Los Duelos - Marilé Truscello de Manson - E-Book

Los Duelos E-Book

Marilé Truscello de Manson

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Beschreibung

La importancia de Los Duelos, las fijaciones tempranas y las combinaciones con patologías corporales son tres ejes de esta exhaustiva investigación llevada a cabo por la autora. Dos aspectos se ponen en foco: por una parte, los procesos psíquicos en juego en la temática del carácter y la tramitación del trauma; por otra parte, la copresencia de adicciones o patologías psicosomáticas, traumatofilias, lo cual lleva a incluir el problema de las perturbaciones o alteraciones corporales como parte de los trastornos de carácter. Éstos constituyen una problemática que implica un desafío en los tratamientos de pacientes que aparentemente no se cuestionan acerca de sí mismos pero plantean situaciones en las que el acento estaría puesto en el mundo externo. En general, los estudios sobre carácter jerarquizan la aparición de rasgos de carácter o el problema de las identificaciones; en este libro, por el contrario, la autora propone un nuevo enfoque, en el que se toma en cuenta también la situación traumática y su efecto en la alteración del carácter, con lo cual se evidencia la vicisitud económica y su eficacia en la producción de un rasgo de carácter (mediatizado, como se planteará posteriormente) por un proceso de duelo patológico. Marilé Truscello de Manson expone en este libro un sólido trabajo de investigación avalado por relevante material clínico, méritos que lo convierten en un libro de consulta imprescindible.

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Marilé Truscello de Manson

Los duelosHuellas en el carácter y registro corporal

PRIMERA EDICIÓN

A Alfredo, Hernán y Andrés

Agradecimientos

Estas líneas son mi reconocimiento a los colegas amigos por el intercambio sostenido a lo largo de mi trayectoria profesional. En un principio, luego de mi egreso como psicóloga, más adelante durante mi doctorado en Psicología y en mi formación como psicoanalista. Son muchos los colegas que han contribuido directa e indirectamente a las ideas plasmadas en este libro. Me resulta muy difícil nombrarlos en su totalidad. Sólo hago una apretada síntesis. Este libro es el resultado de muchos años de trabajo e investigación en vínculo con todos ellos.

Mi interés profundo por la obra de Freud me llevó a la Lic. Elvira Nicolini quien luego de mi egreso de la carrera de licenciatura en Psicología me aportó mayores conocimientos de la teoría freudiana en una lectura minuciosa durante muchos años en un grupo de estudio con colegas. El corolario de esos tiempos es, además, una entrañable amistad con ella.

Desde esa época data mi vínculo con David Maldavsky, a quien agradezco el despertar en mí la necesidad de investigar y escribir. En el recorrido conjunto de todos estos años, destaco sus valiosos aportes a mi formación académica y al conocimiento más refinado de la metapsicología freudiana. Al mismo tiempo me une con Clara Roitman y David un vínculo afectivo; con ellos compartí trabajos de investigación psicoanalítica sistemática y empírica en numerosos congresos y grupos de investigación.

Agradezco a mis queridas maestras, profesoras y colegas en quienes encontré las palabras de reflexión en el intercambio clínico y teórico, y me ayudaron a pensar la diversidad de la experiencia clínica, durante mi formación psicoanalítica. También a la querida Alicia Sirota, mi primera supervisora, a Berta Manticow y Lilia Bordone que brindaron su apoyo y generosa contribución a mi formación; con ellas continuamos realizando un intercambio fructífero en la tarea académica de la carrera de Especialización en Psicoanálisis. También deseo mencionar a Héctor Ferrari, quien depositó su confianza en mí todos estos años compartiendo la docencia como profesores de la cátedra de Freud, en la carrera de Especialización en Psicoanálisis del Instituto Universitario de Salud Mental (APdeBA); y a Jorge Maldonado por sus valiosos comentarios y estímulo acerca de la obra que hoy presento. A la Lic. Diana Blumenfeld, por la ayuda recibida en la corrección literaria del libro.

Gracias a todos.

Prólogo

por David Maldavsky

Conozco a Marilé Manson desde hace unos 35 años, cuando comenzó a interesarse en la articulación entre metapsicología freudiana y clínica. Por ese entonces yo recibía los influjos de la creatividad y la inspiración de Liberman, quien dejó una huella profunda en mi pensamiento, y creo que también en el de Marilé. Continuamos trabajando juntos durante muchos años y fue acompañando una parte importante de mi evolución, incluyendo mi más reciente orientación en el terreno académico y de investigación. A mi vez, tuve la ocasión de acompañarla en la redacción de su tesis de Doctorado en Psicología, y por su parte ella asistió a los seminarios de posgrado sobre el lenguaje del paciente y la investigación psicoanalítica que durante diez años dicté en la Asociación Psicoanalítica Argentina, fue jurado de tesis de doctorado e integró equipos de investigación sistemática de casos presentados en congresos internacionales.

En las investigaciones que hicimos en común aplicamos un método de cuño freudo-libermaniano (algoritmo David Liberman, ADL), diseñado para estudiar los deseos y las defensas en el discurso. Se trata de un método que suele captar numerosos matices en el discurso de los pacientes. Hemos realizado estudios comparativos entre los resultados de los análisis de casos en que se empleó el camino clásico de investigación y los resultados de estos mismos casos con el ADL.

En varias oportunidades, los resultados de uno y otro análisis han sido prácticamente coincidentes, lo cual por un lado muestra que es posible la articulación fecunda entre la investigación clínica y la investigación sistemática y por otro lado pone nuevamente en evidencia la sutileza de la autora en la captación y el estudio minucioso de detalles que requieren tanto de andamiaje conceptual como de rigor analítico.

El trabajo en común a lo largo de tantos años tuvo en todo momento un carácter fecundo, ya que dio lugar a numerosos textos de su autoría, en los que tuve el placer de acompañarla, y en los cuales se ponía en evidencia su compromiso con la práctica clínica y su exposición detallada, acompañada por argumentos teóricos que en su mayoría eran de cuño freudiano.

Uno de los rasgos más destacados de Marilé, que se conserva en el presente, es su pasión por encarar problemas clínicos complejos en el curso de las sesiones y por articular el enfoque de estos problemas con conceptualizaciones psicoanalíticas de diferente orientación, tanto las que predominaron en los años ’70 y ’80 como las más recientes. De cada una de estas conceptualizaciones Marilé ha intentado rescatar aquellos sectores que le permitieron entender con mayor sutileza algún aspecto complejo de los problemas clínicos que debía encarar. A menudo el compromiso con la comprensión de las situaciones clínicas la llevó también a dar importancia a su conexión empática con cada paciente y a examinar inclusive su propia participación en las sesiones como terapeuta, para lo cual tomaba en cuenta los afectos que le promovían en algunos momentos las manifestaciones de un paciente, y en ocasiones enriquecía la descripción de sus sentimientos con algún relato de un episodio que hubiera vivido y que tenía un carácter esclarecedor no solo de su propio vivenciar sino de la escena que el paciente tendía a desplegar en el intercambio terapéutico.

Pues bien, esta misma preocupación por la comprensión de los casos complejos y por disponer de conceptos para pensar su práctica clínica constituye también un sello distintivo en la estrategia expositiva del presente libro, en que es posible observar un incesante pasaje de ida y vuelta desde las descripciones clínicas hasta los conceptos. Del total de los capítulos, la mitad está dedicada a exponer conceptualizaciones sobre diferentes puntos (entre ellos, los psicodinamismos, el duelo patológico, las situaciones traumáticas para lo anímico) y la otra mitad está destinada a exponer con gran detalle casos clínicos y la relación entre las manifestaciones que presentan los pacientes y los conceptos.

También puede observarse un rasgo en la exposición conceptual, sea en los capítulos más teóricos, sea en los clínicos: la diversidad de las orientaciones teóricas a las que Marilé recurre. Sin embargo, esta diversidad no resulta acrítica y carente de coherencia. Su estrategia tampoco es la de quien intenta presentarse como original al agregar algún matiz (probablemente ya expuesto por otros autores) a conceptos psicoanalíticos clásicos y recientes. Es, en cambio, una estrategia más humilde y honesta, y en el fondo, más rendidora. Esta estrategia tiene un doble ordenamiento: cada concepto que selecciona por un lado le permite entender de manera más precisa algún matiz de un sector complejo de una manifestación clínica, y por otro lado se ensambla de manera coherente con los conceptos freudianos que constituyen el fundamento de su enfoque.

En todas sus elaboraciones, tanto teóricas como clínicas, Marilé muestra además una propuesta acorde con los desarrollos recientes sobre la sobredeterminación de las manifestaciones clínicas. En consecuencia, cada vez que expone un concepto enfatiza que el valor que tiene deriva de una combinación con otros muchos para dar cuenta de una manifestación cualquiera. Igualmente, cuando estudia una manifestación clínica tiene especial cuidado en destacar que solo puede ser entendida recurriendo a una red o malla conceptual compleja. Es en este marco que recurre a un concepto poco considerado, el de las corrientes psíquicas, al que Freud apeló para dar espacio a la diversidad de las combinaciones entre los deseos y las defensas en un mismo sujeto al encarar un mismo problema. De este modo la autora puede armonizar en el terreno conceptual las tensiones entre diferentes orientaciones defensivas en pugna en la vida psíquica.

Esta propuesta general del libro así como numerosos detalles del texto armonizan además con las propuestas que por nuestra parte hemos realizado en diferentes publicaciones. Sobre todo su modo de describir con precisión los fenómenos clínicos y de esforzarse por articular diferentes enfoques para entenderlos, así como su modo de aprovechar algunas de las elaboraciones teórico-clínicas más complejas de Freud, despiertan en especial nuestro reconocimiento.

Introducción

La relevancia del tema y las investigaciones en curso dan la pauta de que los trastornos de carácter son una presencia vigente en la clínica; la pauta de ello se manifiesta además en los trabajos de investigación que se presentan en la actualidad.

No necesariamente quienes exponen esta temática hacen referencia a los trastornos del carácter; es probable que quienes describen el trastorno de carácter no le den la identidad de trastorno sino que lo definirían como rasgos de carácter.

El interrogarse por los obstáculos que dificultan el proceso de análisis motiva la búsqueda de esta investigación.

Desde hace muchos años me vi estimulada a escribir acerca de la clínica y a la necesaria reflexión teórica en mi experiencia profesional. A lo largo del tiempo transcurrido me iban surgiendo cuestionamientos y en el valioso intercambio con colegas fui acrecentando mi experiencia volcándola en la escritura. También los pacientes que llegaban con sus vivencias y su historia de vida me orientaron a investigar acerca del duelo y la alteración del carácter. Sobre este tema versa mi tesis doctoral “Proceso de duelo y alteración del carácter” (1991).

La interrelación clínica y conceptual que expuse en esa tesis fue el punto de partida para afinar mi tarea teórico-clínica. Algunos pacientes adultos que en su historia habían vivido situaciones traumáticas importantes y o duelos durante el período de la infancia, mostraban rigideces y dificultades muy marcadas para el cambio. Las defensas se multiplicaban y en algunos casos acompañaba rasgos de carácter anquilosados, y otro tipo de alteraciones que comprometían lo somático. Como si el cuerpo acusara recibo de aquello que no había podido ser procesado de otra manera. La reiteración de esta comprobación incrementó mi interés para seguir investigando, en el afán de comprender en el acto clínico los diferentes niveles del psiquismo y así contactarme de la mejor forma con el paciente. Me di cuenta de que era necesario contar con recursos conceptuales para dar cabida a la complejidad de los conflictos y la dinámica psíquica encontrada en estos pacientes. Me interesó entonces investigar las corrientes psíquicas, y esto me facilitó la comprensión frente a manifestaciones neuróticas junto a otros aspectos que no lo eran; desde la conceptualización de Bion, correspondería a los elementos beta. Así es como consideré los psicodinamismos que ensamblaban el duelo, el trauma y el procesamiento a nivel corporal.

Luego, ya no dejé de escribir y de replantearme interrogantes acerca de la interrelación teórico-clínica en trabajos que fui publicando, y presentándolos en diversos eventos científicos que aportaron los comentarios de los colegas. Parte de esos trabajos, reformulados, se incluyen en este libro en la medida que comparten la temática propuesta.

Necesité reunir en este libro lo que hasta ahora incluye mi investigación producto de muchos años de experiencia clínica avalados por la profundización en el campo psicoanalítico de autores posfreudianos que merecen mi respeto y admiración y con los cuales acuerdo.

En este libro realizo una investigación que apunta a temas que se refieren al carácter y considero hacer un aporte de un mayor grado de refinamiento respecto de los mecanismos defensivos del yo, que se tramitan en los rasgos de carácter. Destaco un triple aporte: la importancia de los duelos, las fijaciones tempranas y las combinaciones con patologías corporales, sea por patologías psicosomáticas o por alteraciones somáticas por ingesta. Otro aspecto que resalto es el análisis de los psicodinamismos que intervienen, y que muestran la complejidad que se manifiesta a través de las corrientes psíquicas y estratificaciones de los distintos yo.

Por lo tanto, trato de dar una visión estratificada del aparato psíquico.

Me interesó profundizar en dos interrogantes acerca del tema planteado; el primero de ellos referido a los procesos psíquicos en juego en la temática del carácter, y la tramitación del trauma, puesto que en la base del carácter está el trauma. Sin descartar esto, intento investigar acerca de otro proceso psíquico interviniente que complejiza el proceso en los rasgos caracterológicos; me refiero a las situaciones de duelo, con la intención de compatibilizar ambos. Esta situación me motivó a realizar cuestionamientos que intento desplegar en el libro.

Otro aspecto que considero y que tiene que ver con la práctica clínica, es el haber constatado la copresencia de adicciones o patologías psicosomáticas, traumatofilias, con lo cual me lleva a incluir el problema de las perturbaciones o alteraciones corporales, como parte de los trastornos de carácter.

Por lo tanto, la observación en la clínica de estos componentes que acompañan la alteración del carácter, me guiaron al planteo de interrogantes acerca de los tipos de organizaciones tempranas psíquicas que podrían intervenir en estos procesos en los que se evidenciaba compromiso corporal. Me interrogo entonces la intervención de un yo temprano (yo real primitivo, el desvalimiento ante la pulsión y la realidad en Freud). También menciono autores que han resaltado la incidencia de las experiencias traumáticas en los primeros tiempos de vida en relación con lo somático.

Estos serían los dos grandes interrogantes que iré desarrollando en los diversos capítulos, poniendo énfasis a veces en los procesos traumáticos o su tramitación en los rasgos patológicos del carácter; en un capítulo pongo el énfasis en el duelo patológico en los rasgos patológicos de carácter, y en otros el énfasis está dirigido a las fijaciones tempranas en el yo inicial y las alteraciones orgánicas que darían origen a lo no significado en el cuerpo. Presento entonces dos capítulos conceptuales en los que trato de mostrar la combinación de los elementos, expresando los psicodinamismos determinantes, el duelo y el trauma, y un tercero que versa sobre el cuerpo, en el que me refiero a un hallazgo clínico psicopatológico, que constituye un aporte adicional. La expresión de una manifestación somática que no necesariamente es una conversión histérica y que podría acompañar a las patologías del carácter. Con ello intento establecer la relación entre la presencia del trauma, y el duelo en las alteraciones corporales. Por lo tanto, los temas expuestos formarían un trípode.

Teniendo en cuenta lo expuesto hasta aquí, se abren interrogantes metapsicológicos sobre la combinación de estos temas. Si bien se podrían hacer especulaciones muy válidas acerca de la relación entre trauma, duelo y alteraciones de carácter, prefiero referirme a la psicopatología y su clínica, tratando de compatibilizar ambos enfoques etiológicos; para ello me remito a las diversas corrientes psíquicas intervinientes. El libro consta de capítulos teóricos que versan sobre los temas ya mencionados, y capítulos clínicos que armonizan en una correlación de lo que se plantea en los capítulos teóricos.

Propongo una investigación teórico-clínica del carácter acentuando las alteraciones del mismo, como una problemática de interés que implica un desafío en los tratamientos de pacientes que aparentemente no se cuestionan acerca de sí mismos, pero en cambio plantean problemáticas en las que el acento estaría puesto en el mundo externo.

En general, los estudios sobre carácter jerarquizan la aparición de rasgos de carácter, o el problema de las identificaciones; pero en este caso, intento una nueva propuesta, en la que tomo en cuenta también la vertiente de la situación traumática y su efecto en la alteración del carácter, con lo cual remarco la vicisitud económica y su eficacia en la producción de un rasgo de carácter (mediatizado, como se planteará posteriormente) por un proceso de duelo patológico.

El modelo expositivo al que recurro tiene la intención de enfatizar el material clínico como elemento relevante. Si bien hago un estudio particular, delimitado a algunos pacientes, considero que los conceptos vertidos en este trabajo pueden ser de utilidad en la investigación de otros casos, donde cobre importancia la sobrevaloración del trauma infantil sexual, con diversas combinaciones en los avatares evolutivos y situaciones traumáticas posteriores, que den como resultado una alteración del carácter. Como ejemplo puede mencionarse el caso de las caracteropatías, en las que un rasgo de carácter se agiganta subordinando a los demás, por una especial tramitación de situaciones.

En el estudio clínico presento material de diversos pacientes que fundamentan lo expuesto teóricamente.

En el capítulo I, “El yo y los mecanismos defensivos en el carácter”, desarrollo el tema del carácter tomando como vértice las formulaciones teóricas freudianas y posfreudianas. Reflexiono sobre los mecanismos de defensa del yo ante lo pulsional. Hago especial hincapié en la alteración del carácter, y su posible relación con procesos de duelos no elaborados.

En el capítulo II, “El trastorno de carácter, la ironía como rasgo en la comunicación paradojal. Defensa frente al duelo”, presento una paciente en quien resalta un rasgo de carácter irónico como una modalidad defensiva que abarca la totalidad de su yo, con el predominio de defensas patológicas, desmentida y desestimación afectiva frente a la vivencia de traumas acumulativos infantiles. Estos avatares contribuyen al desarrollo de un duelo patológico.

En el capítulo III, “Duelo y alteración del carácter”, me refiero al duelo como una tramitación normal frente a una pérdida y a los avatares del mismo si el proceso queda sin elaboración y deja trastornos en el carácter, en casos clínicos que han sido transitados por duelos de naturaleza traumática. Lo afirmado en referencia al duelo sin elaboración y que, en consecuencia, podría tener la condición de traumático alterando el carácter, también es válido para las patologías del carácter cuya etiología es el trauma. Tomo en consideración el duelo patológico que alteraría al yo desde los momentos más tempranos de la vida del ser humano. Me refiero al duelo “blanco”, que remite a traumas tempranos en relación con el objeto primordial que dejaría marcas en la forma de agujeros psíquicos con fallas identificatorias muy primarias.

Menciono los obstáculos clínicos que devienen de la cronicidad de los rasgos caracterológicos, tales como el enactment o la contraidentificación proyectiva, como el efecto de las defensas en la tarea terapéutica, y lo inevitable de su aparición, que genera perturbaciones de contratransferencia. Estos avatares no serían pertinentes sólo para la temática del duelo patológico y su consecuencia en el trastorno de carácter sino que serían válidos también para el trauma.

En el capítulo IV, “Susana. Alteración del carácter y duelo patológico” presento un caso clínico en el que se despliega un duelo patológico por pérdida de un familiar durante la infancia de la paciente. El impacto de la muerte por accidente de un familiar, dejó una marca muy fuerte, y a lo largo de su tratamiento realizado diez años después de ese suceso, seguía presentificándose en la paciente en manifestaciones tanto verbales como en expresiones de otra índole.

En el Capítulo V, “Relación entre cuerpo, carácter y duelo”, continúo ocupándome de la temática del cuerpo y las marcas del duelo como vestigios de aquello sin tramitación en la vertiente tóxica, y también en lo depositado simbólicamente vía identificación histérica. Además, un proceso más regresivo –los trastornos psicosomáticos– podrían tener cabida como aquello atascado en lo corporal por situaciones traumáticas que se resisten a ser elaboradas.

En consecuencia, me interesa destacar no solo el cuerpo como fuente pulsional, sino al cuerpo como efecto de procesos patógenos que tienen por lo menos algunos elementos que se combinan: duelo patógeno, rasgo de carácter y tendencia a una alteración psicosomática, esta última derivada de una falla en el funcionamiento del yo real primitivo. Destaco entonces la teoría de las corrientes psíquicas y la sintomatología emergente de ellas.

En el capítulo VI, “De los conceptos teóricos a las situaciones clínicas. El caso Diego”, me ocupo de un caso clínico en el que el duelo también está presente con un déficit de elaboración; podría suponerse que tiñó la modalidad de relación afectiva, así como también dio lugar al inicio de un proceso somático.

Reflexiono en la clínica de este caso acerca de fallas en los mecanismos funcionales en etapas tempranas en que se erige el yo real primitivo que sellarían aspectos de la evolución posterior. El paciente presentaba un rasgo apático y desvitalizado que le generaba un clima de aplastamiento psíquico, expresando dificultades para la formulación de pensamientos. En otros momentos, emergían rasgos que lo reconectaban con aspectos más vitales, a la manera histérica; entonces predominaban dramatizaciones, histrionismo, matices en la tonalidad de la voz que indicarían otro estado. Resalto entonces no sólo fallas en las defensas funcionales propias del yo real primitivo sino que aparecerían simultáneamente otras, propias de una mayor madurez; se destaca la importancia de las corrientes psíquicas.

En ningún caso clínico expuesto en este libro, se descartan antecedentes históricos y vivenciales que podrían haber facilitado los avatares posteriores en la tramitación del duelo como en la alteración del carácter. También se expone la modalidad de estos pacientes en el proceso de análisis, que permite profundizar aún más en la dirección de este estudio.

Entre los rasgos de carácter de los pacientes que presento, trato de encontrar elementos comunes y diferenciales. Entre los elementos comunes se evidencian tres grupos; uno de ellos está en relación con los mecanismos de la identificación y la formación reactiva, pese a lo cual los rasgos específicos dependen del tipo de pulsión y algunas defensas complementarias. A eso se agregan otros elementos comunes de los psicodinamismos: la existencia de duelos patológicos y la vigencia de situaciones traumáticas.

Los aspectos diferenciales están dados por algunos rasgos de la defensa secundaria, como por ejemplo, un rasgo evitativo es diferente a otro histriónico o puntilloso o hipermoral. Cada uno de ellos requiere diferentes combinaciones de las defensas.

En esta investigación me refiero a rasgos genéricos ya que no abarco la totalidad de rasgos patológicos que podrían incluir las diferentes patologías: obsesiva, histérica o fóbica, sólo me refiero a la identificación a la formación reactiva y demás.

Otra diferencia que planteo es entre la identificación en el rasgo de carácter neurótico y en patologías más narcisistas. En los primeros la identificación del rasgo de carácter sería parcial mientras que los rasgos de carácter en las patologías más narcisistas tomarían todo el yo que está caracterotizado.

CAPÍTULO I El yo y los mecanismos defensivos en el carácter

Introducción

En este capítulo me referiré a la formación del carácter, tomando como eje central el punto de vista freudiano así como también contribuciones posfreudianas. Es preciso entonces considerar determinados mecanismos constituyentes del carácter y, en particular, el rasgo de carácter.

Cuando alude a la renuncia o pérdida del objeto, que es reemplazado por una identificación en el yo, Freud indica que sólo se introyecta un rasgo parcial de ese objeto resignado. Ahora bien, la necesidad de renunciar al objeto que devendrá luego un rasgo de carácter en la identificación parcial con ese objeto, estará incluido en el carácter definitivo. Por lo tanto, podemos decir que el rasgo es una inscripción que deja una marca, y esta contribuye a la identidad de la persona. El rasgo de carácter en cada yo implica la diferencia respecto de los otros, la singularidad. La reunión de los rasgos de carácter formaría el carácter y por lo tanto la individualidad.

Freud plantea que en la etiología de los rasgos de carácter se incluye el trauma. Las fijaciones en las diversas etapas libidinales y las fantasías concomitantes –junto con los avatares de la vida infantil–, aludirían a esa inclusión del trauma. En cada caso individual, variará la intensidad vivenciada del trauma infantil y, por lo tanto, la resultante serán las diferentes estructuras caracterológicas.

El pasaje por el complejo de castración dejaría huellas que devienen en el trauma sexual infantil; por lo tanto, en la latencia, el yo se ve obligado a erigir defensas, suscitando fuerzas contrarias que lo alteran, definiéndose algunos rasgos por formaciones reactivas, otros por sublimaciones o por continuación directa de lo pulsional. Sin embargo, Freud enfatiza la formación reactiva sin dejar de considerar las otras dos en la formación del carácter. Como un proceso normal de defensa erigida frente a lo pulsional, la formación reactiva dará lugar a rasgos de carácter que en cada individuo tomarán un matiz diferente, según su trayectoria pulsional y la historia individual. Este proceso defensivo implica una actitud contraria a un deseo reprimido; el efecto de esta reacción produce un rasgo de carácter sostenido por una contrainvestidura que impide la emergencia del deseo. La formación reactiva es una formación sustitutiva, que se opone a lo pulsional reprimido. Esto es parte del carácter normal.

Indudablemente, el proceso de la represión en determinadas estructuras, participaría con una intensidad mayor frente al requerimiento pulsional; y las formaciones sustitutivas, en calidad de síntomas o de formaciones reactivas, serán mayores. Recuérdese que las formaciones sustitutivas pueden ser herederas, por ejemplo, del complejo de castración.

Ahora bien, un yo que se siente invadido por sobreexcitaciones que amenazan su integridad alterando la economía libidinal, queda inundado por la situación traumática, y desprovisto ante ella, por falta de apronte angustiado. Ese yo en el que la irrupción superó las posibilidades de defensa, ¿en qué condiciones quedará para las próximas arremetidas de sobreexcitación?

En “Inhibición, síntoma y angustia” (1925), Freud dice: “Y, en definitiva, la condición de adulto no ofrece una protección suficiente contra el retorno de la situación de angustia traumática y originaria; acaso cada quien tenga cierto umbral más allá del cual su aparato anímico fracase en el dominio sobre volúmenes de excitación que aguardan trámite” (p. 140).

La propuesta de Liberman (1976) en referencia a la decisión de cuándo un rasgo de carácter es patológico tendría que ver con el grado de empobrecimiento yoico que provocará estereotipia en la respuesta ante los estímulos ambientales.

Surgen algunos interrogantes acerca de la dependencia al trauma infantil o a sus consecuencias. ¿Podrían teñir las sucesivas experiencias en la historia del individuo, siendo la compulsión de repetición un elemento fijador al trauma? Si consideramos que Freud alude a la renuncia o pérdida del objeto, en la identificación con el rasgo, podría ser posible en la alteración del carácter, un segundo factor etiológico junto al del trauma sexual infantil; me refiero al duelo patológico. En el capítulo IV, fundamento teóricamente el duelo y sus consecuencias en el carácter cuando ese duelo no puede ser elaborado.

Hasta ahora me ocupé de la versión de Freud que expone en “Carácter y erotismo anal” (1908). Aquí concebía al carácter como destino de la pulsión sexual. Esta es anterior a aquella en que Freud le prestara atención al trauma y la compulsión de repetición en la formación del carácter (1923-1926). Luego escribirá “Pulsiones y destinos de pulsión’’ (1915), que sigue la primera línea conceptual. Entonces la fijación determinante del carácter derivaba más de las disposiciones pulsionales de cada individuo, como Freud lo expone en ‘’Pegan a un niño” (1919).

Pero cuando Freud introduce la teoría de la pulsión de muerte, cambia su perspectiva. Entonces el análisis del rasgo de carácter se vuelve más complejo e incluye algo de la fijación libidinal y yoica al trauma y la defensa contra este. Así que habría dos formas de entender la fijación libidinal: como la entendió Freud en un comienzo y como la entendió luego, al incluir el concepto de trauma. Mientras que en la primera concepción Freud enfatizaba el peso de los componentes disposicionales endógenos determinantes de la fijación, en la segunda, ligada con el trauma, destacó el valor de los estímulos desmesurados exógenos que perforan la coraza antiestímulo. Con respecto a la alteración del carácter, ¿qué condiciones deberían darse para que un rasgo de carácter, por ejemplo por formación reactiva, se transforme en un rasgo patológico, generando un trastorno de carácter?

Si la formación reactiva tuviera que ver con el trauma, se abre un nuevo interrogante, ya que no sería suficiente la fijación pulsional sino que además tendría que ver con una situación traumática. Por lo tanto, es necesario considerar la dimensión del trauma respecto al rasgo de carácter.

El rasgo de carácter patológico podría sobrevenir a medida que el yo arrastre fijaciones pregenitales que no han podido superarse y la llegada al nivel genital sufra un déficit. También puede haber rasgos patológicos de carácter que provengan de la fase fálica e incluso genital. Si los impulsos pregenitales son intensos, el yo reaccionará con una defensa extrema que se cronifica y el carácter tomaría una coloratura en función de determinado rasgo que predomina alterando el carácter. Otto Fenichel, comentado por Gilberto Koolhaas alude a neurosis de carácter: “Conflictos agudos son evitados al precio de una limitación crónica de la flexibilidad del yo, el cual queda endurecido por las contracatexis como protección contra estímulos indeseados” (“Revista de libros y revistas sobre carácter”, Revista Uruguaya de Psicoanálisis, Asociación Psicoanalítica de Psicoanálisis, Montevideo 1956).

Me referiré brevemente al capítulo II, en el que aludo a una paciente, “Silvana” con una alteración del carácter, en que se daba una combinación de un trauma temprano y un duelo patológico, por lo cual enarbolaba un rasgo de carácter irónico que la cubría como un manto alejándola de cualquier situación que implicase para ella dolor. En su historia infantil existieron situaciones de violencia familiar, que marcaron el destino de sus vínculos posteriores en un “como si”, predominando la desmentida y la desestimación afectiva. El vínculo con una madre depresiva presente pero “ausente” había marcado su infancia. Con el rasgo de carácter irónico, se defendía desmintiendo el trauma (de una madre decepcionante). Hubo también una identificación con una madre que la desconcertaba; en la infancia, la paciente se identificaba con el rasgo de la madre frustrante.

Este caso me lleva a interrogarme acerca de si un rasgo patológico de carácter podría gestarse además de la conflictiva pregenital y edípica, por otras situaciones que hacen que el yo se sienta desamparado y se atrinchere defensivamente. En esos casos, podrían presentarse situaciones traumáticas en la historia del individuo que el yo no pudiese elaborar, como dije anteriormente. Se pondrían en marcha mecanismos defensivos patológicos que alterarían el carácter, no sólo la desmentida secundaria a una represión, sino que en algunos casos emergerían mecanismos patológicos más severos, de la gama de la desmentida y la desestimación del afecto.

Por ello también expongo en capítulos posteriores otros casos clínicos, en que los duelos sin elaboración ponen en marcha mecanismos defensivos que rigidifican el carácter. En el predominio de rasgos patológicos y cuando las defensas patológicas se debilitan o fracasan, sobrevendría como un último recurso el trastorno psicosomático, generando lo tóxico que obstaculiza la representación psíquica.

Por lo tanto, para un ordenamiento de los contenidos de este capítulo, trazaré un esquema general: comienzo con el apartado “El desempeño del yo en el carácter”, aludiendo al yo real definitivo como aquel que en nombre de la realidad puede oponerse a la pulsión y da lugar a que se produzcan las identificaciones constituyentes del superyó derivadas de la renuncia a las investiduras objetales que van a contribuir a la formación del carácter.

Al citar a Freud en el apartado “Trauma y carácter”, detallo cómo la fijación del trauma podrá formar parte del carácter definitivo, y cómo los efectos del trauma son de índole doble, positivos y negativos. El efecto positivo devolvería al trauma su vigencia, vivenciando de nuevo una repetición de la vivencia, esto equivaldría a la fijación al trauma como compulsión de repetición. En los efectos negativos no se recuerda ni se repite nada de los traumas olvidados, siendo reacciones de defensa en el modo de evitaciones o inhibiciones.

A continuación, me referiré a diferentes mecanismos que aportan al yo la formación del carácter. Me detengo en el proceso de “la represión”, y en el concepto de formación sustitutiva como el fracaso del proceso represivo y por lo tanto relevante en la clínica. Del mismo modo, el retorno de lo reprimido podría expresar un síntoma del que el yo se enajena, o en otros casos contribuye a ser parte del yo, como un síntoma egosintónico y así participar del carácter o mejor dicho de un trastorno de carácter.

La regresión libidinal llega a diversos puntos de fijación a través del retorno de lo reprimido sintomático, al satisfacer un impulso parcial pregenital. Pero también la regresión libidinal a diversos puntos de fijación puede tener otro destino al constituir rasgos de carácter con la coloratura de las diferentes etapas libidinales, ya que uno de los destinos para la formación de rasgo de carácter es la continuación directa de la pulsión. En estos casos el yo se altera y el rasgo de carácter evade la represión.

En el apartado “Retorno de lo reprimido y rasgo de carácter”, reflexiono acerca de cómo la contrainvestidura opera como defensa contra lo pulsional reprimido. Ejemplifico con la neurosis obsesiva en la cual la alteración reactiva del yo opera con una formación reactiva que altera el carácter, trastrocando en lo opuesto lo pulsional reprimido.

En el trabajo sobre la histeria, Freud afirma que si bien es difícil pesquisar la contrainvestidura, existe y habría cierto grado de alteración del yo por formación reactiva y en muchas circunstancias se presenta como el síntoma principal del cuadro (“Inhibición, síntoma y angustia”, 1925-1926). El odio hacia una persona amada es reemplazado por una gran ternura. Sin embargo, a diferencia de la neurosis obsesiva, en la histeria no se muestra la naturaleza general de rasgos de carácter, sino que se limita a relaciones muy especiales. En el siguiente punto, “Formación reactiva y rasgo de carácter”, me refiero a la formación reactiva como proceso normal de defensa, erigida en el período de latencia, que da lugar a rasgos de carácter que en cada individuo tomarían un matiz diferente, según haya sido su trayectoria pulsional. La formación reactiva mantiene silenciosa la pulsión, rindiendo un producto en el yo, del cual el yo está orgulloso frente al superyó por poder mantener silenciosa la pulsión. Sin embargo, cuesta mantener un rasgo de carácter, el que deviene de la formación reactiva.

La pulsión busca la satisfacción directa, y también puede dar lugar a un rasgo de carácter que deriva de una continuación directa de la pulsión como alteración duradera en el yo.

En el apartado “Formación sustitutiva y carácter”, resalto la formación sustitutiva como una satisfacción pulsional interceptada, debido al proceso represivo agrietado. Responden entonces a un doble origen, serían derivadas de los procesos defensivos, de la creciente complejización psíquica con la ligadura preconsciente mediante la palabra y la necesidad de procesar lo traumático.

Todo síntoma es una formación sustitutiva, pero no toda formación sustitutiva se constituye en un síntoma. Por la formación reactiva se neutraliza el retorno de lo reprimido. Altera al yo, constituyendo rasgos de carácter más o menos integrados en la personalidad; pero en la observación clínica, las formaciones reactivas pueden adquirir el valor de síntomas, por lo que representan de rígido, de compulsivo o por la evidencia de fracasos accidentales, que evidenciarían la irrupción de la pulsión, y permitirían atribuir a esos rasgos de personalidad un valor sintomático.

En “Identificación en el carácter” destaco la importancia de las identificaciones secundarias que van a integrar la formación del carácter, teniendo como base las primeras identificaciones constituyentes del yo.

Las identificaciones secundarias conforman el superyó imponiendo al yo modos de conducta que determinarán su carácter, formando rasgos a partir de los ideales comandados por el superyó en su calidad de ideal del yo.

También me interrogo acerca de algunos rasgos de carácter más tempranos en niños de corta edad, que representan conflictos para los demás y que serían anteriores a la constitución del superyó. Por lo tanto, habría rasgos de carácter patológicos que aparecerían más tempranamente y que serían anteriores a la constitución del superyó, que no estarían ligados al desarrollo del yo real definitivo sino al yo placer purificado o en el momento de transición entre este último y el comienzo del yo real definitivo.

Finalmente en los dos últimos puntos de este capítulo me detengo en “La sublimación y el carácter” y “La creatividad y el carácter”.

La conformación del carácter podría tener otros atributos además de las formaciones reactivas y posibilitar otros tipos de defensas del yo frente a la pulsión. La sublimación sería uno de estos destinos defensivos para lograr ciertos requerimientos del ideal del yo, y así conformar rasgos de carácter.

Este proceso corresponde a la libido de objeto y habría un cambio de meta alejado de lo sexual. Es un proceso especial cuyo estímulo puede provenir del ideal pero la ejecución será independiente de tal exigencia. La presencia de la sublimación en la conformación del ideal dependerá de las características propias de cada individuo. Por lo tanto, el carácter podrá devenir con diferentes matices en la medida en que predomine la sublimación o las formaciones reactivas. La sublimación satisface la pulsión, proponiéndole otro fin. Ejemplifico acerca de la capacidad sublimatoria de Leonardo da Vinci. En “La creatividad y el carácter” me refiero a un aspecto de la sublimación, que aporta también una especial tramitación funcional a modalidades del carácter.

Al referirse a la creación artística, Freud aludía a aquello más cercano a lo pulsional y que encierra el deseo de vivir. En la creación, las represiones serían doblegadas o canceladas temporariamente. Otra forma de creatividad sublimatoria se encuentra en el humor o en el chiste, donde habría un ideal menos elevado en el destino dado a lo pulsional, permitiendo la satisfacción inmediata. En esos casos, el yo lograría una cuota de placer con la venia del superyó que disminuye su severidad permitiendo el humor poniendo entre paréntesis por un instante la realidad.

El desempeño del yo en el carácter

Cuando queremos precisar qué es el carácter de una persona, deberíamos considerar una serie de procesos psíquicos que facilitan su comprensión, tales como las defensas ante lo pulsional, los procesos identificatorios y el factor traumático. Podríamos aseverar entonces que en el carácter cobran importancia no sólo los factores constitucionales sino también aquellos acontecimientos significativos de la historia de la persona.

Si nos atenemos a lo que dice Freud, en la formación del carácter es conveniente jerarquizar la identificación en el superyó como componente central, luego identificaciones en el yo, todas ellas secundarias, de las que me ocuparé más adelante.

Ahora bien, ¿cómo podríamos determinar en qué momento evolutivo surge el carácter como pilar de una personalidad? Siguiendo a Freud, el carácter surge en la declinación del complejo de Edipo con la constitución del superyó y comienzo de la latencia.

En la Conferencia 32, “Angustia y vida pulsional” (1932-1933) Freud considera el carácter atribuible al yo. Las identificaciones parentales formaran parte del superyó, siendo esta instancia la más importante en la formación del carácter. También alude a las formaciones reactivas que el yo adquiere primero en sus represiones y más tarde como medios más normales, a raíz de los rechazos de mociones pulsiones indeseadas (p. 84).

Si nos detenemos en un párrafo de este artículo –cuando se refiere a que el carácter es atribuible por entero al yo–, debemos tener en cuenta que Freud definió distintos tipos de yo, a saber: yo real primitivo, yo placer purificado, yo real definitivo; distinguió a los mismos por sus funciones y también por su estructura. Entonces cabe la pregunta: ¿a qué yo se está refiriendo, a qué momento evolutivo del yo alude en el párrafo anterior?

Dejemos de lado por ser primordial quizá el primero de todos, para el que la realidad exterior resulta indiferente, el yo real primitivo, pero es necesario esclarecer si el carácter tiene que ver con el yo placer purificado o con el yo real definitivo.

Freud plantea que para la conformación del carácter es necesaria la incorporación de la instancia parental en calidad de superyó y las identificaciones parentales, un yo suficientemente maduro que reacciona ante el peligro, se angustia y reprime. Sostiene que el yo dirige una investidura tentativa y suscita el mecanismo placer-displacer mediante la señal de angustia. En la Conferencia 32, afirma: “Entonces son posibles diversas reacciones o una mezcla de ellas en montos variables. O bien el ataque de angustia se desarrolla plenamente y el yo se retira por completo de la excitación chocante, o bien en lugar de salirle al encuentro con una investidura tentativa, el yo lo hace con una contrainvestidura, y esta se conjuga con la energía de la moción reprimida para la formación de síntoma o es acogida en el interior del yo como formación reactiva, como refuerzo de determinadas disposiciones, como alteración permanente” (pp. 83-84).

En la formación del síntoma hay una parte de la defensa y de la moción reprimida que da lugar al mismo. Pero en el caso de la contrainvestidura acogida en el interior del yo, reforzando disposiciones el yo se altera, pues una parte o fragmento del yo se combina con la contrainvestidura, y se forma el carácter. Aquí hay algo diferencial, un rasgo del yo se combina, diferente al primer caso en que una moción reprimida con contrainvestidura da lugar al síntoma.

Por lo tanto, el yo real definitivo es el que posibilita la formación del carácter, este yo que habla en nombre de la realidad y que como tal puede oponerse a la pulsión e imponer que la pulsión se desanude con respecto a un objeto. Porque Freud afirma que la mayor parte de las identificaciones constituyentes del superyó derivan de una renuncia a las investiduras objetales.

Trauma y carácter

Para continuar con la idea de que el rasgo de carácter surgiría como una alteración en el yo obligado a defenderse frente a situaciones displacenteras, las situaciones traumáticas, por ende, podrían ser motor para alteraciones en el yo que conforman un determinado carácter.

El pasaje por el complejo de Edipo, y el complejo de castración dejarán sus huellas en la conformación del carácter. El yo pone en marcha defensas ante las injurias narcisistas devenidas por los avatares de la sexualidad infantil.

En la “Analogía” del artículo “Moisés y la religión monoteísta”, 1939 (1934-38) Freud explica cómo la raíz de la fijación del trauma podrá formar parte del carácter definitivo. Y destaca que los efectos del trauma son de índole doble, positivos y negativos. Los primeros intentan devolver al trauma su vigencia, vale decir recordar la vivencia olvidada o vivenciar de nuevo una repetición de ella; esto equivale a la fijación al trauma como compulsión de repetición. Serían acogidos en el yo normal como tendencias de él formando rasgos de carácter, cuyo origen histórico vivencial esté olvidado, por lo tanto Freud está dando entidad con ello a la formación del carácter en general.

Las reacciones negativas persiguen la meta inversa, no se recuerda ni se repite nada de los traumas olvidados. Estas serían reacciones de defensa. Se manifiestan como evitaciones, que pueden acrecentarse hasta ser inhibiciones y fobias. También estas reacciones negativas formarían parte del carácter; y son también, fijaciones de tendencia contrapuesta (pp. 72-73).

Aquí vemos el destino ulterior de los rasgos de carácter que a veces constituyen obstáculos para el desarrollo pulsional posterior y pueden aparecer como un motivo de conflicto acerca de abandonar o no aquello que tan costosamente se creó.

Al referirse al particular rol del trauma en la constitución del carácter, Freud habla, en este artículo, sobre la latencia: “Al trauma de la infancia puede seguir de manera inmediata un estallido neurótico, una neurosis de infancia, poblada por los empeños defensivos y con formación de síntomas. Puede durar un tiempo largo, causar perturbaciones llamativas, pero también se la puede pasar latente e inadvertida. En ella prevalece, por lo común, la defensa; en todos los casos quedan como secuelas alteraciones del yo, comparables a unas cicatrices. Sólo rara vez la neurosis de la infancia se prolonga sin interrupción en la neurosis del adulto. Mucho más frecuente es que sea relevada por una época de desarrollo en apariencia imperturbado, proceso éste sustentado o posibilitado por la intervención del período fisiológico de la latencia” (p. 74).

Las defensas erigidas como reacción frente al trauma infantil y que alteran al yo, pueden habilitarse frente al incremento pulsional en la adolescencia y cuyo resultado –afirma Freud– sería el advenimiento de la neurosis en el adulto, “como un efecto demorado del trauma”. Durante la pubertad o poco tiempo después, las pulsiones reforzadas por la maduración física en la pubertad emprenden la lucha nuevamente, ya que con anterioridad habían sido vencidas por la defensa; y en el caso posterior a la pubertad, porque las reacciones y alteraciones del yo producidas por la defensa se alzan ahora como obstáculos para tramitar las nuevas tareas de la vida, claudicando en conflictos graves entre las exigencias del mundo exterior real y el yo, que quiere preservar la organización adquirida dentro de la lucha defensiva.

Parecería que Freud agrega que el carácter no sólo contiene algo de la pulsión sino algo de la instancia sofocante que lleva a reprimir. Por lo tanto, el rasgo de carácter contiene aspectos superyoicos y pulsionales.

Aquello que fue primero realidad luego pasa a ser superyó. Primero es la realidad la que lleva a denegar una satisfacción pulsional, luego será el superyó el que asuma ese rol de representante de la realidad. En consecuencia, el superyó aparece como la forma de imponer la compulsión a la repetición de los traumas, pero que también da origen a alteraciones en el yo como los rasgos de carácter, en los cuales también queda condensado un tipo de satisfacción pulsional sustitutiva vía formación reactiva. Por lo tanto, podría haber un enlace entre formación reactiva y trauma, así como también una formación reactiva ante la pulsión; este último caso se puntualizará en un apartado posterior.

Habría un área posible de investigación en la diferencia de una formación reactiva ante la pulsión o una formación reactiva ante el trauma. Podrían agregarse aquellos rasgos de carácter que son expresión directa de la pulsión, como por ejemplo la ambición, el histrionismo, la crueldad moral y demás. ¿Cuáles serían los mecanismos predominantes en estos casos? ¿Cuál sería el lugar de la represión? Al parecer habría un fracaso de la represión, retorno de lo reprimido, y no habría una formación reactiva en el sentido convencional pero se produciría un rasgo de carácter. Podría ser que se agreguen dos mecanismos: uno la formación reactiva ante el trauma, es decir el pasaje de la pasividad a la actividad (aun este pasaje estaría sin explicación), y el segundo mecanismo, una desmentida exitosa secundaria ante un duelo o ante una herida narcisista.

En los apartados anteriores, me referí al yo real definitivo como la instancia que participa activamente en la formación del carácter, poniendo en marcha defensas ante la irrupción de lo pulsional. El superyó heredero del complejo de Edipo aparece como la forma de imponer la compulsión a la repetición de los traumas, pero que también da origen a alteraciones en el yo como los rasgos de carácter, en los cuales también queda condensado un tipo de satisfacción pulsional sustitutiva vía formación reactiva. La inclusión del trauma deja una marca como parte del carácter.

A continuación me referiré a diferentes mecanismos que aportan al yo la formación de su carácter. Estos procesos son la represión, las formaciones sustitutivas en calidad de formaciones reactivas, la sublimación y la creatividad.

Represión y carácter

La represión es realizada por el yo a instancias del superyó.

En “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico” (1914), Freud afirma que la doctrina de la represión es el pilar fundamental sobre el que descansa el edificio psicoanalítico. En una observación hecha en su “Introducción al simposio sobre la neurosis de guerra” (1919), resalta lo siguiente: “No parecen insuperables las dificultades teóricas que cierran el paso a esa concepción unificadora: en efecto es posible, con buen derecho, caracterizar a la represión que está en la base de toda neurosis, como reacción frente a un trauma, como neurosis traumática elemental.” (p. 208).

En la consideración de que la represión sea como una “neurosis traumática elemental, se está incluyendo el factor cuantitativo y se enfatiza el trauma. Es de especial interés en este apartado destacar el concepto de trauma y la formación sustitutiva como el fracaso del proceso represivo, y por lo tanto relevante en la clínica. Pero también el retorno de lo reprimido puede expresar un síntoma del que el yo se enajena, o puede en otros casos contribuir a ser parte del yo, es decir un síntoma egosintónico, y participar del carácter o mejor dicho de un trastorno de carácter (caracteropatía), que a la mirada del otro es sintomático. En el caso de que lo sintomático se vuelva familiar para el yo, intervendría la desmentida secundaria que desconoce el síntoma. También el yo, en estos casos, puede desoir los juicios del superyó.

La represión exige un gasto de energía constante para poder ser mantenida, debido a que lo reprimido ejerce una presión continua hacia lo conciente, en su intento de emerger. Por ello será necesaria una fuerza contraria que mantenga a raya, frenando su emergencia: “El mantenimiento de una represión supone, por tanto, un dispendio continuo de fuerza, y en términos económicos su cancelación implicaría un ahorro.” (cf. “La represión”, 1915, p. 146).

Cuando Freud se refiere a la represión primordial y a su origen, menciona factores cuantitativos de una intensidad exacerbada, que explicarían lo traumático. Es decir que las exigencias sexuales infantiles son tratadas como peligros por el yo y, por lo tanto, obran como un factor traumático, por la consecuente invasión de cantidad (excitación) imposible de ser tramitada.

Pero también el factor cuantitativo se privilegiará en las posrepresiones. Freud señala esa condición como elemento que mantiene actualizadas las antiguas situaciones de peligro para el yo.

En 1915, aludiendo a la represión primordial, Freud señala: “…la represión primordial, una primera fase de la represión que consiste en que a la agencia representante psíquica (agencia representante representación) de la pulsión se le deniega la admisión en lo conciente. Así se establece una fijación; a partir de ese momento la agencia representante en cuestión persiste inmutable y la pulsión sigue ligada a ella” (cf. “La represión”, 1915, p. 143). El factor que interviene para que lo reprimido se constituya en polo de atracción de ramificaciones que sucumben a la represión es la fijación, que supone también la compulsión de repetición. En efecto, la compulsión de repetición es el factor fijador a la represión (p. 144).

Por lo tanto, podría definirse la represión primaria como una fijación que se constituye como un polo de atracción de ramificaciones que sucumben a la represión propiamente dicha y llevan a la libido a la regresión a dichos puntos de fijación, que se hace evidente a través del retorno de lo reprimido sintomático, satisfaciendo un impulso parcial pregenital. Pero también la regresión libidinal a diversos puntos de fijación pueden tener otro destino al constituir rasgos de carácter con la coloratura de las diferentes etapas libidinales, ya que uno de los destinos para la formación de rasgo de carácter es la continuación directa de la pulsión. En estos casos el yo se altera y el rasgo de carácter evade la represión.

Al quedar la libido ligada a una representación (fijación de la represión primordial) ya no se puede desplazar y, además, su posibilidad de descarga mediante el auxilio de otra representación o pulsión parcial se vería impedida a partir de la represión edípica.

Destaco entonces este proceso en que remanentes de pulsiones parciales quedan adheridas a las diversas etapas del desarrollo libidinal en esos primeros años, marcando los matices en la formación del carácter confluyendo luego del Edipo y formación del superyó. En la medida en que este conjunto de representaciones se cristaliza y se reprime, se convierte en polo de atracción de nuevas representaciones, que van a ser objeto de la represión propiamente dicha. Y es este tramado libidinal lo que va a determinar la disposición a la neurosis en la culminación del complejo de Edipo.

A partir de la introversión de la libido, ésta retrocede hacia los puntos de fijación. Estos puntos cobran así un nuevo vigor, la represión actúa sobre esa expresión de deseos pregenitales que buscan satisfacción, e impide la satisfacción directa de los mismos. La producción de una satisfacción sintomática o transaccional emerge como reemplazo, cuando la represión no ha sido del todo exitosa. Si la represión es exitosa no da muestras de su actividad, y el éxito de la misma estaría determinado en tanto ahorre a la conciencia displacer. El fracaso de la represión implica el retorno de lo reprimido sintomático, que satisface un impulso parcial pregenital a modo de transacción; aunque, cabe señalar, el retorno de lo reprimido no siempre conlleva a la formación de síntoma, como por ejemplo, en el caso del sueño. La condición, para que haya represión, estaría determinada porque el peligro del advenimiento de displacer sea mayor que el deseo de satisfacción.

La represión operaría como una contracarga o contrainvestidura, que sustituye y desplaza a lo penoso, lo incompatible o lo intolerable. Por lo tanto, cuanto menos angustiosa es una representación, podrá persistir incólume en el inconsciente, pero cuando el nivel de carga aumenta, puede aparecer el carácter displaciente que hace necesaria la represión.

Retorno de lo reprimido y rasgos de carácter

La represión implica desinvestidura y sobreinvestidura de otra representación que hace de contrainvestidura. El yo desinviste a aquellas representaciones, que habían logrado una representación preconsciente, es decir, su enlace con la palabra que le corresponde, supone un proceso de desarticulación, de separación de las huellas mnémicas verbales, desligándose del comercio asociativo.

Ahora bien, Freud da a entender que la investidura sustraída preconsciente será utilizada para la contrainvestidura. La contrainvestidura opera como defensa contra lo pulsional reprimido, y como mecanismo se hace más evidente en la neurosis obsesiva, como una alteración reactiva del yo, en donde da lugar a una formación reactiva. El trabajo de la represión en el caso de la neurosis obsesiva no es exitoso, ya que la formación reactiva es el lugar por donde lo reprimido retorna. Si bien el impulso sádico fue reprimido, el contenido de la representación desaparece y se le sustrae el afecto concomitante. Sin embargo, el afecto desaparecido consigue retornar, mudándose en angustia social, conciencia moral y en reproches exagerados. La representación que había sido rechazada, se reemplaza por medio de un falso enlace con lo nimio o indiferente. En las patologías obsesivas, la apariencia del carácter como su alteración y la coartación de la acción, sumerge al neurótico en la duda interminable.

En consecuencia, vimos cómo Freud enfatiza la contrainvestidura como la acción defensiva predominante en la neurosis obsesiva y que se manifiesta a través de una formación reactiva que altera el carácter, trastrocando en lo opuesto lo pulsional reprimido.

¿Pero, qué sucede en la histeria?, ¿acaso el yo no se altera? Freud asevera que si bien es difícil pesquisar la contrainvestidura, ésta existe, y es indispensable. También en la histeria habría cierto grado de alteración del yo por formación reactiva, y en muchas circunstancias se presenta como el síntoma principal del cuadro (“Inhibición, síntoma y angustia”).

Ese sería el modo en que se resuelve el conflicto de ambivalencia en la histeria. El odio hacia una persona amada es reemplazado por una gran ternura. Pero Freud afirma que las formaciones reactivas en la histeria cobran una modalidad diversa, pues no muestran la naturaleza general de rasgos de carácter, sino que se limitan a relaciones muy especiales. En la histeria, la formación reactiva se evidencia en un objeto determinado no adquiriendo el yo esta modalidad en el carácter en general, es decir que la formación reactiva es puntual y específica a un determinado objeto.

Pero en cambio sí se puede apreciar otro tipo de contrainvestidura en la histeria cuando la moción pulsional reprimida puede ser activada desde adentro, por un refuerzo de la pulsión por excitación interna y desde afuera, por la percepción de un objeto deseable para la pulsión.

Freud afirma que la contrainvestidura histérica se dirige preferentemente hacia afuera, contra una percepción peligrosa. Mediante limitaciones del yo, evita situaciones en que emergería esa percepción, y en el caso en que ésta emerja, logra no prestarle atención. Esta particular actitud evidencia una escotomización de la realidad externa. El yo se ve limitado por la escotomización. La particular indiferencia o rasgo aparentemente ingenuo de las caracteropatías histéricas obedecen a esta limitación.

El mecanismo de la escotomización también se daría con gran intensidad en las fobias. En éstas, en donde lo característico es distanciarse cada vez más de la percepción temida, la escotomización es aún más intensa que en la histeria.

Freud establece entonces una relación entre contrainvestidura externa y represión, así como regresión y contrainvestidura interna (alteración del yo por formación reactiva). Veamos por qué.

Una diferencia entre neurosis obsesiva e histeria es que en la primera el peligro es reconocido como interno; en cambio en la histeria el peligro es tratado como externo. Es la percepción lo que determina la reemergencia, el retorno del impulso que sucumbió a la represión.

Esto debe tener relación en la medida en que en la histeria la defensa opera generando amnesia; algo que no ocurre en la neurosis obsesiva. En la histeria la represión determinaría la amnesia y la desaparición de la conciencia de aquella representación, representante del impulso temido, que posibilita luego que el peligro sea tratado como si fuera externo al aparato. En la conciencia no quedan huellas del impulso temido.

Por lo tanto, el carácter anal enfatizado en la neurosis obsesiva podría suponerse una alteración reactiva del yo, en donde da lugar a formaciones reactivas por donde lo reprimido retorna. Sin embargo, lo que en la neurosis obsesiva perturba por lo disruptivo de sus síntomas generando angustia, en las alteraciones de carácter desaparecería la frontera entre carácter y síntoma.

Otto Fenichel afirma: “En lugar de enfrentarnos con casos de neurosis claramente delineados, estamos viendo cada vez más y más personas afectadas de trastornos menos definidos, más molestos a veces para las personas que rodean al paciente que para este mismo. La fórmula según la cual ‘en la neurosis, lo que ha sido rechazado irrumpe bajo una forma ajena al yo’, ha dejado de ser válida, por cuanto la forma a menudo no es ajena al yo, al punto que el fracaso de la defensa es menos manifiesto, a menudo, que la elaboración de la misma” (Cf. Teoría psicoanalítica de las neurosis, p. 519) (1966) (1976).

El control, el orden, la obstinación y la frugalidad, la extrema exageración por la limpieza, el excesivo cuidado o preocupación por el otro, como una reacción contraria a la hostilidad reprimida, serían rasgos de carácter que enmascaran lo pulsional no permitido.

El superyó se agiganta en los caracteres obsesivos, en manifestaciones de angustias y mortificaciones que sumergen a estos individuos en actitudes cavilosas que muchas veces los anulan en su accionar.

En los rasgos de carácter histéricos no predomina la formación reactiva. Sin embargo, el yo se limita o se defiende ante el “peligro exterior”. La particular ingenuidad es un rasgo que evita tomar cuenta de situaciones con el deseo prohibido. La belle indifférence, sería un rasgo aparente de ingenuidad de las caracteropatías histéricas. La sorpresa frente a una situación enojosa ignorando cómo llegó a ello, es producto de haber parcializado la realidad. La seducción, el gusto por lo armónico o bello son rasgos que remiten al carácter histérico como una necesidad de causar impacto estético; se trataría de desplazamientos que intentan ignorar el complejo de castración. El histrionismo sería otro rasgo de carácter de tipo exhibicionista que apunta a ser admirado, deseado, como un movimiento que intenta distraer del conflicto por la fantasía de castración. Estos rasgos serían producto de la defensa yoica ante la herida narcisista ante la castración.

En los rasgos fóbicos predomina la evitación, la fuga de situaciones de encierro en que el individuo se siente amenazado en sus límites, sería propio de las caracterapatías fóbicas.

Formación reactiva y rasgos de carácter

En su artículo “Carácter y erotismo anal” (1908), Freud enuncia que los rasgos de carácter son continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias, sublimaciones de ellas o bien formaciones reactivas contra ellas. Detallo entonces que: a) el concepto de formación reactiva deja de pertenecer al ámbito sólo de la patología, sino que va a formar parte del proceso por el cual se forma el carácter; y b) el origen de rasgo de carácter se dará a partir de las pulsiones que sufrirán diferentes destinos, posteriormente al Edipo y comienzo de la latencia: formación reactiva, sublimación, o como una continuación inalterada de las pulsiones originarias.

En “Tres ensayos para una teoría sexual” (1905) Freud menciona que en la latencia se edifican diques: asco, sentimiento de vergüenza, reclamos ideales en lo estético y en lo moral (p. 161). Estos diques se erigen a expensas de los impulsos sexuales infantiles y cuya energía se utiliza para otros fines. Aquí se está refiriendo también a la sublimación, proceso al que aludiré más adelante; continúa afirmando que las mociones pulsionales en el período de latencia serían inaplicables o provocarían displacer y por lo tanto se suscitan fuerzas contrarias.

Por lo tanto, la formación reactiva, como proceso normal de defensa, erigida en el período de latencia, daría lugar a rasgos de carácter que en cada individuo tomarían un matiz diferente, según haya sido su trayectoria pulsional. La formación reactiva como un tipo de oposición a una pulsión o empuje pulsional, que se contrapone a una meta pulsional, da lugar a una serie de alteraciones en el yo cuya resultante sería el rasgo de carácter.

En la Conferencia 32 ya citada, “Angustia y vida pulsional”, también se refiere a determinadas características de carácter vinculadas a la pregenitalidad. “En el curso de esos estudios sobre las fases genitales de la libido, hemos obtenido también algunas intelecciones sobre la formación de carácter. Nos llamó la atención un conjunto de propiedades que aparecen reunidas con bastante regularidad: orden, ahorratividad y terquedad y a partir del análisis de esas personas descubrimos que provienen del consumo y del empleo de su erotismo anal no elaborado hasta su acabamiento. Un vínculo semejante quizá todavía más firme, hallamos entre ambición y erotismo uretral.” (p. 94).