Los Girona (epub) - Lluïsa Pla Toldrà - E-Book

Los Girona (epub) E-Book

Lluïsa Pla Toldrà

0,0

Beschreibung

El libro de Lluïsa Pla sigue atentamente la progresión de más de cuatro generaciones de la familia Girona () un siglo y medio de una etapa capital de la historia de Cataluña y Europa: la del clímax de la primera revolución industrial. La obra confirma el papel estelar jugado por los Girona en el firmamento del siglo XIX. Es una obra apasionada () bien escrita, un texto extremadamente bien pulido. El rigor guía toda la obra. El estilo de Pla es punzante, va hasta el fondo de los personajes y () toca temas de rabiosa actualidad, como la relación entre formación de capital humano e innovación, la internacionalización empresarial, el impacto a largo plazo de las crisis o el papel de la banca en el crecimiento. Es una obra valiente. El libro de Pla es ciencia rigurosa transmitida con maestría () y se mantendrá como una obra de referencia de la historia económica. (Del prólogo de Jordi Catalan).

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 616

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Sinopsis

“El libro de Lluïsa Pla sigue atentamente la progresión de más de cuatro generaciones de la familia Girona (…) un siglo y medio de una etapa capital de la historia de Cataluña y Europa: la del clímax de la primera revolución industrial.

La obra confirma el papel estelar jugado por los Girona en el firmamento del siglo xix. Es una obra apasionada (…) bien escrita, un texto extremadamente bien pulido. El rigor guía toda la obra.

El estilo de Pla es punzante, va hasta el fondo de los personajes y (…) toca temas de rabiosa actualidad, como la relación entre formación de capital humano e innovación, la internacionalización empresarial, el impacto a largo plazo de las crisis o el papel de la banca en el crecimiento.

Es una obra valiente. Cuando el tópico se impone sobre la verdad científica, la autora tira de la manta. Si la leemos, disfrutaremos de una obra apasionante y aprenderemos, de verdad, cómo se ha hecho este país, más allá de los tópicos con los que nos saturan cotidianamente nuestros políticos y medios de comunicación.

El libro de Pla es ciencia rigurosa transmitida con maestría (…) y se mantendrá como una obra de referencia de la historia económica”.

Del prólogo de Jordi Catalan

Biografía

Lluïsa Pla (Bell-lloc d’Urgell, 1962) es doctora en Historia por la Universitat de Barcelona. Desde 1990 se ha dedicado a la investigación científica y a la docencia universitaria. En el ámbito de la historia económica ha sido profesora de la Facultad de Economía y Empresa de la Universitat de Barcelona (UB), del Departamento de Economía de ESADE (Universitat Ramon Llull) y de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

Sus temas de análisis son las estructuras sociales y el crecimiento económico. Es coautora con À. Serrano del libro La societat de Lleida al Set-cents (1995) y con varios autores de El tresor dels Canals d’Urgell (1996). Su trabajo de investigación de mayor amplitud, al que ha dedicado los últimos quince años, ha sido el proceso de formación de la gran burguesía catalana, a partir del estudio de la familia Girona. Ha publicado varios artículos sobre la burguesía de negocios y la historia empresarial y financiera. En 2012, Fundació Noguera le concedió el premio a la mejor tesis doctoral de Historia Moderna y Contemporánea.

Portada

LLUÏSA PLA TOLDRÀ

Los Girona

La gran burguesía catalana del siglo xix

Prólogo de JordiCatalan

Traducción de Jordi Pascual

Créditos

Proyecto financiado por la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura, Ministerio de Cultura y Deporte

Financiado por la Unión Europea-Next Generation EU

espai

Con la colaboración del Sr. Ignacio de Puig y Girona

es una colección de libros digitales de Editorial Milenio

© del texto: Lluïsa Pla Toldrà, 2017

© de las imágenes: sus autores y archivos correspondientes, 2017

Ilustración de la cubierta: Almuerzo en la Torre Girona con motivo de la Exposición Universal de Barcelona, 1888 (Fuente: Arxiu Girona).

© del prólogo: Jordi Catalan Vidal, 2017

© de la traducción: Jordi Pascual Escutia, 2017

© de la edición impresa: Milenio Publicaciones, S L, 2017

© de la edición digital: Milenio Publicaciones, S L, 2023

C/ Sant Salvador, 8 - 25005 Lleida

[email protected]

www.edmilenio.com

Primera edición impresa: mayo de 2017

Primera edición digital: abril de 2023

DL: L 370-2023

ISBN: 978-84-19884-30-5

Conversión digital: Arts Gràfiques Bobalà, S L

www.bobala.cat

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, <www.cedro.org>) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Dedicatoria

Als meus estimats pares, Xavier i Lluïsa.

Cita

Nous sçavons les fondemens et les causes de mille choses qui ne furent onques.

Michel de Montaigne, Essais (3, XI)

Prólogo

El libro de la doctora Lluïsa Pla Los Girona. La gran burguesía catalana del siglo xix tuvo su origen en la intensiva investigación desarrollada por la autora, dirigida por el maestro de maestros Jordi Nadal. La investigación culminó en la defensa de la tesis doctoral, que obtuvo la calificación de sobresaliente cum laude en el seno del programa de historia económica de la Universitat de Barcelona, otorgada por un jurado de científicos de primera. De todas maneras, y a pesar de que bebe de la tesis, el libro es un nuevo producto, un destilado de calidad superior a partir de una primera materia ya muy selecta. El resultado dejará satisfechos a los paladares intelectuales más exigentes. La versión premiada por la Fundació Noguera tiene, como mínimo, siete grandes virtudes, injertadas con el temple de la autora: ambición, profundidad, esmero, pasión, valentía, rigor y capacidad crítica.

La ambición del libro es manifiesta en aspectos como el amplio alcance cronológico de la obra. Sigue atentamente la progresión de más de cuatro generaciones de la familia Girona, desde 1748, momento en que Gaspar Girona y Magrinyà abandona la Selva del Camp para establecerse en Tàrrega, hasta 1905, fecha de la muerte en Barcelona de Manuel Girona y Agrafel. Trata un siglo y medio largo de una etapa capital de la historia de Cataluña y Europa: la del clímax de la primera revolución industrial.

Pla no se limita a analizar la trayectoria vital y empresarial del miembro más destacado de cada generación. También intenta seguir las huellas del resto de componentes del linaje y entender los vínculos que establecen entre ellos. Analiza las estrategias familiares que se adoptan en el seno del linaje, procurando asimismo relacionarlas con los negocios de los prohombres con quienes emparentaron los Girona a lo largo de los dos siglos, ya fuesen los Castelltort de Tàrrega y los Targa de Ciutadilla, en el siglo xviii, o los Vidal-Quadras barceloneses en el siglo xix. Aunque la obra es sobre todo historia económica, no rehúye estudiar la historia como un todo, y nos aporta valiosa información de la vida y los valores de todo un grupo familiar.

La profundidad e importancia del tema no deriva solo de haber sido el Principado uno de los pocos territorios de la Europa meridional donde triunfó la primera revolución industrial: la obra confirma el papel estelar jugado por los Girona en el firmamento del siglo xix catalán. Se podía conocer que habían fundado y gestionado el primer banco de emisión del país (el Banco de Barcelona), que Manuel había pagado la construcción de la fachada neogótica de la catedral o que el palacio de Pedralbes se erigió en terrenos de la familia. Pero mucho menos conocido por el gran público era el papel decisivo de la Casa Girona en la construcción de las líneas ferroviarias de Barcelona a Granollers y de Barcelona a Zaragoza, el Canal de Urgell, la Ferreria de Nostra Senyora del Remei y la Universitat de Barcelona, o el papel destacado de Jaume Girona en la fundación de Altos Hornos de Bilbao, primero, y AHV, después.

El libro que nos ocupa eleva aún más la magnitud del linaje, aportando nuevas cifras y datos que ponderan mejor el alcance de las decisiones tomadas: en el período decisivo de la revolución industrial en Cataluña, el de 1815-1866, la familia Girona, liderada por Ignasi Girona y Targa, emerge como primer grupo inversor del país. Entre 1817 y 1848, los Girona pasaron de negociar el 2% de los efectos comerciales en Barcelona a controlar un 10% del total. En la última fecha se habían convertido en los primeros operadores en letras de cambio de la plaza y el principal vendedor de oro en la ceca de la ciudad. Ambos datos apuntan su papel destacado en el cambio de orientación del gran comercio barcelonés, que se produjo en las primeras décadas del siglo xix. Su instrumento principal residió en la sociedad Girona Hermanos, Clavé y Compañía (1839), auténtico holding o banca de inversión de la familia. También emplearon sociedades como la Compañía de Navegación e Industria (creada en 1841) o el mismo Banco de Barcelona (nacido en 1845). Los Girona ocupan posiciones destacadas entre los mayoristas de la Lonja, operando con grano, harina, algodón, cacao, bacalao, cueros, especias, almendras o lana. Pla cuantifica que hasta 1850 la actividad comercial absorbe cerca del 80% del capital invertido por la casa Girona. En 1856 ocupa el primer lugar de Barcelona en la cuota de la contribución industrial y de comercio.

De todas maneras, como también nos enseña el libro, entre 1850 y 1866 la cartera inversora de la familia se transforma radicalmente, poniendo la brújula hacia el Canal de Urgell (1853), los ferrocarriles y las inversiones mineras y metalúrgicas. Las últimas ponían las esperanzas en los carbones de Calaf y Fígols, en busca del combustible de la primera revolución industrial, como también el ferrocarril de Barcelona a Granollers, que apuntaba hacia la hulla de Sant Joan de les Abadesses. Estas inversiones se relacionaban con la apuesta por la modernización de la metalurgia del país con la Ferreria del Remei, después Material para Ferrocarriles y Construcciones. Las sociedades ferroviarias se convertían en el elemento fundamental de la estrategia inversora, confiando a la modernización del sistema de transporte capacidad para arrastrar a todo el país. Con todo esto, el Canal de Urgell mostraba la plena convicción de Ignasi Girona en la capacidad de arrastre del cambio agrario. El Canal llegaría a ser en 1866 la cuarta sociedad del país en capital invertido, exceptuando las compañías ferroviarias. Aunque a corto plazo no fuera rentable, acabaría modificando el paisaje económico del Principado, convirtiendo en jardín un extenso desierto. Ignasi Girona, antes de morir en 1867, fue cediendo propiedades en vida a los hijos de sus dos esposas. Pero, nos explica la doctora Pla, se reservó hasta el fin de sus días las propiedades rústicas del Urgell y, sobre todo, la niña de sus ojos: el Castell del Remei.

La tercera virtud del libro de la doctora Pla radica en el hecho de ser una investigación muy rigurosa. Por una parte, la autora ha rastreado toda una multitud de fuentes posibles para seguir la pista económica dejada por el linaje, tratando de compensar el hecho de la falta de la contabilidad correspondiente a la Casa Girona. Como ella misma nos confiesa, la obtención de fuentes depende de la interacción entre una buena tríada de circunstancias: intuición, tenacidad y suerte. Sin embargo, conviene no olvidar que la última es, a menudo, función de las dos primeras. Sea como fuere, la autora consiguió acceder a la correspondencia y a las actas de liquidación de la Casa Girona, contenidas en el archivo de la familia. La tenacidad de la autora también le ha servido para hacer confesar la verdad a una serie de protocolos notariales, matrículas fiscales, libros de corredores de cambios o bases de datos de sociedades. Para conseguirlo, ha tenido que trabajar en archivos inexcusables como el de Protocolos o el de la Cámara de Comercio de Barcelona, pero también ha frecuentado los archivos comarcales de Tàrrega, Balaguer y Cervera, el Nacional de Cataluña, el de la Corona de Aragón, el provincial de Lleida, el Histórico de Tarragona y, además, ha accedido a la información de algunos archivos tan lejanos como el de Protocolos de Madrid o el de la Société Civile Professionnelle Mirabail, le Jannou en Tolosa de Llenguadoc. Las fuentes eclesiásticas y la base de sociedades del Departamento de Historia Económica de la Universitat de Barcelona tampoco han escapado a su mirada atenta.

El libro es también una obra apasionada. La pasión de la autora es, sin embargo, una fuerza tranquila. Pone de manifiesto la voluntad de seducir, sugerir y comunicar con claridad. Se trata de una obra bien escrita. La autoexigencia de la autora presenta un texto extremadamente bien pulido. Consigue que el lector entre en la obra y vaya haciéndose preguntas a medida que avanzan las páginas. La mayor parte de los interrogantes autoformulados por el propio lector se pueden ir respondiendo con la información que aporta la autora a lo largo de la obra. Pero a ella, la prudencia la lleva a sugerir y matizar. Parece creer que la ciencia nunca puede decir la última palabra, como muchos creen, sino dar respuestas provisionales y… plantear nuevas preguntas.

Tres interrogantes de historiador económico iban repicando en mi cabeza mientras leía la obra: ¿Cómo realizan la acumulación primitiva de capital?; ¿cuál es el momento decisivo en la formación del patrimonio?; ¿cuándo y por qué comienza la decadencia del linaje? Las evidencias reunidas por Lluïsa Pla permiten responder a estas preguntas y aproximarnos a la verdad con gran verosimilitud. Los Girona en Tàrrega (Gaspar y Josep Antoni) prosperan con la tienda de paños, concentrando patrimonio vía herencia y también por las vías del crédito y el acceso a tierras de payeses endeudados. Asimismo, aprovechan la experiencia de los Castelltort y de los Targa en dar crédito al Ayuntamiento y arrendar bienes de propios. Durante medio siglo llevan a cabo un aprendizaje importante en el comercio, las finanzas y la adjudicación de subastas públicas.

Pero las evidencias reunidas por la autora apuntan que el cambio de escala parece que se da en el transcurso de la gran crisis iniciada hacia 1790. Mientras los negocios en Tàrrega padecen por las guerras, la generación siguiente, Ignasi, va a formarse en la correduría de comercio en Barcelona a partir de 1803. Algunos años después Ignasi Girona y Targa sobresaldrá como cambista y en 1816 terminará vendiendo la tienda de la capital del Urgell y estableciéndose definitivamente en Barcelona. A partir de aquel momento, la ascensión meteórica es bien visible.

Ignasi sobresale como el gran homenot del linaje, que diría otro Pla de levante. La doctora Pla nos responde a los interrogantes de forma clara: en la década de 1820 “[…] —intercambios comerciales, arrendamientos, descuento de letras, avituallamiento al ejército, compra de bienes desamortizados…— son el origen de la principal acumulación de los primeros capitales y los que le permiten la progresión social que, hacia finales de los años treinta, lo convertirá en el comerciante más importante de la ciudad” (pág. 135). Durante el intervalo 1822-1836, Pla cuantifica que Ignasi Girona participó en transacciones por valor no inferior a las 500.000 libras. Dos tercios fueron destinados a arrendamientos de derechos y rentas señoriales, como los de los duques de Medinaceli o la baronesa de Albí, y a los de derechos de puertas y puentes, de suministros a hospitales, abastecimiento de paja y cebada a tropas y suministros de pan.

Además, Ignasi, siguiendo la tradición familiar del Urgell, prestaba a particulares, compraba fincas a propietarios endeudados y negociaba letras. Cerca de una quinta parte de las transacciones registradas en el intervalo crítico de 1822-1836 son atribuidas por la autora a operaciones de préstamo. Si los Girona de Tàrrega habían utilizado el censal, Girona y Targa preferirá la obligación (“debitori”), que facilitaba la ejecución de bienes de quien pedía prestado.

En esta época, Ignasi exploró el negocio industrial, participando en la fábrica de indianas de J. Selvas, que acabaría instalada en el patio del habitáculo familiar en la calle Més Baix de Sant Pere. Pero el negocio industrial no representó mucho más del 10% del valor de las operaciones de Ignasi, quien acabaría desvinculándose del negocio durante la crisis de la década de 1850.

En cambio, Ignasi abrazaría con entusiasmo las compras de bie-nes desamortizados en las sucesivas oleadas de privatizaciones de tierras eclesiásticas y comunales de la España liberal. Cuando fue posible las pagaría con papel de la deuda muy depreciado. Aunque se estrenó con las compras durante el Trienio constitucional, con la desamortización de Mendizábal compró tierras de los monasterios de Montserrat, Poblet y Scala Dei, entre otros, en lugares como Castellserà, Artesa de Segre o Castelldans. Solo durante el período 1840-1846 adquirió tierras por un valor equivalente a unos 3,3 millones de pesetas.

La cuestión sobre el inicio de la decadencia del linaje también parece clara a partir del esfuerzo cuantitativo que Pla lleva a cabo. A partir de 1850, hay un cambio radical de las prioridades de inversión. Cuando, en 1864, la sociedad Girona Hermanos fue liquidada definitivamente, durante los prolegómenos de la gran crisis ferroviaria y financiera de mediados de los años sesenta, el 72% del capital invertido se lo llevaba el Ferrocarril de Barcelona a Zaragoza, y dos inversiones adicionales relacionadas, la Ferreria Catalana y el Ferrocarril a Pamplona, absorbían pesos respectivos del 11% y del 5%. En conjunto, un 88% de la inversión se concentraba alrededor de una tecnología que, a pesar de protagonizar la primera revolución industrial, no rindió en España lo que se esperaba. Como bien subraya la autora, durante la citada crisis el valor de los activos ferroviarios cayó un 60% y precipitaron el final de la Casa Girona.

El libro es asimismo una obra valiente. Cuando el tópico se impone sobre la verdad científica, la autora tira de la manta. No le da miedo que los que yerran sean autoridades consagradas. Dos ejemplos, de alcance bien distinto, relativos a hechos e interpretaciones. En el ámbito factual, por ejemplo, Ignasi Girona había sido repetidamente descrito en la literatura como relojero. Especialistas en la burguesía del siglo xix como Francesc Cabana reproducen esta equivocación. Pla deshace la confusión. El que fue educado como relojero fue Joan, el primogénito del primer matrimonio de Ignasi, que se casó dos veces, con dos hermanas.

De más vuelo es su confrontación con uno de los padres de la historia económica española, el doctor Gabriel Tortella. Las evidencias reunidas por Pla refutan la tesis del historiador madrileño, que ha insistido en una supuesta ausencia de espíritu empresarial en la España del siglo xix. En cambio, tiende a dar la razón a maestros como son Jaume Vicens y Jordi Nadal, que insistieron en la existencia de auténticos capitanes de industria en las sucesivas generaciones de la Cataluña del siglo xix.

El rigor guía toda la obra. Es un ejemplo de buena historia económica. Tiende a confirmar a los clásicos, a veces los enmienda y va más allá. El libro de Pla es un caso significativo de lo que Newton dijo sobre la investigación científica. El trabajo de la autora permite vislumbrar nuevo terreno, desde los hombros de los gigantes que la precedieron. Su obra ratifica las tesis de gigantes de la historia económica clásica, como son Pierre Vilar, Jaume Vicens y Jordi Nadal. Con Pierre Vilar confirma la importancia del capital comercial y la tienda en el encumbramiento catalán del siglo xviii. También le da la razón cuando muestra la importancia de arrendamientos, crédito y las operaciones con bienes agrarios de primera necesidad como fuente primitiva de acumulación de capital. Con Jaume Vicens y Jordi Nadal, además de comprobar la importancia de las generaciones burguesas del tramo central del siglo xix, constata el talón de Aquiles de la falta de hulla para la plena victoria de la primera revolución industrial en Cataluña. Y ante quienes han insistido en las colonias como origen de la formación de los grandes capitales del país, la doctora Pla concluye que las raíces de la fortuna de los Girona son mayoritariamente autóctonas.

La autora también corrobora muchos de los resultados de los que se convertirán en nuevos clásicos de la historia económica de nuestro país. Presenta nueva evidencia que confirma el impacto a largo plazo de la crisis ferroviaria de 1866, subrayado por Pere Pascual. La burguesía y el país salieron muy tocados y los comportamientos empresariales se volvieron más conservadores. La ya comentada formación del patrimonio de Ignasi Girona durante las décadas de 1820 y 1830 ratifica también la profunda transformación en el modelo internacional de relaciones comerciales y la dinámica respuesta productiva que se da desde el país antes de 1833, en la línea de los trabajos de Josep Maria Fradera, Àlex Sánchez y Francesc Valls.

Finalmente, el estilo de Pla es punzante, va hasta el fondo de los personajes y toca, más o menos implícitamente, temas de rabiosa actualidad, como la relación entre formación de capital humano e innovación, la internacionalización empresarial, el impacto a largo plazo de las crisis o el papel de la banca en el crecimiento. Podrá estarse o no de acuerdo con las interpretaciones apuntadas, pero el libro no nos dejará nunca indiferentes.

Por ejemplo, en la generación que seguirá a Ignasi, la autora sugiere un conflicto larvado entre los dos hereus de las respectivas mujeres: Joan y Manuel. El primero, hijo de Antònia, podemos considerar que fue quien invirtió más en formación. Hizo estudios de relojería en el cantón suizo de Neuchâtel durante 1824. Complementó su formación en mecánica con estudios en grandes capitales de la industria de construcción de maquinaria como son Ginebra, Birmingham o Manchester, hasta 1833. Un decenio en el extranjero y, posteriormente, diseño de instalaciones fabriles en Terrassa, Sabadell, Vilanova o Manresa. Pero, a partir de 1839, comienza a girar hacia la tierra y vuelve a Ponent. Durante 1844, en el momento de la gestación del Banco de Barcelona, abandona la Casa Girona. Vuelve a la tierra de los ancestros, pasando largas temporadas en Lleida, Balaguer y Tàrrega. Concentra sus esfuerzos en la actividad agrícola en las comarcas leridanas, con la vista puesta en las transformaciones que desencadenarán la extensión del riego, gracias al Canal de Urgell, la mejora de las comunicaciones, con la llegada del ferrocarril y la construcción de carreteras. Hacia 1861, un decenio antes de su muerte, todavía figura como octavo industrial de la provincia de Lleida. Más que un abandono de la industria en favor de la agricultura, como apuntó el maestro Jordi Nadal, la autora considera que, tal vez, se trata más bien del choque con el hermanastro, Manuel.

El primogénito de la segunda mujer, Rita, vivió mucho más que Joan y muchos lo han visto como el auténtico triunfador del linaje, entre ellos Jaume Vicens y Montserrat Llorens (“[…] una buena parte de la actividad y de los éxitos del banco [de Barcelona] puede atribuirse sin ninguna exageración a la extraordinaria habilidad del financiero que había salvado dos crisis económicas en poco más de diez años […]”, Industrials i polítics, pág. 390). Su inversión en educación parece, de todas maneras, inferior al esfuerzo empleado por Joan. Manuel se formó en Barcelona, en la práctica cotidiana al lado del padre, y así vivió casi siempre. El primogénito de Rita se convertiría en el verdadero director de la Casa Girona y del banco, y el hombre que, para la historiografía precedente, elevaría a la familia. Fue diputado, senador, alcalde de Barcelona, fundador y primer presidente de la Cámara de Comercio, comisario de la Exposición Universal y propietario de un rosario de propiedades inmobiliarias repartidas por la geografía española, e incluso de un château en Francia. Se casó con una Vidal-Quadras. A primera vista, parece un éxito de la educación práctica, tan cara a las élites catalanas. También aparece como un gran virtuoso en la utilización de las redes de relaciones… La autora cuantifica su fortuna en el momento de la muerte (1905) como próxima a los diecinueve millones de pesetas, contra unos catorce millones que habría podido acumular su padre Ignasi.

De todas maneras, cuando lo miramos con la lente que nos proporciona la autora, la figura de Manuel empequeñece. La impresión es que nunca pudo volver a situar a los negocios familiares en el lugar en el que los había puesto su padre hacia 1850. Si la fortuna de Ignasi estuvo siempre colocada en inversiones más bien productivas, la de Manuel se orientó hacia las actividades rentistas. Cuando murió, el 33% de su patrimonio estaba colocado en fincas urbanas. Entre los valores que poseía, el 50% era deuda pública y el 19% acciones del Banco Hispano Colonial, la institución financiera creada por Antonio López y especializada también en prestar al gobierno español para mantener la intervención colonial en Cuba. ¿Fueron estas opciones positivas para el desarrollo a largo plazo?

Otro tema entre los más punzantes de los que toca la doctora Pla es el de la internacionalización, que se ha convertido en uno de los principales retos del tejido productivo del país de los últimos treinta años. El presentismo de nuestros políticos contemporáneos tiende a ver que hoy el país está más internacionalizado que nunca, una vez abandonado el proteccionismo tradicional de nuestros industriales. Sin embargo, la evidencia presentada por Pla en el libro también permite poner en cuestión esta complacencia tan habitual. La autora nos explica que la fortuna de Ignasi se dispara cuando construye una red de intercambio de bienes y medios de pago que cubre un impresionante abanico de ciudades, precisamente las que lideraban el globo en aquel momento: Londres, Liverpool, París, Marsella, Burdeos, Hamburgo o Génova. Los Girona tuvieron hasta la década de 1840 un mínimo de dos barcos dedicados al comercio de algodón, cacao, bacalao, cueros, cereales, aguardientes y especias. La mayor parte de estos productos se compraban o vendían allende el Atlántico. Asimismo, negociaban letras en las principales plazas financieras del mundo. Entre 1817 y 1848 pasaron de negociar letras en quince ciudades a operar en sesenta plazas. Si en la primera de las fechas el 90% eran españolas, en la última fecha España solo contaba el 20%. En definitiva, cuando hubo incentivos de peso, los Girona operaron un negocio absolutamente internacionalizado.

Depresiones, parecidas a las que todavía hoy padecemos, también ocupan algunas páginas del libro. A pesar del discurso nuevamente triunfalista de los políticos, hoy seguimos inmersos en la peor depresión de la economía catalana desde los años cuarenta del siglo xx. La obra de Pla también permite extraer algunas lecciones importantes en este ámbito. Para los políticos y muchos economistas convencionales, parece que las crisis sean episodios pasajeros, que se acaban con un retorno gradual al punto de equilibrio de partida. Las evidencias reunidas por la autora sugieren todo lo contrario. Los efectos de la crisis de 1866 tuvieron un impacto de larga duración, tanto en el país como en la familia Girona. El crecimiento de la economía catalana se desaceleró en el último tercio del siglo xix, a diferencia de lo que pasó en muchos países europeos en el tramo final de dicho siglo, momento de arranque de la segunda revolución industrial. Pero en Cataluña la crisis ferroviaria de 1866 (y posteriormente el estallido de la burbuja de la fiebre del oro de principios de la década de 1880) hicieron que los inversores catalanes se volviesen más miedosos. El mismo nuevo jefe de la familia, Manuel Girona, se orientó hacia la política y apostó por una cartera de inversiones mucho menos atrevida, refugiándose en la deuda pública y la propiedad inmobiliaria, y siguiendo la estela de otros financieros como Antonio López. Pero el ejemplo del padre de Manuel, Ignasi, nos muestra que las crisis son también épocas de oportunidad. En medio de la gran depresión de finales del Antiguo Régimen (1790-1833), Ignasi Girona construyó una colosal fortuna, ejecutando reconocimientos de deuda impagados, arrendando derechos señoriales y cobros de impuestos, suministrando al ejército y a los hospitales y comprando propiedades privatizadas. De la historia que nos explica la autora, también queda claro que en las grandes crisis hay quien las pierde y quien las gana.

La doctora Pla parece pronunciarse en favor de la tesis que sugiere “la contribución incuestionable” del Banco de Barcelona “al desarrollo económico de Cataluña, durante el siglo xix” (pág. 254). Es una de las pocas afirmaciones que no se acaba de demostrar y que incluso podría ponerse en duda con los datos reunidos por la autora. En este sentido, creo que el libro tiende más bien a dejar abierto explícitamente el debate sobre el papel de la banca en el crecimiento a largo plazo. El mismo ciclo vital de los negocios de Manuel Girona permite dudar de una afirmación tan contundente. Es preciso considerarlo como una nueva evidencia empírica de calidad que complementa los análisis de los especialistas sobre las finanzas del siglo xix, como Carles Sudrià, Pere Pascual, Xavier Tafunell, Lluís Castañeda o Martín Rodrigo.

Parece indiscutible que la opción de la Casa Girona por inversiones como los ferrocarriles, el Canal de Urgell, la Ferreria del Remei (después Material y Construcciones) o la Universitat de Barcelona transformaron profundamente la economía catalana y acabaron valiendo la pena a largo plazo. Pero la apuesta progresiva de Manuel Girona por la propiedad urbana, la deuda pública, las finanzas vinculadas al colonialismo y la política de escaparate, así como el propio final del Banco de Barcelona en 1920, nos permiten seguir manteniendo serias dudas sobre el papel motor de los intermediarios financieros en el desarrollo económico.

Después de leer el libro, parece claro que fue la generación de Ignasi (nada involucrado directamente en la política) la que contribuyó a transformar de verdad el país y su economía. Aunque destacó en la actividad financiera, la Casa Girona que creó parece más un holding familiar contemporáneo de tipo japonés o coreano, donde la primera quedó subordinada a un proyecto más ambicioso de transformación económica. El hecho de que, como también explica la doctora Pla, Ignasi velase siempre por el equilibrio entre los miembros de la familia, sugiere que la motivación no era únicamente la preservación del patrimonio. En cambio, la generación siguiente, sin renunciar del todo a los negocios comunes, fue aflojando los vínculos familiares y el mismo Manuel optó por colocar su riqueza en actividades cada vez menos arriesgadas, pero con un mayor lucimiento social.

Con todo, desde la racionalidad puramente crematística, sorprende que una familia que llevó a cabo su acumulación primitiva con el comercio y las finanzas, llegase, en el momento de máximo esplendor, a canalizar más del 80% de su inversión hacia una sola actividad como es el ferrocarril: ¿ilusión tecnológica?; ¿sobrevaloración de la capacidad del mercado financiero catalán?; ¿expectativas ocultas en el negocio de la construcción? Seguramente, la contabilidad de la Casa Girona podría aclararnos alguna cosa más. Pero, aparezca o no, el libro de Lluïsa Pla se mantendrá como una obra de referencia de la historia económica de la Cataluña contemporánea. Si lo leemos, disfrutaremos de una obra apasionante y aprenderemos, de verdad, cómo se ha hecho este país, más allá de los tópicos con los que nos saturan cotidianamente nuestros políticos y medios de comunicación. El libro de Pla es ciencia rigurosa, transmitida con maestría por quien sabe escribir y dispone de una cabeza muy bien amueblada.

JordiCatalan

Universitat de Barcelona

Introducción

Quisiera que este libro resultase sencillo y ameno para todos los lectores, porque pienso que la historia debe divulgarse. No creo que los textos históricos tengan que resultar tediosos e incomprensibles. Entiendo la simplicidad como un valor añadido a la ciencia, al arte y a la vida. La realidad, ciertamente, es muy compleja, pero precisamente por esto, al ser explicada, tiene tanta necesidad de transparencia. Algunos historiadores, al publicar sus conocimientos, corren el peligro de perderse en lo que explican. A menudo he sospechado que esta opción los protege de la crítica, de la duda y de la refutación. La realidad no es oscura, lo es el pensamiento. La verdad es simple, le sobran los artificios.

En la crisis global que vivimos, los países de la Europa mediterránea sufren, según todos los indicadores, los peores síntomas de la recesión económica. Necesitamos políticas adecuadas, alternativas urgentes y cambios que favorezcan la recuperación económica y la dinamización social. Aprender del pasado es un asunto complejo, pero necesario, porque la historia condiciona la conducta de las personas. Para decidir a dónde vamos, necesitamos saber cómo hemos llegado donde estamos. La formación del mundo contemporáneo arranca hace doscientos años con la Revolución Industrial y se caracteriza por la emergencia de una nueva clase social, la burguesía, que se va conformando según unos modelos específicos de conductas y relaciones con otros grupos sociales. Cataluña, como los países más avanzados de Europa, no quedó al margen de este proceso. Los historiadores hemos documentado sobradamente la existencia de cambios en las relaciones sociales y económicas desde mediados del siglo xviii. Y a pesar de la devastadora crisis que caracterizó el tránsito del siglo xviii al siglo xix, en este último el país tenía una burguesía singular, capaz de realizar proyectos impresionantes. En este sentido, Cataluña se convierte en un caso fascinante, que acumula éxitos y también fracasos, pero que no deja de sorprender por el dinamismo de su actividad.

La importancia que tuvo la burguesía en el proceso de industrialización del país ya fue señalada por Jaume Vicens Vives. Al correr de los años, dentro del marco de los primeros cursos de doctorado que organizó el Departamento de Historia e Instituciones Económicas de la Facultad de Economía y Empresa de la Universitat de Barcelona, el doctor Jordi Nadal, entonces director del departamento y el discípulo más directo de Vicens, me propuso como tema de tesis doctoral la familia Girona, la más emblemática de la gran burguesía catalana del siglo xix. Por tanto, el origen de este libro es un trabajo de investigación que hice por encargo. El profesor Nadal insistió en la necesidad del estudio dentro del marco de las investigaciones de la historia económica de Cataluña. Acepté la propuesta antes de que tuviera tiempo de convencerme con el argumento. Sé que es imposible escribir buena historia cuando el tema es irrelevante. Pero tenía también algunas motivaciones personales. En el oficio de historiadora había dirigido la atención, y mis primeros trabajos de investigación, hacia dos aspectos que considero sustanciales y que entiendo interrelacionados, como son el crecimiento económico y las estructuras sociales. Entendía que, por sus especificidades, los Girona podrían ilustrar muchos ámbitos desconocidos de un tema que seguía cautivándome por sus enigmas. Se añadía la particularidad de que, a pesar de la relevancia del tema que me proponía el doctor Nadal, no había sido anteriormente objeto de observación desde la perspectiva de la historia económica y social. Ciertamente, no ignorábamos que los Girona llegaron a ser una pieza clave en los años decisivos de la industrialización catalana, pero desconocíamos en qué medida el análisis de un único caso podría contribuir a descubrir los orígenes y la transformación del modelo económico y social que, hacia mediados del siglo xix, había transformado el país, situando a Cataluña entre las naciones más avanzadas de Europa. Se trataba, por tanto, de un proceso de cambio excepcional, sin precedentes, con una interesante parte de la historia por explicar.

Disponer de un atractivo proyecto de tesis doctoral solo es una garantía si se tienen los documentos adecuados, es decir, los que contienen la clave del enigma que se quiere descubrir y descifrar. La base documental de esta investigación son los documentos notariales. He consultado todos los libros de protocolos notariales de los siglos xviii y xix en que los miembros de la familia Girona estuvieron implicados, haciendo el seguimiento de los manuales de notarios de Barcelona, Lleida, Tàrrega, Cervera y Balaguer. Para algunos períodos cronológicos la tarea ha resultado completamente exhaustiva, como el siglo xviii en Tàrrega, y el período de 1815 a 1866 en Barcelona —gracias a la Base de Dades d’Empreses i Empresaris del Departamento de Historia e Instituciones Económicas de la Universitat de Barcelona—. Paralelamente a los protocolos notariales, he utilizado actas municipales, libros de contribución y catastro, registros parroquiales, discursos en el Congreso y el Senado, y libros de actas de las instituciones en que los Girona participaron. Aunque esta masa de información resulta, en calidad y en cantidad, importantísima, la investigación sobre los Girona no se habría podido realizar sin disponer del archivo familiar. Sin leer los documentos privados habría obtenido una visión parcial del proceso de formación de la gran burguesía catalana. Paralelamente a la consulta de los documentos notariales hice una investigación, literalmente detectivesca, para encontrar el fondo familiar. El oficio de historiador requiere dosis de intuición y tenacidad, pero, sobre todo, mucha suerte. La tuve por partida doble. Encontré el Archivo Girona y pude contar con la leal colaboración de los descendientes de la familia —muy especialmente de Ignasi de Puig y Girona— para consultar los documentos con absoluta libertad. Estos factores fueron decisivos. El fondo privado, en un estado de conservación excelente, es un tesoro documental. Incluye series de correspondencia, actas de liquidación de la casa Girona, libros de rentas, notas manuscritas, documentos notariales, contratos privados de sociedades, expedientes de fincas… Aunque, como pasa a menudo con los fondos privados, el contenido no es completo, he suplido los vacíos documentales con otras fuentes. Al no disponer de la contabilidad privada de las operaciones de la compañía comercial, me he servido de los datos de los protocolos notariales y de las series de matrículas fiscales, a la vez que, complementariamente —gracias a la generosidad del doctor Lluís Castañeda— de los libros de los corredores reales de cambios.

Una vez escogido el tema de estudio y localizadas las fuentes documentales, había que delimitar la investigación. No quería plantearme en modo alguno el trabajo como un conjunto de relatos biográficos. La hipótesis de partida es simple: ¿por qué y cómo se convirtieron los Girona en la principal familia de la gran burguesía catalana del siglo xix? No nacieron burgueses. Lo llegaron a ser durante el proceso. Y mi responsabilidad como historiadora era analizar este proceso. A medida que avanzaba en la investigación y tenía más conocimiento del problema, se me multiplicaban las dudas. ¿Por qué actuaron como lo hicieron? ¿Cuál fue el papel de la gran burguesía en el proceso de crecimiento del Principado, y cuál el grado de participación del factor empresarial en la consolidación de la Revolución Industrial? En el caso de los Girona, ¿cómo —y sobre todo qué— hicieron para adaptarse con éxitos, y dificultades, a un proceso cambiante, a menudo desfavorable, situándose en los niveles más altos de la escala económica y social, durante un período de cambios estructurales que transformó el país? La historia tendría que ser esto: plantear una hipótesis, aproximarse al problema por medio del trabajo de investigación y explicarlo bien, sin prejuicios.

Para dar respuesta a tantas cuestiones era preciso conocer la conjunción de características y condiciones que se produjeron en este proceso. En una etapa cronológica que abraza más de ciento cincuenta años, descubrí que los Girona, se mire como se mire, se convirtieron en los principales actores de la sociedad catalana de su tiempo. Fueron la familia más activa del espacio comercial, financiero e industrial del país y, respecto al conjunto, se distanciaron sustancialmente de todos los demás, resultando el caso más distintivo y paradigmático. Por la magnitud de su obra se convirtieron en el principal grupo inversor en los años decisivos del proceso de industrialización catalana. Crearon un conjunto de empresas impresionante. En el escenario del país, según el cómputo de capital aportado a las sociedades registradas por los notarios, los Girona alcanzaron la primera posición, muy lejos, en magnitud de negocio, de los nombres más destacados de la gran burguesía del siglo xix. Para que el lector tenga una idea adelantada de los efectos de su obra, cito, de manera resumida, algunos de los resultados de la investigación: durante el siglo xix los Girona estuvieron implicados en la constitución de más de setenta empresas, alcanzaron el primer puesto en el ranking del negocio de los instrumentos financieros, figuraron entre los principales protagonistas que comerciaban en la Lonja de Barcelona, convirtieron la casa Girona en la primera sociedad en volumen de negocio, fueron los impulsores de la modernización del sistema bancario con la fundación del Banco de Barcelona, construyeron la red ferroviaria exclusivamente con capital del país, realizaron todas las obras del Canal de Urgell, perforaron minas con la esperanza de obtener carbón para las fábricas catalanas, construyeron puentes y carreteras, edificaron el Teatro del Liceo, la Universitat de Barcelona… Sin embargo, su influencia, más allá del ámbito estrictamente económico, se extendió hacia la esfera política y social. Los Girona participaron activamente en las principales instituciones públicas y privadas del país, y muy especialmente Manuel Girona, que fue diputado, senador y alcalde de Barcelona, fundó y presidió la Cámara de Comercio, fue comisario de la Exposición Universal de 1888 y presidente del Ateneo Barcelonés, además de realizar una importante labor de mecenas y costear la construcción de la fachada neogótica de la catedral de Barcelona.

La conducta es adaptativa, está determinada por el entorno. Por ello es preciso vincular el proceso de consolidación de los Girona a su singular, y curiosa, forma de adaptación al contexto. Aunque el ascenso económico y social de la familia se inició hacia la tercera década del siglo xix —coincidiendo con la fundación de la casa comercial—, el proceso arrancaba a mediados del siglo xviii, cuando los Girona participaron con éxito en los cambios estructurales que experimentaba el Principado. Con la crisis de finales de siglo, la emancipación de las colonias continentales españolas y la integración del mercado peninsular, Cataluña experimentó un cambio de modelo de relaciones comerciales. Este cambio se articuló en las primeras décadas del siglo xix y se caracterizó por la importancia creciente de la vertiente exterior de la economía catalana, en la cual el comercio americano con las Antillas —principalmente por la exportación de vino y la importación de algodón en rama— tuvo una relación muy directa con la consolidación de la Revolución Industrial.

En dicho escenario, la participación de la burguesía catalana fue crucial. Pero singularmente, a diferencia de los Vidal-Quadras, los Güell, los López, los Ferrer y Vidal, los Serra o los Safont, el origen de los Girona de la Selva del Camp no comienza en las Antillas, sino en Tàrrega, una villa de la Cataluña interior. En el primer capítulo, dedicado íntegramente al siglo xviii, se perfilan los inicios de la familia en la especialización de las actividades mercantiles. En Tàrrega los bisabuelos de Manuel Girona combinan el intercambio de mercaderías a escala local con otras operaciones más relevantes, venden telas importadas —indianas, lanas de Inglaterra—, especias, grano, ganado, arriendan bienes y derechos públicos y privados, llevan a cabo actividades financieras con instrumentos de crédito como los censos, compran y venden fincas rústicas y urbanas, consolidan un patrimonio considerable… En “la escala del tiempo y del medio observados” (como habría dicho Pierre Vilar), en conjunto, todos estos negocios resultan importantes.

Pero en la última década del siglo xviii se desencadena en el país una crisis general. Las guerras contra Francia e Inglaterra encallan el comercio internacional, y las dificultades económicas hacen lo propio con los intercambios peninsulares y regionales. En un contexto como este no resulta fácil hacer de comerciante. Los Girona cambian de escenario y en Barcelona, a principios del siglo xix, inician un proceso de ascensión y consolidación burguesa que gira en torno a la organización familiar. En el segundo capítulo se explica cómo la familia se convierte en la estructura de referencia básica que marca la trayectoria emprendida por aquellos que forman parte de la misma. La creación y consolidación del grupo familiar resulta compleja, y adquiere matices nuevos cuando aparecen en escena los descendientes. Integrados en un proyecto común impulsado estratégicamente por Ignasi Girona y Targa, padre de Manuel Girona, participan todos, pero lo hacen con guiones diferenciados. El análisis de la trayectoria familiar, de los factores que configuran la estructura interna del grupo y de las relaciones entre sus miembros muestra múltiples rasgos de unos personajes que en la segunda mitad del siglo xix llegarán a ser la élite del grupo dominante del país.

Pero, además de la configuración de la familia, establecerse en Barcelona implica un cambio en el modo de hacer negocios. En la capital catalana Ignasi Girona desarrollará a la perfección el oficio de comerciante. En el tercer capítulo se analizan las operaciones económicas realizadas después de la Guerra de la Independencia, los años previos a la constitución de la casa de comercio, las estrategias que se vertebran alrededor de las transacciones practicadas y la importancia continua y creciente del capital comercial. La articulación de un proyecto que implica casa y familia se materializa con la constitución, en 1839, de la casa Girona, la compañía comercial familiar. Este hecho fue crucial. El trayecto que sigue la casa a lo largo de los veinticinco años de su existencia y el alcance que la empresa —concebida por el padre y dirigida por Manuel Girona con la colaboración de sus hermanos— tuvo sobre el marco de relaciones familiares muestran un panorama complejo, de interacción continua entre familia y negocios.

Las actividades que fueron fortaleciendo la casa Girona, y que constituyeron la esencia de la compañía, se analizan en el capítulo cuarto. La casa, de una gran fuerza económica, se convirtió en la base del modelo de acumulación patrimonial de la familia, la clave de su riqueza y de su ascenso social. Fue de este modo como los Girona consolidaron su dominio económico. La naturaleza de los negocios que impulsaron, o en los que participaron como inversores, así como los capitales suscritos, indican no solo qué sectores resultaron más atractivos, sino cuáles fueron las características del proceso y cómo evolucionó el modelo inversor durante los años de existencia de la compañía comercial y los años posteriores a su liquidación.

En el último capítulo se analiza el estilo de vida de los personajes, las actitudes y las mentalidades a partir de un recorrido sobre aspectos que pueden parecer inconexos pero que, en conjunto, ilustran su particular visión de las cosas: las viviendas familiares, la construcción del Teatro del Liceo, la financiación de la fachada de la catedral de Barcelona, las decisiones que impulsaron la creación de un gran patrimonio… En definitiva, un panorama fascinante: cómo afrontaron los retos políticos, económicos y sociales de un período fundamental de transformación del Principado.

Sé que no cabe en un solo libro todo lo que quería decir sobre los Girona; sin embargo, deseo que los lectores encuentren lo esencial. A pesar de tantos factores en contra —las dificultades con la Administración española, la mezquindad de los recursos del país, el revés en las empresas de mayor envergadura…—, vertebraron con afán un gran proyecto que, con la colaboración de la sociedad catalana, convirtió Cataluña en un país industrial moderno. Los Girona vivieron la experiencia de una oportunidad irrepetible. “No se necesita esperanza para actuar, ni éxito para perseverar…” afirmaba un audaz personaje histórico.

Agradecimientos

La primera publicación de este texto, en lengua catalana, fue posible gracias a la Fundació Noguera, que adjudicó a mi tesis doctoral sobre los Girona la vigesimosegunda edición de la Beca Notari Raimon Noguera, de la época Moderna y Contemporánea. Mi agradecimiento a la fundación que con este gesto puso fin a un largo proceso de dificultades puesto que la tesis no contó con los recursos económicos necesarios y se realizó en condiciones muy adversas. La traducción al castellano, a cargo del doctor Jordi Pascual, merece mi admiración y gratitud, por hacer fácil lo complejo, principio extraño que también cultiva en sus relaciones humanas.

Agradezco al doctor Jordi Nadal que me propusiera el tema de tesis, la dirección y las sugerencias durante la investigación. El proyecto arrancó gracias a su tenacidad y magisterio al frente del Departamento de Historia e Instituciones Económicas de la Universitat de Barcelona. Por el tiempo, la atención y la confianza estaré siempre en deuda con el doctor Pere Pascual, que me brindó su apoyo y su ejemplo en las etapas más inciertas de la investigación. Al doctor Jordi Catalan le debo afecto y admiración, además de gratitud por la brillantez del prólogo de este libro.

Sin la generosidad y la nobleza de Ignasi de Puig y Girona no habría podido realizar el proyecto. Además de hacer posible la edición de este texto en lengua castellana, supo captar desde el principio la importancia y el sentido de la investigación, me facilitó completamente la consulta del archivo familiar y demostró, en todo momento, una confianza absoluta y respetuosa en el trabajo. Pacientemente, me acompañó a los antiguos escenarios familiares y respondió con atención y solicitud las múltiples cuestiones que le planteé. Este agradecimiento lo hago extensivo a su madre, Carmen Girona (DEP), a su esposa, Leonor Egido, y también a sus hijos.

El apoyo más incondicional lo he recibido de mi familia, que ha sufrido directamente los sacrificios que implica un trabajo de investigación sin ninguna queja, con un sentido del deber, del afecto y de la comprensión que, desde que nací, continúan dejándome felizmente perpleja.

Bell-lloc d’Urgell y Ulldemolins, primavera de 2017

El siglo XVIII, un trampolín hacia el futuro

“Nunca se debe menospreciar la tienda, como primer medio de acumulación y como trampolín hacia operaciones más audaces”.

Pierre Vilar

Es bien conocido que la derrota en la Guerra de Sucesión significó para Cataluña una ruptura en su desarrollo político, económico y social. El país quedó devastado, las tropas borbónicas sometieron ciudades que, agotadas por un sitio que duró meses, vieron disminuir la población y arruinarse la economía. Los contemporáneos vivieron con inquietud las consecuencias de una guerra perdida que, por motivos dinásticos, había enfrentado a los Borbones y los Austrias por la Corona española. Cataluña perdió definitivamente las antiguas instituciones propias y la monarquía se apresuró a redactar decretos para sancionar a un país que, dando apoyo a los Habsburgo, había actuado con rebeldía. A pesar de todo, al acabar la guerra, el Principado inició lentamente un proceso de recuperación que, por diversas circunstancias, en la segunda mitad del siglo xviii fue especialmente intenso en algunos puntos localizados de la geografía catalana. Barcelona, Reus y Lleida son ejemplos contrastados del crecimiento económico del siglo xviii y, a la vez, los más destacados en la recuperación demográfica. Resulta curioso que la trayectoria vital de los protagonistas, los Girona, aunque con distintos grados de intensidad, estuviera relacionada con las tres principales ciudades catalanas del siglo xviii. Esto coincidió con el hecho de que a lo largo del siglo, bajo la influencia de los mercados regional, peninsular y colonial, la estructura de la sociedad y de la economía del Principado se modificó y, en consecuencia, las categorías sociales que participaron del impulso económico estuvieron implicadas en diversas formas de actividades comerciales.

El estudio de los orígenes de la familia Girona, la más emblemática de la gran burguesía del siglo xix, comienza el siglo anterior con un rasgo singular: a diferencia de otros burgueses de la sociedad catalana del siglo xix, los Girona no iniciaron su camino en las Antillas, sino en Tàrrega, una villa de la Cataluña interior. El establecimiento de Gaspar Girona, procedente de una familia acomodada de la Selva del Camp —población muy próxima a Reus— se convirtió en el punto de partida de una trayectoria familiar caracterizada por la progresiva especialización en el ámbito de las actividades mercantiles. La llegada del joven Girona no fue, sin embargo, un fenómeno casual ni aislado. Durante la primera mitad del siglo xviii otros individuos acudieron a Tàrrega, establecieron relaciones con miembros instalados antes y constituyeron el colectivo comercial de la villa. La recuperación económica y demográfica que después de 1714 se manifestó en algunas ciudades del país afectó también a otras localidades de dimensiones más reducidas. A lo largo del siglo, Tàrrega, especialmente bien comunicada y con una verdadera tradición comercial desde la época medieval, se convirtió, gracias a la recuperación de la coyuntura económica, en un centro muy activo a escala regional. Aunque fuera de las comarcas prósperas del litoral de Tarragona y de Barcelona, y de las activas zonas agrarias de Lleida, su localización entre los límites de estas áreas de influencia favoreció su recuperación económica. La espectacularidad del crecimiento demográfico indica el nivel de vitalidad. En menos de tres cuartos de siglo se triplicó la población: según el Censo de Floridablanca, de 1.028 habitantes en 1718 pasó a 2.895 en 1787;1 superando las medias del Principado, el índice de crecimiento se situó entre los más altos del país. El aumento no se produjo a costa de la despoblación “comarcal”, ya que el Urgell ocupaba el séptimo lugar entre las comarcas que, sin la capital, experimentaron un mayor crecimiento en el siglo xviii. Se trataba, por tanto, de una de las zonas de recuperación demográfica, que es preciso vincular al crecimiento económico, en este caso comercial y agrario.

La llegada de Gaspar Girona a Tàrrega, y la posterior consolidación en la villa durante tres generaciones de la familia, pasó por el establecimiento de relaciones con miembros del mismo sector profesional y parecido estatus económico. Los Girona se especializaron en Tàrrega en la práctica de las actividades comerciales y, para hacerlo, establecieron una red de relaciones de parentesco, y de negocios, con dos familias más: los Castelltort y los Targa, también dedicados a las operaciones mercantiles. La estrategia de enlaces matrimoniales, las actitudes demográficas, las relaciones familiares, la participación en el gobierno municipal, la formación del patrimonio, la evolución de la actividad económica y la práctica profesional del padre, los abuelos y los bisabuelos de Manuel Girona constituyen el origen de un proceso que en el siglo xix, en Barcelona, llegará a adquirir una magnitud impresionante. Es preciso analizar los orígenes para descifrar la complejidad de los procesos.

De la Selva del Camp a Tàrrega

Gaspar Girona y Magriñà, nacido en la Selva del Camp entre 1716 y 1717, era el primogénito de los seis hijos de Francesc y Caterina. Si bien en algunas fuentes el padre de los hermanos Girona, Francesc, aparece inscrito como “payés”, en otras es registrado como “negociante”. La referencia a ambos conceptos refleja, seguramente, una situación real de actividades diferenciadas. En cualquier caso, sí que está perfectamente definida la actividad profesional de sus cuatro hijos: Gaspar era tendero de paños, Felicià era notario, Francesc era tonelero y Josep, clérigo. Francesc, junto con sus hermanas M. Rosa y M. Anna, fue el único varón que se quedó en la villa familiar; Josep, después de una estancia en Italia, fue capellán “del Palau” en Barcelona; Felicià ejerció la carrera de la notaría en Reus, y Gaspar se estableció en Tàrrega y en 1748 se casó con M Antònia Castelltort, hija de un tendero de paños. Aunque desconozco las causas que animaron al heredero de los Girona a asentarse definitivamente en Tàrrega, es posible que la decisión obedeciese a la perspectiva de progresar en su estado económico y social. El matrimonio con M. Antònia, cuando esta tenía veintitrés años y Gaspar treinta y dos, significó un paso decisivo en el futuro desarrollo de sus actividades (árbol 1).

M. Antònia Castelltort y Tayó era la hija mayor de Ignasi y Antònia, los cuales tuvieron cuatro hijas más. El padre, Ignasi Castelltort y Mora, tenía tienda abierta en Tàrrega y compartía algunas actividades mercantiles con su hermano, Josep Castelltort y Roca, también comerciante. Tanto Ignasi como Josep Castelltort eran naturales de Cervera, donde su padre, Jaume, era doctor en medicina. Los hermanos Castelltort se habían establecido en Tàrrega a principios del siglo xviii, cuando se casaron con las hermanas Tayó, hijas de Pere Tayó, negociante de origen francés pero instalado en Tàrrega, y de Maria Manyós.

Curiosamente, el mecanismo por medio del cual tanto los Castelltort como después Gaspar Girona se introdujeron en la villa, pasó por una práctica de enlaces matrimoniales socioprofesionalmente endogámicos. El hermano mayor de Ignasi Castelltort, Josep, se casó en 1716 con M. Àngela, primogénita de Pere Tayó.2 Puesto que transcurridos más de ocho años después de celebrar el matrimonio, y contra la que habría sido su propia voluntad, Josep y M. Àngela no habían tenido descendientes, cuando en 1724 se redactaron los pactos matrimoniales entre Ignasi Castelltort y M. Antònia Tayó, hermano y hermana respectivamente de los anteriores, en las capitulaciones matrimoniales los consuegros intentaron asegurar la perpetuación del patrimonio, elemento clave de la continuidad familiar. Para evitar la dispersión de los bienes se flexibilizó el sistema de herencia, con la particularidad de que la “herencia universal” recayese, no ya sobre los primogénitos, Josep y M. Àngela, sino sobre sus hermanos si, siguiendo el orden de primogenitura, dejaban hijos en edad de testar.3 Sucedió, efectivamente, que estos tatarabuelos de Manuel Girona, Ignasi Castelltort y M. Antònia Tayó, tuvieron ocho hijos de los cuales sobrevivieron cinco, todas mujeres: M. Antònia, M. Àngela, Maria, Josepa y M. Paula.4 Esto, por los pactos concertados en las capitulaciones matrimoniales, llegó a ser decisivo en la evolución de la trayectoria patrimonial. El sistema de herencia estaba condicionado por factores demográficos y, para evitar la dispersión de los bienes, que permitían la subsistencia de la familia y garantizaban su lugar en la jerarquía social, los Castelltort y Tayó habían asentado las bases que, en el futuro, definirían el proceso de formación patrimonial de la familia Girona en Tàrrega (véase el árbol 2).

En 1735, a causa de la muerte de Pere Tayó, M. Àngela heredó los bienes de su padre, pero unos años más tarde, después de morir en 1761, fue su hermana M. Antònia, esposa de Ignasi Castelltort, quien tomó posesión de los bienes inmuebles de los Tayó, tal como había sido escriturado.5 Sin embargo, M. Antònia sobreviviría por poco tiempo a su hermana y moriría en 1763, dejando heredera universal a su hija primogénita, M. Antònia Castelltort.6 Ya que la joven se había casado en 1748 con Gaspar Girona, ambos cónyuges y sus descendientes se convirtieron en herederos no solo del patrimonio de la casa Girona de la Selva del Camp, sino también de las casas Castelltort y Tayó de Tàrrega. De hecho, la muerte en 1766 de Josep Castelltort, tío de M. Antònia, significó la cesión completa de los bienes a la familia de su sobrina con la cual, según las condiciones testamentarias, todo indica que mantenía muy buena relación.

Árbol 1

Árbol 2

Enlaces matrimoniales y también profesionales

Cuando en 1748 Gaspar Girona se desplazó a Tàrrega y se casó con M. Antònia Castelltort, en las capitulaciones matrimoniales se definieron con mucho detalle las bases del modelo familiar. La joven recibió en donación la mitad de todos los bienes de su padre, el cual decidió que se reservaba el usufructo para él y su esposa mientras vivieran “sin obligación de dar cuenta ni caución, pero sí alimentar y proveer a Gaspar y M. Antònia y a sus hijos y familia, trabajando pero en provecho y utilidad de la casa del donador” (“sense obligació de donar compte ni caució, però sí alimentar i proveir a Gaspar i M. Antònia i llurs fills i família, treballant però a profit i utilitat de la casa del donador”). Sin embargo, se añadía que en caso de discordia con los futuros cónyuges cesaría la obligación “de alimentarlos y tenerlos en casa y tener ellos que trabajar para provecho del donador” (“d’alimentar-los i tenir-los a casa i d’haver ells de treballar pel profit del donador”), el cual, si se daba este caso, entregaría a M. Antònia la misma dote que a las demás hijas. También se especificaba que si el donador, Ignasi Castelltort, moría con hijos varones en edad de testar, “la presente donación sea nula y como si no estuviera hecha” (“la present donació sia nul·la i com si feta no fos”) y se comprometía a pagar a su hija una cantidad semejante de dote y ajuar que a las otras cuatro hijas.7 Por parte del novio, Gaspar Girona —que por primogenitura se convertiría en el hereu de los Girona de la Selva del Camp—8 aportó a M. Antònia un aumento de dotede quinientas libras.9

Pero, aparte de la preocupación por la continuidad del patrimonio, las capitulaciones matrimoniales de Gaspar y M. Antònia incluían también un contrato profesional con Ignasi Castelltort, el cual asociaba y admitía al futuro yerno en sus negocios. Gaspar Girona, a cambio, recibiría y dispondría según su voluntad de la quinta parte “de la ganancia de dichos negocios, por lo que cada año se hará balance de ellos” (“de la ganància de dits negocis, per lo que cada any se farà bilans de ells”). Esta asociación profesional tendría vigencia mientras viviese alguno de los suegros de Gaspar. Si este moría sin descendencia, la mitad de las ganancias pasarían a su esposa. Pero si fuese M. Antònia quien muriese primero sin dejar descendientes, Ignasi Castelltort no se quedaría sin socio, habida cuenta de que la compañía con Gaspar habría de durar cinco años más. Resulta evidente y probado que, por medio de las capitulaciones matrimoniales, se establecían los términos de asociación profesional que regiría el futuro económico de la familia y que marcaría el inicio de la casa Girona de Tàrrega. Gaspar, aparte de casarse con la pubilla,10 se comprometía a trabajar en los negocios de los Castelltort, y su suegro le retribuiría porque la familia y el negocio formaban parte de la misma esfera de actividades. Casa y familia constituían una relación simbiótica, un principio que los Girona conservarían durante muchos años.