Los hijos de la Isla - Man Gin María - E-Book

Los hijos de la Isla E-Book

Man Gin María

0,0

Beschreibung

Ubicado en el subsuelo de la Isla de la Genética, un laboratorio asegura la vida y la reproducción asistida como única solución viable para la continuidad de la especie humana, tendiente al hipogonadismo y la neotenia. A medida que se desarrolla la historia, aparecen anomalías en la telecomunicación y toma protagonismo el conflicto ontológico de cada personaje: Sunna, Adalberg, Valdi, Sólmundur, y los demás, son el reverso de una eusociedad hipertecnológica, aislada y en crisis.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 183

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



María Man Ging

HIJOS DE LA ISLA

Hijos de la Isla

Título original: Laboratorio Börn Eyjarinnar

Primera edición: noviembre de 2020

Segunda edición: diciembre 2022

De esta edición, Luna Nueva Ediciones. S.L

©Del texto 2020, María Fernanda Man Ging Quintero

©Edición: Jael Jaramillo

©Maquetación: Gabriel Solorzano

©Ilustrador de la portada: Miga

©Dibujos interiores: Valeria Jaramillo

Todos los derechos reservados.

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra,

el almacenamiento o transmisión por medios electrónicos o mecánicos,

las fotocopias o cualquier otra forma de cesión de la misma,

sin previa autorización escrita del autor.

Luna Nueva Ediciones apoya la protección del copyright y

está en contra las copias ilegales realizadas sin permisos expreso

del autor o del sello editorial Luna Nueva S.L

El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad

en el ámbito de las ideas y el conocimiento,

promueve la libre expresión y favorece una cultura libre.

[email protected]

Luna Nueva Ediciones.

Guayas, Durán MZ G2 SL.13

ISBN: 978-5329-9877-82

ISBN digital: 978-5329-9857-88

Certificado Nº QUI-059034

Preludio En La Bemol Menor

La función de medición horaria se llevaba a cabo con eficacia. «18:00». Miré hacia afuera por la ventana en busca de respuestas al cosquilleo en la frente. ¿Sería un presagio? Quizás. O un tumor no detectado que producía síntomas con la luz. Me levanté de prisa. La vibración de los objetos, la hora, la humedad, todo indicaba que un suceso extraordinario acontecería y no había más opción que resignarse. Pater Noster, qui es in caelis, sanctificetur nomen tuum1. ¿Continuaría el tremor de los días anteriores? Adveniat regnum tuum, fiat voluntas tua, sicut in caelo et in terra. No lo sabía. Solo tenía la certeza de obtener un castigo divino mayor si no rezaba. Y ya eran suficientes condenas. Ya no más. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie, et dimitte nobis debita nostra. Algo en el exterior tenía el poder de llamarme e invitarme a salir. O era mi instinto de supervivencia actuando ante las señales predecesoras de la catástrofe. ¿Ocurriría otro temblor? Sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem, sed libera nos a malo.

Me fui. Debía encontrar un lugar abierto y caminé hacia la llanura. Con el cuerpo debilitado me tumbé en el suelo y esperé que el contacto con la hierba me diera descanso, no obstante, fue más incómodo de lo imaginado. Las piedras angulosas me hirieron la piel y las hormigas emergieron de la tierra para huir de la destrucción provocada por mi peso. Gloria Patri, et Fili, et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio, et nunc, et semper, et in sæcula sæculorum. Sentí que la calidez golpeaba con fuerza mis mejillas mientras me embriagaba un olor parecido al de la canela. Todo era familiar y a la vez errático. Amen.

Me quedé en el terreno, quería que llegara la noche y esta fuera como un animal que, sin previo aviso, me tragara. Mas el crepúsculo estaba lejos. Y distantes también los dioses que me abandonaron en un mundo terrorífico. Fijé la mirada en un punto muerto del cielo donde solo las nubes grises eran la amenaza. Vi sus formas a varios kilómetros. Cumulonimbos, pensé. Tú me lo enseñaste. Nube de desarrollo vertical formada por una columna rotatoria de aire ascendente generada en la atmósfera por contraste térmico. Venía una tor-menta, sin embargo, no tuve tiempo para procesarlo, la tierra volvió a sacudirse con movimientos trepidatorios leves. Otro sismo. Por sus características, el epicentro estaría lejos. ¿Cómo saberlo? No había manera de verificarlo. ¿Qué más miseria quieres traer ante mí?, cuestioné y pedí perdón. Perdón. ¡Pero no tenías que hablar de la ciencia! No debías compartir tus discursos y luego dejarme a la suerte. Qué momento tan estúpido de nostalgia: los enjambres sísmicos no cesaban, asomaba la tormenta y lo relacionaba todo contigo. Me giré para no pensar y las luces desaparecieron en la hierba. ¡Si con juntar y apretar los párpados era suficiente, me rehusaba a abrirlos una vez más!

Algo fastidió mi cara y me sacudí para mirar.

Hormigas.

Acromyrmex. Las reconocí por su rojo oscuro y sus cuatro pares de púas en la parte trasera del tórax. Sus cerebros complejos recuerdan el olor de los miembros de su colonia para orientarse. De pronto, me pareció que hacían demasiado ruido. Toc toc toc toc. Como si gritaran. Rodé tres veces hasta apuntar de nuevo la cara en dirección al cielo. Gris. Cumulonimbos. Tantum ergo sacramentum veneremur cernui: et antiquum documentum novo cedat ritui. El viento era tan hiriente y convulso como las imágenes en mi memoria. Praestet fides supplementum Sensuum defectui. Aparecía tu silueta y cubría una pizarra acrílica. Genitori, genitoque laus et jubilatio. La perspectiva lineal. Salus, honor virtus quoque sit et benedictio. El libro y tu dedo que enseñaba mi error en la ecuación. Procedenti ab utroque compar sit laudatio. Tu boca abierta y suplican-te. Amen. ¿Por qué me enseñaste el mundo y permaneciste como alucinación? Aquí. Conmigo. En mí. Sonriendo al flash de la sinapsis.

Me asusté cuando al fin empezaron a caer gotas y el ambiente convirtió su dulzura en efluvio amargo de bacterias. Petricor. Efervescencia de aerosoles a causa del agua en contacto brusco con la geosmina y los aceites exudados por las plantas. Tú me lo enseñaste. ¡Basta! Me puse en pie y corrí tras los sauces. Y quería, de verdad quería, que todo fuera un aterrador delirio que después habría de olvidar.

Que se esfumara todo junto a tus malditas nubes y tu maldita ciencia. Deus meus, Deus meus. Ignoraba por dónde iba. Ut quid dereliquisti me.

La lluvia incrementó su fuerza y destellos de luz se conjugaron con melodías de procedimiento fugal: preludios a los que les sucedían polifonías vertebradas por contrapuntos entre líneas instrumentales de tonalidades diversas. «No más de esos recuerdos», pedí por favor. Tan solo anhelaba algo que me calmara.

Lluvia.

Hormigas.

El clave bien temperado.

Había que tranquilizarse.

Cumulonimbos.

Anima Christi, sanctifica me. Disfracé mi voz interior con la tuya y el «tranquilízate» que me repetí adquirió más poder del que imaginé. Quizás más del que habría tenido si hubiera sido real. Corpus Christi, salva me. Gracias por prestarme tu voz. Aunque en realidad no me la prestaste, la usé sin permiso. Sanguis Christi, inebria me. Entonces, gracias por haberme hablado. Mi memoria te tomó como el mejor recurso para consolarme. Aqua lateris Christi, lava me. No. No te tomó a ti, sino a lo que escuché y lo que sentí por quien creí que eras en determinado momento. Passio Christi, conforta me. Me entristecí sin poder llorar. O bone Iesu, exaudi me. O acaso lloré, solo que mis lágrimas se confundieron con la lluvia. Intra tua vulnera absconde me. Sacudí mi cabeza de un lado a otro. Ne permittas me separari a te. Y corrí con más fuerza. Ab hoste maligno defende me. Comencé a ver el agua de un anormal púrpura. In hora mortis meae voca me. ¿Estaba soñando? ¿Era yo un sueño? Et iube me venire ad te. El sueño de alguien muy triste. El sueño de un violinista. Ut cum Sanctis tuis laudem te in sæcula sæculorum. Amen.

No debía parar. La lluvia ya era torrencial y todos saben que en tales circunstancias los monstruos se manifiestan. Surcan y calientan el aire a más de veintiocho mil grados centígrados generando ondas de choque que se traducen en un horripilante estruendo. Y cuando eso sucede, ni las más gentiles elaboraciones de la imaginación pueden batallar. Era obvio, había que refugiarse pronto. Avancé sin evadir los charcos. Sentí la textura pegajosa y diluida de la tierra transformada en lodo. Entonces ocurrió lo insólito, lo que tal vez esperaba desde que salí: el cielo comenzó a aclararse hasta convertirse en una poderosa luz blanquecina enceguecedora que volvió al aire un cuerpo pesado.

La lluvia cesó en cuestión de segundos.

Caí al piso.

Me hundí en la vegetación y la tierra.

Hormigas.

Pater Noster, qui es in caelis.

El destello, como lo llamaron los sobrevivientes, acabó con dos tercios de la vida en el planeta.

1.- Cántico arcaico en lengua muerta, se sospecha origen religioso.

PRIMERA PARTE

EXPOSICIÓN

Motivo B102

–|–|–––– –|||––|– –||–|||| –|||–|–– –||–|||| –|||–|–– –||–|––| –|||–––– –||–|||| ––|––––– –|––––|– ––|–|||– ––|––––– –|––||–| –||–|||| –||––|–– –||––|–| –||–||–– –||–|||| ––|––––– ––||–––| ––||–––– ––||––|– ––|–|||– ––|––––– –|–––|–– –||–|––| –|||––|| –||––|–| ||––––|| |–||–––| –||––––| –||––|–– –||–|||| ––|––––– –|||–––– –||––––| –|||––|– –||––––| ––|––––– –||––|–| –||–||–– ––|––––– –||–||–| –||––|–| –||–|–|– –||–|||| –|||––|– –||––––| –||–||–| –||–|––| –||––|–| –||–|||– –|||–|–– –||–|||| ––|––––– –||––|–– –||––|–| ––|––––– –||–||–– –||––––| –|||––|| ––|––––– –||––||– –|||–|–| –||–|||– –||–––|| –||–|––| –||–|||| –||–|||– –||––|–| –|||––|| ––|––––– –||–––|– –||–|––| –||–|||| –||–||–– ||––––|| |–||––|| –||––||| –||–|––| –||–––|| –||––––| –|||––|| ––|–|||– ––|––––– –|––||–– –||–|––| –||–––|| –||––|–| –||–|||– –||–––|| –||–|––| –||––––| ––|––––– –||––|–– –||––|–| –||–||–– ––|––––– –|––||–– –||––––| –||–––|– –||–|||| –|||––|– –||––––| –|||–|–– –||–|||| –|||––|– –||–|––| –||–|||| ––|––––– –|––––|– ||––––|| |–||–||– –|||––|– –||–|||– ––|––––– –|–––|–| –||||––| –||–|–|– –||––––| –|||––|– –||–|––| –||–|||– –||–|||– –||––––| –|||––|– ––|–|||– ––|––––– –|––––|– –||––––| –|||––|| –||––|–| ––|––––– –|––|||– –||–|||| –|||––|– –|||–|–– –||––|–| ––|–|||– 1

1- - Prototipo B. Modelo 102. Diseñado para el mejoramiento de las funciones biológicas. Licencia del Laboratorio de la Isla. Base Norte.

Compases Hasta La Cadencia Deceptiva

Es un acontecimiento inusual realizar una misión de traslado en la época próxima al afelio. En latitudes del extremo norte, la excentricidad de la inclinación del eje planetario acorta la distancia con la enana amarilla Sowilo, estrella cercana de tipo espectral G, y hace que sus rayos incidan de manera directa. En tales condiciones, salir se torna peligroso.

La comandante Sunna nunca ha visto la luz sowilar en toda su magnitud y tampoco es algo que desearía hacer. Le basta con el alarmante resplandor permanente que deja tras de sí el cortísimo ocaso en ese punto de la órbita. Para estar ahí afuera aquella noche tuvo que calcular los tiempos con sumo rigor a través del ángulo de salida de Sowilo, su cenit, declinación, escalada, diámetro angular y crepúsculo astronómico, a fin de evitar la radiación electromagnética y sus consecuencias.

Sunna se mantiene de pie y con los brazos cruzados. Lleva varios minutos en la misma postura, si bien eso no parece perturbarla. Lo que sí le incomoda es la escafandra con doble capa de poliparafenileno tereftalamida para la protección. Y la presión por la espera. Suspira. Con cierta impaciencia consulta la hora en su nanoimplante B102.

«26:18», informa la lectura.

Es tarde, pronto terminará el período seguro en el exterior. Y eso le preocupa, mas impide que su rostro lo demuestre. Sunna irradia tanta confianza como si el éxito del traslado fuera indiscutible, aunque no puede confirmarlo. No todavía. Y su presencia allí refleja la gravedad del asunto.

«26:19».

Una aceleración en el ritmo cardíaco es indicadora de ansiedad. Cuántos motivos tiene Sunna para experimentarla, ¡hace dos horas debieron aparecer los encargados de las misiones!

Adalberg, a su lado, la contempla como si le hubiera escuchado gritar esas palabras.

—¿Estás ansiosa? —le pregunta por el intercomunicador, motivado en confirmar sus sospechas.

—No —Sunna miente rompiendo el propio estupor y esboza una ligera sonrisa imperceptible para su interlocutor.

—Entendido —contesta Adalberg, con cordialidad.

La comandante utiliza su visión periférica para observar a su acompañante. Lo hace por unos segundos, aprovechando la discreción del casco, y luego vuelve a clavar la vista en el horizonte. Había olvidado que Adalberg estaba a su lado y notarlo le trajo tranquilidad. Pero no la suficiente. Todavía le angustia la hora. Y la solicita de nuevo a su B102.

«26:22».

En treinta y ocho minutos la radiación les causará reacciones tisulares, síndrome hematopoyético, gastrointestinal y cerebrovascular. Una hora más de espera y las alteraciones en el ácido desoxirribonucleico serán permanentes.

—¿Considerarías prudente regresar? —Adalberg rompe el silencio con otra pregunta que la descoloca.

Sunna se detiene a pensar su respuesta.

—Prudente, aunque imposible —finalmente contesta.

—Nos hemos mantenido en espera más de lo necesario y la ventana de seguridad terminará pronto.

—Correcto, pero el tiempo transcurrido carece de importancia en esta situación. Tenemos que estar presentes cuando los misioneros arriben.

—¿Sí? ¿Y si se arrepintieron de emprender el viaje y retornaron?

—Con tanto tiempo afuera, ya nos habrían avisado desde la base. Llegarán, ten pa —Sunna deja suspendida la frase y gesticula una mueca—. Los veo acercarse por la llanura.

Adalberg le sigue la mirada en dirección al este. Primero distingue el fiordo y posteriormente logra divisarlos caminando por la planicie. Lanza un resoplido de felicidad.

—Tienes razón, Sunna, ahí vienen —comenta de prisa, mas un segundo análisis le arrebata la alegría—. Parecen tener dificultades.

—En efecto —responde la comandante, y en su B102 registra: «Pall está herido. Larus y Úlfur lo ayudan a movilizarse».

—¿Qué habrá pasado?

—Ya lo averiguaremos, no creo conveniente conjeturar ahora.

—Sí, discúlpame, iré a recibirlos. Por favor adelántate a la base para que no te expongas más —pide Adalberg, y se apresura a reunirse con los tres encargados de las misiones.

Sunna vigila la escena desde lejos y continúa en el mismo lugar hasta atestiguar que Adalberg alcanza su objetivo. Luego, la comandante se da vuelta y camina hacia la entrada de la base, cuyas paredes lisas y pulcras le generan un efecto sedante. Pasa su mano izquierda por los sensores de la máquina de reconocimiento.

«Individuo autorizado», resuena en su mente una voz libre de emociones.

Al poco tiempo, dos puertas de defensa se elevan una después de la otra, dejando descubierta una estancia de seis metros cuadrados: la antesala A, la primera de cuatro.

Tras cruzar, Sunna solo percibe cómo se corta el viento y la iluminación natural debido al cierre automatizado de la portería. Suspira, va disminuyendo la sensación de estar ante peligro inminente. Como acto reflejo, orienta sus ojos al techo y se encandila con los proveedores de luz artificial, unos aparatos en forma triangular que despiden resplandor blanquecino. Ha vuelto la convicción de saberse protegida por la estructura.

De súbito, el sistema abre un pasillo inclinado con control de temperatura y ozono para la desinfección. Sunna se adentra sin titubear. El exterior la puso en contacto con entidades biológicas, físicas y químicas de potencial pernicioso. Y tiembla por la posibilidad de contagio.

El nanoimplante B102, por su parte, realiza un monitoreo interno.

«Presión arterial: 129/79 milímetros de mercurio. Respiración: 17 inspiraciones y espiraciones por minuto. Pulso: 96 latidos. Temperatura: 35.8 °C. Libre de virus y bacterias perjudiciales», arrojan los resultados.

Sunna suspira. Le es grato saber que está a salvo de infecciones.

Cuando la comandante finaliza su tránsito por el corredor, ingresa a la antesala B, donde el sistema la aísla en una zona más segura. Es el momento más esperado, Sunna desabrocha su casco y se lo saca. El fenómeno acústico de la reverberación en un espacio más amplio trae consigo una impronta de libertad.

No solo es apreciable el aumento de espacio vital, sino también la vibración del sistema de oxigenación y ventilación. Sunna toma una bocanada desesperada de ese aire que considera óptimo, demasiado placentero. Y espira con lentitud. La liviandad de su cuerpo le provoca el deseo de arrimar su espalda a la pared. Es la primera vez, luego de cuatro horas, que experimenta verdadero alivio.

Después de una breve pausa, deposita la escafandra en las tuberías de pulverización y se queda con la indumentaria de aislamiento primario que tiene debajo.

«Ya estamos por ingresar», recibe Sunna a través de su B102. Se trata de un pensamiento intrusivo sin tono emocional. Proviene de Adalberg.

«Bien. ¿Alguna explicación de la demora en el arribo?», le contesta.

«Riñas. Pall es el que está más grave».

«¿Riñas?», se sorprende y fastidia. Un leve dolor en el tórax le sugiere hiperactividad en su glándula suprarrenal y liberación de cortisol. Sunna apretuja su mandíbula. «¿Te participaron del origen del conflicto?».

«No con exactitud, te corresponderá averiguarlo luego de la curación».

«Sí, entendido».

«26:45», la comandante revisa la hora.

Están al borde de la desgracia, falta muy poco para llegar al límite de tiempo de la ventana de seguridad.

Sunna decide pasar a la antesala C, con la esperanza de que sirva de algo adelantarse.

«Ya estamos en la antesala A», recibe.

«Entendido».

Sunna junta los párpados en un intento de frenar la cadena cognitiva catastrófica. Suspira. Fija su atención en los músculos contraídos de la espalda. Los afloja.

«Antesala B».

Vuelve a abrir los párpados

«Entendido».

La ansiedad de Sunna es tal, que comienza a experimentar un mecanismo de disociación psíquica en el que la quietud de la espera le regala una revelación estética. Sin el casco, la iluminación la golpea bruscamente, volviendo su piel tan transparente, capaz de mostrar sus venas. También puede ver sus ojos a través de los reflejos en las zonas metálicas; con el exceso de claridad, sus iris parecen más rojizos.

De inmediato se levanta la puerta.

—¡Sunna! —exclama Larus, quien trae el cabello alborotado y luce aturdido.

La indumentaria de aislamiento primario de Larus parece intacta, mas su piel descubierta sufre marcados hematomas. ¿Cómo es posible?, se pregunta la comandante. Detrás de Larus vienen Adalberg y Úlfur, ambos cargando a Pall, el único que mantiene su escafandra y está inconsciente.

Sunna se obliga a mostrarse vigilante y se concentra en Larus. Contesta su saludo con las siguientes palabras:

—Bienvenido seas.

—Gracias —dice por cortesía—. Necesito hablar contigo.

—Pronto habrá oportunidad de dialogar.

—Entiendo, solo —se detiene porque la comandante lo interrumpe.

—Por ahora la prioridad es otra —Sunna concluye con frialdad, y luego interroga a Adalberg—. ¿Inmovilizaste a Pall?

—Sí. Despertará en unas horas.

«¿Qué arrojó el monitoreo?», continúa consultando, ahora a través de su nanoimplante, en un pensamiento teledirigido solo a Adalberg.

«Detectó patología infecciosa y se activó el sistema de seguridad de la escafandra, por eso la conserva. Debo examinar y determinar la naturaleza del patógeno y vías de transmisión».

Sunna aprueba con un movimiento de cabeza. Es usual el secretismo entre los altos mandos, así que los misioneros esperan en silencio con cierto grado de incomodidad ante lo que claramente es una conversación privada. Larus es el único dispuesto a romper la jerarquía.

—Sunna, necesito hablar contigo.

—Es momento de marcharnos —contesta a secas, y coloca su mano izquierda sobre otra máquina de reconocimiento.

«Comprobación de huellas», recepta Sunna, a la vez que se escanean sus patrones dactilares. Un segundo después, el B102 le induce una potente alucinación y visualiza el inconfundible tono verdoso de desbloqueo. Los datos han alcanzado el sistema informático central y se han habilitado sus funciones como alto mando de la base.

«Sunna Friggdóttir. Laboratorio de la Isla. Base Norte. Comandante de Operaciones Especiales».

Otra pared de acero se alza y revela la antesala D, lugar con el último sistema de defensa del laboratorio. Entran. La radiación infrarroja traspasa sus cuerpos al ejecutar el escaneo térmico y la aniquilación de elementos invasores.

«Sin error de mapeo. Permitido el descenso a pisos subterráneos».

La base 00011, conocida con el nombre genérico de Base Norte, debido a su ubicación al extremo septentrional en la Isla de la Genética, consta de una entrada en la superficie y tres subsuelos en la corteza continental. El primero está destinado al alojamiento de sus miembros operativos, en su mayoría científicos. El segundo alberga al Laboratorio de la Isla, especializado en reproducción humana. Y el tercero es una extensión para el desarrollo de la vida infantil y los cultivos.

Sunna verifica la idoneidad de sus acompañantes y les solicita ingresar a la cápsula transportadora. Ellos le obedecen.

«Ir a nivel dos», ordena. Los recién llegados deberán ser atendidos en el laboratorio de Adalberg, abastecido con cámaras de cuidado y restauración.

El viaje de quince kilómetros ocurre sin percances, empero, ella comienza a fijarse en Úlfur. Ha callado durante el trayecto y eso le hace suponer responsabilidad en el retraso y el estado físico de Larus y Pall.

«Más tarde necesitas explicarme por qué los atacaste», envía a su B102.

Úlfur se incomoda con el reclamo y lo hace notorio en su cambio de postura.

«Me disculpo, fue en defensa propia, casi interfieren con lo que se me encomendó llevar a cabo. Reporto que terminé con éxito las misiones de códigos Fertilización 00361 y Fertilización 00362».

«Descargar», ordena Sunna, satisfecha. Úlfur destaca por su precisión, motivo por el cual fue elegido para las fertilizaciones artificiales tras un estricto examen de habilidades. «Gracias por tu desempeño y lamento los contratiempos. Ya recibirás asistencia médica».

Úlfur responde con una ligera venia y un pestañeo cortés. Luego se deja caer en el suelo con la finalidad de descansar. Larus ha hecho lo mismo minutos antes. Están exhaustos y se rinden al sueño.

Es indescriptible el asco que aquella visión suscita en Sunna. Se voltea para evitarla.

«¿Te encuentras bien?», recibe de Adalberg.

«Sí. ¿Qué tal tú?».

«Algo agotado».

«¿Requieres de una plataforma para Pall?».

«Sí, en breve gestionaré la petición».

«A esta distancia ya es posible una telecomunicación con la tecnología subterránea».

Demora en contestar.

«Tenías razón, Sunna, la acabo de solicitar con éxito».

Ella sonríe y le responde: «Justo a tiempo. Estamos por llegar».

«Sí. Por cierto, te relevo en la obligación de velar por los misioneros».

«Entendido».

Se abre la puerta y puede verse un equipo de traslado que Adalberg se apura a introducir. El movimiento despierta a Úlfur y Larus, quienes se reincorporan con prontitud. Sunna permanece inmóvil, como de costumbre, y vigila el proceso de acomodación del cuerpo al aparato móvil. Está incapacitada para ayudar y experimenta una sensación de inutilidad.

No es la única.

—Esperaré en el pasillo —manifiesta Úlfur y recibe el consentimiento de Adalberg. Antes de retirarse, se dirige a Sunna para despedirse con un gesto formal.

Entretanto, dentro de la cápsula, Larus reparte miradas difíciles de interpretar. La comandante finge ignorarlo, no obstante, Adalberg frunce el ceño mientras termina de asegurar las extremidades de Pall.

—Listo —dice al culminar—. Vamos, Larus, es hora de partir.

El misionero inhibe sus reacciones, lo cual es llamativo, y esquiva el contacto visual. ¿Toma valor para decir algo? A Sunna le es inaccesible la comprensión de tal comportamiento desarticulado y clava sus ojos en Adalberg en busca de auxilio.

«Tampoco entiendo», contesta de prisa, mas sus pupilas realizan el típico micromovimiento que acompaña al procesamiento orgánico de información.

—Deben marcharse —Sunna les exhorta—. Que tengan buen descanso.

Larus murmura el inicio de un desvarío.

—Disculpa —interrumpe Sunna con impaciencia—, no comprendí ¿Qué es lo que deseas?

—Necesito hablar contigo antes de la curación —logra articular.

—Las memorias de lo ocurrido pasarán al sistema de forma automática al sincronizarse tu B102 con las máquinas del laboratorio. Realizado este proceso, no precisas reportar nada.

—Sí, eso lo sé. Sin embargo, pido hablar contigo.