranquilamente: a un lado los botes, los veleros, los yates (discretos, joder, que son gallegos) y a otro lado los restaurantes falsos, con marisco congelado y paella comprada hecha y vino blanco injustamente caro, esos que hay ya en todas las ciudades; o si sigo andando por la calle que da a la plaza, con su crepería de mentira, su tienda de croquetas falsas y sus locales pequeños de cadenas textiles grandes, y atravieso esa plaza preciosa, que parece construida solo para rodear la estatua de María Pita, la campesina valiente –y parece que promiscua– que ganó una batalla y evitó la invasión de A Coruña porque los ingleses habían matado a su marido. Me decido por la orilla del mar. Las mujeres valientes y promiscuas me gustan más vivas.

Incluso con el paseo y la pérdida entre calles, llego a tiempo.

Es el primer día de trabajo de la guía, que es becaria. Su entusiasmo me da algo de pena, pero me entrego. En la entrada del museo que es la casa de Emilia Pardo Bazán, escrito en letras rojas en el suelo, en gallego: «queda o escrito, o demais non queda». Ya tengo título.

Después de la visita, me siento en la librería que se ve desde la casa de Emilia, la que vería ella si viviera ahora y mirara por la ventana de su habitación, justo donde tenía el escritorio en el que escribió todo lo que queda.

En Berbiriana hay muchos libros y un par de mesas, abro el portátil y me pido una cerveza. Quiero escribir pero me distraigo mirando los lomos de los libros y sueño en que algún día ponga Varela en uno de ellos. Y que sea yo.

2. buena

Yo ya no estoy pa’ tu mierda.

Bad Gyal,Zorra

Buena chica. Ser buena. Estar buena.

Adelgazar, callarse, sentarse, tumbarse, mirar, sonreír, abrir las piernas, cerrarlas, moverse, quedarse quieta.

Comer poco, hablar poco, quejarse poco, reírse bajito, hablar bajito, sostener las miradas solo unos segundos, responder si te preguntan, hablar solo si te preguntan.

Fingir orgasmos, provocar orgasmos, tragarte la lefa, no manchar al correrte, no manchar, no empeñarte en correrte, apañártelas tú cuando se corra, no parar hasta que no se corra, parar cuando se corra.

Buenas tetas, buena en la cama, buena madre, buena ama de casa, buena amiga, buena persona, buena cristiana, buena mujer, buena cocinera, buena hija, buena esposa, buena currela.

Poca carne, poca grasa, poca pereza, poca lujuria, poco tiempo, poca gula, poco capricho, poca chulería, poco lucirte, poca soberbia, poca ambición, poca bronca, poca avaricia, pocas cosas tuyas, poca ira, poca amiga, poca envidia, poca cosa.

Buena para todo menos para ti. Buena para todos menos para ti.

Ya voy yo no me cuesta nada no importa vale lo que tú quieras lo que decidáis sí.

Sí.

Sí.

Sí a todo.

Sí.

Que sí.

Sí.

3. baño de hotel

Somos el sexo del miedo, de la humillación, el sexo extranjero.

Virginie Despentes,Teoría King Kong

La primera vez que me levantó la mano llevábamos seis meses y estábamos en un hotel, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México.

No me acuerdo por qué fue. Casi nunca me acuerdo de por qué. Pero me acuerdo de que estaba sentado en la cama, en penumbra, con la espalda apoyada en la cabecera y los pies sobre la colcha, con cara de estar enfadado, que es su cara de siempre, y yo sentada a sus pies, al borde de la cama, pidiéndole explicaciones o perdón o que me hablara o que me mirara, que es mi estado de siempre. Y entonces me miró con sus ojos de reptil y se incorporó y se me acercó de golpe y levantó el puño y me lo puso en la cara, lo justo como para que no viera otra cosa. Lo justo como para no reventarme la cara.

Diría que nunca se me olvidó ese puño, pero no es verdad.

Es la primera vez que veo su puño tan cerca. Es la misma mano enorme que usa para cederme el culo y follarme como le gusta y la que me mete dentro de la ropa hasta tocarme el coño cuando le da la gana, aunque estemos en la calle o con gente, y aunque le haya dicho que no me gusta. La mano que a mi madre y mi tía les pareció sexi por cómo me agarraba de la cintura en una foto de las que tenemos en la mesilla de la cama en la que me folla.

Pero esta vez está cerrada y apretando fuerte los nudillos para contener las ganas de estampármela en la cara, que se le notan. Me paralizo, me parto en dos, me disocio y me empiezo a desenfocar por dentro, como Robin Williams en Desmontando a Harry, pero sin las risas.

No sé qué pasa después, pero estoy encerrada en el baño de la habitación del hotel, hecha una bola en el suelo y llorando como una niña pequeña, que es como yo sé llorar, repitiendo algo que no recuerdo obsesivamente. Será «me quiero ir» o algo así, pero lo he borrado tan bien que no lo encuentro. Me duermo.

Me despierto en el suelo del baño, en bragas, como las chicas tontas de las películas misóginas, que son casi todas, o como Beatrix Kiddo en Kill Bill II cuando se da cuenta de que ha matado a Bill. Me duele el cuerpo y tengo frío, porque he pasado la noche hecha una bola en el suelo de azulejo. Abro la puerta despacio y veo la habitación vacía. Mientras me estoy duchando, vuelve. Se asoma a la puerta del baño y me dice que me invita a desayunar. Comemos huevos al albañil en silencio y me regala unos pendientes preciosos de plata y turquesa, que pesan muchísimo. Los ha comprado esa mañana. Paseamos por esas calles llenas de extranjeros que fingen no sentirse superiores y me promete que no va a volver a pasar.

No es verdad.

Los pendientes todavía los tengo.

1. contar

Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas,

las mal folladas, las infollables, las histéricas, las taradas,

todas las excluidas del gran mercado de la buena chica.

Virginie Despentes,Teoría King Kong

No sé muy bien cómo ha pasado. Como casi todo en mi vida.

La cosa es que estoy sentada en mi torre, en la mesa de camping que compré para ir de camping, pero que uso para el ordenador de sobremesa en el que escribo. Normalmente mails. Y ahora, un libro.

Siempre he querido escribir. Cuando no sabía escribir jugaba con la Olivetti de Y a que escribía, pero no me dejaba apretar las teclas hasta el fondo, para que no malgastara tinta en letras que no significaban nada. Aprendí a escribir y a tener miedo a no hacer las cosas bien y a lo que opinara la gente y aquí estoy, con cuarenta y nueve años, cuatro tatuajes, y escribiendo un libro sobre escribir un libro y las cosas malas que me han pasado en la vida y las cosas buenas que me pasan ahora y lo difícil que resulta disfrutar de las cosas buenas que te pasan cuando te han pasado cosas malas.

¿Y de qué va el libro? Casi siempre me invento la respuesta. Porque yo no sé contar cosas. Bueno, sí sé contar cosas, pero en plan que te cuento una cosa que me pasó (o no) y puede que fuera una bobada pero yo te la cuento como una aventura y le voy a poner emoción y le voy a poner épica y le voy a poner risas y va a ser una gran historia, al menos mientras te la estoy contando. Pero contar en plan inventarme personajes y tramas y paisajes y contextos, no sé. Y menos, escribiendo.

Yo escribo para no tomar orfidales, para no beber sola en casa, para no asustarme de lo que oigo en mi cabeza, para no ir a contarle mis penas a mis amigas, que están poniendo sus muebles en «ofertas gaztetxeras» después de la última mudanza. Por eso escribo sobre mí, sobre lo que me da dolor de cabeza y sobre lo que me da insomnio y sobre lo que me da rabia y sobre lo que me da pena y sobre lo que me da impotencia y sobre lo que me da la gana. Y escribo, sin permiso, sobre la gente que me rodea. Pero no porque quiera, sino porque me hace falta para mi historia.

Pues de qué va a ir, pues de mí. De mi ira y mi rabia, que son las emociones que relato y admito. De las otras emociones no va porque no las cuento. Aunque lo expliquen todo.

2. chica

And for my healing wits

I’ve been called a witch.

I’ve crackled in the fire

And been called a liar.

I’ve died so many times

I’m only just coming to life.

Neneh Cherry,Woman

Para cuando sabes que eres una chica ya no eres capaz de explicar qué es eso.

No es una idea o algo que puedas aprender o una receta o una guía o una enciclopedia o una fórmula o una verdad. Eres.