Los dioses de cada hombre - Jean Shinoda Bolen - E-Book

Los dioses de cada hombre E-Book

Jean Shinoda Bolen

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Beschreibung

Los dioses de cada hombre sigue la línea fascinante del best seller Las diosas de cada mujer. Si en su primer libro Jean Shinoda Bolen tenía por tema central a la mujer, en éste de hoy se investigan los patrones internos que conforman las personalidades, las carreras y las relaciones de los hombres. La autora se sirve de los dioses griegos para explorar, tanto el mundo interior de los arquetipos, como el exterior de los estereotipos, y presenta de este modo una sensible y lúcida psicología masculina. Haciendo un repaso de esos dioses del mundo clásico, desde los autoritarios Zeus y Poseidón hasta el sensual Dioniso, pasando por los creativos Apolo y Hefesto, la autora enseña a los lectores a identificar a sus dioses regentes, a decidir cuál de ellos debe ser cultivado y cuál debe ser vencido. El objetivo es conectar con el poder de estos arquetipos y convertirlos en héroes de sus propias vidas. Los dioses de cada hombre exige un sondeo en las regiones más profundas de la psique masculina, y es un libro que ayudará tanto a los hombres como a las mujeres: los hombres se comprenderán mejor al revelárseles cómo elegir las opciones o los caminos más coherentes con los dioses que actúan en ellos, y las mujeres mejorarán sus relaciones con padres, hijos, hermanos y amantes, sabiendo hacia qué dioses se sientan atraídas y cuáles son incompatibles con sus expectativas.

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Título original: GODS IN EVERYMAN

© 1989 by Jean Shinoda Bolen

© de la edición en castellano:1999 by Editorial Kairós, S.A.

Primera edición: Marzo 2002Primera edición digital: Octubre 2010

ISBN-13: 978-84-7245-514-6

ISBN epub: 978-84-7245-794-2

Composición: Replika Press, Pvt. Ltd. India

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

SUMARIO

Prólogo

Agradecimientos

PARTE I: Los dioses de cada hombre

1. Hay dioses en todos los hombres

2. Padres e hijos: los mitos nos hablan del patriarcado

PARTE II: El arquetipo del padre: Zeus, Poseidón y Hades

3. Zeus, dios del cielo: el reino de la voluntad y del poder

4. Poseidón, dios del mar: el reino de la emoción y del instinto

5. Hades, dios del mundo subterráneo: el reino de los espíritus y del inconsciente

PARTE III: La generación de los hijos: Apolo, Hermes, Ares, Hefesto, Dionisos

6. Apolo, dios del sol: arquero, justiciero, hijo predilecto

7. Hermes, dios mensajero y guía de los espíritus: comunicador, embaucador, viajero

8. Ares, dios de la guerra: guerrero, bailarín, amante

9. Hefesto: dios de la forja: artesano, inventor, solitario

10. Dionisos, dios del vino y del éxtasis: místico, amante, vagabundo

PARTE IV: Hallar nuestros mitos: recordarnos a nosotros mismos

11. Hallar nuestros mitos: recordarnos a nosotros mismos

12. El dios ausente

Apéndice: Quién es quién en la mitología griega

Cuadro de dioses y arquetipos

Referencias y notas

Bibliografía

PRÓLOGO

Como autora de Las diosas de cada mujer muchas veces me han preguntado acerca de los dioses en cada hombre. Los hombres que han asistido a mis conferencias sobre las diosas me han preguntado repetidas veces «¿Y nosotros qué?». Los dioses de cada hombre es, pues, una secuela lógica de mi libro anterior, pero, por mi profesión, el tiempo histórico y (paradójicamente) el hecho de ser una mujer también me han incitado a escribir este libro sobre los arquetipos masculinos.

Al escribir este libro, soy una mujer que hace lo que tradicionalmente han hecho las mujeres por los hombres. Las mujeres han servido de intérpretes de las vidas interiores de los hombres porque éstos a menudo comparten con ellas lo que no suelen compartir entre ellos. Muchos hombres, por ejemplo, eligen mujeres psiquiatras porque se sienten más seguros y les resulta más fácil hablar con una mujer. Algunos hombres dicen que quieren evitar los sentimientos competitivos y las consecuencias que temen que podrían surgir en ellos mismos o en un terapeuta de su mismo sexo.

A veces una mujer importante puede desempeñar un papel significativo como “portadora de un sueño” en la vida de un hombre de éxito, como el psicólogo Daniel Levinson observó en su libro The Seasons of a Man’s Life. Este es también un papel que una analista junguiana a veces ha de representar. En el psicoanálisis los hombres comparten su vida interior y descubren sus puntos débiles y sus puntos fuertes. A medida que van adquiriendo conocimiento acerca de ellos mismos, me van enseñando. Veo quién es el hombre que hay bajo la superficie y llego a conocer sus arquetipos y las dificultades que puede tener en ser él mismo y sentirse auténtico. Levinson escribió:

La mujer especial es como el verdadero mentor: su cualidad especial reside en su conexión con el Sueño de un hombre joven. Ayuda a dar vida a esa parte del sí-mismo que contiene el Sueño. Facilita su entrada en el mundo adulto y su búsqueda del Sueño. Lo hace mediante su propio esfuerzo como maestra, guía, anfitriona, crítica y benefactora. En el plano psicológico más profundo le permite proyectar en ella su propia figura femenina interna –el “anima”, tal como lo ha descrito Jung– que genera y apoya sus heroicos esfuerzos.1

Por muchas razones, hay muchos hombres que se suelen sentir mejor comprendidos por las mujeres que por otros hombres, y muestran más de ellos mismos a las mujeres que entre ellos. Tal como atestigua el McGill Report on Male Intimacy:

Uno de cada diez hombres tiene un amigo de su mismo sexo con quien habla de trabajo, de dinero, de matrimonio; sólo uno entre veinte cuenta con una amistad en la que puede expresar sus sentimientos acerca de sí mismo o de su sexualidad […]. El patrón más habitual de amistad es que un hombre tenga muchos “amigos”, de los cuales cada uno de ellos sabe algo del sí-mismo público de su amigo, pero poco sobre cómo es en realidad, y ninguno de ellos conoce algo más que una pequeña fracción de la totalidad.2

McGill descubrió que si un hombre se muestra tal como es, lo más probable es que lo haga con una mujer, a veces con su esposa o bien con otra mujer. Tal como sospechan las mujeres, es mucho más fácil que un hombre comparta sus sentimientos, pensamientos y sueños con ellas que con otros hombres.

También, según Jean Baker Miller señaló en Toward a New Psychology of Women, siempre que haya un grupo superior e inferior (hombre, mujer; blanco, negro; empresarios ricos, sirvientes pobres), el grupo con menos poder estudia al otro por necesidad y conoce más respecto al mismo que a la inversa. Debido a esto, así como a la naturaleza de entregarse a los demás de la mayoría de mujeres, éstas siempre han sido atentas observadoras de los hombres.3

Los dioses de cada hombre es pues una psicología de los hombres tal como los ve una mujer que está haciendo lo que las mujeres han hecho por los hombres durante siglos, preocuparse por ellos: reflexiona sobre lo que ha visto, es consciente de su necesidad de sensibilidad cuando describe las debilidades y problemas masculinos y de la importancia de apreciar sus cualidades positivas. Este libro tiene la perspectiva del observador compasivo, adquirida a través de la experiencia profesional y personal.

Soy psiquiatra, analista junguiana y profesora de psiquiatría clínica de la universidad de California, San Francisco. Tengo hombres y mujeres entre los pacientes de mi consulta privada y soy una mujer en una profesión de hombres con mentores, amigos y colegas hombres. A mi vez, he sido tutora y he enseñado tanto a hombres como mujeres.

Además, fui una “hija de papá”, la “niña preferida de papá”, cuyo padre se enorgullecía de los logros de su hija. A raíz de ello me resultó más fácil que a muchas mujeres hallar aprobación en esta cultura patriarcal. También fui esposa durante diecinueve años, en un matrimonio que tenía raíces tradicionales e igualitarias a un mismo tiempo, separada durante tres años y luego divorciada. Soy madre de un niño y una niña, nacidos ambos a principios de los setenta, la década del movimiento de las mujeres, cuando los temas de los estereotipos –la crianza se anteponía a la naturaleza– se dejaban oír con más fuerza.

La visión binocular de la psicología

Los dioses de cada hombre ofrece una “visión binocular” de la psicología, una perspectiva profunda que tiene en cuenta tanto los poderosos arquetipos internos como los estereotipos de la conformidad-exigencia, en un intento de comprender dónde residen nuestros conflictos y de qué modo podemos alcanzar mejor la plenitud.

Esta perspectiva ha surgido de mi formación profesional y mi experiencia personal. Mi práctica ha desarrollado mi conciencia de lo que sucede en el interior de los corazones y las cabezas de los hombres y de las mujeres, de la dicha que nos proporciona la sensación de plenitud e integración que se produce cuando obramos como pensamos. Por el contrario, nuestros cuerpos, sueños y síntomas expresan conflicto y dolor cuando lo que es arquetípi-camente cierto es negado y reprimido de forma consciente. Conocer qué son estos arquetipos y el modo como se expresan en las vidas de los individuos sólo se esclarece tras años de trabajo de psicología profunda.

También es esencial el entendimiento de lo que el movimiento de las mujeres denominó “despertar de la conciencia”. En las dos últimas décadas hemos aprendido cómo los estereotipos pueden distorsionar y limitar el potencial humano, sobre todo el de las mujeres. En este período muchas mujeres se han vuelto conscientes de cómo les afecta personalmente vivir en una cultura patriarcal. Los valores y creencias de las personas están modelados por la cultura, que se refleja en nuestras leyes y costumbres, lo cual afecta a la distribución del poder y a cómo se determinan la valía y la posición social. En una sociedad patriarcal las mujeres no están muy favorecidas. Pero los estereotipos masculinos también tienen poder sobre los propios hombres, puesto que limitan su forma de ser natural, recompensando algunas cualidades y rechazando otras.

Los dioses y las diosas en cada persona

Cuando hablo de los dioses en cada hombre me doy cuenta de que las mujeres a menudo descubren que en ellas también reside un dios en particular, al igual que, cuando hablo de diosas, los hombres también pueden identificar una parte de ellos mismos con una diosa específica. Los dioses y las diosas representan diferentes cualidades de la psique humana. El panteón de las deidades griegas, masculinas y femeninas, existe íntegramente en nuestro interior en forma de arquetipos, aunque en general los dioses sean los determinantes más fuertes y con más influencia en la personalidad del hombre, como las diosas lo son en la de la mujer.

Todo arquetipo se asocia a un don “otorgado por un dios o diosa” y a conflictos potenciales. Al darnos cuenta de esto la arrogancia y el sentimiento de culpabilidad son menos probables. Y debido a que todo lo que hacemos que surge de nuestras profundidades arquetípicas tiene sentido para nosotros, un hombre que sepa “qué dios” o “dioses” actúan en él puede ser capaz de conocer qué opciones o caminos es probable que le resulten más satisfactorios.

Leer sobre los dioses a veces resulta un medio de “remembrar” nuestras partes amputadas (desmembradas). Este proceso también puede recibir la ayuda de los sueños, los recuerdos y los mitos que nos conectan con nuestro inconsciente.

Conocer los diferentes dioses en cada hombre también es importante para las mujeres, muchas de las cuales ponen mucho esfuerzo en intentar comprender a los hombres (en general, un sólo hombre cada vez). Las mujeres con mentalidad psicológica a veces se dan cuenta de que suelen mantener relaciones con el mismo tipo de hombre y sienten que realmente necesitan saber “quién” las atrae. Los dioses de cada hombre puede decirles que han sido atraídas por un dios o arquetipo en una serie de hombres; y este “dios” no es compatible con lo que ellas esperan, lo cual explica por qué sus relaciones siempre acaban mal.

Conocer a los “dioses” ofrece a los padres o madres de hijos varones (especialmente madres solteras) un medio para ver y apreciar “quiénes” son sus hijos. El resultado neto es que un padre o una madre se sienten más competentes cuando entienden cómo puede que sea su hijo, cómo es probable que el mundo le trate, cuáles serán sus puntos fuertes y cuáles los débiles y dónde puede encontrar ayuda.

Es necesario que tanto hombres como mujeres vean a sus progenitores con claridad, con frecuencia para poder perdonarlos y comprenderles. Entender a los dioses y sus mitos puede proporcionar una imagen objetiva del padre.

Puesto que en las mujeres también hay “dioses”, ellas pueden adquirir conocimiento de sí mismas a través de éstos. El “¡ajá!” de reconocimiento puede ser especialmente apreciado por una mujer que ya esté familiarizada con las “diosas” y que ahora descubre que hay un dios en concreto que explica parte de su conducta. Puede captar la satisfacción que todos sentimos cuando encaja la pieza que faltaba en el rompecabezas, especialmente cuando es la que faltaba para completar el cuadro y dar sentido a la vida.

Hay dioses y diosas en todas las personas. A través de ellos podemos descifrar ese momento de inspiración cuando algo que sabemos intuitivamente respecto a nosotros mismos produce una imagen clara y se manifiesta en palabras. Del mismo modo que cuando nos miramos en un espejo y vemos nuestros rasgos por primera vez, la impresión que recibimos puede revelarnos eso a lo que los demás reaccionan cuando nos ven y mostrarnos a nosotros mismos con mayor claridad.

Escribí este libro para toda persona que quiera comprender a los niños y a los hombres, conocer sobre los arquetipos masculinos en hombres y mujeres o descubrir algo sobre ella misma y sus relaciones. Lo he escrito especialmente para los hombres que deseen descubrir a los dioses que hay en su interior, para aquellos hombres que me han preguntado: “¿Qué pasa con los dioses de cada hombre? ¿Qué pasa con nosotros?”.

AGRADECIMIENTOS

Cada capítulo de este libro tiene muchos contribuidores anónimos –pacientes, amigos, colegas, parientes, todos los niños u hombres importantes de mi vida–, que han ejemplificado aspectos de un dios arquetipo o me han ayudado a comprender lo que es ser hombre o niño en esta cultura patriarcal. Con los años, las mujeres me han hablado de los hombres próximos a ellas, a veces dando muestras de conocerlos –especialmente a los hombres irreflexivos–mejor que ellos mismos. Las mayores contribuciones han sido las de los hombres que han indagado a fondo conmigo en el análisis junguiano para descubrir sentimientos, historias y partes de ellos mismos que ni siquiera conocían al principio y a las que habían tenido relegadas.

La mayoría de las descripciones son, pues, compuestos de muchos hombres, a quienes conocí bajo un montón de diversas circunstancias: principalmente durante mis veinticinco años de práctica psiquiátrica. He realizado mi trabajo en un temenos (santuario en griego) de confianza, seguridad y confidencialidad. En él, lo que era inconsciente o estaba olvidado se fue revelando con el tiempo. Todos los hombres que me han confiado su psique me han enseñado más sobre psicología que ningún otro hombre o mujer, incluyéndome a mí misma. Gracias.

En este libro he utilizado figuras históricas, celebridades y personajes ficticios para describir una faceta en particular de un dios. Me he basado en la imagen pública de la persona y en cómo se la ha citado, en lugar de hacerlo en mi conocimiento personal o profesional. Las imágenes póstumas de las personas reales por lo general resultan ser exageradas o se quedan cortas.

Tanto este libro como Las diosas de cada mujer han surgido de los descubrimientos y de las teorías de C. G. Jung. Su trabajo sobre los arquetipos del inconsciente colectivo y de los tipos psicológicos han sido la base de mi trabajo. La descripción de Freud del complejo de Edipo indica el vínculo entre los mitos griegos y la psique, que los escritores junguianos han desarrollado mucho más. Gran parte de lo que se ha escrito sobre la psicología arque-típica de Jung lo ha publicado Spring Publications y la mayoría ha estado bajo la supervisión de James Hillman. Muchas de estas publicaciones están citadas en las notas y en la bibliografía; el trabajo de Murray Stein ha sido especialmente significativo para mí.

La creciente conciencia que existe de la cultura patriarcal en la que vivimos –y de cómo está ha dado forma a nuestros valores, percepciones y, en último término, a cada uno de nosotros–es el tema principal de este libro, por el que he de dar las gracias a toda una generación de activistas, escritores y eruditos, en su mayoría mujeres. En lo que a mi formación personal respecta, estoy especialmente agradecida a Gloria Steinem y a la junta directiva y al personal de la Ms. Foundation for Women; a Jean Baker Miller, licenciada en medicina, a Alexandra Symonds, licenciada en medicina y a las mujeres que pertenecieron a la Task Force y a los Committees on Women of the American Psyquiatric Association. Anthea Francine, con la cual he dirigido numerosos talleres, ha aguzado mi sensibilidad sobre el efecto que la familia y la cultura tienen en el niño, especialmente respecto a aquellos arquetipos que no son valorados. Los escritos de Alice Miller me aportaron una nueva perspectiva en el pensamiento psicoanalítico, que me confirmó lo que ya sabía respecto a los niños y al efecto de ser herido por padres heridos.

La confección de este libro ha resultado una tarea fácil, puesto que se le ha permitido aparecer en su momento, teniendo en cuenta las etapas de mi vida en lugar de la fecha de contrato inicial. Doy las gracias a mi editor y al redactor jefe de Harper & Row, Clayton Carlson, por los regalos de comprensión y tiempo y por asignarme a Tom Grady para que me ayudara. La sensibilidad y destreza editorial de Tom han sido perfectas. John Brockman y Katinka Matson, mis agentes literarios, al cuidar tanto lo que hacen tan bien, me han ayudado a ser escritora.

Mi padre, Joseph Shinoda, me ha dado su apoyo para hacer cosas en este mundo. He heredado su intensidad, partidismo, su tendencia literaria e histórica y su habilidad para escribir y hablar. Murió durante mi primer año como médica psiquiátrica residente y, por lo tanto, no conoció a mis hijos ni mis libros. Le echo de menos y sé que, aunque nuestro tiempo juntos fuera más breve de lo que me hubiera gustado, he sido afortunada por ser hija de mi padre. Este libro es cordial y perspicaz, en parte debido a que tuve un buen padre Zeus, a quien podía oponerme y contra quien podía luchar cuando lo que me importaba a mí y lo que él quería de mí no coincidían.

Mill Valley, CaliforniaNoviembre, 1988

PARTE ILOS DIOSES DE CADA HOMBRE

1. HAY DIOSESEN TODOS LOS HOMBRES

Este libro trata de los dioses de cada hombre, de los patrones innatos –o arquetipos–que se encuentran en lo más profundo de la psique, formando al hombre desde dentro. Estos dioses son poderosas predisposiciones invisibles que afectan en la personalidad, en el trabajo y en las relaciones. Los dioses tienen relación con la intensidad o la distancia emocional, preferencias por la agudeza mental, el esfuerzo físico o la sensibilidad estética, el anhelo de una unión en éxtasis, una comprensión panorámica, la noción del tiempo y mucho más. Los distintos arquetipos son responsables de la diversidad entre los hombres y su complejidad interior, y tienen mucho que ver con qué facilidad o dificultad los hombres (y los muchachos) pueden cumplir sus esperanzas y cuál es el precio que han de pagar por ello sus yoes más profundos y auténticos.

Sentirse auténtico significa ser libre para desarrollar rasgos y potenciales que son predisposiciones innatas. Cuando somos aceptados y se nos permite ser auténticos, es posible tener autoestima y autenticidad a un mismo tiempo. Esto sólo se llega a desarrollar si las reacciones de las personas que nos importan nos animan en vez de descorazonarnos, cuando somos espontáneos y sinceros, o cuando estamos absortos en aquello que nos produce felicidad. Desde la infancia, en primer lugar nuestra familia y luego nuestra cultura, son los espejos en donde vemos si somos aceptables o no. Cuando hemos de adaptarnos para ser aceptables, puede que acabemos llevando una máscara y representando un papel vacío si el que somos interiormente y lo que se espera que seamos están muy distanciados.

La conformidad del lecho de Procusto

La conformidad que se exige a los hombres en nuestra cultura patriarcal es como la del lecho de Procusto de la mitología griega. Los viajeros que se dirigían a Atenas eran colocados en esta cama. Si eran demasiado bajos, se les estiraba hasta que daban la medida, como en el potro de tortura medieval; si eran demasiado altos, se les cortaban los pies hasta que encajaban.

Algunos hombres encajan perfectamente en el lecho de Procusto, al igual que hay hombres cuyo estereotipo (o las expectativas externas) y arquetipo (o los patrones internos) se adapta correctamente. El éxito les gusta y se sienten cómodos con él. Sin embargo, la conformidad con el estereotipo suele ser un proceso agonizante para un hombre cuyos patrones arquetípicos difieren de lo “que debería ser”. Puede parecer que encaja, pero lo cierto es que le ha costado un alto precio representar ese papel, para lo que ha tenido que renunciar a aspectos importantes de sí mismo. Puede que también haya estirado una faceta de su personalidad para estar a la altura de las circunstancias, pero le falta profundidad y complejidad, lo cual hace que su éxito exterior, interiormente no signifique nada para él.

Los viajeros que pasaban por la prueba de Procusto para llegar a Atenas, puede que se preguntaran si había valido la pena, como les sucede a menudo a los hombres de hoy en día cuando “llegan”. William Broyles, Jr., cuando escribió para Esquire, describió con hastío lo vacío que puede ser el éxito:1

Cada mañana me embutía en mi traje, cogía mi maletín, me dirigía a mi espectacular trabajo y moría un poco. Era el redactor jefe de la revista Newsweek, un puesto que a los ojos de los demás lo tenía todo, salvo que nada tenía que ver conmigo. No me proporcionaba demasiado placer dirigir una gran institución. Yo quería realización personal, no poder. Para mí, el éxito era más peligroso que el fracaso; el fracaso me habría obligado a decidir lo que realmente quería.

La única forma era dejarlo, pero no había dejado nada desde que había abandonado el equipo de atletismo en el instituto. También había sido infante de marina en Vietnam y los marines están entrenados a llegar hasta la cima de la colina, pase lo que pase. Pero yo ya había llegado; sencillamente odiaba estar allí. Había escalado la montaña equivocada y lo único que podía hacer era bajar y subir otra. No fue fácil: mi trabajo iba más despacio de lo que yo esperaba y mi matrimonio se disolvió.

Necesitaba algo, pero no estaba seguro de qué se trataba. Sabía que quería que me probaran mental y físicamente. Quería triunfar, pero con reglas claras y concretas, que no dependieran de la opinión de los demás. Quería la intensidad y la camaradería de una empresa arriesgada. En otros tiempos, puede que hubiera ido hacia el oeste o al mar, pero tenía dos hijos y una maraña de responsabilidades.

Este hombre tenía poder y prestigio, metas que para alcanzarlas se cobran la mejor parte de la vida de un hombre y que relativamente pocos consiguen. Pero padecía una de las enfermedades más importantes que observo en muchos hombres de mediana edad: depresión leve generalizada. Cuando se nos separa de nuestras fuentes de vitalidad y dicha, la vida resulta insulsa y sin sentido.

En esta cultura, los hombres llevan ventaja y parecen tener los mejores papeles. No cabe duda de que ostentan los de más poder o mejor remunerados. Sin embargo, muchos hombres padecen depresión que enmascaran con el alcohol, el trabajo excesivo, demasiadas horas delante del televisor, todo ello para conseguir insensibilizarse. Y hay otros muchos que están enojados y resentidos, su hostilidad y rabia se desencadena por cualquier cosa, desde la forma en que conduce alguien hasta la irritante conducta de un niño. Su esperanza de vida tampoco es muy larga. El movimiento feminista expresaba claramente los problemas que tienen éstas al vivir en un patriarcado, pero, a juzgar por la cantidad de hombres infelices que hay, parece que vivir en este tipo de sociedad tampoco es bueno para ellos.

El mundo interior de los arquetipos

Cuando la vida carece de sentido y ya nada nos parece nuevo, o cuando nos parece que hay algo que no funciona en nuestra forma de vida y en lo que estamos haciendo, podemos ayudarnos siendo conscientes de las discrepancias entre los arquetipos que hay en nuestro interior y nuestros roles externos. Los hombres se suelen ver atrapados entre el mundo interior de los arquetipos y los estereotipos externos. Los arquetipos son poderosas predisposiciones; investidas con la imagen y la mitología de los dioses griegos, tal como los he descrito en este libro, cada uno tiene impulsos, emociones y necesidades características que dan forma a la personalidad. Cuando representas un papel que está conectado con un arquetipo activo dentro de ti, la profundidad y el sentido que ese papel tiene para ti generan energía.

Si, por ejemplo, eres como Hefesto, el artesano y el inventor, el dios de la forja, que hacía hermosas armaduras y joyería, podrás pasar muchas horas en solitario en tu taller, estudio o laboratorio totalmente absorto en lo que estás haciendo, y con ello alcanzarás los niveles más altos. Pero si eres como Hermes, el mensajero, por naturaleza serás un hombre que estará siempre en movimiento. Ya seas un viajante o un negociador internacional, te gustará lo que haces, y tu trabajo requerirá una mente flexible, especialmente cuando te encuentres, como te suele suceder, en terrenos éticos poco definidos. Si eres como uno de estos dioses y te toca realizar el trabajo contrario, tu tarea dejará de ser un placer absorbente. El trabajo es sólo una fuente de satisfacción cuando coincide con tu naturaleza y talentos arquetípicos.

Las diferencias en la vida personal también son creadas por los arquetipos. Un hombre que se parezca a Dionisos, el dios extático, puede quedar totalmente absorto en la sensualidad del momento, donde nada es más importante que ser el amante espontáneo. Contrasta con el hombre que, al igual que Apolo, el dios del sol, trabaja para dominar sus habilidades y convertirse en un experto en técnicas de todo tipo, entre las cuales se puede incluir hacer el amor.

Los “dioses” como arquetipos existen en forma de patrones, reconocidos o no, que rigen las emociones y la conducta; son poderosas fuerzas que exigen su recompensa. Conscientemente reconocidos (aunque no necesariamente nombrados) y honrados por el hombre (o mujer) en el que moran, estos dioses ayudan al hombre a ser él mismo, motivándole a hacer que su vida tenga más sentido porque lo que hace está en conexión con la capa arquetípica de su psique. Los dioses rechazados y negados también tienen influencia, que suele ser perjudicial, puesto que ejercen una presión reivindicadora sobre el hombre. La identificación distorsionada también puede dañar, por ejemplo en un hombre que esté identificado con un dios hasta tal extremo que pierda su propia individualidad y se vuelva un “poseído”.

¿Qué es un arquetipo?

C. G. Jung introdujo el concepto de arquetipo en la psicología. Los arquetipos son patrones de existencia y de conducta, de percibir y de responder determinados internamente, preexistentes o latentes. Estos patrones se hallan en un inconsciente colectivo –esa parte del inconsciente que no es individual, sino universal y compartido. Estos patrones se pueden describir de manera personalizada, como dioses y diosas: sus mitos son historias arquetípicas. Evocan sentimientos e imágenes y tocan temas universales y que forman parte de la herencia humana. Nos suenan a cierto en nuestra compartida experiencia humana, de modo que cuando oímos hablar de ellos por primera vez nos resultan vagamente familiares. Cuando interpretamos un mito respecto a un dios o captamos su significado, intelectual o intuitivamente, como algo que influye en nuestra propia vida, puede tener el mismo impacto de un sueño que nos aclara una situación, nuestro propio carácter o el de alguien a quien conocemos.

Los dioses como figuras arquetípicas son como cualquier cosa genérica: describen la estructura básica de esta parte de un hombre (o de una mujer, pues los dioses arquetípicos con frecuencia también están activos en las psiques de las mujeres). Esta estructura básica está “revestida”, “encarnada” o “pormenorizada” por el hombre individual, cuya exclusividad está formada por la familia, la clase, la nacionalidad, la religión, las experiencias de la vida y el tiempo en que vive, su aspecto físico y su inteligencia. Sin embargo, todavía podemos observar que sigue cierto patrón arquetípico, al recordar a un dios en particular.

Puesto que las imágenes arquetípicas forman parte de nuestra herencia colectiva humana, nos resultan “familiares”. Los mitos griegos que se remontan a 3.000 años de antigüedad siguen vivos, se explican una y otra vez, porque los dioses y las diosas nos hablan de las verdades de la naturaleza humana. Conocer a estos dioses griegos puede ayudar a los hombres a entender mejor quién o qué está actuando en lo profundo de sus psiques. A su vez, las mujeres pueden aprender a conocer mejor a los hombres al conocer qué dioses están actuando en los hombres importantes de sus vidas, al tiempo que pueden descubrir que un “dios” en particular actúa en su propia psique. Los mitos pueden proporcionarnos la posibilidad de ese “¡ajá!” intuitivo: algo suena a cierto e intuitivamente captamos la naturaleza de una situación humana con mayor profundidad.

El parecido a Zeus, por ejemplo, es sorprendentemente obvio en los hombres que pueden ser despiadados, asumen riesgos a fin de conseguir más poder y riqueza, y que quieren estar muy visibles cuando hayan alcanzado la posición social deseada. Las historias sobre Zeus suelen encajar con los hombres que se identifican con él. Por ejemplo, sus vidas conyugales y sexuales pueden asemejarse a los galanteos de Zeus. El águila, que se asocia con Zeus, simboliza las características del arquetipo: desde su elevada posición goza de una perspectiva general, puede ver el detalle y tiene la capacidad de actuar rápidamente para atrapar lo que quiere con sus garras.

Hermes, el dios mensajero, era el comunicador, el embaucador, el guía de los espíritus del mundo subterráneo, y el dios de las carreteras y fronteras. Al hombre que encarne este arquetipo le costará asentarse en un lugar, porque responderá a la atracción de la vía abierta y de la siguiente oportunidad. Al igual que el azogue o el mercurio (su nombre romano es Mercurio), este hombre se resbala de entre los dedos de las personas que quieren atraparlo o retenerlo.

Zeus y Hermes son patrones muy distintos y los hombres que se asemejan a cada uno de estos dioses difieren entre ellos. Pero dado que todos los arquetipos están potencialmente presentes en todos los hombres, tanto Zeus como Hermes también pueden estar activos en el mismo hombre. Con ambos actuando en su interior y de una forma equilibrada puede que sea capaz de establecerse, lo cual es la prioridad de Zeus, con la ayuda de las habilidades de comunicación y las ideas innovadoras de Hermes. O bien se puede encontrar con conflictos psicológicos, oscilando entre el Zeus que busca poder, que requiere tiempo y compromiso, y el Hermes que necesita libertad. Éstos son sólo dos de los arquetipos de los dioses que se valoran positivamente en nuestra cultura patriarcal.

Los dioses que estaban denigrados –los rechazados, cuyos atributos no se valoraban entonces, ni tampoco ahora–también siguen vivos en las psiques de los hombres, como lo estaban en la mitología griega. Había prejuicios respecto a los mismos como dioses; la cultura occidental tiene una tendencia similar contra su papel como arquetipos en la mente humana –la sensualidad y la pasión de Dionisos, el frenesí de Ares en el campo de batalla que bajo otras circunstancias fácilmente se hubiera puesto a bailar, la emotividad de Poseidón, la intensa creatividad introvertida de Hefesto, la introspectiva atención de Hades. Estas tendencias continuadas afectan a la psicología de los hombres, que puede que repriman estos aspectos en ellos mismos en un intento de adaptarse a los valores culturales que recompensan la distancia emocional, la frialdad y la adquisición de poder.

Ya sea trabajando, yendo a la guerra o haciendo el amor, cuando actúas como se espera que lo hagas, sin la inspiración de una fuerza arquetípica, malgastarás demasiada energía y esfuerzo. Puede que tus esfuerzos tengan sus recompensas, pero no se satisfarán por completo. Por el contrario, hacer lo que te gusta te afirma interiormente y te proporciona placer; guarda coherencia con lo que eres. En realidad eres afortunado si ves recompensado y reconocido lo que haces en el mundo exterior.

Activar los dioses

Todos los dioses son patrones potenciales en las psiques de todos los hombres; sin embargo, en cada individuo algunos de estos patrones están activados (energizados o desarrollados) y otros no. Jung utilizó la formación de cristales como analogía para explicar la diferencia entre los patrones arquetípicos (que son universales) y los arquetipos activados (que están funcionando en nosotros). Un arquetipo es como el patrón invisible que determina qué forma y estructura adoptará un cristal en su formación. Una vez se forma el cristal, el patrón reconocible es análogo a un arquetipo activado.

Los arquetipos también se pueden comparar a los “mapas” que hay en las semillas. El crecimiento de las semillas depende de la tierra y de las condiciones climáticas, de la presencia o ausencia de ciertos nutrientes, de los cuidados y cariño de los jardineros, del tamaño y de la profundidad de la maceta y de la propia resistencia de la especie. La semilla puede que no llegue a crecer o que no sobreviva tras haber echado los primeros brotes. Si llega a desarrollarse, puede crecer exuberantemente o quedar interrumpido su crecimiento porque las condiciones disten mucho de ser óptimas. Las circunstancias afectarán al aspecto concreto de lo que está creciendo de la semilla, pero la forma básica o identidad de la planta –al igual que un arquetipo–seguirá siendo reconocible.

Los arquetipos son patrones humanos básicos, algunos de los cuales son innatamente más fuertes en unas personas que en otras, al igual que lo son las cualidades humanas como el talento musical, un sentido innato del tiempo, la habilidad psíquica, la coordinación física o la inteligencia. Como seres humanos todos poseemos cierto talento musical, pero algunas personas (como Mozart) son niños prodigio y otras (como yo) tenemos problemas para reproducir una simple melodía. Lo mismo sucede con los patrones arquetípicos. Algunos hombres parecen encarnar un arquetipo en particular desde el primer día y seguir esa trayectoria durante toda su vida; o puede que en la mitad de su vida aparezca otro hombre, por ejemplo, si de pronto se enamora y conoce a Dionisos.

Predisposición inherente y esperanzas familiares

Los bebés nacen con ciertos rasgos de la personalidad –son enérgicos, voluntariosos, plácidos, curiosos, capaces de estar solos o bien necesitan de la compañía de los demás. La actividad física, la energía y la actitud difieren de un niño a otro: un recién nacido cuyo llanto ansioso posea un inconfundible poder para exigir lo que quiere en ese momento y que a los dos años se embarque en todas las actividades es muy distinto del niño risueño y agradable que parece personificar el espíritu de la racionalidad a su corta edad. Son tan distintos como intensos, el Ares instintivamente físico y el ecuánime y amistoso Hermes.

Como niño, muchacho y por último hombre, sus acciones y actitudes que comienzan como predisposiciones inherentes o patrones arquetípicos son juzgadas y correspondidas por los demás mediante la aprobación, la ansiedad, el orgullo y la vergüenza. Las esperanzas de la familia de un niño apoyan ciertos arquetipos y rechazan otros, y por ende, las cualidades de sus hijos o la naturaleza propia de uno en concreto. La ambiciosa pareja de profesionales con carrera que aspira a ascender en la escala social y que desde la amniocentesis saben que “es un chico”, pueden esperar el nacimiento de un futuro estudiante de Harvard. Esperan un hijo agradable que pueda dirigir sus esfuerzos intelectuales a una meta muy distante. Un hijo que fuera arquetípicamente como Apolo o Zeus satisfaría a la perfección todos los requisitos, agradar a sus padres y prosperar en el mundo. Pero si el niño que nace resulta coincidir con otro arquetipo, la desilusión y la ira al ver frustradas sus esperanzas serán las reacciones más probables. Un emotivo Poseidón o un Dionisos con su noción del tiempo de estar aquí y ahora, tendrían problemas para satisfacer el programa que sus padres tienen para él. Esta incapacidad para adaptarse afectaría negativamente a su autoestima.

Con frecuencia, en las familias hay hijos que no “encajan” en sus esperanzas o estilos. Un niño que valore la soledad, como Hades, o el distanciamiento emocional, como Apolo, no sólo es molestado continuamente, sino que también puede ser considerado extraño por su extravertida* y expresiva familia. El muchacho Ares o Poseidón, que se encontraría bien en este tipo de familia, es una excepción en una familia fría y racional que no demuestra físicamente sus emociones, sus necesidades de contacto se desaprobarán y quedarán insatisfechas.

En unas familias, se espera que el niño sea como su padre y siga sus pasos. En otras, en las que el padre es la decepción, cualquier rasgo que el hijo comparta con el mismo atraerá la cólera y la negatividad que los demás sienten hacia el progenitor. Luego también están las esperanzas de que el hijo dé vida a los sueños fracasados del padre. Sean cuales fueren las esperanzas para él, éstas interactuarán con lo que está presente arquetípicamente y con lo que se puede modelar.

Si un muchacho o un hombre intenta cumplir lo que se espera de él a costa de sacrificar su conexión con su verdadera naturaleza, puede que tenga éxito en el mundo y que lo encuentre sin sentido para él, o bien fracasar en la vida tras haber fracasado también en seguir fiel a sus principios. Por el contrario, si es aceptado por lo que es, y sin embargo es consciente de que es importante desarrollar las habilidades sociales o competitivas que va a necesitar, entonces su adaptación al mundo no será a costa de su autenticidad y autoestima, sino que éstas le ayudarán a completarla.

Las personas y los acontecimientos activan a los dioses

Una persona o acontecimiento puede activar –o, en términos junguianos, constelar–una reacción arquetípica o “típica” de un dios en particular. Por ejemplo, un hijo que llega a casa con un ojo morado, puede, sin decir palabra, provocar rencor en un padre, el vengador Poseidón que siente la necesidad inmediata de saldar cuentas con quienquiera que le haya hecho eso a su hijo. Pero el mismo ojo morado puede evocar desprecio hacia su hijo por haberse metido en una pelea con los puños, si su padre reacciona como Zeus hizo con su hijo Ares. Cuando Ares fue herido, Zeus no sólo no fue compasivo sino crítico; reprendió a su hijo por ser un quejica y aprovechó la ocasión para echarle en cara lo detestable y pendenciero que era.

Así mismo la infidelidad provoca una serie de reacciones. ¿Qué sucede cuando un hombre descubre que su esposa le es infiel o que la mujer que él considera “suya”, tiene otro amante (aunque él esté casado y lo suyo con ella no sea más que un devaneo)? ¿Se vuelve como Zeus e intenta destruir al otro hombre o quiere destruir a la mujer, como hizo Apolo? ¿Quiere conocer los detalles, como hizo Hermes, o idea ingeniosas maneras de atrapar a la pareja in fraganti para exponerla al escarnio público, como Hefesto?

Las innumerables circunstancias históricas pueden proporcionar la situación que active a un dios en una generación de hombres. Por ejemplo, los jóvenes con la tendencia dionisíaca a buscar la experiencia extática a través de las drogas psicodélicas de los años sesenta. Muchos se convirtieron en pacientes psiquiátricos; muchos otros se iluminaron espiritualmente. Hombres que no habían sentido a Dionisos, entonces lo sintieron, y a raíz de ello son ahora sensuales y estéticamente conscientes, lo que de otro modo no hubiera sido posible.

Los hombres que estuvieron en el ejército en la guerra del Vietnam puede que se alistaran como voluntarios porque se identificaban con Ares, el dios de la guerra. O puede que fueran reclutas desgraciados. En cualquiera de los casos, la situación podía activar aspectos de Ares. Algunos hombres experimentaron una vinculación emocional positiva, una lealtad y una profunda compenetración con los compañeros que en otras circunstancia jamás hubieran sentido. Otros hombres se volvieron “poseídos” por la ciega furia de un Ares enajenado, quizás tras ver como un amigo caía en una emboscada, o fueron arrastrados por una psicología de grupo propia de Ares; a raíz de ello, hombres que en circunstancias normales ni siquiera habrían participado en una pelea de bar, pudieron cometer atrocidades y matar a civiles.

“Hacer” activa a los dioses: no “hacer” los inhibe

Proponerse objetivos y la claridad de pensamiento son cualidades que se recompensan culturalmente y que se manifiestan de forma natural en hombres como Apolo, el arquero, cuyas flechas doradas pueden alcanzar un blanco muy distante. Todos los demás han de estudiar para adquirir estas habilidades, sobre todo cuando se hace hincapié en la necesidad de sacar buenas notas para conseguir labrarse un porvenir.

En cambio, el muchacho dionisíaco menosprecia los dones naturales: puede quedarse fácilmente absorto en el mundo sensorial y quedar totalmente atrapado en el presente inmediato. De joven, cuando se deleitaba con el tacto del terciopelo y la seda, o se entregaba en cuerpo y alma a la música por medio del baile, estaba conectando con la sensualidad innata que probablemente no le ayudaban a fomentar, aspecto que debería ser de obligado aprendizaje para todos los chicos.

Hay un dicho que reza “hacer es llegar a ser”, y eso expresa claramente cómo se pueden evocar o desarrollar los dioses mediante una acción determinada. El asunto suele ser: “¿te tomarás ese tiempo?”. Por ejemplo, un ejecutivo puede ser consciente de cuánto le gusta trabajar con sus manos, puede pasarse horas en su taller del sótano. Pero, si ha de tener tiempo para Hefesto, no se puede llevar trabajo extra de la oficina a casa. Del mismo modo, el hombre que una vez entró con gusto en las competitivas refriegas de los campos de deportes escolares, perderá el contacto con el competitivo Ares en sí mismo, a menos que encuentre el tiempo y los compañeros para jugar al voleibol, al fútbol o se meta en un equipo del barrio.

Los dioses y las etapas de la vida

Un hombre atraviesa por muchas etapas en la vida. Cada etapa tiene su propio dios o dioses de mayor influencia. Por ejemplo, hasta sus treinta años puede ser una combinación de Hermes, el dios ocupado con zapatos alados y un Dionisos buscador del éxtasis. En ese punto llega a una gran encrucijada: la mujer de su vida le dice que o se compromete con ella o la pierde. Su decisión de aceptar ese compromiso y ser fiel al mismo –que (aunque resulte sorprendente) es otro aspecto de Dionisos–le conduce a sellar las alas de Hermes e invocar a su propio Apolo para salirse adelante en el mundo laboral. En las tres décadas siguientes puede que otros arquetipos ocupen su lugar. La paternidad y el éxito pueden constelar a Zeus en él; la muerte de su esposa o descubrir que ha estado expuesto al sida, pueden desarrollar su Hades.

A veces, los hombres que se identifican mucho con cierto arquetipo pueden atravesar etapas, todas ellas correspondientes a aspectos de ese mismo dios. En los capítulos sobre cada dios, describiré estos patrones del desarrollo.

Favoritismo patriarcal

El patriarcado –ese sistema invisible y jerárquico que nos sirve de lecho de Procusto, cuando refuerza los valores y concede poder–tiene favoritos. Siempre existen ganadores y perdedores, arquetipos a favor y en contra. A su vez, los hombres que encarnan a “dioses” concretos son alabados o rechazados.

Los valores patriarcales que enfatizan la adquisición del poder, del pensamiento racional y de tener el control son consciente o inconscientemente reforzados por las madres, los padres, los compañeros, las escuelas y otras instituciones que recompensan o castigan a los muchachos y a los hombres por su conducta. A consecuencia de ello, los hombres aprenden a conformarse y a sofocar su individualidad junto con sus emociones. Aprenden a colocar a la persona correcta (o la actitud y manera aceptable que es la imagen que muestran al mundo) junto con el “uniforme” que se espera de su clase social.

Cualquier cosa que resulte “inaceptable” para los demás o para las reglas de conducta puede convertirse en una fuente de culpabilidad o de vergüenza para el hombre, de modo que puede que se encuentre en el lecho de Procusto psicológico. A continuación viene el “desmembramiento” psicológico, cuando hombres (y mujeres) se separan o reprimen estos arquetipos o partes de sí mismos que les hacen sentir inadecuados o avergonzados. En un sentido metafórico, la admonición bíblica que comienza diciendo «si tu mano derecha te ofende, córtala…», es una llamada a la automutilación psicológica.

Lo que los hombres suelen cortar son sus aspectos emocionales, vulnerables, sensuales o instintivos. Sin embargo, en la psique todo aquello que es sesgado o enterrado sigue vivo. Puede pasar a un plano “subterráneo” y estar alejado del estado consciente durante un tiempo, pero puede volver a emerger o ser “remembrado” cuando (por primera vez en la vida o por primera vez desde la infancia) este arquetipo halla aceptación en una relación o situación. Los hombres que tienen vidas secretas, sentimientos y acciones inaceptables puede que retengan su existencia en la sombra y las experimenten subrepticiamente sin que los demás se den cuenta hasta que se hacen evidentes y se produce el escándalo, como ha sucedido con destacados evangelistas que predicaban en la televisión, que denostaban contra los pecados de la carne y que fueron desacreditados cuando se manifestó en ellos el deshonroso Dionisos.

Conocer a los dioses: darnos poder a nosotros mismos

Conocer a los dioses es una fuente de poder personal. En este libro podremos ver a cada uno de los dioses a medida que pasamos de la imagen y la mitología al arquetipo. Veremos cómo influye cada uno en la personalidad y las prioridades, y comprenderemos de qué modo se relacionan entre sí su significado y las dificultades psicológicas específicas.

Comprender a los dioses ha de ir a la par con el conocimiento sobre el patriarcado. Ambas son fuerzas poderosas e invisibles que interactúan afectando a cada hombre individualmente. El patriarcado amplía la influencia de algunos arquetipos y reduce la de otros.

El conocimiento sobre los dioses puede aumentar el conocimiento y la aceptación de sí mismo, abrir el camino para que los hombres se comuniquen entre sí y dar poder a los hombres y a muchas mujeres para tomar decisiones que puedan conducir a la autorrealización y la dicha. En Courage to Create, el psicólogo Rollo May definió la dicha como «la emoción que acompaña a la conciencia exaltada, el estado de ánimo que va a la par con la experiencia de realizar los propios potenciales».2 Los arquetipos son potenciales. Dentro de nosotros –y dentro de nuestra cultura patriarcal– hay dioses que hemos de liberar y otros que se han de reprimir.

La nueva teoría y perspectiva psicológica

Este libro presenta a los hombres y a la psicología masculina bajo una visión diferente. Al beber de las fuentes de la mitología y de la teología he descubierto que la actitud patriarcal de hostilidad hacia los hijos es muy evidente. Esta misma actitud está también presente en la teoría psicoanalítica.

Describo el efecto del antagonismo y rechazo paternal de la psicología masculina en el capítulo dos. “Padres e hijos: los mitos nos hablan del patriarcado”. Este capítulo incorpora las visiones de la psicoanalista Alice Miller, que señala que el mito de Edipo comienza con el intento del padre de asesinar a su hijo. En cualquier familia o cultura en la que los hijos sean vistos como amenazas para el padre y sean tratados como tales, la psique de un hijo y el clima cultural se verán negativamente afectados. Estoy presentando una nueva perspectiva psicológica.

Además, Los dioses de cada hombre es una psicología de los hombres que considera importante el impacto de la cultura en el desarrollo de los arquetipos. Éste es un nuevo énfasis en la psicología junguiana.

En el capítulo doce, “El dios ausente”, especulo sobre la aparición de un nuevo arquetipo masculino, una posibilidad explicada por la teoría de los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake.

Al final este libro proporciona una forma sistemática y coherente de comprender la psicología de los hombres a través de los arquetipos masculinos personificados en los dioses griegos (que también están presentes en las mujeres). Mi anterior libro, Las diosas de cada mujer, describía las diosas griegas y los arquetipos femeninos (que también están presentes en los hombres) como base de una psicología arquetípica femenina. En conjunto, los dos libros presentan una nueva psicología sistemática para hombres y mujeres que explica la diversidad que hay entre nosotros y nuestra complejidad interior. Esta psicología basada en el panteón de las deidades griegas refleja la riqueza de nuestra naturaleza humana y nos indica la divinidad que experimentamos cuando lo que hacemos surge de lo más profundo que hay en nosotros y sentimos la dimensión sagrada en nuestras vidas.

* El concepto psicológico de extraversión (extra en latín significa “fuera”) e introversión, y las palabras extravertido u introvertido fueron introducidas por C. J. Jung. Tanto la transcripción como el significado han sido ligeramente modificados por su uso generalizado. “Extrovertido” es la forma más habitual, aunque errónea, de escribir esta palabra, que se emplea para describir a un individuo con una personalidad agradable y sociable.Jung utilizó “extravertido” para describir una actitud que se caracterizaba por un flujo de energía psíquica hacia el mundo exterior o hacia un objeto, que conduce a un interés por los hechos, las personas y las cosas, así como a una dependencia en las mismas. Para el introvertido, el flujo de energía psíquica es hacia dentro, y la concentración se dirige a factores subjetivos y a respuestas internas.

2. PADRES E HIJOS: LOS MITOSNOS HABLAN DEL PATRIARCADO

En el plano más privado y personal, el patriarcado da forma a la relación entre padre e hijo; en el plano más superficial de las costumbres, los valores patriarcales determinan qué rasgos y valores se han de fomentar y recompensar, y, por consiguiente, qué arquetipos colocarán a un hombre en una situación de ventaja respecto a los demás, tanto internamente como entre los otros hombres. Para conseguir conocerse a sí mismo, lo cual confiere poder, un hombre ha de ser consciente de las influencias sobre sus actitudes y conductas: ha de comprender qué es el patriarcado y de qué forma influye en sus hijos.

Los mitos de una cultura revelan sus valores y patrones de relación. Un buen lugar por donde empezar la exploración de nuestros propios mitos es Luke Skywalker y su padre, Darth Vader, de la trilogía La guerra de las galaxias. Las historias y los personajes arquetípicos –ya sean de películas contemporáneas o de los antiguos mitos griegos– nos hablan de verdades sobre la historia de nuestra familia humana y de los papeles que muchos de nosotros desempeñamos en ella. Darth Vader, un poderoso padre que intenta destruir a su hijo, es un tema familiar que se repite desde los tiempos griegos hasta el presente.

Luke Skywalker, sin embargo, representa el héroe de todo hombre en este momento de la historia. Para ser un Luke Skywalker, un hombre contemporáneo ha de descubrir lo que a él le sucedió en el pasado y también a la humanidad. Ha de descubrir su verdadera identidad en un sentido psicológico y espiritual, aliarse con su hermana (como una feminidad poderosa, una posibilidad interna y externa) y unirse a hombres y otras criaturas afines a él en su lucha contra el poder destructor. Sólo el hijo (al no volverse como su padre y sucumbir al miedo y al poder) puede liberar al padre amoroso que durante tanto tiempo estuvo encerrado dentro de Darth Vader, símbolo de lo que puede suceder en un hombre dentro de un patriarcado.

La enorme y amenazadora figura de Darth Vader con su máscara de metal negra es una imagen del hombre cuya búsqueda para conseguir y ostentar poder y prestigio se ha convertido en su misma vida y le ha costado sus características humanas. El poder negro emana de él. Parece una máquina eficaz y despiadada, que lleva a cabo las órdenes de su superior y da órdenes que espera que se lleven a cabo con la misma obediencia incuestionable. Así es como Luke ve a su hostil y destructor padre. Darth Vader es una imagen del lado oscuro del patriarcado.

El rostro original de Darth Vader se oculta bajo una máscara de metal que le sirve de identidad, armadura y defensa de su vida. No se la puede sacar, porque está tan deteriorado que sin ella moriría –una buena metáfora para los hombres que se identifican con sus personas, las máscaras o rostros que llevan en el mundo. A falta de una vida personal que les llene, son mantenidos por sus personas y posiciones. Puesto que carecen de vínculos emocionales y están sentimentalmente vacíos, puede que no sobrevivan a una pérdida de poder y de posición importante.

Darth Vader es una figura paterna arquetípica de la misma tradición que los dioses griegos padres celestiales. Urano, Cronos y en un menor grado Zeus fueron hostiles con sus hijos, especialmente contra los varones, que temían que pudieran arrebatarles su autoridad. Luke Skywalker, el hijo, es el protagonista en el viaje de un héroe, otro arquetipo.

Me sorprendió, por tanto, aunque no del todo, descubrir que Joseph Campbell, el eminente mitólogo y autor de The Hero With a Thousand Faces tuvo una gran influencia en George Lucas, que llevó La guerra de las galaxias a la pantalla.*

Las conexiones entre el mitólogo Campbell, el creador de mitos Lucas y la psicología junguiana no son sorprendentes. La teoría psicológica de Jung ofrece la clave para comprender la razón por la que los mitos tienen tanto poder para habitar en nuestra imaginación: tanto si somos conscientes de ellos como si no, los mitos viven en y por nosotros. En el mundo occidental los antiguos mitos griegos siguen siendo los más recordados y poderosos.

Las historias mitológicas son como yacimientos arqueológicos que nos revelan la historia cultural. Algunos son como pequeños fragmentos que vamos uniendo y de los cuales sacamos deducciones, otros están bien conservados y detallados como los frescos que una vez estuvieron enterrados bajo las cenizas de Pompeya, pero que ahora están al descubierto.

Pienso en la mitología griega como un tiempo que equivalía a la infancia de nuestra civilización. Estos mitos pueden decirnos mucho sobre las actitudes y los valores con los que hemos sido educados. Al igual que las historias familiares personales o los mitos, transmiten a nuestra presente generación un mensaje sobre quiénes somos y qué es lo que se espera de nosotros, qué es lo que se encuentra en nuestra memoria genética, por así decirlo, y que forma parte del legado psicológico que nos dio forma y que afecta de manera invisible a nuestras percepciones y nuestra conducta.

La historia de la familia olímpica

Los mitos sobre Zeus y los dioses del Olimpo son “historias familiares” que esclarecen nuestra genealogía patriarcal y su enorme influencia sobre nuestras vidas personales. Son historias sobre actitudes y valores que hemos heredado de los griegos, descendientes de los indoeuropeos con sus dioses guerreros, que llegaron en oleadas de invasiones para conquistar los primeros cultos a diosas de los habitantes de la vieja Europa y la península griega. Nos hablan de nuestros padres fundadores y arrasan el reino matriarcal que les precedía o sólo ofrecen pequeños indicios del mismo.

Como suele suceder en las familias, cuando los años de esfuerzo por establecerse han tocado a su fin, la gente siente la necesidad de registrar lo que sucedió y construir un árbol genealógico. Nosotros estamos en deuda con Homero (circa -750) y Hesíodo (circa -700). Homero, en su Iliada y su Odisea, conservó los temas mitológicos en las épicas que tenían algún fundamento histórico, mientras que Hesíodo anteriormente había organizado numerosas tradiciones mitológicas en la Teogonía, que es un relato sobre el origen y el linaje de los dioses.

Al principio, según Hesíodo, había el vacío. De ese vacío, se materializó Gea (Tierra). Ésta dio a luz a las montañas, al mar y a Urano (Cielo), que se convirtió en su esposo. Gea y Urano se unieron y se convirtieron en los padres de los doce Titanes –antiguos, poderes primordiales de la naturaleza adorados en la Grecia histórica. En la genealogía de los dioses de Hesíodo, los Titanes eran una dinastía reinante temprana, los padres y abuelos de los dioses del Olimpo.

Urano, el primer patriarca o figura paterna en la mitología griega, se enfadó por la capacidad generativa de Gea, ya que engendrar hijos no era de su agrado. Cuando nacieron los últimos niños, él los escondió en el gran cuerpo de Gea, la Tierra, y no les dejaba ver la luz del día. Gea padecía grandes dolores y tristeza por esta violencia contra sus recién nacidos.

De modo que recurrió a sus propios hijos, los titanes, para que la ayudaran. Tal como narra Hesíodo, la movía la angustia, por lo que les dijo claramente: «Hijos míos, tenéis un padre salvaje; si me escucháis podremos vengarnos de su malvado ultraje: fue él quien empezó a usar la violencia».1

Por lo tanto, la Teogonía de Hesíodo hace de la violencia de Urano contra sus propios hijos el mal inicial, que engendró la violencia subsiguiente. Fue el pecado original del dios padre celestial, que se repetiría en las siguientes generaciones.

Los titanes quedaron todos “presos del miedo” a su padre, salvo el más joven, Cronos (denominado Saturno por los romanos). Sólo Cronos respondió al grito de auxilio de Gea con estas palabras: «Madre, estoy dispuesto a llevar a cabo tu plan hasta el final. No respeto a nuestro infame padre, puesto que fue él quien empezó a utilizar la violencia».2

Armado con una hoz que le dio su madre y siguiendo el plan que ella había urdido, se acostó a esperar a su padre. Cuando Urano acudió para copular con Gea y se echó sobre ella, Cronos tomó la hoz, le cortó los genitales a su padre y los tiró al mar. Tras haber castrado a su padre, Cronos era entonces el dios más poderoso, que junto a sus hermanos, los titanes, gobernó el universo y creó nuevas deidades.

Cronos se casó con su hermana Rea, que, como su madre Gea, era una diosa terrestre. De su unión surgió la primera generación olímpica: Hestia, Deméter, Hera, Hades, Poseidón y Zeus.

Sin embargo, una vez más el progenitor patriarca –esta vez Cronos– intentó eliminar a sus hijos. Avisado de que estaba destinado a ser derrocado por su propio hijo y decidido a que eso no sucediera, se tragaba inmediatamente a cada uno de sus vástagos al nacer, sin tan siquiera comprobar si el recién nacido era varón o hembra. En total, se tragó tres hijas y dos hijos.

Rea, abatida por la pérdida de su descendencia y embarazada de nuev,o recurrió a Gea y a Urano para que la ayudaran a salvar al que todavía había de nacer. Sus padres le dijeron que fuera a Creta cuando llegara el momento de dar a luz y que engañara a Cronos envolviendo una piedra con pañales. Cronos, en su apresuramiento, se tragó la piedra, pensando que era su hijo.

Este último hijo, al que no pudo tragar, era Zeus, que efectivamente derrocó a su padre y se convirtió en el dios supremo. Educado en secreto hasta que fue adulto, Zeus recibió ayuda de Metis, una diosa preolímpica de la sabiduría y su primera consorte, para conseguir que Cronos vomitara a sus hermanos olímpicos. Con ellos como aliados derrotó a Cronos y a los titanes. La violencia había engendrado violencia durante tres generaciones.

Tras su victoria, los tres dioses hermanos, Zeus, Poseidón y Hades, se repartieron el universo entre ellos. A Zeus le tocó el cielo, a Poseidón el mar y a Hades el mundo subterráneo. Aunque se suponía que la tierra y el monte Olimpo eran un territorio compartido, Zeus extendió su poder sobre este territorio. (Las tres hermanas no tenían derechos de propiedad, lo cual es propio de la cultura patriarcal griega.)

A través de sus uniones sexuales, Zeus engendró la siguiente generación de deidades, así como a los semidioses, que fueron los héroes por antonomasia de la mitología. Mientras engendraba hijos activamente, él también, al igual que su padre había hecho, se sintió amenazado por la posibilidad de que uno de sus hijos le arrebatara el poder. Se había profetizado que Metis, la primera de sus siete consortes, daría a luz a dos hijos, uno de los cuales sería un niño que llegaría gobernar sobre dioses y hombres. Así que cuando se quedó embarazada, temiendo que se tratara de este hijo, la engañó para que se volviera muy pequeña y se la tragó para impedir que diera a luz. Al final, el niño resultó ser una niña, Atenea, que acabó naciendo de la cabeza de Zeus.

Los dioses celestiales como padres