Los hombres del saco - José Luis Gordillo Gordillo - E-Book

Los hombres del saco E-Book

José Luis Gordillo Gordillo

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Los bebés robados durante medio siglo en España son hoy, en su inmensa mayoría, adultos con identidad falsa. Siguen sin conocer a sus verdaderos padres y hermanos, que los buscan desesperadamente, porque desde muy diversos ámbitos se está impidiendo el reencuentro familiar. De nuevo, se cierne sobre las víctimas una especie de conspiración, el resurgimiento de una organización delictiva que bloquea el ejercicio de sus derechos más básicos y prolonga indefinidamente su dolor y su indefensión. La gran pregunta es por qué ocurre esto en pleno siglo XXI y en un país europeo democrático como el nuestro. Este libro se dedica a desentrañar estas claves, proponiendo también vías para solucionar el drama colectivo y cerrar al fi n una herida que seguirá abierta en canal mientras no se vuelvan a unir padres e hijos. Con prólogo de Antonio Ramos Espejo, periodista de la Universidad de Sevilla, y bibliografía seleccionada.

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Los hombres del saco

José Luis Gordillo

© SAN PABLO 2021 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 -

E-mail: [email protected] - www.sanpablo.es

© José Luis Gordillo

Distribución: SAN PABLO. División Comercial Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

E-mail: [email protected]

ISBN: 9788428563994

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).

www.sanpablo.es

A todas las víctimas

«Donde hay poca justicia es un peligro tener razón»Francisco de Quevedo

Herida abierta

Para escribir un libro como Los hombres del saco hay que tener lo que hay que tener. José Luis Gordillo ha entrado en un túnel oscuro. Su osadía está a prueba de cualquier otro hombre del saco; de estos nuevos criminales de guante blanco; o de guante negro, según categorías, en esta macabra historia de los niños robados. Esta obra, que podría ser una novela literaria, no lo es; es el relato minucioso de un reportero que ha sabido llegar a las entrañas de los padres y madres que claman justicia frente a los poderes del Estado que encubren a los autores de esta infamia. No ha necesitado el autor estridencias. Los criminales van saliendo a la superficie, por más que se intente proteger a los responsables de esta ignominia.

Al leer esta investigación, la figura del autor de esta obra, me ha recordado la fuerza de un abogado excepcional: Darío Fernández demostró (mayo de 1981), con el apoyo de las familias, que no eran etarras los tres jóvenes que viajaron de Santander a Almería y que aparecieron carbonizados en un barranco. En este caso se logró que cuatro guardias civiles, de los que habían intervenido en el asesinato, fueran sentados en el banquillo y condenados. Ya seguíamos en democracia cuando el juez Baltasar Garzón descubre las fosas del franquismo y el escándalo de los bebes robados. «Ningún procesado, ningún sentenciado, y ningún condenado, salvo el juez Garzón, con su auto de 2008 sobre crímenes del franquismo, procesado por realizar esa investigación y absuelto en 2012, pero finalmente condenado por prevaricación y separado de la judicatura por otra cuestión paralela», recuerda José Luis.

Los niños de la posguerra (y de épocas posteriores) recordamos el pánico que teníamos ante esas historias que resultaban ser ciertas: el terror de los mantequeros, los chupasangre, los asesinos… Recuerdo a aquellos hombres del saco. Uno de mis hermanos, con doce años, hubiera caído en una de esas redes, si no es porque salió corriendo por los Tajos de Alhama de Granada. De haber sido atrapado, mis padres hubieran tenido que buscar hasta el desmayo, como tantas familias lo hacen día a día en un sinvivir sin tregua.

Hay tantas historias… Al leer esta obra, he podido constatar que son familias enteras las que tienen una herida abierta de por vida. Como es el caso que directamente me toca el alma, cuando te enteras de que Gloria Mª Rodríguez Espejo y Eduardo Raya Retamero forman parte de mi familia. Y los ves enloquecer, sin darse por vencidos, clamando al cielo por la hija que les robaron hace ya veinticinco años...

En los comienzos de esta macabra historia, en torno a los años cuarenta, no se consideraba a la mujer sujeto de derecho. Hay casos espeluznantes por esas fechas. En la época de los maquis, fue detenida la compañera de un guerrillero, abatido en la sierra. A esta mujer se le hizo un consejo de guerra; como estaba a punto de dar a luz, esperaron hasta el nacimiento de su criatura: amamantó a su hijo y acto seguido la fusilaron en las tapias del cementerio de Sevilla. Su bebé fue entregado a una familia afín al régimen.

Hay que tener en cuenta –como nos indica José Luis– que esta práctica empieza en 1940 sobre la base de las investigaciones de «limpieza ideológica» realizadas por Vallejo Nájera con la Gestapo. Un procedimiento diabólico para forzar la separación de las familias, arrebatándoles a sus hijos. El Estado español copia esta fórmula del III Reich. Y esta vinculación con la Alemania nazi es la que se mantiene en la España del siglo XXI, para impedir, a través de mafias organizadas, que estos niños robados, más los represaliados del franquismo, se mantengan ocultos.

En esta España, miramos para otro lado; nos escandalizamos de casos de crímenes contra la humanidad, como los del dictador argentino Jorge Rafael Videla, condenado en 2012 a cincuenta años de prisión por el robo de niños. ¿Y en España, qué? ¿Tendremos que recurrir al papa Francisco, como hicieron los monaguillos de Granada, víctimas de curas pederastas, ante los que su arzobispo miró hacia otro lado para darles protección? Al menos, uno de esos sacerdotes ha sido ya condenado. A otros los amparó la generosa prescripción del delito. Ahora, el Pontífice se encontrará con familias que van a pedir su mediación. Y se le informará de que detrás de estos desalmados se encuentran personajes siniestros, jerarcas del franquismo y la democracia, médicos, monjas, santurrones, capellanes de hospitales, enfermeras, políticos que cierran los ojos ante las evidencias, sin contar con el grupo de corruptos, mercaderes, que no podían faltar en esta orgía de miserables.

Y sin embargo hay vida. Hay esperanza. El periodista se pregunta por qué ocurre esto en pleno siglo XXI y en un país europeo democrático como el nuestro. Este libro se dedica a desentrañar estas claves, proponiendo también vías para solucionar al drama colectivo y cerrar al fin una herida que seguirá abierta en canal mientras no se vuelvan a unir padres e hijos.

Antonio Ramos EspejoPeriodista. Universidad de Sevilla.

Introducción

«Métete para dentro, que viene el hombre del saco y te va a llevar», decían nuestras madres. En la infancia, nada nos podía atemorizar más que nos secuestraran y nos separaran de nuestra familia. Con solo pensarlo nos sobrevenía la angustia y la congoja. Pero no se trata únicamente de historias de miedo. Desde los orígenes de la humanidad, el rapto de bebés y su crianza por familias adoptivas ilegítimas ha sido moneda común. También en España, y hasta hace muy pocos años, lo cual provoca en la actualidad no pocos problemas personales, familiares, sociales e incluso políticos.

Los padres son nuestro referente del mundo y de nosotros mismos hasta bien entrada la madurez. Son las personas que más nos condicionan en la formación de nuestra personalidad, en el conocimiento del medio que nos rodea y en las primeras tomas de decisiones trascendentes para la configuración de nuestra vida. A su vez, los hijos ejercen sobre los padres tal poder de atracción, tal arraigo, que va mucho más allá de lo racional, puesto que entran en juego elementos biológicos e instintivos, relacionados con la supervivencia de la especie. Es por ello que, salvo raras excepciones, el amor paterno-filial es el más profundo, radical e insoslayable.

Cuando se produce una adopción de un menor por parte de una familia que no es la biológica, este tiene pleno derecho a conocer de mayor su verdadera identidad, sobre todo por motivos psicológicos, para que pueda hacerse una idea exacta de quién es y, a partir de ahí, cómo quiere seguir desarrollándose personal y socialmente. En caso de que exista ocultación, y dado que normalmente los adoptados terminan descubriéndolo, se produce un fuerte desequilibrio en la persona, puesto que se pregunta: «si mis padres, que son mi referente del mundo, me engañaron en esto, ¿qué más es falso?». Pero además, existen también motivos físicos, de salud incluso, puesto que la genética y la biomedicina están avanzando tanto que conocer a tus verdaderos parientes puede salvar tu vida o la de tu descendencia. Ello al margen de que el desconocimiento absoluto del parentesco siempre conlleva cierto riesgo de incesto involuntario.

Por todos estos motivos, el derecho a la identidad está reconocido internacionalmente. La Convención sobre los Derechos del Niño establece en su artículo 7: «el niño será inscrito inmediatamente después de su nacimiento y tendrá derecho desde que nace a un nombre, a adquirir una nacionalidad y, en la medida de lo posible, a conocer a sus padres y a ser cuidado por ellos». Además, el artículo 8 manifiesta que los Estados firmantes, entre ellos España, «se comprometen a respetar el derecho del niño a preservar su identidad, incluidos la nacionalidad, el nombre y las relaciones familiares».

La actual legislación española también protege el derecho a la identidad, pero no siempre fue así. En nuestro país se ha masacrado literalmente el derecho a la identidad, hasta el punto de que en estos momentos se puede afirmar, sin temor a errar, que decenas de miles de hombres y mujeres de nuestro país tienen una identidad falsa. Cualquiera de nosotros puede ser uno de ellos. Pero la sociedad lo desconoce. En esta, como en otras cuestiones, existe una peligrosa amnesia colectiva, en unos casos, y en otros un afán de ocultación que puede estar tapando en la actualidad incluso gravísimos delitos, como desapariciones forzadas o crímenes contra la humanidad. Algunos juristas han alzado su voz para denunciarlo, hasta ahora en vano. Para los afectados, padres, hijos y parientes en general, la situación es desesperante, porque ninguna institución parece dispuesta a promover el reencuentro familiar. Pero no por ello cejan en su batalla. La pregunta es, ¿batalla contra quién? ¿Por qué esa resistencia a solucionar el drama en la actualidad, en la España del siglo XXI? ¿Cómo se la puede combatir? Las siguientes páginas revelan buena parte de las respuestas.

La conspiración

Hacía poco más de dos semanas que había publicado mi informe y ya me encontraba dirigiéndome, una cálida mañana de octubre, de una punta a otra de la geografía española, de Sevilla a Bilbao, en busca de las auténticas raíces de esta tragedia colectiva. Por entonces, en el año 2014, la sociedad española tenía la falsa impresión de que la cuestión de los bebés robados era un asunto terminado. Solo unos pocos, principalmente los afectados, pensaban lo contrario, en el sentido de que seguía viva la trama criminal que había secuestrado a miles de recién nacidos durante medio siglo, engañando a sus verdaderos padres, diciéndoles que habían muerto tras el parto, para después venderlos a padres adoptivos ilegítimos. Una trama viva no ya para seguir robando niños, sino sobre todo para ocultar lo que hicieron hasta apenas una década antes, impidiendo los reencuentros entre padres, hijos y hermanos. Yo mismo, en las investigaciones periodísticas realizadas hasta entonces, había encontrado indicios racionales de ello, lo que significaría que una enorme cantidad de españoles tienen actualmente identidad falsa y hay quienes están obstinados en que mueran sin ejercer su derecho a conocer sus orígenes. Por eso lancé la hipótesis de la conspiración en el citado informe ¿Por qué nadie busca a los bebés robados en España?, en el medio on line Periodismo Humano. Lo que en esos días no me podía imaginar es que esa conspiración iba a cernirse también sobre mí, no tanto para perjudicarme como para revelarme buena parte de la verdad.

Así que, con la inocencia de quien se cree solo un observador privilegiado, tomé el avión hacia Bilbao. Creía merecérmelo además. Mis padres, no muy mayores pero ambos en situación de dependencia, habían sufrido los últimos años graves enfermedades que me habían obligado a estar un día sí y otro también pernoctando en hospitales y en su propia casa para cuidarles. Sin embargo habíamos triunfado: los dos habían superado con éxito sendos cánceres y, aunque mi madre había quedado en silla de ruedas por otras cuestiones neurológicas, y mi padre como enfermo renal crónico, lo cierto es que su salud se había estabilizado. Había conseguido además que aceptaran una cuidadora interna, con lo que además yo disponía de más tiempo para dedicar a mi propia hija, que arrastraba diversos problemas y había renunciado a vivir con su madre para hacerlo conmigo (estamos divorciados desde hace mucho). Así que me encontraba en medio de un sándwich generacional, es cierto, pero también en buenas condiciones psicológicas para indagar en esta cuestión tan trascendente para toda la humanidad: las relaciones entre padres e hijos. Sobre todo, me llamaba la atención el desarraigo existencial que se desencadena en la persona cuando se produce la separación forzada y la consecuente carencia de una de las dos partes. Esa privación de la familia, ese secuestro, se puede convertir en una herida abierta de por vida.

Me había costado mucho encontrar hotel porque, según pude averiguar más tarde, ese fin de semana se celebraba en Bilbao un congreso nacional de profesionales sanitarios. Curiosa ironía, teniendo en cuenta que buena parte de los supuestamente implicados en esta trama son médicos, matronas y enfermeras. Lo pienso ahora, entonces no me percaté. Mi viaje respondía a la invitación que me había realizado la asociación Itxaropena a través de varios de sus miembros, que fueron algunos de los muchos afectados, que se pusieron en contacto conmigo en aquellos días, a raíz de la publicación del informe. Algunos por redes sociales, otros por mensajería del teléfono móvil. Ninguno me llamó directamente, a pesar de resultar evidente que les fue fácil conseguir mi número. Eran mensajes escuetos, que no entraban de lleno en lo que pretendían de mí. Al principio solo se concretó este evento de Bilbao.

Dos de las afectadas que contactaron conmigo por Facebook fueron Ana Belén García y María Alejandra. Solamente me pidieron amistad, sin más, y me emplazaron a vernos cara a cara para contarme lo que querían. Cuando Ana Belén se enteró, a través del resto de asociados, que acudiría a Bilbao para intervenir en uno de sus actos, rápidamente concertó conmigo una cita cara a cara. Y cuando conoció que al día siguiente, sábado, tomaría un autobús hacia Madrid para firmar el contrato de mi nueva novela con una editorial, enseguida avisó también a su compañera Alejandra para que se entrevistara conmigo en la capital del reino. La intensidad de ese fin de semana, la cantidad apabullante de información sorprendente que recibí en muy pocas horas aún hoy día está dando sus frutos.

Yo no tenía aún la menor sospecha de lo que me iban a revelar así que, ufano de lo certero de mi hipótesis, arribé a Bilbao una hermosa mañana, cálida incluso, de primeros de octubre. Me recogió en el aeropuerto uno de los asociados, Arkaitz, un chico simpatiquísimo de poco más de treinta años, con sendos pendientes de aro en cada oreja, cabello a lo borroka y barba de varias semanas. Primero Arkaitz me dejó en el hotel y me orientó básicamente sobre cómo recorrer a mis anchas el casco viejo para elegir dónde comer a gusto. Yo mismo le había pedido hacer turismo al menos durante unas horas en soledad, pues siempre que había visitado anteriormente Bilbao el ajetreo del viaje me había impedido disfrutar de una ciudad que se me antojaba bella y romántica.

Departiendo con Arkaitz en una esquina, memorizando sus indicaciones sobre calles y direcciones, saqué el plano de la ciudad del bolsillo de mi pantalón vaquero con tan mala suerte que arrastré también hacia fuera las llaves de mi nueva casa, la que acababa de alquilar en mi pueblo, en Bormujos, y estas cayeron en un husillo de la calle repleto de aguas negras que la lluvia del día anterior había arrastrado por el pavimento. En un acto de atrevimiento, metí la mano en la arqueta aproximadamente por el lugar en el que creí que habían caído las llaves y, casi milagrosamente, las palpé y las saqué. Mi mano sucia y algo pestilente las sostenía al sol, lanzando destellos, como si fuera un preciado tesoro. Quise encontrarle un significado místico o predictivo a ese lance, pero no lo logré entonces. Ahora en cambio sí.

Pasé el mediodía cómodamente, paseando, degustando la bien afamada gastronomía local y descansando en el hotel hasta la hora en que me había citado Ana Belén. Acudí puntual, a las seis y media de la tarde, a uno de los puentes que atraviesan la ría, no recuerdo bien su nombre, pero sí que desembocaba justo a la calle en la que se encuentra el Centro de Arte de Bilbao, lugar de celebración del encuentro, que por cierto no había dicho hasta ahora que se trataba del estreno de un documental sobre el robo de bebés en España, titulado Enterrar y callar, realizado por Anna López Luna. La autora también asistía a la premier y a mí me habían invitado, junto a Martxelo Álvarez, un destacado activista de la memoria histórica miembro de la asociación Ahaztuak 1936-1977, para que ambos pronunciáramos antes de la proyección unas palabras y después interviniéramos en el debate.

Ana Belén, guapa e impecablemente arreglada (siempre recordaré su reluciente chaqueta verde), me condujo sonriente a una cafetería que más bien pareciera la popa de un barco varado en una de los márgenes de la ría. Al llegar me pidió que apagara mi teléfono, algo que con el tiempo se fue convirtiendo en un ritual en los prolegómenos de charlar con algunas de las personas que conocí ese fin de semana. Hay que decir que yo había llegado a la investigación periodística sobre el asunto de los bebés robados desde la ficción. En 2009 escribí mi segunda novela, titulada Yo te quiero, profundamente influenciado por el auto de la Audiencia Nacional de 2008 sobre el franquismo, cuyo autor fue el exjuez Baltasar Garzón, quien a partir de lanzar ese documento precisamente sufrió tal cacería que acabó siendo expulsado de la judicatura por haber supuestamente prevaricado. Tal fue su influjo sobre mi narración ficticia que imaginé que el secuestro de niños con fines represivos políticos, que se produjo en los años cuarenta y cincuenta, bien podía haber ocurrido también en los años setenta, cuando yo mismo nací. Cuál fue mi sorpresa cuando en 2010, un año después de publicarse la novela, comenzaron a aparecer en los medios de comunicación las primeras denuncias de robo de bebés que, por supuesto, coincidían muy poco en su modus operandi con el que yo había inventado para mi obra. Mi caso ficticio tenía más tintes políticos y sentimentales, mientras que lo que yo leía en los periódicos me parecía un puro negocio. Ya entonces me surgió la duda que hasta hace muy poco no he podido resolver: ¿Están conectadas las dos cosas, la política y el negocio, en el robo de niños en nuestro país?