Viaje a Avalon - Jean Shinoda Bolen - E-Book

Viaje a Avalon E-Book

Jean Shinoda Bolen

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Beschreibung

La reconocida analista junguiana Jean Shinoda Bolen relata en esta obra su viaje por Europa en busca de lo sagrado femenino. De su mano conoceremos la catedral de Chartres en Francia, recorreremos Glastonbury en Inglaterra, descubriremos la isla de Iona, situada frente a la costa de Escocia, o encontraremos al Dalai Lama en Holanda. No se trata de un simple diario de viaje, sino de las experiencias más íntimas de la autora en relación con la Tierra, la teología feminista, la arqueología, la espiritualidad de las mujeres, la consciencia planetaria y sobre todo la «consciencia de la Diosa». Viaje a Avalon es el libro más personal de Jean Shinoda Bolen, en el que también comparte las vivencias que fueron moldeando su vida, como la maternidad y la enfermedad. Al compartir su peregrinaje hacia el encuentro del Grial y la Diosa, Shinoda Bolen revela el significado mitológico de la búsqueda de sentido a mitad de la vida, a la vez que anima a las lectoras y lectores a iniciar su propio camino hacia el despertar espiritual.

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Jean Shinoda Bolen

Viaje a Avalon

La peregrinación de una mujer en la mitad de la vida

Título original: CROSSING TO AVALON. A Woman’s Midlife Pilgrimage

© 1994 by Jean Shinoda Bolen

© de la presente edición:

2012 by Editorial Kairós, S.A.

Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España

www.editorialkairos.com

Para Listening to Our Bodies by Stephanie Demetrakopoulos © 1983 by Stephanie Demetrakopoulos. Reproducido con el permiso de Beacon Press.

Para Four Quartets by T.S. Eliot © 1943 by T.S. Eliot; © 1971 by Esme Valerie Eliot. Reproducido con el permiso de Harcourt Brace, Inc.

Para Atlantic Monthly Press, “The Journey” de Dream Work by Mary Oliver © 1986 by Mary Oliver. Reproducido con el permiso de Atlantic Monthly Press.

© de la traducción: Montse Porti

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Katrien Van Steen

Primera edición en papel: Septiembre 2012

Primera edición en digital: Junio 2022

ISBN papel: 978-84-9988-182-9

ISBN epub: 978-84-1121-072-0

ISBN kindle: 978-84-1121-073-7

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

Prefacio1. Invitación: una peregrinación2. Encuentro: el Dalai Lama3. Despertar: la Catedral de Chartres4. La leyenda del Grial: el viaje espiritual5. Los misterios femeninos y el Grial6. Peregrinación a Glastonbury7. Hermanas de peregrinación: las leyendas de Glastonbury8. Avalon: el Otro Mundo y el Mundo de la Madre9. En el bosque: el paisaje de la mediana edad10. La tierra baldía: depresión y desesperación11. Circunvalación: Londres12. El reverdecimiento de la tierra baldía: Findhorn13. Reflexiones: Iona y otros lugares sagrados14. Isla sagrada: la Madre Tierra15. Descenso a la Tierra: el regresoAgradecimientos

El hecho de contar historias tiene una función muy importante. El proceso de contar historias en sí es un proceso sanador, en parte porque hay unas personas que están dedicando su tiempo a contarte una historia que tiene mucho significado para ellos. Están dedicando su tiempo a hacerlo porque tú puedes necesitar ayuda, pero no quieren inmiscuirse en tu vida y se limitan a aconsejarte. Quieren darte un consejo que sea inseparable de tu ser. Eso es lo que hacen las historias. Las historias se diferencian de los consejos en que, una vez las has recibido, pasan a formar parte de tu alma. Por eso pueden sanarte.

ALICE WALKER en una entrevista sobre su trabajo en la revista norteamericana Common Boundary, 1990.

Prefacio

Normalmente imaginamos el Grial como un cáliz; de hecho casi siempre pensamos en el cáliz lleno de vino que Jesús alzó durante la Última Cena mientras decía a sus discípulos: «Ésta es mi sangre…» Sus palabras y sus gestos se rememoran a través del rito de la comunión cristiana.

Cuando lo consideramos como un contenedor de formas redondeadas, el cáliz se convierte en un símbolo de feminidad; la idea de un recipiente lleno de sangre se convierte en una imagen-metáfora del útero de una mujer, y entonces el Grial adquiere otro significado posible: el de un misterioso símbolo femenino, algo transformador y sanador, con una dimensión sagrada o divina de la feminidad. En la más famosa de las leyendas sobre el Grial, aparece un rey herido cuyo reino es una extensión de tierra baldía. Sólo el Grial puede sanar su herida y, hasta que su herida se cure, su reino permanecerá devastado. Sustituyendo patriarcado por «reino», este mito bien podría aplicarse a algunas sociedades actuales. La desforestación, el hambre y los conflictos armados, con todas sus consecuencias negativas, no son nada en comparación con el terrible destino fatal de un planeta expuesto a posibles desastres nucleares o ecológicos que podrían convertirlo en una enorme extensión de tierra baldía.

La leyenda del Grial también tiene una considerable relevancia psicológica. Si vivimos en un terreno espiritual estéril invadido por depresiones, desesperación, miedos, ira, vacío o adicciones, la comprensión de la leyenda puede ayudarnos a conocer mejor qué nos aflige y qué puede sanarnos.

A las puertas de un nuevo milenio, estamos experimentando una corriente trascendental de suma importancia. Podemos ver a «la Diosa» reapareciendo en todas partes: en forma de preocupación y resacralización del planeta, de una nueva percepción del aspecto femenino de la divinidad, de una consciencia del carácter sagrado y la sabiduría del cuerpo. Las imágenes de diosas emergen en sueños, en el arte y en la poesía. De nuevo consideramos a la Tierra como un organismo vivo, como Gea, la diosa griega de la Tierra.

Yo veo la aparición de esta consciencia de la diosa como un retorno del Grial al mundo, un retorno que por ahora es liminal: es decir, todavía está en el umbral entre los mundos, emergiendo de la niebla, percibido por muchos y sin embargo aún no totalmente presente en la cultura en general. La Diosa se manifiesta a través de momentos sagrados. Para que la Diosa pueda emerger plenamente en la cultura y transformarla, es necesario que suficientes personas sean conscientes de estos sagrados y profundos momentos en los que una mujer y la Diosa forman una unidad: cuando la Tierra, la Diosa, la Madre y la Mujer aceptan y constituyen la divinidad.

La necesidad del retorno del Grial y de la Diosa es, tal como yo experimento su significado, una historia personal y planetaria sobre las heridas y la sanación, sobre la esperanza y la plenitud.

Viaje a Avalon

1. Invitación: una peregrinación

Al abrir el voluminoso sobre que había llegado con el correo del día, encontré una invitación que había de cambiar mi vida: una desconocida me estaba invitando a participar en una peregrinación. Explicaba que yo podría «experimentar mis fuentes espirituales» y con este objetivo me proponía visitar determinados lugares sagrados en Europa. Reconocí algunos nombres de los lugares que me sugería visitar: la catedral de Chartres en Francia, Glastonbury en Inglaterra y Iona, una isla situada frente a la costa de Escocia. Además había programado el viaje para que yo pudiera conocer al Dalai Lama, que estaría en Holanda cuando yo llegase. El sobre contenía una carta de invitación con fecha 6 de febrero de 1986 firmada por la señora Elinore Detiger de la fundación Tiger Trust de Holanda, un cheque y un hermoso colgante de oro hecho a mano en forma de vesica piscis. Más tarde descubriría que este mismo motivo decoraba el Pozo del Cáliz en Glastonbury, el pozo donde supuestamente se escondió el Grial.

Glastonbury había estado presente en mi imaginación durante años, desde que había tenido un sueño mediante el cual había conectado con este lugar. En Glastonbury existen las ruinas de lo que en una ocasión fue la mayor abadía cristiana de Gran Bretaña, donde previamente había existido la primera iglesia consagrada en honor a María, la madre de Jesús. Glastonbury también era el lugar ficticio desde donde se podía llegar a Avalon, el reino de la Diosa.

De hecho, el sorprendente regalo de la peregrinación tenía sus orígenes en Glastonbury donde, gracias a una serie de coincidencias, mi libro Goddesses in Everywoman (Las diosas de cada mujer) había llegado a manos de la señora Detiger. Una mujer de Glastonbury había visitado San Francisco varios meses antes y una amiga suya, que también me conocía a mí, le regaló un ejemplar del libro. Esta mujer se lo había llevado de vuelta a Glastonbury y lo estaba leyendo cuando la señora Detiger la visitó, descubrió el libro y decidió llevar a su autora a Europa. En principio había pensado en invitarme a Europa para hablar del movimiento feminista, y después algo (llamémosle intuición) le hizo ampliar su invitación y organizar una peregrinación.

La invitación llegó cuando yo estaba pasando por unos momentos muy confusos y dolorosos de mi vida. Tenía cuarenta y nueve años y estaba intentando reorientarme. El año anterior me había separado de mi marido tras diecinueve años de matrimonio y ahora me hallaba inmersa en un período de incertidumbre. Era un período de transición y desilusión muy difícil, y sin embargo me ofrecía una riqueza insospechada. Estaba encontrando refugio en la soledad y, a pesar de la falta de apoyo externo por lo que estaba haciendo, interiormente estaba convencida de que seguía el camino que me indicaba mi alma, aunque ni siquiera podía ver hacia dónde me llevaba. Al igual que cuando se vuelve a experimentar la circulación de la sangre después de que se haya cortado o entorpecido por el frío, en aquellos momentos estaba experimentando unos dolorosos sentimientos de ansiedad contenidos dentro de mi cuerpo desde hacía mucho tiempo y de cuya existencia no me había dado cuenta cuando mi matrimonio llegaba a su fin. Mi intelecto había actuado como defensa; me había refugiado en mi cabeza desconectando totalmente de mis sentimientos. Ésta era mi situación cuando recibí la invitación de la señora Detiger para ir en peregrinación a Europa. Inmediatamente supe que aquélla era una invitación muy especial, no sólo por el contenido de la carta, sino también por la fecha: aquel mismo día del año anterior, mi situación matrimonial había llegado a un punto límite y se produjo un enfrentamiento definitivo que condujo a la separación y el posterior divorcio. Me pregunté qué final o qué principio presagiaba aquella invitación.

Mi carta de respuesta empezaba así:

Existe un sincronismo tan grande (del cual es imposible que usted tuviera conocimiento) en la fecha de su carta, los planes que me propone, los lugares y las personas que desea que conozca, que estoy más que sorprendida. Siento escalofríos que recorren todo mi cuerpo. En cierto modo, presiento que este viaje es como la continuación de un camino revelador, tal vez un rito de iniciación, y sin duda una introducción a algo que sólo conozco vagamente.

Seguía diciendo:

Su carta llegó en un período de mi vida que gnósticamente es como una puerta, un momento mítico por lo que respecta a tiempo y lugar (como la aproximación al Monte Análogo, si es que conoce este extraño libro). Me encuentro en un momento de liminalidad, de tránsito entre dos épocas de mi vida, cuando me estoy aventurando psicológicamente a traspasar los límites de «mi mundo conocido», respondiendo a una llamada para vivir mi vida de forma más auténtica aunque ello me cause conflictos e incertidumbre.

El libro al que me refería es Mount Analogue (El Monte Análogo) de René Daumal, un pequeño libro que leí durante mi época de estudiante de medicina. Al igual que todas las historias que tocan alguna verdad profunda, había permanecido en mi mente como si se tratara de un sueño que se vuelve a releer mentalmente y sólo más tarde se comprende mejor. El libro relata la historia de un grupo de compañeros que emprenden una expedición en busca de la montaña simbólica por excelencia, el Monte Análogo, que une el cielo y la tierra. El monte está situado en una isla oculta por una curvatura del espacio que deflecta la luz de las estrellas y también las líneas de fuerza del campo magnético de la tierra, constituyendo así «una muralla invisible e intangible: a su alrededor, todo se produce como si el Monte Análogo no existiera».

En palabras de Daumal: «Para encontrar la forma de llegar a la isla, uno debe asumir la posibilidad e incluso la necesidad de llegar hasta ella… En un determinado momento y en un determinado lugar, determinadas personas (aquellas que saben cómo y desean hacerlo) pueden entrar».

El grupo de compañeros encuentra la isla e inicia el ascenso al monte. A media frase del capítulo quinto, en plena búsqueda, el libro finaliza. La primera versión conocida de la leyenda de Perceval y el Grial, escrita por Chrétien de Troyes, también se termina en plena búsqueda. Daumal murió antes de poder completar su libro. Gracias a algunas notas que dejó, sabemos que el título del último capítulo debía ser: «Y tú, ¿qué buscas?» Ésta es la misma pregunta que yo hago a la audiencia de mis conferencias cuando pregunto: «¿Estáis participando en una expedición en busca del Grial?»

Aunque no defina exactamente el significado de esta pregunta, muchas veces noto que provoca una respuesta afirmativa en el interior de muchas personas, quienes responden al significado que el Grial tiene para ellos, a pesar de que nadie sepa con certeza qué es el Grial.

¿Es posible que todos los que respondemos afirmativamente estemos buscando algo que no sólo está ausente de nuestras vidas, sino también de nuestra cultura? El hecho de tener una pista, una intuición, una indicación de lo que buscamos puede acercarnos más al Grial. Compartiendo las historias de nuestros viajes personales, nuestros encuentros y lo que aprendemos del Grial, todos podemos contribuir a la posibilidad de recuperar el Grial desaparecido en beneficio del mundo entero. Ésta es mi premisa.

Inicios

Muchos viajes míticos se inician cuando la conjunción de circunstancias excepcionales requieren una respuesta heroica. En el caso de Bilbo Baggins, protagonista de la obra de J. R. R. Tolkien El Hóbit, al abrir la puerta de su casa y dejar pasar al brujo Gandalf inicia una aventura que le llevará hasta la guarida de un dragón. En el caso de Psiqué en el mito de Eros y Psiqué, el viaje se inicia después de que ella intente ahogarse en el río pero la corriente la devuelva a la orilla. Pan, el dios de los pastores y rebaños, aconseja a Psiqué que deje de compadecerse por su desgracia y busque a Eros, quien la conduce hasta Afrodita y el reto de completar cuatro misiones inicialmente imposibles. La aventura de Perceval se inicia cuando ve a cinco caballeros vestidos con brillantes armaduras y le deslumbran tanto que los confunde con ángeles (su madre le había dicho que los ángeles eran los seres más bellos aparte de Dios). Al descubrir que son caballeros, decide convertirse en uno de ellos. Ayla, en El clan del oso cavernario y El valle de los caballos, emprende una aventura en solitario en dos ocasiones: la primera cuando tiene cinco años después de perder a sus padres en un terremoto, y la segunda siendo ya una mujer que emprende un viaje en busca de otras personas como ella.

En The Hero with a Thousand Faces (El héroe de los mil rostros), Joseph Campbell escribe que el viaje del héroe se inicia con la Llamada a la Aventura: «La llamada siempre representa el inicio de un misterio de transfiguración, un rito o momento de transformación espiritual, que se completa con una muerte y un nacimiento. Los horizontes conocidos se han ampliado, los antiguos conceptos, ideas y sentimientos ya no nos sirven: ha llegado el momento de traspasar el umbral».

Ya sea por decisión voluntaria (normalmente en el caso del héroe) o por necesidad (normalmente la situación de la heroína), una persona responde a la llamada, y la esencia de la que está hecha (el alma) emerge a medida que el protagonista se enfrenta a retos y sufre pérdidas durante el viaje.

Atravesar la puerta

En los cuentos, leyendas y relatos de ciencia ficción, el protagonista muchas veces llega a una «puerta» que aparece en un momento especial y también es un lugar especial. En ese preciso momento debe decidir si atraviesa la puerta y supera los límites del mundo conocido o no: el impenetrable seto de espinos que rodea a la doncella dormida sólo se abre una vez cada cien años para permitir el paso del príncipe; el protagonista de un relato fantástico sólo puede atravesar la puerta de las estrellas o la puerta de otra dimensión si llega hasta ella en el momento preciso; al Monte Análago sólo puede llegarse por el este, cuando el sol se pone en el momento del solsticio; y sólo en Glastonbury en la época del rey Arturo podía llamarse a la barcaza que conduciría al pasajero a través de la niebla hasta la isla de Avalon.

La idea de atravesar una puerta se refleja en el término psicológico «liminalidad», que deriva del latín limen, que significa «umbral». El escritor y analista jungiano Murray Stein describe las transiciones de la madurez como períodos de liminalidad, que yo considero que describen acertadamente esas épocas de nuestras vidas en que nos encontramos en una zona «intermedia», un estado en que no somos ni quienes éramos ni quienes seremos. Es como permanecer de pie en el umbral de una puerta, o hallarse en un pasaje o incluso en un largo y oscuro túnel, entre dos etapas de nuestras vidas.

En estas épocas, a menudo estamos muy sensibles y somos muy vulnerables, además de estar psicológicamente receptivos al nuevo crecimiento. La mayoría de nosotros hemos pasado por esta situación durante la adolescencia, otra época de transición y grandes cambios. Durante estas épocas nos parecemos a una serpiente, el antiguo símbolo de transformación, que debe perder su antigua piel para crecer, y mientras desarrolla una nueva piel es vulnerable, irritable e incluso temporalmente ciega.

Durante las épocas de transformación, es posible que también pasemos por un estado psicológico liminal, que es lo que describe el poeta T.S. Eliot cuando escribe: «el punto de intersección de la ausencia de tiempo con el tiempo», ese punto de sensibilidad poética donde destellos de lo eterno se solapan con la percepción ordinaria. Aquí se unen el mundo espiritual invisible y la realidad visible; aquí la posibilidad intuitiva se encuentra en el umbral de la manifestación tangible.

Durante estas épocas liminales, a menudo somos conscientes de la presencia de «sincronismos», término acuñado por C. G. Jung para describir las coincidencias entre nuestro mundo interior subjetivo y los acontecimientos externos. Las sincronicidades como la inesperada y oportuna aparición de una persona o una oportunidad significativa a menudo nos proporcionan la opción de decidir. ¿Responderemos? Y si lo hacemos, ¿entraremos en una nueva etapa de nuestra vida?

Piensa en el momento de tu vida en que apareció un importante profesor, oportunidad o amor. En otro momento, tal vez no habrías respondido igual ante la misma persona ni la misma oportunidad. En períodos de estabilidad, estamos demasiado ocupados o concentrados en lo que nos rodea para responder a la llamada de la aventura. Simplemente no estamos disponibles. También pasamos por períodos de agotamiento en que no podemos responder a nada nuevo por muy atractiva que sea la invitación. Este comportamiento psicológico es análogo a la fisiología de la conducción nerviosa. Un estímulo no provocará la respuesta de un nervio mientras éste ya esté «excitado» e implicado en una conducción, ni tampoco inmediatamente después, cuando la neuroquímica imprescindible está agotada.

Una persona sólo responderá a la llamada de la aventura o del amor, y a las lecciones que inevitablemente comportarán estas experiencias, cuando esté disponible. El dicho oriental «Cuando el alumno esté preparado, vendrá el maestro» describe esta conexión sincrónica entre la disponibilidad interna y los acontecimientos externos.

La invitación de participar en la peregrinación llegó en uno de estos momentos. Yo estaba receptiva y abierta a lo que pudiera venir a continuación. Mis hijos adolescentes pasaban la mitad del tiempo con su padre y podrían quedarse con él mientras yo estuviera fuera. Sin dudarlo, decidí traspasar la puerta y convertirme en una peregrina.

2. Encuentro: el Dalai Lama

Cuando emprendí mi viaje hacia Europa, nerviosa ante la idea de que mi primera experiencia fuera una audiencia privada con el Dalai Lama, me preguntaba si experimentaría un «impacto de guru», que es la expresión que yo utilizo para referirme al impacto que la gente afirma experimentar cuando conoce a su guru. Porque yo iba a conocer a una leyenda viviente y gran líder espiritual. ¿Qué podía esperar? ¿Cómo sería? Me sentía como Perceval iniciando su viaje en busca del Grial, e imaginaba que durante aquel viaje tal vez demostraría que era una pobre inocente que, al ver los equivalentes de las maravillas del castillo del Grial, no sabría qué preguntas formular.

Justo antes de partir hacia Europa, la librería que suelo frecuentar puso a la venta la biografía Gran Océano: el Dalai Lama. Lo compré (yo llamo a este tipo de experiencia «sincronicidad literaria»: a menudo ocurre que el libro adecuado aparece precisamente cuando lo necesitas) y descubrí que el nombre completo del Dalai Lama es Tenzin Gyatso, su Santidad el XIV Dalai Lama del Tíbet. Se le considera un bodhisattva, un alma que ha alcanzado la iluminación en una vida anterior y ha decidido voluntariamente reencarnarse en la Tierra para ayudar a los demás. Antes de la invasión del Tíbet por parte del ejército comunista chino en 1959, era el líder espiritual y dirigente temporal de su país, y ahora lideraba un gobierno en el exilio desde Dharmsala, India. También me interesó descubrir que sólo es un año mayor que yo y que se le considera una encarnación o manifestación (palabra que él prefiere) de Chenrezi, la divinidad de la compasión y del corazón.

Una audiencia privada

Llegó el día en que había de conocerle, y la «audiencia privada» resultó ser una reunión informal en un castillo holandés. Le esperábamos un grupo de aproximadamente doce personas. El Dalai Lama entró en la sala vestido con un manto de color granate sobre una túnica amarilla, seguido por otros monjes vestidos de forma similar. Nos estrechó la mano y saludó a cada uno de los presentes. Cuando llegó mi turno de saludarle, me miró fijamente, sonrió, me estrechó la mano, dijo «hola» y emitió una especie de risita alegre y sofocada, parecida a los sonidos de un bebé feliz, que jamás había oído emitir a ningún adulto.

Se sentó entre nosotros. Hablaba un perfecto inglés y se mostró abierto a cualquier pregunta. Teníamos la oportunidad de preguntarle cualquier cosa. ¿Qué le preguntarías al Dalai Lama, especialmente si recordaras a Perceval, quien al ver el Grial fue incapaz de formular una pregunta, causando así la desaparición del Grial, que el rey no se curara y pasaran muchos años antes de poder volver a verlo?

Yo tenía una pregunta que era algo más que esotérica. Sin embargo era la única pregunta auténtica que juzgaba digna de la ocasión. Cuando preparaba mi libro Gods in Everyman (Los dioses de cada hombre), me había preguntado si existía alguna relación entre el Tíbet y el dios griego Apolo, cuyo templo acogía el Oráculo de Delfos. Me preguntaba si los tibetanos eran los «Hiperbóreos» a los que se referían los griegos, cuyo nombre significaba «Más allá del viento del norte» o «Más allá o por encima de las montañas». Se decía que Apolo visitaba todos los años a los Hiperbóreos durante tres meses. Los historiadores de la época consideraban que era un lugar real.

También recordé que había leído en su biografía escrita por Roger Hicks y Ngakpa Chogyam que parecía existir un vínculo de unión entre el Tíbet y los indios hopi. Cuando el Dalai Lama visitó Estados Unidos en 1979, se había entrevistado con un grupo de ancianos hopi, quienes señalaron que su llegada había convertido en realidad una antigua profecía del pueblo hopi. «Según la tradición hopi, el eje central del mundo pasa por su tierra y por el Tíbet. Después de mil años de prácticas religiosas hopi, un gran líder espiritual llegaría de Oriente: sería el Hermano del Clan Sol, y su nombre estaría relacionado con la sal marina. “Dalai” significa “gran océano”, y “Gyatso” significa “océano”». También existe una profecía tibetana equivalente: «Cuando el pájaro de hierro vuele y el caballo cabalgue sobre raíles, el Dharma (enseñanzas) viajará al oeste hacia la tierra del hombre rojo… Existen muchas otras semejanzas entre la cultura hopi y la tibetana, incluyendo algunas muy curiosas: la palabra hopi para designar a la luna es la misma que la tibetana para referirse al sol y viceversa».

Puesto que el Tíbet, Delfos y el pueblo hopi eran o son centros espirituales donde se valoran las profecías y los rituales, me parecía lógico que pudiera existir alguna relación entre ellos. En mi mente yo visualizo estos lugares como centros de luz, unidos por haces de luz que surcan el planeta y conectan lugares sagrados. Sin duda la distancia geográfica no representaba ninguna barrera para la gente, que habría podido comunicarse mediante telepatía o experiencias no corporales.

Así pues, esperando sus comentarios, le pregunté si los tibetanos eran los Hiperbóreos y qué relación existía entre el Tíbet, Delfos y los hopi.

El Dalai Lama escuchó atentamente mi pregunta, dijo «mmmmmmm» y después permaneció en silencio y sonrió, dejándome con mi propia intuición e imaginación.

Reflexiones sobre el encuentro

El impacto de mi reunión con el Dalai Lama vendría más tarde. Lo importante no eran las palabras, sino su presencia. Yo había acudido a la audiencia pensando que no podía permanecer en silencio como Perceval, de modo que formulé la única pregunta que tenía en mente. Sin embargo, al continuar con mi peregrinación, me di cuenta de que las preguntas del Grial (las que Perceval no formuló) eran las importantes: «¿Qué os aflige?» y «¿A quién sirve el Grial?». Además, eran preguntas que no debía formular al Dalai Lama, sino a mí misma; preguntas que todos debemos hacernos si queremos liberarnos de lo que nos aflige. Si formulamos las preguntas adecuadas, podrán surgir respuestas. Si buscamos el Grial, tendremos la oportunidad de encontrarlo porque, tal como aprendo constantemente, el misterioso y sanador Grial está escondido en las personas, los lugares y las experiencias.

Mientras pensaba en el significado del encuentro con el Dalai Lama, recordé de nuevo el adagio: «Cuando el alumno esté preparado, vendrá el maestro». En este caso, cuando yo estaba receptiva a lo que él simbolizaba, vino la inspiración. Con su jovialidad y risa inconsciente transmitía la espontaneidad de un niño feliz y confiado, y demostró ser un maestro sabio y comprensivo. A lo largo de los últimos diez años, yo había perdido la espontaneidad, la capacidad de maravillarme y la vulnerabilidad que tuve una vez. Necesitaba estar en contacto con la niña que habitaba en mi interior, quien realmente podía experimentar mis sentimientos y actuar guiándose por ellos. Me di cuenta de que «lo que me afligía» estaba íntimamente relacionado con lo que podía sanarme. Y cuando pudiera ser tan insconsciente como una niña confiada, capaz de reaccionar espontáneamente siguiendo las indicaciones de mi intuición, también descubriría que estaba en contacto con la sabia mujer que sabía lo que había de verdadero en mí, como de forma tan bella ejemplifica el Dalai Lama.

Cada vez que descubro una verdad personal como ésta, me doy cuenta de que siempre había estado allí. En otras palabras, es una sabiduría que está a nuestra disposición, que todos podemos redescubrir si somos capaces de prestarle atención. La relación entre las palabras sabias, el niño confiado y la sabiduría, por ejemplo, es arquetípica. Cuando leemos que Jesús dijo que debemos ser como niños para entrar en el Reino de Dios, que está a nuestra disposición, sus palabras cobran sentido; para percibir algo divino se requiere la capacidad de maravillarse y sorprenderse, tan característica en los niños inocentes que todavía ven el mundo como un lugar mágico.

El arquetipo del niño mágico aparece en los sueños de las personas que están entrando en contacto con el sentido o la creatividad de sus vidas y sienten que puede existir un destino personal que deben cumplir. En sus sueños tal vez dan a luz a un niño especial o conocen a un niño que es excepcional: el niño de los sueños puede ser un hermoso recién nacido del tamaño de un bebé de dos años o un niño que observa a la persona que sueña y habla; también es posible que una voz anuncie al bebé pronunciando su nombre. Al despertar, la persona que soñaba recordará el sueño como una experiencia agradable y a menudo confusa: ¿quién es ese niño?

Estos sueños suelen aparecer en conjunción con una nueva conexión con el arquetipo del Yo, el arquetipo que nos permite adquirir un sentido de unión con algo muy superior a nosotros. El sueño aparece junto con la posibilidad de una nueva vida. El alma está despertando.

La figura simbólica que anuncia un nuevo comienzo o encarna la promesa de transformación puede aparecer en un sueño oculta bajo cualquier forma, no sólo en forma de niño. Cuando tenemos un sueño de este tipo, escribe Joseph Campbell en The Hero With a Thousand Faces (El héroe de las mil caras), «existe un ambiente de irrestible fascinación por la figura que aparece repentinamente como guía, marcando el inicio de una nueva etapa, una nueva era, en la biografía personal. Aquello a lo que el individuo debe enfrentarse, que en cierto modo resulta muy familiar para el subconsciente –aunque desconocido, sorprendente e incluso aterrador para la personalidad consciente– se da a conocer a sí mismo».

En ocasiones, alguien aparece realmente en nuestras vidas y sobre esta persona proyectamos una parte del sueño de quiénes podríamos llegar a ser. Esta persona puede ser tan simbólica como la figura de un sueño y posee la misma cualidad: la promesa de un nuevo sentido y una nueva vida. Nos atrae con una promesa, la promesa de sanarnos, que podemos intuir o no en ella. Si yo hubiera proyectado sobre el Dalai Lama la posibilidad de que él podía sanarme, hacerme alcanzar la plenitud y evocar a la divinidad que hay en mí, seguramente habría experimentado lo mismo que otras personas cuando conocen a su guru: me habría «enamorado» de él. Pero eso no ocurrió.

No sólo los gurus reciben estas proyecciones, sino también los psicoterapeutas o cualquier individuo que adquiere un carácter superior e irresistiblemente atractivo. Cuando nuestra alma recibe una llamada, nos enamoramos de la persona (que puede ser del mismo sexo o del opuesto) sobre la cual proyectamos el anhelo de ser vistos y amados como seres bellos y divinos.

Mientras algunas personas que captan estas proyecciones y nos cautivan pueden tener cualidades que reflejen esta proyección, en el caso de otras personas no sucede lo mismo y no ven lo que nosotros estamos viendo: no están «enamoradas» como nosotros. Cuando proyectamos nuestra alma sobre otra persona, nos apartamos de nuestras vidas mundanas absorbidos por una increíble atracción: es una llamada espiritual, erótica y misteriosa que provoca una fuerte reacción en nuestro interior y tiene el poder de trastornar nuestras vidas. Esta atracción puede parecer destructiva, como la atracción que arrastra a las mariposas nocturnas hacia la luz, porque a continuación normalmente se experimenta una etapa de desestructuración y redistribución de prioridades, la muerte metafórica de una etapa de nuestras vidas. Esto también puede conducir a la desilusión si las proyecciones no pueden mantenerse. ¿Qué ocurre cuando esa persona resulta no ser tan mágica, maravillosa o espiritual como habíamos imaginado? Entonces podemos vernos sumidos en un período de confusión o tinieblas que se apodera de nuestra alma.

Debido a la necesidad, pocas veces reconocida, de vivir una vida espiritualmente plena y emocionalmente auténtica, proyectamos nuestra alma sobre alguien, algo o alguna creencia que entonces nos atrae. Si la nueva perspectiva o atracción trastorna nuestras vidas y lo que nos alejó de nuestra antigua estabilidad pierde su magia, nuestra alma cae vertiginosamente por un profundo y oscuro pozo. Como en el caso de los caballeros de la Mesa Redonda que vieron el Grial en Camelot y emprendieron su busca, la atracción y la pérdida pueden ser experiencias iniciáticas que nos conduzcan hacia terrenos psicológicos y espirituales inexplorados y desconocidos. Muchos adultos que pasan por un período que otros califican erróneamente de crisis de la mediana edad se encuentran en realidad en una etapa de búsqueda espiritual. Yo pasaba por una etapa de este tipo.

Cuando recibí la invitación para participar en una peregrinación, mi matrimonio se estaba deshaciendo y yo estaba sola; ya no seguía un camino claro y bien definido. Mi relación con una organización que fomentaba la espiritualidad de las mujeres había despertado en mí un profundo deseo de vivir una vida más auténtica; jamás pensé que esto implicaría la destrucción de mi matrimonio, pero así ocurrió. El libro que había escrito como un texto psicológico sobre los arquetipos de diosas en las mujeres había sido un gran éxito de ventas. Al evocar imágenes de las diosas griegas, había fomentado la recuperación de una consciencia de diosas en las mujeres; era como si hubiera abierto una puerta de comunicación con un mundo paralelo donde la divinidad tenía rostro femenino, donde el cuerpo y la tierra eran sagrados y los hechos cotidianos se ensalzaban mediante ritos espontáneos, y yo fui una de las primeras que atravesó esa puerta. La idea de participar en una peregrinación en aquel preciso instante de mi vida me hacía estremecer porque lo experimentaba como una continuación y afirmación de la búsqueda que inconscientemente ya había iniciado. Sentí una llamada que incitaba a mi alma a partir en busca del Grial.

La misteriosa búsqueda del Grial puede encubrir muchas atracciones para el individuo, ya sea con respecto a un nuevo compañero o un nuevo proyecto del alma. Cuando ocurre esto, existe un aura de promesa alrededor de esa nueva persona o proyecto.

Cuando comprendemos esto podemos apreciar elementos de la leyenda del Grial que nos ayudarán a percibir el enorme poder de la llamada, así como el potencial de emprender la búsqueda y perdernos en el bosque sin tan siquiera saber qué es exactamente el Grial que buscamos.

3. Despertar: la Catedral de Chartres

Dediquemos un pensamiento a aquellos que, siglo tras siglo, asumieron el papel de peregrinos, tanto si eran paganos como cristianos, y emprendieron el viaje por carreteras que apenas eran senderos, cruzando ríos difícilmente vadeables, atravesando bosques repletos de lobos hambrientos, a través de pantanos de arenas movedizas infestados de venenosas serpientes siempre al acecho; sujetos a la lluvia, tormentas de viento, granizo, heladas y el sol abrasador; teniendo como único cobijo durante la noche la capa con que se cubrían la cabeza; todo esto habiendo dejado a su familia y su hogar sin saber si volverían a verlos de nuevo, para alcanzar al menos una vez en la vida un lugar donde habitara la divinidad.

LOUIS CHARPENTIER, Los misterios de la Catedral de Chartres

De todas las visitas a lugares sagrados que la señora Detiger había planeado para mí, la visita a la Catedral de Chartres era la que con más ilusión esperaba. La Catedral de Chartres me había atraído mucho desde que cursé historia del arte en la escuela de Pomona. En la clase a oscuras, había podido contemplar las majestuosas vidrieras, los contrafuertes volantes y los altísimos arcos proyectados en la pantalla; en un curso que intentaba familiarizarnos con el arte desde la antigua grecia hasta nuestros días, Chartres tenía un encanto especial para mí por ser la expresión sin precedentes de la arquitectura y el pensamiento floreciente del siglo XII. Recuerdo que los historiadores no ocultaban su perplejidad por la construcción de tantas catedrales góticas en un período de tiempo relativamente corto, puesto que su construcción requería una exacta combinación de esfuerzo, talento, energía y recursos económicos que parecía superar los límites de lo posible. De todas aquellas catedrales, la de Chartres permaneció vivamente grabada en mi memoria. Ahora finalmente tendría la oportunidad de contemplarla con mis propios ojos.

A diferencia de los enormes barcos utilizados por los peregrinos de épocas pasadas, yo sólo tuve que realizar un corto trayecto en avión desde Amsterdam hasta París y después un paseo en automóvil desde París hasta Chartres. Llegué a Francia en primavera y París estaba precioso. Inicialmente había de acompañarme una guía con quien debía encontrarme en la Universidad Americana. Sin embargo la guía había sufrido un accidente y una señora americana a quien le encantaba la catedral se ofreció para llevarme hasta ella pero, una vez allí, estaría sola.

A la mañana siguiente me recogió frente al elegante hotel donde me hospedaba. Saliendo de París, tomamos una autopista que se abría camino entre los campos y los pequeños pueblos que constituían un bucólico paisaje. El horizonte aparecía despoblado hasta que tomamos una curva bastante empinada y entonces, inesperadamente cercana y contrastando fuertemente con el rural paisaje, apareció la silueta de la Catedral de Chartres. Contuve la respiración como se hace instintivamente en presencia de una gran belleza o misterio.

Lo único que recuerdo a continuación es que ya estábamos allí. Entré en la catedral de magníficas proporciones y encontré un grupo de visitantes apiñados alrededor de una guía que hablaba en inglés. Me acerqué a ellos y escuché durante unos minutos, hasta que me di cuenta de que aquéllo no era lo que quería hacer. Sabía que en algún lugar del suelo había un laberinto y empecé a buscarlo. Lo encontré dibujado en el centro de la nave principal, ocupando un área circular casi tan ancha como la nave. Sobre el laberinto había varias hileras de sillas de madera, de modo que casi no podía advertirse su existencia. Decidí entrar en el laberinto, lo cual significaba que primero debía retirar todas las sillas una por una.

Aquel laberinto no era de los que en ellos se pierden los visitantes. No había ningún túnel sin salida, sino un camino que recorría toda el área y me condujo hasta el centro que, con su círculo y sus seis lóbulos, semejaba una estilizada flor con pétalos. El camino hacia el centro era el tallo. La enciclopedista Barbara G. Walker comenta que este diseño se asocia con Afrodita, la diosa griega del amor y la belleza.

Más tarde supe que los laberintos solían construirse en grutas ya existentes y se situaban en la entrada. En la fría y débil luz del interior de la catedral, presidida por su gran bóveda, uno podía imaginar que se encontraba en una gruta de techo muy alto, con sus columnas de estalactitas y estalagmitas y un misterioso laberinto bajo el suelo. Este símbolo de la tierra y la diosa no sólo puede encontrarse en Chartres, sino en al menos veinte otras catedrales repartidas por toda Europa, como por ejemplo Poitiers, Toulouse, Reims, Amiens, Caen, Colonia y Ravenna. Descubrí que la Catedral de Chartres, como muchos otros templos dedicados a la Virgen María, se construyó en un lugar de peregrinación que, mucho antes de la aparición del cristianismo, estaba dedicado a diosas paganas.

En Chartres se dedicaba una especial veneración a María. La palabra venerate esconde el nombre de la diosa Venus, el nombre utilizado por los romanos para designar a Afrodita. Émile Male, un gran experto en Chartres, escribe que «era el gran centro de adoración a la Virgen; la catedral parecía ser su morada en la tierra. En Chartres, cuando se cantaba el himno “O Gloriosa” en su honor, todos los verbos se conjugaban en tiempo presente para demostrar su presencia».

Henry Adams, cuyo libro El Monte Saint-Michel y Chartres es un clásico, concluye que «Chartres representa no la Trinidad, sino la identidad de la Madre y el Hijo». La catedral en honor a María se construyó en un lugar donde, mucho antes de la aparición del cristianismo e incluso antes de los griegos y sus divinidades, ya se veneraba a la Diosa. La Gran Diosa tenía una miríada de nombres. Aquí en Chartres se continúan venerando sus cualidades de virgen y madre sólo que, en lugar de llamarla Isis, Tara, Demeter o Artemis, se le ha dado el nombre de María.

Del mismo modo en que los lugares donde se adoraba a la Diosa se convirtieron en iglesias cristianas, también se adoptaron los símbolos utilizados. Antes de convertirse en el símbolo de María, por ejemplo, la rosa roja abierta se asociaba con Afrodita y representaba la madurez sexual. En Chartres, catedral dedicada a la Virgen María, abundan las rosas. La luz penetra en el edificio a través de tres enormes y bellas rosas dibujadas en las vidrieras de colores, y una rosa simbólica preside el centro del laberinto. El recorrido del laberinto mide exactamente 666 pies de longitud. Según Barbara Walker, el seiscientos sesenta y seis era el número sagrado de Afrodita. En la tradición cristiana se convirtió en un número diabólico.

En el lado oeste del crucero sur, otro misterio se construyó dentro de la catedral. Este lugar, según Charpentier, quien escribe sobre las cualidades esotéricas de la Catedral de Chartres, es «una losa rectangular, colocada en posición oblicua con respecto a las demás, cuya blancura destaca en contraste con el tono gris que domina en el resto del pavimento. Destaca especialmente por una brillante almilla de metal dorada» (la pieza de inserción de una ensambladura). Todos los años, en el solsticio de verano (aproximadamente el día 21 de junio), un rayo de luz penetra a través de un espacio transparente de la vidriera dedicada a san Apolinar y alcanza esta losa en el punto exacto del mediodía. Al igual que la existencia de un laberinto, la particularidad de esta losa indica que en esta catedral cristiana se han seguido practicando importantes ritos telúricos propias de las épocas de culto a la Diosa.

Después de recorrer el laberinto con algunas dificultades y muy poca concentración meditativa, paseé por la catedral observando todo lo que había por ver. En aquel momento ya no era una peregrina, sino una turista más. Antes de emprender el viaje, supe que en Chartres se habían encontrado un pozo druídico y una virgen negra. De hecho, la mayoría de lugares destinados al culto de la Diosa suelen contar con pozos o manantiales sagrados. Decidí investigar la posibilidad de visitar la cripta subterránea y descubrí que la mujer que atendía la pequeña tienda de recuerdos situada junto a la catedral conducía a pequeños grupos al interior de la cripta.

Cuando llegó el momento de iniciar la visita, la mujer cerró la tienda y nos condujo a un reducido grupo hacia una puerta lateral de la catedral, que abrió con una llave, y descendimos hasta estar situados debajo de la iglesia. La mujer hablaba en francés, idioma que yo no entiendo, pero leí una descripción en inglés de lo que nos estaba enseñando y oí parte de la traducción que otros miembros del grupo hacían de lo que ella estaba diciendo. Del rostro de aquella mujer habían desaparecido la amabilidad y el aburrimiento de la dependienta de una tienda de recuerdos. Allí, en la cripta, una intensa pasión se había apoderado de ella. Sin lugar a dudas, estábamos con una persona que amaba aquel lugar. Sus gestos y su comportamiento habían cambiado. Mientras la observaba, pensé que podría haber sido un fraile medieval vestido con hábito y una cuerda alrededor de la cintura. Y, quién sabe, tal vez lo fue.