LOL - Deborah Lopez - E-Book

LOL E-Book

Deborah Lopez

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Beschreibung

Mina Bellamy no ha tenido una vida fácil. El pueblo Germain, lugar en el cual creció, fue testigo de una madre negligente a causa de sus adicciones y un padre ausente por culpa de un matrimonio infeliz. Pero no todo ha sido tan malo. Caleb Lowell, un niño pequeño y tímido, que se convierte en un adolescente tierno y amable, aparece en el camino de Mina para cambiarlo todo. Si ella cree en el amor, es solo porque Caleb ha sabido mostrárselo. Su amistad lo es todo y no puede perderla. Sus verdaderos sentimientos deben permanecer enterrados. Entonces, un grave error la conduce a una decisión inesperada: Mina deja el pueblo abruptamente y rehace su vida en una ciudad donde el pasado no puede alcanzarla. O eso cree ella. Ahora ha llegado el momento de regresar a Germain y enfrentar todo aquello de lo que escapó, incluso de ella misma, y tal vez, solo así poder darse la oportunidad de ser verdaderamente feliz.

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Seitenzahl: 632

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Deborah Lopez

LOL

Lopez , DeborahLOL / Deborah Lopez . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4014-0

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

7 años atrás

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Epílogo

Dedico esta novela a todos aquellos que "trabajamos" por nuestros sueños.No dejemos de hacerlo. Son lo único que le da sentido a la vida.Y a Reina, quién sin saberlo, me acompañó en este camino.Espero el momento en que te vuelva a encontrar con una sonrisa.

No sé lo que puede llegar, pero sea lo que sea,iré hacia ello riéndome.

Herman Melville.

Prólogo

Era una de esas noches de verano perfectas. El cielo estaba de un azul oscuro imponente, y por las pocas nubes pinceladas en él, daba la sensación de ser una de las ondulaciones de un profundo océano que te hacía sentir la inmensidad del mundo. Había millones de diminutas estrellas destellando en él y la luna parecía menguar con cada hora que pasaba en una amplia sonrisa. Una brisa refrescante jugueteaba en el aire, me hacía cosquillas en la nuca y alborotaba los mechones rebeldes que había intentado en vano acomodar en un rodete a medio terminar.

No sabía cuántas horas habían pasado desde que me había abandonado al tejado que daba a la ventana de mi habitación. Tal vez solo habían sido minutos, pero me encontraba bien allí. El pueblo estaba poco iluminado y el silencio lo inundaba todo haciendo esa noche única más íntima.

Permanecí sola unos segundos más, con los ojos cerrados, dejándome acariciar por el viento que traía el aroma del río y del muelle, hasta que sentí el tejado crujir ante el peso de alguien. No fue necesario voltear para saber quién se aproximaba. Una sonrisa se perfiló en mi rostro.

Caleb.

—¿Puedo sentarme? –fue todo lo que dijo y yo solo asentí con la cabeza para dejarnos caer en un silencio bonito.

No necesitábamos pisar los típicos discursos de las personas para entablar una conversación ni mucho menos iniciar una de ellas. Nos deslizábamos con naturalidad en el silencio. Tal vez fuera que nos conocíamos desde pequeños y que pasábamos casi todas las horas de todos los días de nuestras vidas juntos. Tal vez fuera algo más. Algo que solo él y yo sabíamos tener. Algo que no volvería a encontrar en nadie más. Algo de lo que me daría cuenta mucho tiempo después.

—Te estaba buscando –comentó luego de haberse acomodado y puesto un cigarrillo en los labios. Pitó fuerte, soltó una bocanada de humo y se quedó contemplando el lienzo azulado que teníamos frente y arriba de nosotros hasta girar de modo que pudiera verme mejor.

Opté por no decir nada como respuesta a su afirmación y seguí con la mirada fija en una estrella que parpadeaba. Tenía ganas de parecerme a ella, brillando en la oscuridad, ajena a todo.

—¿Está todo bien? –insistió solo porque sabía que algo no andaba bien.

Y aunque no se iría esa noche sin saberlo, tampoco me presionaría para que lo escupiera al instante. Sabía esperar, de modo que se puso cómodo, y siguió fumando, sumido en sus pensamientos, tan solitario y reservado como cuando lo conocí.

Me tomé mi tiempo para poder encontrar la manera de decir lo que quería decir sin que mi voz se quebrara o rompiera a llorar. No es que todo esto fuera nuevo. Había solo algunos detalles que agregar. Tampoco es que estaba triste, no me definía como una persona triste, pero no podía negar que algo había sucedido y que claramente me afectaba. Incluso cuando deseaba gritar lo contrario.

Transcurrió tanto tiempo hasta que me decidí a hablar, que Caleb había apagado su cigarrillo en el tejado y lo había lanzado junto a las colillas de otros cigarrillos que también solíamos dejar allí, esas noches enteras en que nos dedicábamos solo a fumar, admirar el paisaje y descansar sobre las tejas, como si fueran las flores de un extenso prado.

—Sí. No. No sé –contesté finalmente sin mirar a mi mejor amigo a la cara en respuesta a la pregunta que me había formulado varios minutos.

Me recosté sobre las tejas rojas desgastadas sintiendo la rugosidad incómoda sobre mi espalda y a pesar de ello se sintió bien. Siempre se sentía bien, sobre todo si Caleb se encontraba a mi lado. Caleb hizo lo mismo, pero mientras mis ojos descansaban en el firmamento callado, los suyos dormitaban sobre mi rostro inexpresivo.

—¿Qué sucedió? –preguntó con algo de nerviosismo. Sabía que debía de pasarme algo similar y a su vez distinto a lo usual o no estaría tan abstraída.

Me encogí de hombros y solté el aire que había estado conteniendo.

—Lo mismo de siempre –mi afirmación tuvo un deje de pregunta, y es que ya no podía definir estas crisis como algo de siempre. Cada vez eran peores–. Está borracha y drogada hasta el punto que no puede mantenerse en pie y huele a sexo barato. Tuvimos una discusión. Es solo que esta vez me dijo la verdad acerca del porqué él se fue –me detuve, mis ojos aún no reposaban en los de Caleb, y dejé que transcurrieran unos segundos antes de poder decir lo que realmente me oprimía el corazón–. No era mi papá. No sabe quién demonios es. Y luego dijo algo como que fui un error. Que, si pudiera hacer las cosas de una manera distinta, las haría. Así que digamos que más o menos es lo mismo –acabé y pude devolverle la mirada a Caleb, llena de comprensión y ternura, y no de esa lástima vagabunda que sienten algunos por otros pero que se queda en pura inercia.

—Pues eres el error más bonito con el que me he topado –susurró y no pude evitar estallar en carcajadas.

Ahí estaba Caleb, mi mejor amigo desde los seis años, intentando levantarme el ánimo, con su romanticismo desmedido. Le sonreí con esa sonrisa que solo guardaba para él. El único que me conocía cómo era realmente, detrás de todas las fachadas tras las cuales me escondía.

Y como era de esperar, no hizo lo que todos hacen cuando alguien está mal. Abrazarlo hasta dejarlo sin aire, decirle palabras reconfortantes salidas de un manual, deslizar la mano sobre el brazo del otro para recrear esa caricia medio áspera que se supone da fuerzas, preguntar detalles con una morbosidad excesiva o incluso no hacer nada. Caleb hizo lo que lo hacía ser Caleb conmigo.

—¿Qué te parece colarnos en una casa o vandalizar el pueblo?

Lo miré con ojos llenos de malicia. Los suyos irradiaban picardía.

—Me parece que es una excelente idea.

Me levanté de un salto tomándolo de la mano para traerlo conmigo. Caleb fue el primero en bajar del tejado por la escalerita de madera improvisada que habíamos puesto y luego me invitó a bajar a mí también, aterrizando de un salto en sus brazos. Sentía que la sangre empezaba a circular ante la excitación y el peligro.

Estaba más que dispuesta a marchar, cuando Caleb me tomó del rostro. Contuve la respiración porque aquello se salía del protocolo de amistad que teníamos, aunque nunca pude poner a Caleb dentro de ningún casillero. Podía saber exactamente cómo actuaría en una ocasión determinada y hasta qué diría, de manera escalofriante, pero solo en algunas circunstancias, me tomaba desprevenida y era como conocerlo de nuevo y maravillarme ante ello.

—Nuestras vidas serán diferentes, Mina. Lo prometo.

Oírlo decir eso fue como un puñal en el pecho que no quería recibir. Negué con la cabeza para disimular las ganas de llorar que tenía, pero me sujetó con más fuerza y me obligó a que lo mirara.

—Mírame –espetó de forma brusca–. Saldrás de este maldito pueblo y tendrás el mundo frente a ti. Tu futuro estará lleno de oportunidades. Harás nuevos amigos, estudiarás una carrera que no te convenza para luego estudiar otra, trabajarás de mesera en algún bar o tal vez de cajera en un negocio solo hasta que puedas trabajar de lo que desees, te enamorarás una y otra y otra vez de tipos equivocados hasta que llegue el indicado, visitarás lugares que en tus sueños has imaginado, pero, sobre todo, cometerás muchos errores. No algunos, sino cientos de ellos –rio y yo no lo acompañé.

Lo miré con los ojos húmedos. Su voz tenía la habilidad de transportarme donde fuera que él me dijera. Yo era un cometa que volaba en la dirección que él me indicaba, segura y confiada.

Si había alguien que sabía cuidarme, ese era Caleb.

Si había alguien que sabía amarme, ese era Caleb.

—¿Vendrás conmigo? –le susurré al oído al tiempo que le daba un abrazo como si fuera a perderlo en ese instante–. Eres lo único que tengo en mi vida –mi voz se quebró y odié el momento en que se separó de mí, tan necesitada de su cuerpo, y me tomó de la barbilla–. No puedo dejarte atrás –continué para evitar que las lágrimas me empaparan las mejillas.

—Lo haremos juntos –Caleb me acomodó los mechones tras las orejas y me dio un beso en la frente–. Pero sino, prométeme que lo harás sin mí –abrí la boca para protestar, pero la silenció con un dedo y lo miré con un odio falso y tibio–. Prométemelo –exigió.

Le hice señas para que retirara su dedo de mis labios y fingí que lo mordía cuando lo sacó. Ambos nos reímos.

—Lo prometo –accedí de mala gana.

Me abrazó de nuevo y sentí las lágrimas más flojas que antes.

—Mina –pronunció mi nombre con toda su dulzura y me corrió la gotita que empezaba a caer de uno de mis ojos–. No estarás triste para siempre, algún día estarás riendo a carcajadas.

Capítulo 1

Cumplí mi promesa, Caleb. Es solo que creo olvidé algo en el camino.

Capítulo 2

El mail llegó como cualquier otro. Uno más en mi casilla de correo. Uno de los tantos que mi madre me escribía semanalmente, ya fuera por rutina o porque en verdad me extrañaba (fuera cual fuera el sentido que tenía la palabra “extrañar” para ella).

Había llegado esa mañana a la cuenta vieja, esa que nunca usaba. De ahí que todos los mails que se amontonaban en mi bandeja de entrada fueran solo de mi madre. Para cuestiones de trabajo o de la universidad tenía uno diferente. A decir verdad, para todo lo que tuviera que ver con mi presente, tenía un mail diferente. Aquel al que mi madre me escribía era un mail que usaba en el pasado, y al parecer, era la única que tenía un afán tan desesperado por continuar intentando contactar conmigo a través de él.

De modo que allí estaba yo, sentada en mi cama con la laptop en mis piernas, abriendo el correo como todos los meses, preguntándome por qué demonios no había cerrado dicha cuenta, si acaso era que me gustaba recibir atención por parte de mi madre, aunque nunca le respondiera ni un solo mail, si esperaba tener noticias de alguien más o si solo no podía despegarme del pasado porque se me adhería como una camiseta sudada en pleno verano.

Estábamos a mediados de junio. Las vacaciones de verano habían comenzado y aunque me merecía un buen descanso de tantos exámenes y cursadas, me sentía algo vacía. Puede que esa sensación de vacío se hubiera agravado con el mensaje de mi madre.

Era sábado por la noche y estaba muerta de calor. El ventilador de techo no bastaba para mantenerme fresca. Sentía la nuca pegajosa y la ropa parecía haberse encogido en mi cuerpo. Me acosté boca abajo y me dispuse a releer el mensaje por millonésima vez.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Asunto: urgente

Fecha: 25/06/2016

Mina, te he escrito cientos de veces, pero nunca me ha llegado una respuesta tuya. ¿Acaso sigues usando esta casilla? Bien, de todos modos, me arriesgaré a creer que te llegará este correo. Necesito verte. Las cosas por aquí no andan nada bien. Yo no ando nada bien y pensé que quizás con las vacaciones no te haría nada mal pasarte por aquí. ¿Qué dices? Todo está tal cual lo dejaste. Te estaré esperando.

Grace.

¿Qué leía en las palabras atónicas de mi madre? Pues tal vez resignación mezclada con algo de esperanza, y desde luego, una desesperación por saber de mí, aunque no fuera en persona. Unas líneas no le habrían hecho nada mal pero cuando me dispuse a escribir simplemente no pude y cerré la laptop con bronca.

Al menos le debía un reconocimiento a mi madre: ninguno de sus mails había dado la sensación de estar escritos bajo dosis altas de cocaína o alcohol. Hice a un lado la laptop y me levanté para sacar la caja que guardaba debajo de mi cama. La coloqué con cuidado sobre el suelo de linóleo y me encontré con fajos de cartas enviadas por mi madre tiempo atrás. Mamá, hasta donde yo sabía, trabajaba en la oficina de correos, y no sabría decir si se debía a eso, pero nunca le gustó mucho la idea de adaptarse a la tecnología y prefería este modo anticuado de contacto.

Cuando la dejé atrás, a los dieciocho años, me escribió cada semana durante dos años, sin una mísera respuesta de mi parte ni señal alguna de vida. Luego, las cartas dejaron de llegar y pensé que se había dado por vencida, pero entonces aparecieron los mails. Esa era mamá recurriendo a la tecnología para saber de mí.

Los mails siguieron llegando hasta hoy. En todos sus mensajes me contaba cosas del pueblo y de ella, que dudaba fueran ciertas, y a su vez, me hacía preguntas sobre mi nueva vida. Todos y cada uno de ellos, nunca tuvieron una respuesta. Las cartas fueron devueltas a sus sobres y los mails olvidados en la bandeja de entrada.

Pero mamá seguía estando, solo que cada vez que cerraba los ojos para tener un lindo recuerdo de ella, obtenía imágenes borrosas de una mujer recostada en el sillón, a los gritos, con una botella en la mano y líneas de polvo blanco sobre una mesita ratona.

Me decía que aquella no podía ser mi mamá y durante un tiempo hurgué en mi cabeza, con fuerza y desesperación, en vano, alguna imagen linda con la cual recordarla. Con decente habría bastado. Hasta traté que su manera de buscarme resolviera muchas de las cosas que yo no había resuelto al marcharme. No pude lograr nada.

Guardé la caja con la misma ferocidad con la que cerré la computadora y me tiré en la cama viendo las paletas del ventilador dar vueltas. El estómago me crujía, pero no tenía fuerzas para hacer nada. Después de dar vueltas y vueltas, haciendo casi un hoyo en el colchón, logré quedarme adormilada.

Y como sucedió todos los días desde que me marché de casa, en mi sueño, los recuerdos dolieron menos, sin embargo, siguieron estando.

Capítulo 3

Mis recuerdos viajaron y aterrizaron en Delaware, uno de los estados más pequeños de Estados Unidos, en extensión territorial, con poca población y veranos cálidos y frescos.

Toda mi infancia y mi adolescencia permanecieron en mi pueblo, Germain, excepto yo. Un pueblo que se define por sus bosques anchos y espesos: gamas de verdes y marrones tiñéndolo todo; el olor a tierra y a vegetación impregnándose en las ropas; oxígeno puro respirándose en el aire a diferencia de los tóxicos inhalados cuando caminas por las grandes ciudades; y un río de aguas grisáceas, Baltimore y su muelle, Ryde, conformando el foco de diversión para la mayoría de la población juvenil en las noches de verano. Lo más urbanizado del pueblo es su centro, que forma una rotonda cuyo núcleo es un bonito parque donde descansan coloridas flores como rosas, narcisos, fresias y peonias. De izquierda a derecha se ubican la librería Fitz Bookshop, el Central Bank, el Big Mall, la oficina de correos, la estación de servicio, la estación de policía, la iglesia St. Louis, el restaurante Grill y mi favorito, el Frontiére Café. El hospital Health and Care, el cementerio Raven, El Club Liars, la estación de trenes, la Waldorf Private School y la Germain Public School se encuentran dispersos en las afueras del pueblo.

Lo que más detestaba de mi pueblo era la particularidad que tenía de que, así como hablabas con casi medio pueblo, nunca sintiéndote excluido, luego tenías medio pueblo hablando de ti, siendo el centro del chismerío. A decir verdad, nada que no suceda en los bullicios de las ciudades.

Mamá nació en un pueblo cercano a Germain, Louisville, en el seno de una familia sumamente religiosa y estricta de gran poder adquisitivo. Su padre era el director de un hospital prestigioso y su madre era redactora de una revista famosa. Se egresó en una escuela religiosa de renombre y cuando cumplió los 18 años, era de común acuerdo entre sus padres, que estudiara en una universidad, algo relacionado a la medicina o la comunicación. Solo que Grace tenía un alma libre (que mantuvo siempre) y sin medios ni permisos, fue a conquistar esa libertad. Abandonó su pueblo y se refugió en Germain. Sus padres avergonzados le dieron la espalda y ella nunca supo más de ellos. Probablemente aquello fue lo mejor que hizo mi madre hasta que lo estropeó.

Al menos eso me contó, estando un día moderadamente sobria. Con el tiempo aprendí que sus versiones cambiaban de acuerdo al ánimo que tenía, la botella de alcohol que sujetaba o la droga que consumía.

Con algunos ahorros, pocos, sin perspectiva de futuro ni del mundo, mucho menos sujeta a ambiciones, Grace solicitó un puesto de empleo en la oficina de correos. Una vacante la salvó y condenó a la vez. Allí conoció a mi supuesto padre, Alaric, un hombre bueno, querido y generoso. Quien en seguida le ofreció un cuarto que llevaba tiempo estando libre en su casa y el ofrecimiento, intuyo, acabó en cuarto compartido.

Alaric se enamoró de mamá. Mamá nunca amó a nadie. Mientras salía con él, frecuentaba un pub de reputación turbia dentro del club Liars, y se acostaba con todo tipo que mostrara algo de interés en ella.

Los rumores no se hicieron esperar y cuando los chismes pueblerinos se volvieron crueldad pura, Alaric decidió dejar a mamá. Ahí es cuando entro yo a escena. Mamá estaba embarazada de mí, Mina Bellamy, y Alaric, ingenuo y estúpido, le creyó que yo era fruto de alguna revolcada exclusiva con él. Permanecieron juntos, bajo la promesa que ella cambiaría, y fue entonces que empecé a llamarlo papá.

Tuve una infancia normal, mis padres no eran felices juntos, una tendencia de esta era moderna, pero lograban una armonía y una buena calidad de vida que bastaban. Supongo que mamá se cansó de ser mamá, como cuando eres niño y te cansas de un juguete, y a mis seis años, dejó de ser mi mamá para convertirse en una mujer que no solo no sabría amarme, sino que tampoco sabría amarse a sí misma.

No sé si fue que me tuvo siendo muy joven o que no amaba a Alaric, la cuestión fue que volvió a las juergas. A los seis años, las cosas se torcieron a tal punto que no hubo forma de enderezarlas. Un día, la encontré en la sala de casa, revolcándose con un tipo, que no era mi padre, hablando incoherencias producto de la droga y el alcohol consumidos. Allí la inocencia de la infancia se fue por el retrete (tal vez por ello no sufrí traumas con el despertar de mi sexualidad) y tuve que soportar una pelea de gritos y violencia medida que sería una constante en nuestras vidas a partir de entonces.

Desde luego empecé a manifestar cambios en mi conducta, pero pasaron desapercibidos. No es que lo hiciera para llamar la atención de mis supuestos padres, pero hubiera estado bueno estar dentro de sus prioridades. Grace y Alaric tenían solo una: hacerse mierda el uno al otro. Y como mi escuela era pública, el interés en mi calidad de vida era nulo. Ni hablar de mi educación.

A mis quince años, Alaric vendió la oficina de correos y abandonó el pueblo abandonándome a mí. No volví a saber de él ni él me buscó. A Grace no le importó. Así que me quedé huérfana de padre. Pero sería solo a mis diecisiete cuando sabría la verdad: Alaric y yo solo compartíamos el mismo color de sangre. Entonces, mi papá se volvió un casillero en blanco que no pude completar ni siquiera con la información extra de yo haber sido resultado de una buena revolcada.

Repentinamente me vi en la obligación de ser una rebelde responsable. Hice todo lo que los adolescentes hacen, pero con límites porque mi madre me inspiraba lo suficiente para no terminar tendiéndole la mano y acabar junto a ella. Empecé a trabajar en el Frontiére café cuando mamá perdió el trabajo en la oficina de correos y se dejó tragar por la depresión. Una depresión que igual la estimulaba para seguir yendo al club Liars y envenenarse el cuerpo con toda sustancia que le ofrecieran, incluido su propio pis, gracias al dinero que recibía por sus “servicios humanitarios”.

A los dieciocho años, tuve la misma oportunidad que mi madre y a diferencia de ella la aproveché. Dejé todo atrás y me reinventé.

Mina Bellamy podía ser quien quisiera. El mundo era suyo.

Mina, a pesar de sus diversos orígenes, significa amor.

Mamá eligió mi nombre.

Amor fue todo lo que nunca recibí de ella.

Capítulo 4

Me despertaron los ruidos de la ciudad de Tallahassee. Algo a lo que nunca me acostumbraría. Como tampoco al insoportable calor del estado de Florida. Tenía mi pijama tan adherido a la piel que por un momento pensé que me había quedado dormida desnuda.

Cuando miré el celular eran las nueve de la mañana y mi aplicación del clima decía que estábamos asándonos bajo unos 40 °C. Me levanté de la cama de un salto, las sábanas se me enredaron en el cuerpo y me hicieron sudar más de lo necesario, y fui directo al baño a darme una ducha bien fría que era prácticamente lo único que lograba despertarme por las mañanas.

Darme un baño frío me sentó bien, pero al momento de abandonar la ducha la frescura se convirtió en sudor nuevamente y decidí quedarme en bragas y sostén. Me hice un rodete con el cabello casi mojado, era increíble lo rápido que se secaba, y me fui directo al cuarto a terminar de empacar.

Pues sí, esa era yo, tomando probablemente la decisión más errónea de todas, y peor aún, siendo consciente de ello. Podía culpar a Blair, mi amiga y compañera de piso, por su odioso viaje alrededor del mundo, así como a Donovan, mi novio, por sus tediosos asuntos empresariales. Pero en el fondo sabía que la decisión había sido enteramente mía. Una semana después de aquel mail devastador, estaba armando mi valija, con un pasaje de micro en mano, con destino a Germain.

La decisión estaba tomada. Eran vacaciones de verano y la universidad no iba a requerir de mi presencia. El Hotel Lux, donde trabajaba temporalmente hasta que me graduara, fue otro tema. Tuve que pedirle a mi jefe, el padre de Blair, que me concediera un par de días fuera. Y como el Sr. Gray tenía especial adoración hacia mí, me dio absoluta libertad durante un mes. Desde luego que le dije que serían dos semanas como mucho, que solo iría a ver a mi madre y que volvería tan pronto como solucionara el asunto. No sabía cuál era, pero intuía que no se solucionaría, sino que traería más problemas porque así funcionaban las cosas con mi madre. A pesar de ello, me dijo que debía descansar y que, de volver pronto, el mes seguía estando a mi favor para aprovecharlo como quisiera.

Tenía una caja entre mis manos que no sabía si empacar, cuando me sobresalté por la voz chillona de Blair. A diferencia de mí, a ella le encantaba la mañana. Decía que se perdía demasiado estando en la cama y prefería hacer cualquier actividad antes que dormir. Por eso no era de extrañar que estuviera levantada y cambiada, con el perfil de quien ha salido a encontrarse con la ciudad algo dormida.

—Buenos días, Minina –me dio un beso ruidoso en la mejilla y se sentó en la cama hundiendo el colchón y alborotando la ropa que aún me restaba guardar en la valija. Minina era una forma que tenían Donovan y ella de llamarme ya que mi nombre era corto de por sí y carecía de diminutivo aceptable–. Veo que has madrugado –me tendió un capuchino recién comprado y solo de verlo se me iluminaron los ojos. No podía empezar mi mañana sin mi capuchino.

—El calor me despertó –contesté de mal humor y le di un trago largo al vaso de plástico. En menos de cinco minutos lo había terminado y ya estaba haciéndome con las prendas de nuevo.

Otra de las cosas que nos diferenciaban a Blair y a mí era la cháchara que a ella le encantaba soltar a la mañana (tardes y noches incluidas) y el silencio que a mí me era indispensable conservar.

—Veo que alguien está de mal humor –Blair soltó una risita aguda y la miré con fastidio. Solía hacerme eso siempre que podía porque sabía que me ponía de peor humor–. Wow–me miró de arriba abajo–, alguien se ve sexy.

Le sonreí de mala gana.

—Alguien se ve sudada –ataqué y ella volvió a reír.

—Sudada pero bonita –agregó guiñándome un ojo y empezó a ayudarme a empacar.

No pude negar eso. Blair, con sus 21 años, era la envidia de muchas mujeres y la locura de muchos hombres. Sabía cómo irritarlas a ellas y cómo enloquecerlos a ellos. Era algo así como un talento innato.

Oriunda de Florida, era extraño que su piel fuera de un blanco transparente teniendo lugares como Miami cerca. Era alta y esbelta, el tipo de cuerpo para ser modelo, pero estudiaba en la Escuela de Comunicación al igual que yo, y su lugar era detrás de la pasarela, como redactora de una revista de moda. Sus ojos marrones oscuros, traviesos y tan vivos como la ciudad que nos envolvía, y su cabello de un castaño más oscuro, lacio y sedoso hasta su cintura, eran una combinación exquisita.

A pesar del calor, se la veía fresca, haciendo alarde de un vestido de marca color salmón y sandalias aguja a tono. Blair era además de hermosa, una muchacha atrevida, divertida y hasta a veces presumida. Pero no se la podía culpar pues tenía con qué.

—Vamos Mina –habló y me sacó de mis pensamientos–. No es que vayas a un frente de batalla –se rio y ante mi seriedad intentó suavizar su discurso–. Solo irás a ver a tu madre, te quedarás como mucho dos días en ese pueblo inmundo y estarás de regreso en tu hogar felizmente –sonrió de oreja a oreja, pero no pude hacer ni una mueca.

¿Hogar? Ni siquiera sabía qué demonios era eso. Además, tenía la certeza que volvería más lastimada de Germain que la primera y única vez que me fui de allí, de modo que sí era un frente de batalla. Allí donde mamá estaba, cuidado porque te atravesaban las balas.

—Lo único que detesto es saber que no estaré para tu cumpleaños. Es decir, si no te ibas, igual no iba a estar –se mordió los labios de color frambuesa.

A diferencia de mí, Blair iba a disfrutar de sus vacaciones, ya que su padre, adinerado hasta en las pesadillas, cumplía cualquier capricho que ella tuviera a causa de una infancia no tan feliz. El abandono de su madre tras sus primeros meses de vida, era un motivo suficiente para que su padre se sintiera culpable y mitigara esa culpa con excesos que hicieron a Blair algo egoísta y muchas veces una persona capaz de pisar a los demás con tal de conseguir sus objetivos.

—Es solo un cumpleaños.

Guardé la última prenda, coloqué la caja que tenía en mis manos antes dentro de la maleta, y la cerré. La levanté y al dejarla en el suelo me quedó la sensación de que había perdido un brazo. Me senté en la cama y Blair hizo lo mismo.

—Los cumpleaños son para festejar, Mina –reprochó con voz de niña consentida.

Me reí con sarcasmo.

—Eso dices ahora que tienes 21. No pensarás lo mismo cuando despiertes un día y tengas 60 –argumenté y volví a reírme.

Blair me sacó la lengua.

—¿A qué hora sale tu micro?

—A las 12 –me levanté y me puse a buscar la ropa que me pondría para viajar, aunque estaba agobiada incluso solo llevando ropa interior. Jalé la palanca del ventilador y sentí el viento acariciarme la piel desnuda y erizar mis pelitos–. ¿Cuándo te marchas tú?

—Mañana por la mañana.

Blair se levantó y sorpresivamente me dio un abrazo que duró más de lo que esperaba. Se lo devolví algo confundida, pues ella no era de demostraciones afectivas y yo tampoco, pero aproveché ese abrazo porque sabía que la iba a extrañar. Su colonia importada comenzó a marearme y nos separamos, solo entonces, empecé a vestirme.

—Desearía que vinieras a conocer América conmigo. México, Colombia, Venezuela, Brasil, Argentina son demasiados lugares y poco tiempo.

—A mí también me gustaría –acabé de vestirme y la tomé de las manos–. Pero debo hacer esto. Solo tal vez pueda seguir adelante –lo dije con más esperanza que convicción.

—Prométeme que volverás, Minina.

Blair me miró con los ojos húmedos y me enterneció. Le costaba aceptar perder a la gente y podía entender el por qué.

—Lo prometo –susurré.

Blair enganchó su dedo meñique con el mío y luego me abrazó nuevamente.

Intenté desprenderme de mis preocupaciones, pero fue en vano. Tenía la sensación de que cuando volviera todo sería distinto.

~~~

El piso que compartía con Blair era pequeño y cómodo, colorido y lleno de una vida menos bulliciosa que la de las calles de la capital Tallahassee. Lo alquilamos a principios de año, hartas de la vida en el campus universitario, y cuando Blair se topó con un anuncio de un piso en alquiler en un edifico cercano a la Universidad Estatal de Florida, me insistió para que fuéramos a verlo. Nomás llegar, quedó maravillada. No entendí su fascinación porque solo eran cuadrados con las paredes descascaradas y suelos sucios hasta que en un mes comprendí todo.

Si Blair no hubiera elegido Comunicación en la universidad al igual que yo, habría optado por el diseño de interiores. En poco tiempo, empapelamos las paredes de todo el piso, abrillantamos el suelo y compramos muebles para distribuirlos y lograr tener una habitación para cada una, un baño, una cocina-comedor y un living. El resultado fue asombroso así que tuve que reconocer que mi amiga había hecho un gran trabajo y que la vida aquí era más tranquila que en la residencia además de que el alquiler no era muy costoso.

El abrazo entre Blair y yo se vio interrumpido cuando escuchamos el timbre. Supuse que sería Donovan, mi novio, así que me encaminé hacia la puerta y pulsé el botón que le permitía acceder al edificio. En cinco minutos su sonrisa apareció delante de mí como una dura invitación a hacer cualquier locura menos la de volver a mi pueblo a encontrarme con mi madre. Le di un beso suave en los labios y me dirigí a la mesada de la cocina para servirme un vaso de agua. Estaba soportando muy mal el calor de Florida y empecé a pensar que tal vez Delaware podría darme algo de alivio corporal, aunque fuera un viaje hacia una tortura mental.

—Buenos días, Minina –sí, el apodo era también de uso cotidiano para mi novio. No me había puesto a pensar si me gustaba que me llamaran así. Un día Blair lo dijo, luego Donovan lo repitió, yo simplemente dejé que se hicieran con mi nombre como más les gustara–. ¿Qué tal la mañana? –sonrió porque sabía que se me daban como el culo.

—Fatal –respondí con una sonrisa fingida y me acabé el vaso de agua en tres tragos largos.

Los ojos de Donovan y de Blair se abrieron de par en par y se miraron como si hubiesen comprendido todo. ¿Qué creían que comprendían? Me senté en la mesada de la cocina y me puse a mirar el paisaje aburrido y gris que daba a la ventana.

—Alguien parece de mal humor –murmuró Donovan riendo.

—Ni que lo digas –comentó Blair por lo bajo y les dediqué una mirada asesina a ambos.

—Saben los dos –los acusé con el dedo índice– que no quiero hacer este maldito viaje –suspiré y traté de relajar los hombros.

—Pues no lo hagas –Donovan se puso frente a mí, con la espalda apoyada en una pared que recogía algunas de las fotos que Blair y yo nos habíamos tomado en el campus universitario, y se cruzó de brazos–. Ven conmigo –me dedicó una sonrisa traviesa.

—O conmigo.

Blair le sacó la lengua a Donovan y al instante soltó una carcajada de un chiste que solo pareció entender ella. Empezó a prepararse un batido de frutilla mientras yo seguía de mal humor en la mesada y los ojos de mi novio me recorrían de arriba abajo.

—Ustedes me convencieron de hacerlo –espeté furiosa y los ojos de Donovan se llenaron de incredulidad–. Es la verdad –seguí irritada, aunque mis argumentos empezaban a marchitarse–. Blair –me dirigí a ella y tuve toda su atención –tú me hablaste por horas de ese viaje por América con tu novio y tu padre, y dejaste caer que sería increíble que lo hiciéramos juntas, pero la verdad es que no recibí ninguna propuesta abierta–. Blair se quedó helada y Donovan intentó acercarse a mí, pero me bajé de la mesada con brusquedad y lo aparté de un manotazo. Las cosas se estaban saliendo de control, pero no podía calmarme. Estos eran los estragos que me había dejado la relación con mi madre–. Y tú –señalé a Donovan mientras iba hacia mi cuarto– tienes esos malditos viajes de negocios y te encantaría llevarme, pero estaría allí como decoración, por eso ni has sugerido que te acompañe y luego nos tomemos unas lindas vacaciones.

—Mina –empezó Blair– eso no es justo. Solo te di mi opinión. Creí que merecías cerrar esa etapa ¿sabes? –abrió la boca como para decir algo más y luego la cerró indignada. Se dio vuelta y volvió a su labor con el batido–. Como quieras –masculló de mal humor ahora por mi culpa.

Me crucé de brazos esperando la explicación de Donovan, pero como no llegaba, me di media vuelta y cerré mi cuarto de un portazo. Me tiré en la cama y cerré los ojos reprimiendo unas lágrimas.

¿Qué demonios había sido eso? ¿Qué acababa de pasar? Vamos, yo, Mina, no era así. ¿Podía un viaje que ni siquiera había empezado afectarme tanto? ¿Y por qué había tratado así a mi mejor amiga y a mi novio, cuando en realidad quería abrazarlos y decirles que los iba a extrañar? Sentía que no podía hacer esto sola, me volvía a sentir como esa niña de seis años que descubrió el mundo por accidente y tuvo que criarse prácticamente a las piñas.

Un golpe suavecito me espabiló y me erguí en la cama con una expresión ceñuda pero menos iracunda cuando la puerta de mi cuarto se abrió. Donovan estaba allí de pie, con su traje azul favorito, solo que se había quitado el saco, probablemente por el calor, y su camisa color verde agua, estaba arremangada dejando entrever sus vellos y un reloj de un precio inimaginable.

—¿Puedo pasar? –preguntó cordialmente, aunque tenía casi medio cuerpo en mi habitación. Asentí despacio por miedo a que las lágrimas me cayeran de golpe–. Mina –se sentó en la cama manteniendo la distancia–. Puedo aplazar el viaje si quieres e ir contigo –ofreció con ternura y sacudí la cabeza.

Me estaba comportando como una niña mimada y caprichosa. Me acerqué a él y le di un abrazo al tiempo que decía:

—No hace falta. Estaré bien. Es solo que volver allí me remueve muchas cosas. No debí haber reaccionado así. Te pido una disculpa –me devolvió el abrazo con más fuerza antes de tomarme la cara entre sus manos.

—Mira, no sé si tu madre merece que la veas, pero sí sé que tú te mereces verla. Sacarte las dudas y la culpa por haberte ido a vivir tu vida mientras ella se pudría en la suya. Por eso Blair y yo hablamos antes de aconsejarte y concluimos que esto era lo mejor. Por eso te dijimos que fueras. Será poco tiempo y cuando vuelvas, estaremos los dos aquí, esperándote con tu verdadera vida.

¿Verdadera vida? ¿Existía algo como eso? Y a juzgar por el tiempo que había pasado en Germain y el que había pasado en Tallahassee, ¿era esta mi verdadera vida, mis mañanas con Blair, los estudios en la universidad, el trabajo en el hotel, los brazos fuertes de Donovan? ¿O era el mundo que me esperaba allí, los vicios de mi madre, la ausencia de mi padre, el olor a tierra y bosque del pueblo, la amistad con Caleb?

Negué con la cabeza porque no quería que mi mente se fuera a hurgar en esa parte del pasado. Sonreí forzadamente.

—Alex –así era como lo llamaba yo, por su apellido–. Tienes razón. Estoy actuando como una boba –me bajé de la cama y me puse frente el espejo a colocarme los pendientes de perla.

Donovan me abrazó por atrás y nos quedamos mirándonos en el espejo.

—Puedo acompañarte si crees que no puedes hacerlo sola –me colocó la barbilla en el hombro y suspiró–. Sabes que odio dejarte, pero son negocios y…

Me di la vuelta y lo silencié con un dedo en sus labios. Luego le di un beso casto en la boca.

—Es algo que haré sola. Estaré bien.

No sabía si mi reacción era para no preocuparlo o si actuaba a la defensiva. No llegué a adivinarlo cuando Blair irrumpió en el cuarto. Se la veía con su habitual buen humor.

—¿Qué tal si disfrutamos de un último almuerzo juntos?

Donovan sonrió como si aquella fuera la mejor idea del mundo y yo me limité a asentir. No tenía ganas de estar en Florida ni tampoco de volver a Delaware. Me sentía fuera de lugar, con todo el peso del pasado, toda la ligereza del presente y todo el vacío del futuro.

Capítulo 5

Despedirme de Blair y Donovan fue más difícil de lo que imaginé. A medida que avanzaba hacia la plataforma donde me esperaba mi autobús, sentía que todo mi presente se estaba desvaneciendo y que el pasado volvía como una sombra que se proyectaba sobre todo ese futuro por el que tanto estaba luchando.

No había podido demorar más el almuerzo porque el autobús partía en punto, pero antes de marcharme me aseguré de darles un abrazo fuerte a mi amiga y a mi novio, de modo que no los extrañara tanto. No funcionó.

Subí al autobús y me quedé viendo a Blair y a Donovan con una angustia que hacía tiempo no sentía. Por un momento se me pasó bajar del micro y volver con ellos, pero cuando me obligué a tranquilizarme, me di cuenta que mi angustia no tenía nada que ver con extrañar la voz alegre de Blair por las mañanas o los brazos cálidos de Donovan durante las noches; tenía miedo de perder mi vida y a la Mina en que me había convertido. Ese grado de egoísmo me hizo sentir como la mierda y la situación no mejoró, pero al menos, no salté del autobús directo a arruinarle los planes a nadie.

El autobús empezó a moverse y con un último beso lanzado al aire por mi amiga y un “te amo” articulado por mi novio, dije adiós a Florida.

El viaje me resultó un poco insoportable las primeras horas. La distancia entre mi pueblo y la capital de Florida era de quince horas, por lo que acabaría llegando a destino de madrugada. Madrugada en un pueblo y una casa que hacía años no pisaba. No era que fuera a protagonizar una historia de terror, pero tampoco iba a tener un reencuentro emotivo. Pensar eso no ayudó a aliviar mi tensión así que busqué distraerme con una lectura, pero al final me di por vencida porque la lectura no era lo mío. Me conecté los auriculares y una canción empezó a sonar: Uptight de Stevie Wonder. Esa canción me trajo los recuerdos de la nueva Mina y cerré los ojos dejándome envolver por la nostalgia.

A los pocos días de haber cumplido los dieciocho, me di por vencida con mi madre y con mi vida en Germain. Saqué un pasaje de autobús a Florida con los pocos ahorros que me había hecho y partí sin mirar atrás. No podía saber si era la mejor decisión a tomar: si estaba escapando de mis problemas o si estaba intentando vivir una vida que no estuviera salpicada por la desgracia.

Había sido admitida por varias universidades de diferentes estados, pero opté por la Universidad Estatal de Florida y me apunté a la escuela de comunicaciones. Fue caótico, complejo y angustiante, adaptarme a una nueva vida, la de la ciudad, lejos de las personas que amaba, de las cosas que conocía, de la Mina que era.

De pronto me vi sumergida en una independencia que desconocía, porque si bien siempre había sido independiente, ahora en verdad no tenía a mi madre cerca para echarle la bronca por la inmundicia a la que me había traído o un hombro en el cual llorar y descargar todos mis miedos y dolores como hacía con Caleb. Estaba sola en el sentido más literal de la palabra.

La universidad no hizo las cosas mejores. La exigencia, los tratos de los académicos, los compañeros, eran un mundo más, aparte de la capital, y acostumbrarme a esa rutina fue agotador. Los primeros meses los dediqué a buscar trabajo para poder mantenerme, así que los estudios quedaron algo relegados. Conseguí trabajo de mesera en un café, luego me volví vendedora de ropa de una marca importante y hasta llegué a ser auxiliar en una clínica privada. Todos ellos eran trabajos con caducidad temprana y mal pagos, pero me permitían ir tirando mes a mes. Mi vida no habían sido lujos por lo cual esto fue lo que menos me afectó. Hasta que conocí a Blair y mi mundo laboral cambió de la noche a la mañana.

Empecé a trabajar en el Hotel Lux, su padre era el propietario, y accedió a darme trabajo ante el pedido de Blair, en un pestañeo. Daba igual si era una traficante de droga encubierta, el tipo me tomó cariño y depositó absoluta confianza en mí para volverme una recepcionista más. Así comprendí cómo funcionaba el ambiente laboral, el gran peso que tenían los contactos y el nulo interés en la aptitud del trabajador. Aunque de haber hecho algo fuera de lugar, me habrían corrido de patadas a la calle.

En la ciudad aprendí que la ley que gobernaba era la ley del más fuerte y la del más hijo de puta. Los débiles y honrados eran aquellos que hacían las cosas con responsabilidad, pasión o incluso amor. Pero vaya uno a saber adónde terminaban con esos ideales.

Yo no me quejé de todas maneras, necesitaba cambios en mi vida y aproveché las oportunidades tal como llegaron. Cambié mi imagen para estar más acorde al perfil de la empresa, que me brindaba un trabajo más digno según ellos y mejor pago según la realidad, y me volví la envidia de la mayoría de los que trabajaban allí, hombres incluidos, porque era la amiga de la hija mimada del jefe. Costó no hacer caso a la hostilidad o a la adulación, excesivas, pero me centré en hacer bien mi trabajo y pude dedicarles más atención a los estudios universitarios.

No me había dado cuenta hasta que me subí al autobús rumbo a mi antiguo pueblo que Blair y Donovan fueron pilares para mi transformación y permanencia en Florida. Sin ellos, habría salido corriendo en menos de un año.

A ambos los conocí de forma accidental. Por ese entonces, yo vivía en una de las residencias de la universidad, pero no estaba cómoda. No había hecho enemigos, pero el ritmo de la vida allí tampoco me había ayudado a hacer amigos, aunque tenía algunos conocidos con los cuales se podían mantener buenas charlas y algunos otros que al menos recordaban tu nombre.

Una noche de lluvia, con la reciente llegada del invierno, me encontré a Blair, sentada en las escaleras principales de la universidad, llorando. La conocía de lejos, era una abeja reina menos popular, ya que la universidad no era la secundaria, y compartíamos muchas materias porque ambas estudiábamos lo mismo. Jamás me había saludado o siquiera dignado a mirar, pero esas cosas eran comunes en la ciudad.

Le ofrecí consuelo invitándola a tomarnos un café en una cafetería calentita que estaba a menos de un metro, Smoothie, y para mi sorpresa, accedió. Nunca entendí por qué aceptó, pero apenas llegamos soltó la chorrada de cosas que la habían hecho sucumbir a ese estado. Se resumían en una pelea con su novio y con sus amigas súbditas, como le decía yo.

Nos quedamos charlando y cuando fue mi turno contar algo de mi vida, la sola mención de que estaba sola y venía de pueblo pareció interesar a Blair. Ahora viéndolo desde lejos, no es difícil adivinar que era para Blair como un proyecto, el nuevo capricho que la ayudaría a superar la separación de su novio y la traición de sus amigas. Blair veía en mí a la pobre muchacha nueva que tenía grandes posibilidades de ser una versión mejorada de ella, si se podía lograr un plástico más artificial e insulso.

Esa noche, ambas nos quedamos en mi residencia. Le conté algunas cosas de mi vida, otras me las reservé, y ella hizo lo mismo. Me contó que su madre la había abandonado de pequeña y que no sabía nada de ella desde entonces, y que, debido a eso, su padre la sobreprotegía en demasía, pero no le molestaba, sino todo lo contrario, le sacaba provecho. Tal vez fue la forma en que se abrió a mí, pero ese día, vi algo más que la chica que intentaba mostrar a los demás.

A la semana, éramos amigas inseparables, aunque sus amigas súbditas habían vuelto y su novio también. No le di importancia, me hacía sentir mejor, ser parte de un grupo, solo que yo veía a la verdadera Blair cuando estábamos solas y cuando estábamos con los demás era una perra sin escrúpulos. Me di cuenta que necesitaba vestirse de esa forma por algún mecanismo de defensa y no le dije nada porque ¿quién era yo para juzgar cuando estaba haciendo lo mismo?

Ella fue quien me ayudó a cambiar de imagen al tiempo que cambiaba de trabajo, y de residencia, porque me volvió su compañera de cuarto, en la residencia donde ella estaba, llena de snobs. Cuando surgió la posibilidad de irnos a vivir al piso del edificio cercano a la universidad, salté de alegría. De esa forma, ya no me vi obligada a soportar a los snobs residenciales, y lo más importante, solo tuve que convivir con una sola Blair, la que yo quería, la que a mí me gustaba, y de vez en cuando, tragarme a la otra, como una medicina de sabor feo, en esos momentos en que había otros.

Donovan fue algo más disfuncional en el funcionamiento de mi vida. Unos meses después de estar trabajando como recepcionista del Hotel Lux, llegó él. Era solo un cliente que se iba a hospedar unos días allí. En ese momento no le presté la atención a la que posiblemente estaba acostumbrado, pero no dijo nada.

Yo tenía diecinueve y él me llevaba unos siete años. Vestía de traje, alto y atlético, tenía una piel de un bronceado natural, que resaltaba sus ojos grises oscuros mientras que el cabello castaño, más oscuro que sus ojos, peinado con gel, lo dotaba de un aire seductor. Cuando hablaba, sus labios carnosos dejaban entrever que era todo un galán.

Una noche en que estaba de perros, me había sacado una nota bajísima en una materia para la que había estudiado mucho y Blair se había peleado con el novio y se había cargado conmigo, decidí tomarme un trago en el bar del hotel, porque las ganas de volver a la residencia, casi todos los días eran nulas, esa noche en particular habían sucumbido en un estado de coma.

Esa noche conocí a Donovan Alexander, de ahí que le dijera Alex, nacido en la capital de Florida, con una maestría en Administración de negocios en curso y un importante puesto en una empresa de servicios dirigida por su padre. Aunque esto lo supe después, porque en nuestra primera no cita, supe por su forma de hablar que era apasionado, atento, extrovertido y muy listo. Virtudes a las que era difícil resistirse estando sola en una ciudad tan grande.

Al principio, cuando se me acercó a hablar, fui cortante y hasta mal educada, y solo cuando caí en la cuenta de que era un cliente y que mi puesto de trabajo podía peligrar, me mostré más abierta. Pero no hizo falta tanta ficción de mi parte pues me caía ligeramente bien.

Muy poco tiempo había pasado en nuestra conversación de ligue discreto, cuando empezó a sonar Uptight de Stevie Wonder y Donovan me retó a que la cantara ya que la había estado tarareando por lo bajo en un momento de silencio. Cuando me negué a pasar vergüenza en público, él empezó a cantarla sin pudor y yo, que estaba algo pasada de copas, finalmente me uní a su desafinación, pero alegría después de unos cuantos versos. Cuando terminamos de cantar, estábamos sudados y agitados, y sin pensarlo, nos metimos en el ascensor a besarnos con insolencia, hasta llegar a su piso y acabar en su cama.

Al día siguiente, con una jaqueca desconocida para mí, me fui del piso, dejándolo dormido y traté de evitarlo en el trabajo, unos tres días, excusada en una gripe inmunda. Entonces tuve que volver al trabajo y allí estaba él, con esa sonrisa pegada en el rostro y yo con las mejillas encendidas por la vergüenza.

Me buscó varias veces para que accediera a una cita, pero me negué hasta que me fastidié y acepté de mala gana. En unos días, estaba yo montada a él nuevamente, en su piso, en un edificio lujoso, y a los meses, era su novia. Pasó demasiado de prisa que ni tiempo tuve a darme cuenta que, aunque Donovan era el candidato perfecto, yo no me sentía perfecta a su lado.

El autobús se detuvo y me desperté toda sudada y con la saliva pastosa. Acabábamos de llegar a una parada para los que no querían llegar de madrugada a Delaware. Así que me bajé del autobús, me hospedé en el motel que la compañía de micros nos había asignado y me decidí a esperar allí a que, a la mañana siguiente, el nuevo autobús llegara a Durham, Carolina del Norte.

No tenía sueño, pero el traqueteo del viaje había dejado unas secuelas de un cansancio insoportable en mi cuerpo. No tardé en quedarme dormida luego de hablar con Blair y Donovan sobre mi nuevo esquema de viaje.

Tal vez fuera que estaba lo suficientemente cerca de Germain como para sentir la energía que el pueblo ejercía sobre mí. En la ciudad, al acostarme, la mayor parte de las noches, tardaba cerca de una hora en apagar los recuerdos y finalmente entregarme a la paz del sueño; pero allí, a unas horas de distancia de mi antigua vida, el sueño me venció rápidamente, solo que los recuerdos se convirtieron en sueños tan vívidos, que me hicieron revolverme en unas sábanas sudadas la noche entera sin paz alguna.

Capítulo 6

El autobús llegó a las ocho en punto de la mañana del día siguiente. Pude darme un baño para relajarme y cambiarme la fachada desaseada que me había dejado el viaje anterior y la noche calurosa en el motel barato.

Al comenzar el viaje, intenté ponerme en contacto con Donovan y Blair, sin éxito, así que traté de concentrarme en el paisaje que íbamos dejando, pero los nervios me estaban trayendo náuseas. Estaba borracha por los recuerdos que se disparaban en mi mente. No tenía control sobre ellos y me sentía mareada, pero cerrar los ojos era una opción que solo me llevaba a hacer las imágenes de mi vida más reales.

Me vi sumergida en una cápsula del tiempo. El micro y la carretera eran solo borrones en una mente que se afanaba por recrear una vida que había dejado a medio escribir.

A los seis años era solo una pequeña que tenía dos cosas claras: una, que el mundo en el que había vivido no era ni remotamente parecido al que se había figurado en mi imaginación; dos, que, si había algo que no quería, era terminar en el estado de perdición en el cual mi madre se mostraba orgullosa de estar.

Como era de esperarse, no tuve nunca un comportamiento normal a causa de la inestabilidad que había en mi hogar. A los seis años, empecé a vestirme y a actuar como un varón. Llevaba gorras en la cabeza para tapar mi cabello, las sudaderas anchas y los vaqueros holgados no permitían distinguir mi sexo y las converse eran de uso obsesivo. Fue a partir de ese entonces que empecé a tener comportamientos un tanto delictivos que se agravarían con el tiempo. Me llenaban de una adrenalina y de una vida que desconocía. Y el hecho de no llevarlos a cabo sola, intensificaba la sensación de estar haciendo algo por fuera de las normas. Ese cómplice era a su vez testigo de las transgresiones cometidas. Sufría y reía conmigo sus consecuencias.

Caleb fue mi mejor amigo y ese compañero de aventuras. Lo conocí en la primaria de la escuela pública de Germain, cuando unos chicos lo estaban molestando porque traía las fachas típicas de un niño de la escuela Waldorf. Sí, parecía todo un niño pijo, pero había algo en él, tal vez en sus ojos, que me decía que era todo lo opuesto. Así que yo, Mina Bellamy, que ya tenía el historial cargado con peleas con varones, me metí en la riña, descargando un puñetazo en la nariz a uno y una patada en los huevos al otro. Era niña, así que ¿qué podían hacerme? Me gané un castigo, dentro de la escuela, ya que en mi casa ni atención me prestaban, que duró dos semanas, pero tuvo un efecto deseado: nunca se volvieron a meter con Caleb.

Nos hicimos inseparables. Al bajo rendimiento en clase, las peleas con los varones y el robo de objetos personales femeninos, perdidos de vista en los retretes de los baños, se sumó una costumbre que compartiría con Caleb mucho tiempo después: saltábamos de tejado en tejado imaginándonos las vidas de los que habitaban las casas y robábamos alguna cosa insignificante. Construimos una cajita con todas las cosas con las que nos fuimos topando y la volvimos nuestro mundo.

En mi preadolescencia, con la llegada de la regla, las cosas cambiaron un poco. Digamos que mi feminidad empezó a florecer, porque cambié mi estilo, aunque no dejaba de etiquetarme yo misma como “rara”. En ese tramo de años, me pintó lo dark. Mi vestuario se componía de tops, jeans o shorts acompañados de calzas o medias caladas y botas altas, en negro, con accesorios como cadenas y tachas. Me perforé la nariz y mi oreja derecha se llenó de aritos de miles de formas y tamaños.

Caminar por las vías del tren; pintar grafitis en las paredes de la escuela Waldorf; robar condones del hospital y llenarlos con pegamento incoloro, para que pareciera semen, y dejarlos en los salones de la escuela para el asombro de los compañeros y el asco de los adultos; acampar en el cementerio; ligar con muchos muchachos sin volverlo nada serio y seguir rindiendo negativamente en la escuela eran mis hobbies de esa época. Caleb me seguía en todas mis locuras sin una protesta.

Entonces sobrevino el quiebre a los quince cuando papá me dejó como un condón que ya ha sido usado para su función. Tenía un estilo aún rebelde pero más recatado. Seguía llevando los aritos en las orejas y en la nariz, anillos en cada dedo de mis manos, pero me vestía con algo de color, siempre sobrios, resueltos en musculosas ceñidas, vaqueros ajustados, rotos y desgastados, y a veces, cuando me sentía más atrevida, mini shorts. Mi campera de cuero y mis borceguís eran prendas que no dejaba de usar ni para ir a la cama.

Como toda adolescente más el plus que tenía ser yo, fui responsable y rebelde al mismo tiempo, porque debía llevar dinero a casa ante la depresión de mi madre, pero quería vivir la vida al límite. Empecé a explorar mi sexualidad de muchas maneras hasta perder mi virginidad a los dieciséis. Tuve mucho sexo y hasta experimenté con mujeres. Fumaba tabaco y marihuana, pero también probé algunas drogas que me hicieron flipar y me dejé envolver por la fachada del alcohol. Incluso con todo esto, tuve un mejor rendimiento en la escuela.

Conocí y bordeé los límites, pero nunca me dejé chupar por ellos. Tal vez fuera que la constante imagen de mi madre me hacía saber cuándo detenerme a diferencia de los demás. Tal vez fuera que podía tener curiosidad para acercarme al fondo, pero lo conocía demasiado bien porque mamá nos había empujado a él anticipadamente De todas formas, seguí con una conducta peligrosa: Caleb y yo vandalizábamos el pueblo, hasta el punto que podíamos destrozar una vidriera o dejar un auto en plena calle con un grabado hecho con nuestras llaves. Hasta tuvimos una banda de rock: Animals.

Todo lo que hice por esos años locos de mi temprana juventud eran formas de sobrellevar una vida que no quería vivir por culpa de una madre que no quería tener. Y por un tiempo, me funcionó: vivir la vida yendo y volviendo de los extremos.

Entonces sucedió todo muy rápido y para cuando quise detenerlo era tarde. No me había convertido en alguien como mi madre sino en alguien peor. Así que escapé porque quería escribir una nueva historia, o como me gustaba hacerme creer, mi propia historia. Solo que lo que dejé atrás no fueron los capítulos de nadie más que los míos.