Los crímenes de la iglesia franquista - Julián Fernández Cruz - E-Book

Los crímenes de la iglesia franquista E-Book

Julián Fernández Cruz

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Esta obra es un fiel relato de uno de aquellos sacerdotes exiliado en Francia, desde donde contempla con impotencia cómo sus hermanos de religión, aquellos que ven en Franco "El enviado de Dios", los que se creían los defensores de la religión, los salvadores de la patria contra los rojos criminales, los sin Dios, no concebían que enfrente tuviesen enemigos con capellanes, donde las iglesias estaban abiertas y donde se respetaba la religión, los mismos que condenaban y mandaban fusilar a aquellos sacerdotes cuyo único delito había sido estar al lado del desvalido. Esta obra es el diario de uno de estos servidores de Dios, que murió en Francia pero dejó un fiel testimonio de las actuaciones que muchos obispos y cardenales ejercieron en el nombre de la "Santa Cruzada".

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Los crímenes de la Iglesia franquista
Cubierta y diseño editorial: Éride, Diseño Gráfico
Dirección editorial: Ángel Jiménez
Imagen cubierta: Julián Fernández Cruz
Primera edición: mayo, 2013
Los crímenes de la Iglesia franquista
«Confesiones de un sacerdote en el exilio». (Francia 1937)
© Julián Fernández Cruz
© éride ediciones, 2013
Collado Bajo, 13
28053 Madrid
éride ediciones
ISBN libro impreso: 978-84-15883-21-0
ISBN libro electrónico: 978-84-15883-35-7
Diseño y preimpresión: Éride, Diseño Gráfico
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. 
Todos los derechos reservados
éride ediciones no se responsabiliza de las opiniones vertidas
en esta obra ya que éstas corresponden exclusivamente al pensamiento
Julián Fernández Cruz
Los crímenes de la Iglesia franquista
 A la memoria
de Raquel Plaza Labiano
(11-04-2013)
y
Domingo López Gil
DEDICATORIA:
A los amigos de verdad, a los valientes, a la familia.
A mi compañero de Radio Elche, José Antonio Carrasco Pacheco, sin su ayuda esta obra no hubiera visto la luz y permanecería durmiendo en los Archivos de la Guerra Civil Española en París (Francia).
Julián Fernández Cruz
Prólogo
¿Cuál es la verdadera situación de la religión en la España de Franco? ¿Hay, realmente, en sus territorios, una renovación religiosa? El catolicismo ¿se vive allí con más intensidad y pureza que en siglos pasados?
No hay en el mundo ningún católico culto que no se plantee, con creciente angustia, estas cuestiones.
Cuando estalló la guerra en España, muchos pensaron que solo el renacimiento del catolicismo en la España rebelde podría compensar suficientemente todos los horrores.
Del seno de la España destruida, exangüe y rota, surgirá, quizá (se pensaba) una religión, tan pura y ferviente, que será como la realización del reino de Dios sobre la Tierra. Solo, en el supuesto de esta realización, podría tener sentido el entusiasmo con que los católicos se han sumado a la rebelión.
¿Subsiste esta esperanza, tras quince meses de guerra? Circulan por el mundo muchos documentos que las dos facciones enfrentadas se cuidan de difundir abundantemente. No intentaremos aquí favorecer la propaganda de ninguna parte, sino conocer la pura y simple verdad, a fin de separar —si aún estamos a tiempo— el catolicismo de adhesiones políticas y guerreras que, en definitiva, no sirven más que para comprometerlo.
La verdad no puede ser impuesta desde fuera por ninguna voluntad. La verdad surge de los hechos y se impone por sí misma. Por eso, en este libro serán expuestos sucintamente una serie de hechos sin comentarios, a fin de que el lector pueda oír su voz y conducirle a la verdad. Si la verdad que le descubren estos hechos no le acomoda, no dude de ellos, pues su rigurosa autenticidad no puede ser cuestionada por nadie. Que ponga a prueba, todavía más y mejor, el valor de sus convicciones y nos ayude a acabar con la mitificación inmensa, que será perjudicial para el futuro del mismo catolicismo en la desgraciada España.
José Antonio Carrasco Pacheco
Introducción
La malévola labor de zapa de la Iglesia española para derribar a la II República, se inició el mismo día de su proclamación, aquel ilusionante 14 de abril de 1931. A partir de esa fecha empiezan a detectar los nuevos gobernantes republicanos preocupantes fugas de capitales.
Dinero, joyas, patrimonio histórico y objetos de valor, de particulares e instituciones religiosas salían por la frontera de forma vertiginosa, poniendo en peligro nuestra estabilidad financiera con la consiguiente depreciación de la peseta. Prueba de la alta tensión que se vivía es el artículo del diario de derechas El Debate, el 21 de abril: «El gobierno ha dado al Nuncio la seguridad de que la República no será hostil a la Iglesia, si la Iglesia no es hostil a la República». «Pero no nos hagamos ilusiones. La República proclamada en España tiene carácter izquierdista y anticlerical». Y el Nuncio apostólico remite el 24 de abril, viernes, una circular a los metropolitanos diciéndoles «de parte del secretario de Estado Vaticano, recomiende a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de su diócesis que respeten los poderes constituidos…». Vana «recomendación» que ocultaba una taimada intención, de encontrada voluntad. Pues lo que se espera del natural proceder de la ciudadanía, en todo el mundo, es el respeto a los poderes legal y democráticamente constituidos, siendo un delito su inobservancia.
Por esas mismas fechas, el Arzobispo de Toledo, Cardenal Segura, da los últimos toques a una larga pastoral que verá la luz el 1º de mayo. Documento en línea con la común estrategia de una bien estudiada conspiración en toda regla dirigida con eficacia contra la línea de flotación de la República. Que producirá gran conmoción, irritación popular, e impulsará —como convenía a los secretos fines de la jerarquía eclesiástica— la quema de iglesias en Madrid y otras capitales, el 10 de mayo. Acción que tanto desprestigió a la República como, en sentido inverso, benefició el «victimismo» de la Iglesia española.
Por ejemplo, en Alicante, desde el colegio de los Maristas, dos frailes dispararon con armas largas, desde las ventanas, contra una manifestación pacífica que pasaba por aquella calle, causando la muerte de un joven y un trabajador. Claro está, tras esto, los manifestantes se introdujeron violentamente en el establecimiento para aprehender a los asesinos, que huyeron.
También, en Madrid, desde unos campanarios, dispararon francotiradores contra manifestantes, causando algunos heridos. Los dos frailes alicantinos se escondieron en Barcelona, pero identificados por la policía fueron detenidos, según noticias de prensa.
La Iglesia ya no abandonará esta bien orquestada espiral política, pérfida y sinuosa, provocativa y violenta, de acoso y derribo contra la República, hasta llegar al fatídico 17 de julio del 36, en que arrojará su careta, tomando parte activa y decisiva en el golpe de Estado que ensangrentó a España por mil interminables días. La cúpula eclesiástica española, alentada por el Vaticano, estuvo fraguando y negociando con los golpistas hasta los más mínimos detalles de esta bélica aventura que, ante todo, debía restaurar la Monarquía derribada, restituyendo a la Iglesia todos sus privilegios.
Así, el izado de Sevilla de la bandera monárquica, el 15 de agosto del 36, que el Arzobispo de la bética ciudad, Llundain, saludó al estilo fascista, fue una puesta en escena ya pactada en las reuniones previas al golpe. Ni dudó, ni olvidó la Iglesia que su postura desencadenaría la persecución de los religiosos de la zona leal, que serían naturalmente considerados e identificados por el pueblo republicano como fuerzas subversivas.
Pero el descontado sacrificio de esos religiosos y religiosas serían la carne de cañón que la Iglesia precisaba exhibir por el mundo para mejor manipular voluntades y conciencias, y justificar su adhesión militante a las fuerzas rebeldes, auxiliadas por el nazi-fascismo internacional y las mehalas marroquíes. Sarracenos, que ya no serán el eterno enemigo a batir por la Iglesia en sus cruzadas, sino el necesario y oportunista amigo a utilizar en su sangrienta aventura.
Vuelta la justicia del revés, ya tendría ocasión la Iglesia de vengar, con creces, tal persecución por ella provocada (¡!¿?). Y, conforme avanzaban los rebeldes, en las poblaciones ocupadas y, sobre todo, al advenimiento de la victoria, vengarían, con inaudita violencia, la persecución religiosa con la persecución política, más injusta, cruel y sanguinaria, que se dilató en el tiempo tanto como la dictadura, controlando al pueblo desde los confesionarios como avanzadas comisarías de policía y los sacerdotes como eficaces sabuesos de la temidas policía secretas social. El gran genocidio español del siglo XX aún sin juzgar.
Tampoco debe olvidarse que si el pueblo republicano quemó iglesias, el daño que los rebeldes causaron con sus indiscriminados bombardeos a indefensas poblaciones civiles de primera línea o de retaguardia, a las iglesias y demás patrimonio religioso, obras de arte de incalculable valor histórico, irremisiblemente perdidas, fueron infinitamente más importantes, sensibles y cuantificables. También, la vergonzante Iglesia calla la sacrílega actitud de los moros, sus socios en la rebelión, que acostumbraban, como burla de la religión cristiana, orinar en las pilas bautismales de las iglesias de los pueblos que ocupaban. Hechos de especial ocurrencia en el País Vasco.
Pero, si mayoritariamente, la Iglesia estuvo con y sostuvo a los golpistas, con sus curas trabucaires, tanto en primera línea de fuego como el las asesinas depuraciones de la retaguardia, hay que rendir justicia y tributo de admiración a algunos jerarcas de la Iglesia y un número no pequeño de curas y monjas, sobre todo en el País Vasco y Cataluña, pero también en Galicia y otras regiones, que no olvidando su labor pastoral, se mantuvieron, incluso arriesgaron sus vidas a manos de los rebeldes, rechazando la criminal aventura de éstos.
Como veremos con detalle en este libro, muchos curas vascos fueron fusilados por los golpistas y otros muchos más tuvieron que exiliarse. Los Arzobispos de Tarragona, Vidal y Barraquer, y de Vitoria, Mateo Múgica, negaron su apoyo a Franco siendo expulsados de España con el beneplácito del Papa fascista, Pío XII.
El libro que ahora ponemos en manos del lector es el diario de un cura vasco, refugiado en Francia, en 1937, tras la caída y ocupación del País Vasco por las fuerzas rebeldes. Y sus vivencias, de espantosa realidad, son una denuncia al mundo de las crueldades de las tropas fascistas cometidas contra religiosos afines a una sola doctrina, la de Dios.
Aquel relato, publicado en francés, considerado perdido, tuvimos la suerte, tras una larga tarea de investigación, de encontrarlo poniendo a disposición del lector la primera edición en España, recuperando unos testimonios históricos esenciales, poco o nada conocidos, en un momento crucial de nuestra Historia. La comunidad vasca, en especial territorio de gente noble y de recia estirpe, de sentimiento religioso tan profundo como sincero, padeció con dureza el odio y furor de los rebeldes, siendo la desproporción de este castigo crimen de la Humanidad.
La causa que motivó tal persecución, que nunca acertaron a comprender, exculpar ni perdonar los golpistas, fue ésta: ¿Cómo gente tan católica podía no sumarse a su causa y defender con tanta firmeza como decisión un gobierno laico y republicano?
Con la humana sinceridad de su carácter, de sus convicciones religiosas y su apego a la justicia, el noble pueblo vasco amenazaba desmontar las sinrazones y el desarme ideológico con que la inquisitorial y ultramontana Iglesia española pretendía justificar y presentar ante el mundo su Cruzada. De ahí el odio y la vengativa especial represión que muchos religiosos vivieron bajo el franquismo, y la especial calificación que hasta la muerte del dictador mantuvo: «Sacerdotes traidores». Que lejos de ser una ofensa, es histórico aval de la fe de esos religiosos. En resumen, un libro que se podrá compartir o no, comentar o discutir, pero que sin duda a nadie dejará indiferente.
José Antonio Carrasco Pacheco
Capítulo Primero
La actitud del Episcopado
Un Cardenal guerrero
Nadie, entre el clan de los militares, creyó, al principio de la sublevación, que la Guerra Civil sería tan larga y cruel como está siendo. Les sorprendió la maravillosa energía con la que el pueblo español, desde el primer momento, defendió su libertad. Sobre todo, el heroísmo con que Madrid supo resistir todos los ataques, les desconcertó por completo. Para los sublevados quedó claro que, o encontraban nuevos aliados, o fracasarían sin remisión.
Fue entonces cuando vinieron en su ayuda tanto Alemania como Italia, con moderno y copioso envío de material y hombres y, también, el Cardenal Gomá con su bella teoría del cristianismo belicoso y la guerra santa.
Desde Francia, en el exilio todos los hermanos sabíamos del comunicado de la Santa Sede remitido al Cardenal Gomá y al poco supimos lo que pensaba sobre la mediación, y a ese pensamiento atuvo su conducta Gomá en mayo de 1937, y así seguía pensando en octubre de 1938. Que la Santa Sede no se engañase, decía él, poner fin a la Guerra Civil por medio de una mediación era algo ineficaz y contraproducente.
La guerra solo podía terminar con la «eliminación para el régimen futuro de toda ideología incompatible con una sociedad cristianamente organizada». Todos nuestros hermanos religiosos en el exilio llegamos a ponerle varios apodos acorde con sus pensamientos y la manera con la que mantuvo el Cardenal su conducta en los meses postreros de la guerra y en los primeros años de posguerra.
Esta idea la expuso el Cardenal Gomá, por primera vez, en un folleto titulado «El caso de España», el 23 de noviembre del 36, que no se publicó hasta el 4 de diciembre siguiente, es decir, justo un mes después de iniciarse el sitio de Madrid. De dicha publicación extraemos los párrafos siguientes:
«Esta guerra tan cruel es, en el fondo, una guerra de principios, de doctrinas, es la guerra de un concepto de vida y realidad social, contra otro. Es la guerra que ha declarado el espíritu cristiano español contra el otro espíritu —si se le puede llamar espíritu—, que intenta fundir a toda la Humanidad, desde las más altas cimas del pensamiento a las pequeñeces de la vida cotidiana, en la moral del materialismo marxista».
«España se encontraba casi en el fondo del abismo. Se la ha querido salvar por la fuerza de la espada. Quizá no quedaba otro remedio». «...este movimiento recoge el aspecto religioso, manifiesto en los campamentos de nuestras milicias, adoptando piadosas insignias que enarbolan los combatientes como, también, en la explosión de fe que anima a las multitudes de la retaguardia». «Quitad la fuerza del sentimiento religioso y la guerra actual se queda sin nervio».
«Ciertamente, el amor a la Patria ha sido el gran resorte que ha empujado a las masas de combatientes, pero nadie ignora que el móvil religioso, sobre todo en las regiones donde se encontraba más enraizado, ha arrastrado al mayor número de gente e infundido el máximo coraje a nuestros soldados. Aún más, estamos persuadidos de que la guerra la habrían perdido los insurgentes sin el estímulo divino que ha hecho vibrar el alma del pueblo cristiano enrolado en esta guerra, apoyada, lejos del frente, por los no combatientes».
«La lucha actual aparece como una guerra civil, pues se desarrolla en suelo español por los mismos españoles: eso es indiscutible, pero, en el fondo, se debe reconocer en ella el espíritu de una verdadera cruzada por la religión católica, cuya savia ha vivificado durante siglos la historia de España y constituido su médula y organización vital».
«¿Cómo no iba a florecer por el catolicismo la simiente expandida a través de los campos de España, en los surcos que los católicos han abierto con la punta de la espada y regado con su sangre?».
«Que nadie diga que una guerra, cuyo principal resorte ha sido el espíritu cristiano de España, tenga por objetivo la parálisis de nuestra vida económica y social. Es una guerra de sistemas o civilizaciones; nunca se podrá llamar guerra de clases. El sentimiento de religión y Patria que ha levantado a España contra la anti-España lo demuestra».
La España que defiende el Cardenal queda reflejada claramente en el párrafo siguiente:
«No olvidemos un hecho terrible: la destrucción sistemática de la riqueza privada y nacional y sus fuentes. La riqueza es la fuerza y ligazón de todo sistema social y político. Ella era, con todos los defectos de nuestra estructura económica, la fuerza de la España tradicional».
Un Cardenal político
España está a sangre y fuego. Reina la destrucción y la muerte. Se extermina al pueblo vasco que no quiere perder su libertad. Un pueblo profundamente católico, en su mayor parte. Su presidente, Aguirre, ferviente católico, llama a la jerarquía católica y expone ante ella su dolor y extrañeza por el silencio de la Iglesia frente al crimen cometido con su pueblo por los militares, moros, italianos y alemanes. A esta patética llamada le respondió el Cardenal Gomá con una carta abierta.
Desgraciadamente, no es el Cardenal, en tanto que representante de Cristo y portavoz de su doctrina de caridad y paz, quien habla en ese documento, sino otro Cardenal, político, partidista y ambicioso del que todos conocíamos en España y si cabe aún más en nuestro forzoso exilio en Francia, él creía poseer una fórmula para solucionar el conflicto vasco.
Veamos cuál:
«Es una lamentable equivocación, hija del amor que ciega y desvía, creer que un conjunto de pequeñas repúblicas pueda comportar a todos los españoles un bien más grande que el que nos procuraría un gran Estado bien gobernado, en el que se tendrían en cuenta las aportaciones espirituales e históricas de cada región. Encogerse en pequeños egoísmos provincianos, es aminorar el volumen y ritmo de la vida en el Estado y en la región. Un gran diamante, si se rompiera en multitud de pedazos, perdería automáticamente la mayor parte de su valor».
Y sigue con una ligera y poco piadosa alusión a los dignos sacerdotes y religiosos vascos asesinados por el simple hecho de amar a su pueblo:
«Lamentamos profundamente la aberración de llevar algunos curas vascos ante el pelotón de ejecución para ser fusilados; al sacerdote no se le puede excluir de ese plano de santidad ontológica y moral en el que lo sitúa su consagración por altos ministerios». Pero, dice, estos casos han sido, en resumen, muy raros, «no más de una docena larga, catorce, según la lista oficial, es decir, menos de un dos por mil, los que han sucumbido víctimas de posibles disturbios políticos».
Y sigue con la política:
«No ha habido nadie, hasta ahora, que se haya sublevado contra el régimen, que sigue siendo, en sustancia, el que se dio el pueblo; y acepto este régimen, tan democrático como falaz, porque la Historia ya ha condenado el momento de alucinación de nuestra vida política, que ha situado a España al borde del abismo».
«Hace algunas semanas concretábamos nuestro pensamiento en un modesto escrito en el que decíamos: El caso verdadero de España sería el siguiente: Que en el interior de la unidad intangible y vigorosa de nuestra patria se puedan conservar las características regionales, no para acentuar hechos diferenciales, siempre muy relativos, ante lo sustancial del hecho secular que nos instituya en el centro de la unidad política e histórica de España; muy al contrario, para hacer más estrechos, por el aporte de los esfuerzo de todos, esas ligazones que nacen de las honduras del alma de los pueblos iberos y que nos imponen las fronteras de nuestra tierra y la dulce protección de nuestro cielo incomparable. Al igual que los distintos caracteres físicos y psicológicos de los hijos, son la mejor muestra de la unidad  fecunda de sus Padres».
El Cardenal propagandista
Y si el hermano Gomá no tenía suficiente en su faceta de guerrero y político, he aquí otra nueva e inesperada, del Cardenal. Su púrpura es llevada y traída por el mundo para ocultar la mercadería franquista. Su jefe, el General Franco, le ha pedido ir al encuentro de la opinión católica, que no le es nada favorable. Y el Cardenal se pone enseguida manos  a la obra.
Pero, esta vez no está solo. ¿Es por prudencia o para dar a sus palabras mayor autoridad que la de un escrito personal? ¿O es una orden implícita del dictador? Sea como fuere, ahora se hace acompañar por otros obispos. Para servir a Franco. Para defender su facciosa opinión.
Para apoyar, con toda la autoridad que su dignidad representa, a quienes matan a sus hermanos. Y para exigir que estén con él «todos los que tienen la inquietud de pensar en cristiano».
El ardor y la satisfacción con que cumple su trabajo de propagandista, nos lo revelan claramente las siguientes declaraciones aparecidas en el Heraldo de Aragón del 22 de agosto de 1937:
«La carta colectiva obedece a la necesidad de informar a los prelados del mundo entero sobre la verdad española. En efecto, ínfima ha sido hasta hoy la propaganda de nuestra causa, fuera de nuestras fronteras.
Hasta el momento, solo algunos grupos de católicos han iniciado, fuera de España, valiente propaganda para dar a conocer nuestro movimiento a círculos que no tenían ninguna simpatía por la España nacional».
«Se ha hecho una tirada de cuatro mil ejemplares de esta carta, en castellano, para todos los obispos de los centros católicos de Sudamérica. Seguidamente, se han hecho traducciones en francés, inglés e italiano, para todos los otros países del mundo».
«—¿Antes de esta carta pastoral no se había editado más que el folleto: “El caso de España”?
—Efectivamente, esa fue la única propaganda que se hizo anteriormente fuera de España, para los católicos del mundo. Se tiraron trece ediciones.
—¿Cree Su Eminencia que esa parte de la opinión católica que no ve con simpatía el movimiento nacional, reaccionará ante los hechos y precisos razonamientos de la Carta pastoral?
—Confío en la eficacia de la Carta Colectiva, pues no ha habido nadie hasta este momento que en representación oficial de la Iglesia Española se haya dirigido a la Iglesia universal. El mundo está, pues, informado y ahora todos aquellos que tienen el privilegio de pensar en cristiano deben estar con nosotros».
Lo que el Cardenal Gomá no dice en sus declaraciones es el origen de la Carta y la forma en que fue solicitada su firma a los obispos españoles ni, tampoco, los fines que con ella se perseguían. Eso es, justamente, lo que descubre la carta que publicamos a continuación, cuya autenticidad no podrá ser negada:
«Cardenal Arzobispo de Toledo.
Pamplona, 7 de junio de 1937.
Excelencia y amigo,
Escribí el 15 de mayo a los reverendos metropolitanos poniéndoles al corriente de una indicación que yo había recibido unos días ante del jefe del Estado pidiéndoles su punto de vista sobre la conveniencia en secundarla. La respuesta ha sido afirmativa. Consecuencia de ello ha sido la redacción de un proyecto de carta colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero, de la que tengo el honor de adjuntarle un ejemplar de prueba de imprenta cuyo objeto es, secundando esta alta iniciativa, dar de forma autorizada nuestra impresión respecto del movimiento nacional y, especialmente, anular y contrarrestar las opiniones y propagandas adversas que, incluso dentro de un gran sector de la prensa católica, han contribuido a formar en el extranjero una atmósfera totalmente contraria al movimiento, que ha repercutido en los círculos políticos que dirigen el movimiento internacional
V. E. comprenderá que el Documento es grave y encierra una responsabilidad nada ligera para el Episcopado español. He puesto en conocimiento de la Santa Sedeeste proyecto.
También me permito pedirle su atenta lectura y contestarme lo antes posible sobre los siguientes puntos:
1º ¿Cree que el Documento se corresponde, tanto en su fondo como en su forma, con las intenciones indicadas más arriba y a las exigencias de un Documento firmado por todo el Episcopado?
2º ¿Cree que se deberían introducir modificaciones importante y cuáles? Las modificaciones de detalle o estilo no interesan.
3º Caso que el escrito mereciera su aprobación, ¿cree oportuno que sea dirigido solo a los obispos extranjeros, debidamente traducido, o sería conveniente que se le diera la más amplia publicidad?
Puede contestar abreviadamente utilizando solo los números 1, 2, 3 para evitar pérdidas peligrosas. El Documento sería firmado por todos.
Gracias a una copiosa información que poseo del extranjero mis hermanos, puedo asegurar que, especialmente en Inglaterra, Francia y Bélgica, predomina, incluso entre los católicos, un criterio contrario al movimiento nacional y que hasta en medios que nos son muy favorables, se cree necesaria una liquidación de la guerra por acuerdo entre las partes beligerantes.
Aprovecho la coyuntura para decirle que el folleto con los informes diocesanos relativos a los excesos de la revolución, del que tendré el placer de enviarle seguidamente algunos ejemplares, ha sido aprobado por la Secretaría de Estado.
Con este motivo me reitero muy afectuoso amigo y Hermano de V. E.
Cardenal Gomá».
Las excomuniones del Arzobispo de Burgos
El ardor belicoso de Cardenal Gomá ha tenido un límite que Monseñor, el Arzobispo de Burgos, no ha dudado en franquear el empleo de las más graves sanciones eclesiásticas, como armas de guerra, para doblegar la resistencia de los vascos. Esta noticia parece increíble, pero es rigurosamente cierta. Lo que observamos desde la distancia son el acercamiento de los obispos, todos ellos de un mismo perfil y de los cuales son conocida para todos los hermanos su peculiar interés por el poder, sus actos así lo muestran con la visita de un General franquista a la plaza de Burgos. El 20 de julio de 1936, el General Emilio Mola, principal organizador de la sublevación militar, llegó a Burgos, una ciudad que desde el domingo 18 vivía horas de fervor patriótico y religioso.
Las campanas de la catedral volteaban anunciando a la población la llegada del General.