Las diosas de cada mujer - Jean Shinoda Bolen - E-Book

Las diosas de cada mujer E-Book

Jean Shinoda Bolen

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Beschreibung

¿Por qué algunas mujeres valoran, ante todo, el matrimonio y la familia, mientras que otras atribuyen más importancia a la independencia y a la propia realización? ¿Por qué una misma mujer se comporta, según sea el entorno, como extravertida o introvertida? Éstas y otras muchas preguntas reciben una insólita y fascinante respuesta en el presente libro. Sucede que cuanto más compleja es una mujer más probable es que tenga dentro de sí muchas "diosas activas". La tarea consiste en decidir cuál de ellas cultivar y cuál superar.     Las diosas de cada mujer explica que cuando una mujer comprende sus propios patrones internos puede llegar a superar toda una serie de dicotomías restrictivas, tales como: masculino/femenino, madre/amante, profesional/ama de casa, etc. Estos patrones internos toman la forma de siete diosas arquetípicas que son otros tantos tipos de personalidad. Se trata de que cada mujer identifique a sus diosas dominantes (que van desde la autónoma Artemisa y la fría Atenea hasta la nutritiva Deméter y la creativa Afrodita, pasando por Hera, diosa del matrimonio, o Perséfone, reina del mundo subterráneo, o Hestia, prototipo de la mujer paciente).    Las diosas de cada mujer es, en suma, una guía escrita para todas las mujeres por la fuente de su propio misterio, y para todos los hombres encantados por una mujer.

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Veröffentlichungsjahr: 2010

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Jean Shinoda Bolen

Las diosas de cada mujer

Una nueva psicología femenina

Prólogo de Gloria Steinem

Nueva introducción de la autora

Título original:GODDESSES IN EVERYWOMAN

Traducción: Alfonso Colodrón

Diseño cubierta: Katrien Van Steen

© 1984 by Jean Shinoda Bolen

© de la edición española:

1993 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

Composición: Pablo Barrio

Primera edición en papel: Enero 1994

Segunda edición digital: Octubre 2015

ISBN papel: 978-84-9988-481-3

ISBN digital: 978-84-7245-765-2

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

 Nueva introducción de Jean Shinoda BolenPrólogo de Gloria SteinemAgradecimientosIntroducción:Hay diosas en cada mujer 1. Las diosas como imágenes internas2. Activando a las diosas3. Las diosas vírgenes: Artemisa, Atenea y Hestia4. Artemisa: diosa de la caza y de la luna, rival y hermana5. Atenea: diosa de la sabiduría y de la artesanía, estratega e hija del padre6. Hestia: diosa del hogar y de los templos, mujer sabia y tía soltera7. Las diosas vulnerables: Hera, Deméter y Perséfone8. Hera: diosa del matrimonio, artífice del compromiso y esposa9. Deméter: diosa de las cosechas, nutridora y madre10. Perséfone: la doncella y reina del mundo subterráneo, mujer receptiva e hija de la madre11. Las diosas alquímicas12. Afrodita: diosa del amor y de la belleza, mujer creativa y amante13. ¿Qué diosa consigue la manzana de oro?14. Hay una heroína en cada mujer Apéndice: Quién es quién en la mitología griegaNotasBibliografía

A mi madre, Megumi Yamaguchi Shinoda, M.D.que tuvo la determinación de ayudarme a crecer—como ella no pudo hacer—,sintiendo que yo era afortunada por ser una niña,y que podía hacer cualquier cosaa la que aspirase como mujer.

Introducción a la edición del trentagésimo aniversario

Publicado originariamente en 1984, Las diosas de cada mujer presentaba una nueva psicología de las mujeres basada en las diosas de la antigua Grecia, cuyos nombres y mitologías han pervivido durante más de tres mil años. El libro se convirtió en un éxito de ventas y posteriormente en un clásico inagotable; como una mujer con una buena estructura ósea, de esas que parecen no tener edad.

Las diosas de cada mujer aunó mis conocimientos como analista junguiana y psiquiatra, y como mujer que vive en una era de feminismo. Me ocupé de maneras de ser y de comportarse exclusivamente femeninas aceptadas o rechazadas por juicios patriarcales. También reconocí patrones de personalidad subyacentes que determinaban cómo una mujer en concreto reaccionaba ante acontecimientos y oportunidades no deseadas. Me encontré rebuscando entre la bibliografía de la mitología griega y descubrí paralelismos destacables que transformaron mi pensamiento. En los mitos sobre las diosas griegas, cada diosa tiene distintas cualidades y valores, y como un todo incluye un panorama completo de atributos humanos, como la competitividad y la inteligencia. Fue excitante realizar esta conexión. Me sentí como debe de sentirse un arqueólogo cuando surge un patrón y en lugar de fragmentos de barro para ordenar ve el jarrón completo, y su uso deviene claro en el contexto de su tiempo. Y a mis lectores les ha sucedido lo mismo. A lo largo de los años son muchos los que me han contado que han tenido como un chispazo revelador al leer estas páginas y ver sus experiencias del momento presente a la luz de estas diosas del pasado. Las diosas de cada mujer corroboró su auténtico yo, y por lo tanto cambió sus vidas.

Las diosas de cada mujer ha ido difundiendo su mensaje gracias a las traducciones procedentes de Europa, Latinoamérica, Japón, Corea del Sur y Taiwan, y recientemente en Rusia y en diversas antiguas repúblicas soviéticas. Se ha traducido en secreto al farsi y circula y se lee bajo mano entre las mujeres iranianas. El hecho de que los derechos de las mujeres sean derechos humanos y viceversa no se reconoce en muchas partes del mundo en que las mujeres están oprimidas y son tratadas como una propiedad. Existen paralelismos geográficos que de una manera natural e invariable conducen a ideas sobre el poder y la igualdad de las mujeres. Son ideas que, aunque todavía están por llegar en algunos lugares, ya están en camino. Una psicología que da su apoyo a las mujeres individualmente para que tomen sus propias elecciones y se vean a sí mismas como protagonistas de la historia de su propia vida, las cambia. Y esto tiene un efecto mariposa que recorre el globo entero.

No ha habido época mejor en la historia del mundo occidental para que las mujeres vivan su potencial individual en el mundo exterior y lleven unas vidas realizadas, largas y saludables. Vivir una vida con sentido tiene que ver con lo que importa personalmente: amor por lo que hacemos, las personas a las que amamos y que nos aman y el hecho de vivir según nuestros valores. Cuando estos valores son la valentía, la amabilidad, la compasión, la justicia y el servicio contribuimos a hacer de nuestro mundo un lugar mejor. En unos momentos en que la humanidad podría autodestruirse llevándose por delante la vida del planeta, lo que hacemos también tiene trascendencia más allá de nosotros.

Las diosas de cada mujer ofrece lo que he llamado una percepción binocular de la psicología de las mujeres. Vemos con dos ojos, y las dos imágenes se fusionan en el cerebro en un retrato tridimensional. El equivalente en la conciencia psicológica es darse cuenta de que existen dos fuerzas poderosas que conforman la vida de toda mujer: los arquetipos que hay en nuestro interior y las culturas exteriores de la familia, la sociedad y la religión. Cada uno de nosotros tiene que ser consciente de ambos para realizar elecciones con conocimiento de causa sobre lo que hacemos con nuestra preciosa vida.

En Las diosas de cada mujer describo las cualidades que personifican a cada diosa, sus símbolos y su linaje, y vuelvo a contar mitos antiguos sobre ella. A continuación describo el arquetipo que cada diosa representa y cómo estos se muestran en las mujeres como rasgos de la personalidad y se expresan a través de diversos estadios de las vidas de las mujeres. Todos los arquetipos de diosa tienen cualidades potenciales sombríos, algunos de los cuales pueden convertirse en síntomas, y otros pueden causar problemas para los demás o conflictos con ellos. Dado que la unilateralidad o la identificación con un arquetipo en concreto puede limitar u obstaculizar el que una mujer se convierta en una persona completa y los aspectos sombríos son negativos, el último apartado sobre cada mujer trata de los «Modos de crecer».

La fuerza de cada arquetipo en particular varía en los individuos, del mismo modo que los potenciales innatos como los dones musicales, los tipos de inteligencia o la coordinación física varían entre nosotros. Desarrollar o expresar lo que se encuentra en lo más profundo de nosotros puede ser una fuente de alegría. Los arquetipos de las diosas son deseos profundos que varían de una mujer a otra: por la autonomía, por la creatividad, por el desafío intelectual, por la espiritualidad, por la sexualidad o por las relaciones. Estas necesidades conducen a trayectorias profesionales, actividades políticas, a la meditación, a la expresión artística; crean los anhelos de tener un amante, de ser madre, de estar casada o de estar sola. El significado es lo que experimentamos subjetivamente cuando lo que hacemos con nuestras vidas compromete nuestras emociones y anhelos, que son fuentes de dolor y de alegría.

Cinco años después de Las diosas de cada mujer, se publicó Los dioses de cada hombre, en 1989. Algunos hombres me habían preguntado por qué no pensaba en ellos después de oírme hablar de los arquetipos de las diosas. Muchos habían leído Las diosas de cada mujer y ahora comprendían mejor a las mujeres de sus vidas. Muchos podían ver que se sentían atraídos por un arquetipo de diosa en particular y se veían cautivados por mujeres que tenían algo que canalizaba esta proyección. Incluso hubo hombres que descubrieron un arquetipo de diosas que vivía en su interior y se expresaba en ellos. Cuando escribí Los dioses de cada hombre me descubrí diciendo que un título más preciso (y un libro el doble de largo) podría llamarse Los dioses y las diosas de cada uno.

Dra. JEAN SHINODA BOLEN

Marzo 2014

Mill Valley, California

www.jeanbolen.com

Prólogo

Me gustaría invitarte a leer este libro, especialmente si eres una de esas lectoras, tal vez como yo misma, reacia a este tema. A fin de cuentas, ¿cómo pueden las diosas mitológicas de un pasado patriarcal ayudarnos a analizar nuestra realidad actual o a alcanzar un futuro igualitario?

Lo mismo que lo más probable es que compremos libros recomendados por amistades de confianza, mi inspiración para leer este manuscrito vino del hecho de conocer a su autora.

Conocí a la doctora Jean Shinoda Bolen cuando estaba organizando «Psiquiatras para ERA», un grupo de mujeres y hombres de la Asociación Americana de Psiquiatría, cuya experiencia profesional les había llevado a creer que el tratamiento igual ante la ley era esencial para la salud mental de las mujeres. En consecuencia, apoyaron la aprobación de la Ley sobre la Igualdad de Derechos.

Todos los grupos son el resultado de muchas energías, pero Jean fue claramente la organizadora efectiva e inspirada de este. No solo tuvo la visión de formar este grupo y avivó la imaginación de sus colegas; también siguió todos los detalles del proceso de forjar una organización nacional y coherente a partir de personas ocupadas y dispares. En este proceso estuvo atenta a hacer de puente entre las diferencias generacionales, raciales y profesionales, para reunir información exacta y relevante, y dejar incluso al adversario más resistente con dignidad y una nueva comprensión.

Observar a Jean en acción no deja ninguna duda de que es una organizadora práctica y experta en el aquí y ahora; una bondadosa revolucionaria, cuya calma curativa y espíritu de aceptación son testimonio del mundo mejor que una revolución feminista podría traer. Ella contribuyó a crear un núcleo de cambio dentro de una de las más prestigiosas e influentes organizaciones profesionales: todo ello como mujer, y mujer en minoría, dentro de una profesión constituida por un 89% de hombres, por añadidura blancos en su abrumadora mayoría, y generalmente limitados por las teorías predominantemente masculinas de Freud. Cuando se escriba la historia de la Asociación Americana de Psiquiatría y, tal vez, la historia de la responsabilidad social de los psiquiatras en general, creo que las acciones de esta pequeña mujer de hablar pausado constituirán una importante fuerza.

Cuando leía los primeros capítulos de Las diosas de cada mujer, podía oír la voz digna de confianza de Jean en cada una de las frases de su prosa clara y sencilla; pero todavía tenía dudas sobre la posibilidad de que apareciera en las siguientes diosas algo de predestinación romántica o inhibitoria. Como Jung y los que situaron estos arquetipos en el inconsciente colectivo acabaron en las polaridades excluyentes masculino/femenino —inhibiendo así tanto a los hombres como a las mujeres de la totalidad, y dejando a estas en el inevitablemente menos gratificante final del espectro—, me preocupaba la manera en que estos arquetipos pudieran ser usados por los demás, o la manera en que las mismas mujeres pudieran ser estimuladas para ser simples imitadoras y, en consecuencia, para aceptar sus limitaciones.

Fue la misma explicación de cada una de las diosas lo que no solo tranquilizó mis inquietudes, sino que también me abrió nuevas vías de comprensión.

En primer lugar, existen siete arquetipos complejos que deben ser examinados y combinados de diferentes maneras, y cada uno de ellos tiene en sí mismo infinidad de variantes. Ellos nos llevan mucho más allá de las simplistas dicotomías virgen/puta y madre/amante que afligen a las mujeres en los patriarcados. Sí, existen diosas que se identifican totalmente mediante su relación con un hombre poderoso —al fin y al cabo, vivían bajo el patriarcado, como vivimos nosotras—, pero también muestran su poder, sea subrepticia o abiertamente. Y también existen modelos de autonomía que toman muchas formas: desde una forma sexual o intelectual, hasta una forma política o espiritual. Con menos frecuencia, existen ejemplos de mujeres que se rescatan y se unen entre sí.

En segundo lugar, estos arquetipos complejos pueden combinarse e invocarse según las necesidades exigidas por la situación de una mujer o la parte menos desarrollada de sí misma. Si puede tener tanto impacto en las vidas de las mujeres un vislumbre en los medios de comunicación del modelo de rol que desempeñan, ¿cuánto más profundo puede ser activar y sacar un arquetipo dentro de ellas?

Por último, no existe ningún precepto para conformarnos con un estereotipo o limitarnos a una diosa o a varias. Todas juntas integran el círculo completo de las cualidades humanas. Sin duda, cada una de ellas surge de la fragmentación de una diosa: la Gran Diosa, el ser humano femenino total que vivió alguna vez en los tiempos prepatriarcales —al menos en la religión y en la imaginación—. Tal vez entonces, como ahora, imaginar la totalidad fue el primer paso para realizarla.

Como mínimo, estas diosas arquetípicas constituyen un útil recordatorio para describir y analizar muchas pautas de comportamiento y rasgos de personalidad. Como máximo, constituyen vías para construir visiones, invocando así fuerzas necesarias y cualidades dentro de nosotras. Como la poetisa y novelista Alice Walker evidencia de modo conmovedor en El color púrpura, imaginamos a Dios y le endosamos —a él o a ella— las cualidades que necesitamos para sobrevivir y evolucionar.

El mayor valor de este libro radica en los momentos de reconocimiento que proporciona. La autora los llama momentos de «¡ajá!»: ese segundo lleno de comprensión interna en el que entendemos e interiorizamos, en el que reconocemos que hemos experimentado para nosotros/as mismos/as, hemos sentido confianza a causa de esa verdad y, entonces, hemos sido llevados/as un paso más adelante hacia una comprensión de «claro, ahora entiendo por qué».

Cada lector/a aprenderá algo diferente y ese «¡ajá!» debe ser el nuestro. Para mí, el primero se produjo leyendo sobre Artemisa, que se unía a otras mujeres y que rescató a su madre, aunque no quería ser como ella. Siento reconocimiento y también orgullo por ser citada como ejemplo de este arquetipo, que es infrecuente en una sociedad patriarcal. Pero también supe que no había desarrollado la ausencia de miedo al conflicto ni la autonomía real de Artemisa. Perséfone refleja sentimientos que la mayoría de nosotras experimentamos siendo adolescentes. Su fuerza o debilidad constituyó otro «¡aja!»: esa conocida capacidad para esperar que se nos proyecte la imagen y expectativas de afuera, sea de un hombre o de la sociedad; ese probarse muchas identidades. También lo fueron la lectura constante y el hábito de vivir dentro de la cabeza, que es tan típico de Atenea; la conciencia difusa y receptiva de Hera, Deméter y Perséfone; y la valoración de Afrodita de la intensidad y de la espontaneidad sobre la permanencia en las relaciones y en el trabajo creativo.

Otras diosas nos enseñan cualidades de las que nosotras mismas carecemos y que necesitamos desarrollar, o cualidades que vemos en las personas que nos rodean y que no comprendemos. Aprendí de la manera contemplativa de Hestia a afrontar las tareas cotidianas; como estas pueden, por ejemplo, ordenarse y clasificarse según las prioridades, cuando se contemplan con una visión más simbólica y espiritual. Envidié a Atenea y a Artemisa por su conciencia centrada, y comprendí mejor a los muchos hombres que han aprendido a no «fijarse» o poner luz en muchas cosas de la periferia de la visión. Aprendí del ejemplo de esas dos diosas independientes que el conflicto y la hostilidad pueden ser necesarios, e incluso positivos, y que no deben tomarse de manera personal.

El sensible análisis de la autora de los arquetipos los saca de su marco patriarcal de simples hazañas y nos los devuelve como mujeres reales, más amplias que la vida, pero creíbles.

Por ejemplo, desde ahora, cuando añore una de esas conversaciones mágicas y espontáneas en las que el todo va mucho más allá que la suma de su partes, con cada persona improvisando como se hace en la música, tal vez piense en las cualidades de Afrodita. Cuando necesite retirarme a la tierra y a la contemplación, Hestia puede guiarme. Cuando carezca del valor para enfrentar el conflicto por mí misma o en nombre de otras mujeres, Artemisa es una buena mujer para recordar.

Ya no importa qué es lo que viene antes, si la realidad o la imaginación de la realidad. Como escribe Jean Huston en The Possible Human: «Siempre he pensado en un mito como algo que nunca existió pero que siempre está sucediendo».

Ahora que nos encaminamos hacia el abandono de las sociedades desiguales, dioses y diosas pueden llegar a ser la misma cosa. Al mismo tiempo, este libro nos ofrece nuevas sendas para explorar: nuevas maneras de ser y de devenir.

Tal vez encuentres un mito que evoque la realidad dentro de ti.

GLORIA STEINEM

Agradecimientos

Cada capítulo de este libro tiene muchos participantes anónimos —pacientes, amigos, colegas— que ejemplifican aspectos de cada arquetipo de la diosa, o proporcionan revelaciones de los mismos. La mayoría de las descripciones son, por ello, mezclas de muchas mujeres, que he conocido en circunstancias muy diversas, sobre todo a lo largo de veinte años de práctica psiquiátrica. Es un privilegio que confíen en mí personas que me revelan sus intimidades, permitiéndome entender mejor su psicología y, a través de ella, la psicología de otras personas, incluida yo misma. Las personas que son mis pacientes son mis mejores maestras. A todas ellas, gracias.

He sido «bendecida» y «sobrecargada» por muchos editores, cada uno de los cuales contribuyó al desarrollo de este libro y a mi evolución como escritora durante los tres años que trabajé en el manuscrito: me aportaron comentarios e instrucciones para la edición Kirsten Grimstad, Kim Chernim, Marilyn Landau, Jeremy Tarcher, Stephanie Bernstein y Linda Purrington, a los que recurrí para editar y corregir. En medio de sus puntos de vista discrepantes, también aprendí a confiar en mi propia voz y en mi propia visión, lo cual en sí mismo constituyó una lección y condujo a un cambio en los editores. En este aspecto, fue de especial importancia el aliento de Kim Chernim.

También expreso mi agradecimiento a Nancy Berry, que trabajó con profesionalidad y rapidez en el mecanografiado y tratamiento del texto por ordenador cada vez que le pedí ayuda; a mis agentes literarios, John Brockman y Katinka Matson, que añadieron su perspectiva de expertos al difícil proceso de «dar a luz el libro»; y a mi editor, Clayton Carlson, de Harper & Row, quien, mediante su intuición y consideración especial en mi primer libro, The Tao of Psychology, creyó en mí y en Las diosas de cada mujer.

Los miembros de mi familia fueron partidarios incondicionales mientras trabajaba en este libro en medio de ellos. Yo había decidido, hacía tiempo, que si tenía que escribir lo haría sin separarme de ellos y sin cerrar una puerta entre nosotros. Estaría disponible y presente, al mismo tiempo que necesitaría su consideración. Mi marido, Jim, y mis hijos, Melody y Andy, estuvieron conmigo a lo largo de todo este proyecto. Además del apoyo emocional, de vez en cuando Jim me ayudó mientras escribía con su ojo profesional de editor, animándome a confiar en mis propios instintos, a conservar ejemplos e imágenes que evocan sentimientos.

Y mi agradecimiento de todo corazón a muchas personas cuyo apoyo para terminar Las diosas de cada mujer llegó en momentos sincrónicos: cada vez que estaba desanimada y necesitaba que se me recordase que este libro podía servir de ayuda a los demás. Mi tarea consistía en perseverar hasta que el libro estuviese acabado. Una vez publicado, sabía que tendría vida propia y llegaría a toda persona a la que tuviese que llegar.

De la semilla crece una raíz, después un brote; del brote, las hojas de la plántula; de las hojas, el pedúnculo; alrededor de este, las ramas; arriba del todo, la flor. No podemos decir que la semilla causa el crecimiento, ni que tan siquiera el suelo lo haga. Podemos decir que las potencialidades del crecimiento residen en la semilla, en las fuerzas misteriosas de la vida, que, cuando se favorecen adecuadamente, toman determinadas formas.

Centering in Pottery,Poetry and the Person

M. C. RICHARDS

Introducción: Hay diosas en cada mujer

Toda mujer tiene un papel fundamental en el desarrollo de la historia de su propia vida. Como psiquiatra he oído cientos de historias personales y me doy cuenta de que existen dimensiones míticas en cada una de ellas. Algunas mujeres vienen a verme como psiquiatra, cuando están desmoralizadas o no funcionan; otras, cuando perciben sabiamente que están atrapadas en una situación que necesitan entender y cambiar. En cualquiera de los dos casos, me parece que las mujeres necesitan la ayuda de un terapeuta para aprender cómo ser mejores protagonistas o heroínas en las historias de su propia vida. Para llegar a ello, las mujeres tienen que tomar opciones conscientes que moldeen sus vidas. Lo mismo que las mujeres solían ser inconscientes de los poderosos efectos que tenían en ellas los estereotipos culturales, pueden también ser inconscientes de las poderosas fuerzas internas que influyen en lo que hacen y en cómo se sienten. Estas fuerzas las introduzco en este libro bajo la forma de diosas griegas.

Estos poderosos patrones internos —o arquetipos— son responsables de las principales diferencias entre las mujeres. Por ejemplo, algunas mujeres necesitan la monogamia, el matrimonio o los hijos para sentirse realizadas, y sufren y se encolerizan cuando la meta está más allá de su alcance. Para ellas, los papeles tradicionales tienen pleno sentido desde el punto de vista personal. Tales mujeres se diferencian marcadamente de otro tipo de mujer que valora al máximo su independencia cuando se centra en lograr metas que son importantes para ella, o también de otro tipo que busca intensidad emocional y nuevas experiencias y que, en consecuencia, cambia de una relación o esfuerzo creativo a otro. Pero otro tipo de mujer busca la soledad y considera que la espiritualidad es lo que más le importa. Lo que llena a un tipo de mujeres puede no tener sentido para otro, dependiendo de cuál es la «diosa» que está activa en ellas.

Es más, existen muchas «diosas» en una sola mujer. Cuanto más complicada es esta, más probable es que haya muchas «diosas» activas en ella. Y lo que es satisfactorio para una parte de sí misma puede ser irrelevante para otra parte.

El conocimiento de las «diosas» proporciona a las mujeres medios de entenderse a sí mismas y de entender sus relaciones con hombres y mujeres, con sus padres, amantes e hijos. Estos patrones de diosas también ofrecen revelaciones de lo que es motivador (incluso irresistible), frustrante o satisfactorio para algunas mujeres y no para otras.

El conocimiento de las «diosas» también aporta información útil a los hombres. Los hombres que quieren entender mejor a las mujeres pueden utilizar los patrones de diosas para aprender que existen diferentes tipos de mujeres y lo que pueden esperar de los mismos. También ayudan a los hombres a entender a mujeres complejas o que parecen contradictorias.

El conocimiento de las «diosas» también ofrece a los terapeutas que trabajan con mujeres útiles percepciones clínicas de los conflictos interpersonales e intrapsíquicos de sus pacientes. Los patrones de las diosas ayudan a explicar las diferencias de personalidad; aportan información sobre el potencial de las dificultades psicológicas y de los síntomas psiquiátricos. También indican las maneras en que puede evolucionar una mujer con un determinado patrón de diosa.

Este libro describe una nueva perspectiva psicológica de las mujeres basada en imágenes de mujeres —proporcionadas por las diosas griegas— que han permanecido vivas en la imaginación de la humanidad a lo largo de tres mil años. Esta psicología femenina discrepa de todas las teorías que definen como mujer «normal» a la mujer que se adapta a un modelo, patrón de personalidad o estructura psicológica «correctos». Es una teoría basada en la observación de la diversidad de las variedades normales que existen entre las mujeres.

Mucho de lo que he aprendido sobre las mujeres fue dentro de un contexto profesional: en mi consulta de psiquiatra y analista junguiana, supervisando alumnos y enseñando como profesora de psiquiatría clínica en la Universidad de California, y como analista supervisora en el Instituto C.G. Jung de San Francisco. Pero la psicología femenina que desarrollo en estas páginas procede de algo más que únicamente la experiencia profesional. Gran parte de lo que sé proviene de ser mujer desempeñando papeles de mujer: ser hija, esposa, y madre de un hijo y una hija. Mi conocimiento aumentó a través de conversaciones con mujeres amigas y en grupos de mujeres. En ambas situaciones las mujeres se reflejan entre sí aspectos de ellas mismas: nos vemos reflejadas en la experiencia de otra mujer y nos hacemos conscientes de algún aspecto de nosotras mismas del que no nos dábamos cuenta previamente, así como de lo que tenemos en común como mujeres.

Mi conocimiento de la psicología femenina también se ha desarrollado a partir de la experiencia de ser mujer en esta época de la historia. En 1963 empecé como médico interno mi período de prácticas en psiquiatría. En el mismo año, dos acontecimientos desembocaron en el movimiento de las mujeres de los años setenta. En primer lugar, Betty Friedan publicó The Feminine Mystique, articulando el vacío y la insatisfacción de una generación de mujeres que habían vivido para y a través de los demás. Friedan describió la fuente de su infelicidad como un problema de identidad, cuyo núcleo consistía en una atrofia o en una evasión del desarrollo. Sostenía que su problema es alimentado por nuestra cultura, que no permite a las mujeres aceptar o satisfacer su necesidad básica de desarrollo y realizar su potencial como seres humanos. Denunciando los estereotipos culturales, los dogmas freudianos y la manipulación de mujeres por los medios de comunicación, su libro presentaba ideas cuyo tiempo había llegado, ideas que condujeron a una efusión de la rabia reprimida, al movimiento de liberación de las mujeres y, posteriormente, a la formación de NOW, National Organization for Women.1

Ese mismo año, 1963, la Comisión del Presidente John F. Kennedy sobre el Estatus de las Mujeres publicó su informe, documentando las desigualdades del sistema económico de los Estados Unidos. Las mujeres no estaban siendo pagadas lo mismo que los hombres por realizar las mismas tareas; a las mujeres se les estaban denegando oportunidades de empleos y de promoción. Esta injusticia notoria constituyó una prueba suplementaria de cómo estaban desvalorizados y limitados los papeles de la mujer.

Así pues, empecé psiquiatría en el mismo período en el que los Estados Unidos se encontraban en el umbral del movimiento de las mujeres, y mi toma de conciencia fue aumentando a lo largo de los años setenta. Me di cuenta de las desigualdades y de la discriminación contra las mujeres y aprendí que las pautas culturales determinadas por los hombres premiaban o castigaban a las mujeres por abrazar o rechazar los papeles estereotipados. Como consecuencia, me uní a un puñado de compañeras feministas en la Sociedad de Psiquiatría del Norte de California y en la Asociación Americana de Psiquiatría.

Visión binocular de la psicología de las mujeres

Durante el mismo período en el que estaba adquiriendo una perspectiva femenina, estaba haciéndome simultáneamente analista junguiana. Después de completar mi período como médico interno en psiquiatría en 1966, entré en el Instituto C.G. Jung de San Francisco, como alumna del programa de formación y recibí el título de analista en 1976. Mi visión sobre la psicología femenina se desarrolló ininterrumpidamente en este período, incorporando percepciones feministas a la psicología arquetípica junguiana.

Me sentía como si estuviera haciendo el puente entre dos mundos cuando me aventuraba yendo y viniendo entre los analistas junguianos y las psiquiatras feministas. Mis colegas junguianos no se preocupaban demasiado de lo que ocurría en el mundo político y social. La mayoría parecía solo vagamente consciente de la relevancia del movimiento de las mujeres. Mis amigas feministas en psiquiatría, lo hacían para considerar este aspecto, bien como un interés personal místico o esotérico, o bien como una subespecialidad respetada que no tenía nada que ver con los problemas de las mujeres. A pesar de todo, haciendo de lanzadera descubrí que se produce una nueva profundidad de comprensión cuando se ponen juntas las dos perspectivas, junguiana y feminista. Las dos proporcionan una visión binocular de la psicología de las mujeres.

La perspectiva junguiana me ha hecho consciente de que las mujeres están influidas por poderosas fuerzas internas, o arquetipos, que pueden ser personificadas por las diosas griegas. Y la perspectiva feminista me ha proporcionado una comprensión de cómo las fuerzas externas, o estereotipos —los papeles a los que la sociedad espera que la mujer se adapte—, refuerzan algunos patrones de diosas y reprimen otros. Como consecuencia, yo veo a cada mujer como una «mujer intermedia»: impulsada desde dentro por arquetipos de diosas y desde fuera por estereotipos culturales.

Una vez que la mujer se vuelve consciente de las fuerzas que influyen en ella, obtiene el poder que ese conocimiento proporciona. Las «diosas» son fuerzas poderosas e invisibles que moldean la conducta e influyen en las emociones. El conocimiento acerca de las «diosas» dentro de las mujeres constituye un nuevo territorio para el aumento de la conciencia sobre las mujeres. Cuando una mujer sabe qué «diosas» son las fuerzas dominantes dentro de ella, adquiere autoconocimiento sobre la fuerza de ciertos instintos, las prioridades y las capacidades, y también las posibilidades de encontrar un propósito personal a través de las opciones que toma y que otras personas pueden no estimular.

Los patrones de diosas afectan también a las relaciones con los hombres. Ayudan a explicar algunas de las dificultades y afinidades que determinadas mujeres tienen con determinados hombres. ¿Escogen hombres poderosos y triunfadores en el mundo? ¿Lisiados y creativos? ¿Infantiles? ¿Qué «diosa» es el impulso inadvertido que empuja a una mujer hacia un tipo particular de hombre? Dichos patrones influyen en la selección y estabilidad de las relaciones.

Los patrones de relación también llevan la impronta de diosas concretas. Padre-hija, hermano-hermana, hermana-hermana, madre-hijo, amante-amante, o madre-hija, cada pareja representa una configuración que corresponde de manera natural a una diosa concreta.

Cada mujer posee dones «otorgados por la diosa», que ha de aceptar con agradecimiento y sobre los que tiene que aprender. Cada mujer tiene también riesgos «otorgados por la diosa», que debe reconocer y superar para cambiar. No puede resistirse a vivir un patrón determinado por el arquetipo de una diosa subyacente hasta que es consciente de que dicho patrón existe y de que trata de realizarse a través de ella.

Los mitos como herramientas de comprensión interna

El primer vínculo importante que vi entre los patrones mitológicos y la psicología de las mujeres me lo proporcionó Erich Neumann, un analista junguiano, en su libro Amor and Psyche. Neumann utilizaba la mitología como instrumento para describir la psicología femenina. Yo me di cuenta de que la combinación de Neumann del mito y del comentario psicológico era una poderosa «herramienta de comprensión interna».

En el mito griego de Amor y Psique, por ejemplo, la primera tarea de Psique consistía en seleccionar un enorme montón de semillas mezcladas, colocando cada clase de semilla en un montón diferente. Su reacción inicial a esta tarea, lo mismo que a las tres siguientes, fue de desesperación. Me di cuenta de que este mito encajaba con numerosas pacientes que estaban debatiéndose en medio de varias tareas importantes. Una de ellas era una estudiante de licenciatura que se sentía abrumada por un trabajo trimestral, al no saber cómo podría organizar todo el material disponible. Otra era una joven madre deprimida que tenía que resolver cómo organizar su tiempo, seleccionar sus prioridades y encontrar la manera de seguir pintando. Al igual que Psique, cada mujer era llamada a hacer más de lo que se sentía capaz de hacer, aunque en una dirección que ella misma había elegido. Ambas cobraron ánimos a partir de un mito que reflejaba su situación, reaccionaron a las nuevas exigencias, y dieron un sentido más amplio a sus esfuerzos.

Cuando una mujer siente que existe una dimensión mítica en algo que está emprendiendo, ese conocimiento afecta e inspira centros creativos en ella misma. Los mitos evocan sentimientos e imaginación y tocan temas que forman parte de la herencia colectiva de la humanidad. Los mitos griegos —y todos los demás mitos y cuentos de hadas que se cuentan todavía tras miles de años— continúan siendo corrientes y personalmente relevantes porque hay en ellos una resonancia de verdad sobre la experiencia humana compartida.

Cuando se interpreta un mito, puede tener como resultado, intelectual o intuitivamente, que se capte una comprensión. Un mito es como un sueño que recordamos, incluso cuando no lo comprendemos, porque es simbólicamente importante. Según el mitólogo Joseph Campbell, «el sueño es el mito personalizado y el mito es el sueño despersonalizado.»2 No es de extrañar que invariablemente los mitos parezcan vagamente familiares.

Cuando se interpreta correctamente un sueño, la persona que lo ha soñado tiene un vislumbre de comprensión interna —un «¡ajá!»— cuando la situación a la que se refiere el sueño se clarifica. El «soñador» capta y conserva el desconocimiento obtenido de manera intuitiva.

Cuando alguien tiene una respuesta de «¡ajá!» a la interpretación de un mito, el mito en cuestión está simbólicamente emitiendo algo que es personalmente importante para la persona. Esta capta algo y ve una verdad a través de ello. Ese nivel profundo de comprensión se ha producido en públicos a los que me he dirigido cuando he relatado mitos e interpretado a continuación su significado. Es una manera de aprender que toca una cuerda sensible, en la que la teoría sobre la psicología de las mujeres se vuelve, bien autoconocimiento, o bien conocimiento sobre mujeres significativas con las que tienen relación los hombres y las mujeres del público.

Empecé a utilizar la mitología en seminarios sobre la psicología de las mujeres hacia finales de los años sesenta y principios de los setenta, primero en el Centro Médico e Instituto Psiquiátrico Langley Porter de la Universidad de California, y después en la Universidad de California, en Santa Cruz, y en el Instituto C.G. Jung de San Francisco. Durante la siguiente década y media, dar conferencias me proporcionó una oportunidad suplementaria de desarrollar mis pensamientos y las respuestas del público en Seattle, Minneapolis, Denver, Kansas City, Houston, Portland, Fort Wayne, Washington, D.C., Toronto, Nueva York, y en el área de la bahía de San Francisco, en donde vivía. En todos los lugares en donde daba conferencias, la respuesta era la misma: cuando utilizaba mitos junto con ejemplos de casos clínicos, experiencias personales y comprensiones internas procedentes del movimiento de las mujeres, se producían comprensiones nuevas y profundas.

Había empezado con el mito de Psique, un mito que habla de mujeres que ponen las relaciones en primer lugar. Después contaba un segundo mito —uno cuyo significado había desarrollado—, que describía a mujeres que se sentían estimuladas más que abrumadas cuando había obstáculos que superar o tareas que realizar a la perfección, y que, en consecuencia, obtenían buenos resultados en la escuela y se desenvolvían bien en el mundo. La heroína mitológica era Atalanta, corredora y cazadora, que triunfó en los dos papeles, venciendo a hombres que intentaban derrotarla. Era una mujer hermosa que fue comparada con Artemisa, diosa griega de la caza y de la luna.

Esta manera de enseñar invitaba naturalmente a plantear cuestiones sobre otras diosas, y así empecé a leer y a preguntarme sobre su alcance y sobre lo que representaban. Empecé a tener mis propias reacciones de «¡ajá!». Por ejemplo, una mujer celosa y vengativa entró en mi consulta y reconocí en ella a la encolerizada y humillada Hera, diosa del matrimonio y esposa de Zeus. Los devaneos de su esposo provocaron los repetidos esfuerzos de la diosa para encontrar y destruir a «la otra mujer».

Aquella paciente era una mujer que acababa de descubrir que su marido estaba teniendo una aventura. Desde entonces había estado obsesionada con la otra mujer. Tenía fantasías de venganza, la espiaba, y estaba tan atrapada con la obsesión de ser ecuánime que se sentía enloquecer. Lo mismo que era típico de Hera, su cólera no estaba dirigida hacia su marido, que era quien le había mentido y sido infiel. Fue muy útil para mi paciente el ver que la infidelidad de su marido había evocado en ella una respuesta de Hera. Ahora entiende por qué se sentía «poseída» por su cólera y cómo esta le estaba destruyendo. Pudo comprender que necesitaba enfrentar a su marido con su conducta y hacer frente a los problemas maritales que existían entre los dos, en lugar de convertirse en una Hera vengativa.

Después, una colega habló inesperadamente contra la Enmienda sobre la Igualdad de Derechos, que yo estaba apoyando. En medio de los sentimientos de dolor y de rabia, tuve de repente una comprensión interna de «¡ajá!» sobre la situación. Se trataba de un choque de tipos basado en las diosas de nuestras psiques respectivas. En aquel momento, sobre aquel tema, yo estaba actuando y sintiendo como Artemisa, arquetipo de la Gran Hermana, protectora de las mujeres. Mi oponente, por el contrario, era como Atenea, la hija que había surgido ya crecida de la cabeza de Zeus, y era, por lo tanto, la diosa-patrona de los héroes, defensora del patriarcado y, en gran medida, «hija de su padre».

En otra ocasión, estaba leyendo acerca del secuestro de Patty Hearst. Me di cuenta de que el mito de Perséfone, la doncella que fue raptada, violada y mantenida en cautividad por Hades, señor del mundo subterráneo, estaba siendo representado una vez más, esta vez, en los titulares de los periódicos. En aquella época, Hearst era una estudiante de la Universidad de California, una hija protegida de dos actuales y ricos «dioses olímpicos». Fue secuestrada —llevada al mundo subterráneo del líder del Ejército Simbiótico de Liberación— encerrada en un armario oscuro y violada repetidamente.

En poco tiempo estaba viendo a las «diosas» en cada mujer». Descubrí que el saber qué «diosa» estaba presente ahondaba mi comprensión de los sucesos cotidianos, así como de los acontecimientos más graves. Por ejemplo: ¿qué diosa puede estar mostrando su influencia cuando una mujer prepara la comida y realiza tareas domésticas?

Me di cuenta de que existía una prueba sencilla: cuando el marido de una mujer se ausenta durante una semana, ¿cómo se comporta esta respecto a las comidas para sí misma y qué le sucede a la casa? Cuando una mujer Hera (abreviación de «esta diosa concreta constituye la influencia dominante») o una mujer Afrodita cena sola, probablemente se trata de un asunto triste y descorazonador: tal vez requesón envasado. Cuando está sola, para ella cualquier cosa que haya en la nevera es suficiente, en marcado contraste con las buenas o elaboradas comidas que prepara cuando su marido está en casa. Ella cocina para él. Por supuesto, hace lo que a él le gusta, en lugar de lo que ella prefiere, porque es una buena esposa que ofrece buenas comidas (Hera), está motivada por su naturaleza maternal a cuidarle (Deméter), hace lo que él desea (Perséfone) o intenta serle atractiva (Afrodita). Pero si Hestia es la diosa que le influye, una mujer pondrá la mesa y se proporcionará a sí misma una auténtica comida cuando está sola. Y la casa estará en su buen orden habitual. Si son las otras diosas las responsables de la motivación de hacer las tareas domésticas, lo más probable es que estas sean descuidadas hasta que vuelva el marido. Una mujer Hestia pondrá flores nuevas para sí misma que nunca verá su marido ausente. Su apartamento o casa siempre tiene el aire de su hogar, porque es ella la que vive allí, y no porque haga las cosas para otra persona.

A continuación surgió la pregunta: «¿Encontrarían también otras personas útil y aprovechable esta manera de conocer la psicología de las mujeres mediante los mitos?». La respuesta vino mientras daba conferencias sobre «Diosas en cada mujer». Los públicos estaban «enchufados», interesados, comentaban con entusiasmo el hecho de utilizar la mitología como una herramienta de comprensión interna. Era una manera para todo el mundo de entender a las mujeres, un método emocionalmente conmovedor. A medida que compartía los mitos, la gente oía, veía y sentía lo que yo estaba diciendo; cuando interpretaba esos mitos, la gente tenía reacciones de «¡ajá!». Tanto hombres como mujeres captaban el significado de los mitos como una verdad personal, comprobando algo que ya conocían y de lo que en aquellos momentos se hacían conscientes.

También hablaba en encuentros de organizaciones profesionales y discutía mis ideas con psiquiatras y psicólogos. Partes de este libro fueron desarrolladas previamente como exposiciones ante la Asociación Internacional de Psicología Analítica, la Academia Americana de Psicoanálisis, la Asociación Americana de Psiquiatría, el Instituto para la Mujer de la Asociación Americana de Ortopsiquiatría y la Asociación de Psicología Transpersonal. Mis colegas hallaron clínicamente útil este enfoque y apreciaron la nueva percepción interna en los patrones caracterológicos y los síntomas psiquiátricos que una comprensión de las «diosas» puede proporcionar. Para la mayoría de ellos/ellas, fue la primera exposición sobre la psicología de las mujeres que habían oído dar a una analista junguiana.

Solo mis colegas junguianos/as eran conscientes de que yo estaba (y estoy) proponiendo nuevas ideas sobre la psicología femenina, que difieren de algunos conceptos de Jung, así como integrando perspectivas femeninas junto con psicología arquetípica. Aunque este libro está escrito para un público no especializado, el lector sofisticado junguiano tal vez advierta que una psicología de las mujeres basada en los arquetipos femeninos desafía la aplicabilidad general de la teoría del ánimus-ánima de Jung (véase el capítulo 3, «Las diosas vírgenes»). Muchos escritores junguianos han escrito sobre los dioses y las diosas griegos como figuras arquetípicas. Estoy en deuda con ellos por haber aportado su conocimiento y sus comprensiones internas, y por ello cito sus trabajos (capítulo de notas). Sin embargo, al seleccionar siete diosas griegas y clasificarlas en tres grupos específicos, según su funcionamiento psicológico, he creado una nueva tipología, así como un instrumento de comprensión de los conflictos intrapsíquicos (todo el libro). Dentro de esta tipología, he añadido el concepto de conciencia de Afrodita, como un tercer modo de centrar la conciencia y la atención difusa que han sido ya descritas en la teoría junguiana (véase el capítulo 11, «Las diosas alquímicas»).

Se introducen dos nuevos conceptos psicológicos adicionales, pero no muy elaborados, ya que desarrollarlos más habría supuesto una desviación del tema de este libro.

En primer lugar, las «diosas» proporcionan una explicación de las contradicciones entre el comportamiento de las mujeres y la teoría de Jung de los tipos psicológicos. Según los tipos psicológicos de Jung, se supone que una persona es de actitud extravertida o introvertida; utiliza el sentimiento o el pensamiento para afirmar su actitud, y percibe mediante la intuición o la sensación (a través de los cinco sentidos). Además, se supone que una de estas cuatro funciones (el pensamiento, el sentimiento, la intuición y la sensación) es la más conscientemente desarrollada y en la que más se confía; cualquiera que sea esta, se presupone que la otra mitad es la menos consciente o en la que menos se confía. Las excepciones al modelo junguiano de «o una cosa o la otra, o más desarrollado conscientemente o menos desarrollado» han sido descritas por las psicólogas junguianas June Singer y Mary Loomis. Yo creo que los arquetipos de las diosas proporcionan una explicación a las excepciones en las mujeres.

Por ejemplo, cuando una mujer «cambia de marcha» y va de una faceta de sí misma a otra, puede cambiar de un patrón de diosa a otro: en una situación, por ejemplo, es la Atenea extravertida y lógica que presta atención a los detalles; en otra, es una Hestia introvertida y hogareña para la que «la procesión va por dentro». Este cambio explica la dificultad que tiene una mujer multifacética de determinar a qué arquetipo junguiano pertenece. O tal vez esté enormemente atenta a los detalles estéticos (que Afrodita influye) y no darse cuenta de que el horno está encendido o la bombona de gas está casi vacía (detalles que a Atenea no se le escaparían). La «diosa» preponderante explica cómo una función (en este caso, la sensación) puede paradójicamente ser al mismo tiempo inconsciente y estar altamente desarrollada (véase el capítulo 14, «¿Qué diosa consigue la manzana de oro?»).

En segundo lugar, a partir de la observación clínica me he dado cuenta de que el poder del arquetipo de una diosa de arrollar el ego de una mujer y producirle síntomas psiquiátricos se iguala con el poder históricamente atribuido a esa diosa —poder cuya influencia ha disminuido desde la Gran Diosa de la antigua Europa a través de las fases de las diosas griegas (véase el capítulo 1, «Las diosas como imágenes internas»).

Aunque este libro formula teorías y proporciona información útil para terapeutas, está escrito para toda persona que quiera entender mejor a las mujeres —en especial, aquellas mujeres que están más cerca de ella, que le son más queridas o que le dejan más perpleja—, y para las mujeres, con el objeto de que descubran dentro de sí mismas a las diosas.

1.Las diosas como imágenes internas

A mi amiga Ann le pusieron en los brazos una frágil bebe, una «bebé azul», con un defecto cardíaco congénito. Ann estaba conmovida mientras sostenía aquella pequeña recién nacida y le miraba la cara. También sintió un intenso dolor en el centro del pecho bajo el esternón. En unos instantes, ella y aquella bebé habían forjado un vínculo. Después, Ann visitó a la pequeña con regularidad y mantenía el contacto todo el tiempo que le era posible. La criatura no sobrevivió a una operación de corazón. Solo vivió unos meses, pero causó una profunda impresión en Ann. En aquel primer encuentro había evocado una imagen interna empapada de emoción que se depositó en lo más profundo de su psique.

En 1966, Anthony Stevens, escritor y psiquiatra, estudió los lazos de cariño de la infancia en el Centro de Bebés Metera, cerca de Atenas, en Grecia. Lo que observó que sucedía entre las nodrizas y estas criaturas huérfanas era análogo a la experiencia de Ann. Descubrió que se establecía un vínculo especial entre un bebé y una nodriza determinada a través de un deleite y una atracción recíprocos, proceso parecido al de enamorarse.

Las observaciones de Steven contradicen la «teoría del amor interesado», que postula que los lazos se crean entre madre e hijo a causa de los cuidados y del sustento. Steven descubrió que al menos un tercio de los bebés se encariñaban con nodrizas que no les habían proporcionado cuidados rutinarios, o muy pocos, antes de que se estableciese el vínculo de afecto. Después, invariablemente, la nodriza hacía mucho más por la criatura, normalmente porque llegaba a responder recíprocamente al cariño, pero también porque el bebé solía rechazar ser atendido por otra nodriza, cuando la «suya» estaba cerca.1

Algunas nuevas madres experimentan un cariño inmediato por sus recién nacidos; brota en ellas un amor fieramente protector y una ternura profunda hacia esa criatura cuando tienen en sus brazos al indefenso bebé al que acaban de dar a luz. Nosotros decimos que el bebé evoca el arquetipo de madre en tales mujeres. Para otras nuevas madres, sin embargo, el amor maternal se desarrolla a lo largo de varios meses, y se hace evidente cuando el bebé tiene ocho o nueve meses.

Cuando tener un bebé no activa «la madre» en una mujer, la mujer suele saber que no está sintiendo lo que otras madres sienten, o algo que ella misma ha sentido por otro niño. El bebé echa en falta una conexión vital cuando no es activado el arquetipo de «la madre», y sigue anhelando que se establezca (aunque, como ocurría con las nodrizas del orfanato griego, este patrón arquetipo madre-hijo puede ser realizado a través de una mujer que no sea la madre biológica). Y el anhelo de este cariño puede continuar durante la época adulta. Una mujer de cuarenta y nueve años, que estaba en un grupo de mujeres conmigo, lloraba mientras hablaba de la muerte de su madre, porque estando su madre ya muerta nunca podría desarrollarse esa deseada conexión.

Lo mismo que «la madre» es una manera de ser profundamente sentida que un niño puede activar en una mujer, cada niño está «programado» para buscar una madre. Tanto en la madre como en el hijo (y por lo tanto en todos los seres humanos), la imagen de la madre se asocia a una conducta maternal y a la emoción. Esta imagen interna activa en la psique —una imagen que determina inconscientemente el comportamiento y las respuestas— es un arquetipo.

«La Madre» es solo uno de los muchos arquetipos —o papeles latentes e internamente predeterminados— que pueden activarse en una mujer. Cuando reconocemos los diferentes arquetipos podemos ver con más claridad lo que está actuando en nosotros/as y en los demás. En este libro introduciré arquetipos que están activos en las psiques de las mujeres, y que están personificados como diosas griegas. Por ejemplo, Deméter la diosa maternal, es una encarnación del arquetipo de la madre. Las otras son Perséfone (la hija), Hera (la esposa), Afrodita (la amante), Artemisa (la hermana y rival), Atenea (la estratega) y Hestia (la mantenedora del hogar). Como nombres para los arquetipos, por supuesto, las diosas son útiles únicamente cuando las imágenes se ajustan a los sentimientos de la mujer, ya que los arquetipos no tienen realmente nombres.

C.G. Jung introdujo el concepto de arquetipos en la psicología. Él consideraba los arquetipos como pautas de comportamiento instintivo comprendidas en un inconsciente colectivo. El inconsciente colectivo es la parte del inconsciente que no es individual sino universal, con contenidos y modos de comportamiento que son más o menos los mismos en todas partes y en todas las personas.2

Las diosas como arquetipos

A la mayoría de nosotros se nos enseñó algo acerca de los dioses y las diosas del monte Olimpo en algún momento en la escuela y hemos visto estatuas y pinturas de ellos. Los romanos veneraban estas mismas deidades, dirigiéndose a ellas con sus nombres latinos. Los dioses del Olimpo tenían atributos muy humanos: su conducta, reacciones emocionales, apariencia y mitología nos proporciona patrones que se asemejan a la conducta y actitudes humanas. También nos son familiares porque son arquetípicos; es decir, representan modelos de ser y de actuar que reconocemos a partir del inconsciente colectivo que todos compartimos.

Los más famosos de ellos eran los doce dioses del Olimpo: seis dioses —Zeus, Poseidón, Hades, Apolo, Ares, Hefestos— y seis diosas —Hestia, Deméter, Hera, Artemisa, Atenea y Afrodita. Una de las doce, Hestia (diosa del Hogar) fue sustituida por Dionisos (dios del vino), cambiando así el equilibrio hombre/mujer en siete dioses y cinco diosas. Los arquetipos de las diosas que describo en este libro son las seis diosas del Olimpo: Hestia, Deméter, Hera, Artemisa, Atenea y Afrodita, más Perséfone, cuya mitología no se puede separar de la de Deméter.

He dividido estas siete diosas en tres categorías: las diosas vírgenes, las diosas vulnerables y las diosas alquímicas (o transformadoras). Las diosas vírgenes fueron puestas juntas en la antigua Grecia. Las otras dos categorías son clasificaciones mías. Las formas de conciencia, los papeles favorecidos y los factores motivadores son las características que distinguen a cada grupo. Las actitudes hacia los demás, la necesidad de cariño y la importancia de las relaciones son también claramente diferentes en cada categoría. Las diosas que representan las tres categorías requieren ser expresadas por algún lado en la vida de una mujer para que esta pueda amar profundamente, trabajar con sentido, y ser sensual y creativa.

El primer grupo que se encontrará en estas páginas son las diosas vírgenes: Artemisa, Atenea y Hestia. Artemisa (a la que los romanos llamaron Diana) es la diosa de la caza y de la luna. Sus dominios eran las tierras vírgenes. Era la arquera de disparo certero y la protectora de la juventud de todas las cosas vivientes. Atenea (conocida como Minerva por los romanos) era la diosa de la sabiduría y la artesanía, patrona de Atenas, ciudad que tomó su nombre, y protectora de numerosos héroes. Normalmente se la representaba llevando una armadura y era conocida como la mejor estratega en las batallas. Hestia, la diosa del hogar (la diosa romana Vesta), era la menos conocida de todas las diosas del Olimpo. Estaba presente en las casas y en los templos como fuego en el centro del hogar.

Las diosas vírgenes representaban la cualidad de independencia y autosuficiencia en las mujeres. Por el contrario de las demás diosas del Olimpo, estas tres no podían enamorarse. Los apegos emocionales no les desviaban de lo que consideraban importante. No eran victimizadas y no sufrían. Como arquetipos, expresan la necesidad de autonomía en las mujeres y la capacidad que estas tienen de centrar su conciencia en lo que tiene sentido personalmente para ellas. Artemisa y Atenea representan la actitud de ir directamente a los objetivos y el pensamiento lógico, que hacen de ellas los arquetipos orientados hacia el logro. Hestia es el arquetipo cuya atención está enfocada hacia dentro, hacia el centro espiritual de la personalidad de una mujer. Estas tres diosas son arquetipos femeninos que persiguen sus metas de manera activa. Amplían nuestro concepto de los atributos femeninos para incluir la competencia y la autosuficiencia.

Al segundo grupo —Hera, Deméter y Perséfone— le llamo las diosas vulnerables. Hera (conocida como Juno por los romanos) era la diosa del matrimonio. Era la esposa de Zeus, el dios que reinaba sobre los dioses del Olimpo. Deméter (la diosa romana Ceres) era la diosa de las cosechas. En su mito principal se enfatizaba su papel de madre. Perséfone (en latín, Proserpina) era la hermana de Deméter. Los griegos la llamaban también Koré, «la doncella».

Las tres diosas vulnerables representan los papeles tradicionales de la esposa, la madre y la hija. Son los arquetipos orientados hacia las relaciones, cuyas identidades y bienestar dependen de tener una relación significativa. Expresan las necesidades de las mujeres de afiliación y vinculación. Están armonizadas con otras personas y son vulnerables. Estas tres diosas son violadas. Cada una sufrió a su manera al romperse o deshonrarse una relación afectiva, y mostraron síntomas similares a los de una enfermedad psicológica. Cada una de ellas también evolucionó, y puede proporcionar a las mujeres una comprensión interna de la naturaleza y pauta de las propias reacciones que deben abandonarse, y el potencial para el crecimiento interno mediante el sufrimiento inherente a cada uno de estos tres arquetipos de diosas.

Afrodita, diosa del amor y de la belleza (más conocida por su nombre romano como Venus), se encuentra por derecho propio en la tercera categoría de las cosas alquímicas. Era la más bella e irresistible de las diosas. Tuvo muchas aventuras y numerosa descendencia procedente de sus numerosas relaciones. Creaba amor y belleza, atracción erótica, sensualidad, sexualidad y nueva vida. Entablaba relaciones por decisión propia y nunca fue victimizada. Así pues, siempre mantuvo su autonomía como diosa virgen y tuvo relaciones como diosa vulnerable. Su conciencia era receptiva y al mismo tiempo estaba concentrada, lo que permitía un intercambio en dos direcciones, que le afectaba tanto a ella como a la otra persona. El arquetipo de Afrodita motiva a las mujeres a perseguir intensamente las relaciones más que la permanencia, a valorar el proceso creativo y a estar abiertas a cambiar.

El árbol de la familia

Para apreciar mejor quiénes son las diosas y qué relaciones tienen con otras deidades, situémoslas primero en su contexto mitológico. En esto estamos en deuda con Hesiodo (700 años aproximadamente a.C.), que fue el primero que intentó clasificar de manera ordenada las numerosas tradiciones relativas a los dioses. Su principal obra, la Teogonía, es un relato del origen y descenso de los dioses.3

Al principio, según Hesiodo, existía el Caos, el punto de partida. Del Caos surgió Gea (Tierra), el oscuro Tártaro (las más bajas profundidades del mundo subterráneo) y Eros (amor).

Gea, con el género femenino de Tierra, dio luz a un hijo, Urano, que también fue conocido como el Cielo. Después se unió a él para crear, entre otros, a los doce titanes remotos y primordiales poderes de la naturaleza, que fueron venerados en la antigua Grecia. En la genealogía de los dioses de Hesiodo, los titanes constituían una temprana dinastía gobernante, padres y abuelos de los dioses del Olimpo.

Pero, Urano, la primera figura patriarcal o paterna de la mitología griega, se sentía resentido por los hijos que había engendrado con Gea, de manera que los enterraba en el cuerpo de ella en cuanto nacían. Esto causó gran dolor y congoja a Gea, que llamó en su ayuda a sus hijos, los titanes. Todos tenían miedo de intervenir excepto el menor, Cronos (llamado Saturno por los romanos), que respondió a su llanto de solicitud de ayuda y, armado con la hoz que ella le había dado y el plan que también ella había urdido, se tumbó a la espera de su padre.

Cuando Urano llegó para yacer con Gea, derramándose en ella, Cronos tomó la hoz, cortó los genitales de su padre y los arrojó al mar. Cronos se convirtió entonces en el dios masculino más poderoso. Junto a los titanes gobernó el universo y creó nuevas deidades. Muchas representaban elementos presentes en la naturaleza, como los ríos, los vientos y el arco iris. Otros eran monstruos, que personificaban el mal o ciertos peligros.

Cronos se emparejó con su hermana titán, Rea. De su unión nació la primera generación de los dioses del Olimpo, Hestia, Deméter, Hera, Hades, Poseidón y Zeus.

Una vez más, el progenitor patriarcal —esta vez, Cronos—, intentó eliminar a sus hijos. Prevenido de que estaba destinado a ser destronado por su propio hijo, y determinado a que esto no sucediera, se tragó a cada uno de sus hijos nada más nacer, sin siquiera mirar si el recién nacido era niño o niña. En total, se comió a tres hijas y a dos hijos.

Abatida por el dolor ante el destino de sus hijos e hijas, y encinta de nuevo, Rea recurrió a Gea y a Urano para que le ayudaran a salvar al último y castigaran a Cronos por haber castrado a Urano y haberse comido a cinco hijos. Sus padres le aconsejaron ir a Grecia cuando llegase el momento del parto y engañar a Cronos envolviendo una piedra en los pañales. En su apresuramiento, Cronos se tragó la piedra pensando que era el bebé.

Este último niño salvado fue Zeus, que, naturalmente, destronó posteriormente a su padre y llegó a gobernar sobre los mortales y sobre los dioses. Después de ser criado en secreto, engañó a su padre para que vomitase a sus hermanos y hermanas. Con la ayuda de estos, Zeus se embarcó en una larga lucha por la supremacía, que terminó con la derrota de Cronos y de los titanes y con su reclusión en las mazmorras del Tártaro.

Tras su victoria, los tres dioses hermanos —Zeus, Poseidón y Hades— echaron suertes para dividirse el universo. Zeus ganó el cielo, Poseidón, el mar, y Hades, el mundo subterráneo. Aunque se suponía que la tierra y el monte Olimpo constituían un territorio compartido, Zeus consiguió extender su ley a estas zonas. Las tres hermanas —Hestia, Deméter y Hera— no poseían derechos de propiedad, conforme a la naturaleza patriarcal de la religión griega.

Mediante sus relaciones sexuales, Zeus engendró la nueva generación de deidades: Artemisa y Apolo (dios del sol) eran hijos de Zeus y Latona, Atenea era hija de Zeus y Metis, Perséfone, hija de Deméter y Zeus, Hermes (el dios mensajero) era hijo de Zeus y Maia, mientras que Ares (dios de la guerra) y Hefestos (dios de la forja) eran hijos de su real consorte, Hera. Existen dos historias sobre el origen de Afrodita: en una, es la hija de Zeus y Dione; en otra, era anterior a Zeus. Zeus engendró a Dionisos en una relación con una mujer mortal, Semele.

Al final del libro se da una lista de personajes: resúmenes biográficos de dioses y diosas, en orden alfabético, como ayuda para mantenerse al tanto de quién es quién en la mitología griega.

Historia y mitología