Los Apóstoles - Enrique Leopoldo de Verneuil - E-Book

Los Apóstoles E-Book

Enrique Leopoldo de Verneuil

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Beschreibung

El primer libro de nuestra  Historia de los orígenes del cristianismo, refiere los acontecimientos hasta la muerte y enterramiento de Jesús, y es preciso ahora reanudar el hilo de la narracion desde el punto en que la dejamos, es decir, desde el sábado 4 de Abril del año 33, lo cual será continuar en parte la vida de Jesús. Pasados los meses de alegre embriaguez durante los cuales asentó el gran fundador las bases de un nuevo órden de cosas para la humanidad, fueron los años siguientes los más decisivos en la historia del mundo; y de nuevo encontramos á Jesús, quien por el fuego sagrado, cuya chispa depositó en el corazon de algunos amigos, crea instituciones de la más elevada originalidad, y conmueve y transforma las almas, imprimiendo en todas las cosas un sello divino.

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LOS APÓSTOLES,

OBRA ESCRITA EN FRANCÉS

POR

ERNESTO RENÁN,

MIEMBRO DEL INSTITUTO.

TRADUCCION DE

D. ENRIQUE L. DE VERNEUILL.

1868

——

© 2021 Librorium Editions

ISBN : 9782383830481

 

 

INTRODUCCION.

Crítica de los documentos originales.

El primer libro de nuestra Historia de los orígenes del cristianismo, refiere los acontecimientos hasta la muerte y enterramiento de Jesús, y es preciso ahora reanudar el hilo de la narracion desde el punto en que la dejamos, es decir, desde el sábado 4 de Abril del año 33, lo cual será continuar en parte la vida de Jesús. Pasados los meses de alegre embriaguez durante los cuales asentó el gran fundador las bases de un nuevo órden de cosas para la humanidad, fueron los años siguientes los más decisivos en la historia del mundo; y de nuevo encontramos á Jesús, quien por el fuego sagrado, cuya chispa depositó en el corazon de algunos amigos, crea instituciones de la más elevada originalidad, y conmueve y transforma las almas, imprimiendo en todas las cosas un sello divino. Ahora nos toca demostrar como bajo aquella influencia siempre creciente y victoriosa de la muerte, se propagó por la resurreccion, la fé, la influencia del Espíritu Santo, el don de las lenguas y el poder de la Iglesia; daremos á conocer la organizacion de la Iglesia de Jerusalem, sus primeras pruebas, sus primeras conquistas, las más antiguas misiones que salieron de su seno, y seguiremos en fin al cristianismo en su rápido progreso desde Siria hasta Antioquía, donde se forma una segunda capital, más importante en cierto modo que Jerusalem, á la cual debia reemplazar más tarde. En aquel nuevo centro donde los paganos convertidos forman la mayoría, veremos al cristianismo separarse definitivamente del judaismo y recibir un nombre; veremos nacer la idea de las grandes misiones lejanas, cuyo objeto era dar á conocer el nombre de Jesús en el mundo de los gentiles; nos detendremos en el momento solemne en que Pablo, Bernabé y Juan Márcos parten para llevar á cabo su elevado designio, é interrumpiendo entonces nuestra narracion á fin de echar una ojeada sobre el mundo que tratan de conquistar los atrevidos misioneros, trataremos de darnos cuenta del estado intelectual, político, moral, religioso y social del imperio romano, hácia el año 45, fecha probable de la partida de San Pablo á su primera mision.

Tal es el objeto de este segundo libro, que titularemos Los Apóstoles, porque expone el período de la accion comun durante el cual la pequeña familia creada por Jesús marcha de concierto y se agrupa moralmente al rededor de un punto único, de Jerusalem. En nuestro próximo libro, que será el tercero, saldremos de este cenáculo para ver presentarse casi solo en escena al hombre que representa mejor que otro ninguno al cristianismo conquistador y viajero, es decir á San Pablo.

Aun cuando éste se haya dado desde cierta época el título de Apóstol, no lo era con el mismo título que los Doce,[1] y solo debe considerarse como un obrero de segundo órden, y hasta puede decirse como un intruso.

Segun se desprende de los documentos históricos que han llegado hasta nosotros, y como sabemos muchas más cosas de San Pablo que de los Doce, y tenemos sus escritos auténticos, y memorias originales de notable precision sobre algunas épocas de su vida, se ha incurrido en el error de darle una importancia de primer órden, casi superior á la de Jesús. Pablo es ciertamente un gran hombre y desempeñó en la fundacion del cristianismo un papel de los más importantes, pero no se le debe comparar ni á Jesús ni aun á los discípulos de éste. Pablo no vió á Jesús ni probó la ambrosía de la predicacion de Galilea, y siendo así, el hombre más insignificante que tuvo su parte en el maná celestial, era por esto mismo superior al que apenas lo habia probado. Nada más falso que la opinion que está en boga en nuestros dias, segun la que se supone que Pablo fué el primer fundador del cristianismo. Esto no es exacto: el verdadero fundador del cristianismo es Jesús, y despues de éste deben figurar en primer término sus fieles y apasionados amigos, esos grandes hombres que fueron los oscuros compañeros de Jesús y que creyeron en él aun despues de su muerte. En el primer siglo pudo considerarse á Pablo como una especie de fenómeno aislado, pues en vez de una escuela organizada, solo dejó ardientes adversarios que despues de su muerte quisieron desterrarle en cierto modo de la Iglesia, comparándoles con Simon el Mágico.[2] Se le negó que hubiese llevado á cabo la conversion de los gentiles,[3] que es lo que consideramos como su propia obra; la Iglesia de Corinto, que él solo habia fundado,[4] dijo que debia tambien su orígen á San Pedro;[5] en el siglo II, Papias y San Justino no pronuncian su nombre, y solo más tarde, cuando la tradicion oral ya no fué nada y tuvo que ceder su puesto á la Escritura, llegó Pablo á ocupar un lugar preferente en la teología cristiana. Pablo en efecto fué teólogo, lo cual no puede decirse de Pedro y María de Magdala; Pablo ha dejado obras considerables, y los escritos de los demás Apóstoles no pueden competir con los suyos ni en importancia ni en autenticidad.

Á primera vista, los documentos referentes al período que comprende este volúmen, son escasos y de todo punto insuficientes, pues los testimonios directos se reducen á los primeros capítulos de las Actas de los Apóstoles, capítulos cuyo valor histórico da lugar á graves objeciones. Pero la luz que proyectan en este oscuro intervalo los capítulos de los Evangelios, y sobre todo las epístolas de San Pablo, disipan en cierto modo las tinieblas. Un escrito antiguo, no solo sirve para dar á conocer la época en que se redactó sino tambien la anterior, y sugiere seguramente inducciones retrospectivas acerca de la sociedad que lo produjo. Las epístolas de San Pablo compuestas en el período comprendido desde el año 53 al 62, poco más ó menos, contienen infinitos datos sobre los primeros años del cristianismo y como se trata aquí principalmente de las grandes fundaciones sin fechas precisas, lo esencial es demostrar en qué condiciones se formaron aquellas. Debo pues advertir una vez para siempre que la fecha corriente inscrita al principio de cada página solo es aproximada, pues en la cronología de los primeros años no se cuenta sino un escaso número de datos fijos. Sin embargo, gracias al cuidado que ha tenido el autor de las Actas de no alterar la série de los hechos; gracias á la epístola de los Galatas, donde se encuentran algunas indicaciones numéricas de inestimable precio, y merced en fin á Josefo que nos da la fecha de los acontecimientos de la historia profana, enlazados con algunos hechos referentes á los Apóstoles, se llega á crear para la historia de estos últimos un conjunto muy verosímil donde las probabilidades del error flotan entre los límites de la exactitud.

Repetiré nuevamente al empezar este libro lo que ya he dicho al principio de mi Vida de Jesús: en historias como esta, donde solo el conjunto es cierto, y donde los detalles se prestan más ó menos á la duda, á causa del carácter legendario de los documentos, la hipótesis es indispensable. Tratándose de épocas de que no sabemos nada, no hay hipótesis posible. Intentar reproducir tal ó cual grupo de la escultura antigua, que ha existido ciertamente pero del cual no se conserva resto alguno, ni la menor noticia escrita, es ciertamente hacer una obra arbitraria; pero ¿no será acaso legítimo é indispensable tratar de reedificar los frontis del Parthenon con los restos que se encuentren, consultando además los textos antiguos, los dibujos hechos en el siglo XVII, todos los datos en fin con que pueda uno inspirarse en el estilo de aquellas inimitables obras, tratando de reproducir su alma y su vida? No diremos por esto que se ha encontrado la obra del escultor antiguo, pero se ha hecho lo posible por imitarla; y á fé que este procedimiento es tanto más legítimo en la historia, cuanto que el lenguaje permite las formas dubitativas, que no admite el mármol. Nada impide además al lector elegir entre diversas suposiciones. La conciencia del escritor, debe quedar tranquila desde el momento en que ha presentado como cierto lo que es cierto, como probable lo que es probable, como posible lo que es posible, y en los puntos en que el pensamiento se desliza entre la historia y la leyenda, lo que debe buscarse es el efecto general. Nuestro tercer libro, para la confeccion del cual contamos con documentos absolutamente históricos, y en el que debemos describir los caractéres con precision, refiriendo los hechos con claridad, ofrecerá una narracion más exacta, aun cuando se vea que la historia de aquel período no se conoce más á fondo. Los hechos consumados hablan más alto que todos los detalles biográficos: sabemos muy poco de los artistas inimitables que crearon las obras maestras del arte griego, pero esas obras nos dicen más acerca de sus autores y del público que las apreció, que lo que pudieran decirnos las narraciones más circunstanciadas, los textos más auténticos.

Para el conocimiento de los hechos decisivos que pasaron en los primeros dias despues de la muerte de Jesús, los documentos son los últimos capítulos de los Evangelios, que dan cuenta de las apariciones de Cristo resucitado[6]; y no es necesario repetir aquí lo que he dicho en la introduccion de mi Vida de Jesús acerca del valor de tales documentos. Para este libro tenemos felizmente un comprobante de que careciamos en nuestra primera obra, y al decir esto, me refiero á un pasaje capital de San Pablo (I Cor., XV, 5-8), que establece: 1.º la realidad de las apariciones; 2.º la larga duracion de estas, contrariamente á lo que refieren los evangelios sinópticos, y 3.º la variedad de los lugares, donde tuvieron lugar aquellas, en contraposicion á lo que dicen Márcos y Lucas. El estudio de este texto fundamental, y otras muchas razones, nos confirman en las opiniones que habiamos anunciado acerca de la relacion recíproca de los sinópticos y del 4.º Evangelio, y en lo que se refiere á la resurreccion y á las apariciones, es notoria la superioridad del último, por lo que hace á la vida de Jesús. Si se quiere encontrar una narracion seguida, lógica, que permita conjeturar con verosimilitud lo que se ocultó tras las ilusiones, allí es donde es preciso buscarlo, y aquí vengo á tocar la más difícil de las cuestiones que se refieren á los orígenes del cristianismo: ¿Cuál es el valor histórico del cuarto Evangelio? El uso que de este he hecho en mi Vida de Jesús, es precisamente lo que ha dado lugar á que me dirijan más objeciones los críticos ilustrados, pues todos los sabios que aplican á la historia de la teología el método racional, rechazan el cuarto Evangelio como apócrifo en todos conceptos. He reflexionado mucho nuevamente en este problema, y apenas he podido modificar mi primera opinion, mas como en este punto no soy del parecer de la generalidad, creo un deber mio exponer en detalle los motivos de mi persistencia, y lo haré en un Apéndice que aparecerá al fin de una edicion revisada y corregida de la Vida de Jesús, que ha de ver la luz pública próximamente.

Las Actas de los Apóstoles, constituyen el documento más importante para la historia que vamos á referir, y por lo tanto debo dar algunas explicaciones acerca del carácter de esa obra y de su valor histórico, así como tambien del uso que de ella hice.

No cabe la menor duda que el autor de las Actas es el mismo que el del tercer Evangelio, y que aquellos son la continuacion de este último. Nadie se detendrá á probar esta proposicion, que por lo demás no se ha discutido sériamente[7] pero los prefacios que encabezan ambos escritos, la dedicatoria de uno y otro á Teófilo y la perfecta semejanza del estilo y de las ideas, ofrecen sobre este punto abundantes demostraciones.

Hay una segunda proposicion que aunque no ofrece la misma seguridad, puede considerarse sin embargo como muy probable, y es que el autor de las Actas es un discípulo de Pablo que le acompañó en muchos de sus viajes. Á primera vista, esta proposicion no admite duda. En muchos párrafos á partir del versículo 10 del capítulo XVI, el autor de las Actas, emplea en la narracion el pronombre nosotros, indicando así que por entonces formaba parte de la compañía apostólica que rodeaba á San Pablo. Esto es evidente; y en efecto; solo queda una salida para rebatir tan fuerte argumento, y esta es, suponer que los pasajes donde se halla el pronombre nosotros, han sido copiados por el último redactor de las Actas de un escrito anterior, de memorias originales de un discípulo de Pablo, por ejemplo, de Timoteo, y que el redactor habrá olvidado, por inadvertencia, sustituir al nosotros el nombre del narrador. Esta explicacion, sin embargo, no es muy admisible, pues si bien se comprenderia semejante descuido en una recopilacion vulgar, no así en el tercer Evangelio y en las Actas, que forman una obra muy bien redactada, escrita con reflexion y hasta con arte por una misma mano y segun un plan.[8] Ambos libros reunidos forman un conjunto donde se observa exactamente el mismo estilo, las mismas locuciones favoritas y hasta el mismo modo de citar la Escritura. Una falta tan chocante como la que queriamos suponer seria inexplicable, y por lo tanto todo nos induce poderosamente á creer que uno mismo es el que ha escrito el fin de la obra y el principio, y que el narrador de todo es el que dice nosotros en los pasajes precitados.

Todo esto llama aún más la atencion si se observa en qué circunstancias aparece el narrador en compañía de Pablo: el uso del nosotros comienza en el momento en que este último marcha á Macedonia por la primera vez (XVI, 10) y cesa cuando Pablo sale de Filipos; repitiéndose la frase cuando aquel hace el segundo viaje á los mismos puntos (XX, 5, 6). Desde entonces el narrador no se separa de Pablo hasta el fin, y si se observa además que los capítulos en que el primero acompaña al segundo tienen un carácter particular de precision, no puede ponerse ya en duda que el narrador no fuera un macedonio ó más bien un filipense[9] que sale al encuentro de Pablo en Troas, durante la segunda mision; que permanece en Filipos despues de la partida del Apóstol, y que al pasar éste por última vez por dicha ciudad (tercera mision), se une á él para no abandonarle nunca. ¿Cómo se explica que un hombre que escribió sobre una época lejana se dejase dominar de tal modo por los recuerdos de otra? Estos recuerdos perjudicarian al conjunto: el narrador que dice nosotros tendria su estilo, sus frases especiales[10] y seria más Pauliniano que el redactor principal, y esto no es así, puesto que en la obra hay una perfecta homogeneidad.

Se extrañará acaso que una tésis en apariencia tan evidente haya encontrado contradictores, pero la crítica de los escritos del Nuevo Testamento, ofrece muchos puntos, que claros en un principio, presentan numerosas dudas al proceder á su exámen. Por lo que hace al estilo, á los pensamientos y á las doctrinas, las Actas, no son lo que podria esperarse de un discípulo de Pablo, ni se parecen en nada á las epístolas de este último, pues no se encuentra ni el menor vestigio de las atrevidas doctrinas que constituyen la originalidad del Apóstol de los gentiles. El carácter de Pablo parece ser el de un protestante brusco y severo; el autor de las Actas se nos presenta como un buen católico, dócil, optimista, que no habla de un sacerdote sin usar el adjetivo santo, ni de un obispo sin llamarle grande, y que se halla dispuesto á aceptar todas las ficciones, antes que reconocer que esos santos sacerdotes y grandes obispos, disputan entre sí, haciéndose á veces la más cruda guerra. Sin dejar de admirar á Pablo, el autor de las Actas evita en lo posible darle el título de Apóstol[11] y quiere que la iniciativa de la conversion de los gentiles sea de Pedro, lo cual podria hacer creer que dicho autor es en suma un discípulo de Pedro más bien que de Pablo. Bien pronto demostraremos que en dos ó tres circunstancias sus principios de conciliacion le han inducido á falsear gravemente la biografía de Pablo, cometiendo inexactitudes[12] y sobre todo omisiones verdaderamente extrañas en un discípulo de este último[13] puesto que no habla de una sola de las epístolas, y reduce de una manera sorprendente relatos de la mayor importancia.[14] Aun en las partes en que debe aparecer como compañero de Pablo, el autor de las Actas, usa un lenguaje muy seco y no da pruebas de hallarse muy bien informado.[15] Por último, la dejadez y vaguedad que se notan en ciertas narraciones, la parte convencional que se descubre, darian que pensar á un escritor que no hubiese tenido relacion alguna directa ó indirecta con los Apóstoles, y que escribiese hácia el año 100 ó 120.

¿Podrán tener estas objecciones alguna importancia? Á mí me parece que no, y persisto en creer que el último redactor de las Actas no es otro sino el discípulo de Pablo que dice nosotros en los últimos capítulos. Por difíciles de resolver que parezcan todas las dudas, debemos suspender nuestro juicio en el caso de no resolverse aquellas ante un argumento tan decisivo como el que resulta de la palabra nosotros; y á esto añadiremos que atribuyendo las Actas á un compañero de Pablo, se explican dos particularidades importantes: por un lado la desproporcion de las partes de la obra, en la que se habla preferentemente de Pablo, y por otro la desproporcion que se nota en la biografía misma de éste, de cuya primera mision se habla muy poco en tanto que de la segunda y tercera, sobre todo en los últimos viajes, se da cuenta con minuciosos detalles. Un hombre completamente extraño á la historia apostólica no habria incurrido en estas faltas, y á no dudarlo estaria mejor concebido el conjunto de su obra. Uno de los caractéres que distingue la historia compuesta con documentos, de la historia original, es precisamente la desproporcion; el historiador de gabinete, toma por cuadro los sucesos mismos, en tanto que el autor de memorias solo se sirve de sus recuerdos ó cuando menos de sus relaciones personales. Un historiador eclesiástico, una especie de Eusebio, escribiendo hácia el año 120, nos hubiera legado un libro distribuido de otro modo á partir del capítulo XIII. La manera extraña con que las Actas salen despues de la órbita donde giraban hasta entonces, no se explica, en mi concepto, sino por la situacion particular del autor y sus relaciones con Pablo. Este resultado se confirmará naturalmente si encontramos entre los colaboradores conocidos del Apóstol el nombre del autor á quien la tradicion atribuye nuestra historia.

Esto es precisamente lo que sucede: los manuscritos y la tradicion nos dan como autor del tercer Evangelio, á un tal Lucanus,[16] ó Lucas, y de lo dicho resulta que si Lucas es verdaderamente el autor del tercer Evangelio, lo es igualmente de las Actas. Ahora bien, el nombre de Lucas aparece precisamente como el de un compañero de Pablo en la epístola de los Colosenses, IV, 14; la de Filemon, 24, y en la segunda de Timoteo, IV, 11. La autenticidad de esta última es muy dudosa, y aunque no lo sea tanto la de las dos últimas, no puede afirmarse, sin embargo, con toda seguridad que sean de San Pablo. De todos modos, los tales escritos son del primer siglo, y esto basta para probar evidentemente que entre los discípulos de Pablo existió un Lucas. El que confeccionó las epístolas de Timoteo, no es en efecto el mismo que compuso las de los Colosenses y Filemon, (suponiendo contrariamente á nuestra opinion que estas sean apócrifas). Admitir que un falsario hubiese atribuido á Pablo un compañero ficticio, seria ya poco verosímil; pero menos lo es aún que falsarios distintos hubieran elegido el mismo nombre. Dos observaciones pueden hacerse que dan á este razonamiento una fuerza particular: la primera es que el nombre de Lucas ó Lucanus es entre los primeros cristianos un nombre raro que no se presta á confusiones anónimas, y es la segunda que el Lucas de las epístolas no adquirió nunca celebridad. Inscribir un nombre célebre al principio de un escrito, como se hizo para la segunda epístola de Pedro, y muy probablemente para las de Pablo, en Tito y Timoteo, no era en nada contrario á las costumbres de la época; pero encabezar un escrito con un nombre falso y oscuro, es una cosa que no se concibe. ¿Seria la intencion del falsario patrocinar el libro con la autoridad de Pablo? Pero si es así ¿por qué no tomaba el nombre mismo de Pablo, ó cuando menos el de Timoteo ó de Tito, discípulos más conocidos del Apóstol de los gentiles? Lucas no ocupaba ningun lugar en la tradicion, en la leyenda, ni en la historia, y los tres pasajes precitados de las epístolas no podian bastar para reconocer en aquel una garantía admitida, pues todas las epístolas á Timoteo se han escrito probablemente despues de las Actas, y las citas de Lucas en las epístolas á los Colosenses y Filemon equivalen á una sola, de tal modo, que estos dos escritos forman un solo cuerpo. Creemos pues que el autor del tercer Evangelio y las Actas, es real y efectivamente Lucas, discípulo de Pablo.

El nombre de Lucas y la profesion de médico que ejercia el llamado discípulo de Pablo,[17] convienen bien con las indicaciones que dan ambos libros sobre su autor. Hemos demostrado en efecto que el autor del tercer Evangelio y de las Actas era probablemente natural de Filipos,[18] colonia romana donde dominaba el latin[19] y además de esto debe notarse que el autor del tercer Evangelio y de las Actas no conoce bien el judaismo[20] ni la historia de Palestina[21] ni sabe tampoco el Hebreo[22] pero está muy al corriente de las ideas del mundo pagano[23] y escribe el griego de una manera bastante correcta. La obra se ha compuesto lejos de la Judea por personas poco entendidas en geografía[24] que no se cuidaban ni de poseer la ciencia rabinica á fondo, ni de los nombres Hebreos;[25] reduciéndose la idea dominante del autor á que si se hubiera permitido al pueblo seguir su inclinacion habria abrazado la fé de Jesús, á lo cual se opuso la aristocracia judía.[26] La palabra Judío se toma siempre en la obra en sentido despreciativo y como sinónimo de enemigo de los cristianos;[27] por el contrario se habla muy favorablemente de los herejes samaritanos.[28]

¿En qué época podrá haberse compuesto aquel escrito notable? Lucas aparece por primera vez en compañía de Pablo cuando éste hizo su primer viaje á Macedonia hácia el año 52. Supongamos que contara entonces veinte y cinco años, y en este caso nada más natural que hubiese vivido hasta el año 100, pero la historia de las Actas no llega más que hasta el año 63[29] y como quiera que su redaccion es evidentemente posterior á la del tercer Evangelio, y la fecha de la composicion de este se fija de una manera bastante precisa en los años inmediatos que siguieron á la ruina de Jerusalem (año 70)[30], no se puede suponer que se redactaran las Actas antes del 71 ó 72.

Si fuera seguro que esta obra se compuso seguidamente al Evangelio, podriamos detenernos aquí, mas en este punto está permitida la duda: algunos hechos inducen á creer que ha transcurrido un intervalo entre la composicion del tercer Evangelio y la de las Actas, y esto es tanto más verosímil cuanto que se nota entre los últimos capítulos del Evangelio y el primero de las Actas una singular contradiccion. Segun el último capítulo de los Evangelios parece que la ascension tuvo lugar el mismo dia de la resurreccion[31], y el primer capítulo de las Actas[32] dice que aquella no ocurrió sino al cabo de cuarenta dias. Claro es que esta segunda version nos presenta una forma más avanzada que la leyenda, forma adoptada cuando se vió que era necesario dejar un intervalo para las diversas apariciones, y dar á la vida de Jesús despues de salir de la tumba un cuadro completo y lógico. Podria pues suponerse que al autor no le ocurrió interpretar así las cosas sino en el intervalo que medió entre la redaccion de ambas obras; y de todos modos es muy extraño que aquel se crea obligado á pocas líneas de distancia á desarrollar su primera historia aumentando el número de datos. Si aún tenia entre manos su primer libro ¿por qué no hacia las adiciones, que separadas como aparecen luego, causan tan mal efecto? Esto no es sin embargo una prueba decisiva, y hay una circunstancia grave que induce á creer que Lucas concibió al mismo tiempo el plan y el conjunto. El prefacio que encabeza el Evangelio es el que parece comun á los dos libros[33]. La contradiccion que acabamos de indicar se explica acaso por el poco cuidado que se tuvo de dar una cuenta exacta del empleo del tiempo, y á esto se debe seguramente que todas las relaciones de la vida de Jesús, despues de salir de la tumba, estén en un completo desacuerdo acerca de la duracion de esta vida. Importaba tan poco ser histórico, que el mismo narrador no tenia el menor escrúpulo en proponer sucesivamente dos sistemas inconciliables: las tres relaciones que acerca de la conversion de Pablo se encuentran en las Actas[34] ofrecen tambien pequeñas diferencias que prueban igualmente cuán poco se ocupaba el autor de la exactitud de los detalles.

Parece pues que nos aproximariamos á la verdad suponiendo que las Actas se escribieron hácia el año 80, pues por una parte el espíritu del libro conviene muy bien con la primera época de los Flavios, y por la otra, el autor parece evitar todo aquello que hubiera podido ofender á los romanos. En efecto, vemos que se complace en demostrar que los funcionarios de Roma no solo eran favorables á la nueva secta sino que la abrazaron algunas veces[35] que la defendieron contra los judíos, y que la justicia imperial era equitativa y superior á las pasiones locales.[36] El autor insiste particularmente en enumerar las ventajas que obtuvo Pablo merced á su título de ciudadano romano[37] y corta justamente su narracion en el momento de la llegada de Pablo á Roma, quizá para no verse obligado á referir las crueldades de Neron contra los cristianos.[38] El contraste entre las Actas y el Apocalipsis es en extremo notable: escrito este en el año 68, recuerda á cada paso las infamias de Neron, rebosando un ódio profundo contra Roma, y en la primera obra aparece el tirano como un hombre afable que vive en una época tranquila. Desde el año 70, poco más ó menos, hasta los últimos años del primer siglo, la situacion fué bastante buena para los cristianos, pues hasta hubo personajes de la familia Flaviana que pertenecieron al cristianismo. ¿Quién sabe si Lucas no conoció á Flavio Clemente, si no fué de su familia, y si las Actas no se escribieron por este poderoso personaje cuya posicion oficial exigia ciertas consideraciones? Algunos indicios dan lugar á suponer que el libro se compuso en Roma, y diríase en efecto que los principios de la iglesia romana dominaban al autor. Esta iglesia tuvo desde los primeros siglos el carácter político y gerárquico que la distinguió siempre, y el buen Lucas pudo dejarse llevar de este espíritu, pues sus ideas sobre la autoridad eclesiástica son muy avanzadas, y en ella se descubre el gérmen del episcopado. Lucas escribió la historia como apologista, imitando á los escritores oficiales de la corte de Roma, é hizo lo que hacia un historiador ultramontano de Clemente XIV, que ensalzando á la vez al Papa y á los jesuitas, trataba de persuadirnos en un discurso lleno de compuncion que por ambas partes se observaban las reglas de la caridad. Dentro de doscientos años se consignará tambien que el cardenal Antonelli y el señor de Mérode se amaban como dos hermanos. El autor de las Actas, fué el primero de esos narradores complacientes que con una ingenuidad sin igual y una beatitud que revela su satisfaccion se empeñan en demostrar que todo se hace en la Iglesia de una manera evangélica. Demasiado leal para condenar á su maestro Pablo, ortodoxo en exceso para no participar de la opinion oficial que prevalecia, prescindió de las diferencias de doctrina para no dejar ver sino el objeto comun que todos aquellos grandes fundadores prosiguieron en efecto por vias tan opuestas y á través de tan enérgicas rivalidades.

Fácilmente se comprenderá que un hombre que se coloca por sistema en semejante situacion, es el menos á propósito para referir los hechos tal como pasaron: la fidelidad histórica es para él una cosa indiferente; todo lo que le importa es la edificacion, y Lucas no lo oculta, pues escribe para que Teófilo reconozca la verdad de lo que le han enseñado sus catequistas.[39] Se habia pues convenido en un sistema de historia eclesiástica que se enseñaba oficialmente y cuyo cuadro, así como el de la misma historia evangélica[40] es probable estuviera ya fijado. El carácter dominante de las Actas, así como el del tercer Evangelio[41] es una tierna piedad, una viva simpatía hácia los gentiles,[42] su espíritu conciliador, una preocupacion extrema acerca de lo sobrenatural, el amor á los pequeños y los humildes, un gran sentimiento democrático, ó más bien, la persuasion de que el pueblo es naturalmente cristiano y que son los grandes los que le impiden seguir sus buenos instintos.[43] Además predomina una idea exaltada del poder de la Iglesia y de sus jefes, un gusto muy marcado por la vida en comun.[44] Los métodos de composicion son iguales en ambas obras, de tal modo que lo mismo nos sucederia con la historia de los Apóstoles, que con la historia Evangélica, si para analizar esta última no tuviéramos más texto que el Evangelio de Lucas.

Fácil es comprender las desventajas de semejante situacion: la vida de Jesús, compuesta por el tercer Evangelio solamente, seria en extremo defectuosa é incompleta, y nosotros lo sabemos porque para la vida de Jesús, la comparacion es posible. Al mismo tiempo que Lucas, tenemos (sin hablar del cuarto Evangelio) á Mateo y á Márcos, quienes relativamente á Lucas, son al menos en partes originales. Damos á conocer los medios violentos por medio de los cuales Lucas desfigura ó mezcla las anécdotas; la manera con que modifica el colorido de ciertos hechos segun sus miras personales, y vemos en fin las piadosas leyendas que añade á las tradiciones más auténticas. ¿No es evidente que si pudiéramos hacer semejante comparacion para las Actas llegariamos á encontrar defectos de un género análogo? Las Actas nos parecerian, á juzgar por los primeros capítulos, inferiores al tercer Evangelio, sin duda porque estos capítulos se compusieron probablemente con documentos menos numerosos y menos universalmente aceptados.

Aquí debe hacerse en efecto una distincion fundamental: bajo el punto de vista del valor histórico, el libro de las Actas se divide en dos partes: la una que comprende los doce primeros capítulos y refiere los hechos principales de la historia de la Iglesia primitiva, y la otra que contiene los diez y seis capítulos restantes consagrados todos á las misiones de San Pablo. En esta segunda parte hay dos clases de relatos; uno en que el narrador aparece como testigo ocular y otro en que no hace más que referir lo que le han dicho, pero aun en este último caso, claro está que su autoridad es grande. Con frecuencia se vé que las conversaciones de Pablo son las que han facilitado las noticias, y hácia el fin, sobre todo, la narracion adquiere un carácter de precision notable. Las últimas páginas de las Actas son las únicas históricas que tenemos sobre los originales cristianos; las primeras por el contrario son las más atacables de todo el Nuevo Testamento. Al hablar de los primeros años, es particularmente cuando el autor obedece á ideas preconcebidas semejantes á las que le preocuparon en la composicion de su Evangelio. Su sistema de los cuarenta dias, su modo de referir la ascension, terminando con una especie de rapto final y de solemnidad dramática la vida fantástica de Jesús; su manera de contar la bajada del Espíritu Santo y las predicaciones milagrosas, y su modo en fin de comprender el don de las lenguas, tan diferente del de San Pablo[45] revelan las preocupaciones de una época relativamente atrasada, en que predomina la leyenda sin oposicion. Todo se representa con un gran aparato escénico, desplegando las formas de lo maravilloso, y es preciso recordar que el autor escribe medio siglo despues de ocurrir los acontecimientos, lejos del país donde tuvieron lugar, y fundándose en hechos que no ha visto, ni él, ni su maestro, y en tradiciones en parte fabulosas ó desfiguradas. No solamente Lucas es de otra generacion que la de los primeros fundadores del cristianismo, sino que es de otro mundo, es Helenista, muy poco judío, casi extraño á Jerusalem y á los secretos de la vida judaica, y apenas ha conocido de la primitiva sociedad cristiana más que á los primeros representantes. En los milagros que él refiere, se ven más bien invenciones á priori, que hechos transformados; los milagros de Pedro y de Pablo forman dos séries que se relacionan:[46] sus personajes se asemejan; Pedro y Pablo no difieren en nada y por último los discursos que pone en boca de sus héroes, aunque hábilmente apropiados á las circunstancias, son todos del mismo estilo, y pertenecen más bien al autor que á las personas á que los atribuye: acabaremos diciendo que hasta se encuentran errores fáciles de reconocer.[47] Las Actas en una palabra, constituyen una historia dogmática, arreglada para apoyar las doctrinas ortodoxas de la época ó inculcar las ideas que más sonreian á la piedad del autor. Añadamos á esto que no podia ser de otro modo: no se conoce el orígen de cada religion sino por las relaciones de los creyentes; solo el escéptico escribe la historia ad narrandum.

Estas no son simples sospechas, conjeturas de un crítico desconfiado en extremo; son sólidas inducciones, y siempre que nos sea permitido comprobar la narracion de las Actas, la encontraremos defectuosa y sistemática. En efecto, aunque no podamos hacer la comprobacion con los textos sinópticos, tenemos para ello las Epístolas de San Pablo, sobre todo la de los Galatas y claro es que en el caso en que las Actas y las epístolas no estén acordes, debe darse siempre la preferencia á las últimas que son textos de una autenticidad absoluta y más antiguas; de una sinceridad completa y sin leyendas. Tratándose de historia, los documentos son de tanta más autoridad, cuanto menos afectan la forma histórica: la autoridad de todas las crónicas debe ceder ante la de una inscripcion, de una medalla, de un mapa, de una carta auténtica. Bajo este punto de vista, las epístolas de autores verdaderos y de fechas fijas, son la base de toda la historia de los orígenes cristianos; sin ellas, la duda alcanzaria á todo, dejando en la oscuridad hasta la misma vida de Jesús. Ahora bien, en dos circunstancias muy importantes, las epístolas ponen en relieve las tendencias particulares del autor de las Actas y su deseo de borrar la huella de las divisiones que habian existido entre Pablo y los Apóstoles de Jerusalem.[48]

Además de esto, el autor de las Actas, quiere que Pablo, despues del incidente de Damasco (IX, 19 y sig.; XXII, 17 y sig.), haya ido á Jerusalem en una época en que apenas se conocia su conversion; que le presentaran á los Apóstoles y viviera con ellos y los fieles en la más afectuosa cordialidad, que haya disputado públicamente contra los judíos Helenistas, y por último, que un complot de estos y una revelacion del cielo, le hayan inducido á marcharse de Jerusalem. Ahora bien, Pablo nos dice que las cosas pasaron de muy distinto modo, y para probar que no habia tomado nada de los Doce y que debe al mismo Jesús su mision y su doctrina, asegura (Gal., I, 11 y sig.) que despues de su conversion evitó tomar consejo de ninguno[49] y de presentarse en Jerusalem á los que eran Apóstoles antes que él; que fué á predicar al Haurán por su propia voluntad y sin encargo de nadie; que es cierto que tres años más tarde hizo un viaje á Jerusalem para conocer á Céfas con quien permaneció quince dias, pero que no vió á ningun Apóstol como no fuera á Jacobo, hermano del Señor, y que esto es tan cierto que su semblante no era conocido en las iglesias de Judea. El esfuerzo que se hace para dulcificar el estilo brusco del rudo Apóstol, á fin de presentarle como colaborador de los Doce, trabajando de concierto con ellos en Jerusalem, aparece aquí de una manera evidente. En efecto, se quiere que Jerusalem sea su capital y punto de partida, que su doctrina sea tan idéntica á la de los Apóstoles, que haya podido reemplazarla ó sustituirla con la de aquellos en la predicacion; se reduce su primer Apostolado á las sinagogas de Damasco; se quiere que haya sido discípulo y oyente, lo cual no es cierto;[50] se reduce el tiempo que trascurrió entre su conversion y su primer viaje á Jerusalem, se prolonga su permanencia en esta ciudad; se supone que predicó á satisfaccion de todos; se sostiene que vivió íntimamente con todos los Apóstoles, aunque él mismo asegura que no ha visto más que á dos, y se asegura, en fin, que los hermanos de Jerusalem velaban sobre él, siendo así que Pablo declara que su semblante les era desconocido.

El deseo de hacer creer que Pablo visitaba continuamente á Jerusalem, es lo que ha inducido á nuestro autor á prolongar su permanencia en aquella ciudad despues de su conversion, suponiendo con esto, que hizo un viaje más. Segun él, Pablo fué con Bernabé á Jerusalem á llevar la ofrenda de los fieles cuando se experimentó el hambre del año 44 (Act., XI, 30; XII, 25), pero Pablo declara terminantemente que en el intervalo que medió entre el viaje que hizo tres años despues de convertirse, y el que verificó para el asunto de la circuncision, no fué á Jerusalem (Gal., I y II). En otros términos; Pablo excluye formalmente todo viaje entre Act., IX, 26 y Act., XV, 2. Si se negara, contra toda razon, la identidad del viaje que se refiere en Gal., II, 1 y sig., con el de que se da cuenta en Act., XV, 2 y sig., no se opondria seguramente la menor contradiccion. «Tres años despues de mi conversion, dice San Pablo, fuí á Jerusalem para conocer á Céfas, y volví catorce años despues...» Se ha podido dudar si el punto de partida de esos catorce años es la conversion ó el viaje que tuvo lugar tres años más tarde: tomemos la primera hipótesis, que es la más favorable al que defiende la narracion de las Actas, y tendremos que segun San Pablo, trascurrieron lo menos doce años entre su primer y segundo viaje á Jerusalem, siendo así que no mediaron ni once, segun lo que dice el Act., IX, 26 y sig., y el Act., XI, 30. Aun cuando se sostuviera lo contrario, vendriamos á caer en otra imposibilidad: en efecto, lo que se refiere en el Act., XI, 30, es contemporáneo de la muerte de Jacobo, hijo del Zebedeo,[51] la cual nos da la única fecha fija de las Actas de los Apóstoles, puesto que precede en muy poco tiempo á la muerte de Herodes Agrippa I, acaecida en el año 44.[52] Habiendo hecho Pablo su segundo viaje lo menos catorce años despues de su conversion, y suponiendo que aquel tuvo lugar en el año 44, la conversion debió ser en el año 30, lo cual es absurdo. Es imposible pues creer en el viaje á que se refiere Act., XI, 30 y XII, 35.

El autor incurre en una grave inexactitud al dar cuenta de estas idas y venidas, pues comparando Act., XVII, 14-16; XVIII, 5 con I Tes., III, 1-2 se encuentra otra contradiccion, pero como no se relaciona con puntos dogmáticos, no hablaremos aquí de ella.

La que es muy principal para el asunto que nos ocupa, lo que arroja un rayo de luz para la crítica en esta cuestion del valor histórico de las Actas, es la comparacion de los pasajes relativos á la circuncision, que se encuentran en dicha obra (Cap. XV.) y en la epístola de los Galatas (Cap. II.). Segun las Actas, habiendo llegado á Antioquía varios hermanos de Judea, los cuales sostuvieron que era necesaria la circuncision para los paganos convertidos, nombróse una diputacion compuesta de Pablo, de Bernabé, y otros varios para que pasaran á Jerusalem á fin de consultar con los Apóstoles y los ancianos sobre este punto. Una vez llegados allí son recibidos por todo el mundo con la mayor alegría; reúnese una gran asamblea donde si hay algun parecer contrario, se pierde entre las efusiones de una caridad recíproca y de la felicidad de que se sienten todos poseidos al verse juntos; Pedro enuncia la opinion que se esperaba emitiria Pablo: á saber, que los paganos convertidos no están sujetos á la ley de Moisés; Jacobo no hace más que una ligera restriccion;[53] Pablo no habla, y á decir verdad, no necesita hacerlo, puesto que su doctrina se pone aquí en boca de Pedro; la opinion de los hermanos de Judea no es apoyada por nadie; y por último, conforme al parecer de Jacobo, se expide un decreto solemne el cual se comunica á las iglesias por medio de diputados elegidos al efecto.

Comparemos ahora la narracion de Pablo en la epístola á los Galatas: Pablo quiere que el viaje que hizo aquella vez á Jerusalem sea la consecuencia de un movimiento espontáneo, y hasta el resultado de una revelacion. Llegado á dicha ciudad, comunica su Evangelio á quien corresponde de derecho; celebra conferencias particulares con personas que parecen ser de consideracion; no se le critica ni se le comunica nada, y solo se le pide que se acuerde de los pobres de Jerusalem. Si Tito, que le acompañó, consiente en dejarse circuncidar,[54] es por consideracion á falsos hermanos intrusos, y aunque Pablo les hace esta concesion pasajera, no se somete á ellos. En cuanto á los hombres importantes, Pablo no habla de ellos sino con cierto viso de amargura é ironía, y dice que no le han enseñado nada. Además de esto, habiendo llegado más tarde Céfas á Antioquía, Pablo se indispone con él porque no obra bien; y en efecto, Céfas comia con todos indistintamente. Llegan luego emisarios de Jacobo, y Pedro se oculta para no ver á los incircuncidados. Viendo que no marchaba por la senda de la verdad del Evangelio, Pablo apostrofa á Céfas delante de todo el mundo y le reprende amargamente su conducta.

Vemos, pues, cuanta es la diferencia: por una parte, una solemne concordia, una especie de concilio, un decreto formal expedido por una autoridad reconocida; y por la otra, arranques de cólera mal contenida, susceptibilidades extremas, nada que se parezca á un concilio, y por último, pareceres contrarios que no se convienen sino para guardar las formas. Inútil es decir qué version merece la preferencia: la narracion de las Actas es apenas verosímil, puesto que segun ella, el concilio tiene por objeto ventilar una disputa de que ya no queda recuerdo una vez terminado aquel; los dos oradores pronuncian discursos muy contrarios á lo que de ellos podia esperarse, y por lo tanto, el decreto que se supone expedido por el concilio es seguramente una ficcion. Si este decreto, cuya redaccion se atribuye á Jacobo, se hubiera promulgado realmente, ¿á qué venian esos apuros del bueno y tímido Pedro ante las gentes enviadas por Jacobo? ¿por qué se ocultaba, puesto que él y los cristianos de Antioquía, cumplian religiosamente con las disposiciones fijadas por el mismo Jacobo en el decreto? La cuestion relativa á la circuncision ocurrió hácia el año 51, y vemos que algun tiempo despues, hácia el año 56, la disputa que debió quedar ventilada en virtud del decreto, es más viva que nunca, y que la iglesia de Galacia se vé agitada por nuevos emisarios del partido judío de Jerusalem.[55] Pablo contesta á este nuevo ataque de sus enemigos con su furibunda epístola: si el decreto á que se refiere el Act., XV, hubiese existido en realidad, Pablo tenia medio muy sencillo de terminar el debate, pues le bastaba citarlo, pero vemos que todo lo que dice supone la no existencia de aquel. En el año 57, al escribir Pablo á los Corintios, no parece tener conocimiento de tal decreto, y hasta infringe sus prescripciones por una de las cuales se manda á todos abstenerse de las carnes inmoladas á los ídolos. Pablo por el contrario, opina que se pueden comer dichas carnes, si con ello no se escandaliza nadie, mas que es preciso abstenerse en el caso contrario.[56] En el año 58, cuando Pablo hizo su último viaje á Jerusalem, Jacobo se muestra más obstinado que nunca.[57] Uno de los rasgos característicos de las Actas, rasgo que prueba claramente que el autor se propone menos presentar la verdad histórica ó satisfacer la lógica, que edificar á los lectores piadosos, es el decir siempre que la admision de los incircuncidados es cuestion resuelta. Esto no es verdad sino por lo que toca al bautismo del eunuco y del centurion Cornelio, ambos milagrosamente ordenados, por la fundacion de la Iglesia de Antioquía (XI, 19 y sig.) y por el pretendido concilio de Jerusalem, lo cual no impide que en las últimas páginas del libro (XXI, 20-21) quede aún la cuestion en suspenso. Á decir verdad, la cuestion permaneció siempre en ese estado, pues las dos fracciones del cristianismo naciente no se fusionaron jamás; solamente una de ellas, la que conservó las prácticas del judaismo, fué infecunda y se extinguió oscuramente. Tan lejos estuvo Pablo de ser admitido por todos, que despues de su muerte, una gran parte del cristianismo le anatematiza[58] y le persigue con sus calumnias.

En nuestro libro tercero es donde tendremos que tratar en detalle la cuestion de fondo enlazada con estos curiosos incidentes; solo hemos querido dar aquí algunos ejemplos de la manera con que el autor de las Actas entiende la historia, de su sistema de conciliacion y de sus ideas preconcebidas. ¿Deduciremos de aquí en conclusion que los primeros capítulos de las Actas carecen de autoridad, como lo piensan algunos críticos célebres y que la ficcion llega hasta crear toda clase de personajes, tales como el eunuco y el centurion Cornelio, y hasta el diácono Estéban y la piadosa Tabitha? Yo no lo creo de ningun modo. Es probable que el autor de las Actas no haya inventando personajes[59] pero es un abogado hábil que escribe para probar y que trata de sacar partido de los hechos de que oyó hablar para demostrar sus tésis favoritas, que son la legitimidad de la vocacion de los gentiles y la institucion divina de la gerarquía. Al hacer uso de semejante documento se debe tener mucha precaucion, pero rechazarlo en absoluto es tan poco razonable, como fiarse de él ciegamente. Hay algunos párrafos, sin embargo, aun en esta primera parte, cuyo valor es conocido de todos, y que constituyen memorias auténticas extractadas por el último redactor. El capítulo XII, en particular, es muy bueno y procede al parecer de Juan Márcos.

Se comprenderá pues en qué apuro nos veriamos si no tuviéramos para formar esta historia más documentos que un libro tan legendario. Felizmente poseemos otros, que se refieren, es verdad, directamente al período que será el objeto de nuestro libro tercero, pero que arrojan ya sobre este mucha luz. Nos referimos á las Epístolas de Pablo: la Epístola de los Galatas sobre todo es un verdadero tesoro, la base de toda la cronología de aquella edad, la llave que lo abre todo, el testimonio, en fin, que debe bastar á los más escépticos para creer en la realidad de las cosas que pudieran ponerse en duda. Á los lectores que me juzguen demasiado atrevido ó demasiado crédulo, yo les ruego que vuelvan á leer los dos primeros capítulos de este libro singular, pues son seguramente las dos páginas más importantes para el estudio del cristianismo naciente. Las Epístolas de San Pablo tienen en efecto una ventaja sin igual en esta historia, y esta es su autenticidad absoluta. La crítica más grave no ha puesto jamás en duda la autenticidad de la epístola á los Galatas, de las dos á los Corintios y de la dirigida á los Romanos. Las razones que se han tenido para atacar las dos epístolas á los Tesalonicenses y la epístola á los Filipenses, no tienen valor alguno. Al principio de nuestro libro tercero tendremos que discutir las objeciones más especiosas, aunque poco decisivas, que se han elevado contra la epístola á los Colosenses y la carta á Filemon; el problema particular que ofrece la epístola á los Efesios, y las fuertes pruebas en fin que inducen á desechar las dos epístolas á Timoteo y la dirigida á Tito. La autenticidad de las epístolas de que haremos uso en este volúmen es indudable, ó cuando menos las inducciones que sacaremos de las otras son independientes de la cuestion de saber si se han dictado ó no por San Pablo.

No es necesario sujetarnos aquí á las reglas de la crítica que hemos observado para la composicion de esta obra, pues ya lo hicimos en la introduccion de la Vida de Jesús. Los doce primeros capítulos de las Actas, son en efecto un documento análogo á los Evangelios sinópticos, con el cual es preciso proceder del mismo modo, porque esta clase de documentos medio históricos y medio legendarios no pueden tomarse ni como historia ni como leyenda, atendido que todo es falso en el detalle y no pueden inducirse preciosas verdades. Traducir pura y simplemente estas narraciones, no es hacer historia, puesto que con frecuencia se encuentran textos más autorizados que contradicen lo que se refiere en aquellas, y por consiguiente, aun dado el caso de que no tuviéramos más que un solo texto, hay motivos para creer que si hubiese otros resultaria la contradiccion. En la Vida de Jesús, la narracion de Lucas difiere á cada paso de las de los otros dos Evangelios sinópticos y la del cuarto: ¿no es por lo tanto probable que si tuviéramos para las Actas un término de comparacion análogo, encontrariamos en dicha obra notables diferencias ó faltas en una infinidad de puntos sobre los cuales no tenemos ahora más testimonio que el suyo? En nuestro libro tercero, observaremos otras reglas, pues allí vamos á entrar en plena historia positiva y tendremos entre manos noticias originales á veces autobiográficas. Cuando San Pablo nos dé él mismo el relato de un episodio de su vida, que no tenia interés en presentar tal ó cual dia, claro es que nos bastará copiar sus palabras una á una, segun el método de Tillemont; pero cuando se trate de un narrador preocupado por un sistema, que escribe para hacer prevalecer ciertas ideas con ese estilo infantil de contornos vagos y suaves y marcado colorido, propio tan solo de la leyenda, el deber del crítico no es sujetarse al texto, sino tratar de descubrir lo que puede haber en este de verdad sin creerse jamás seguro de haberla encontrado. Prohibir á la crítica semejantes interpretaciones seria tan poco razonable como mandar al astrónomo que no se ocupase sino del aspecto del cielo: ¿no consiste acaso la astronomía en conseguir que el paralaje formado por la posicion del observador, llegue á crear una situacion real y verdadera por otra aparente y engañosa?

¿Y quién pretenderia que se deben copiar á la letra documentos donde se encuentran imposibilidades? Los doce primeros capítulos de las Actas son un tejido de milagros; y una regla absoluta de la crítica, es no citar en las relaciones históricas hechos milagrosos. Esta no es la consecuencia de un sistema metafísico; es sencillamente una observacion. Todos los hechos que se suponen milagrosos y que pueden estudiarse de cerca, se convierten en ilusion ó en impostura: si se hubiera probado un solo milagro, no se podrian desechar en masa todos los de las historias antiguas, porque despues de todo, admitiendo que un gran número de estos fueran falsos, se podria creer que algunos son verdaderos. Pero no es así: todos los milagros discutibles se desvanecen, y en este caso, ¿no estaremos autorizados para deducir de aquí que los milagros que ocurrieron hace muchos siglos, y sobre los cuales no hay medio de provocar un debate contradictorio, no son reales y verdaderos? En otros términos; no hay milagro sino cuando se cree en él; lo que constituye lo sobrenatural es la fé. El catolicismo que pretende que no se ha extinguido aún en su seno la fuerza milagrosa, está sujeto él mismo á la influencia de esta ley: los milagros que pretende hacer no se ven en los sitios donde debieran ocurrir, y si se tiene un medio tan sencillo de probarlos ¿por qué no se hace uso de él á la luz del dia? ¡Un milagro en París, ante sabios competentes pondria fin á todas las dudas! Pero ¡ay! ¡esto no sucede nunca! Jamás se ha verificado un milagro ante el público á quien convendria convertir, es decir, ante los incrédulos. La condicion del milagro es la credulidad del testigo. No ha ocurrido ningun milagro ante aquellos que podrian discutirlo y criticarlo, y de esto no hay una excepcion. Ciceron lo dijo muy bien con su buen criterio y acostumbrada sutileza: «¿Desde cuándo ha desaparecido esa fuerza secreta? ¿Será acaso desde que los hombres han llegado á ser menos crédulos?»[60]

«Pero, se dice, si es imposible probar que haya ocurrido nunca un hecho sobrenatural, tambien lo es probar que no haya ocurrido; luego el sabio positivista que niega lo sobrenatural procede, tan gratuitamente como el creyente que admite.» Esto no es exacto: el que afirma una proposicion es quien debe probarla; el que la escucha no tiene que hacer más que esperar la prueba, y ceder si esta es buena. Si hubieran ido á exigir á Buffon que asignara un lugar en su Historia natural á las sirenas y á los centauros, Buffon habria respondido: «Mostradme uno de esos séres y los admitiré; hasta entonces no existirán para mí.—Pero probadme que no existen.—Probadme á mí lo contrario.» En la ciencia, corresponde dar la prueba á los que alegan un hecho. ¿Por qué no se cree en los ángeles y en los demonios, siendo así que innumerables textos históricos suponen su existencia? Porque la existencia de un ángel ó de un demonio, no se ha probado jamás.

Para sostener la realidad del milagro, se apela á fenómenos que se pretende no pueden ocurrir segun el curso de las leyes de la naturaleza. «La creacion del hombre, dicen, no ha podido llevarse á cabo sino por una intervencion directa de la Divinidad; ¿por qué no habia de producirse esa intervencion en los otros momentos decisivos del desarrollo del universo?» No insistiré sobre la extraña filosofía y la mezquina idea de la divinidad que razona de tal modo, pues la historia debe tener su método, independiente de toda filosofía, y sin entrar para nada en el terreno de la teodicea: fácil es demostrar cuán defectuosa es semejante argumentacion. Equivale á decir que todo lo que no sucede en el estado actual del mundo, que todo aquello que no podemos explicar en el estado actual de la ciencia, es milagroso. De este modo tendremos que el sol es un milagro, porque la ciencia está muy lejos de haber explicado el sol; la concepcion de cada hombre es un milagro, porque la fisiología se calla sobre este punto; la conciencia es un milagro, porque es un misterio absoluto, y todo animal, en fin, es un milagro, porque el orígen de la vida es un problema sobre el cual apenas tenemos dato alguno. Si se responde que toda vida, que toda alma, es en efecto de un órden superior á la naturaleza, esto equivale á un juego de palabras. Aun cuando lo admitamos así, preciso es explicarnos la palabra milagro. ¿Qué es un milagro que ocurre todos los dias y á todas horas? El milagro no es lo inexplicable; es una derogacion formal, en nombre de una voluntad particular, á leyes conocidas. Lo que nosotros negamos es el milagro por excepcion, son las intervenciones particulares, como la de un relojero que hubiese hecho un reloj, muy hermoso en verdad, pero al que tendria que tocar de vez en cuando para suplir la insuficiencia de las ruedas. Que Dios esté en todas las cosas de una manera permanente, sobre todo en lo que vive, es precisamente nuestra teoría; nosotros solo decimos que nunca se ha probado ninguna intervencion particular de una fuerza sobrenatural, y negaremos la realidad de lo sobrenatural hasta que un hecho venga á probarnos lo contrario. Buscar este hecho antes de la creacion del hombre, alejarse de la historia, remontándose á épocas en que toda comprobacion es imposible para no tener que citar milagros históricos, es lo mismo que refugiarse detrás de la nube, es probar una cosa oscura con otra más oscura aún, es establecer una ley conocida, en virtud de un hecho que no conocemos. Se citan milagros que tuvieron lugar antes de que existiese ningun testigo para presenciarlos, y no se habla de uno solo que pueda probarse con buenos testimonios.

No cabe duda que en épocas remotas han ocurrido en el universo fenómenos que no se han vuelto á presentar, al menos en la misma escala, en la actualidad; pero esos fenómenos tuvieron su razon de ser cuando se manifestaron. En las formaciones geológicas, por ejemplo, se encuentra un gran número de minerales y piedras preciosas que segun parece no se producen hoy en la naturaleza; y sin embargo, los Sres. Mitscherlich, Ebelmen, de Sénarmont y Daubrée, han compuesto artificialmente la mayor parte de esos minerales y piedras preciosas. Si es dudoso que se consiga jamás producir artificialmente la vida, esto consiste en que la reproduccion de las circunstancias en que aquella comenzó no está al alcance de los medios humanos. ¿Cómo clasificar un planeta que ha desaparecido hace miles de años? ¿Cómo verificar un experimento para el cual se necesitan siglos enteros? Hé aquí lo que se olvida cuando se llama milagros á los fenómenos que han ocurrido en otro tiempo y que no se verifican ya hoy. La formacion de la humanidad es seguramente la cosa más absurda y más extraña del mundo si se la supone súbita é instantánea, pero entra en las analogías generales (sin dejar de ser misteriosa), si se vé en ella el resultado de un progreso lento y continuado durante períodos incalculables. No deben aplicarse á la vida del embrion, las leyes de la vida de la edad madura; pues el embrion desarrolla unos tras otros todos sus órganos, y el hombre adulto por el contrario no los crea porque ya no está en la edad de crearlos; así como el lenguaje no se inventa porque ya no se puede inventar. ¿Pero á qué seguir á unos adversarios que se salen de la cuestion? Nosotros pedimos un milagro histórico probado, y se nos contesta que este debió ocurrir antes de la historia. Ciertamente que si hubiera que probar que son necesarias las creencias sobrenaturales para ciertos estados del alma, bastaria, para hacerlo, el hecho de que espíritus dotados en todas las demás cosas de cierta penetracion, han fundado el edificio de su fé en un argumento tan desesperado.